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FIAIZ

Agua profunda

 

Curso de Teología

Para sacerdotes y laicos

Curso: 2011-2012

1 de mayo de 2012

 

 

“AGUA PROFUNDA

QUE EN MIL FORMAS ME ENCUENTRAS”

La experiencia cristiana en el lugar de la profundidad

 

 

 

Hay un poema de la escritora mexicana Carmen Boullosa con el que queremos abrir esta reflexión:

Agua profunda,
corriente que, sin ver jamás el monte,
sin conocer la selva,
diriges a tierra el mar,
el ciego.
Agua en que mil formas me encuentras
siempre más libre que la luz del sol.

 

         Hay en la vida unas corrientes profundas que subyacen a lo que se ve, al más elemental fenómeno. Son corrientes que nos nutren, nos encuentran, nos sostienen. Y lo hacen de mil formas, de maneras insospechadas, por caminos no marcados. Es que en esta reflexión queremos decir algo de esas “aguas profundas que en mil formas nos encuentran”. Queremos hablar de espiritualidad, de experiencia cristiana situada en lo profundo.

         Paul Tillich escribió inspiradamente en aquel librito llamado La dimensión perdida aquellas frases tantas veces citadas (Desclée, Bilbao 1970, p.101): “El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. Pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios”.

         Efectivamente, el gran trabajo de la espiritualidad, quizá de las religiones, es recuperar la dimensión “perdida” (siempre por encontrar) de la profundidad. Es que el mayor enemigo de nuestras vidas y de nuestra fe es la superficialidad y sus epígonos el individualismo y la rutina. De esta manera, los trabajos de espiritualidad se convierten en tarea de profundidad.

         Por eso mismo, si todos los males le vienen a la experiencia creyente de ahí, de la superficialidad, de la falta de silencio, del consumismo, del ruido, es justamente por eso por lo que es preciso hacer un esfuerzo de ahondamiento, de contemplación, de profundización.

 

1. Herramientas hermenéuticas

 

         El logro de situar la experiencia cristiana en la profundidad no es posible sin algún tipo de herramientas hermenéuticas que ayuden al éxito de tal empresa. Proponemos tres:

a)    Nuevo lenguaje: Todos sabemos que lo que se dice y cómo se dice es un factor decisivo de comprensión y vivencia de una espiritualidad.  A veces se acusa a los teólogos más buscadores de que con su lenguaje innovador hacen mucho daño al pueblo sencillo. En realidad es justamente con el lenguaje rutinario, oficializado, esclerotizado, cansino con el que se hace mucho daño. No les falta algo de razón a quienes afirman que una de las causas de la descristianización de Occidente son justamente las homilías de las misas por su lenguaje de siempre, por sus latiguillos inamovibles, por sus referencias fosilizadas, por sus tópicos cansinos. Una siembra semanal de superficialidad. Eso lleva a la superficialización de la experiencia religiosa, a su destrucción. De ahí que sea imprescindible el llegar a construir lenguajes nuevos que han de tener como ingredientes el componente social, la visión siempre nueva de la Palabra y hasta una pizca de lírica, tan ausente y tan necesaria de nuestras catequesis espirituales. Creen los forofos del marco dogmático que con una buena doctrina es suficiente. Pero si esa doctrina tiene los ingredientes de lo repetitivo, de lo escuetamente oficial, de lo religiosamente correcto, es muy posible que la asamblea desconecte, se aburra y hasta “maldiga” en su interior del cansino predicador. Lenguajes nuevos para entrar al corazón de la persona por la senda de la novedad.

