Taller de jubilación 2011
Taller de jubilación
Vitoria 19 de febrero de 2011
EL HORIZONTE ES BRUMA,
ES CIELO Y ES ESCARCHA
La misión en la etapa adulta de la Vida Religiosa
Cuando la persona adulta encara el tramo final de su vida quizá en su horizonte (esa línea hacia la que se camina pero nunca se alcanza) haya bruma, cielo y escarcha. Bruma en la medida en que muchas quedan en lo oscuro, en lo no explicado, en la pregunta que no ha tenido respuesta. Es preciso encajar esto con la mayor humanidad posible. También hay cielo, logros, pequeños éxitos, valores conseguidos, lugares y corazones a los que se ha llegado. Y, cómo no, hay en ese horizonte escarcha que habla de amaneceres, de posibilidades, de escalofríos que buscan soles, de caminos andados. Los poetas tienen la virtud de hacer elocuentes a sus bellas palabras, de sugerir lo que, de una u otra manera, todos sentimos. El regalo de este título viene en un poema de Elisa Martín Ortega que reza así:
Desierto de Judea
Hoy el sol de la tarde tiene un nombre escondido.
Se oculta en el abismo
de nuestras manos,
acompaña al silencio de las dunas.
El horizonte es bruma, es cielo y es escarcha,
mientras la tierra, azul y sinuosa,
acoge nuestras sombras, y las borra
entre sus pliegues.
Sólo respira el aire:
mi cuerpo a la intemperie.
Y sin embargo,
una voz me reclama
donde acaba la piel,
donde la arena duerme,
la misma voz que sorprende en secreto
a mis ingenuos ojos,
y presta me ha traído
a este valle de ausencias,
a este hermoso campo
que aún guarda el dolor
del paraíso.
Al plantear el tema de la misión en la etapa adulta de la vida religiosa estamos situándonos, lejos de lamentos y de pérdidas, en el terreno de lo realmente posible: la etapa adulta de la vida religiosa es un marco interesante para un replanteamiento de la misión cristiana, para conjurar el fantasma de que los años sean causa o excusa para apearse de la misión, para descreer de una sociedad que piensa que ser mayor y no tener nada que hacer es lo mismo.
Un taller con este tema puede ser una pequeña ayuda para animarse a retomar las riendas de la propia vida y lanzarse a una misión fecunda o, más modestamente, para iluminar la “acción misionera” del religioso/a adulto y contribuir a darle más contenido.
1. Una nueva vivencia de la misión cristiana
La vieja idea de misión (convertir infieles, dicho de una forma tópica) fue fuertemente sacudida y reorientada por el Vaticano II cuando habló de inculturación, de semillas del verbo, de diálogo interreligioso, etc. Fueron conceptos “revolucionarios” que afectaron mucho a los agentes de evangelización de la época (recordemos a Alejandro Labaka, por ejemplo). Pero la realidad es que de aquello hemos derivado en una acción evangelizadora mucho más moderada y resuenan los viejos conceptos de antaño: evangelización explícita, confesión directa, recristianización de Europa, raíces cristianas, etc. Los viejos dinamismos de fondo (la supremacía cultural y la universalización de la fe) vuelven a sonar de nuevo.
Pero, por otra parte, algo nos dice a los cristianos de a pie y a los religiosos/as con ellos que se ha ampliado el concepto estrecho de misión y aunque la misión “ad gentes” quede como paradigma excepcional, nos hemos percatado que las vidas sencillas de cada uno de nosotros/as, en la medida en que sean significativas (más que relevantes) puede ser y son marco para la misión. Se puede hacer misión en el marco fraterno y social en el que me muevo cada día. Este sí que es un concepto “revolucionario” en la idea de misión, por muy sencillo que se vea. Aquí es donde queremos decir cómo la vida religiosa adulta puede hacer misión, porque ese ámbito de vida sencilla es normalmente el suyo.
a) La misión en lo cotidiano de la vida: Toda persona puede hacer misión independientemente de sus circunstancias personales y vitales. La misión engarza a lo que uno vive, sea lo que sea. Esto desbanca la idea de misión como algo excepcional. Es en lo corriente donde habrá que aplicar la espiritualidad de la misión cristiana. Por lo tanto, los trabajos de misión son trabajos comunes, para toda persona interesa por el Evangelio, no para gente con un perfil determinado.
b) Una misión no proselitista sino testimonial: La misión no consiste en conseguir más adeptos para una determinada confesión (¿para qué necesitamos ser más?), ni de convertir a nadie, sino de lo que se trata es de ofrecer el testimonio de un cierto estilo de vida (bondad de corazón y vida sencillo) que dimanan de haber incorporado a la propia vida un estilo evangélico. Y, por lo mismo, no deriva de aquí ninguna imposición u obligación, sino que se hace en los modos de la oferta, del compartir, del ofrecer lo que uno cree que es bueno.
