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FIAIZ

Ejercicios 2012

¡CUÁNTO HE DESEADO CENAR CON VOSOTROS! (Lc 22,15)

Las confidencias de Jesús. Retiro en 2012

         El tema de retiro de este año tiene que ver con el del año pasado (“La cena que recrea y enamora”). Allá decíamos que, incomprensiblemente, Jesús (y el padre) se autoinvita a la cena de su propia criatura. Y decíamos, así mismo, que él se contenta con servirnos en esa cena. Pero podemos dar un paso más: Jesús, en un momento dado, invitado o no, se sienta a nuestra mesa no solamente para escucharnos, sino también para hablar. Él quiere hablarnos desde el corazón en la mesa de la cordialidad y de la confidencia. Acercarse a un Jesús de trasfondos, de sensibilidad, de dinamismos, no tanto de perspectivas dogmáticas. Hay que hacer un esfuerzo imaginativo, anhelante. Si no, imposible.

            Pero queremos “construir” estas confidencias sin apartarnos del Evangelio. No se trata de “inventar” nada, sino de ahondar en el Evangelio desde un lado distinto. Creemos que esto puede ser provechoso para contribuir a un reverdecimiento de nuestra experiencia evangélica. ¿No ha de servir una semana de retiro para este fin?

            Este tipo de trabajo adquiere una posibilidad si lo enmarcamos en un ambiente contemplativo. Entendamos contemplación como silencio y ahondamiento. Silencio para dejar espacio a la confidencia de Jesús. Ahondamiento para mirar en la dirección de la profundidad de Jesús. No habríamos de pensar que la profundidad de Jesús nos es inaccesible cuando la nuestra propia nos es, con frecuencia, desconocida, al menos en parte. El anhelo, que es el Espíritu, puede ayudarnos en este empeño espiritual.

            En otro contexto, en el de la cena de Pascua (Lc 22,15), desvela Jesús sus tremendas ganas de cenar con sus amigos: “¡Cuánto he deseado cenar con vosotros en esta Pascua!”.  Esos deseos hondos los tiene intactos en esta cena que “recrea y enamora”. Y sus ganas son grandes porque quiere poner sobre la mesa de la amistad su corazón en toda su desnudez y su hermosura, en toda su calidez. Acojámoslo así, con similar amor, para que nos cautive su temblor y su brillo.

            El hacer este trabajo en marcos fraternos puede ayudarnos mucho. El silencio, la sencilla celebración, la evidencia de que estamos en una tarea común puede ser un apoyo útil para llegar al estremecimiento ante las confidencias de Jesús. Démonos a la tarea con buen ánimo.

 

1. La mía fue una vida tentada

a)      Texto: Mt 16,13-23:

“Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro dijo. Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos. Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle diciendo: Lejos de ti, Señor; de ningún modo te ocurrirá eso. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro.- ¡Apártate de mi, Satanás! Eres escándalo para mí, pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres”.

              Para hablar de la vida tentada de Jesús podríamos haber recurrido el clásico texto de Mt 4,1-11. Pero hemos preferido tomar este otro: Jesús acepta el testimonio de Pedro sobre su ser “Hijo de Dios vivo”. Eso se lo ha revelado el Padre. Pero le va a a mostrar su interior desvelándole cómo Jesús entiende y vive el ser “Cristo”, Mesías: ir a Jerusalén…padecer…ser muerto…resucitar”. Eso es lo que Pedro, que, aunque adherido a Jesús, no entiende los mecanismos del reino, rechaza: “Lejos de ti, Señor”. La contundente reacción de Jesús (“Apártate de mí, Satanás”) habla de la convulsión que anida en el corazón de Jesús y que el buen deseo de Pedro ha tocado: está tentado de poder, de fuerza, y por ello el camino que le muestra el Padre, camino aceptado, es duro y siempre está tentado de abandono.

 

b)      Confidencia:

            Siempre me habían inculcado, desde niño, que el Mesías que esperábamos estaría investido de fuerza y de brillo, que llegaría el día hermoso de la liberación de Israel echando del país al opresor. Por eso, cuando el designio del Padre apuntaba por los derroteros de la entrega, yo no lo entendía. Creía que ese no era el camino del Mesías, ni siquiera el camino de nadie que ansiara la dicha. Hablar de entrega me producía dentro una convulsión. Por eso, cuando mi familia (Jn 7,3-5), los discípulos (Jn 14,22) o la gente (Jn 6,15) querían hacer de mí el Mesías glorioso, huía de ellos ya que, en el fondo, yo también anhelaba la gloria. Muchas noches me levantaba al alba para verificar si el camino de la entrega era el correcto (Mc 1,35). Muchas veces subí al monte para dialogar con la Palabra, con el silencio, con el Padre sobre “lo que iba a ocurrir en Jerusalén” (Mt 17,1-8).

            Por eso, cuando Pedro quería alejarme del camino de la entrega, yo lo consideraba como un “Satán” para mí (Mc 8,33). Es que una parte profunda de mí pensaba y sentía como Pedro. Yo mismo era el peor Satán para mí. En la derrota del huerto lo reconocí con claridad: mi camino y el del Padre iban por lados opuestos (Mc 14,36). Aún no sé muy bien cómo pude aceptar el designio del Padre. Aún no entiendo cómo pude encajar con equilibrio la tentación del honor y la gloria. Todavía no comprendo cómo pude superar los empujones de la gente que me encumbrara en el trono de la gloria.

            La mía fue, sí, una vida tentada y, por ello, frágil, débil, al borde del abismo. ¿Podréis dar adhesión, amar, a uno que ha sido tentado tan a fondo, a uno que, con mucha dificultad encajó su propia tentación? A quienes de mí habéis hecho un Dios ¿no os resultará esto insufrible, disgustante, rechazable? Y, sin embargo, por esa razón, porque fui hondamente tentado, tendríais que perdonarme y amarme. Así tal vez entenderías mejor vuestras propias tentaciones y las verías con más benignidad y comprensión.

 

c)      Para orar:

Crepita la floresta y desmorona

toda su verde historia sin techumbre.

La savia en las cenizas se amontona

y el fuego no consigue hacerse lumbre.

