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FIAIZ

TRÁNSITO 2023

EL VASO PRECIOSO

Celebración del Tránsito de san Francisco

3 de octubre de 2023

 

Monición de entrada

 

         Como cada año, el 3 de octubre, víspera de la celebración de la fiesta de san Francisco, la familia franciscana se reúne para recordar el momento, decisivo y entrañable, de la muerte de san Francisco, de su tránsito al encuentro final con Jesús, al que siempre amó. Así lo hacemos nosotros esta tarde con toda devoción y alegría. Es una manera más de decir que seguimos teniendo al hermano Francisco en nuestro corazón y en nuestros caminos. Comenzamos cantando:

 

Canto

 

Alabado seas, mi Señor,
alabado seas, mi Señor.
El sol y las estrellas
proclaman tu grandeza,
las flores y la luna
nos cantan tu poder;
Las flores y la luna
nos cantan tu poder;

ALABADO SEAS, MI SEÑOR,
ALABADO SEAS, MI SEÑOR.
CANTANDO EL UNIVERSO
TE OFRECE SU HERMOSURA,
PUES TODA CRIATURA
ES CÁNTICO DE AMOR;
PUES TODA CRIATURA
ES CÁNTICO DE AMOR.

 

Oración

 

         Al contemplar, Señor, esta tarde la muerte del hermano Francisco danos la gracia de seguir a Jesús con el mismo anhelo que anidó en su corazón. Te lo pedimos por JCNS. Amén.

 

Lectura de 3 Cel 39

 

Deshecha en lágrimas  Jacoba, el vicario del Santo la hace entrar discretamente y, puesto en brazos de ella el cadáver de su amigo, le dice: "Helo aquí; ten después de su muerte al que has amado en vida". Con llanto más pronunciado aún y con lágrimas más ardientes, Jacoba lo abraza y besa entre sollozos y voces de lástima; levanta el paño que lo cubre para verlo, y contempla el vaso precioso en que se había escondido el precioso tesoro, y lo contempla enriquecido con cinco perlas; considera las cinceladas, que sólo la mano del Todopoderoso había verificado para asombro del mundo, y, no obstante la muerte del amigo, se siente envuelta en gozo desacostumbrado. Decide luego que no hay que disimular ni esconder por más tiempo el inaudito prodigio, sino ponerlo resueltamente a la vista de todos. Corren todos a porfía para admirar este espectáculo, y, llenos de estupor, comprueban y admiran que es verdad que Dios no hizo tal a nación alguna.

 

Reflexión: Sanador Herido

 

Hermano Francisco:

         Mucho se ha dicho y escrito sobre ti. Aún seguimos hablando y recordándote cada día. Fuiste, de verdad, una persona excepcional, un hermano querido, una luz entre la niebla, como dijo alguien. No nos cansamos de evocarte porque nos iluminas.

         Se han dicho cosas magníficas de ti, pero no se ha hablado demasiado de tus heridas, las que la vida te fue trayendo. Pensaron, quizá, que era rebajarte cuando, en realidad, tus heridas son tu corona, lo más vivo de ti.

         Tu herida profundísima del principio fue la guerra con Perusa. Quizá aún recuerdes el ruido sordo de la espada que manejabas entrando en el vientre de tu adversario. Perdiste esa guerra y, tras un año de prisión, volviste a Asís. Nunca serías el mismo. Aquella herida no se cerró nunca del todo.

         Y en los días iniciales fue una herida de hondo dolor el conflicto con tu padre. Os amabais, os amasteis siempre. Pero el evangelio te llevó a decirle: “Tengo otro Padre”. ¡Una puñalada en el corazón! Cuentan que acudiste a su lecho de muerte y que te recibió con una sonrisa. No lo sabemos.

         Y también fue una herida abierta la situación de la Iglesia. Para ti era algo querido, vivo, fraterno. Por eso, su desvarío y su ruina te pesaban, aunque no hubiera en tu actitud ni un atisbo de juicio.

         Tu sabiduría de pobre fue despreciada por los fieros guerreros de las cruzadas, aunque las muertes se contaran a millares. Fuiste, pacífico, al escenario de la violencia. Muchos piensan que aquello no sirvió para nada. ¿No sirvió para nada cuando el Papa Francisco y el gran imán Ahamad Al-Tayyeb firmaron su documento sobre “Fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”?

         La herida del sentido que se aloja en los pliegues del alma también te tocó. Hubo momentos en que parecía que querías echar la vista atrás y quitar la mano del arado. Entonces Clara, la valiente, fue tu gran apoyo, ella que no dudó ni un instante del camino que tú mismo habías marcado. Acogió tu herida sin hacer demasiadas preguntas.