b)    Nueva cosmología, nueva antropología: Que ajuste nuestras conductas y maneras de pensar a la lógica del universo. Esa lógica no es otra que aceptar la expansión del universo lleva a la diferenciación y con ella a la complejización, a la subjetividad y de ahí a la interiorización, a la interdependencia y a la comunión. Si no se acepta la pluralidad, la complejidad, se vive en una masa homogénea; si no se acepta la subjetividad se muere el interior de la persona; si no se acoge la interdependencia no hay comunión y caemos en el aislacionaismo. Esto es lo que sigue pretendiendo la teología de la liberación hoy tan silenciada. Dice L. Boff en una de sus últimas páginas de Koinonía: “En términos del principio cosmológico, liberación personal significa liberarse de amarras para sentirse en comunión con todos los seres y con el universo, fenómeno que los budistas llaman «iluminación» (satori), una experiencia de no dualidad, y que San Francisco vivió en el sentido de una hermandad abierta con todos los seres. En términos sociales, la liberación a la luz del principio cosmogénico es la creación de una sociedad sin opresiones donde las diversidades son valoradas y expandidas (de género, de culturas y caminos espirituales). Esto implica dejar atrás la cultura del pensamiento único en la política, la economía y la teología oficial. Éste es el principal factor de opresión y de homogeneización. La liberación requiere también una profundización en la interioridad. Ésta ya no se satisface con el mero consumo de bienes materiales; pide valores ligados a la creatividad, a las artes, a la meditación y a la comunión con la madre Tierra y con el universo. La liberación resulta del esfuerzo de la «matriz relacional» especialmente con aquellos que sufren injusticias y son excluidos. Esta matriz nos hace sentirnos miembros de la comunidad de vida e hijos de la madre Tierra, que a través de nosotros siente, ama, cuida y se preocupa por el futuro común.  Por último, la liberación en la perspectiva cosmogénica demanda una nueva conciencia de interdependencia y de responsabilidad universal. Estamos llamados a reinventar nuestra especie, como lo hicimos en el pasado en las distintas crisis por las cuales pasó la humanidad. Ahora es urgente porque no tenemos mucho tiempo y debemos estar a la altura de los desafíos de la actual crisis de la Tierra”.

c)     Nueva perspectiva: Eso supone un situarse en otro ángulo de visión, en otro paradigma. Es aquella que hace de lo humano el lugar mismo de la comprensión, veneración y vivencia de la realidad de Dios. Es la mística horizontal, de ojos abiertos, que entiende que no es preciso salirse del marco de lo humano, sino de ahondar en él, para tener una verdadera experiencia espiritual, para colocarse ante el misterio, para apuntar al Trascendente. Pretender una experiencia espiritual nueva si moverse un palmo del terreno que se ha pisado siempre es pretender lo imposible. Trabajar por suscitar experiencia creyente teísta en una época y en personas en parte posteístas es muy difícil.

 

2. Ofertas

 

         Todos sabemos que las personas y la misma realidad son complejas. En ellas conviven espiritualidades antiguas y nuevas, búsquedas de caminos no hollados y persistencia terca en andar los caminos de siempre, esfuerzo por tender hacia horizontes nuevos y, a la vez, situarse en los términos de lo ya sabido. Por eso, junto a evidencias de secularidad, hay rebrotes increíbles de religiosidad de otra época, junto a creyentes que preguntan al futuro incansablemente tenemos a personas que frecuentan el pasado, se instalan en él y lo toman por el verdadero futuro. ¿Qué hacer en este marasmo? Nosotros optamos por un camino minoritario: hacer ofertas a quien quiera vivir una espiritualidad nueva, un estilo de fe mezclado al hecho social, una espiritualidad más que una religión, una coincidencia con los fondos comunes de toda experiencia trascendente más que un delimitar y marcar lo específico de la ideología cristiana. Es una opción, tan digna al menos como las demás. Decimos que es minoritaria pero, en realidad, es la única manera de poder hablar con la mayor parte del mundo de hoy que respira secularmente.

         Desde esta opción pensamos que sería bueno hacer algunas ofertas y participar cordialmente en ellas:

a)    Oferta de reflexión: Porque el sistema religioso apela más a la obediencia que a la reflexión, ya que la considera peligrosa. Todo lo más fomentará una reflexión en el marco mismo de los postulados oficiales y sin salirse de ellos. Pero la espiritualidad, que viene, no lo olvidemos, de un Espíritu “que sopla donde quiere”, demanda libertad, aire fresco, ambientes en los que se pueda respirar. Ahí ha de enmarcarse la saludable reflexión. Ese tipo de reflexión habrá que practicar y ofrecer en la medida en que se pueda. Esa reflexión será un camino bueno para una espiritualidad saludable, para una vivencia de lo cristiano en modos de cabalidad, de adultez.