 

Llama llevada por su propio viento,

pájaro azul, recado de la tarde,

arde bajo la fiebre el pensamiento,

toda la vida en ciega espera arde.

 

La carretera ya no es más camino.

Y este hijo del hombre, agobiado

por las voces del pueblo y su destino,

 

llama y ceniza al viento desolado,

va a celebrar su Pascua, sin más vino

que el mosto de la sangre derramado.

P. Casaldáliga

 

2. Me costó mucho ir a los paganos

a)     Texto: Mc 7,24-31:

24 Y levantándose de allí, se fue á los términos de Tiro y de Sidón; y entrando en casa, quiso que nadie lo supiese; mas no pudo esconderse. 25 Porque una mujer, cuya hija tenía un espíritu inmundo, luego que oyó de él, vino y se echó á sus pies. 26 Y la mujer era griega, sirofenicia de nación; y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio. 27 Más Jesús le dijo: Deja primero hartarse los hijos, porque no es bien tomar el pan de los hijos y echarlo á los perrillos. 28 Y respondió ella, y le dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos. 29 Entonces le dice: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija. 30 Y como fue á su casa, halló que el demonio había salido, y á la hija echada sobre la cama. 31 Y volviendo á salir de los términos de Tiro, vino por Sidón a la mar de Galilea, por mitad de los términos de Decápolis.

            Viajar “al extranjero” en aquella época era difícil. Que un judío lo hiciera por motivos ajenos al comercio, muy raro. Jesús va, impelido por la urgencia del reino. Se encuentra allí la posibilidad de que el reino agarra por causa de la necesidad humana. Ésta es vehículo para una correcta implantación de los valores del reino. Las razones religiosas no aparecen. Es una oferta desde la situación misma de los paganos.

 

b)     Confidencia:

            Vosotros lo sabéis tan bien como yo: a los judíos no se nos había perdido nada en tierra de paganos. Estaban, por nacimiento, destinados al infierno. Eso nos habían enseñado desde siempre y yo lo había aprendido como todos. La tierra de paganos era para nosotros una antesala de la gehenna. No íbamos allá más que para negociar. Por eso, se me hizo muy cuesta arriba cuando en mis noches de oración empecé a entrever que el designio del Padre que hace salir su sol sobre buenos y malos (Mt 5,45) también lo hacia salir sobre judíos y paganos.

            Me costó mucho ir a tierra de paganos a ofrecer el Reino. Los pies no me seguían; mi corazón se quedaba en la tierra de Israel cuando enfilaba a la región de Tiro y de Sidón. Los mismos discípulos no lo entendían: ¿qué pinta un Mesías en tierra de paganos? Les descolocaba cuando les decía: “Vamos al otro lado” (Mc 4,35). Y eso que los del “otro lado”, la Decápolis, eran medio paganos, gente de alguna manera vinculada a Israel, aunque de costumbres próximas a los gentiles. Eso les descolocaba. Imaginad cuando les dije: iremos a Tiro y a Sidón. Sus ojos se abrieron incrédulos y su corazón se llenó del agrio sabor del disgusto.

            Pero fuimos, porque, no sé muy bien cómo, yo intuía que eso hacía parte del Dios desconcertante que ama a quien no sabe distinguir “su mano izquierda de la derecha”, como dijo la vieja profecía (Jonás 4,11). Nada más entrar en el territorio de Fenicia, en un pueblo nos salió al paso aquella mujer gritona (Mc 7,24-31). Yo me hacía el loco, no la quería escuchar. Los mismos discípulos tuvieron que decirme que ya estaba bien de aguantar aquella tenaz queja, aquel lamento que, como un berbiquí, nos molía los sesos. Me salió automáticamente: “No está bien echar el pan de los hijos a los perros” (Mc 4,27). Lo desabrido de la frase tendría que haber sido suficiente para hacer desistir a aquella mujer inasequible al desaliento. Pero el amor por su hija puso una rápida respuesta en sus labios: “También los perrillos se comen la migas que tiran los chiquillos bajo la mesa” (Mc 4,28).

            Me desconcertó. No tuve más remedio que admitir, entre regocijado y confuso, que aquella era una fe “de las grandes” (Mt 15,28), difícil de encontrar en mis paisanos de Israel. Volvimos dando un rodeo por la Decápolis. Íbamos en silencio. Seguíamos sin aceptar que el Reino, nuestro sueño grande, fuera también para los paganos. Pero algún día aquella semilla sería la que fructificaría en una misión entre los paganos de consecuencias decisivas. ¿Podría esto ayudaros a desprivatizar el Evangelio, cosa que habéis hecho vinculándolo a una religión? ¿Sería el recuerdo de esta aventura suficientemente fuerte para soñar en una espiritualidad laica, propiedad de todos, más allá de los estrechos límites de una dogmática? ¿Seguís también vosotros con la vieja mentalidad de “tierra de Israel” u os habéis animado a comenzar el “viaje a los paganos”, el  viaje al corazón de toda persona?

 

c)      Para orar:

Te pongo aquí

rodeado de nombres: merodeo.

 

Te pongo aquí cercado

de palabras y nubes: me confundo.

 

Como un ladrón me acerco: tú me llamas,

en tus límites cierto, en

tu exactitud conforme.

                                       Vuelvo.

                                                     Toco

(el ojo es engañoso)

hasta saber la forma. La repito,

la entierro en mí,

la olvido, hablo

de lugares comunes, pongo

mi vida en las esquinas:

no guardo mi secreto.

                                      Yaces

y te comparto, hasta

que un día simple irrumpes

con atributos

de claridad, desde tu misma

manantial excelencia.

 

José Ángel Valente

 

3. Una certeza que nunca me abandonó

a)     Texto: Jn 16,32:

Mirad, se acerca la hora, y ya está aquí, de que os disperséis cada uno por vuestro lado y a mí me dejéis solo; aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

            Pocas veces abre Jesús las ventanas de su alma; esta es una de ellas. Él tiene siempre la certeza de que el padre sostiene su vida. Esa certeza se agudiza cuando las cosas no van bien, como ahora en el momento del abandono de sus amigos. La vida de Jesús sustentada por el padre es lo que le dio solidez, fidelidad, tenacidad, amor probado, estabilidad, sensatez dentro de la profecía, valor.

