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FIAIZ

Triduo san Antonio

 

LA AUDACIA PROFÉTICA DE LA PREDICACIÓN

DE SAN ANTONIO DE PADUA

(Tres reflexiones para un triduo a san Antonio)

 

            Las reflexiones que vamos a ir haciendo en este triduo de preparación a la fiesta de san Antonio podrían llevar un título común para los tres días: LA AUDACIA PROFÉTICA DE LA PREDICACIÓN DE SAN ANTONIO DE PADUA. De eso queremos hablar. Resulta que nosotros conocemos un san Antonio, sobre todo el de los milagros, el cercano a la necesidad humana y engendrador de una gran devoción popular. Eso, lo sabemos, tiene cosas valiosas y otras más cuestionables. Pero nosotros este año queremos hablar del otro san Antonio, más desconocido para el gran público, pero presente en su vida y sus escritos. Sería el san Antonio social, el de alto componente profético, el lector crítico de la realidad que le rodea, el predicador a favor de la justicia. Como decimos, eso está en las fuentes. 

 

1. Cuando la mentira se vende como verdad (11 de junio)

 

a) La palabra del Evangelio: Mt10,7-13

 

            Hemos escuchado la palabra del Evangelio, las orientaciones que Jesús da a sus discípulos para hacer la misión. Ha de ser una misión hecha desde la generosidad que cura (curad enfermos), desde los trabajos por restaurar a las personas (echad demonios), desde la osadía por estar con quienes el sistema desecha (limpiad leprosos), desde los trabajos infalibles por crear vida (resucitad muertos). Además, es una misión que tendrá que hacerse en modos de total generosidad (dadlo gratis), en un despojo confiado (ni  oro, ni plata, ni calderilla), en modos alejados de la consideración social (dos túnicas, sandalias con las que firmar contratos) y en maneras pacíficas (sin bastón, que es un arma). Y, sobre todo, ha de ser una misión de paz: Este texto impresionó tanto a Francisco de Asís que lo constituyó, tal cual, en uno de los capítulos de su regla: así han de ir los hermanos por el mundo. Antonio de Padua fue uno de aquellos que marcharon de esta manera. Por eso, no nos ha de extrañar que predicara desde la verdad evangélica y que fustigara la mentira vendida como verdad.

 

b) La palabra de san Antonio 

 

Recibida de su  provincial la misión de evangelizar, escribe el primer biógrafo, «comenzó a recorrer ciudades y castillos, aldeas y campiñas, diseminando por doquier la simiente de vida con generosa abundancia y con ferviente pasión». En Antonio, como en Francisco,  predicaba la persona y la vis profética de su mensaje. Ofrecía la vida con la fuerza y el vigor de los profetas verdaderos.

 

A través de sus sermones, escritos mucho tiempo después de haberlos predicado y para destinatarios cultos, es difícil hacernos una idea de lo que fue la predicación de Antonio. Ha sido proclamado Doctor Evangélico por Pío XII. «Heraldo del Evangelio» es el apelativo que le da muchas veces el primer biógrafo. Un heraldo evangélico es, ante todo, un testigo y un enviado, un profeta. En esos mismos sermones, Antonio traza repetidas veces los rasgos del auténtico predicador: es un enviado, un simple portavoz, ministro de la Palabra, la cual posee eficacia en sí misma; ha de basarse siempre en la Palabra de Dios, estudiada, meditada, asimilada;  el predicador ha de predicarla primero a sí mismo y después a los demás, nunca en nombre propio, sino siempre en nombre de Dios. Se puede ser predicador eficacísimo también callando…

 

Pero, de una u otra manera, y como Jesús, el hombre del Evangelio ha de ser testigo de la VERDAD, mártir de su propio mensaje. Dejó escrito en uno de sus sermones: «La verdad engendra odio; por esto algunos, para no incurrir en el odio  de los demás, echan sobre su boca el manto del silencio. Si predicaran la verdad tal como es y la misma verdad lo exige y la divina Escritura abiertamente lo impone, ellos incurrirían en el odio de las personas mundanas… Jamás se debe dejar de decir la verdad, aun a costa de provocar escándalo» (Sermones, I, 332).

 

c) Palabra para hoy

 

            Todos sabemos que, hoy también, la mentira se sigue vendiendo como verdad. A puro repetir mentiras, terminan siendo aceptadas como verdades. Nos sugieren que no hay alternativa económica más que reflotar bancos para que, como dicen, el sistema financiero no falle. Pero todos sabemos que en los consejos de administración de esos bancos se sientan los políticos de turno y sus amigos. Nuestros impuestos financian sus perdidas y quieren hacernos creer que ese es nuestro mayor beneficio.

