Catequesis bíblica para una celebración del perdón sobre Gén 50,5-21
«Y LOS CONSOLÓ LLEGÁNDOLES AL CORAZÓN”
(Gén 50,21)
Una catequesis bíblica para una celebración del perdón
El libro del Génesis, obra en su mayoría del yahvista, que es un fenomenal analista de la realidad, tiene por tema central el de la transmisión de la Alianza, cómo esta va pasando por los diversos avatares en la familia patriarcal. La alianza, lo sabemos, es el quicio teológico del AT. Pero, como toda obra insondable, Génesis tiene muchos subtemas conectados con el principal. Uno de ellos es, por extraño que parezca en un libro tan alejado en el tiempo, el de la fraternidad.
El yahvista se pregunta: ¿podrán los humanos vivir algún día como hermanos? Y responde con sus relatos. Eso es casi imposible. Creemos que, en el fondo, quiere subrayar más la pequeña posibilidad que la tremenda evidencia del mal que nos hacemos los humanos.
Así están construidos sus relatos de fraternidad. Destacamos algunos: a) comienza con el peor de todos: dos hermanos que se matan (Caín y Abel). Todo lo que se diga después será mejor; b) dos hermanos (aunque en realidad son tío y sobrino) que no pueden vivir juntos por razones económicas y tienen que separarse: “Separémonos, pues somos hermanos”, c) dos hermanastros (Ismael e Isaac) que viven bien, que se divierten juntos. Pero ahí entra la ley y la norma y la convivencia se rompe: “Despide a la esclava y a su hijo”; d) dos hermanos que viven siempre riñéndose y engañándose (Esaú y Jacob) de tal manera que hay que recurrir a un largo exilio para que no corra la sangre; al fin, hay una cierta reconciliación; e) unos hermanos que venden a su hermano José a unos ismaelitas por poco dinero y con los que se llega a una cierta reconciliación.
Nos fijamos en este último grupo. Génesis 42ss narra los tres encuentros de Jo´se con sus hermanos que acuden a Egipto Acuciados por la necesidad. Como muchos dimes y diretes, propios de las narraciones orientales, terminan, al fin, reconciliándose. Jacob, el padre de José, va a Egipto, ve a su hijo y posteriormente morirá habiéndose quitado de encima el mayor de los pesos de su vida.
Pero en Gén 50,15-21 rebrota el temor. Y en un texto como ese encontramos similares mecanismos con la espiritualidad del perdón que manejamos hoy nosotros:
- Aparecen los vestigios del rencor, la cenizas del conflicto (A ver si José nos guarda rencor”): quizá nunca se fueron del todo, agazapadas en los pliegues del alma. Hay que elaborar esos vestigios para no ahoguen a la confianza. O, el menos, hay que tener mucho cuidado para no tropezar en la misma piedra. Perdón y discernimiento no son cosas reñidas.
- Vuelve el temor que no se fue del todo (“Perdona a tus hermanos su crimen”): por eso se cree que la reconciliación no lo fue del todo. El temor invalida el camino andado, al menos en parte. Es preciso creer en el perdón fraterno y en el de Dios. No volver a los viejos temores, no estar acusándose de lo que ya uno se acusó. Los “pecados de la vida pasada” puede que sean remordimientos, pero no pecados si han sido perdonados y satisfechos.
- El perdón se hace con lágrimas, con conmoción (“Se echó a llorar”): No puede haber perdón sin conmoción, sin que el interior responsa al estímulo del perdón, sin la alteración benigna del alma. Un perdón frío, seco, que no altera, que no sube una pulsación, es un perdón sin fondo.
- Es preciso abandonar actitudes altaneras, supremacistas (“Se echaron al suelo”): Si ponemos como condición que los otros cedan, si mantengo intactas mis posiciones anímicas, si sigo creyendo que se me debe dar la razón en todo, si no me veo afectado por el pecado, es muy difícil el logro del perdón.
- Pasar a la orilla de lo fraterno (“Somos tus siervos…¿soy acaso un Dios?”): No me debes nada porque te perdone; no te debo nada porque me perdonas. El perdón a punta a relaciones fraternas, no serviles.
- El perdón apunta a una espiritualidad del cuidado (“Yo os mantendré”): Ese es el primer propósito de quien perdona: cuidar de aquellos a quien ha perdonado y de quienes ha recibido el perdón. Volver a las responsabilidades adquiridas por haber celebrado un sacramento de amor. El perdonado, el que te perdona, está por ello más a tu cargo.
- Un perdón que engendra consuelo (“Y les consoló llegándoles al corazón”): Porque si, al final, no se experimenta consuelo, amparo, sensación de haber entrado otra vez a casa, no hemos llegado al fondo. Consolados por el perdón, esa sería una manera de decir lo último de una celebración así.
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