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FIAIZ

NOS HIZO DE SU FAMILIA

NOS HIZO DE SU FAMILIA

(Materiales para una Pascua Juvenil Franciscana)

 

INTRODUCCIÓN

 

            Cuando decimos por ahí, a nuestros amigos, a nuestra familia, que vamos a celebrar la Pascua enseguida piensan en misas, en rezos, en procesiones, en cosas así. Los más profundos dicen que la Pascua es el “misterio” de la salvación. Pero, en realidad, la cosa es más simple: celebrar la Pascua es, simplemente, entender que Jesús nos hizo de su familia.

            Tú tendrás experiencias, y las podrás contar, de familias que, sin ser la tuya biológica, te admitieron como de su familia: comías con ellos, ibas a su casa, participabas de sus alegrías, te tenían por uno más del grupo, hasta, quizá, tenías o tienes llave de su casa. A veces hemos experimentado que alguna de estas familias era tan importante como la familia propia. Es que “ser de la familia” es realmente un hermoso misterio. Es el misterio de la relación, del amor.

            Pues bien, has venido a esta Pascua Juvenil para celebrar este misterio de una familia de verdad que acoge a toda persona, aunque sea distinta, diversa, diferente. No es una familia estilo hippie con un líder al que todos veneran y unas normas raras que todos obedecen. No es eso. En la familia de Jesús nadie pierde lo que es, se le acoge como es. Se le respeta en su libertad y en su diferencia. Es una familia de ancho abrazo, no una secta rara.

            Los mayores suelen decir que Jesús murió para salvarnos. Pero, en realidad se podía decir que empeñó su vida para hacer ver que somos familia, que los humanos somos familia, que somos familia incluso con las cosas, con los animales, con la creación. No es poesía barata, sino una verdad básica.

            Francisco de Asís llegó a tenerlo muy claro: cuando él llamaba “hermanos” no solo a las personas, sino incluso a los cosas, creía de verdad que había una cierta hermandad, un vínculo familiar. Por eso, no toleraba la violencia entre quienes son familiares, de ahí que respetase siempre la manera de ser de las personas y se admirase de la diversidad y hermosura de las cosas. Él sí que entendió lo que era “ser familia”.

            ¿No te parece que, viniendo a esta convivencia, con estos amigos y amigas tuyas a los que, sin vergüenza puede llamar “hermanos”, estás haciendo parte de una familia básica? No mires a quien tienes delante solo como un colega de convivencia. Intenta mirarlo como si fuera de tu familia. Verás que la cosa cambia.

            La Palabra de Dios nos va a ir guiando estos días. Si la lees con cuidado, si la piensas, si la acoges, verás que, en el fondo, lo que quiere decirte es justamente algo de esto: Jesús te ha hecho de su familia, a ti y a tus amigos y amigas. Disfruta de esta casa en la que se acoge y se te quiere. Ese es el fondo y el sentido de la entrega de Jesús.

 

Para preguntarse:

 

  1. ¿Te has sentido “como en casa” en una familia o grupo distinto al tuyo?
  2. ¿Te parece interesante eso de que el “misterio” de Jesús es hacernos parte de su familia?
  3. ¿Cómo decir a la gente de hoy que la tienes por hermana?

 

 

 

 

 

JUEVES SANTO: MI CASA ES TU CASA

 

            Te puede parecer ciencia ficción, pero si lees con atención el texto del Evangelio que hoy utilizaremos en la celebración de la tarde (Jn 13,1-15), hay en la penumbra un personaje que en Mt 26,18 se menta: “Id a la ciudad a casa de Fulano y dadle este recado: El Maestro quiere celebrar la Pascua en tu casa con sus discípulos”. Imaginad un poco: yo soy ese “Fulano”. Llamadme, si os parece, Yohanán, Juan. Muchos nos llamábamos así en aquella época. Jesús quiso cenar en mi casa. Hizo de mi casa su casa, aunque, en realidad, luego vi que era él quien me admitía a su familia.

            Yo le vi lavar los pies a sus discípulos. Aquello les contrariaba. ¡Qué Mesías de nada era aquel que lavaba los pies como un siervo! Percibí que no le entendían. Ellos querían un Mesías potente, milagroso, brillante, a cuya sombra ellos iban a sacar algo en limpio. ¡Y se ponía a lavar pies! No entendían que les estaba diciendo: si soy capaz de lavarte los pies con cariño, es que mi corazón, mi vida, puede ser casa tuya. No estás desamparado, no tienes que hundirte cuando las cosas no van bien, tienes una casa donde se te quiere como eres. No lo entendían, pero él seguía lavándoles los pies con el mismo cuidado.