c) Una misión que va más allá del concepto de lo útil: Porque muchas “misiones” que lleva entre manos la vida religiosa se justifican por su utilidad: la enseñanza, la sanidad, la solidaridad con las pobrezas, la cultura, etc. La misión de la vida adulta, dado que con frecuencia le es vetado el trabajar en lo útil, tiene que situarse más allá de eso. No es una misión únicamente para el desarrollo de ciertas facetas del hecho humano, sino para la construcción de una sociedad más humana, más sensible al débil (núcleo de la misión), una misión para el logro de una mayor felicidad (preocupación de Jesús, no tanto preocupación por el pecado), misión para una trascendencia no religiosa sino espiritual.
d) Una misión de diálogo incansable y de acogida apacible: Porque sin diálogo las ideologías esgrimen sus espadas y sin acogida un mensaje es pura frialdad. La vida religiosa adulta puede hacer un acto de fe en el diálogo (¡cuántas personas mayores inflexibles!) y practicar la humilde acogida siendo el “saco” donde las personas quieren vaciar sus propias tribulaciones.
e) Una misión de amor a flor de piel: Porque misión y amor han estado a veces alejadas (han estado cerca misión e ideologías). Los religiosos/as adultos/as no habríamos de temer que nos vea a flor de piel actitudes, palabras y comportamientos de hondo amor, de ternura, de sensibilidad amable. No se trata de ñoñerías, sino de hacer ver que un estilo de vida evangélico es de los más cálidos. La misión habría de deshacer el hielo en que, con frecuencia, va vertido el hecho creyente.
¿Se puede plantear así la misión de la vida religiosa corriente? De hecho se está ya viviendo en muchas vidas. Muchas personas han llegado a la conclusión de que un talante así puede ser “misionero”, puede cumplir aquel empujarnos de Jesús a anunciar que el reino ha sobrevenido a nosotros y que está en el interior de la vida, en la profundidad de los días, por muy anodinos que se los quiera.
2. La continua vuelta a la misión evangélica
Esta espiritualidad de la misión se debe, claro está, a su raíz evangélica, a la manera como Jesús ha planteado el hecho de la misión cristiana. Siempre habrá que tenerla como referente. Como un breve apunte reflexivo, voy a tomar un texto de la regla franciscana porque Francisco de Asís que no tuvo obras propias, las rechazó siempre (aunque luego los franciscanos hayamos ido por otros derroteros) deja ver de forma nítida cómo es esa misión en la vida sencilla y cotidiana.
En su regla él escribió un capítulo insólito: “De cómo los hermanos han de ir por el mundo”. En su tiempo, siglo XIII, un monje que leyera esto abría los ojos de par en par: ¡Cómo, diría, un buen religioso lo que tiene que hacer es justamente lo contrario, quedarse quieto en su convento! Pero Francisco, como Jesús, es hombre de caminos y cree que es en los caminos, en el ir y venir de la vida, donde hay que hacer la misión del Reino.
El texto en cuestión es el siguiente:
Cuando los hermanos van por el mundo, nada lleven para el camino: ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni bastón (cf. Lc 9,3; 10,4; Mt 10,10). Y en toda casa en que entren digan primero. Paz a esta casa. Y, permaneciendo en la misma casa, coman y beban lo que haya en ella (cf. Lc 10,5.7). No resistan al mal, sino a quien les pegue en una mejilla, vuélvanle también la otra (cf. Mt 5,39). Y a quien les quita la capa, no le impidan que se lleve también la túnica. Den a todo el que les pida; y a quien les quita sus cosas, no se las reclamen (cf. Lc 6,29 - 30). (1 Regla cap.14).
Para asimilar un texto así (como para hablar de misión cristiana) quizá haya que dejar de lado el rubor que nos causa el poner sobre la mesa de la vida (lo dejamos para la capilla o el estudio) el texto evangélico. Lo que dice el Evangelio puede hacer parte de los caminos diarios del creyente. De lo contrario, ¿para qué sirve el Evangelio?
- Caminar sin nada o la cuestión de la confianza: El Evangelio tiene como uno de sus criterios la confianza: ¿tú en quién confías realmente? Una misión en la desconfianza se orienta a apoyarse en valores seguros (dinero, despensa, comida, bienes, armas), mientras que la misión del reino se apoya en el corazón de las personas. Si no confías en el corazón el otro, hablar de misión del reino es música celestial.