 

b)     Confidencia:

            Nunca tuve las cosas del todo claras. La luz para saber discernir el designio del Padre venía a rachas. Unas veces la cosa estaba clara (Mt 17,2), otras se oscurecía al límite (Mc 14,34). Pero, en cualquier caso, siempre tuve anclada en el corazón una certeza: “el Padre siempre estaba conmigo” (Jn 16,32). Puede ser que nos os parezca cosa decisiva, pero para mí era, a veces, la única tierra firme que pisaban mis pies, la casa segura donde me rehacía y encontraba ánimo.

            Quizá fuera porque mi vida estuvo amasada al desamparo y a una cierta soledad: mi familia no me apoyó (Mc 3,21), mi gente no fue un aliento (Mc 3,31), mis mismos discípulos se quedaban, a veces, lejos de mi alma (Mc 9,32). Algo me decía que el Padre siempre estaba ahí, que el suyo era un regazo al que podía volver cuando mordía la soledad.

            Sé que algunos de vosotros se han quedado desconcertados y hasta escandalizados de que, en la cruz, manifestara con tanta violencia el abandono de Dios (Mc 15,34). Sí, me vi abandonado, perdido, en una espantosa oscuridad. Se quebró la vasija de mi vida. Pero ahora lo sé: nunca el Padre estuvo más cerca de mi vida como cuando me creí abandonado. Nunca jamás sus caricias fueron más intensas que entonces; jamás lloraron tanto los inconmensurables ojos de Dios como cuando mi sangre se derramaba en aquel patíbulo. Ahora lo he sabido. Y el saberlo, acrecienta mi certeza, aunque entonces fuera noche cerrada.

            Aun me sosiega su presencia, aún me apacigua. Quizá vosotros no buscáis esta clase de remedios en vuestro tremendo frenesí moderno. Pero en esta clase de certezas anida la calma porque anida el amor. Alguno de vuestros poetas lo ha dicho: si confiarais atravesarías la vida con la tranquilidad de los grandes ríos. Eso me ha pasado a mí.

 

c)      Para orar:

Como se sentiría David
Al ver al gran Goliat parado frente allí?
Me imagino que tembló con ansiedad
Pero Tu mano le dio tranquilidad
 
Tú estabas allí
En lo difícil de hacer
Tú estabas allí, siempre
Cuando la batalla a veces es difícil de vencer
Oh siempre, Tú estabas allí
Siempre estabas Tú allí
 
Allí parado en un altar
Abraham su único hijo a sacrificar
Mas Dios en Su sabiduría lo detuvo
Y el sacrificio él le dio
 
Tú estabas allí
En la confusa oscuridad
Tú estabas allí, siempre
Cuando obedecer a veces es
Difícil de hacer
Oh siempre, Tú estabas allí
Siempre estabas Tú allí
 
¿Sería que yo todavía no he entendido?
Que lo que tienes para mí
Es lo que yo necesito hoy
Tú eres Dios y aunque
No te entendimos
Tú estabas allí
 
Inocente en una cruz
Preferías morir en vez de dejarnos
Sin Tu luz
Cada paso, cada lágrima caer
Me hace entender
Lo que tenías que hacer
 
Tú estabas allí
En tiempos de necesidad
Tú estabas allí
Siempre
Como el Padre,
Siempre allí.
 

Ana Laura 


4. Necesité de amigos

a)     Texto: Mc 3,13-14:

Subió al monte, convocó a los que él quería y se acercaron a él. Este constituyó a los doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, con autoridad para expulsar demonios.

            Más que una elección es una convocatoria: de Jesús es la decisión, de él viene el sentido. Convoca a quien quiere, por razones de amor, no de eficacia. El amor compartido hace que se acerquen, que compartan con él vida y destino. La primera razón de esta convocatoria es “para que estén con él”. La más básica necesidad de hacer comunidad, de tener relación humana, antes que necesidades de la misión. Luego, en segundo lugar, para hacer una obra de liberación, de “expulsión de demonios”, de ir transformando las ideologías opresoras en mentalidad servidora.

 

b)     Confidencia:

            Después los llamaron apóstoles e hicieron de algunos de ellos los cimientos de la Iglesia. Pero yo, no quería más que amigos y amigas que paliaran un poco el amargo cáliz que fue para mí la relación familiar en la última fase de la vida, aquella en que me dediqué a proponer la utopía del Reino (Lc 8,1-3). Quería y anhelaba “otra familia”, la de quienes entienden el designio del Padre (Lc 8,19-21). Pero, más a la base, quería paliar la herida de mi corazón herido, como el de tantos.

            Fueron tres años intensos de amistad honda, dura, herida, pero gozosa. Podría pensarse que acabó en un fracaso, pero no fue así, porque donde hay amor no hay fracaso. Y allí hubo amor. Su abandono fue el rostro de su fragilidad, no de su amor (Mt 26,56). Yo los escogí para que estuvieran conmigo (Mc 3,14), para hacer grupo humano, porque había descubierto, en mis ratos de oración y de silencio, que, como dice uno de vuestros pensadores, más allá de cualquier velo, el sentido de la vida, es vivir con y para el otro.

            Tuvimos momentos de sufrimiento (Lc 4,1ss), de perplejidad (Mc 2,16), de desamparo (Jn 16,32), pero también de gozo (Lc 10,26), de dicha (Lc 10,21), de intimidad (Mc 4,10-25). Sin ellos y ellas no habría podido entender el extraño modo de vida que me marcaba el Padre: de aldea en aldea ofreciendo la paradójica propuesta del Reino.

            Como dijo un historiador de la época, ellos me amaron desde principio (Josefo, AJ XVIII, 63-64). Eso les hizo aguantar el trallazo de la muerte y por eso dijeron que mi muerte afrentosa no había sido solamente una injusticia, sino que seguía vivo junto a ellos. Fueron amigos más allá de la salvaje herida del desarraigo y de la muerte. Su amor nunca se quebró. ¿Hace falta prueba mayor de amistad? Una vida sin amigos y amigas oscurece el sentido de lo humano. Por eso los necesité tanto, por eso los necesitáis tanto.

 

c)      Para orar:

Se necesita un amigo. 

