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FIAIZ

Una ética desde la humildad esencial

UNA ÉTICA DESDE LA HUMILDAD ESENCIAL 

¿Es posible una ética universal compartida por las religiones?

 

            En diciembre de 2012, y ante la embajada egipcia de Estocolmo, la activista egipcia Aliaa Elmahdy protestaba con otras dos mujeres contra el régimen de Mursi que consideraban un avasallamiento desde el lado de la religión. Protestaban desnudas. Los diarios que dieron la foto, velaban los cuerpos desnudos, pero dejaban a la vista los eslóganes que las muchachas portaban. Uno de ellos decía explícitamente: “Religion is slavery”. Eso resultaba más escandaloso que sus desnudos. ¿Cómo es posible que las religiones que predican la libertad y el amor sean conceptuadas por los ciudadanos de hoy como “esclavitud”? ¿Hasta dónde nos hemos desplazado? No vale decir que el comportamiento moral de tales muchachas desacredita su denuncia. Muchos ciudadanos y ciudadanas que jamás se desnudarán en público piensan de la misma manera.

            Y ahora, nosotros nos preguntamos si las religiones pueden contribuir a una ética universal, a proponer un camino de humanización, de libertad, de amor, de espiritualidad. Desde el inicio de esta reflexión decimos que nos parece que sí, que existe esa posibilidad. Pero no a cualquier precio ni por el mero hecho de invocar una supuesta supremacía del hecho religioso. Nos parece, lo adelantamos ya, que el primer y básico precio que haya que pagar es el de la humildad. Desde esa humildad esencial (no tanto virtuosa) quizá podamos decir algo. Si no se asume la cruda realidad de unas religiones que han caminado y caminan por sendas opuestas a este anhelo, resultará imposible encontrar posiciones nuevas y ser creíbles.

            En esta reflexión no pretendemos llegar a establecer los caminos éticos concretos que las religiones podrían proponer para la construcción de esa soñada ética universal y común. Queremos sugerir las bases, el cimiento, una especie de telón de fondo sobre el que, a nuestro juicio, habría de ir construyendo las religiones para que amaneciera el día luminoso y anhelado de la ética universal.

 

1. Pasado y anhelo

 

            Antes de avanzar la propuesta de base de los caminos éticos queremos decir algo sobre el pasado, pesado y tóxico, de las religiones en relación con la libertad y el miedo. Lo decimos no para fustigarnos, sino para saber de dónde venimos y para concluir, lo hacemos ya desde ahora, que ese pasado es tan denso y sigue extendiendo sus ramificaciones tan verdeantes en el presente que quien anhele un futuro interreligioso humanizador quizá no tenga otro camino que asumir lo ocurrido pero pasar página, porque, como decimos, esa densa maraña no tiene arreglo posible.

            La crítica a la religión por su toxicidad respecto al miedo y a la culpa viene de lejos, de antes del cristianismo, del islamismo y de filosofías ajenas al judaísmo u otras religiones. Los escritores del mundo grecolatino decían “Primus in urbe deos fecit timor”. Y Lucrecio menciona, además del temo, la ignorancia como el origen del culto a los dioses. Posteriormente el miedo logró categoría ética: los humanos se sienten culpables ante los dioses, sujetos de castigo. Surge así, desde antiguo, el mito de la culpa y de la pena junto con el inseparable e insuperable temor a lo divino. En la época moderna Nietsche fue un abanderado y actualizador de estas ideas antiguas. En La gaya ciencia habla de un hombre loco que anuncia a la humanidad que Dios ha muerto porque los hombres lo han asesinado ya que es insufrible la total prepotencia de un Dios que dice “No hay más Dios que yo”.

            Junto a esto se genera, desde muchos ángulos religiosos, la idea de la violencia de lo divino y desde lo divino. “La religión es quien con más frecuencia ha provocado actos criminales e impíos”,  dice Lucrecio. “Nada extraño que seres estructuralmente agresivos y violentos como son los humanos, hayan pensado y hablado de Dios como si fuese ‘violento’.  Proyectando en Dios su propia violencia. O bien pretendiendo su propia violencia bajo el dosel sagrado de la divinidad” (A. Villalmonte, Cristianismo, ¿religión del amor…,  p.557).