         Y luego estuvo la peor de todas tus heridas: la herida de la fraternidad que tanto te hizo sufrir, sobre todo al final. Creías que todo se venía abajo, que el evangelio había sido una ilusión vacía. ¡Cómo te agarraste a la cruz! Volviste otro de aquel durísimo retiro del Alvernia. El sosiego había llegado a tu corazón y aunque la fuente de tus heridas seguía manando, la paz las envolvía con su abrazo.

         ¿Entiendes ahora por qué nos parece que tus heridas nos curan? Nos alejan de la violencia, nos descubren el amanecer del evangelio, dulcifican nuestra mirada a la Iglesia, nos orientan cuando el sin sentido roe el alma y, sobre todo, nos siguen mostrando que la fraternidad es nuestro tesoro.

         Gracias, hermano Francisco, por tus heridas. Nos curan, nos alientan, nos sostienen.

 

 

Oramos juntos (Oficio de la Pasión 6)

 

Oh todos vosotros los que pasáis por el camino, atended y ved si hay dolor como mi dolor.

Porque me rodearon perros innumerables, me asedió el consejo de los malvados.

Ellos me miraron y contemplaron, se repartieron mis vestidos y echaron a suerte mi túnica.

Taladraron mis manos y mis pies, y contaron todos mis huesos.

Abrieron su boca contra mí, como león que apresa y ruge.


Estoy derramado como el agua, y todos mis huesos están dislocados.

Y mi corazón se ha vuelto como cera que se derrite en medio de mis entrañas.

Se secó mi vigor como una teja, y mi lengua se me pegó al paladar.

Y me dieron hiel para mi comida, y en mi sed me dieron vinagre.

Y me llevaron al polvo de la muerte y aumentaron el dolor de mis llagas.

Yo dormí y me levanté y mi Padre santísimo me recibió con gloria.

Padre santo, sostuviste mi mano derecha y me guiaste según tu voluntad y me recibiste con gloria.

Pues, ¿qué hay para mí en el cielo? y fuera de ti, ¿qué he querido sobre la tierra?

Mirad, mirad, porque yo soy Dios, dice el Señor; seré ensalzado entre las gentes y seré ensalzado en la tierra.

15Bendito el Señor Dios de Israel, que redimió las almas de sus siervos con su propia santísima sangre y no abandonará a ninguno de los que esperan en él.

Y sabemos que viene, que vendrá a juzgar la justicia.

 

Gloria al Padre…

 

Signo

 

         (Se enciende un cirio y se pone en la pequeña repisa ante el gran dibujo del altar a la izquierda…Mientras se canta)

 

Canto

 

ROSAS DE SANGRE HAN FLORECIDO,
REVIVEN EN TU CUERPO LA PASIÓN,
FRANCISCO, EN AMOR ESTÁS HERIDO,
LAS MANOS, LOS PIES Y EL CORAZÓN......

Tus manos acogen a los pobres,
comparte su pan con el mendigo,
Y quiero también amar a todos,
ya puedes señor, cantar conmigo.....

ROSAS DE SANGRE HAN FLORECIDO,
REVIVEN EN TU CUERPO LA PASIÓN,
FRANCISCO, EN AMOR ESTÁS HERIDO,
LAS MANOS, LOS PIES Y EL CORAZÓN.....

 

Sembrando la paz, y bien caminas,
yo sembrador, iré a tu lado,
en tí el evangelio carne viva,
Y Cristo vez crucificado.....

 

ROSAS DE SANGRE HAN FLORECIDO,
REVIVEN EN TU CUERPO LA PASIÓN,
FRANCISCO, EN AMOR ESTÁS HERIDO,
LAS MANOS, LOS PIES Y EL CORAZÓN......

 

Bendición y despedida

3 comentarios

Fidel -

Propiedad

Pilar -

Gracias siempre, Fidel.
Tus palabras dan vida a mi vida.

Teresa -

Muy hermosa reflexión, en verdad, sobre las heridas de Francisco, “las que la vida te fue trayendo”; porque calan mucho más que las famosas y tan traídas llagas. Porque de estas, el resto de los mortales no sabemos, pero de aquellas, sí.

“Y también fue una herida abierta la situación de la Iglesia (…) su desvarío y su ruina te pesaban, aunque no hubiera en tu actitud ni un atisbo de juicio”. Otra petición para Francisco en la tarde de su muerte: un amor a la Iglesia como el suyo, sin juicio.

“Clara (…) acogió tu herida (la del sentido) sin hacer demasiadas preguntas”. Hay que amar mucho y bien para saber acoger así una herida tal. Por eso un amigo/a como Clara es un tesoro.

“Gracias, hermano Francisco, por tus heridas. Nos curan, nos alientan, nos sostienen”. Como las heridas de Jesús. Recitamos y meditamos que “nos han curado”. Sin embargo, nuestras heridas suelen convertirnos en enemigos peligrosos para los demás, que han de guardarse de nosotros. ¿Dónde está el punto de inflexión que las convierte en gracia para unos y veneno para otros?

Bellísima, la oración, contemplando a Francisco profundamente identificado con Jesús.