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FIAIZ

Creo que Dios es Padre misericordioso...

CREO QUE DIOS ES PADRE

 

Introducción

 

                No es raro que, en determinados momentos, se proponga el CREDO como base de reflexión para una semana de retiro. Como nuestra fe está muy asentada sobre verdades, es normal que la reflexión sobre el Credo brote espontánea. Por eso, de salida, tomar el Credo como base de reflexión es un acierto.

                Pero también es verdad que, para no pocos cristianos, las formulaciones del Creo son "indecibles", es decir, se acomodan con dificultad a su evolución creyente. ¿Habría manera de decir lo que hay en el fondo de los postulados dogmáticos de manera más viva, más actualizada, más vibrante, más cautivadora? Ése quiere ser nuestro intento y nuestra aportación en esta semana.

                Para ello, tomamos el Credo que se recita todos los domingos en algunas parroquias. No sabemos de dónde proviene (quizá eso sea bueno) pero parece que las comunidades cristianas se identifican fácilmente con él. Lo hacemos nuestro y lo utilizamos como material de reflexión.

               

Creo que Dios es Padre misericordioso.

Creo en Jesucristo, su hijo, nacido de María,

testigo del amor de Dios entre los humanos.

Pasó por la vida haciendo el bien

y anunciando la Buena Noticia

de que Dios nos quiere

y que su Reino ha llegado para los pobres.

Entregó su vida por amor,

pero resucitó al tercer día,

alentado por el Espíritu,

porque el amor es más fuerte que la muerte.

Creo en el Espíritu Santo,

que es el amor de Dios

derramado en nuestros corazones.

Creo en la Iglesia,

comunión de los que se aman,

manifestación viva de la caridad,

servidora de los hombres y mujeres.

Creo que, al final, todos celebraremos

la Pascua definitiva,

la vida en plenitud,

convocados por Cristo en el amor.

1

Creo que Dios es Padre misericordioso

 

                1. Posiblemente haya que decir que no entendemos nada del Dios de Jesús si no llegamos a la convicción profunda de que tenemos un Dios que es Padre misericordioso, esencialmente bueno, olvidadizo con nuestro pecado y de buenísima memoria para amarnos. En la Biblia hay imágenes de Dios para todos los gustos, pero prima la del Padre-Madre bueno, compasivo, que busca a la persona, que lo acompaña, que lo sostiene, que anda con ella los caminos de la vida. Hay personas a las que la lectura de la Biblia les ha llevado a la conclusión de que "Dios no es de fiar" (así lo dice Saramago). Nosotros habríamos de llegar al polo opuesto: la certeza de que Dios nunca nos va a fallar, nunca nos va a dejar en la estacada, siempre va a andar nuestros caminos con un amor y un respeto que no somos capaces de imaginar.

2. Cuando Jesús ha querido poner un ejemplo de persona cabal, nos ha hablado de uno "movido a misericordia", el buen samaritano.  Es ejemplo consumado de quien cumple el mandamiento del amor al prójimo; pero en el relato de la parábola no aparece para nada que el samaritano socorra al herido para cumplir un mandamiento, por excelso que sea, sino, simplemente, "movido a misericordia". De Jesús se dice que hace curaciones, y a veces se le muestra extrañado porque los curados no se lo agradecen; pero en modo alguno aparece que Jesús realizara dichas curaciones para recibir agradecimiento (ni para que llegaran a pensar en su peculiar realidad o en su poder divino), sino "movido a misericordia". Del Padre celestial se dice que acogió al hijo pródigo; pero no se insinúa siquiera que aquello fuese una sutil táctica para conseguir lo que supuestamente le interesaba (que el hijo confesara sus pecados y, de ese modo, pusiera en orden su vida), sino que actúa simplemente "movido a misericordia".

3. La comunidad cristiana tendría que ser apóstol del Dios misericordioso. Aunque parezca excesivo, nuestras comunidades cristianas están llamadas, como apostolado primordial, a mostrar en modos "tocables" que Dios es sólo amor. Puede parecer que esto es algo etéreo, espiritualista, inverificable, de otra época. Pero, dado que para muchas personas la realidad de Dios sigue siendo algo intragable, es preciso vivir un estilo de vida y de fe que hablen de un Dios del que uno/a se puede fiar. Más aún, tendríamos que hacer nuestras aquellas palabras del Hno. Roger: "Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la intuición que una vida cristiana pudiese ser el signo que Dios es amor y solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear comunidad con personas que buscasen comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón y la simplicidad estuviesen al centro de todo". Crear una comunidad parroquial de buen corazón y de maneras simples y directas de relacionarnos, una comunidad donde la misericordia no sea paternalismo, sino cuidado del otro, deseo de que se haga justicia con el más débil, anhelo de que el más sólo se sienta acompañado y el más lastimado sea curado. Una comunidad samaritana, he ahí el ideal.

4. Cuando cada domingo decimos "Creo que Dios es Padre misericordioso" estamos diciendo no solamente algo de Dios, sino de nosotros/as mismos/as. Estamos expresando nuestro deseo y nuestro propósito de pensar y vivir desde la misericordia, desde el respeto y cuidado al otro, desde el amor. Proclamar la misericordia del Padre sin apuntarnos nosotros a ella es una planta sin raíz. Decir este primer punto del Credo implica el ver si realmente, tanto a nivel personal, como familiar y social leemos la realidad de la vida desde la misericordia.

Por eso: palabras misericordiosas, gestos de misericordia, manera distinta de enfocar los problemas sociales, generosidad para entender al débil y toda debilidad, incansable comprensión, cuidado tenaz, actitudes benignas para quien piensa y vive distinto que nosotros, cambio de la base ética bueno-malo por la de la dignidad irrenunciable de toda persona. Es hermoso vivir desde la misericordia, pero no resulta fácil.

5. Pongamos un punto concreto: ¿cómo entender desde la misericordia a quien vive en la calle? ¿Quiénes son, por qué están ahí? ¿Conservan valores? ¿Qué actitud honda habríamos de tener? ¿Qué comportamientos inmediatos? Si la misericordia no se traduce en caminos concretos, queda estéril, lo repetimos y el Credo es una plegaria nada más.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Con el correr de los años, ves que la misericordia crece en tu vida?

•2.       ¿Cómo hacer una parroquia, una Diócesis de creciente misericordia?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

Creo en Jesucristo, su Hijo,

nacido de María

 

                1. Lo primero que confiesa nuestra fe, el punto inicial, de partida, insustituible es que Jesús pertenece a nuestra familia. Al decir "nacido de María" lo que estamos diciendo es esto: si algo queda claro en la cuestión de Jesús es que fue de nuestra familia, de nuestra historia, de nuestro mundo, de nuestro lado. Por eso nació de mujer, como toda persona ha nacido de mujer. El ser nacido de mujer es lo que nos iguala con él. Creemos en un nacido de mujer, en uno en quien, sea lo que sea, nacer de mujer no es un obstáculo, sino su mayor posibilidad. Ligar a Jesús a una mujer es hacerlo hermano definitivo, caminante que siempre acompaña, compartidor de experiencias comunes. Creer en un nacido de mujer es profesar la fe no sólo en él, sino en todos los que son como él, en todos los humanos, en toda realidad creada. Una fe que nos lleva a verlos como de nuestra familia, la gran familia de la creación. Creer en un nacido de mujer es sumergirse en la gran corriente de la vida, ir en dirección del gozo por lo creado.

                Esto no ha impedido para nada que el "nacido de María" fuera el Hijo del Padre, el querido, el predilecto, el cercano, el identificado, el amado. Ser hijo siendo un nacido de mujer es, más que una pega, un gozo para quienes somos de la familia. Con razón dirá san Pablo que podemos decir, como un hijo que hereda, Abbá, Padre.

Así será el gran anuncio del Evangelio: que un nacido de mujer puede ser hijo del Altísimo. Se han roto las barreras entre nosotros y Dios, entre lo divino y lo humano. Dios ha venido a meterse en este humildísimo camino de la historia. Dios se hace Padre haciendo a Jesús y a nosotros hijos. Tal vez no sea para darle muchas vueltas, sino para quedarse mirando, contemplando.

                2. Gracias a aquella mujer, María. "Algo de Dios en ti había, tu mirada él heredó, heredó tu sonrisa y tus besos, de tu piel tuvo el mismo color", cantamos a María. Por ella tenemos la certeza de que Jesús fue realmente uno de los nuestros. ¡Qué desenfoque tan grande tenemos respecto a María! La piedad ha querido ensalzarla como una "diosa". Nos ha hecho con ello un flaco favor: ha perdido lo más genuino: su pertenencia al camino humano, a lo pobre y hermoso de la historia, la gran verdad de que somos de la familia y que, por ella, Jesús se ha incorporado a la aventura de nuestra familia. María: asignatura pendiente, controvertida sin causa, lejana aunque madre, pagadora de otros excesos, compañera a quien no se invita, compañía que no se disfruta, silencio por poco aprecio, mujer de perfiles diluidos, madre sin arraigos maternales, señora y esclava a tu pesar, invento para piadosos, mujer coronada para devotos, y a pesar de todo, mujer que da vida, piadosa, compasiva.

                3. La comunidad creyente ha de mirar con benignidad y agradecimiento a todas las mujeres, a todos los nacidos de mujer. No podemos defender, si creemos en el nacido de María, ningún tipo de discriminación, de avasallamiento, de menosprecio, de palabra hiriente, de pretendida superioridad. Quizá el darnos la vida, la posibilidad de caminar hacia la plenitud de ser hijos de Dios, se la debamos en mucha parte a las mujeres que nos han engendrado y a quienes nos ha acompañado en nuestro caminar humano. No se trata de poner a nadie por encima de nadie. Se trata de simple y pura mirada agradecida.

                4. Cuando el creyente profesa la fe en un Hijo nacido de María ha de replantearse dos cosas: sus hondas potencialidades para ser él también hijo y su mirada a las mujeres y los nacidos de mujer. De lo primero, habría de surgir una creciente responsabilidad ante la vida: Dios nos ha dado la capacidad de caminar en la línea de la plenitud, del gozo, de la filiación. ¿Estamos activando esa capacidad? El Evangelio no quiere admiradores, sino seguidores, gente que se arremangue. Hagámonos una sencilla pregunta: ¿Cuándo muramos, quedará la tierra, tu ciudad, tu parroquia, tu familia, mejor que cuando viniste a ella? Si no hubiéramos aportado algo al caudal de humanidad habríamos fracasado, no habríamos cumplido nuestra vocación de hijos de Dios. Y luego: ¿Es nuestra mirada a las mujeres y a todos los nacidos de mujer agradecida, generosa, comprensiva? Decir que creemos en un hijo nacido de mujer no es mera formulación religiosa. Es también profesión de fe en todos los hijos que nacen de mujeres, en el amor a toda realidad creada. Si este amor esencial no va brotando en nosotros, terminaremos en formas religiosas pero sin raíces, sin jugo, sin hondura, sin mística.