            Esto ha hecho que las religiones hayan entablado una alianza muy estrecha con el miedo. El miedo ha logrado una fuerte presencia en el modo de tratar los creyentes con su Dios. Un miedo que se contagia y se expande socialmente y que llega al más allá. Ese miedo ha sido herramienta de poder y de control social en todas las sociedades religiosas.

            Junto a estos elementos brota pujante la culpa. Parecer algo históricamente innegable que, dentro de las religiones, ha existido una tendencia generalizada, tenaz y, en casos, morbosa, a ponderar la gravedad inconmensurable del pecado humano. Como si estuviesen siguiendo aquella famosa consigna de Lutero: “¡Hay que glorificar grandemente el pecado!” (valde magnificandum est peccatum!)” (A. Villalmonte, Ibid., p.567)

Unido a esto último se halla el mito de la pena: “La pena es inseparable de la culpa” (Culpam poena premit comes), decía Horacio (Odas, lib.IV,5). La culpa se castiga con el sufrimiento. Como dice P. Ricoeur: “El mundo del terror ético ha sido depositario de una de las racionalizaciones más pertinaces, del sufrimiento” (Finitud,  p.273).

¿Es posible reelaborar, sanear, reorientar todo este conjunto de hondísimas vivencias que se han situado ya, de una manera u otra en el seno de las culturas? Muchos pensadores de toda clase de religiones creen en la posibilidad de una reorientación y trabajan con denuedo en ello en todas las religiones. “La credibilidad que las religiones vayan a poder recuperar está en manos de los creyentes actuales más conscientes. Deberían reconocer que tienen una deuda con la Humanidad hasta tanto no logren acreditar suficientemente a los ojos del buen sentido que realmente la esencia válida de la religión (que se revela en sus escritos fundacionales y en las actuaciones de sus originadores) es la que contiene aportaciones positivas para la vida y valores que sirven de referente, y no la que surge más visiblemente de la consideración de las actuaciones históricas posteriores” (R. Reguillo, Aportaciones comunes,  p.376).

            Sin embargo, nosotros creemos que, de alguna manera, hay que pasar página, hacer borrón y cuenta nueva sobre algo que impregna el camino humano y anhelar un futuro que no esté directamente conectado con un pasado que no posibilita caminos nuevos a nivel de práctica real. La novedad se juega en la calle, no en los tratados filosóficos. Y desde ese ámbito de lo popular, del deseo de la población de buscar caminos más fecundos puede haber más horizonte que desde los estudios históricos.

 

2. La base de los caminos éticos

 

            Bases y principios éticos se confunden en esta época de balbuceos en la construcción de una ética universal. Nosotros, queriendo distinguir entre ambos, nos situaremos más en la base, en el cimiento, en aquello previo que puede posibilitar un consenso ético concreto.

1)      Ética de la compasión: Algo que subrayan continuamente los autores. Dicen que la compasión esta hecha de solidaridad y desapego, solidaridad para sufrir y alegrarse en la medida de lo posible con quien sufre; desapego para no querer poseer al otro y respetar su autonomía. “La compasión no es un sentimiento menor de ‘piedad’ hacia quien sufre. No es algo pasivo, sino muy activo…Se trata de salir del propio círculo y entrar en la galaxia del otro en cuanto otro…para construir la vida en sinergia con él” (L.Boff, El cuidado esencial,  p.103). Compasión con las creaturas, algo que viene de la gran tradición budista y franciscana (L. Boff, “Hacia una ética planetaria…”, p.253). Desde esta compasión radical es preciso definir y construir los caminos éticos universales.