b)    Oferta de silencio: Porque el ruido logra banalizar lo más denso de la vida. De ahí que haya que volver al silencio habitado ya que tal silencio nos resitúa, nos rehace, nos confronta a nosotros mismos, nos desvela poco a poco los valores de fondo, nos pone desnudos y gozosos ante el misterio. Las comunidades de creyentes habría de ser incansables en hacer ofertas de silencio, de retiro, de oración, de contemplación de la naturaleza. Ya lo dice bien y con cierta sorna aquel dicho de Pirqué Abbot: “Toda mi vida me la pasé entre los sabios y sus doctrinas y aprendí que nada hay más importante que el silencio”. Es preciso meter cuñas a la “oferta sacramental” que es, todavía, no solo la mayor sino prácticamente la única en nuestras comunidades cristianas.

c)     Oferta de vida simple: Porque, como decía el Hno Roger, se puede decir al ciudadano secular de hoy que Dios es amor y solamente amor con comunidades de buen corazón y de vida simple. La sencillez de vida es un dique al tsunami del consumismo. Espiritualidades laicas, como la del decrecimiento que pretende vivir mejor con menos, habrían de ir teniendo cabida en nuestros sistemas espirituales si queremos, además de predicar en desierto contra el consumo, generar caminos de vida alternativos que pongan el acento en lo que la persona es no en lo que tiene, compra o usa.

d)    Oferta de comunidad: Porque, se diga lo que se diga, nuestros modos religiosos no han necesitado de comunidad para que pervivieran. Todos lo más se ha apelado a ella en maneras oficiales, nunca personales (únicamente cuando se trata de temas económicos es cuando se recurre fuertemente a la idea). Es preciso ir generando estilos de vida cristiana donde lo comunitario se viva en cercanía, gozo y libertad (porque puede haber modos de vida que subrayen la comunidad pero como un todo, como un ejército, como un colectivo dirigido). La espiritualidad mezclada a la comunidad es la manera no solo de que se resista en el embate diario que tiende a despistar a la persona creyente, sino de que los logros sean más duraderos, eficaces y profundos. La vivencia de caminos espirituales en modos exclusivamente personales (aunque, evidentemente, la espiritualidad tiene un componente personal ineludible) resulta arriesgado.

 

3. Un plan de recuperación de la fe

 

         Un sector mayoritario de nuestra sociedad española ha pasado por una experiencia cristiana de componente básicamente religioso. Y, en parte, la sigue pasando. La misma reacción anticlerical de jóvenes que no han pisado la iglesia tiene, de alguna manera, un componente sociológico religioso, aunque sea antirreligioso. ¿Hay posibilidades de “volver a la fe”, a otra vivencia de fe? Parece que hay programas de pastoral que apuntan a ello (recordar el cuadernito Porqué volvía a la fe. Cuatro testimonios de Cristianisme i justìcia). Por eso la pregunta es aguda: ¿Cómo suscitar una experiencia espiritual en gente que ha tenido una “mala” (o superficial, o sociológica) experiencia religiosa?

         Vamos a dar algunas pistas partiendo de un relato real:

 

         La hermana de una amiga del sacerdote le pide que le acompañe y ayude en el tema de su boda. Aunque lleva viviendo cinco años con su novio, han decidido casarse porque los padres de ella, creyentes, van siendo mayores y si quieren disfrutar de la boda de su hija hay que moverse. Tienen tres reuniones el chico y la chica con el cura. Hay tiempo de hablar antes que nada de por qué han decidido casarse ahora (la razón de los padres mayores) y de su manera de sentir el hecho religioso y también su visión espiritual de la vida. Son profesionales geógrafos pero también cantan en un grupo de música regional y lo poético, lo bello, les va. Se prepara la celebración que desea se haga en una humilde ermita de su pueblo, en el Teruel profundo. Hay un intercambio de emails, además de las reuniones, que dejan perfilada la cosa: celebración sin misa, sin comunión aunque en ambiente religioso, textos hermosos, una música de sus compañeros de grupos, evangelio y explicación, ambiente acogedor y festivo (iluminan la ermita, flores, ponen megafonía).

