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Retiro en la Navidad de 2013

 

Retiro en la Navidad de 2013          

 

 

LO INMENSO EN LO PEQUEÑO

PUEDE ENCONTRAR MORADA

 

            Cada vez que uno se pone conscientemente ante el Misterio ha de aquietarse, ha de hacer silencio por dentro, tiene que aguzar la mirada interior, esa que capta intuiciones y alimenta anhelos. Ponerse limpiamente ante el Misterio, sin intentar penetrar en él y sin poner tampoco trabas que no son misterio. Estar ante el “misterio abrupto” de la Navidad (U. von Baltasar). Abrupto porque es misterio de hondura y de pobreza; difícil porque trata de cómo lo nuestro, tan pobre, es morada suya.

         Precisamos cada Navidad hacer este trabajo de ahondamiento para que el ruido social de las fiestas no ahogue, también en nosotros, la hermosura de lo que quiere sugerirnos el Misterio. Tan somos tan despistadizos que cualquier cosita nos desvía del lugar del Misterio. Mucho más si eso está consagrado y apadrinado por una sociedad que respira, en su gran mayoría, otros aires.

         ¿Cómo nombrar a ese Jesús del Misterio? ¿Cómo acercarse a aquello que nos es muy difícil de asimilar porque, a la postre, es el misterio de la pobreza con Dios dentro? ¿Cómo hacerlo de manera que nos ilusiones hoy? Los modos tradicionales de entender la encarnación, modos de origen dogmático, aunque cordialmente aceptados quizá hayan perdido su capacidad de sugerencia y, con ello, su fuerza para renovar en nosotros el estremecimiento del Misterio. Si así fuera, habría que intentar otras maneras de nombrar al Jesús que es carne, a Dios que es carne por amor.

         Eso es lo que vamos a intentar con el deseo de experimentar en modos más vivos aquello en lo que creemos.

 

 

 1. “Dentro de mí”

 

         El poeta Eloy Sanchez Rosillo nos ha dado en su libro Oír la luz (Ed. Tusquets, Barcelona 2008, p.137) un hermoso poema que nosotros leemos desde la perspectiva del misterio de la encarnación. Es la luz de quienes ven más hondo y más sutilmente que nosotros:

 

Lo que mis ojos ven

y lo que sueño,

la luz de cada día,

la extensión de las noches, 

el misterioso amor

y el largo olvido, 

todo el dolor

y toda la alegría. 

En un solo pecho

cabe el mundo. 

Lo inmenso en lo pequeño

puede encontrar morada,

y aún sobra mucho espacio.

 

  • Lo que ven mis ojos y lo que sueño: eso es lo que encierra el misterio: la pobreza del Jesús histórico que “hemos visto” (1 Jn 1,1) y lo que hemos soñado de él, su hondura creyente, porque a ella tiende nuestra adhesión. Las dos cosas van juntas.
  • La luz de cada día y las extensiones de las noches: todo el vivir, respirar, y hacer de Jesús: sus días entregados y sus noches  de fuerte acercamiento al secreto del padre.
  • El misterioso amor y el largo olvido: el amor apasionado con que ha amado esta vida y el increíble olvido del agravio que le ha llevado a darse por entero.
  • Todo el dolor y la alegría: porque ambas cosas han cabido en el ser histórico de Jesús y en su ser creyente. Su dolor y su alegría e, incluso, muchos de nuestros dolores y alegrías.
  • En un solo pecho cabe el mundo: en aquel pecho humano, limitado, destinado a la muerte cabía, de hecho, todo el mundo. Por eso podía derrochar misericordia y empatía con todos; los llevaba dentro.
  • Lo inmenso en lo pequeño puede encontrar morada: esa es la verdad del Misterio: que lo inmenso, el amor inabarcable del padre, puede encontrar morada en lo pequeño de aquel Jesús pobre y de su pobre familia.
  • Y aún sobra mucho espacio: el suficiente para que todo siga entrando a esa casa del misterio del amor que anida en el fondo de la existencia.

 

2. La luz de la Palabra: Mt 1,21.23

 

“Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados… Se le pondrá por nombre Emmanuel (que significa “Dios con nosotros”) (Mt 1,21.23)”.


         Son los nombres que, según Mateo, se impondrán a Jesús. Los nombres tienen en la antropología hebrea una densidad que no tienen en la nuestra (que son casi meramente ornamentales). Indican algo de la entidad de la persona a quien se nombra así.

