Juan 73
CVJ
Domingo, 20 de marzo de 2011
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
73. Jn 10,22-30
Introducción:
Parece que nuestra sociedad, nuestro sistema, se ha resignado a que haya pérdidas, a que un sector social ande siempre en la pobreza, a que países enteros nos miren como a un paraíso porque ellos viven en la noche de la marginación. Nuestro sistema produce pérdidas. Parece inevitable. Pero hay personas que tratan de hacer ver que eso no es una ley incambiable. Que se puede pensar en un tipo de vida en que las pérdidas sean menores y que, incluso, que lleguen a desaparecer. Quizá, se dice, hay que echarle mucha imaginación y utopía a la cosa. Pero lo cierto es que muchas personas se dejan la vida (a veces hasta literalmente) por aminorar las pérdidas. Generalmente son personas que permanecen en el más puro anonimato. Pero eso les da un plus de humanidad. Gracias a ellas lo mejor de lo humano sigue vivo.
Como dice este pasaje con el que oramos en esta semana, Jesús ha sido uno de esos que ha soñado con una sociedad sin pérdidas: “no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano”. Jesús soñó una sociedad sin pérdidas. El Evangelio de Mt 18,14 lo decía bien claramente: “el Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”. ¿Cómo llegó a sumarse a quienes anhelan un mundo sin pérdidas? Porque bajó al sótano de lo humano y descubrió en medio de tanta oscuridad la hermosura de la luz de la dignidad inalienable. Y eso le llevó a descubrir el mayor anhelo del corazón de Padre: que no hubieren más pérdidas. Empeñó su vida en ello, aunque nos pueda parecer que lo logrado fue muy poco.
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Texto:
22Se celebraba la fiesta de la Dedicación en Jerusalén. Era invierno, 23y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
24Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
-¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente.
25Jesús les respondió:
-Os lo he dicho y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. 26Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. 27Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, 28y yo les doy la vida definitiva; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. 29Mi Padre, que me lo ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. 30Yo y el Padre somos uno.
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Ventana abierta:
Este señor es Serge Latouche, un profesor de economía de la Universidad de París. En 1991 escribió un libro que se titulaba El planeta de los náufragos. Dice que el mundo rico es como un lujoso trasatlántico lleno de luz, de música, de alimentos, de bienestar. Pero, si te asomas por la borda, verás en las aguas oscuras una legión de personas que tratan de sobrevivir. Son los náufragos del sistema, porque, de vez en cuando, los marineros arrojan por la borda a algunos pasajeros a ese mundo de oscuridad y muerte. La imagen es impactante y da que pensar porque algo de eso está ocurriendo en nuestra sociedad. Caer en la cuenta no es poco; sumarse a alguna tarea que evite más pérdidas, lo mejor.
Oramos: Gracias, Señor, por quienes luchan contra todo naufragio; gracias por quienes miran en la dirección de los náufragos; gracias por quienes sienten siempre viva la llamada de la solidaridad.
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Desde la persona de Jesús:
Dice Jesús en este pasaje que el que no haya pérdidas “es lo que más importa”. Es lo que más le importa al Padre y lo que más le importa a él. Muchos/as otros/as han llegado también a la conclusión de que eso es lo más importante, que si uno logra evitar un solo naufragio o una parte de él está haciendo “lo que más importa”. Nunca se establecerá un premio Nobel para gente que haya evitado naufragios. Pero, desde la perspectiva del Evangelio es lo que más importa. De hecho, si quitamos esa motivación de la vida de Jesús no quedaría nada.
Oramos: Tú, Señor, has sido, en la medida de tus posibilidades, un rescatador de náufragos; tú te has compadecido de quien andaba en los márgenes de la exclusión; tú has mantenido la dignidad a los marcados por el sistema.
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Ahondamiento personal:
Rescatar náufragos es cosa más de obras que de ideas. Ya dice el texto evangélico que hay que “acreditarse por las obras”. Por eso, el final del proceso de acercamiento a los náufragos tiene que medirse por el asunto de las obras. Pero, ojo, no decimos por la envergadura de las obras, sino por el contenido humano de las mismas. Y sabemos que este contenido puede estar pujante en obras simples, calladas, pobres, consideradas por los grandes como intrascendentes. Las obras que evitan los naufragios son obras con mística, con la mística de quien poner por delante de todo la valoración ineludible de la dignidad del otro.
Oramos: Que nuestras obras por el débil tengan dentro la mística de la dignidad; que nuestras palabras sea moderadas y nuestras acciones a favor del débil arriesgadas; que amemos sin esperar siempre recompensa a cambio.
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Desde la comunidad virtual:
Dice Jesús que “yo y el Padre somos uno”. Esto, más que una formulación teológica que presuponga la divinidad de Jesús quiere decir que el Padre y Jesús están, codo con codo, en la misma tarea de trabajar porque nadie se pierda. Saber esto habría de animarnos a trabajar todo lo que se pueda en esa dirección. Si intuimos que podemos hacer algo por quien anda un poco despistado, no dejemos de hacerlo. Es la misma obra que hacen el Padre y Jesús, que la quieren hacer a través de nuestros brazos, de nuestros esfuerzos, de nuestro interés. Estos llamados a la misma obra de amor de ello. Una suerte.
Oramos: Que nos ayudemos a no perdernos; que lo hagamos apoyándonos en todo lo que podamos; que nuestra cercanía no se debilite, sino que aumente.
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Poetización:
Fue un soñador extraordinario.
Soñó un mundo sin pérdidas,
sin náufragos,
sin excluidos, sin desposeídos,
sin machacados.
Lo soñó tan vivamente
que toda su vida fue una entrega
a ese sueño.
Era el sueño loco de Dios
del que las Escrituras
avisaron tiempo ha:
“me extravié como oveja sin pastor,
busca, por favor, a tu siervo”,
decía el salmo 118.
Jesús se dio a esa tarea,
buscar para que no hubiere pérdidas.
¿Cómo llegó a esta certeza?
Por dos increíbles hallazgos:
llegó al convencimiento
de que toda persona
llevaba dentro una dignidad
que lo hacía único y valioso.
Nunca se apeó de ahí.
Y llegó a la conclusión
de que el Padre estaba haciendo lo mismo
desde los inicios de la historia.
Armado con esas dos convicciones
no hubo obstáculo que se le pusiera por delante
aunque tuvo que empeñar en ello su vida.
Si hubiéramos podido preguntarle
por qué lo hizo,
habría respondido
mirándonos a los ojos:
“era lo más importante”.
Así de sencillo,
así de profundo.
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Para la semana:
Mira con aprecio a los “náufragos”. Si puedes, haz algo por ello, aunque no sea más que dirigirles una palabra amable.
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