2)      Ética del cuidado esencial: El cuidado esencial es más una actitud que un acto concreto. “Significa obedecer más la lógica del corazón, de la cordialidad, de la delicadeza que la lógica de la conquista y del uso utilitario de personas y cosas” (L.Boff, El cuidado esencial,  p.84). Mientras la actividad ética no salga de sí misma y, mirando de frente la realidad del otro y de lo otro, no se implique en el logro de una dicha básica, todavía no ha abandonado el mundo de las ensoñaciones para situarse en el de los sueños que se construyen.

3)      Ética de la vida valorada en toda su amplitud: No solamente una ética que cuida el principio de la vida, sino también el centro y el final. Una ética que pretenda ejercer el señorío humano sobre la vida, sabiendo que el valor último no es la vida en si misma como hecho físico, sino el “señorío humano” sobre ella, la manera humanista y humanizadora de entender la vida, lejos de aprioris de pretendida raíz divina que hacen intocable la vida y, con frecuencia, inhumana.

4)      Ética de la amistad cívica: Que no es sino la amistad “de los ciudadanos de un Estado que, por pertenecer a él, saben que han de perseguir metas comunes y por eso existe ya un vínculo que les une y les lleva a intentar alcanzar esos objetivos, siempre que se respeten las diferencias legítimas y no haya agravios comparativos” (A.Cortina, “Amistad cívica”, p.19). Una ética universal que menosprecie esta ética de mínimos, siempre necesarios, quizá se mueva más en el anhelo que en la realidad.

5)      Ética de la mesa compartida: Ya que la dignidad humana conlleva el derecho a la mesa de la vida. Y mientras haya tantos millones de excluidos de esa mesa y despojados de su justo derecho, las religiones tendrán que clamar y trabajar para que el reparto sea equitativo. Los dos tercios de la humanidad que sufren carencias básicas interpelan al otro tercio, a su humanidad y a sus creencias.

6)      Ética de la dignidad común: Porque a casi todas las religiones la ética de la dignidad les ha llegado tarde, aunque en sus textos originarios hubiera una hermosa sementera. La “lucha por la dignidad” de la que hablan los filósofos como la gran batalla de la historia humana (J.A.Marina, por ejemplo) es también la batalla ética de las religiones. Si no se suman a esa dura refriega, sus propuestas de ética universal no pasarán de ser cuestiones de salón.

7)      Ética de la igualdad efectiva: Ya que todos los grandes documentos y las constituciones de todos los países democráticos proclaman a los cuatro vientos la igualdad. Pero esa es la igualdad teórica que se da de bruces con la igualdad efectiva. Las religiones han de defender esta igualdad nunca lograda con maneras igualitarias ad intra y colaboraciones por el logro de la igualdad ad extra. Hablar de ética desde estructuras jerarquizadas, desigualadoras es caer en una profunda contradicción.

8)      Ética de la entrañabilidad: Porque a la vida le hace falta más calidez, más corazón, más “entraña”. La “lógica del corazón” de la que hablan los autores. La necesaria “conmoción” que se consigna en los textos sagrados. Una ética despojada de esta calidez se aproxima al gélido mundo de las leyes.

9)      Ética de la sexualidad liberada y liberadora: Porque la sexualidad es un valor, una tarea, un gozo, un componente decisivo del caminar humano y cósmico. Echar vinagre sobre esta hermosura es caminar en la dirección opuesta al hecho creacional. Las religiones ha de hacer una fuerte reconversión ideológica para llegar a proponer una ética liberadora, disfrutante, luminosa y positiva del mundo de la sexualidad.

10)  Una ética de la espiritualidad: No tanto de las religiones. Una ética laica, pero espiritual; un ética de componente religioso, pero espiritual. Unirse en la espiritualidad, he ahí el gran reto. “La nueva espiritualidad si no se apoya en creencias, ni es religiosa, carecerá de sacralidades, será laica. Sin embargo, precisamente porque no es ni religiosa ni creyente, podrá heredar toda la riqueza espiritual de las tradiciones religiosas de la humanidad” (M. Corbí, “Otra espiritualidad…”, p.47).

