Estudiar para encontrar vida
ESTUDIAR PARA ENCONTRAR VIDA
Importancia del estudio en la vida franciscana
(Retiro al inicio del Curso de la ESEF)
“Vosotros estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida definitiva” (Jn 5,39): esta frase de la polémica joánica entre el judaísmo y el cristianismo naciente a propósito de los testigos que avalan el mesianismo de Jesús nos viene muy bien para comenzar esta jornada de retiro en la semana inicial del Curso de la ESEF de este año. Estudiamos para encontrar vida.
Todo nuestro esfuerzo personal y fraterno, nuestro afán por acomodar nuestro Curso al Plan de Bolonia, nuestro volcarnos a las páginas de los textos franciscanos, nuestro interrogarnos por el lugar del franciscanismo en la sociedad actual no tiene otra finalidad sino la de acrecentar el caudal de vida, no tanto el de nuestra sabiduría.
Estudiar para vivir con más sentido es cumplir aquella vocación primordial que Dios ha puesto en todo ser creado: vivir y dar vida. Es vivir un poco aquella “santidad de vivir” (como diría J. Sobrino) que desata la ternura del corazón de Dios. Él quiere que vivamos en la mayor plenitud y gozo posibles. El estudio, modestamente, podría colaborar a encontrar ese sentido y gozo que da a la vida otro color.
Estudiar para encontrar vida, para llenar de más sentido la vida, para disfrutar más de la vida, para ser más conscientes del donde la vida, para entregar más vida a otros. Desde ahora nos hacemos conscientes de esta intención básica del esfuerzo, del trabajo y del recorrido que iniciamos esta semana.
1. Y uno aprende
Antes de recurrir a la Palabra de Dios y a la de los textos franciscanos ponemos delante un hermoso poema de J.L.Borges que, por sí solo, daría pie a una profunda reflexión. Se titula “Y uno aprende”:
Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma,
y uno aprende
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad
y uno empieza a aprender...
Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas
y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos
y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
y los futuros tienen una forma de
caerse en la mitad.
Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.
Así que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que
realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
y uno aprende y aprende...
y con cada día … uno aprende.
- Aprender para “no encadenar”: Para entenderse y vivirse en la mayor libertad posible, para no apropiarse de nadie, para no juzgar a nadie, para sentir en el rostro la brisa fresca de la libertad
- Aprender a “construir en el hoy”: Con generosidad y con el humilde realismo de saberse limitado pero llamado a la hermosa tarea de la vida.
- Aprender a “decorar” la vida: Hacerlo valorando la moderación y el amor a lo bello aunque esto sea sencillo y humilde.
- Aprender a “aguantar”: A resistir sabiendo que la fortaleza está en el fondo del corazón.
2. La luz de la Palabra
“Buscaba palabras tuyas y las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí” (Jer 15,16).
- Devorar es algo más que comer: es el modo como los animales comen, devoran, rasgan, trituran, porque comen por mero instinto. El profeta dice que come la palabra como un animal devora: con ansia de identificarse pronto y del todo con esa palabra. Comer así es muy distinto del comer por convencimiento, por obligación, por costumbre, por pasar el tiempo. Así habría que comer la Palabra y las palabras de Francisco: como quien devora, como quien lleva dentro un fuego que quiere apagar. Estudiar por obligación, por costumbre o por ser más que otros no es la manera mejor de hacerlo, no lo habría de hacer así un franciscano/a. “Mi alma tiene sed del Dios vivo” dice el Sal 41.
- El profeta dice que esas palabras no se las encuentra por casualidad, sino que las busca. Está anhelante y deseoso y busca la palabra luminosa de Dios en todas las circunstancias. Y cuando las encuentra, las devora. Es un “buscador de la Palabra”, uno que pregunta a todo y todos por esa palabra que sana y da sentido. Estudiar sin querer buscar es arriesgarse a no encontrar. Pensar que las búsquedas de otros me van a servir a mí sin que yo me dé la pena de buscarlas es engañarse. “Gente buscadora”, no estaría mal que se pudiera definir así a este grupo.