  • Jesús: nombre que llevaban muchas personas en aquella época. Indica el anhelo de salvación que Israel ha madurado a lo largo de siglos. Es salvación “para su pueblo”, es decir, para Israel. Tiene un indudable componente nacionales, mesianista. Un Jesús al que se entiende como salvador de Israel nada más, en el sentido exclusivista de las religiones. Jesús mismo tendrá que luchar en su vida contra la cerrazón mesiánica de sus discípulos y contra la suya propia para ampliar el nombre de Jesús a toda persona, para fundar la nueva relación que luego llamaría “el reinado de Dios”.
  • Emmanuel: nombre que “corrige” el anterior porque lo amplía. Jesús revelará que Dios Emmanuel, es decir, que es el fundamento del ser, la base de la existencia, la verdad última de toda criatura, la certeza de la presencia de Dios a perpetuidad en el fondo de lo humano (como luego dirá Jn 14,23). Las personas, la creación incluso, como decía san Francisco, pueden tener por segura la salud por el hecho de un que se revela en la pobreza y hermosura de Jesús. 

 

3. Nombrar a Jesús en otros modos

 

         ¿Cómo nombrar a Jesús en otros modos que los de la tradición dogmática, aunque sigamos valorándolos? ¿Cómo decir lo que hay dentro de Jesús en maneras que nos cautiven un poco más, que nos han valorar con un brillo nuevo en la mirada eso que decimos desde siempre, que en Jesús aparece lo divino? Intentémoslo:

  1. 1.    Jesús, presencia fiable de Dios en la historia: Porque el rastreo de Dios en la historia ha generado mil fantasmas en torno a él hasta llegar a decir que “Dios no es de fiar” (Saramago, mirar Caín¡¡¡¡¡¡¡¡). Sin embargo, de Jesús podemos fiarnos por respuesta positiva ante el dolor humano. Su conmoción por lo nuestro es garantía de su fiabilidad (Mc 6,30-34).
  2. 2.    Jesús, acompañamiento de Dios en el camino humano: Por él sabemos que no estamos solos, que “nuestra tierra tiene marido” (Is 62,1-5), que es nuestro buen levir que nos ampara (Jn 1,27). Una historia acompañada: es la nuestra; lo sabemos por el acompañamiento de Jesús inserto en la base de lo humano (Jn 14,23).
  3. 3.    Jesús, el que nos introduce en el Misterio: En ese misterio que es “no otro” y que no tiene límites. Por su ahondamiento en los caminos de la espiritualidad (la oración, la Palabra, el dolor humano, la preocupación por la suerte de los pobres) sabemos que nos lleva bien hacia el Misterio.
  4. 4.    Jesús, disponible para el bien: Porque la bondad, ideal divino, ha brillado de manera eximia en Jesús que pasó haciendo el bien, que creía en un Dios bueno para todos y que propuso a quienes ejercen la bondad como ciudadanos ejemplares del nuevo reino (Mt 5,45; Hech 10,38).
  5. 5.    Jesús, habitante de la profundidad: Porque la profundidad, la verdadera dimensión de lo que somos (en lo bueno y en lo no tan bueno) es el lugar donde él ha puesto su morada. Y, según el argumento de P. Tillich antes citado, porque sabe de la profundidad, sabe también de Dios. En la profundiad del corazón está la verdad de Dios y de la persona (Mt 15,18).
  6. 6.    Jesús, puerta para la experiencia de Dios: Porque muchas son las puertas que llevan a los umbrales del misterio, a la experiencia viva de lo divino. Para el cristiano Jesús es esa puerta que ayuda a franquear lo que la religión considera inaccesible (Jn 10,7). Es puerta que no excluye, sino que abraza y valora las otras puertas.
  7. 7.    Jesús, miembro luminoso de la comunidad de Dios: Con una luz que es capaz de iluminar la senda de lo humano. Es luz en el mundo y para el mundo (Jn 8,12). Tampoco excluye a las otras luces. Es, más bien, luz humilde y menor, pero utilísima y animadora.
  8. 8.    Jesús, eliminador de barreras hacia la total fraternidad: Ya que la historia humana es un continuo elevar barreras a la fraternidad, a la relación, al entendimiento. Jesús es uno que, a su manera, ha tendido a eliminar barreras, a hacer de “los dos pueblos (de toda variedad social) uno” (Ef 2,14). De ahí que una visión de lo cristiano que mantenga viva la barrera de la religión es algo que se aleja del Evangelio.
  9. 9.    Jesús, camino hacia la profunda humanidad: Porque esa ha sido la meta de su descenso, de la kénosis que da sentido a su existencia histórica (Filp 2,6-11). Eso marca la dirección de la experiencia cristiana: ahondar huyendo de la superficialidad hasta dar con la verdad última que anida en los pliegues profundos del alma.
  10. 10.                      Jesús, que hace innecesaria la distancia entre lo humano y lo divino: Como queda claro en el Evangelio al poner como absoluto único no el de Dios, sino el de la persona. No es el “amor más grande” el amor a Dios sino el de quien entrega su vida por amor (Jn 13,18).
  11. 11.                      Jesús, seguridad que nos confirma en la posibilidad de lograr la plenitud: Ya que la dura experiencia histórica lleva a pensar que el logro de la plenitud es una quimera. Pero Jesús confirma a la persona que está destinado a la dicha y que su mayor pecado sería no lograrla. Por eso el suyo es un programa de felicidad (“Dichosos”).
  12. 12.                      Jesús, facilitador de vida: Por lo que la religión no puede ser un impedimento más en la vida sino un cauce facilitador. Eso ha demandado a Jesús una fuerte resituación del planteamiento religioso: allí donde hay conflicto en religión y persona, Jesús opta por la persona asumiendo con valentía el conflicto (Mt 12,1-8). Su propuesta es “ligera”, tiende a facilitar al máximo los duros caminos de los pobres (Mt 11,30).
  13. 13.                      Jesús, revelador de la fuente del ser: Porque sin ser la fuente del ser ha sido un revelador prístino de esa fuente diciendo que se ha quedado en él (Jn 1,32) y en toda persona (Jn 14,23), en toda realidad. Por él sabemos los cristianos que tal fuente mana aunque, al ser gentes de superficie, no la percibamos e, incomprensiblemente, traicionemos al ser.
  14. 14.                      Jesús, profeta de la plenitud del mañana: Ya que la pregunta por ese lugar que llaman el “mañana” surge en la vida de los débiles (E. Dickinson). Y Jesús no ha anunciado doctrinas, ni leyes, ni morales, ni religiones, sino “un nuevo amanecer”, un posibilidad en las manos (Hech 26,23).