                5. Desde el punto de vista práctico hay que preguntarse al amparo del Credo sobre el camino que la Iglesia (y la misma sociedad) va haciendo en la construcción de la igualdad de género, hombres y mujeres. ¿Somos duros todavía? ¿Damos los cristianos ejemplo claro de que nos consideramos todos y todas iguales? No miremos solamente a las "altas esferas"; mirémonos en nuestros comportamientos cotidianos, en tu casa, en la calle, en el bar, en las tiendas. ¿Cómo hablamos, entendemos y vivimos ahí nuestras relaciones de género?

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Tus actitudes ante las mujeres son inclusivas?

•2.       ¿Cómo avanzar en modos reales en la integración de la mujer en la comunidad cristiana?

 

 

 

 

3

Testigo del amor de Dios

entre los humanos

 

                1. Puede parecer exagerado decir que el gran cometido de Jesús en la historia no es tanto salvarnos cuanto darnos a entender que Dios es uno de nuestro lado, que su amor nos envuelve, que Él ha unido su éxito y su suerte a los nuestros, que es vecino de nuestro barrio, que es de fiar, que adherirnos a Él nos potencia como personas, que sus brazos nos envuelven, que nos lleva en las palmas de su mano, que no estamos abandonados, que, en definitiva, nos ama con una pasión loca, casi irracional. Esto es en lo que se ha empeñado: desvelar ante nosotros la evidencia de que Dios nos ama sin más.

                ¿Y cómo lo ha hecho? Con su propio estilo de vida. Jesús es Dios en su sencilla y compartida humanidad. Su vida misma es la Buena Noticia. Por su estilo humilde sabemos dónde está la verdadera grandeza de Dios. Por su cariño al pecador arrepentido conocemos el sentido de la santidad divina. En su compasión por todo el dolor, en su alinearse al lado de los pobres, en su defensa de los maltratados, marginados y oprimidos, se nos abre la actitud definitiva de Dios para el hombre y su intención al ponerlo en el mundo. Desde su aparición entre nosotros, cuando alguien se siente abrumado o inquieto frente al misterio sobrecogedor de lo divino, tiene delante de sí una vida clara y fraterna donde ir leyendo con humildad y confianza la respuesta segura y definitiva.

                2. De una forma que nosotros, quizá, banalicemos, Jesús nos ha dicho que nosotros somos para Dios hijos, no solamente criaturas, o seres racionales. Somos hijos, hay una familiaridad, de tal manera que podemos vivir nuestra relación con Dios en los modos del más elemental amor. Al entender nuestra filiación en modos religiosos la hemos hecho polvo, de tal manera que decir que somos hijos no provoca en nosotros ninguna emoción, no se altera nuestro pulso.

                Pero podríamos caer en la cuenta de que con su estilo de vida pone Jesús delante de nuestros ojos el modelo preciso de lo que es una existencia humana auténtica. Espíritu filial que conjunta, sin tensiones, la adoración y la confianza sin límites. Alegría de vivir, que no escapa a las durezas de la vida, y valentía, que no se crispa jamás ante el odio. Fraternidad como estilo, y amor como norma suprema. Comunión con todos, sin caer en trampa alguna, porque desde siempre y sin vacilación se sitúa abajo: con los pobres y marginados, con los enfermos y desgraciados, con los humillados y ofendidos.

                3. Este afán de Jesús por ser testigo del amor de Dios entre los humanos habría de ser el mismo afán de cualquier comunidad cristiana. ¿Cómo hacerlo? El Hno. Roger de Taizé nos daba una pista sencilla, pero interesante (volvemos a leer este texto): "Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la intuición que una vida cristiana pudiese ser el signo que Dios es amor y solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear comunidad con personas que buscasen comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón y la simplicidad estuviesen al centro de todo".

Pues bien, según esto la bondad de corazón y la vida sencilla habrían de ser caminos suficientes para mostrar que Dios es únicamente amor. La bondad de corazón es un cambio de mirada, de estructura persona, de relación elemental con las personas y las cosas. Un cambio en la línea de la fraternidad, el respeto y el gozo de convivir. La vida sencilla es, por razones de justicia más que de economía, ajustar nuestro tren de vida a nuestras necesidades alejándonos del terreno de lo innecesario.

4. Cuando uno profesa la fe en un Jesús, cuyo mayor testimonio es mostrar el amor de Dios entre los humanos, está comprometiéndose a una vida desde la perspectiva del amor. Eso le tiene que llevar, primeramente, a no desfallecer en ese camino de amar, visto el daño que nos hacemos y que hacemos a los demás. A pesar de nuestra inevitable limitación moral es preciso creer a pie juntillas en el triunfo del amor.

Y luego, hay que poner rostro a nuestro supuesto amor a Dios en comportamientos tocables de amor con las personas. Si no sabemos concretar los caminos del amor es que aún no hemos dado con el meollo del asunto. Quien ama concreta; quien no concreta, anda en la teoría del amor. Uno de los mayores esfuerzos de los cristianos es pasar del amor pensado al amor vivido.

5. El testimonio del amor ha de verterse, sobre todo, en aquellas personas que nadie ama. Pongamos como ejemplo el colectivo social de los transeúntes. Tienen todas las pegas: ni casa, ni salud, problemas con la justicia, desarraigo familiar. Todas las debilidades se concitan en ellos. ¿Cómo verter en esas vidas desestructuradas una gota de amor? Es cierto que es un campo muy difícil; pero eso no elimina la pregunta.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Crees que tu vida lleva a pensar que Dios es de fiar?

•2.       2. ¿Cómo hacer comunidades cristianas buenas de corazón y de vida sencilla?

 

 

 

 

 

 

 

4

Pasó por la vida haciendo el bien

 

                1. Así describe a Jesús el NT: "pasó por la vida haciendo el bien"  (Hech 10,38). Efectivamente, el perfil general que de Jesús nos dan los Evangelios es el de una persona buena y compasiva, piadosa y liberal, flexible y creyente. No es una bagatela en una sociedad de fuertes tintes fanáticos, por razones tanto políticas como religiosas. Por eso se lanzó a los caminos a curar, a consolar, a acompañar, a levantar la voz contra los que tenían demasiada voz, a proclamar un horizonte de esperanza para quien se halla excluido del banquete de la vida. Una vida en honda bondad. Quizá por ello fuera recordado más tarde, ya que no hizo las grandes empresas por las que suelen ser recordados los humanos eximios. Fue bueno. Eso es todo.

                Jesús es bueno, pero parece que él cree que la bondad es solamente un atributo que con propiedad hay que aplicar exclusivamente a Dios: "¿Por qué me llamas bueno", dice al joven rico. "Bueno como Dios, ninguno" (Mc 10,18). Para Jesús la bondad es un ideal mayor de vida, no una simple virtud moral. Y es así porque Dios es la bondad, Él es solo bondad, sin amargura y sin castigo. Si hemos entendido y vivido la realidad de Dios como la de un Dios cruel, eso indica que no hemos entendido al Dios que Jesús nos propone.

                2. ¿Cómo pudo estar siempre en la orilla del bien? ¿Cómo no la abandonó cuando le rechazaban, cuando le herían, cuando le traicionaban, cuando percibía el fallo y el abandono? Ya lo hemos dicho: porque él logro cambiar el fondo de su base ética. ¿Cuál es, habitualmente, ese fondo? Aquel que divide a las personas entre buenas y malas. Siempre nos han enseñado eso: hay que apreciar, adherirse y amar a los buenos; hay que alejarse, rechazar y menospreciar a los malos. Pero resulta que, con frecuencia, ni los buenos son tan buenos como ellos dicen ser, ni los malos son tan malos como nosotros decimos que son. En los buenos hay zonas de sombras y en los malos hay espacios para la luz. Por eso, Jesús abandonó esa base ética de buenos-malos y se adhirió a la de la dignidad. Para él toda persona, buena o mala, es digna. Y miró a todos con esa mirada. Eso le llevó a proponer el programa del Reino a buenos y no tanto (Mateo) y a no condenar a nadie (Jn 8,1ss: la pecadora) convencido, como estaba, que "Dios hace salir su sol sobre buenos y malos, sobre justos e injustos" (Mt 5,45), o sea, que tampoco Dios distingue entre buenos y malos, sino que ama a todos, aunque su forma de amar al justo y al injusto sean diferentes.

3. Tal vez parezca que el lenguaje de la bondad es excesivamente suave y hasta peligroso para expresar lo que necesita nuestra sociedad. Pero quizá tenga la fuerza necesaria para despertarnos y sacudirnos. Porque, aun cuando es cierto que la bondad no es suficiente, sí es absolutamente necesaria en un mundo que hace todo lo posible por ocultar el sufrimiento y evitar que lo humano se defina desde la reacción a ese sufrimiento. Por eso, cuando estamos hablando de sociedad bondadosa estamos hablando, en primer lugar, de sufrimiento, o mejor, de solidaridad en el dolor. Despojar a la bondad de esta solidaridad en lo débil es reducirla a una mera acción caritativa, cuando no a un paternalismo que encierra una más que cuestionable prepotencia.

Además, al hablar de bondad desde el lado social, estamos hablando de preocupación por un futuro común, donde el "sálvese quien pueda" quede desterrado para siempre. Solamente la bondad puede llevar a la certeza de que el horizonte de la sociedad es un éxito o un fracaso común y que tiene sentido implicarse en el logro de ese futuro común, aunque sea en cosas cotidianas y menores. La bondad, como el amor, no puede ser sino implicativa. Una bondad que no se implica en el caminar histórico es de sospechar.

4. Confesar la fe en un Jesús que pasó haciendo el bien es ponerse decididamente en la orilla de la bondad. Popularmente solemos decir que "es tan bueno que parece tonto". Pero, en realidad, eso no es así; el bueno nunca es tonto por su bondad. Si algo caracteriza al que es bueno es su estar despierto y su lucidez. Por eso sabe dar lo justo a quien lo necesita, cuando es conveniente y del modo más adecuado. Nunca da lo innecesario ni se ofrece para lo superfluo y jamás hace nada por el otro que éste pueda hacer por sí mismo.  El bueno colabora, el necio reemplaza. El bueno responde, el tonto se adelanta. El bueno hace con el otro, el necio hace por el otro. El bueno acompaña, el tonto sustituye. Aquél ayuda, éste soluciona.  La persona buena no renuncia a nada para colmar el exceso de otros, pero puede renunciar a cualquier cosa para satisfacer la demanda justa de alguien realmente necesitado. La renuncia o donación del bueno es siempre un gesto de afirmación y por eso es vivido con satisfacción y gozo. No se siente menguar en nada porque siempre está colmado de su sí mismo.  Finalmente, también huye de la tentación de universalizar su bien porque reconoce que no necesariamente lo bueno para él es bueno para otros.  El bueno vive siempre su capacidad de donación y entrega hasta el extremo, pero no en exceso.