            La repera fue cuando se acercó a Pedro: él no se dejaría lavar los pies jamás. Eso era denigrante para Jesús y, de rebote, para él, porque, ya decimos, ¿qué se podía esperar de un Mesías que lava pies? Sin que se le alterase un músculo, aunque la procesión iba por dentro, Jesús dijo a Pedro la frase más “amenazadora” que hay en todo el Evangelio: Si no te dejas lavar, no tienes nada que ver conmigo. Algo se iluminó en la cabeza de Pedro: entendió que lo de menos era el tema de los pies, que le estaba abriendo la puerta de su alma, de su vida, de su casa. Por eso reaccionó con aquella desmesura de siempre: entonces, lávame todo.

            Con el tiempo yo, Yohanán, estuve con aquel grupo de seguidores de Jesús cuando se rehicieron del hachazo de la muerte violenta de Jesús. Ellos comentaban aquel episodio del lavatorio de los pies que les marcó. Decían que ahora veían que les estaba abriendo la puerta de su casa, que les estaba invitando a una profunda amistad, que lo suyo no era salvar a nadie, sino abrazar a todos, fueran como fuera. Que su gran empeño era que viéramos que no estábamos solos, que nunca quedaríamos a la intemperie, que en algún lugar siempre nos esperaba alguien, él siempre nos esperaba.

            Esto de “mi casa es tu casa” nos suena un poco a E.T. Y hacemos un chiste. Pero, en realidad, todos anhelamos tener una o varias casas, porque la sed de amparo y de abrazo de los humanos es insaciable. Hay un dicho castellano que suena así: “¡Qué se puede esperar de quien no tiene hogar!”. Pongámoslo en positivo: Lo mejor de nosotros se puede esperar porque tenemos hogar (varios hogares cálidos).

            Hoy es Jueves Santo: trata de ser hogar para otros, aunque sea un poco. Abre tus “puertas” sin miedo. Escucha, acompaña, sé paciente. Mira lo de dentro de la persona, no te quedes en las apariencias. Todas estas cosas es como “lavar los pies”, decir con el lenguaje de la vida que mi casa puede ser la tuya, si quieres.

 

Para pensar y dialogar:

 

  1. Cuéntanos alguna experiencia personal de haber tenido “una casa” (además de la tuya natural).
  2. ¿Qué hay que hacer en nuestros grupos para sentirse en ellos como en casa?
  3. Francisco de Asís quería que sus seguidores fuesen “hermanos”. ¿Está trasnochado este anhelo?

 

VIERNES SANTO: UNA FAMILIA DONDE SIEMPRE SE AMA

 

            Yo me llamo Lidia. Soy aquella “criada que hacía de portera” que recordaréis de pasada esta tarde cuando leáis el relato de la pasión (Jn 18,17). Le puse en un gran apuro a Pedro por dos veces. Él, “echando maldiciones” (Mt 26,74) negó varias veces que era discípulo de aquel preso. Resultaba peligroso significarse. Y no tuvo empacho en abandonarlo a su suerte. Miraba yo a Pedro y me decía: ¡Hombres! Cuando más falte hacen, no los encuentras. Me di cuenta de que el preso, cuando salió del interrogatorio miró a Pedro a los ojos y éste, escabulléndose, salió fuera. Me percaté que estaba llorando (Lc 22,16).

            Seguí luego el cortejo, pobre y triste, de aquel que iban a crucificar. Solamente un grupo de mujeres aguantó hasta el final. Había dicho Jesús que “lo iban a dejar solo” (Jn 16,32). Y así fue. Ninguno de su grupo, excepto aquellas pocas mujeres, apareció por allí. Ni de lejos. Lo dejaron solo con su pena y su triste destino.

            Pero luego, frecuenté el grupo de cristianos y muchas veces les escuché decir: siempre nos amó. Incluso cuando lo abandonamos, él nos siguió amando. Lo comprobaron porque lo sentían vivo junto a ellos. Les apenaba el no poder decirle ahora: Gracias porque nos amaste siempre. Pero ellos tenían aquella certeza en su corazón, como un tesoro.