 

3. Requisitos para creyentes

 

            Esta base no se consolidará si no se van introduciendo en la vida de los creyentes algunos requisitos que la posibiliten (los tomamos de J.S.Spong, Un cristianismo nuevo, p.203):

  • Abandono del pensamiento rígido, la estructura patriarcal, los prejuicios permanentes basados en cualquiera de las que son simplemente características de la humanidad, como el color de la piel, el género, o la orientación sexual: Mientras esta rigidez tenga cabida en el marco de las religiones, la creación de una ética universal no será fácil. La rigidez de pensamiento reafirma el sectarismo; la mentalidad patriarcal genera atrocidades, los prejuicios en torno al color, el género o la orientación sexual nos llevan directamente a la lobreguez de las cavernas. Si se anhela una nueva ética, es preciso que las religiones no solamente abran sus ventanas para que entre el aire fresco, sino que habrán de situarse en el lugar mismo de la intemperie, allí donde se ventilan los grandes problemas de la vida y los pequeños problemas del corazón humano, decisivos unos y otros.
  • Abandono de la creencia de que nuestros textos religiosos son inamovibles o que no contienen errores: Porque las religiones, en una u otra medida, tienen en sus textos un cimiento necesario. Atribuir a tales textos la calidad de “divinos” es tomar un camino de sectarismo capaz de deducir de esos textos las mayores inhumanidades. Dichos textos son experiencias espirituales, humanas, profundas que nos ayudan a atravesar el umbral de lo divino. Pero en modo alguno tienen el marchamo de la divinidad de modo que han de convertirse en leyes intocables.
  • Abandono de la ilusión de poseer la verdadera y exclusiva fe, los excesivos reclamos de ser el recipiente de una revelación inamovible, el deseo neurótico de creer que siempre se tiene razón: Porque, efectivamente, creer que se posee la verdadera y exclusiva fe es una ilusión, muy peligrosa por cierto. Las religiones son puertas de acceso a la realidad de Dios. Todas son valiosas, todas contienen una parte de la verdad, todas son susceptibles de hermanarse en el anhelo del Otro y de la justicia cumplida. Y esta es una certeza dúctil, flexible, no algo quieto, esclerotizado, incambiable. Las religiones están al servicio de la vida y, por eso, como la vida misma, crecen y evolucionan. Una religión estancada es tan peligrosa como un agua estancada. En consecuencia, querer siempre tener razón hace dura e inaceptable a una religión y le incapacita para el sueño de una ética universal que es un sueño de hermandad, de aprecio común, de casa y vida compartidas.
  • Nunca afirmaremos que nuestra religión es el único camino hacia Dios, porque ese es un acto de locura humana. Nunca alimentaré más mi ego con la acostumbrada reivindicación de que cualquier otro camino hacia Dios son inadecuados o de segunda categoría: Es un acto de locura decir que el acceso a la inconmensurable realidad de Dios tiene una sola y obligatoria puerta de acceso. Por lo que calificar a los otros accesos que no son los míos como inadecuados o de segunda categoría es un error. Este error nos ha alejado de los caminos de la fraternidad y ha hecho que las religiones, que son las primeras llamadas a construir la ética universal, terminen muchas veces como farolillo rojo de este empeño. En consecuencia, se impone un cambio de paradigma si se anhela un cambio de comportamiento humano.

 

4. Una ética desde la humildad esencial

 

            Ni la Declaración hacia una ética mundial de Chicago en 1993, ni la Declaración de principios en torno a una ética universal de la Red internacional para una ética universal que coordina Miguel A. Padilla incluyen el término “humildad”. Quizá no lo consideren necesario. Pero creemos que las religiones deberían incluirlo. Cuando hablamos de humildad esencial no nos estamos refiriendo a la clásica virtud de la humildad que algunos poseen en grado notable y otros no tanto. Nos referimos a ese valor constitutivo de la persona que, en correcta autoestima, hace que nadie se considere a sí mismo más que nadie y nadie menos que nadie, sino que la relación, desde la igualdad y la dignidad inalienables, llegue a ser literalmente hablando, fraterna. Creemos que esta sería la “gran” aportación de las religiones de hoy al sueño hermoso del logro de una ética universal. ¿Cómo se plantearía la ética desde la humildad esencial? No debería brotar desde un sentimiento de culpabilidad puesto que no tiene sentido que una creencia se fustigue por los errores pasados o por las incoherencias del presente. Tendría que mirar más al horizonte de un futuro aún no logrado. Quizá podría ser algo de esto:

1)     Una ética de igualdad, nunca de superioridad: Las religiones están habituadas a moralizar desde un sentimiento de superioridad como si sus hermosos ideales les autorizaran a creerse en una posición moral ventajosa, cuando sus prácticas morales muestran con frecuencia lo contrario. Una ética de igualdad es aquella que reconoce la evidencia de que toda creatura encierra una dignidad creacional inalienable. Que, como hemos dicho, nadie es más que nadie ni menos que nadie. Quizá sean los desvalidos de la historia, por su desvalimiento, quienes gozan de un estatus superior. Los demás, no.

2)     Una ética que acompaña, no que adoctrina: Porque el adoctrinamiento es el arma normal en las religiones. Pero la persona secular está harta de doctrinas y ayuna de acompañamiento. Una ética de acompañamiento es aquella que trata de abrazar la soledad constituyente de la estructura humana y todas las otras soledades, muy duras a veces, que se adhieren al caminar de los humanos.

3)     Una ética de colaboración, no de liderazgo: Ya que las religiones se han llegado a ver investidas de una autoridad divina y han creído incluso que estaban por encima de las leyes sociales. Desde ahí han pretendido liderar los comportamientos éticos e, incluso, los sociales y políticos. Esa insensata ansia de liderazgo se cura con la humilde colaboración, con la disposición a colaborar con quien  busque el bien, sea quien sea. Esa ética de “levadura en la masa” es la que convendría a las religiones.

4)     Una ética de oferta, no de imposición: Porque, creyéndose investidas de autoridad divina y con conciencia de superioridad y liderazgo, las religiones han pretendido imponerse, muchas veces por la fuerza o por la pretendida sacralidad de sus ideas. Una ética que se impone se destruye, es insensata, como quien pretendiera imponer el amor, obligar a amar. Una ética que se ofrece es susceptible, por su mismo componente de oferta, de ser aceptada o no, de escuchada o no, de ser acogida o no.

5)     Una ética de inclusión, no de exclusión: Ya que con frecuencia la propuesta ética de las religiones ha conllevado fuertes dosis de exclusión para aquellas personas que no acomodaban su comportamiento a los dictámenes de la autoridad religiosa. Ese camino no está en el fondo de las utopías creyentes. Más bien se anima a la inclusión, a ampliar los límites de la tienda para ser casa de acogida para los más posibles, para todos incluso, abrazando con honda humanidad y comprensión las incoherencias y fuertes fallos que acompañan el devenir humano.

6)     Una ética de resistencia, no de militancia: Ya que las ideas religiosas y sus consiguientes caminos éticos han sido propuestos en modos militantes, proselitistas, avasalladores. Habría de ser sustituida esa actitud por un talante resistente ante el mal, ante la incomprensión e, incluso, ante la persecución. Una resistencia desde la confrontación no conecta con el fondo de las religiones; una resistencia desde el amor es la que deja sin sentido a cualquier manera militante de presentar los caminos de la ética.

7)     Una ética para la esperanza, no para el desaliento: Porque se quiere ofrecer la ética nueva poniendo como telón de fondo el lado negativo e inhumano de la sociedad, lo que induce, las más de las veces, al desaliento ya que ni la sociedad abandona sus caminos, ni el creyente es capaz de convencer de la supuesta insensatez de los mismos. Una ética humilde es aquella que logra suscitar esperanza incluso en escenarios de gran derrota, de profunda inhumanidad. Su fuerte no es la censura o la condena, sino el aliento y el ánimo que sopla sobre la brasa que arde bajo las cenizas.