- De la misión tiene que brotar automáticamente un sentimiento de paz y de gozo: Si la misión provoca tensión, confrontación, dialéctica o cosas peores, esa no puede ser la misión del reino. La buena señal de la misión es que si aquellos con los que te relaciones (e incluso les hablas de fe) se muestran tranquilos y tranquilamente siguen con su vida (aunque con un poquito más de luz), buena señal.
- La misión tiene que hacer entender que toda casa puede ser tu casa: Es decir, que, si entregas el corazón, cualquier lugar, cualquier situación, cualquier ámbito, puede ser de algún modo casa tuya. Porque lo importante es ser albergado por un corazón, no tanto estar de acuerdo con unas ideas o funcionar en parámetros aceptados por la moral más sistémica.
- La misión no encaja por ningún lado con el litio, con la disputa sobre algo: Si se disputan adeptos, bienes, privilegios, honores, no puede hacerse ahí la misión cristiana. Todas las energías se van en la disputa y el Evangelio queda totalmente desplazado.
- Sin generosidad no es posible la misión: La generosidad es otra de los ingredientes evangélicos que están en todas sus salsas. Mientras se ande mirando con lupa lo que gasto, lo que doy, lo que invierto, es muy difícil hacer misión evangélica. Si apunto todo lo que hago, si quiero pasar siempre factura, si no incluyo en mi vocabulario real la palabra “gratis” es muy difícil la cosa.
3. La misión en la etapa de una vida religiosa adulta
Ya hemos dicho que la etapa de la vida religiosa adulta es óptima para este tipo de misión en lo cotidiano, en el marco de una vida normal. Hay hermanos/as que en esta etapa han descubierto como una “segunda vocación”, un camino de entrega en cosas que, con frecuencia, no son propias de su carisma pero que sí lo son de un comportamiento cristiano. Y aunque no tuviera ese carácter de segunda vocación, la misión en la vida religiosa adulta es una realidad al alcance de la mano.
Quizá para eso haya que cambiar un poco de parámetros, de paradigma y hasta de una cierta ideología. Habrá que ser más eclesial, más social y, indefinitiva, más humano porque la razón de la misión es una razón de humanidad. Con los parámetros fijos de siempre, con el interior intocable, es difícil atisbar este tema de la misión adulta.
Además, quizá sea en muchos casos necesario el ir más allá de los estereotipos carismáticos: yo, que pertenezco a la enseñanza, no sé hacer otra misión que enseñar, etc. La vida demuestra de mil maneras que eso (además de que ciertas edades ya no es posible) no es así: uno/a, con anhelo y buena voluntad, puede hacer cosas sencillas pero maravillosas. Vamos a sugerir algunas de ellas en general (la concreción tendría que hacerla cada uno/a).
1) Misión de escucha: Hay mucha gente que quiere hablar, que se le escuche, nada más. Saben que sus problemas no tienen soluciones, tampoco las buscan. Pero quieren ser escuchadas no solamente por desahogarse, sino porque son personas. Escuchar, sobre todo, a gente que lo pasa mal. Las puertas de casa habrían de estar abiertas para quien quiera hablar.
2) Misión de acompañamiento: Es una misión divina: Dios nos acompaña siempre, como lo decía Jesús (Jn 16,32). Acompañar es pasar un ratito con alguien que está mordido por la soledad. Pero también puede ser una vocación, una dedicación explícita. Y las personas que demandan acompañamiento son muchas, lo sabemos.
3) Misión de cercanía: Hacerse presente en lugares de vida, en ámbitos ciudadanos, no solamente en marcos religiosos. Mirar cómo vive la gente con dificultad. La lejanía nos lleva a la insensibilidad y desde ahí es imposible hacer misión cristiana de ninguna clase.
4) Misión de consuelo: De recoger lágrimas, de encajar llantos y lamentos, de hacerse cargo de vidas y situaciones que no son las mías. Nuestra respuesta ante el dolor ajeno nos constituye en sujetos morales, nos dice qué tipo de personas somos. Y el ámbito de sufrimiento es inmenso en hospitales, casas de salud, enfermerías, personas impedidas, enfermos de toda índole.
5) Misión de trascendencia ofrecida, de espiritualidad: No misionar tanto desde lo religión, desde el catolicismo, sino desde la sed de Dios que uno experimenta y que experimentan muchos. Vivir y vibrar ante el Dios oculto, ante el silencio de Dios, ser apóstoles de ese silencio como prueba de amor, de libertad para que no se le manipule. No cansarse de decir que Dios hace parte de nuestra existencia, sobre todo cuando ésta se duele más. Enseñar no tanto a rezar, sino a buscar a Dios. Ofrecer no tanto oraciones, cuanto búsquedas compartidas.