         El día señalado, caluroso, se hace la celebración. El fresco de la ermita, limpia y adornada, invita a estar en lo que se celebra. Celebración modesta, corta de tiempo (un poco más de media hora), textos hermosos, evangelio explicado, consentimiento cálido, padrenuestro, emoción sencilla. La gente parece que disfruta. Se explica el Evangelio del “joven rico” que parece que no pega en una boda: “vete, vende y dalo a los pobres”. Es preciso que os “vendáis” el uno para la otra y que os déis a vuestras pobrezas. Ese es el significado del amor.

         Reacciones: a) Nada más terminar la celebración, en la campa que hay junto a la ermita se abalanzan sobre el sacerdote dos tíos de la novia, un señor mayor y una religiosa mayor, e increpan al sacerdote diciéndole si es matrimonio lo que ha hecho o no, si el Papa permitiría una cosa así. El sacerdote dice que cómo no va a ser sacramento, que comprendan que es la forma como han querido casarse sus sobrinos. Disgusto de las personas católicas. b) Por la noche, en el baile que hay en el polideportivo de la aldea donde se ha celebrado la boda un joven ve al cura sentado al fondo de la nave y le pregunta si puede hablar “de lo de la mañana”. Se sientan allí y comienzan con lo de siempre: “yo fui a colegio religioso, pero…”. Nos ven dos chicas y piden sentarse. Al tiempo ¡ocho personas jóvenes! Están con el cura en lo que parece un “concilio de ateos”. Se habla de todo, de los curas, del Vaticano, de los Obispos, más o menos lo de siempre. Pero de ahí se pasa a hablar de Jesús, del Evangelio, de rezar, de experiencias hermosas que les han llegado dentro, de otras maneras que habría de presentar lo cristiano. Allí, en medio del follón, se está dando una experiencia de espiritualidad.

 

         ¿Qué está indicando todo esto?

 

1)    Escucha y acompañamiento: No hay posibilidad de ofrecer un cauce de espiritualidad nuevo para gente marcada negativamente por lo religioso si no se ejercita el apostolado de la escucha y del acompañamiento, como decía Casaldáliga. Esto requiere, de salida, no ponerse en contra, no situarse en plan legalista, no censurar comportamientos morales discutibles, sino, al contrario, ser paciente, escuchar, acompañar, que se perciba que se está dispuesto a hacer un camino en la medida en que ellos lo quieran.

2)    Seriedad y racionalidad: A la hora de hacer ofertas éstas no pueden ser tomadas a broma, tienen que ser tratadas con seriedad. Pero también con racionalidad, sentido común y hasta un cierto humor. De lo contrario nos sale la veta clerical y nos ponemos trascendentes, cuando no censuradores. Saltarnos también los “miedos” morales, religiosos, administrativos. Que perciban que los cristianos podemos ser flexibles y acompañantes.

3)    Estar dispuestos a celebraciones o acciones  de cierta libertad: Porque si uno pone su fuerza en la fidelidad hasta la norma más irrelevante que pueda haber sobre estos temas tendrá que cerrarse a este tipo de posibilidades. Será fiel, pero todo quedará fuera. ¿Qué fidelidad es una que deja fuera a quienes no entran en los moldes del sistema? ¿Es la fidelidad de Jesús?

4)    Leer la Palabra en modos distintos: Si siempre se recurre a los mismos textos y siempre en el mismo tono, la gente se los “sabe” de antemano, se aburre, se duerme y deserta. Sorprender a la asamblea con textos releídos desde otra perspectiva, hacer lecturas humanizadoras, incluyentes, iluminadoras del hecho humano elemental. Comprobaremos la fuerza de la Palabra para abrir horizontes.

5)    Unirse efectiva y afectivamente a la celebración: No estar como al margen, como si uno “oficiara” por oficio. Bajar a la arena, meterse en harina y disfrutar como cualquiera de un momento espiritual hermoso.

6)    No ser el centro: Porque, al menos en una boda, lo importante no es el cura, ni su homilía, ni su verbo. Lo importante es el amor de quien se casa, la hermosura de todo amor puesto en carne en la persona de quien se casa. Visualizar, incluso, la centralidad de ellos, dejando el sitio del centro que siempre lo ocupan los clérigos. Como en los partidos de futbol: que no se note la presencia del “árbitro”. Ese es el buen árbitro, el buen animador de la celebración, el que lleva ala asamblea a disfrutar del amor celebrado de quienes tiene delante. De tal manera que es a los novios a quienes habría que felicitar de la hermosa celebración, no al cura.