No es necesario que sea hombre,
basta que sea humano,
basta que tenga sentimientos,
basta que tenga corazón.

Se necesita que sepa hablar y callar,
sobre todo que sepa escuchar.

Tiene que gustar de la poesía,
de la madrugada, de los pájaros, del Sol,
de la Luna, del canto, de los vientos
y de las canciones de la brisa.

Debe tener amor, un gran amor por alguien,
o sentir entonces, la falta de no tener ese amor.
Debe amar al prójimo y respetar el dolor que
los peregrinos llevan consigo.
Debe guardar el secreto sin sacrificio.
Debe hablar siempre de frente y
no traicionar con mentiras o deslealtades.

No debe tener miedo de enfrentar nuestra mirada.
No es necesario que sea de primera mano,
ni es imprescindible que sea de segunda mano.
Puede haber sido engañado,
pues todos los amigos son engañados.
No es necesario que sea puro,
ni que sea totalmente impuro,
pero no debe ser vulgar.

Debe tener un ideal, y miedo de perderlo,
y en caso de no ser así,
debe sentir el gran vacío que esto deja.
Tiene que tener resonancias humanas,
su principal objetivo debe ser el del amigo.
Debe sentir pena por las personas tristes
y comprender el inmenso vacío de los solitarios.
Se busca un amigo para gustar
de los mismos gustos,
que se conmueva cuando es tratado de amigo.

Que sepa conversar de cosas simples,
de lloviznas y de grandes lluvias y
de los recuerdos de la infancia.
Se precisa un amigo para no enloquecer,
para contar lo que se vio de bello y
de triste durante el día, de los anhelos
y de las realizaciones, de los sueños y de la realidad.

Debe gustar de las calles desiertas,
de los charcos de agua y los caminos mojados,
del borde de la calle, del bosque después de la lluvia,
de acostarse en el pasto.
Se precisa un amigo que diga que vale la pena vivir,
no porque la vida es bella, sino porque estamos juntos.

Se necesita un amigo para dejar de llorar.
Para no vivir de cara al pasado,
en busca de memorias perdidas.
Que nos palmee los hombros,
sonriendo o llorando,
pero que nos llame amigo,
para tener la conciencia de que aún estamos vivos
.

 

Vinicius de Moraes 

 

5. Conocí la alegría

a) Texto: Jn 16,19-23ª:

19Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo:

            -¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho “Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver”? 20Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.

21La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. 22También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría.

23aEse día no me preguntaréis nada.

            El discipulado no entiende el “irse” de Jesús (su muerte y resurrección) y sus decisivas consecuencias. Siempre reacios para comprender los mecanismos del Reino. Es en medio de esa zozobra donde se hace un anuncio de alegría. La alegría de Jesús está mezclada a la debilidad histórica, pero se sobrepone a ella. La imagen viva de la mujer que da a luz, su dolor intenso pero breve, es imagen de la vida misma, una vida en cuyas aguas procelosas puede sobrenada la alegría que nadie puede arrebatar.

 

b) Confidencia:

           A pesar de que nací en el grupo de los desheredados sociales, a pesar de que, en una sociedad del honor, el deshonor fue compañero hasta el final, a pesar de que las fauces de la pobreza nunca soltaron su presa, a pesar de todo ello, conocí la alegría. No lo han reflejado mucho los Evangelios porque nacen de un tronco cultural donde la alegría es casi siempre mirada de reojo, con suspicacia. Pero conocí la alegría, la que viene envuelta en amistad (Jn 11,5), en confidencia (Lc 7,36), en descubrimiento de la hermosura del otro (Mt 8,10).

            Conocí los estremecimientos del corazón (Jn 20,15), la alegría que se abre paso entre las lágrimas (Jn 11,35), el gusto dulce del abrazo y del beso (Mc 9,36). Oré con alegría (Lc 10,26), comí con alegría (Lc 15,1-10), canté con alegría (Jn 3,29). Es difícil que en la vida los pobres brote la alegría, pero en la mía sí que brotó, aunque fuera modestamente.

            Eso me hizo soñar y hablar de una alegría “inarrebatable”, que nadie puede quitar (Jn 16,22). Esa alegría es susceptible de mezclarse al sabor acre de las lágrimas y al desconsuelo pesado del corazón. Pero existe. Ahora me dedico a fomentar en las personas loa alegría que nadie puede arrebatar. Es tarea ardua, pero se consigue, porque hay personas que logran sonreír a través de las densas nubes de su mal. Ellos son sembradores de gozo tanto o más que yo, tenedlo por seguro.

 

c) Para orar:

 No habites esta tierra

como mero pasajero,  

como quien pasa una temporada  

en un lugar que no es suyo.  

Vive en el mundo  

como si fuera lo que es:  

la casa de tu padre, de tu madre,  

la casa común de unos hermanos.  

Confía en las semillas,  

en la Historia y su Futuro.  

Pero, ante todo, confía en las personas.  

Ama paisajes, máquinas, libros.  

Pero, ante todo, ama a las personas.  

Duélete con la rama seca,  

con el planeta que se apaga,  

con el animal herido.  

Pero, ante todo,  

combate las penas de las personas.  

Que todos los bienes terrenos  

te colmen de alegría.  

Que la sombra y la claridad  

te colmen de alegría.  

Que las cuatro estaciones  

te colmen de alegría...  

Pero que sean las personas  

-cada hombre, cada mujer- 

quienes, ante todo, te colmen de alegría.  

Que el interés de tus intenciones  

-y el destino de tus acciones- 

sea la alegría de las personas.

Y, ante todo, la de quienes la tienen perdida.

Confía, cree, espera...

en la mujer y en el hombre.

 

Luis Enrique Hernández

 

6. Mi vocación fue el pueblo

a)      Texto: Jn 1,24-27:

24Entre los enviados había fariseos 25y le preguntaron:

            -Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?

            26Juan les respondió:

            -Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros hay uno que no conocéis, 27el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que yo no soy quién para desatarle la correa de la sandalia.