5. ¿Con quién ir siendo buenos, cada día mejores? Es preciso comenzar por los que tienes en el metro cuadrado de tu propia vida ordinaria. En concreto: ¿cómo ser bueno con las personas cercanas, con los familiares, que no nos han comprendido o nos han hecho algún daño? ¿Hay que dar la batalla por perdida? ¿No hay ningún camino de acercamiento, de conexión, de perdón? ¿Se puede confesar la fe en un Jesús bueno y no intentar ser bueno allí donde vemos que algo no ha ido bien?

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Te tiene la gente por una persona buena?

•2.       ¿Cómo animar alas comunidades cristianas a invertir más en solidaridad?

 

 

5

Anunciando la Buena Noticia de que Dios nos quiere

 

                1. Fue un anunciador de buenas noticias. En Lc 4,18 no dudó en censurar el oráculo de Isaías que anunciaba buenas noticias para Israel y malas para los paganos. Lo censuró viniendo a decir que él quería buenas noticias para todos judíos y paganos. Por eso, prestó la voz a quienes no eran escuchados y contradijo a quienes tenían demasiada voz, a quienes se arrogaban toda la voz. 

                ¿Qué buenas noticias anunció? Más sociales que religiosas: la buena noticia de que las justas demandas de los débiles, su deseo de sentarse al banquete de la vida, era una realidad que no les podía ser negada; la buena noticia de las desventuras de los pobres pueden tener un fin; la buena noticia de que Dios no calibra como lo hacen los humanos, sino mirando al corazón de la persona; la buena noticia de que el mundo es casa de todos y quien se apropia de él es un ladrón; la buena noticia de una sociedad distinta, asentada sobre la bondad y no sobre la fuerza; la buena noticia de que toda persona es digna más allá de su condición moral. A su manera, la gente sencilla, los ojloi,  le entendió.

                Pero su gran noticia es hacernos entender desde dentro que Dios nos quiere, que está a nuestro lado, que sostiene la vida, que ha unido su suerte a la nuestra, que es de nuestro barrio, de nuestra familia, no un Dios fiscalizador, aguafiestas, censurador, condenador, malvado. Lo dijo de modos atrevidos: un Dios loco e imprudente que va tras una oveja exponiendo a las otras 99 en el aprisco sólo; un Dios que perdona siempre y que no necesita nuestro arrepentimiento para ello (hijo pródigo); un Dios que paga por generosidad no por exigencias de salario (trabajadores a la viña); un Dios que no quiere que se pierda nadie y que se alegra de encontrarse con el desorientado en su propio camino extraviado. ¿Le creyeron? ¿Le creemos? Quizá no, porque el peso del mecanismo religioso es enorme sobre nuestras vidas y culturas. Pero su mejor noticia es esa.

                2. ¿Puede ser buena noticia Dios en nuestra sociedad? Quizá sí en la medida en que no propongamos a Dios como un absoluto. Así nos lo ha enseñado siempre la religión: Dios es más, es el supremo, el poderoso, el absoluto; la criatura es lo contrario. Mientras persista este mecanismo, la sociedad experimentará un fuerte rechazo a un Dios por encima, al que hay que obedecer-venerar-aceptar me guste o no. ¿Y si propusiéramos otro perfil, uno que se parece más a lo que Jesús dice en el Evangelio? Un Dios de nuestro lado, a nuestro favor, menor, compasivo, comprendedor, que se interesa más por nuestra dicha que por nuestro pecado, que nos respeta, que colabora con lo nuestro, que sostiene nuestros sueños, que lo que realmente le importa es que vayamos construyendo una vida lo más gozosa posible dentro de nuestras limitaciones.

                ¿Cuándo cambiaremos esta idea de Dios? ¿Cuándo Dios podrá ser una buena noticia y no justamente lo contrario? Únicamente si va acompañada de buenas noticias históricas, de humanidad, de consuelo, de ayuda, de justicia, de amparo, de abrazo. Hablar a la sociedad de hoy de un Dios que es buena noticia desde las teorías espirituales es cosa que parece no interesa mucho. ¿Y si lo hiciéramos desde estilos de vida?

                3. Quien afirma que cree en un Jesús que es Buena Noticia ha de contribuir a construir (se construyen) buenas noticias en la sociedad, todas aquellas que apuntan a la dicha de los humanos, sobre todo la de quienes el gozo está más lejano de sus vidas. Las Buenas Noticias no vienen llovidas del cielo; es preciso construirlas con tenacidad, resistencia, fidelidad y amor. Es una obra de artesanía; se hace con tiempo e ilusión.

                4. Esto no será posible si, personalmente, no somos personas positivas, que leen la vida desde lados benignos, gozosos y de una indudable alegría. La negativización de la sociedad es camino cerrado para el anuncio de buenas noticias. Es cierto que hay que leer el hecho social con sentido crítico y denunciar aquello que no funciona, que es mucho. Pero los creyentes que confesamos a un Jesús Buena Noticia de Dios para nosotros hemos de tender a ser positivos en la lectura de los signos de los tiempos, incluso de aquellos que son más ásperos, contradictorios, inhumanos.

                5. Por ejemplo: ¿cómo podríamos ser buena noticia para un parado en estos tiempos de gran desempleo? Primero comprensión, respeto, acogida, mirada benigna; no menosprecio, desentendimiento, olvido. Segundo, tratar de ser justos cuando necesitamos contratar a alguien que nos eche una mano en nuestra casa, en nuestra pequeña empresa. Tercero, colaborar con entidades que ponen algunos planes de mitigación de esta lacra (Cáritas por ejemplo). Cuarto, creer que nos ponemos en marcha encontraremos alguna pequeña salida que alivie algo a quien anda mal en cuestiones de empleo. Quinto, no desfallecer porque no encontremos solución; lo que no es posible, tal vez mañana lo sea. Cosas de estas son las que conlleva la profesión de fe en un Jesús que es Buena Noticia hoy.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Cómo puedes ser buena noticia para tus compañeros sacerdotes?

•2.       ¿Qué buenas noticias necesita la gente de tu parroquia?

 

 

 

6

Y que su Reino ha llegado

para los pobres

 

                1. Confesar la fe en Jesús de Nazaret es confesarla en su mayor "obsesión", el Reino de Dios. En realidad, no era un "invento" suyo. Muchos soñaron con ese famoso Reino. ¿De qué se trataba? De una sociedad en la que el eje y el cimiento fuera la fraternidad humana y cósmica, el dinamismo el amor, la mayor preocupación la suerte de los débiles, el mayor gozo que toda persona caminara en dirección a la felicidad. Y todo ello hasta llegar a una plenitud que traspasara el tiempo y tocara lo eterno. Un increíble sueño, al que Jesús jamás renunció. ¿Cómo un pobre pudo mantener viva esa utopía? No es fácil de saberlo.

                Otros, sí, habían soñado con ese Reino, pero Jesús habló de él de un modo sencillo, como hablan los campesinos, de una fiesta en la que todo el mundo tendría un sitio, el banquete del Reino, que no es otro que el mismo banquete de la vida. Él creía que toda persona tenía un sitio en tal banquete. Y que si alguien había sido despojado de ese Reino eso era obra de quien no ama, no de Dios. Además, creyó, erróneamente, que ese Reino venía enseguida. Cosa que no ocurrió porque Jesús no sabía que el Reino se construye con esfuerzo, con lentitud, ya que cambiar las estructuras de la historia es tarea que ha de llevar muchos millones de años, todos los años en que el hombre pise esta tierra.

                Confesar a un Jesús que tiene esa utopía del reino requiere superar toda tentación de desaliento. Porque hay quien dice que "Cristo anunció el reino y vino la Iglesia". Huelga decir que la tal frase rezuma decepción y una parte de verdad. Decepción porque sobreentiende que la Iglesia no ha cumplido las hermosas expectativas del reino. Una cierta verdad porque no se puede negar que, en muchos aspectos, el proyecto de Jesús tal como lo leemos en el Evangelio y los caminos históricos de la comunidad cristiana han sido, con frecuencia, extraños entre sí. ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Por qué la utopía de Jesús parece haber durado tan poco en su verdor primaveral? ¿Por qué todo ha tomado el color y la hechura de un sistema? Son preguntas que vienen una y otra vez a la mente y al corazón de muchos cristianos e incluso no cristianos.

                Además, Jesús creyó que, aunque toda persona tiene un sitio en el Reino, los pobres tenían un lugar central. Si de alguien es ese sueño, lo sepan o no, es de los pobres. Por eso, Jesús se puso a su lado y nos habló de un Dios situado en la orilla de los pobres. Dios es Padre de todos, pero no del mismo modo: a los pobres les da la razón, a los causantes de la pobreza los cuestiona y emplaza. No entender a un Jesús que quiere trasmitir la utopía del Reino sobre todo a los pobres es no haber entendido nada de su sueño.

                2. Puede ser que la sociedad no esté hoy para muchas utopías y sueños. Pero siempre rebrotan y la profecía nunca está del todo ausente en la vida humana. Más bien hay que decir que estos tiempos nuestros no son malos tiempos para la utopía, necesaria como el pan de cada día. Por eso, confesar, plantear el sueño de una sociedad distinta no es algo exagerado. Muchas personas van tras este sueño. Y es fácil escuchar hoy: otro mundo es posible, otra iglesia es posible, otra economía es posible, otra comunidad es posible. Esos sueños entroncan con gran sueño de Jesús del Reino. Es el credo actualizado.

                3. Los sueños son motores de nuestros comportamientos, pero si no se trabaja por hacerlos realidad se esfuman, se pierden, caen en la nada. Construir sueños en nuestra sociedad conlleva el alejarse de los mecanismos del sistema (poder, consumo, derroche, frialdad humana) y construir caminos alternativos, aunque sea en cosas sencillas. Si tenemos los cristianos los mismos valores de quienes no están interesados por sueños de humanidad, ¿cómo vamos a confesar a uno, Jesús, que tenía ese sueño? ¿Y si no nos parece atractivo el sueño de Jesús, para qué nos sirve creer en el Él?

                4. Quizá tengamos el peligro de, viendo lo que pasa a nuestro alrededor, volvernos realistas, ceñidos a lo que pasa, gente que no cree más que en lo que toca. Ese exceso de realismo (claudicar, tirar la toalla) puede matar nuestros sueños y el del mismo Jesús, puede llevarnos a un conformismo que, en el fondo, es una derrota. Hay que trabajar, personal y colectivamente, por no caer en tal situación. Y, ayudándonos, se pueden conseguir cosas.

                5. Apuntando a lo concreto: ¿Cómo creer que "otra economía es posible"? ¿Con qué requisitos, con qué aportaciones? ¿Cómo se puede ver esto en actuaciones concretas, en comportamientos personales nuestros? Hablemos de algún pequeño signo, para animarnos.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Qué amistades de gente pobre tienes?