            El poder político nos vende la idea de que sin armas no es posible la convivencia y de que las guerras son la mejor manera de tener estabilidad en las relaciones entre países. Y todos sabemos que no, que la guerra engendra guerra y la violencia más violencia. La verdad de la guerra es la mentira de la crueldad.

            Nos dicen que es posible erradicar la peste del hambre sobre la tierra pero que no hay dinero disponible para ese cáncer que mata más que cualquier enfermedad. Y todos sabemos que hay dinero, porque el negocio de las armas prospera y las ganancias de cualquier multinacional de segundo nivel es mucho más que el presupuesto para hacer desaparecer el hambre.

            Y la lista sería interminable. Y en esa lista habríamos de incluirnos también nosotros que vendemos la mentira, pequeña o grande, como verdad y nos alejamos de aquel sí que es sí y de aquel no que es no, tal como lo dice el Evangelio.

 

Conclusión

 

            A san Antonio le solemos pedir milagros. Pues bien, pidámosle esta tarde el gran milagro de que la verdad brille en nuestra sociedad, en nuestras vidas, cada vez con más esplendor. Y a la vez que se lo pedimos, hagámosle propósito sincero de colaborar a una vida en creciente verdad. 

 

2. Contra la fuerza devastadora del poder (12 de junio)

 

            Estamos viendo ese “otro lado” de la figura de san Antonio, más social, de contenido más ligado a la vida y que, por lo mismo, encierra valores vivos para nuestro comportamiento de hoy.

 

a) La palabra del Evangelio: Mt 5,13-16

 

            El evangelio de hoy nos ha propuesto dos pequeñas parábolas: la sal de la tierra y la lámpara que alumbra. La primera alude no tanto a la sal que da sabor al alimento, sino aquella que hace arder el horno. Efectivamente, en la antigüedad, época de difícil logro de materiales combustibles, parece que se empleaba la sal para, por su alto poder combustible, hacer arder los hornos de las humildes casas de Galilea que no eran, en muchos casos, sino un mero agujero en el suelo. La sal avivaba el fuego, pero una vez quemada, no servía para nada, solamente para tirarla en el camino. En ese caso, ser sal es mantener vivo y ardiendo el fuegote la justicia, de la humanidad, del reino. Para que esto sea así, más allá de un mero deseo, es preciso poner rostro a esa sal que hace arder y uno de ello es la lucha contra el poder omnímodo que tiende a deshumanizar a la persona. Luchar contra la opresión es sal viva que hace arder el fuego de la dignidad humana.

            La parábola de la lámpara que se pone en lugar adecuado para que alumbre alude, en una época donde hacer luz en la casa era un trabajo arduo e imprescindible, a la lucha denodada que el seguidor de Jesús habría de hacer contra toda tiniebla. La lucha contra el poder opresor, en cualquiera de sus variantes, es la que puede traer luz a los, con frecuencia, caminos de oscuridad humana

 

b) La palabra de san Antonio

 

En el texto latino de sus sermones se percibe la vehemencia profética con que arremetía contra la prepotencia, la opresión y la violencia, contra todos los delitos sociales del tiempo. Nadie escapa a la libertad evangélica con que denuncia a príncipes, señores feudales, prelados de la Iglesia, dueños burgueses, usureros sin entrañas, magistrados, leguleyos… Todos son citados ante el tribunal del Dios justo y recto, el cual «no hace discriminación de personas», como repite muchas veces.

Ante una sociedad estructurada según la desigualdad de la pirámide feudal —príncipes, nobles, plebeyos, siervos de la gleba— él proclama la igualdad entre los hombres: «Todos los fieles son reyes, por ser miembros del Rey supremo… Cualquier  hombre es príncipe, teniendo por palacio la propia conciencia.»

Alza la voz contra los nobles que «despojan a los pobres de sus bienes insignificantes y necesarios, a título de que son sus vasallos». Y contra los prelados y grandes del mundo, los cuales, «después de haber hecho esperar a los necesitados a la puerta de sus palacios, implorando una limosna, una vez que ellos se han saciado opíparamente, les hacen distribuir algunos residuos de su mesa y el agua de fregar».