8)     Una ética de bendición, no de maldición: Ya que el lenguaje de la maldición es una siembra de sal sobre cualquier propuesta ética. Por eso mismo, las propuestas de una ética desde la humildad han de emplear un lenguaje benigno, comprensivo, laudatorio incluso. De tal manera que la bondad de las palabras anime a la bondad de las prácticas éticas.

9)     Una ética desde gestos de vida humildes, no desde grandes ideas sin gestos: De manera que se perciba que las grandes ideas propuestas desde una ausencia de gestos reales son, las más de las veces, palabras en el vacío. La fuerza de los gestos, su capacidad para hablar el lenguaje del futuro y su humilde fuerza para decir en modos plásticos que las cosas pueden ser de otra manera, es un aval formidable para cualquier propuesta ética.

10) Una ética que sostenga a los humildes y que, por lo mismo, se aleje del poder: Porque si la propuesta ética no se desliga de las posiciones de poder se desautoriza a sí misma nada más nacer. Pero si la propuesta está hecha desde el humilde terreno de quienes no quieren tener que ver con el poder político o económico, sino que se hace con la fuerza de la pobreza y su arrolladora verdad es entonces cuando puede tener interés.

Conclusión

 

            Al terminar esta reflexión sobre una ética desde la humildad esencial, tres son las conclusiones que desearíamos poner sobre la mesa:

1)      Una ética universal es una ética de humanidad: De ahí que la humanidad ha de ser su verdadera medida. Llegar a una humanidad ahondada, entregada, construida es el quicio sobre el que se asienta este sueño.

2)      Una ética universal es una ética espiritual: Siempre que entendamos el término espiritual en sentido amplio y hermoso: aquello que alimenta, sostiene y desarrolla lo más vivo de la realidad, lo más entrañable de las personas. Una ética así hará que no solamente no muera el espíritu en nuestra sociedad, sino que el anhelado cambio social tenga visos de resultar posible.

3)      Una ética universal es una ética de compromiso social: En frase de J. García Roca: “La existencia de exclusiones, con todos sus satélites de pobrezas y marginalidades, marca la altura moral de nuestro tiempo y plantea en toda su radicalidad la principal cuestión ética que abre el milenio: ¿dónde dormirán los excluidos?, ¿qué será de ellos? Plantea, asimismo, la gran cuestión política, ya que vivir humanamente es ampliar el nosotros humano y hacer recular los espacios de marginalidad; e incluso plantea la gran cuestión religiosa, ya que el problema teológico más radical hoy es cómo anunciar a los excluidos que Dios los ama: ¿quién y dónde podrá alimentar su esperanza?, ¿qué mesa podrá acogerlos como comensales? (J. García Roca, En tránsito, p.171-172).

 

 

 

Bibliografía de referencia:

 

BOFF, L., “Hacia una ética planetaria desde el Gran Sur”, en J.J.TAMAYO (director), Aportación de las religiones a una ética universal,  Dykinson, Madrid 2003.

CORBÍ, M., “Otra espiritualidad es posible y necesaria”, en Éxodo 88 (abril 2007) 42-49.

CORTINA, A., “Amistad cívica”, en El País 6 de mayo de 2008.

GARCÍA ROCA, J., En tránsito hacia los últimos. Crítica política del voluntariado,  Sal Terrae, Santander 2001.

MARINA, J.A.-DE LA VÁLGOMA, M., La lucha por la dignidad, Anagrama, Madrid 2005.

REGUILLO CALERO, R., Aportaciones comunes de las religiones monoteístas a una ética mundial,  (Tesis doctoral), http//:eprints.ucm.es/11620/1/T32296.pdf.

RICOEUR, P., Finitud y culpabilidad,  Taurus, Madrid 1969.

SHELBY SPONG, J., Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo,  Abya Yala, Quito 2011.

VILLALMONTE, A. de, Cristianismo, ¿religión del amor-religión del miedo”,  en Naturaleza y gracia  (2006) 553-595.

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