            Es un texto de no fácil comprensión. Alude a la ley del levirato.  Un buen levir era el que se llevaba a casa a la mujer sola (viuda, por ejemplo) en tiempos en que ésta no era sujeto legal. Si no se lleva a la mujer, si no cumplía la ley, se le imponía una multa, se le escupía en el rostro y se le desataba la correa de la sandalia. A Jesús no ha habido que soltarle la correa porque ha sido un buen levir, se ha llevado a casa a la mujer sola, ha hecho suyo el sufrimiento de su pueblo. Un buen marido para el pueblo necesitado.

 

b)      Confidencia:

            Fue mi gran anhelo. No sé cómo lo descubrí, porque la vocación de una Mesías era siempre religiosa, aunque no estaba lejos del componente político. De cualquier manera yo descubrí que mi vocación era el pueblo y sus sufrimientos, su lado débil. Por eso quise escenificar el comienzo de mi andadura mesiánica con un escenario popular y de pecado (Lc 3,21).

            Era la mejor forma de decir que yo quería amparar al pueblo herido, a los ojloi que estaban en la orilla de los excluidos sociales. Me agrada cuando los Evangelios dicen que Juan el Bautista no es quién para desatar la correa  de mi sandalia, porque eso habría significado que no había sido un buen levir, que no me había llevado a casa a la mujer sola, al pueblo desamparado (Jn 1,27). No, yo fui un buen “marido” para el pueblo. Yo puse carne al sueño de la profecía vieja: “Tu tierra tendrá marido” (Is 62,2).

            Por eso me enternecía ante la gente, me daba pena su abatimiento social (Mc 6,34). Por eso cultivé y les ofrecí el mejor de mis sueños, un Reino para los pobres (Mt 5,3). Yo creía firmemente que las desventuras de los débiles sociales tendrían fin un día (Mt 10,23). Su sufrimiento no iba a ser para siempre.

            Me dolió que me abandonaran cuando vinieron mal dadas. Me dolieron sus palabras de exclusión y de muerte (Lc 23,21). Pero yo sabía bien que el pueblo es débil y manipulable, pero que es difícil arrebatarle su amor. Y puedo creer que el pueblo, la gente como yo, llegó a amarme. Por eso me recordarían después, por eso me recordáis ahora. 

 

c) Para orar:

Con un callo por anillo,

monseñor cortaba arroz.

¿Monseñor "martillo

y hoz"?

Me llamarán subversivo.

Y yo les diré: lo soy.

Por mi pueblo en lucha, vivo.

Con mi pueblo en marcha, voy.

Tengo fe de guerrillero

y amor de revolución.

Y entre Evangelio y canción

sufro y digo lo que quiero.

Si escandalizo, primero

quemé el propio corazón

al fuego de esta Pasión,

cruz de Su mismo Madero.

Incito a la subversión

contra el Poder y el Dinero.

Quiero subvertir la Ley

que pervierte al Pueblo en grey

y al Gobierno en carnicero.

(Mi pastor se hizo Cordero.

Servidor se hizo mi Rey).

Creo en la Internacional

de las frentes levantadas,

de la voz de igual a igual

y las manos enlazadas...

Y llamo al Orden de mal,

y al Progreso de mentira.

Tengo menos Paz que ira.

Tengo más amor que paz.

...! Creo en la hoz y el haz

de estas espigas caídas:

una Muerte y tantas vidas!

! Creo en esta hoz que avanza

- bajo este sol sin disfraz

y en la común Esperanza -

tan encorvada y tenaz!

Pedro Casaldáliga

 

7. Hice mío el sufrimiento ajeno   

a)      Texto: Mc 10, 46-52

Llegan a Jericó. Y al salir él de Jericó con sus discípulos y Una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a gritar y a decir: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Y muchos le reprendían para que se callase. Pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten compasión de mí. Se detuvo Jesús y dijo: Llamadle. Llaman al ciego diciéndole: ¡Animo!, levántate, te llama. El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús, preguntándole, dijo: ¿Qué quieres que te haga por ti? El ciego le respondió: Rabboni, que vea. Entonces Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía por el camino.

            En esto se halla la gran pregunta de la misericordia, del reino: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Jesús no se ha significado por grandes obras humanas, sino por su misericordia. Desde ella entiende la realidad de Dios y la de la persona. No hay para él nada más allá de ella. Por eso, el sufrimiento del otro fue para él su propio sufrimiento. Sus curaciones eran curaciones del alma, del sentido, de la justicia, de las raíces.

 

b) Confidencia:

            Uno de los vuestros lo ha dicho tajantemente: “El dolor ajeno nos constituye en sujetos morales”. Valoradme por mi respuesta al dolor ajeno. Si quitáis de mi vida el sufrimiento del otro, lo mío se reduce a cenizas.

            Por eso mismo no me eché atrás ante las lágrimas (Jn 11,33), anduve los caminos del dolor común (Lc 8,40-56), bebí el trago amargo de la muerte de otros (Lc 7,11-17). Puede pareceros una nadería, pero la gran pregunta que podía decir a los débiles era ésta: “¿Qué puedo hacer por ti?” (Mc 10,51). Veían que en lo poco que yo podía hacer se encerraba la mayor de las solidaridades. Quizá eso hizo que los débiles se me acercaran o que yo me acercara a ellos, más que las soluciones que podía aportarles que eran, en realidad, muy pequeñas.

            Me interesaron los enfermos (Mc 1,32-34), los poseídos (Mc 9,14-27), los heridos (Jn 5,1ss), hasta los mismos muertos (Jn 11): Hice mío su dolor de manera normal, con la solidaridad básica del amparo que se dan los pobres

            A pesar de todo y por ello mismo, tiene que quedar claro que lo que me a mí me interesaba, más que el sufrimiento y el pecado, era la dicha de las personas. Por eso, quise hacer ver que más allá del duro sufrir hay lugar para la dicha (Mt 5,3ss), y que esa dicha es para ahora mismo, sin esperar a postergaciones del más allá. Cuando la dicha asomaba entre las lágrimas, yo saltaba de gozo. Quizá la dicha sea imposible sin la solidaridad en la herida. Pero, no hay que olvidarlo, estamos hechos para la dicha, no para la pena y el trabajo. Así lo creo yo.

 

c) Para orar:

Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que mas siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tu eres el tesoro oculto mio,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.