•2.       ¿Qué sitio real ocupan los pobres en tu parroquia?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7

Entregó su vida por amor

 

                1. No creo que pueda negarse que en Jesús, globalmente, fue el amor quien movió su vida. Confesar a Jesús entregado, Salvador, como uno que es movido por el amor es confesar su último motor. ¿Le interesaron otras cosas? No da esa impresión: la obra de Jesús es una obra sin pago, sin premio, casi sin agradecimiento. Una vez vino a agradecerle un samaritano, un marginado, un leproso curado. Pero otras muchas personas a las que amó, a las que acompañó, a las que curó, no dice el texto que le agradecieran ni que le hicieran ningún regalo. Él funcionó por amor, porque para él amar tuvo siempre sentido. Confesar a un Jesús, Hijo que ama, da una calidez al Credo que no pueden darle los postulados dogmáticos. El final, este Credo reafirma la validez última del amor, más que la fuerza de las convicciones ideológicas. Por eso, el Credo hace relación a algo más hondo que las ideas; tiene que ver con las vivencias, con los movimientos hondos del corazón, con la mirada que apunta a las entrañas.

Hay quien desde siempre se ha preguntado qué es lo que tiene Jesús para que lo recuerden, para que lo llamasen "divino" siendo como era un paria, que pasara a la historia cuando no ha hecho nada por lo que los humanos suelen pasar a dicha historia (ganar un batalla, escribir un libro genial, inventar una vacuna milagrosa, construir una obra de arte, etc.). ¿Qué hizo para ser tan recordado, tan querido por muchos? Simplemente amó, en profundidad, con entrega absoluta, sin desfallecer, teniendo fe ciega en que el amor triunfará sobre toda limitación. Confesar a un Jesús que entregó su vida por amor es, en el fondo, hacer una profesión de fe en el amor, en todo amor, en cualquier amor. Quien dice un Credo sin creer en el amor dice verdades, pero no la verdad última que ha movido a Jesús.

Algo de esto debieron captar sus propios compañeros/as, la gente que acompañó a Jesús en sus caminos. Un pagano, Flavio Josefo, historiador judío vendido a los romanos, dice en una obra suya que "aquellos que lo habían amado desde el principio dijeron, después de su muerte, que estaba vivo". Lo habían amado desde el principio, desde siempre, hasta más allá de la muerte, porque habían aprendido de de él que, como dirá luego san Pablo, lo único que realmente permanece es el amor. Lo demás es todo relativo. Sobre ese cimiento del amor asentó su vida; desde ahí edificó el edificio de sus días y de su muerte. Por eso, un Credo que no haga alusión a este amor único es un Credo vacío de lo más importante.

2. Nuestra sociedad de hoy habla mucho del amor (en canciones, en textos) pero su mucho hablar quizá muestra su carencia fuerte. Más allá de lo lírico, quizá se cree que el amor es cuestión privada y que quien lo tiene, suerte tiene. Pero, como decía Gandi, el amor es una fuerza "política", puede llegar a transformar el hecho social, a cambiar los parámetros de la convivencia, a reorientar y dar sentido a la historia humana. Quien profesa en el Credo el amor de Jesús, también de alguna manera profesa la certeza de que el amor podría ser una fuerza social.

Hay personas que contribuyen decididamente a impulsar ese camino. El cristiano tiene por cierto que la persona de Jesús ha sido decisiva en este afán. Efesios proclama que el designio de Dios se "ha llevado a efecto mediante el Mesías, Jesús Señor nuestro" (3,11b). Así es: él ha sido de los grandes impulsores del hecho histórico porque él ha amado como nadie este camino de humanidad. La misma divinidad de Jesús, de acuerdo con los Evangelios, no le viene tanto por su pertenencia a lo divino, cuanto por su terrible bajada al cimiento de lo humano, por su vocación al pueblo, por su amor a fondo perdido al caminar humano, tal como lo proclama el himno de Filp 2,6-11. No puede menos de ser Dios quien ha amado tan profundamente a la historia. Y, junto con él, otras personas han sido decisivas en este trabajo ingente de impulsar el hecho histórico en la dirección de su plenitud: "El caso de Francisco de Asís, más cercano, que en muy pocos años arrastró tras de sí a cientos de seguidores, nos permite imaginar esa conmoción para no desvelar su secreto. El triunfo de estos gigantescos personajes, que aparecen solitarios, entregados a su misión, minúsculos en su arranque, y que han cambiado el mundo, continúa siendo para mí un misterio" (J.A.Marina, Dictamen,  p.104).

3. Las comunidades cristianas tendrían que significarse, más que por lo organizativo, lo cúltico, lo ideológico, por un amor palpable e intenso. Palpable porque hablar del amor está bien, pero empieza a hacer mella en la persona cuando se "toca", cuando se traslada a planes concretos de vida. La poca imaginación, la escasa alternatividad para tomar decisiones comunitarias, parroquiales, en la dirección del amor está hablando de la lejanía del Credo que profesamos, aunque las ideas broten de nuestros labios a borbotones.

4. El amor sigue moviendo la vida de muchas personas. Es cierto que, por la fuerza tremenda del dinero y del poder, los grandes motores sociales, hay muchas personas que tienen oculto, apagado, el mecanismo de un amor social entregado y generoso. Pero si supiéramos activar ese amor que subyace en el fondo de toda persona, habríamos dado con un filón para dar sentido a nuestra vida y para hacerla más dichosa.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Con los años, tienes el corazón más vivo y sensible?

•2.       ¿Qué pinta el amor en tu parroquia, en modos reales?

 

 

 

8

Resucitó al tercer día alentado por el Espíritu

 

                1. Incluir la resurrección de Jesús en el corazón de la fe, en el Credo, es algo obvio, porque de ahí brota el dinamismo de la fe cristiana. Pero al hacerlo se corre el peligro de elaborar una idea que nos deja fríos, que no nos sugiere casi nada, que, todo lo más, nos habla de algo que no entendemos, de un "misterio" al que no podemos acercarnos. ¿Cómo darle cuerpo a esa idea? ¿Cómo hacer de ese asunto de la resurrección no una idea dogmática, religiosa, sino vital? De hecho, así fue al principio y, con toda seguridad, así la vivieron los primeros creyentes. Entonces no se había fraguado aún ninguna dogmática.

Dice este Credo que recitamos que la resurrección se ha dado por el aliento del Espíritu. El Espíritu es el dinamismo más vivo de Dios, eso que acompaña la existencia humana, lo que sostiene nuestro camino, lo que reorienta el sentido de la historia. Ese Espíritu es el que mueve el mundo, el que va haciendo que todo apunte al horizonte de la dicha y la fraternidad. ¿Cómo no iba a derramarse en el Jesús muerto y entregado? No sabemos poner carne ni perfil a estas intuiciones de la fe, pero son preciosas: la vida que brota a borbotones del Espíritu ¿cómo iba a dejar a Jesús en la estacada, en la negrura de su muerte? Al contrario; se vertió sobre él con toda su fuerza. Lo tremendo de todo esto es que afirmarlo de Jesús, es de alguna manera afirmarlo también de toda persona, de toda realidad creada. El aliento del Espíritu nos envuelve, sostiene, empuja y resucita ya desde ahora, de alguna manera. ¿Esto es increíble? Pues entonces, ¿qué decimos cuando afirmamos nuestra fe en la resurrección?

Para acercarnos a esto central de la fe tal vez tengamos que flexibilizarnos en el tema de las presencias. Nosotros creemos que el muro de la muerte es infranqueable: nadie viene de allá a acá, decimos. Pero, en realidad, ese muro no es tan granítico como decimos: hay un trasvase de vida, no sabemos cómo, entre todo lo que ha brotado de la mano creadora y del corazón amoroso del Padre. Por eso, nuestra vida está llena de presencias que, sin ser físicas, son muy vitales y, por lo tanto, muy reales. Así es la presencia del resucitado: no será física, ¿pero no es real simplemente porque no se le vea y se le toque?

2. Tenemos que entender que no le sea fácil a la sociedad de hoy encajar el tema de la resurrección, máxime cuando, por causa de la secularidad, a muchos conciudadanos les resulta increíble el "más allá". Pero hay un tema muy querido para la sociedad de hoy que es el descubrimiento del señorío sobre la propia vida como evidencia de logro y conquista humana. Muchos temas relativos a moral familiar, sexual, problemas éticos, etc., apuntan en esa dirección. El ser humano quiere, de alguna forma "dominar" a la muerte, hacer que esa realidad dura encaje en el conjunto de nuestra vida, que pierdan fuerza los miedos, los castigos eternos, las desgracias que acompañan a la existencia trasladas y amplificadas en el más allá. Este afán de ser señor de la propia existencia no es un desatino, ni una blasfemia, ni un desacato al Creador. Al contrario, es signo de que se responde a algo que Dios ha sembrado en la existencia: la conciencia de su autonomía aunque sea en el marco de la limitación. Pues bien, creer en la resurrección es, de alguna manera, creer en esa posibilidad, recibir la fuerza para continuar el terriblemente duro camino que es el logro de ser dueño de la propia existencia.

3. Cuando se profesa la fe en la resurrección de Jesús, en la propia resurrección, es preciso, con el Evangelio, creer que ese dinamismo resurreccional puede ya funcionar desde ahora y que no hay que esperar al más allá para que la cosa se ponga en marcha. Y ¿cómo vivir, ya desde ahora, en esa dirección de la resurrección? El Evangelio lo dice en Jn 11 (la resurrección de Lázaro): Jesús da gracias al Padre cuando los que están en torno quitan la losa del sepulcro, sabiendo que debajo hay muerte pero fiados en Jesús que dice que puede haber vida. Quitar losas, todo tipo de losas, es la manera de vivir hoy en clave resurreccional.

4. Para encajar la espiritualidad de la resurrección es preciso estar movido por el Espíritu, andar a su ritmo, caminar en sus sendas. ¿Cuáles son? La creatividad y la alternatividad. La creatividad como contrapeso a la rutina que nos amenaza siempre, y más al hecho religioso. La alternatividad para no andar por caminos trillados, sino por esas sendas de novedad en que se puede pensar y vivir el Evangelio en maneras actualizadas.

5. ¿Cómo proponer la espiritualidad de la resurrección en modos medianamente asimilables en situaciones de gran carencia resurreccional? Por ejemplo: ¿cómo hablar hoy con sensatez a personas que están sufriendo y pasando el duelo por la muerte (sobre todo si es violenta o impensable) de los seres a quienes ha querido? Los viejos parámetros ideológicos sirven poco; habrá que idear maneras distintas, espirituales y con enganche antropológico. Si no, muy difícil.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Eres persona religiosa o espiritual, o ambas?

•2.       ¿Cómo ofrecer espacios de espiritualidad en la parroquia y no únicamente de sacramentalización o catequesis?

