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FIAIZ

Los bandidos de Montecasale

LOS BANDIDOS DE MONTECASALE

O

LA BONDAD MÁS ALLÁ DE LA MORALIDAD

 

            Francisco, como Jesús, ha sido de esas raras personas que no han dividido a la gente entre buenos y malos, porque los buenos no son tan buenos como ellos dicen y los malos no son tan malos como nosotros decimos que son.

            He aquí en esta escena una florecilla franci8scana donde se dice que unos malos, ladrones feroces, escondían en el fondo una cierta bondad. Cuando alguien los trata bien, esa bondad termina por aflorar.

            Los textos franciscanos son ingenuos, pero encierran mucha “metralla”: hablan de lo que somos en el fondo cada uno. En este caso nos dice que nos equivocamos si no desvelamos la bondad del corazón incluso en gente que la sociedad califica como “mala”. Esto dice el relato:

 

En el eremitorio que los hermanos tienen encima de Borgo San Sepolcro (5), sucedió que venían, a veces, unos ladrones a pedir pan a los hermanos; vivían escondidos en los grandes bosques de la provincia, pero de vez en cuando salían de ellos para despojar a los viajeros en la calzada o en los caminos. Algunos hermanos del lugar decían: «No está bien que les demos limosnas, ya que son bandidos que infieren tantos y tan grandes males a los hombres». Otros, teniendo en cuenta que pedían limosna con humildad y obligados por gran necesidad, les socorrían algunas veces, exhortándoles, además, a que se convirtieran e hicieran penitencia.

Entre tanto llegó el bienaventurado Francisco al eremitorio. Y como los hermanos le pidieron su parecer sobre si debían o no socorrer a los bandidos, respondió: «Si hacéis lo que voy a deciros, tengo la confianza de que el Señor hará que ganéis las almas de esos hombres». Y les dijo: «Id a proveeros de buen pan y de buen vino y llevadlos al bosque donde sabéis que ellos viven y gritad: "¡Venid, hermanos bandidos! Somos vuestros hermanos y os traemos buen pan y buen vino". En seguida acudirán a vuestra llamada. Tended un mantel (6) en el suelo y colocad sobre él el pan y el vino y servídselos con humildad y buen talante. Después de la comida exponedles la palabra del Señor y por fin hacedles, por amor del Señor, un primer ruego: que os prometan que no golpearan ni harán mal a hombre alguno en su persona. Si pedís de ellos todo de una vez, no os harán caso. Los bandidos os lo prometerán al punto movidos por vuestra humildad y por el amor que les habéis mostrado. Al día siguiente, en atención a la promesa que os hicieron, les llevaréis, además de pan y vino, huevos y queso, y les serviréis mientras comen. Terminada la comida, les diréis: "¿Por qué estáis aquí todo el día pasando tanta hambre y tantas calamidades, maquinando y haciendo luego tanto mal? Si no os convertís de esto, perderéis vuestras almas. Más os valdría servir al Señor, que os deparará en esta vida lo necesario para vuestro cuerpo y luego salvará vuestras almas". Y el Señor, en su misericordia, les inspirará que se conviertan por la humildad y caridad que habéis tenido con ellos».

Se levantaron los hermanos y obraron según el consejo del bienaventurado Francisco. Los bandidos, por la gracia y la misericordia de Dios, que descendió sobre ellos, aceptaron y cumplieron a la letra punto por punto todas las peticiones hechas por los hermanos; y, agradecidos a la familiaridad y caridad que les mostraron los hermanos, empezaron a llevar a hombros leña para el eremitorio. Así, por la misericordia de Dios y gracias a la caridad y bondad que los hermanos tuvieron con ellos, unos ingresaron en la Religión, otros se convirtieron a la penitencia y prometieron ante los hermanos no cometer más tales fechorías y vivir en adelante del trabajo de sus manos.

Mucho se admiraron los hermanos y cuantos oyeron y conocieron lo sucedido con los ladrones; les hacía ver la santidad del bienaventurado Francisco: tan pronto se convirtieron al Señor quienes eran pérfidos e inicuos, según él lo había anunciado.

 

            Subrayemos algunos aspectos:

 

  1. A los ladrones les va mal el negocio. Pasan hambre. Recurren a los únicos que creen que les pueden ayudar. No es mala cosa que los “malos” vengan a los franciscanos.
  2. Los hermanos están divididos: unos dicen que no hay que ayudar a esos truhanes; otros dicen que pasan hambre y que hay que socorrerlos. Mientras tanto, no comen.
  3. Francisco traza un plan en dos “fases”:
    • Fase A: Cogéis una cesta, vais a donde están ellos (no tienen que venir a vosotros), poneis un mantel (solo los ricos comían entonces con mantel; para Francisco los ladrones son señores a los que hay que tratar con respeto), pan y vino y les servís con buena cara. Cuando hayan comido, hacéis una primera llamada a su corazón bueno: les decís que respeten la vida de la gente. Al menos eso, lo básico. Os harán caso por la humildad con que les habéis servido.
    • Fase B: Volvéis al tiempo con la cesta, el mantel, el pan, el vino y enriquecéis el menú: queso y huevos. Les volvéis a servir con buena cara y les hacéis un ruego de más calado: vuestra vida puede tener una salida, hay esperanza para vosotros, podéis ser personas nuevas aunque hayáis hecho daño, sois más que vuestras fechorías.
  4. Dice la florecilla que les hicieron caso, que se volvieron generosos y llevaron leña a los frailes e, incluso, de ahí surgieron vocaciones a la Orden.

 

Esto viene a decir:

 

-               Toda persona es más que su comportamiento moral. Éste puede ser malo (y eso es cuestionable), pero dentro de todo corazón existe el bien.

-               Si uno sabe mirar ese corazón bueno se puede esperar una determinada “conversión” incluso de los más contumaces.

-               Mirar el corazón es un arte franciscano. Todos somos, en el fondo, unos  ladrones necesitados de amparo, de que nos comprendan, de que nos quieran, de que nos consideren capaces de ser buenos.

 

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