      Se muestra particularmente duro con los ricos avaros y con los usureros, «pajarracos rapaces», «las siete plagas de Egipto», «reptiles al acecho», «árboles infructuosos, que chupan la tierra», «posesión del demonio», «sordos que tienen los oídos taponados por el dinero», «gentuza maldita que infesta la tierra», «raza de hombres cuyos dientes son armas; roban y despojan a los pobres indefensos que no pueden resistirles con la violencia».

      La emprende con leguleyos y abogados: «idumeos, sanguijuelas que chupan la sangre de los pobres». «Como los que trabajan en la lana, cardan y tejen sutilezas y argucias» para engarbullar a sus clientes. No calla los vicios de los pobres, pero trata de excusarlos. Denuncia la marginación a que se hallan relegados, «alejados por medio de estacadas de palos afilados y de espinos, que significan los aguijones, los dolores y las enfermedades que tienen que soportar». Y hace oír su grito de profeta: «¡Ay de los que poseen depósitos llenos de vino y de grano y dos o tres pares de vestidos, mientras los pobres de Cristo imploran a sus puertas con el estómago vacío y con los miembros desnudos, a los cuales si se les da alguna cosa, es muy poco y no de las cosas mejores, sino todo de desecho!...¡Llegará, llegará la hora en que ellos implorarán de pie, fuera de la puerta: Señor, señor, ábrenos!, y oirán lo que no quisieran oír: ¡En verdad, en verdad os digo, no os conozco!»

 

c) Palabra para hoy

 

            San Antonio hoy seguiría censurando a una Estructura eclesiástica y a unos jerarcas en quienes, como algunas veces vemos, anida la sed de poder. Les diría una y mil veces que su postura nada tiene que ver con el seguimiento de Jesús. Incitaría constantemente a una comunidad de iguales, donde nadie es más que nadie y nadie es menos que nadie, donde la comunión y el diálogo son los caminos para la más inmediata igualdad.

            Se dirigiría también a los gobernantes que emplean un lenguaje populista, que dicen estar a favor del pueblo, pero lo esquilman, que se burlan a las barbas de sus convecinos con frases y comportamientos hirientes, que, tras hablare de lo duro de la crisis, banquetean, viajan y viven de las tarjetas de crédito de su cargo, a costa del humilde contribuyente. Se dirigiría a quienes, diciéndose servidores del pueblo, elegidos por el pueblo tienen sueldos y retribuciones que jamás tendrá nadie del pueblo sencillo.

            San Antonio levantaría su voz contra muchos adinerados y banqueros que tienen sueldos gigantes, que ganan siempre aunque la crisis golpee a los pueblos, que llevan un tren de vida que en nada desmerece a los grandes emperadores, que no reparten jamás sus ganancias y socializan sus pérdidas que enjuaga el Estado, o sea el ciudadano sencillo.

            Tendría que decir también una palabra fuerte a los juristas que persiguen a sus propios compañeros por rivalidades, que postergan los juicios de los ricos hasta que prescriben sus causas, que no tienen valor para encausar a los poderosos, que dilapidan los bienes de todos en auténticas francachelas aparadas por los secretos oficiales.

            También diría una palabra a los sencillos, a nosotros, en quienes anida el deseo de mando y de ambición como en todos, aunque no tengamos mucha posibilidad de darle cuerpo. Sois como ellos, nos diría, por eso tened cuidado ala hora de juzgarlos.

 

d) Conclusión

 

            “Cada uno tiene dentro a su propio enemigo”, dice san Francisco. Eso mismo nos diría san Antonio: mirémonos dentro y también miremos fuera. Que el ansia de poder y de dominio, eterno acompañante del caminar humano, no nos corroa o, al menos, tenga el menor espacio posible en nuestra vida.

 

3. Cuando otra economía es posible (13 de junio)

 

            Estamos desgranando en estos días en torno a la figura de san Antonio su pensamiento social, su implicación como creyente y como franciscano en la construcción del reino. No podemos mirar a los santos únicamente como objetos de veneración, sino también como ánimo para suscitar en nosotros actitudes creyentes.