 

 

 

 

 

9

Porque el amor es más fuerte que la muerte

 

 

1. Ya lo dijo el Cantar de los Cantares (8,6). Y es una verdad comprobada: hay amores que pasan por encima de la muerte, siempre más fuertes que ella. Así fue el amor de Jesús a las personas, a la vida, al Padre. Ese amor, siempre vivo, fue el que lo hizo resucitar, pervivir en el empeño de amar y ser amado. Si entregó su vida por amor, es lógico que el amor no lo abandonara, no lo defraudara. Y así fue, el amor no se alejó nunca más de él, ni en vida ni en muerte. Por eso, la resurrección, más allá de todo planteamiento ideológico, es una cuestión de amor. Y como tal habría de irla percibiendo quien la confiesa en un Credo. Porque si no sobrepasa el nivel de verdad y pasa al consquilleo gozoso del amor no se ha dado el paso decisivo.

Efectivamente, no podía quedar en la muerte quien había amado tanto. Sería un fracaso para el amor. Nunca podríamos cantar y celebrar el amor si la muerte hubiera estado por encima de él. Pero no fue así: quien vivó en amor, triunfó sobre la muerte por amor. El triunfo del amor, que tantos han cantado, se verificó en la persona de Jesús. Si no hubiera sido así habría permanecido en la muerte.

No es de extrañar que lo recordemos siempre al proclamar el Credo como una persona que ha triunfado por amor sobre la muerte, sobre toda muerte. Por eso el recuerdo de Jesús es peligroso para muchos: les recuerda que por muchas que sean sus artimañas para sojuzgar al amor y su dinamismo, nunca lo conseguirán. Dicen los teólogos: "En la fe, los cristianos realizan la memoria passionis, mortis et resurrectionis Jesu Christi; en el acto de creer recuerdan el testimonio de su amor, en el cual amor se manifestó el reinado de Dios entre los hombres por el hecho mismo de que el dominio del hombre por el hombre comenzó a derrumbarse, de que Jesús se puso de parte de los insignificantes, los marginados y los oprimidos, proclamando así el advenimiento del reino de Dios como fuerza liberadora de un amor sin reservas. Esta memoria Jesu Christi no es un recuerdo que dispense engañosamente de los riesgos del futuro. Al contrario, implica una determinada anticipación del futuro, como futuro de los que no tienen esperanza, de los fracasados, de los acosados. Es, pues, un recuerdo peligroso y liberador que constriñe y cuestiona nuestro presente, porque no nos trae a la memoria un futuro abierto cualquiera, sino precisamente este futuro concreto, y porque obliga a los creyentes a transformarse constantemente, para dar razón de este futuro" (J.B.Metz, La fe, en la historia, p.101-102).

2. Puede dar la impresión de que, por muchas causas, los valores del amor y sus derivados son menospreciados por amplios sectores de la sociedad de hoy. Pero no es así. Siempre encuentra eco la llamada del amor. Por eso, por ausencia o por presencia, siempre está vivo el anhelo de amar en nuestra sociedad. De ahí que se pueda decir que el éxito de lo humano sean los logros del amor, de la relación. Dice un poemilla de Casaldáliga: "Al final me preguntarán ¿has amado? Y yo les mostraré mi corazón lleno de nombres". Ése es el éxito del caminar humano que ha acontecido en Jesús y en muchísimos otros.

3. La fortaleza de las comunidades cristianas tendría que basarse en el amor puesto en práctica. Se habla de amor entre cristianos, pero parece que se habla en maneras tan teóricas, tan "sin rostro", tan sin verdadera implicación que, al final, el discurso creyente sobre el amor lleva a la decepción o a la mera parálisis. ¿Y si se tuviera otra clase de discurso? ¿Un amor capaz de incidir en las situaciones sociales y personales? Entonces entenderíamos mejor el planteamiento del Evangelio ("que os améis...") y la entrega misma de Jesús. Desde ahí se podría hacer una verdadera profesión de fe en quien fue resucitado por su amor siempre fuerte.

4. Es cierto que los caminos del amor son equívocos, turbios, fácilmente extraviables. Pero quien no los anda no crece en el mejor de los valores de la vida y difícilmente puede entender el fondo de Jesús, de su misma resurrección, ya que ese fondo está hecho de amor en estado puro. Por eso quizá sea más interesante amar que creer, si por esto segundo entendemos, sobre todo, tener convicciones religiosas. De cualquier manera, fe y amor no tienen porqué ir por caminos separados; bien tendidas son realidades perfectamente mezclables.

5. Todos conocemos a personas que funcionan en manera solidarias y desde el amor. Están cerca de nuestras vidas, en nuestros ámbitos cercanos. También nos asomamos a personas "lejanas" que hacen auténticas aventuras de amor, de toda índole. Agradezcámoselo, valorémoslo, acojámoslo. Ellas nos ayudan a entender la vida y a entender la fe. En ellas se ha verificado lo mismo que ocurrió en el Jesús resucitado: que el amor es más fuerte que la muerte.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Se va llenado tu corazón de nombres?

•2.       ¿Cómo vas entendiendo y viviendo las situaciones de amor no "oficial" de las personas que hay en tu parroquia?

 

 

 

 

 

10

Creo en el Espíritu Santo que es el

amor de Dios derramado en nuestros corazones

 

                1. No sabemos decir en modos concretos qué es el Espíritu. El Evangelio dice en Jn 3 que es un viento que sopla donde quiere. No es mucho decir, aunque eso habla de libertad. Nuestro Credo dice que es una realidad derramada en el corazón. El Credo confiesa, pues, que el lugar del Espíritu es el corazón y que, por lo tanto, funcionando desde el corazón se funciona desde el Espíritu. Quizá no sea mucho decir, pero si queremos saber si una actuación, del creyente, de cualquier persona o de la misma estructura eclesial, viene del Espíritu es preciso preguntarse si se hace desde el corazón, desde la bondad, o no. Por eso mismo, creer en el Espíritu es, de alguna manera, creer en el corazón, en la bondad, en la belleza, en la solidaridad, en los valores más sutiles del corazón.

                Esa fuerza de amor que llamamos Espíritu habitó en Jesús, se quedó en él de manera definitiva y permanente (Jn 1,32). Por eso, su vida siempre fue espiritual: estaba orientada desde el corazón, desde el amor, desde el respeto y el cariño a toda persona. Incluso más, estuvo orientada desde la irrenunciable dignidad de toda criatura. Pero no solo fe eso: Jn 14,23 dice que el Padre y Jesús (y, por supuesto, el Espíritu con ellos) han puesto su morada en la persona con la intención de no abandonarla nunca más. Por eso, la realidad que llamamos Espíritu habita en el fondo de la vida, de la realidad. Ahí hace una formidable obra de reconversión, de reorientación, de fundamentación de la vida (Jn 16,8-11).

                No nos ha de extrañar que por eso mismo podamos contemplar la vida como una realidad acompañada por el Espíritu. No estamos solos/as. El Espíritu es nuestro acompañante permanente y lo es aunque no lo sintamos así, aunque nos parezca una realidad sin cuerpo, sin presencia, sin perfiles definidos. Aun en ese caso, no nos abandona, sigue con nosotros, nos sigue habitando. Profesar la fe en un Espíritu derramado en el corazón habría de hacernos más sensibles a la bondad, más equilibrados ante los palos que inevitablemente da la vida, más abiertos a la realidad de las personas, también habitadas por el mismo Espíritu.

                2. ¿Cómo va a acercarse la sociedad de hoy a esta realidad tan sutil del Espíritu? Quizá haya que decir que nunca Occidente se alejó del Espíritu, y solamente en apariencia es paradójico, como cuando abandonó el cuerpo. Por eso, para recuperar la realidad del Espíritu quizá haya que comenzar por recuperar el cuerpo. ¿Qué sería esa recuperación? Amar los cuerpos, la corporalidad, derramar ternura sobre nuestros cuerpos, tantas veces heridos, menospreciados, humillados. No se trata de ningún hedonismo que cuida los cuerpos en exceso (eso tampoco es bueno), sino de sentir ternura, piedad y amor para esta estructura corporal, débil y muchas veces inhumana, sin la que no podemos vivir y que es nuestro verdadero hermano, el hermano cuerpo. Tal vez por el lenguaje del cuerpo recuperado con humanidad podamos acceder a la realidad sutil del Espíritu.

                3. Una de las tareas apremiantes de las comunidades cristianas es recuperar la espiritualidad, la mística. Para ello, quizá haya que comenzar por recuperar la profundidad, para que no nos trague el torbellino de la superficialidad, nuestro gran y verdadero enemigo. Y luego, valorar la espiritualidad como un componente importante de la persona. Valorar todas las técnicas que nos llevan a ser más espirituales: el silencio, la reflexión, la lectura, la belleza, el diálogo sosegado, el compartir, la contemplación entendida como ahondamiento de la realidad. Recuperar la profundidad y la espiritualidad. Si no, viviremos una fe y una vida sin mística, sin jugo, sin raíces, sin trasfondos, mera superficialidad. Son consecuencias de profesar la fe en un Espíritu derramado en el corazón.

                4. La espiritualidad no es patrimonio de los cristianos, sino de toda persona, de cualquier religión que sea o sin religión. La espiritualidad es esa manera profunda, contemplativa, amorosa en definitiva de contemplar la realidad. Es vivir más de los valores de fondo que de modas, escaparates, superficialidades. La espiritualidad es, en el fondo, contactar con la realidad desde el corazón más que desde los meros sentidos. ¿Cómo vamos a restringir este hondo movimiento supeditándolo a la pertenencia a una pertenencia religiosa?

                5. Habría que preguntarse si consideramos personas espirituales no solo a quienes no son de nuestra religión, sino incluso a las personas no creyentes. Hay muchas personas en nuestro entorno que dicen no creer o que han abandonado de hecho la práctica religiosa. ¿Crees que tienen espiritualidad? Habla de algún comportamiento suyo que te parezca espiritual.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Cultivas técnicas de ahondamiento: lectura, reflexión, silencio, oración, paseo?

•2.       ¿Te planteas en serio el ecumenismo religioso y social?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11

Creo en la Iglesia, comunión de los que se aman

 

                1. Es algo que siempre está presente en las comunidades cristianas: ¿somos una organización religiosa o somos una comunidad? ¿Somos una sociedad jerarquizada o somos una comunión? ¿Somos un grupo organizado o una familia? Plantearlo en forma de dilema quizá no sea lo más apropiado. Pero lo cierto es que la realidad está ahí: quien entiende, como siempre, que ser cristiano estar en un grupo religioso organizado y quien aspira a otro tipo de relación más comunitario. Profesar la fe en una Iglesia entendida como "comunión de los que se aman" es decantarse claramente por el segundo de los caminos.

                ¿Es posible el sueño de una comunidad de amor, así de claro? Por lo menos es lícito soñar. Hay raíces en el Evangelio, porque Jesús dice que "uno es vuestro Padre y todos vosotros sois hermanos" (Mt 23,1-12). Porque la práctica de la primitiva iglesia fue hecha en clima de igualdad, colaboración y calidez relacional (ver Rom 16). Es el sueño que mantienen aún no pocos creyentes: "Nadie es en la iglesia más que nadie, a no ser el más pequeño, el excluido del sistema, ni nadie es menos: todos son hermanos, no como un orden que marca de manera autoritaria el lugar de cada uno, sino como una comunión donde todos tienen y comparten la palabra" (Pikaza).