            Un día la cosa fue más lejos. Alguien dijo: ¿Por qué nos amó siempre? Y fue muy buena la respuesta de una mujer: el amor verdadero hace pocas preguntas. No habría que preguntarse tanto ¿por qué nos amó? , sino si nosotros seríamos capaces de amar como él.

            A quien Jesús ha hecho de su familia, nunca le dejará de amar. Eso decían nuestras antiguas Escrituras cuando hablaban de la alianza: nunca os dejaré, decían los profetas. En Jesús lo vimos, nos amó siempre, incluso con nuestra traición. Muchas veces nos preguntábamos extrañados: ¿Cómo pudo dar a Judas el “pan untado”, como pudo besarle si le traicionaba? Nunca dejó de amarlo. Quizá ese amor fue su casa y las cosas no ocurrieron del modo en que nos contaron (que “se ahorcó” y todo eso).

            A Clara de Asís le preguntaban los compañeros de san Francisco qué pensaba ella de aquel asunto raro de las llagas que tenía en su cuerpo. Y ella decía que las curó sin hacer preguntas y que el amor había hecho con él una copia del Amado. Y añadía: “Me pregunto muchas veces si seré capaz de amar tanto”.

            Hoy vas a leer el relato de la pasión. En la forma quizá sea un relato de pena, de sufrimiento, de humillación. Pero, en el fondo, es un relato de amor, la evidencia de que siempre nos amó, incomprensiblemente, genialmente. La familia de quien ama a Jesús ha de aspirar a amar siempre. Aunque haya fallos y caídas, hay que volver al amor siempre. Ojalá nuestros días, como los de Jesús, no se alejen nunca de un amor sencillo y vivo.

 

Para pensar y dialogar:

 

  1. ¿Crees que “amar siempre” es imposible?
  2. ¿Cómo amar al otro cuando las cosas no van bien?
  3. ¿Te parece interesante leer la pasión de Jesús como un relato de amor?
  4. ¿Es una ingenuidad hablar de un Jesús que te ama hoy?

 

 

 

 

SÁBADO SANTO: SER FAMILIA SIN TEMOR

 

     Yo acompañé a María Magdalena al sepulcro. El Evangelio me denomina como “la otra María” (Mt 28,1). La acompañé y tuve el mismo temblor cuando vimos que lo que vimos. Muchos estudiosos del Evangelio harán sesudos análisis de “lo que vimos”. Siempre quedará la cosa un poco en la penumbra, como deben quedar las cosas del amor. Pero a mí, lo que se me metió en el alma fue aquello que repitieron tanto el ángel como el mismo Jesús: No temáis.

      Luego lo dirá claramente otro escritor del Nuevo Testamento: el amor echa fuera al temor (1 Jn 4,18). Eso me pasó a mí: eché fuera el temor porque me inundó el amor. Me decía: si lo amo, ¿por qué voy a tener miedo? Y una fuerza me nació dentro.

      Entonces entendí por qué ese sonsonete de “no temáis” lo repitió tantas veces Jesús en su vida. Lo contrario de la fe y del amor no son las ideas que uno puede tener, lo contrario es el miedo. Con miedo, con desconfianza, con reticencias, no se puede amar.

      Él quería que en su grupo no hubiera temor, porque de lo contrario no habría amor. De ahí que animara tanto a echar fuera el temor. Porque cuando hay amor no hay sitio para el temor y al revés.

      Habrá quien explique esto de su resurrección con palabras profundas y hará bien porque la cosa es de hondo calado. Pero yo entendí que lo de la resurrección tiene que ver mucho con el temor echado fuera. Creer en el resucitado es vivir sin temor, entender al otro sin temor, no creer que los demás, aunque sean distintos, me van a hacer daño siempre.

      Una familia de gente sin temor, así es la familia de Jesús, el grupo de quienes lo aprecian. Incluso, aunque el corazón tiemble, se puede hacer parte de la familia de Jesús. Él y los amigos se encargarán de ayudarnos a que el temor se vaya quedando a la puerta.

      Francisco de Asís le hizo una vez una confidencia a Clara. Le dijo: Yo, ya no tengo miedo; el único miedo es que a ti te pase algo por seguirme en pobreza. Y Clara, como siempre, fue contundente: si tienes miedo, aún no eres cristiano. Toma.