- La Palabra es alegría y gozo de corazón. No es, en primera instancia, algo para armar la cabeza, para enriquecer la mente, para acrecentar el saber. Es, ante todo, alegría y gozo para el corazón. Si el estudio de la Palabra y de las palabras de Francisco nos dejan el corazón impasible, frío, como estaba antes, quizá no hayamos dado con la clave. “¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?”, dicen los de Emaús (). Jesús tenía una manera de explicar que hacía “arder”. No solamente era interesante lo que explicaba, sino que “quemaba”. No hubiera sido posible si el corazón de los de Emaús, aunque cansado, dolorido y abatido no tuviera dentro el rescoldo del deseo, el fuego del amor de quienes le “habían amado desde el principio”, como decía Flavio Josefo de los primeros seguidores de Jesús. El estudio habría de llevarnos al hermoso logro de un corazón más gozoso, que es lo mismo que decir un corazón más fraterno, más franciscano.
- Y el mayor gozo de la Palabra es que encierra la palabra de nuestro nombre, que Dios no nos da la Palabra (ni las palabras de Francisco) para que aprendamos en ellas argumentos de teología o doctrinas espirituales, sino para decirnos simplemente que las letras de la Palabra conforman las letras de tu propio nombre, que la Palabra es una palabra de amor con tu nombre. María Magdalena reconoce al resucitado cuando pronuncia su nombre: “Él le dijo: ‘María’. Ella se volvió y exclamó en su propia lengua: ‘Rabbuni” (que equivale a “maestro mío del alma”)” (Jn 20,16). Si al final de nuestro trabajo en este curso de la ESEF no tuviéramos la certeza más segura de que Jesús pronuncia nuestro nombre, no habríamos conseguido el fruto espiritual, aunque logremos el fruto académico.
3. La palabra de Francisco
“Al hermano Antonio, mi obispo, el hermano Francisco: salud. Me agrada que enseñes la sagrada teología a los hermanos a condición de que, por razón de este estudio, no apagues el espíritu de oración y devoción, como se contiene en la regla” (CtaAnt).
- Todos sabemos que Francisco siempre tuvo “miedo” a los estudios no por ellos mismos, sino porque quien estudia, con frecuencia se cree más, se cree “señor” (la ciencia que hincha) y con ello se pierde la minoridad, la relación de sencilla igualdad. Pero al final de su vida (esta cartita es de 1224) “cedió” a los hechos de que la orden había aumentado y con ello el número de los “estudiosos”. Pero cede sin ceder al decir que las cosas deben estar claras: el estudio de la teología es del “agrado” de Francisco (lo suponemos sincero), pero entre los franciscanos se mantiene el primado de “la oración y devoción”. Es decir, es más importante la experiencia espiritual, el proceso creyente que uno va construyendo, la verdad de su adhesión a Jesús, que su saber teológico. No se trata de oponer oración (como actividad religiosa) y teología, sino saber espiritual sin experiencia (?) y saber espiritual con experiencia. A este habría de llevar el trabajo que comenzamos todos este Curso de la ESEF.
- Hay un poquito de ironía franciscana en eso de “mi obispo”. Pero para Francisco, quien sabe de teología es como un obispo, como alguien cualificado, como alguien que quiera hondar en su fe para contagiarla, del modo que sea, a sus hermanos/as. Es una “sagrada teología de cara a los hermanos”. Esa responsabilidad ha de estar presente: se te envía a esta Escuela no para que te luzcas al volver a tu casa con un “título” o una experiencia que no van a tener otros hermanos/as tuyos. De alguna manera esto tiene que redundar en beneficio de la experiencia creyente de tus hermanos/as.
- El estudio de la teología no ha de ser un elemento que “apague” el espíritu de devoción-oración. Hay muchos “apagafuegos” en las comunidades (muchos “bomberos”). El estudio de la teología franciscana habría de provocar “incendios”, o si se prefiere, como dice Galeano, “pequeños fueguitos” que alumbren el caminar de las comunidades. Si la nuestra es una teología sosa, aburrida, sin enganche con la realidad, sin capacidad para suscitar sorpresa, sin brillo en los ojos, quizá sea una teología que apaga. Que no apague el fuego de la experiencia creyente, así ha de ser la teología franciscana.
- La referencia a la regla es la referencia al Evangelio. Por eso, el Evangelio propicia esta teología orientada a los hermanos para “incendiar” el camino cristiano, para generar luz. La autoridad de Francisco, su sancionar positivamente la teología viene del mismo Evangelio, de la regla.