                ¿Por qué es tan difícil llegar a niveles interesantes de comunión y de amor? Porque obran en las personas, en los creyentes, los mecanismos del poder, de la ambición, del dominio, de la supremacía. Si esos mecanismos no están controlados, construir un tipo de relación distinto será muy difícil. Siempre ha ocurrido esto en la comunidad cristiana. Ya en la carta 3 de Juan nos encontramos con uno, Diotrefes, que se ha apropiado de la comunidad, hecha puyas malignas contra quien le contradice, tiene un desmedido afán de dominio y excluye a quien no piensa como él. La comunión fraterna, según este texto, no puede estar hecha sino de sinceridad, lealtad y solidaridad.

¿Si esto ha sido así desde el principio, a qué soñar en un tipo de comunidad distinto? No hacerlo sería traicionar el sueño de Jesús y confesar de palabra lo que luego no hacemos en la práctica. Sería una hipocresía. Por eso, confesar una iglesia de comunión de amor conlleva el afán explícito de colaborar a un cambio radical en la relación entre cristianos. Si no, lo nuestro son, al menos, palabras vacías.

2. Muchas personas ajenas a la vida cristiana no nos perciben como una comunión de amor, sino como un avispero de facciones, disputas, controversias, descalificaciones, etc. Quizá no valoran la pluralidad, que es cosa importante. Pero no les falta razón cuando dicen que nadie más desunidos que los cristianos. Tiene que ser un motivo de reflexión y un acicate para el cambio. La comunidad cristiana ha de dejarse de tanta espiritualidad vacía y comenzar por lo más elemental: el diálogo, el respeto, la colaboración, el consenso. Como esta clase de valores no funcionen, pensar en una iglesia de comunión es poco menos que imposible.

3. En el seno mismo de nuestras comunidades cristianas, parroquiales, religiosas, diocesanas, etc., se necesita un tipo de relación más cálido. Hemos construido un tipo de iglesia donde la calidez, la amistad, la relación directa, el conocimiento de los caminos y necesidades del otro, no son realidades imprescindibles para pertenecer al colectivo cristiano. Y, sin embargo, sin esos elementos, la relación, además de jerarquizada, resulta fría, poco gratificante y hablar de una iglesia de comunión, de hermandad, de disfrute sencillo, no es cosa fácil. Una fe vivida y creída en el marco de la comunión empuja a mirar en la dirección del otro, no para avasallar sino para situar al hermano en el horizonte de mis propias preocupaciones.

4. Este tipo de planteamientos nos lleva otra vez a la pregunta de dónde ponemos realmente el acento cuando hablamos de religión. A veces el acento está puesto en la práctica religiosa, en los comportamientos morales, en las tradiciones religiosas o en pequeños comportamientos que tienen que ver con costumbres heredadas. De esas minucias hacemos, a veces, caballo de batalla. Pero, en realidad, ahí no está lo importante, aunque hayan de ser cosas a considerar. Lo importante está en el tipo de relación a la que nos va llevando la adhesión a Jesús. Si esa relación crece en humanidad y amor, vamos por buen camino. Si eso no fuera para nosotros lo importante, estábamos errados.

5. Cuando se profesa la fe en una iglesia-comunión es preciso preguntarse con tenacidad y sosiego a la vez: ¿cómo ir construyendo una comunidad cristiana de gentes que realmente se conocen y se aman? Cualquier paso que se dé en esta dirección, por sencillo que sea, es interesante. Quedarse impasible, es retroceder.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Qué haces para vivir en comunión real con la sociedad de hoy?

•2.       ¿Te preocupa la estructura eclesiástica o la comunión?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

12

Manifestación viva de la caridad

 

                1. La palabra "caridad" no tiene buena prensa. La gente dice: queremos justicia, no caridad. Como si aquella no fuera envuelta por ésta. Lo cierto es que profesar la fe en una Iglesia que es manifestación viva de la caridad no suena muy allá va. Y sin embargo, en ese adjetivo "viva" quizá esté la solución. Porque la caridad ha sido paternalista, impositiva, condicionante, despectiva incluso. Y, claro, eso no hay quien lo trague hoy. ¿Y si fuera una caridad "viva"? ¿Qué es eso? Ante todo algo que parte de la convicción de que el dolor del otro no me puede ser ajeno; algo que brota de la base ética de la dignidad que se otorga a toda persona; algo que busca, ante todo, humanizar, no cristianizar; algo que tiene por absoluto a la persona y su necesidad, no tanto a la idea religiosa de Dios. Una caridad con esos ingredientes no sería humillante, sino llena de vida, de posibilidades.

                Caridad y misericordia son realidades muy próximas. Cuando Jesús quiere hacer ver lo que es el ser humano cabal cuenta la parábola del buen samaritano... Pues bien, ese ser humano cabal es aquel que vio a un herido en el camino, re-accionó y le ayudó en todo lo que pudo. No nos dice la parábola qué fue lo que discurrió el samaritano ni con qué finalidad última actuó. Lo único que se nos dice es lo que hizo "movido a misericordia". El ser humano cabal es, pues, el que interioriza en sus entrañas el sufrimiento ajeno -en el caso de la parábola, el sufrimiento injustamente infligido- de tal modo que ese sufrimiento interiorizado se hace parte de él y se convierte en principio interno, primero y último de su actuación. La misericordia -como re-acción- se torna la acción fundamental del hombre cabal.

                Quizá esta espiritualidad pueda ser base para entender que la colaboración a una obra de acción social es una exigencia de la fe, del mismo Evangelio. Una lectura espiritual (espiritualista, a veces) del Evangelio nos ha llevado a creer que éste era un libro religioso, pero no hay tal. El Evangelio, el proyecto, el sueño de Jesús, es, más bien, de componente social, relacional. Lo que él llamaba "reinado de Dios" tiene que ver con cambios de estructuras sociales, la nueva fraternidad, la sociedad de hermanos, el mundo de relaciones nuevas. Esto no puede dejarse a la libre voluntad. No, según el conocido texto de Jn 13,34-35 el amor define a la comunidad de seguidores. Si no tiene este cimiento, carece de sentido. La recuperación del lugar social es decisiva para entender la fe en maneras renovadas. Únicamente desde esta clase de planteamientos, o similares, podremos hablar de una caridad "viva".

                2. A nadie se le oculta que para una gran parte de la sociedad lo religioso ha entrado en descrédito. La iglesia es en España la institución menos valorada, por detrás de sindicatos, gobierno e incluso el ejército. Pero, por otra parte, no son pocas las personas que valoran a quien hace obra social por motivos creyentes: misioneros/as, voluntarios, gente solidaria, cooperantes, etc. El lenguaje de una fe social es hoy escuchado con aprecio por nuestra sociedad. ¿No está eso indicando un camino? ¿No sería un lenguaje más fácil de ser escuchado por colectivos, como la juventud, que se están definitivamente descolgando del hecho cristiano?

                3. A la luz de esta clase de planteamientos, nuestras comunidades cristianas tal vez tengan que analizar su situación y ver si no tienen que llegar a un mayor equilibrio las fuerzas, recursos e ilusiones que se emplean en el campo de la doctrina y en el de lo social. Cualquier parroquia vierte muchos más recursos, personales y hasta económicos, en la catequesis, celebraciones, sacramentos, difusión del mensaje que en solidaridad, grupos de voluntariado, proyectos sociales, etc. En la mayoría de las comunidades cristianas hay un desequilibrio entre ambos componentes, cuando no una única opción, la religiosa. De acuerdo con los parámetros del Evangelio y de los otros escritos del NT es por el segundo de los componentes, el social, por el que las comunidades y los creyentes a nivel personal tendrían que distinguirse. Esa es la "caridad viva" que profesamos.

                4. Tal vez esté llegando la hora que en los cristianos nos planteemos personalmente si, por exigencias de la fe, no deberíamos colaborar en algún tipo de voluntariado social o, al menos, parroquial. Una fe que no va llevando a esta clase de compromisos cómo va a poder llamarse "caridad viva". La pequeña limosna que damos en fechas señaladas es un mero signo externo pero puede ser que no nos lleve a esa caridad viva. Es preciso dar un paso más si se quiere ser un cristiano actualizado, coherente, presentable. Es preciso animarse a dar un poco de uno/a mismo/a, de su tiempo, de su apoyo, de su plan de vida. Mientras no lleguemos aquí, la caridad no aparecerá como "viva", sino como religiosa. Y eso, parece, cada vez tiene menos futuro.

                5. Quien es voluntario de algo podría decir su experiencia al respecto. Quizá con las experiencias de otros nos animaremos más. En general el voluntario/a experimenta la profunda satisfacción de acompañar la vida de otros y de aportar algo al caudal humano. Las exigencias indudables de esta postura son, con frecuencia, bien asimiladas por el gozo al que llevan.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Cómo elaboras tu participación personal en el tema de las pobrezas?

•2.       ¿Cómo equilibrar en tu parroquia los esfuerzos dedicados a la catequesis y a la solidaridad?

 

 

 

 

 

 

13

Servidora de los hombres y mujeres

 

                1. De Jesús lo ha tenido que aprender: "yo estoy en medio de vosotros como quien sirve" (Lc 22,27). De él tiene que aprender que, más allá de cualquier ironía, si uno quiere ser "primero", entre quienes creen en Jesús, habrá de servir a todos, habrá de creer no solamente en Jesús como un Dios, sino en uno que sirve. Por eso, profesar la fe en uno que sirve es aprestarse al servicio. Decir que se cree en un Jesús que es Dios y no entender y vivir en línea de servicio al otro, es no creer. El Evangelio no nos demanda una fe de tipo ideológico, sino práctico, vital: creer en Jesús es creer en uno que sirve; por eso, si sirves crees y si no sirves no crees.

                Más aún, como queda bien claro en Jn 13,1ss (el lavatorio de los pies), el servicio a la persona es la "ley" que fundamenta a la comunidad. Es decir, una comunidad cristiana es tal comunidad en la medida en que es una comunidad servidora, no en cuanto que es un grupo de personas que tiene ideas comunes. Hay que percatarse dónde hemos puesto el acento los creyentes: a veces en normas, dogmas o, incluso, en cuestiones secundarias de tradiciones religiosas, en pequeños ritos, en costumbres muy discutibles. En eso hemos puesto el énfasis y de eso hemos hecho nuestras señas de identidad. El Evangelio dice claramente que conocerán que somos discípulos de Jesús en el amor, en el servicio. Ésa es la verdadera y única seña de identidad. El resto es muy relativo. Algo nos ha pasado que hemos derivado a lo secundario dejando de lado a lo importante. Es preciso hacer un esfuerzo por volver al cauce principal.