F.G.Lorca

 

8. Me costó entender a un Dios menor

a)      Texto: Mc 5,21-43:

Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá. Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban.  Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.

            La mujer siempre “menstruante” representa un estado continuado de impureza. La curación de Jesús, curación social y religiosa más que sanitaria, la convierte en “hija”: ella, con todas sus limitaciones, con su género, con su vida, es hija como toda persona. La filiación no depende de la santidad, de la pureza, sino de la dignidad. Dios está del lado de la dignidad, del lado de la persona, sobre todo de aquella que sufre más las constricciones legales, religiosas o históricas.

 

a) Confidencia:

            Aunque mi religión, a la que amaba, también hablaba de un Dios menor a nuestro servicio (Os 11,12), no nos educaron para ello. Lo propio de Dios era el brillo, la gloria, como diría Ezequiel (Ez 10,18-19). Es cierto que había una gloria humilde, oculta (Sal 18), pero, normalmente, un judío soñaba con la gloria poderosa del Dios que brilla y se impone. Yo fui uno de los que así lo creyó. Por eso os digo que me costó entender a un Dios menor.

            Pero comencé a entenderlo cuando acompasé mi paso y mi vida a la de los menores de la sociedad, a los sin honor, a los desposeídos. Me daba cuenta de que el Dios que estos esperaban era tan menor que había mezclado su suerte y su futuro con el de ellos. Un Dios que no exige nada, que no demanda nada, que lo da todo. Se lo hice ver en parábolas tan entrañables como aquella del Padre que perdona siempre (Lc 15,11-32), o aquella otra de la generosidad extraña de Dios con los jornaleros de última hora (Mt 20,1-16).

            La mejor forma que tuve de mostrar la hermosa realidad de un Dios menor fue no catalogar a las personas como buenas o malas, sino creerlas siempre dignas. La dignidad creacional era la base de la manera de mirar que Dios tenía. Yo también lo hice así. Por eso, no tuve empacho en ofrecer el reino a pecadores (Mt 9,9-13), en sentarme a su mesa (Mt 11,19), en considerarlos personas dignas de amor (Mt 9,18-26). Si Dios las veía así, ¿cómo yo las iba a tratar de otra manera?

            A veces quería hacerlo ver a mis amigos y amigas de manera especial. No una, sino muchas veces lavé los pies a mis discípulos. Se les revolvían las tripas, a Pedro sobre todo. Para ellos era un desdoro que un Mesías se pusiera a lavar pies  (Jn 13,6-11). ¿Cómo iba a reclutar adeptos un Mesías tal? Pero yo les quería decir que no era yo quien les lavaba los pies, quien les servía, sino el Padre del cielo, el Dios menor que no puede mover una paja de sitio, pero que fundamenta el amor y la belleza.

            Me costó entenderlo, como les costó a mis amigos, como os cuesta a vosotros y vosotras. Pero quizá ahí se halla una de las claves de la verdadera espiritualidad evangélica, esperando aún que sea un camino ancho recorrido por los creyentes en el Dios que yo os propuse.

 

b)      Para orar:

Aunque sea un instante, deseamos

descansar. Soñamos con dejarnos.
No sé, pero en cualquier lugar
con tal de que la vida deponga sus espinas.

Un instante, tal vez. Y nos volvemos
atrás, hacia el pasado engañoso cerrándose
sobre el mismo temor actual, que día a día
entonces también conocimos.

Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho.

Así que a cada vez que este temor
el eterno temor que tiene nuestro rostro
nos asalta, gritamos invocando el pasado
-invocando un pasado que jamás existió-

para creer al menos que de verdad vivimos
y que la vida es más que esta pausa inmensa,
vertiginosa,
cuando la propia vocación, aquello
sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad
vemos que no era más
que un desolador deseo de esconderse.

 

Gil de Biedma y Alba, Jaime

 

9. A mí también me mordió la soledad

a)      Texto: Mc 14,43-50

Todavía estaba hablando Jesús cuando de repente llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una multitud armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos. 

El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo le dé un beso, ése es; arréstadlo y lleváoslo bien asegurado”. Tan pronto como llegó, Judas se acercó a Jesús.

—¡Rabbí! —le dijo, y lo besó.
Entonces los hombres prendieron a Jesús. Pero uno de los que estaban ahí desenfundó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja.  —¿Acaso soy un bandido[a] —dijo Jesús—, para que vengan con espadas y palos a arrestarme? Día tras día estaba con ustedes, enseñando en el templo, y no me prendieron. Pero es preciso que se cumplan las Escrituras. Entonces todos lo abandonaron y huyeron.

            Una multitud, el pueblo sometido a los dirigentes; se mencionan las tres categorías que constituían el Consejo. Judas deseaba que Jesús no rompiera la tradición que legitima la injusticia; el beso de Judas realiza el texto de Is 29,13. Intento de defender a Jesús con la violencia: no han orado, sucumben a la tentación. El prendimiento muestra la mala conciencia de las autoridades, que no se han atrevido a detener a Jesús en público. Defección de todos los discípulos, como había sido anunciado en 14,27: pero habrá un más allá después de la muerte.

 

b) Confidencia:

            Porque es cierto que tuve familia, amigos y amigas, personas cercanas que me acompañaron y me quisieron. Pero la soledad me mordía. Me levantaba por las mañanas “cuando todavía estaba oscuro” (Mc 1,35). No solamente era para rezar. También era para gritar al silencio mi propia soledad, las preguntas elementales y hondas, sin respuesta, del sentido de mis pasos.

            Me ayudó mucho descubrir que Dios tiene un “designio” (Mc 3,35). Vosotros le habéis llamado la voluntad de Dios. En nombre de ella, incluso, se han hecho disparates. Pero yo le llamaba el “designio”. Y creí que no era sino este: que todo lo creado viva en fraternidad, que la comunidad humana funcione como buena familia. La mía, como la vuestra, fue una época de violencias. ¿Cómo hablar ahí de buena relación, de familia, de tolerancia, de amor? El designio de Padre era ese: que todos seamos miembros de una sola familia, que miremos con ojos nuevos al otro y a lo otro hasta verlo como hermanos (Mt 23,8).