6) Misión de silencio lleno: Porque se llega a edades adultas en la vida religiosa sin haber tenido tiempo para leer, para orar, para pasar en la naturaleza, para disfrutar de la belleza sencilla. Todo esto son técnicas de ahondamiento, de recuperación de la profundidad, contemplativas. La edad adulta puede ser tiempo óptimo para estos reconfortantes trabajos. Llenar el silencio hace que el fantasma de la soledad (muy propio de la edad adulta) sea conjurado.
7) Misión de oración ahondada, redescubierta: Porque se llega a la edad adulta habiendo rezado mucho y sabiendo rezar mucho. Pero orar es otra cosa. Aprender el ahondamiento, el disfrute, el tiempo sosegado, la oración de presencia, demanda redescubrir el camino de la oración personal. ¿Nos vamos a ir al otro mundo sin haber dado con un camino fecundo de oración? ¿Cómo vamos a hacer la misión de la oración ahondada si nosotros no somos los primeros “consumidores”? ¿Vamos a enseñar sin haber aprendido?
8) Misión de amparo fraterno: De opción renovada, elegida a diario, por la comunidad en la que vivo: amparar a los hermanos/as más débiles, amparar a quien anima a la comunidad, amparar los proyectos que surgen, aparar todo tipo de colaboraciones sencillas. Desterrar el sentimiento de que como soy mayor todos me deben servir.
9) Misión de libertad conquistada: Porque los mayores habríamos de ser personas de libertad, ya que no tenemos nada que perder. No deberíamos ser tan “pudorosos” a la hora de poner encima de la mesa el Evangelio. No habríamos de temer los riesgos innecesarios. Gente libre que controla sus miedos. Estos/as sí que son buenos “misioneros/as”.
10) Misión de resistencia lúcida: La adultez tendría que habernos enseñado a no quebrar a la primera contrariedad. En la resistencia habita la esperanza, dice Galeano. La misión se hace en la resistencia: “cuando os despidan de una ciudad, marchad a otra”. Para hacer misión hay que estar vacunado contra el desaliento.
La conclusión de todo esto parece clara: hay que salir más a la calle porque ahí se cuece la vida y ese debe ser el marco de la misión. Es preciso que lo que aquí se ha dicho genéricamente se vaya concretando porque uno de los riesgos de la vida cristiana es la inconcreción y dejar las cosas para la semana que no tenga jueves. Y hay que insertar estos anhelos en el marco de lo comunitario porque no hago misión únicamente desde mis búsquedas, sino desde la comunidad. Es raro que si comunidad y personas vibren por los mismos anhelos evangélicos no lleguen rápidamente a un acuerdo.
4. Taller: La misión más allá de los 65
1. Objetivo
Como hemos dicho, para conjurar el riesgo de inconcretez hay que hacer trabajos de acercamiento a la realidad. Es en ella donde habrá que plantear la misión de la vida religiosa adulta.
En concreto, se trataría deponer sobre la mesa experiencias sencillas de misión que tengan estas características:
- Que sean “nuevas”: que tengan algún punto de novedad respecto a la vida que uno/a ha llevado antes (si antes era enseñante, ahora va a la prisión, por ejemplo).
- Que sean “concretas”: no vale decir que se reza por los pobres, algo más concreto y con perfiles definidos.
- Que sean “compartibles”: es decir, que no sean tan peculiares que no las pueda hacer más que uno/a y nadie más.
2. Trabajo en grupos
Se hacen los grupos y se reúnen durante una hora. Una “secretaria/o” toma nota de lo esencial para colaborar luego en la puesta en común.
3. Puesta en común
Los secretarios/as de cada grupo exponen únicamente dos experiencias, las que ellos consideren oportunas. Luego, si hay tiempo en el diálogo, se pueden ampliar las experiencias.
5. Conclusión de la jornada: memorial
Se trataría de poner en común unos pocos rasgos, unas pocas frases, en torno al tema de la misión en la vida religiosa adulta que quedaran como unos lemas para el recuerdo y para la práctica (eso es un “memorial”).
Fidel Aizpurúa Donazar
1 comentario
Maite Heredia -
A veces creemos que la misión es algo extraordinario, algo grande, algo que nos dé gloria y no nos damos cuenta que anunciar el reino es vivir la compasión, el amor allí donde estemos, escuchando a una hermana, a un vecino... acogiendo con una sonrisa a quien nos saluda o nos encuentra en la calle, en casa... etc.
Gracias por colgarlo en internet y facilitarnos acceder desde casa.