                Más aún, si queremos que la sociedad nos mire, nos atienda, nos respete incluso, no lo vamos a lograr por la imposición, por el orgullo, por la fuerza, por el discurso imperativo, por la relevancia social. Quizá por este camino del servicio real, fraterno, humilde, colaborador, respetuoso, paciente, lograríamos mucho más, ser aceptados, escuchados y, quizá, compartidos. El obispo J.Gaillot fue tajante en su juicio: "Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada". Y algo de esto es verdad. Por eso, el examen principal que un creyente tiene que superar si sirve o no; el resto, por necesario que sea, es relativo. Y si supera el examen del servicio, ha superado el examen del Credo, de la fe confesada. Si no, todo queda entre interrogantes.

                2. Servir presupone cuidar. La sociedad de hoy no aceptará una propuesta de servicio si no se hace cuidando, con cuidado, con amor respetuoso. Cuidar no es solamente un acto, unos actos puntuales. Es una actitud, un talante, una manera de mirar al otro. Para servir hay que avanzar en la espiritualidad del cuidado. Ésta no es otra sino aquella que ve en toda persona, en toda realidad, algo estupendo que merece ser tratado con todo respeto y atención. Es una espiritualidad que tiene fe en los detalles como camino para acercarse al corazón del otro. Cuidar a la persona, a las cosas, es requisito imprescindible para animarse a servirla, ya que cuidado y servicio se entremezclan. Si no avanzamos en la espiritualidad del cuidado el servicio se nos hará siempre difícil, cuesta arriba, pesado, sin sentido y, a la larga o a la corta, lo abandonaremos.

                3. ¿Cómo habría llegar la comunidad cristiana ser una comunidad servidora? Quizá haya que comenzar por intentar ser una comunidad más abierta, más acogedora, más "ecuménica". En la apertura, de mente, de corazón, de vida, está mucho del secreto del servicio. Una persona, un grupo, cerrado, intransigente, fanático, no puede servir. Se sirve a sí mismo. Es preciso flexibilizarse, salir de posturas rígidas que se mantienen como aprioris necesarios. No quiere decir que todo dé igual, que no importen las cosas, que haya que pesar de todo. No. Se trata de ponerse en la situación del otro, de situarse en los valores del fondo, de mirar con benignidad a los caminos extraños de las personas y, desde ahí, tratar de entender, acompañar y amar. El resto irá viniendo por su pie. Nuestros tiempos están amenazados de fanatismos de todo tipo, también del fanatismo religioso. Es preciso sortearlo si se quiere profesar la fe en una comunidad cristiana

                4. Todos los cristianos/as, por razones de Evangelio y de fe común, hemos de aspirar a ir construyendo en nuestra vida un talante servidor. ¿Cómo lograrlo? Siempre hemos creído, desde niños, que "más es arriba". Es decir, que cuanto más alto estás, cuanto más puedes, cuanto mejor situado económicamente estás, cuanto más considerado eres, eres más. Estar arriba es una aspiración del corazón humano, aunque estando arriba no se es más humano. El Evangelio dice que "más es abajo", es decir, que puedes ser feliz sirviendo, apoyando, amando, entregándote. Algo nos dice dentro que no, que quien se sitúa "abajo" es menos. Pero el Evangelio es terco y viene a decirnos: si te sitúas abajo, si sirves, si acompañas, si amas sin pedir siempre algo a cambio, comprobarás si eres "más" o "menos". Quienes profesamos la fe en una Iglesia servidora habríamos de ser los primeros en hacer la prueba, en comprobar si el Evangelio funciona o no.

                5. A un colectivo a quienes más deberíamos servir, por su indudable necesidad, son los débiles sociales, aquellas personas que tienen todos los derechos y algo más no por su bondad, sino por su necesidad. Discapacitados, ignorados, tenidos en menos, con menos recursos, etc., habrían de ser personas miradas con ojos de aprecio y amparo. Por eso mismo, por causa de nuestra fe en el servicio, tendríamos que apoyar a todas las instancias sociales y políticas que potencian los servicios sociales y ser críticos con quienes los recortan. Así se concreta la espiritualidad del servicio.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Sirves realmente o te sirven?

•2.       ¿Crece tu parroquia en servicios sociales o decrece?

 

14

Creo que, al final, todos celebraremos la Pascua definitiva

 

                1. Creer en la Pascua definitiva supone hacerlo en la Primera Pascua, aquella en que Jesús venció a la muerte. Creer en la resurrección como Pascua es tener por cierto (se trata de certezas, más que de verdades) que la dicha es la finalidad de la vida (por limitada que esta sea) y que la fraternidad es el horizonte de lo creado. Si esto nos parece "inservible", nuestra fe en la resurrección será una idea que no moverá absolutamente nada de nuestra vida, que no nos subirá una pulsación. Creer en la Pascua es, fundamentalmente, creer que pertenecer a esta aventura de lo humano, por modesta que sea, es una suerte. Píndaro decía que la vida es la sombra de un sueño y Aragón que era algo entre dos mareas.  Algunos dicen que el camino humano es un tránsito de una inexistencia a otra inexistencia. Quien cree en la Pascua disiente y piensa que, por muy frágil que sea esta vida, no caminamos a la nada, sino hacia el amor de Jesús; no somos sombra que se desvanece sino proyecto del amor del Padre que se cumple; no somos un paréntesis entre dos instantes, perdidos en el universo, sino una realidad que es amada, acompañada y querida por Jesús y por el Padre. Hay quien piensa que esto es todo fantasía. Pero, si es así, creer en la Pascua, en este hermoso paso (de Jesús y nuestro), se hace imposible.

                Quizá nos ayude el reflexionar en que el famoso paraíso terrenal, el lugar de la dicha plena, nunca ha existido al principio. De existir, estará al final. La fe en la Pascua nos dice que el camino que nos lleva a ese paraíso del final no es una quimera, un camino sin salida, una senda sin destino. Al final se encuentra el gozo definitivo. Es necesario aún que la muerte vaya tejiendo, inexorable, su alfombra. Pero algún día, la luz brillará sobre todos y el sentido de nuestro caminar aparecerá claro. Entonces comprenderemos que hemos caminado en dirección a final de plenitud y de dicha. Por eso decimos que Dios está mucho más preocupado por nuestra dicha que nuestro pecado. Porque el final no es el pecado y su castigo, sino la misericordia y su dicha.

                ¿Es esto huir de la cruda realidad? ¿Es, como se ha dicho tantas veces, una manera de huir, de no afrontar la dura responsabilidad de pertenecer a esta historia? Tiene ese peligro, pero se lo puede sortear. Muy al contrario es cultivar la utopía, el sueño, el anhelo, la certeza para andar con más intensidad, con más sed de justicia, la senda de la vida y su duro trazado. Quien entiende bien la Pascua del final es quien tomar en serio su presente con toda su carga, con toda su posibilidad de dicha, con todas sus promesas. Si la fe en la Pascua nos aleja de la historia, de la vida, del trabajo, del afán por lo justo, algo no estamos entendiendo bien. Si, por el contrario, el ánimo brota en nuestra vida, el gozo se sobrepone a la tristeza, la debilidad queda asumida por la fuerza, la misericordia engloba a la justicia y al mal, es entonces cuando, tal vez, estemos entendiendo qué es creer en una Pascua al final, definitiva, honda, amada, regeneradora.

                2. Es por eso que quien cree en la Pascua definitiva alberga la certeza de que el amor del Padre salva a todos, toda realidad, porque ese amor suyo es más fuerte que cualquier muerte. Hace tiempo que quedó varado en el camino aquello de que fuera de la Iglesia no había salvación. Ésta se derrama, como el Espíritu, por todas partes, de formas múltiples, de todas las maneras. Por eso, por caminos que ignoramos, intuimos que la fuerza de la Pascua engloba a toda realidad histórica, más allá de su debilidad moral. ¿Cómo se conjuga salvación y justicia, misericordia y perdón pleno, acogida y responsabilidad ineludible? No lo sabemos muy bien, pero algo nos dice que tiene que haber una forma, que el amor del Padre la ha encontrado. Por eso, afirmar que todos se salvan no es dejar impune a la injusticia y menos olvidar a la víctima de cualquier modo. Pero el amor hondo e imaginativo del Padre (incomparablemente mayor que el nuestro) ha tenido que inventar alguna manera de hacer posible que toda criatura, después de sus, a veces, muy extraviados caminos, llegue al disfrute para el que fue creada.

                3. Por todo esto, las comunidades cristianas tienen la suerte de poder celebrar anticipadamente esa Pascua del final. Lo celebran en el recuerdo vivo del resucitado, en la fe común que anima a creer en una Pascua plena, en los múltiples gestos que hacen aumentar el caudal de dicha entre los humanos, en las maneras benignas y fraternas de leer los caminos de la vida. El buen corazón es el mejor lenguaje de la Pascua definitiva, la verdadera manera de creer en este "artículo" del credo.

                4. Hemos de aprender a celebrar ya la Pascua; hemos de cantar los humildes logros del camino humano; hemos de poner sobre la balanza las cosas positivas de las que están tejidos nuestros días; hemos de maravillarnos, una y mil veces, de que la bondad y la belleza sigan surgiendo entre nosotros; hemos de agradecer el consuelo, el ánimo y el abrazo que sea dan a los humildes para reconfortarse; hemos de valorar los signos de solidaridad y humanidad que surgen en nuestra sociedad. Son los anuncios, modestos pero necesarios, de lo que será la Pascua definitiva.

                5. Es preciso dar mejor tono, más celebrativo, más festivo, más amable, más sosegado a nuestras expresiones de fe, a nuestras celebraciones, tan frías, tan silenciosas, tan aburridas, tan rutinarias. Otro tono. ¿Cómo hacerlo?

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Eres persona de utopía o te ciñes a lo que hay?

•2.       ¿Te preocupa que tu parroquia sea vista en el pueblo (en el barrio) como un lugar de bondad humana?

 

 

15

La vida en plenitud

 

                1. No podemos hacernos a la idea de qué es creer en una vida plena. Como sentimos que tenemos la vida a cuentagotas, que hoy somos y mañana no, que hoy estamos bien y mañana podemos estar al borde del abismo, se nos hace difícil siquiera imaginar qué puede ser una vida plena. Por eso Jesús se ha hartado de decir que lo suyo era dar vida definitiva porque otros han dado vida a cuenta gotas pero, al final, también han terminado. Jesús dice en Jn 5,21 que él levanta a los muertos dándoles vida definitiva porque los ama. Si se sostiene a un muerto y lo pone erguido, se puede llegar a creer que tiene vida. Pero a nada  que se deje de sostenerlo, el muerto vuelve a caer, inerte, a tierra. Jesús levanta a los muertos dándoles vida definitiva; no vuelven a caer, son autónomos y gozosos, tienen las posibilidades intactas, multiplicadas. No nos imaginamos qué pueda ser una vida definitiva pero, por oposición a la que tenemos, tan marcada por la limitación, imaginamos algo hermoso y bello. Pues bien, creemos en esa vida plena no únicamente como un anhelo, como un sueño, como un suspiro que se evapora enseguida. Creemos como una promesa de Jesús y como una certeza de la comunidad de creyentes. Pensarán muchos que no es buena época para alimentar esta clase de sueños. Pero sin ellos, ¿qué es el camino humano, sino un ciego andar no se sabe muy bien a dónde? ¿No es quitarle lo más puro que tiene, su alma, su sentido, su ilusión?