 

a) La palabra del Evangelio: Mt 5,17-19

 

            No nos cabe duda de que el Jesús histórico fue, a la vez, un piadoso judío cumplidor de la Ley y, a la vez, una persona radical, en el sentido de llevar a la raíz de la vida, a los cimientos, el anhelo de Dios sobre Israel. Por eso dice que no ha venido a abolir la Ley sino a darle cumplimiento. ¿Qué pretendía la Ley, lo que san Pablo llama “la Ley santa”? Que Israel fuera pueblo alternativo, que tuviera unas relaciones basadas en la fraternidad, no en las tensiones del poder; que tuviera una economía solidaria, lejos de todo egoísmo; que entendiera la política como el arte del buen gobierno para todos. Un pueblo distinto a los otros pueblos. ¿Lo logró? Parece que en gran medida no, porque fue, al decir del libro de Samuel, “como los otros pueblos, tan cuestionable en sus comportamientos sociales, humanos, como cualquier pueblo. ¿El anhelo de Dios, pues, se frustró? No del todo porque hubo personas que persistieron en esos caminos de alternatividad humana. Uno de ellos, y en manera eximia, fue Jesús de Nazaret. Él creyó que el reinado de Dios, el gobierno de quien nos ama, habría de llevar a relación es de igualdad, de solidaridad, de amparo del débil, de economía compartida. Por ese ideal vivió y murió.

 

b) La palabra de san Antonio

 

Y el mismo anhelo ha anidado en muchos creyentes que han creído que otra realidad social, otra economía era posible, como hoy decimos. Uno de ellos, sin duda, san Antonio de Padua. San Antonio defiende el principio cristiano de la función social de la propiedad, en  virtud del cual los bienes que no son necesarios al rico para las exigencias fundamentales de la vida, pertenecen al pobre que se halla en necesidad. Un buen conocedor de los escritos del santo ha hecho notar que, mientras son constantes las invectivas contra los delitos de orden social, no se halla mención del pecado sexual. Pero se sabe que, como efecto de su predicación, muchos libertinos de ese desorden se convertían.

      La Legenda Assidua resume en esta forma el éxito de la última campaña de Antonio en Padua: «Devolvía la paz fraterna a los desunidos, la libertad a los detenidos; hacía restituir lo que había sido robado con la usura o la violencia. Llegó a tanto que, hipotecando casas y tierras, se ponía el precio a los pies del santo y, con el consejo de él, se restituía a los perjudicados cuanto les había sido quitado por las buenas o por las malas. Libraba a las prostitutas del torpe mercado. Lograba que ladrones famosos por sus fechorías se abstuvieran de meter mano a los bienes ajenos.»

      Si entendemos bien estos testimonios, podríamos decir que san Antonio es uno de quienes hoy creen que otro tipo de relación social y económica es posible, que la dura situación de los pobres no es una casualidad, sino que hay causas de la pobreza que sería preciso atajar para que el flujo creciente de la pobreza social menguara.

 

c) Palabra para hoy

 

De ahí que quienes celebramos a san Antonio como gran creyente y gran santo habríamos de alegrarnos de que, por todo el mundo, se corra la voz de que otra economía de corte humano, sostenible, consciente, es posible. Tendríamos que alegrarnos de que la espiritualidad del decrecimiento, de vivir con menos para vivir mejor, vaya cuajando en la vida de muchas personas e instituciones.

            San Antonio elevaría hoy la voz al unísono con miles de indignados en la puerta del Sol o en la Plaza Sintagma de Atenas para gritar la enorme injusticia que es la economía de mercado y las terribles consecuencias que una política neoliberal acarrea en la vida de los sencillos. Ofrecería alternativas basadas en la sensatez, en el buen uso de las cosas y en el sentido solidario de la economía.

            San Antonio sería muy crítico contra una ley hipotecaria que despoja de la vivienda a quien no puede pagar su hipoteca, a la vez que mantiene intacta la deuda con el banco. No sabemos cómo, pero san Antonio intentaría que quienes meten mano en el dinero público no lo hicieran. Tendría trabajo. Nos diría que, a pesar de todo, es deber cívico, moral y cristiano colaborar con nuestros impuestos a la hacienda común y que, quien no lo hace, que no pretenda llamarse cristiano. Puede parecernos todo esto estridente, pero, bien leídas las fuentes antonianas, es lo que fácilmente se desprende tal lectura.

 

d) Conclusión

 

            Sabiamente dice san Francisco que no haríamos nada con cantar las glorias de los santos si, de alguna manera, no los imitáramos nosotros. Por eso, hemos querido presentar un lado de la personalidad de san Antonio, su lado social, como instancia de ánimo para cualquiera de nosotros. Aquí también podríamos escuchar aquel dicho del Evangelio: “¡Ve tú y haz lo mismo!” (Lc 10,37).

 

 

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