7)    Estar dispuestos a compartir lo vivido: No encerrarse en lo vivido. Si hay oportunidad, en la mesa, en la conversación, en el encuentro posterior, volver a hablar de ello con los novios, con los familiares, con los amigos. Una visita o encuentro “postboda” sería buenísimo para volver a rumiar la espiritualidad vertida en la celebración.

 

¿Puede llevar esto a una recuperación de la fe? Directamente quizá no. Haría falta algo más sistemático, pero quizá sea necesario partir de ahí. Eso más sistemático podría comprender estos pasos:

  • Sintonía y comprensión con la situación real: Tratar de entrar en el confuso mundo de la espiritualidad sin una evidencia de sintonía y comprensión es casi imposible. Dirigirse al otro, al “débil espiritual”, como si uno mismo fuera un no afectado, un profeta que baja del monte, uno que se las sabe todas, es bloquear el camino de la novedad. Es preciso que el otro sienta que uno mismo anda en parecidas zozobras, búsquedas y deseos. Si se presenta uno como dechado de coherencia, de doctrina y de seguridad, es posible que no haya esa sintonía necesaria.
  • Análisis y discernimiento sobre los caminos de búsqueda: Porque hay un barullo en todo este mundo de la búsqueda espiritual y religiosa. Tratar de analizar sus componentes, intentar discernir y separar el grano de la paja, aclararse lo más posible, es muy beneficioso. Las búsquedas espirituales, lógicamente, están unidas a las oscuridades. Hacer el esfuerzo reflexivo por aclarar lo más posible se convierte en una necesidad.
  • La propuesta de Jesús desde presupuestos sociales, integradores, trascendentes: No tanto desde presupuestos religiosos o dogmáticos, menos desde los inamovibles presupuestos de los códigos jurídicos. Hacer la propuesta desde su posibilidad de conexión con la vida social e, incluso, con la base antropológica de la persona en maneras integradoras. Esto sanea mucho. Y, desde ahí, dar el salto a una trascendencia de componente intrahistórico compatible con un mundo autónomo y bueno éticamente.
  • Dibujar la posibilidad de una vivencia de lo cristiano en maneras alternativas: Haciendo ver que la vida cristiana no se vive en formas tan sistémicas como las de un ejército. Que siempre hay margen para la imparable libertad, que hay comunidades plurales, aunque no sean mayoritarias, que el pensamiento libre tiene sus márgenes más allá de cualquier persecución y condena, que subyace al subsuelo de la ciudad una red de comunidades, grupos, parroquias que viven su fe en modos liberadores.

 

4. Aprovechar los cauces actuales

 

         ¿Hay alguna manera de poner esto en práctica, siquiera de modo significativo, en los cauces actuales que maneja cada día la pastoral normal? Los hay, siempre que estén animados por un verdadero anhelo de caminar por sendas de una cierta novedad, siempre que estemos dispuestos a frecuentar el futuro:

a)    En los sacramentos de iniciación: Porque para muchas personas, incluso de las que frecuentan esporádicamente el hecho religioso, son sacramentos “de iniciación” de comienzo de un proceso que empieza o que, con el correr de los años, no termina nunca de despegar:

  • Bautismos con contexto: ya que normalmente se hace “sin contexto”: una familia pide bautizar a su hijo y “familiarmente” se le bautiza (aun con una catequesis previa, más o menos formal). ¿No podrían celebrarse los bautismos en la comunidad de bautizados, en la misa “mayor” parroquial, con un afán porque toda la comunidad cristiana vaya haciendo un proceso de recuperación de un bautismo que, lógicamente, no significó nada en su día para ellos? Lo irrecuperable del bautismo quizá tenga alguna salida si hay contexto.
  • Eucaristías alternativas: ¿No se puede ofrecer a algunos grupos de la parroquia unas eucaristías alternativas, paralelas, que les “cojan” más desde el punto de vista espiritual? Eucaristías fuera del templo, más “laicas”, con mayor participación, con mayor disfrute, donde el rito no sea el plato fuerte sino la vivencia común de algo deseado. Eucaristías más cercanas a la cena de Jesús, donde no haya que explicar demasiado las cosas (como decía Rhaner).
  • Celebraciones del perdón en comunidad: Hasta donde se pueda, rozando siempre ese tema de lo jurídico, pero dando énfasis al gozo del perdón, a la liberación de esos trasfondos amargos y de resaca que ha provocado la confesión en épocas pasadas, haciendo un proceso, un camino de adentramiento en la espiritualidad hermosa del perdón. 