            Por extraño que parezca, darme a esa tarea me ayudó a encajar ni radical soledad. Cuando ese designio brillaba ante mis ojos, mi vida se hacía más ligera, levantaba los hombros con más facilidad. Cuando, debido a las heridas de los humanos, las mías y las ajenas, el designio se oscurecía, la soledad afilaba sus garras.

            Por eso creo que el secreto de una vida sosegada y dichosa, dentro de sus límites, es percibir con mirada profunda la hermandad que anida en todo lo creador. Algunos de los vuestros, como Francisco de Asís, han tenido una agudeza especial para mirar de ese modo.

 

c) Para orar:

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, 

déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de
piedras verdes en la casa de la noche, déjate
caer y doler, mi vida.

Alejandra Pizarnick

 

10. Creí en la posibilidad de una nueva relación

a) Texto: Mt 6,25-34:

Por eso os digo, no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida? Y por la ropa, ¿por qué os preocupáis? Observad cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan; pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de éstos. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? Por tanto, no os preocupéis, diciendo: "¿Qué comeremos?" o "¿qué beberemos?" o "¿con qué nos vestiremos?"Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis todas estas cosas. Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.  Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas.

            Se explica el segundo miembro de la primera bienaventuranza (5,3), cómo se manifiesta el reinado de Dios sobre los que hacen opción de pobreza. La preocupación por lo material cuando es única y central despista. El Padre es generoso con sus criaturas, ése es el argumento que sostiene el sueño del reino. Por eso, la preocupación prioritaria es que sea realidad la justicia del reino, la fidelidad a Dios que se muestra en la fidelidad a la persona. Vivir en el presente sabiendo que no faltará en el mañana la solicitud del Padre.

 

b)      Confidencia:

            Si me hubieran preguntado si entraba en mis planes fundar una nueva religión les habría mirado sorprendido, no les habría comprendido: ¿para qué quería una nueva religión si ya tenía la mía, a la que amaba, a la que, si la fustigaba, era porque, a mi parecer, no iba por donde debía? No necesitaba una nueva religión; lo que se dice necesitar, quizá no necesitemos de ninguna religión, aunque los humanos no sepamos cómo vivir sin ellas. Pero sí era necesaria una nueva relación, la del amor total, la del amor asimétrico (Jn 13,34-35).

            Ese amor era el que yo quería para mi propia religión (Mc 7,14-23) e incluso para los paganos (Mc 7,24-31). Si ese amor triunfaba, era posible el reinado de Dios. Si ese amor fracasa, mi vida no habría valido de nada.

            La nueva relación fue mi sueño más querido. Le llamé “reinado de Dios”, para indicar el nuevo orden al que en el fondo aspiraba. No os extrañe que eso era lo que había que buscar con ahínco y que el resto de la vida, por importante que sea, vendría “por añadidura” (Mt 6,33). Alguno de vosotros ha ironizado con esa frase y le ha dado la vuelta diciendo “procuraos primero comida y vestimenta, y se os dará por sí mismo el reino de Dios” (Hegel). Pero yo sabía que esto no era así, que siendo imprescindible la comida y la vestimenta el anhelo del Reino, el sentido de la vida, es decisivo para los humanos.

            Por eso, quien me entiende bien ha de estar más preocupado por el futuro del sueño del reino que el futuro de la religión. Y quien no se sienta preocupado, ilusionado, buscador, anhelante de mi sueño del reino es que ha renunciado a lo mejor de mí mismo. Y entonces, ¿qué sentido tiene seguirme?

 

c)      Para orar:

Quisiera un canto

que hiciera estallar en cien palabras ciegas
la palabra intocable.
Un canto.
Mas nunca la palabra como ídolo obeso,
alimentado
de ideas que lo fueron y carcome la lluvia.

La explosión de un silencio.

Un canto nuevo, mío, de mi prójimo,
del adolescente sin palabras que espera ser
nombrado,
de la mujer cuyo deseo sube
en borbotón sangriento a la pálida frente,
de éste que me acusa silencioso,
que silenciosamente me combate,
porque acaso no ignora
que una sola palabra bastaría
para arrasar el mundo,
para extinguir el odio
y arrasarnos
...

 

José A. Valente

 

11. Cuestioné lo incuestionable

a) Texto: Mt 5,17-19:

En aquel tiempo dijo Jesús: "No penséis que yo he venido a poner fin a la ley de Moisés y a las enseñanzas de los profetas. No he venido a ponerles fin, sino a darles su verdadero sentido. Porque os aseguro que mientras existan el cielo y la tierra no se le quitará a la ley ni un punto ni una coma, hasta que suceda lo que tenga que suceder. Por eso, el que quebrante uno de los mandamientos de la ley, aunque sea el más peque­ño, y no enseñe a la gente a obedecerlos, será considerado el más pe­queño en el reino de los cielos. Pero el que los obedezca y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado grande en el reino de los cielos.

            La misión de Jesús no es echar abajo el AT, la profecía del reinado de Dios, sino dar cumplimiento a esa promesa. La Ley tenía por eje el éxodo de Egipto y la entrada en la tierra prometida. El éxodo definitivo comenzará con la muerte de Jesús y quedará abierto para toda la humanidad. De ahí la necesidad de practicar las bienaventuranzas que reemplazan a las antiguas normas. Es insuficiente el legalismo para ir a la raíz. Si ese legalismo se interpone, es preciso cuestionarlo.

 

            b) Confidencia:        

            Esto fue lo más duro, lo que me acarreó la ruina. No fui un cuestionador por principios, por mero inconformismo, por deporte. Cuestionaba por amaba. Sí, cuando cuestionaba las costumbres religiosas de mi pueblo, lo hacía porque amaba unas costumbres que hubieran debido tener como centro a la persona (Mc 7,1-13).

            Cuando cuestionaba a las autoridades, lo hacía no porque tuviera una mentalidad anárquica y adespótica, sino porque sentía en mis carnes de hombre del pueblo la opresión que sufrían los pobres del pueblo. Por eso mismo proponía que se alejaran de las instancias políticas que esquilman a los pobres (Mc 12,13-17).

            Cuando cuestionaba el sábado, no era porque no lo amase, sino porque se había puesto por encima del bien de la persona en necesidad, y eso era más de lo que podía tolerar mi corazón que había echado su suerte con los pobres de la tierra (Mt 12,1-8).