                El mismo Evangelio dice que soñar la vida plena, que creer en ella, no es una vanidad porque Dios ha sembrado en toda persona, en toda realidad ese anhelo, esa "capacidad" para ser hijos, para la dicha total. Hasta en los seres más inertes habita esa dicha; hasta en la persona más vacía y más resentida no muere del todo la chispa del gozo; hasta en el más desesperado y deprimido puede brotar una sonrisa si media el amor. Si esto no fuera cierto, el amor del Padre sería una realidad sin fuerza, sin empuje, sujeta y esclava a la limitación y a la tristeza. Por eso él ha sembrado a manos llenas, en los surcos más profundos, esa semilla de la plenitud. Otra cosa es si las personas estamos dispuestas o no a cuidar, alimentar, afanarse en torno a esa semilla para que fructifique en toda su potencia.

                Un poema que se atribuye a Borges comienza diciendo: "He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no he sido feliz". Puede parecer excesivo, pero es verdad: la infelicidad es el fracaso de lo humano; la imposibilidad de plenitud su mayor infierno. Por eso, todo lo que contribuya a ir haciendo más plena, más dichosa, con más contenido esta vida será la mejor manera de decir que creemos en un Jesús cuya obsesión ha sido, como la del Padre, sembrar en el campo de nuestra vida la semilla de lo pleno.

                2. La objeción brota pujante: ¿plenos en la limitación? Quizá no, porque la debilidad nos atenaza. Pero ésta no puede ser impedimento para el sueño, para caminar en esa dirección, para ir orientando la existencia hacia ese horizonte. Con eso, por poco que nos parezca, ya habríamos conseguido mucho. Hay que comprender a quien sucumbe al peso de la limitación y del dolor, porque éste puede llegar a quebrarnos. Pero dichoso/a quien mantenga, por encima de sufrimientos, el sueño hermoso de una vida mejor, de unos días más luminosos, de unos abrazos más cálidos. A ésa persona Jesús le diría aquello de "no estás lejos del reinado de Dios" (Mc 12,34).

                3. La comunidad cristiana que cree en la vida plena, en la semilla de dicha sembrada por el amor del Padre, ha de hacer un esfuerzo explícito por vivir y mostrar una fe gozosa. Es proverbial la tristeza que envuelve a la vida cristiana; es hosco el rostro y los ademanes de quienes celebran misterios de comunión y de vida; parece impropia la alegría a la hora de manifestar la adhesión a Jesús cuando él es el mayor gozo de la historia para nosotros; nos resulta más fácil adherirnos a la cruz que a la resurrección. Es preciso cambiar alguna clavija,

                4. Quizá sea difícil toda esta espiritualidad si los cristianos no vamos elaborando una espiritualidad del disfrute y del placer. Hasta la palabra misma ha sido muchas veces estigmatizada. Pero una vida sin placer no solamente es algo insufrible, es además una realidad que habla difícilmente del Padre y de Jesús que quieren para la creación una vida plena. Porque, ¿cómo vivir una vida plena alejados de la alegría, con el alma encogida, con las lágrimas como único campo de actuación?

                5. Dice Sábato que estamos tan confundidos que "estamos tan desorientados que la felicidad es ir de compras". En realidad, mucho del secreto de la dicha radica en cosas sencillas: un café tomado en buena armonía, un encuentro con diálogo, un paseo acompañado, una obra de arte, una música que llega dentro, un silencio que sosiega, un corazón que se siente amparado, una pequeña ayuda que habla del amor que se tiene al otro y del respeto que se merece. Los gozos cotidianos son el lenguaje de la fe en la vida en plenitud.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Amas la vida disfrutando hondamente de ella?

•2.       ¿Cómo se acerca la parroquia a quienes la vida trata peor?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

16

Convocados por Cristo en el amor

 

                1. Profesar la fe cristiana es, en definitiva, hacer una profesión de amor, creer que lo que va a quedar es el amor y pensar que orientar toda la vida en la dirección del amor es haber acertado. Por eso mismo, la calidad de la fe no se mide por la fuerza de las creencias, sino por la densidad del amor. En la medida en que se ama, se cree en Jesús, si el amor es difuso, débil, poco apreciado, aunque se tengan bien arraigadas las creencias, la fe es débil. Es útil y necesario que la profesión de la fe nos recuerde cada domingo la primariedad del amor, su centralidad, su ser fuente de la vida cristiana. Así se frena, modera y reconduce esa tendencia del hecho religioso a poner el acento donde no está lo importante.

                El amor que profesa la fe cristiana es un amor que proviene de la convocación de Jesús: Él nos convoca al amor. Al decir que él es quien nos convoca estamos afirmando que no somos nosotros quienes estamos en el fondo del hecho de creer. Quien convoca es quien está al frente y da sentido a una reunión, a una asamblea. Jesús nos convoca. El sentido es él, la razón viene de él, la orientación la pone él a través del Evangelio. Apropiarse de su convocación deja sin sentido a la comunidad cristiana. No estamos en la fe, no celebramos, no venimos a la parroquia para dar gusto al cura, para que él esté contento, para que la parroquia tenga brillo y notoriedad. Venimos por Jesús, él nos llama y por él venimos. No tendríamos que alejarnos de la comunidad cristiana por sus debilidades. Mientras Jesús nos llame (y él siempre nos llamará) hay razón para acudir a la llamada

                Y nos convoca al amor, no a las ideas, no a la organización, no a la militancia, no a los planes religiosos. Nos llama al amor, porque el Padre ha sembrado en las personas (en las criaturas incluso) la vocación al amor. Una fe que no ayuda acrecer en amor, no sirve desde el punto de vista cristiano. Porque al final de todo, la medida real de nuestra fe será el amor. Y si la vivencia cristiana, del modo que sea, no nos ha llevado a crecer en el amor, hay que decir que es una fe que ha fracasado. Y tengamos por cierto que el peligro de fracasar en esta orientación decisiva y elemental es real, nos amenaza en nuestro caminar humano. Por todo ello, hay que decir que es verdadero creyente quien llega a amar de verdad, con desinterés, sin esperar siempre que se nos pague y agradezca. El amor gratuito, generoso, solidario, es la marca, la señal por la que se reconoce a quien ha entendido no de Jesús ("En esto sabrán que sois discípulos míos, si os amáis...": Jn 13,35).

                2. Gandi, ya lo hemos dicho antes, solía hablar de la fuerza política del amor. Ningún partido político incluirá esto en su programa electoral. Pero, en realidad, el amor tiene un formidable potencial de transformación social: el amor puede cambiar el horizonte y la práctica concreta de las relaciones humanas. Por eso, un Credo religioso que se asienta sobre el amor va en la dirección de la construcción de la sociedad. Cuando vemos que no resulta fácil el encaje de las religiones con la sociedad civil, hay que reafirmar que, desde la perspectiva del amor, esa conexión es fácil, porque el amor trabaja en la dirección del bien de la sociedad, de la felicidad de las personas. Un credo a favor de la sociedad; ése es el Credo de la fe cristiana.

                3. Si el amor ha de ser el distintivo de la comunidad cristiana en la sociedad, habrá que dotar a ese amor de unos contenidos sociales explícitos. El amor que viene de la fe (como ésta misma) ha tenido siempre el peligro de diluirse en maneras de amar que no se concretan en nada. Un amor inconcreto no es amor. Por eso, el amor que dimana del hecho de creer (como todo amor) ha de tener un rostro concreto. Si damos contenidos sociales a nuestra manera de amar por causa de nuestra fe habremos dado un gran paso. ¿Cuáles son esos contenidos sociales? Un amor solidario, un voluntariado cada vez más intenso, una preocupación real por quienes andan en los márgenes, una integración deseada en organizaciones que buscan el bien de las personas, una economía orientada a las pobrezas, una creciente generosidad de cara a quien anda mal. Como el amor no tenga este tipo de rostros, correrá siempre el riesgo de quedar en un fervor espiritual que no tiene contenido.

                4. Profesar un Credo que apunta en definitiva al amor es renovar la verdadera vocación, personal y creyente, a la que todos/as estamos llamados/as. Esa vocación no es otra que el amor. Una reducción del término y de la práctica religiosa nos ha llevado a creer que tener vocación es aprestarse a ser cura, fraile o monja (o casado/a, ampliando la cosa). Pero, en realidad, nuestra vocación primordial, elemental, básica, central por lo tanto, no es otra que el amor. A esa vocación hemos sido llamados y llegar a ella sería el triunfo. Desde ahí será preciso entender y enfocar el éxito de nuestro camino cristiano.

                5. Quizá una buena concreción final sea precisamente animarse a amar a quien nadie ama. Hay muchas personas en nuestro derredor que, por una causa o por otra, arrastran déficits de amor (además del que todos solemos llevar). Pues bien, animarse a estar cerca de ellas, abrazarlas cuando nadie las abraza, consolarlas cuando no hay consuelo para ellas, acompañarlas en su soledad social, etc., he ahí el camino bueno del amor en obras que es la verdadera vocación de quien profesa un Credo que apunta al amor.

 

Para pensar:

 

•1.       ¿Moderas la tentación de ser el centro de la convocatoria a la fe?

•2.       ¿Cómo es tu discurso catequético y tu acción pastoral en materia de amor?

 

 

 

 

 

Conclusión

 

                Hemos recorrido, uno a uno, los contenidos del Credo que se recita cada domingo en algunas parroquias. Habría de llevarnos no solamente a apreciar más esta hermosa plegaria, sino, sobre todo, a hacer más nuestra la fe que profesamos, a hacerla más adulta. El éxito de camino cristiano es crecer en adultez. Para ello, apropiarse espiritualmente del credo es un buen camino.

                Más adulta y más gozosa, porque una fe que se vive sin gozo, rutinariamente, cansinamente, es una fe empobrecida. Gozo y credo son realidades compatibles, sobre todo cuando se profundiza un poco en el caminar cristiano. Creer no habría de ser una pesadez, algo de lo que uno se libra y se siente mejor, sino algo que, precisamente por que se ama, nos hace más ligeros, más saludables, más hermanos, más ciudadanos.

                Recitarlo en comunidad, reflexionarlo en comunidad (raramente recita el Credo una persona sola) habría de animarnos, aún más, a una fe común que apunta y se basa en el amor solidario. Podemos hacernos el hermoso favor de ayudarnos a creer, a construir un camino cristiano vivo.

                Por eso, de una manera u otra, agradecemos a  nuestra comunidad cristiana las posibilidades que nos da para crecer en la fe. Agradecemos y queremos colaborar, de la manera que sea, a la construcción de una fe común adulta, hermosa, libre y actualizada.

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