- Quizá queda más en la penumbra la espiritualidad de la praxis cristiana. Pero francisco tiene claro que “tanto sabe el hombre cuanto hace” (EP 4) y que “vale más dar que leer” (LP 93). Al final, el éxito de este camino de estudio deriva en comportamientos cotidianos de servicio, de amor al hermano, y de trabajos por la fraternidad. Lo demás es echarse tierra a los ojos.
4. Derivaciones
Terminamos con algunas derivaciones para intentar conectar mejor con la realidad cotidiana a la hora de iniciar nuestro camino de estudio:
- Trabajos en las raíces: Valoramos un árbol por sus hermosos frutos o por su florido follaje. Pero sin unas buenas raíces sería nada. No valoramos las raíces porque están en lo oscuro. Los trabajos de formación son trabajos en las raíces. Permanecen en lo oscuro (quizá por eso no son muy valorados, ya que nos gusta la luz como a las mariposas), pero son imprescindibles para la salud del “árbol”, de la persona, de la comunidad, de la congregación. Trabajemos las raíces con tesón.
- Huir de la superficialidad: O, recuperar la profundidad. Vivir en la superficialidad es muy fácil (dónde va Vicente, donde va la gente), pero nos hace muy vulnerables. Es preciso trabajar caminos de recuperación de la profundidad: silencio, lectura personal, oración, paseo, escucha, contemplación. La profundidad nos hace fuertes, nos conecta con la realidad misma de Dios: “Quien sabe de la profundidad, sabe también de Dios” (P. Tillich). El estudio es otra estrategia de recuperación de profundidad.
- Enriquecer y cambiar (si es necesario) el paradigma: El paradigma es el marco de referencia existencial que tiene toda persona. En el nuestro ocupa un lugar importante la espiritualidad y con ella la teología y el franciscanismo. El paradigma si no se lo trabaja envejece, se anquilosa y se esclerotiza. Así se corre el riesgo de perder la conciencia de minoridad por inflexibilidad. Por eso, quien estudia con mente abierta tiene que estar dispuesto a enriquecer y, si fuera necesario, a flexibilizar su paradigma vital. Si sale uno/a con las mismas ideas con las que entró, mal asunto.
- De cabeza y de corazón: Ya lo hemos dicho en la referencia a los textos meditados: el estudio tiene que afectar a la cabeza y también al corazón. Ambos habrían de ir en un cierto equilibrio (aunque, por tradición carismática, quizá haya de prevalecer un tanto el corazón). Uno/a habría de tener la sensación de que, al final del Curso, su mente y su corazón se han visto “afectados”.
- La osadía de palpar el “textum” franciscano: “Textum” significa tejido. Del mismo modo que cuando vamos a comprar una prenda, para cerciorarnos de su calidad, la palpamos, los escritos franciscanos son “textos”, tejidos de espiritualidad que hemos de tener la osadía de palpar personalmente. No podemos aprender únicamente por lo que otros (profesores/as, compañeros/as) me digan. Yo mismo/a tengo hacer el esfuerzo de palparlos, de desentrañarlos, de personalizarlos para poder decir una palabra con la “autoridad” de quien se ha metido en ellos.
- Una aventura común: El Curso de la ESEF tiene un componente colectivo, fraterno. No es solamente una exigencia académica, sino comunitaria. Aunque una gran parte del trabajo es personal, otra parte nada desdeñable es común. El trabajo de este Curso ha de llevarnos a ahondar aún más la convicción de que vivir para nosotros tiene sentido en que vivimos y somos “con y para el otro” (como decía Z. Bauman). Hemos de tratar de rasgar los velos, ideológicos y personales, que oscurecen esa sencilla convicción que es el núcleo de la experiencia de fraternidad franciscana.
Conclusión
No se pone una mañana de retiro en la semana inicial del Curso de la ESEF para que quede bien. Creemos que es necesario aprestarse a “escuchar la voz” de Jesús y de Francisco y Clara que se nos hacen presentes en esta mediación. El silencio, el paseo, la oración, la fraternidad compartida pueden ayudarnos en estas horas iniciales. A Jesús, el del “método ardiente” para explicar la Palabra nos acogemos con el amparo del hermano de Asís.
Fidel Aizpurúa Donazar
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