            Cuando cuestionaba el templo, no lo hacía porque no lo amara. No, en él yo sentía el mismo gozo que sienten todos los israelitas nada más pisar sus umbrales (Sal 54). Cuestionaba su instrumentalización y, sobre todo, su inicuo mercado, en manos de las grandes familias que hacían su “agosto” en la semana sagrada de la Pascua (Jn 2,13-22).

            Incluso al cuestionar a Moisés, el fundador de nuestra religión, un hombre bueno, el más humilde de los hijos de los hombres, aquel a quienes los israelitas amargaron el corazón por su terca oposición, no lo hacía por oponerme a él, sino por hacer ver que el tiempo de gracia que yo representaba era un paso más allá de Moisés en la línea del amor (Mc 10,1-12).

            No me entendieron; interpretaron mis cuestionamientos como una destrucción y ese vendaval me llevó a mí por delante. Pero, ya lo digo, mi intención era ampliar los horizontes de la vida, caminar más lejos en la dirección del amor, abrir cauces nuevos a la experiencia espiritual, aumentar el caudal de dicha de los humanos. Porque mi verdadera preocupación es que fuerais más felices. No otra.

 

            c) Para orar:

Puedo darte mas aun

de este amor que por ti siento
puedo bajar del firmamento
luceros y bellas estrellas
llenarte de primaveras
de flores, lluvias y vientos
y podré morir contento
cuando se agote la aurora
de mis tantas y tantas horas
pensándote en mis adentros.

David F.F.

 

12. Nunca dejé de amar

a) Texto: Mt 11,25

         En aquella ocasión exclamó Jesús: -Bendito seas, Padre, Señor del cielo y tierra, porque si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien.

            Los doctos no entienden la obra de un mesías humilde, pero sí las personas sencillas. Es la ausencia de todo interés torcido la que permite discernir el plan  de Dios. Los sabios y entendidos inutilizan su ciencia por sus intereses mezquinos. Jesús disfruta con los sencillos que entran en modos humanos en el paradigma del reino.

 

b) Confidencia:

            De esto estoy cierto y así me gustaría que me entendierais: siempre os amé. Como la antigua Sabiduría, mis delicias erais vosotros (Prov 8,31), por más que, a veces, llegarais a irritarme hasta provocar en mí miradas de ira (Mc 3,5).

            Siempre amé a mi familia, aunque yo veía que sus intereses estaban puestos en las ganancias que pensaban sacar de mis pobre signos de cercanía a los débiles (Jn 7,3-5). Con el tiempo, lograrían entrar en los mecanismos humildes, despojados y generosos del mi reino.

            Siempre amé a mis discípulos. Por eso quise que estuvieran conmigo (Mc 3,13). Nunca los despedía, aunque tuviera motivo para ello (Mc 6,30-34). Los eché en falta en mis horas de gran soledad (Mc 14,43-52). Por eso, fue un gozo encontrarme con ellos en esa otra dimensión que llamáis resurrección (Jn 21,1-14).

            Siempre amé a la gente de mi pueblo, de mi humilde aldea, aunque no me entendieran, aunque tuviera que exilarme al vecino pueblo de Cafarnaún (Mt 9,1). Eran pobres de solemnidad y querían sacar partido de mí. Lo entiendo. Pero fue a ellos a quienes anuncié el “año de gracia” como mejor regalo para los que me vieron nacer, crecer y vivir con ellos (Lc 4,1ss).

            Amé a las personas espirituales, a los mismos fariseos que, a veces, me defendieron (Lc 13,31-35). Amé alas autoridades, por extraño que os parezca, y mi forma de amar fue la censura a sus desvergüenzas para con los pobres (Lc 22,24-27).

            Amé a los paganos, aunque fuera esto muy difícil para un judío, porque desde niños nos habían enseñado que estaban destinados al infierno. Pero yo vi en ellos la humanidad y la fe que anida en el fondo de toda persona (Lc 7,1-10).

            Pero, sobre todo, amé a los pobres, a las viudas, a los marginados, a los estigmatizados, a los ojloi, a los habitantes de los caminos, a los desolados, a los desplazados. El corazón se me iba detrás de ellos y disfruté con ellos. Las comidas que tuve con ellos fueron una delicia y sus caminos compartidos un aprendizaje. Mi vida sin ellos, no tendría ningún sentido. A ellos fui enviado y con ellos maduré mi vida y mi fe. Les debo mucho, más que ellos a mí (Mt 11,25).

            Si algo puedo decir de mi vida es que nunca dejé de amar y que la dura muerte me encontró amando, aunque mi desconsuelo fuera grande. Cuando el Padre me acogió comprendí que no me había equivocado.

 

c) Para pensar:

 

Porque morirse está dentro del orden natural de las cosas no me da miedo morir. Me da miedo no vivir, no permitirme sentir la brisa de la tarde, la mirada profunda y enigmática de un gato, la risa sin sentido, las lágrimas de desilusión. Me da miedo no tener valor para vivir, no entender que si la muerte es segura, la vida entonces es un regalo que debo gozar hasta el último instante. Comer lo que me guste, amar a quien yo quiera, dejar que la vida me toque el alma, sentir el dolor y la angustia, nadar contra corriente y a veces simplemente no moverme. Vivir, reír, amar, todo con intensidad, nada a medias, como entendiendo -por fin- que el mañana no existe. Quiero que la muerte me encuentre riendo, amando, sintiendo, saboreando, tan feliz y plena que por un segundo se sienta arrepentida de tener que llevarme. No me da miedo la muerte, me da miedo estar muerta en vida

 

Conclusión

            Si estos días han sido de un acercamiento cordial al interior de Jesús, hemos dado un paso valioso.

            Si la Palabra ha sido una casa de amparo y una nueva luz en los caminos personales, también hemos acertado.

            Si el silencio y la contemplación han reconfortado el corazón y han dado fuerza al alma, también hemos conseguido algo importante.

            Si hemos vuelto a comprobar que la fraternidad nos puede ayudar en el camino de la fe y en la construcción de la espiritualidad, hemos acertado.

            Demos gracias al padre, a Jesús y a los hermanos/as.

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