b)    Funerales de acogida en un momento duro de la vida: Trabajar el tema de los funerales con delicadeza. No hacer de enterrador cristiano y poco más. Cercanía y sintonía con el dolor ajeno. Homilías simples pero lo más sentidas posible. Intentar ponerse en la piel de quien ha perdido a un familiar o amigo. Tratar de verter ahí más consuelo que doctrina, más acompañamiento que catequesis. Es una siembra de sal en el campo de la espiritualidad aprovechar la mucha afluencia de fieles para denunciar al “enemigo” y su poca religiosidad. De juzgado de guardia.

c)     Prácticas religiosas tradicionales leídas desde otro lado: No solamente desde el lado de la piedad, sino desde el de la justicia y el de la búsqueda humana del misterio. Porque si se hace solo desde el lado de la piedad se termina, con frecuencia, en el puro y superficial folclore religioso (siempre respetable, pero superficial, a nivel de fe). Pero si se mezcla ahí la justicia, la cosa queda más salvaguardada, más recia, más profunda. Y luego, la búsqueda del misterio: ¿Cómo leer el hecho, por ejemplo, de una creciente práctica de la peregrinación a Santiago? El Camino interroga en este tiempo secular. Ofrecer espacios de espiritualidad en esos esfuerzos de búsqueda “confusa” quizá sea una luz para alguien.

d)    ¿Sólo museos?: Hay entidades religiosas, parroquias incluso, que albergan un pequeño museo. ¿Por qué no, sin ser unos pesados, ofrecer una lectura espiritual de esas obras de arte? ¿Por qué no, sin hacer catequesis a la fuerza, hablar con pasión de la experiencia creyente vivida por otras generaciones? Tal vez lo que es una mera oferta cultural, ya de por sí buena, se puede convertir en un pequeño cauce de espiritualidad.

 

Conclusión

 

         En esta época nuestra el hecho religioso es comparable a una especie de gran explosión, a un big bang multidireccional: crece la increencia, pero también la credulidad; arrecia la pertenencia al sistema religioso, pero también la imparable libertad; renacen las formas religiosas tradicionales arrumbadas ya y brotan planteamientos de total novedad; crece el moralismo rígido y la liberación más grande de la culpa que nunca haya existido en la cultura occidental. Dios está hasta en la sopa, en las decisiones políticas y aun en las económicas y nunca como ahora se siente su ausencia. Se sabe casi todo sobre religión y nunca como ahora se ignora el misterio. Hay una vuelta a unas ciertas formas de religión y jamás como ahora un alejamiento de la mecánica religiosa por personas interesadas por el hecho espiritual.

         ¿Cómo sobrevivir en este caos? Quizá haya alguna salida por la puerta de la espiritualidad entendida esta como valor básico del fondo de lo humano, de sus raíces, de sus estructuras elementales. Y de ese fondo pueden hacer parte todas las espiritualidades, también la evangélica, como puertas de acceso a Dios: “Cristo es mi puerta de acceso a Dios. Tal vez no sea la puerta que todos usen y ciertamente no es la única puerta, pero es mi puerta. Una vez que entro por esa puerta, descubro que hay una gran tradición de fe, quizás hasta infinita, para ser explorada, que rompe con los límites del pasado. No necesito rechazar sin más esta puerta de mi pasado religioso; solo necesito relativizar las reivindicaciones exclusivistas”, dice J. Shelby Spong.

         Que la pasión por la espiritualidad evangélica y su hermosa oferta, agua profunda que en mil formas nos encuentra, arraigue cada vez con más fuerza en la vida de los creyentes en Jesús.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

Madrid

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