 

4. Caminos de ahondamiento en el Misterio

 

         Son caminos que el ambiente social no propicia mucho, pero que si se está atento, tampoco son tan difíciles y ya los vamos experimentando desde hace años:

  • El camino del silencio deseado: no impuesto, sino deseado, buscado, personalizado. Navidad es buen tiempo para el silencio, porque el silencio fue el envoltorio encarnacional en los días de su nacimiento y sigue siendo ahora una puerta al Misterio.
  • El camino del compartir sencillo: no solamente la mesa, la liturgia, la oración, al fiesta. También la palabra: hablemos algo de la navidad como misterio de pobreza y alegría. Confiémonos nuestros itinerarios personales.
  • El camino de la cercanía al débil: al que le cuesta más celebrar por lo que sea, a quien está más frío, más solo, más despegado, a quien pasa ya de estas cosas porque las tiene sabidas. Estar ahí diciendo con sencillez y con pocas palabras que el misterio sigue siendo atrayente si lo mira con ojos vivos.
  • El camino de la Palabra rumiada: porque Navidad es tiempo bueno para rumiar la Palabra, la “carta de la Encarnación y del amor” que es la 1 Jn. Tiempo para hacer más sitio a la Palabra.
  • El comino de la contemplación creacional: porque aunque es invierno, la creación sigue siendo hermosa, la hermosa tierra que acogió a Jesús como nos acoge a nosotros. Mirar la tierra, tocarla, besarla, abrazarla, llamarla hermana y madre.
  • El camino de la música profunda: la sencilla música que puede ser nuestro canto y que se prepare mejor que en otras ocasiones. O la gran música que podemos escuchar en el tocadiscos: el Mesías de Händel, siempre hermoso o el “Oratorio de Navidad” de Bach, enorme como toda su música religiosa.
  • El camino de la sencillez que comparte: la de quien sabe celebrar y la de quien sabe compartir porque, a la vez que mira el Misterio, mira su prolongación en el misterio humilde la vida de quien anda en necesidad, como la anduvo Jesús y su familia.

 

Conclusión

 

         No hemos de temer acostumbrarnos a celebrar la Navidad “de otra manera”. No es menos disfrutante que la que nos quiere contagiar el hecho social. Tiene otros gozos, otros valores, otras sensaciones, otros escalofríos. Pero, a la larga, puede ser mucho más satisfactoria. Asomarse al Misterio es, de alguna manera, contagiarse del Misterio.

 

 

Fidel Aizpurúa Donazar

1 comentario

ana hilda -

Gracias padre, excelente enfoque y reflexión sobre el Misterio de la Encarnación de Jesucristo. Compartí el retiro con mis campesinos. Ellos que solo conocen el cansancio de sol a sol nos evangelizan.