      Te interesa formar con tus amigos y amigas, con toda persona, la familia de Jesús, pues tienes que confiar más, tienes que intentar sobreponerte a los miedos, no puedes obrar siempre con desconfianza.

      Cuando esta noche en la Vigilia de Pascua leas el relato que habla de mí, de “la otra María”, que cale en tu corazón el mensaje del ángel y del mismo Jesús resucitado: tranquilo, tranquila, no tengas miedo.

 

Para pensar y dialogar:

 

  1. ¿Te cuesta controlar tus miedos? ¿Qué te ayudaría?
  2. ¿Te parece interesante que la familia de Jesús esté hecha por gente “sin miedo”?
  3. ¿Te gusta que Clara de Asís sea una mujer valiente, sin miedo?
  4. ¿Crees que la resurrección puede entenderse como un vivir sin miedo?

 

 

 

 

 

DESIERTO: FAMILIA DE DIVERSOS

 

     El “desierto” es hacer silencio fuera para que dentro haya ebullición, vida, pensamiento, amor. Es algo raro: por fuera soledad, silencio, tranquilidad, sosiego. Por dentro miradas, pensamientos, vida, movimiento. Así han sido siempre los “desiertos”. Así fue incluso el desierto de Jesús.

      Estás reflexionando estos días en el marco de la convivencia de los grupos franciscanos sobre esa maravilla que es ser familia para otros, construir los caminos bonitos, pero difíciles, de una relación humana y cristiana saludable. Da un paso más: ¿Cómo ser familia si somos tan distintos, si pensamos tan distinto, si nuestros gustos son tan diversos, si provenimos de regiones y de familias alejadas, si nuestra manera de ver la vida es, con frecuencia, muy diferente? ¿Se puede ser familia con estos materiales tan dispares?

      Se puede por dos razones: una, porque por muy distintos que seamos, tenemos un mismo denominador común: nos queremos, nos apreciamos, nos miramos bien. Nos interesan las vidas de nuestros amigos, nos preocupamos por ellos, sus alegrías nos alegran y sus penas nos entristecen. Si hay amor, la diversidad queda superada, englobada, asumida. Y además por otra razón: porque lo diverso nos enriquece. Si todos fuéramos iguales es fácil entender que la cosa sería muy aburrida: todos con los mismos gustos, con la misma ropa, con las mismas ideas, con los mismos sueños. Como robots.

      La familia de quienes apreciamos a Jesús de Nazaret y a Francisco y Clara es una familia hecha con gente diversa que se aprecia y se enriquece en la diversidad. Francisco nunca puso condiciones iguales para todos, caso de que quisieran pertenecer a la fraternidad franciscana. La única condición es que consideraras al otro como hermano, fuera como fuera.

      Una vez Francisco quiso mandar a sus frailes a que anunciaran el Evangelio. Y para elegir el lugar les hizo dar vueltas sobre sí mismos, como hacen los niños cuando quieren marearse. Donde caía la cabeza, por ahí tenían que ir a predicar. No es un chiste. Francisco está queriendo decir a los hermanos que, caiga la cabeza donde caiga, ahí pueden tener una casa, una familia, un amor. Porque todo el mundo es casa de amor para el hermano menor.

      Esto resulta imposible si te quedas en lo externo, en lo que nos diferencia, en los gustos y manías que nos hacen distintos. Es preciso bajar al corazón que nos une, que nos asemeja, porque todos los corazones funcionan igual: quieren amar y ser amados. Así de simple, aunque a veces no lo parezca.

      En la tranquilidad de tu “desierto” piensa en las personas con las que te relaciones. Mira si puedes ir asimilando poco a poco las diferencias. Entiéndelas como una gran suerte, como una riqueza. Y sobre todo piensa: puedo amar al otro aunque sea diferente. Así de simple.

 

Para pensar y dialogar:

 

  1. ¿Tienes mucha dificultad para aceptar las diferencias de los otros?
  2. ¿Te parece posible que en los grupos franciscanos se acepte con facilidad al diferente?
  3. ¿Te resulta fácil ver a un Jesús que acoge a los distintos?
  4. ¿Se puede ser persona que aprecia a Francisco queriendo solamente a quienes me caen bien?

 

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