Juan 10
CVJ
Domingo, 26 de abril de 2009
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
10. Jn 3, 13-21
Introducción:
Más allá del daño que nos hacemos los humanos, muchos de nuestros caminos no tienen otro horizonte que el deseo, verdadera sed, de vivir. Vivir no es solamente permanecer en este mundo: es crecer, amar, desarrollarse, dar a luz pequeños proyectos, cultivar ilusiones, alimentar anhelos, lanzarse a búsquedas, entregarse a amores. Vivir es todo un mundo que, como decimos, más allá de sus limitaciones, muchos/as de nosotros/as desearíamos perpetuar. Hasta los movimientos, de uno u otro signo, que reivindican la muerte digna, tienen, a su manera, una alta idea de la vida que no quieren perder por la, según ellos, precariedad de una muerte deshumanizadora. Alguien ha sembrado en los pliegues del alma esa sed de vida inapagable.
El Evangelio, que va siempre en la dirección de la vida, alimenta esa sed, echa leña a ese fuego. Más aún, como leemos en este pasaje de san Juan, se dice que Jesús da a la persona una vida plena, definitiva. No solamente eterna en el tiempo, sino en su cualidad. No sabemos qué es ni en qué consiste esa vida plena. Pero san Juan se empeña en decir que esa es la gran tarea, la mejor aportación de Jesús a la historia humana: abrirle la puerta de una vida plena. A veces nos preguntamos cómo se imaginaban las primeras comunidades de creyentes al Jesús que creían vivo y que acompañaba sus días. No lo dudemos: muchas veces lo sentían como quien daba plenitud a su vida, como quien apagaba su más recóndita sed, como quien abría horizontes insospechados. Éste Jesús, agua fresca que calma la inapagable sed de vivir de toda persona era, el que llevaban en el corazón. Como ahora.
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Texto:
13Y nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre:
14Porque lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, 15para que todo el que cree en él tenga vida definitiva. 16Porque así se manifestó Dios al mundo, hasta entregar a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida definitiva.
17Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para sentenciar al mundo, sino para que el mundo se plenifique por él. 18El que cree en él, no queda sentenciado; el que no cree, ya está sentenciado, por no creer en el nombre del Hijo único de Dios. 19Esta es la causa de la sentencia: que la luz vino al mundo, y los hombres han optado por la tiniebla frente a la luz, porque su manera de obrar era mala.
20Pues todo el que obra perversamente, detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse censurado por sus obras. 21En cambio, el que realiza la verdad, se acerca a la luz, para que se vea claro que sus obras están hechas según Dios.
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Ventana al mundo:
Estos niños en ese viejo motocarro son de un fotograma de la película Slumdog Millionaire que muchos/as de nosotros/as habremos visto. Más allá de ese cuentito un poco estilo made in USA, aunque sea hindú, una de las cosas que emocionan (a algunos les molesta) es que en medio de la enorme pobreza de los barrios de chabolas de Bombay florezca la flor de la amistad, del amparo que se dan los débiles, del amor en definitiva. Es una metáfora de esa sed de vida que anida en el corazón de toda persona, aun en los lugares mismos de la mayor miseria.
Oramos. Gracias, Señor, por sembrar el deseo de vivir a manos llenas; gracias porque en los lugares más inhóspitos florece el amor; gracias por quienes no se rinden a la desesperanza y luchan por vivir con dignidad.
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Desde la persona de Jesús:
Dice san Juan que cuando el Hijo del Hombre sea levantado en alto atraerá a todos hacia él. Eso quiere decir que toda realidad quedará plenificada en su más hondo deseo de vida. Jesús atrae hacia la vida, hacia la dicha, hacia el amor, hacia la plenitud, nunca hacia la desgracia. Por eso, la cruz de Jesús, más allá de ser un horrible suplicio y una enorme frustración, es el signo de la verdad de que estamos llamados a los caminos de la vida. De ahí que muchos creyentes hayan visto en la cruz no el sentido de sus males únicamente, sino el aliento de su vida cotidiana.
Oramos: Gracias, Señor, por atraernos hacia ti; gracias por poner en toda realidad la sed de vida plena; gracias porque no dejas de llamarnos cada día al gozo, aunque sea entre la niebla.
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Mirando al propio interior:
Dice el texto que una evidencia de que se quiere apagar la sed de vivir es ir hacia la luz, caminar en la dirección de lo luminoso, de lo noble, de lo verdadero, de lo digno, de lo amable. Para san Juan, una manera de ir apagando la sed de vida es caminar en la luz, vivir sin doblez y sin recovecos la vida cotidiana. Es algo a nuestro alcance. No se trata de raros misterios sino de simple claridad de vida.
Oramos: Que no temamos caminar en la luz cada vez más; que sepamos que la luz de Jesús es benigna con nuestras limitaciones y generosa con nuestros anhelos; que derramemos luz y no tinieblas en nuestro camino diario.
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Desde la comunidad virtual:
Dice el texto que Dios ha demostrado su amor, ha demostrado que quiere colaborar a ir calmando nuestra sed de vida, dándonos a Jesús. En el darse está el quid. Cuando decimos que queremos apagar nuestra sed de vida hemos de saber que esa sed se calma mucho con el amor mostrado, demostrado. No se trata de grandes parafernalias, sino de pequeños gestos que vayan llevando al otro/a a la conclusión elemental de que es una persona querida y que eso es la promesa de una vida en amor total. Ese amor cotidiano nos lo podemos dar unos/as a otros/as. Es cuestión, la mayoría de las veces, de pequeños gestos.
Oramos: Que nos demostremos amor en gestos diarios; que nos demostremos amor en paciencia y benignidad; que nos demostremos amor en amparos pequeños.
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Para orar:
Ah, yo quiero vivir
dentro del orden general
de tu mundo.
Necesito vivir entre las personas.
Veo un árbol: sus brazos ya en angustia
o ya en delicia lánguida
proclaman su verdad:
su alma de árbol se expresa,
irreductiblemente única.
Pero la persona que pasa junto a mí
la persona moderna
con sus radios, con sus quinielas, con sus películas sonoras
con sus automóviles de suntuosa hojalata
o con sus tristes vitaminas,
muda tras su etiqueta que dice «comunismo» o «democracia» dice,
con apagados ojos y un alma de ceniza
¿qué es?, ¿quién es?
¿Es una mancha gris, un monstruo gris?
Monstruo gris, gris profundo,
profundamente oculta sus amores, sus odios,
gris en su casa,
gris en su juego,
en su trabajo, gris,
persona gris, de gris alma.
Yo quiero, necesito,
mirarle allá a la hondura de los ojos, conocerle,
arrancarle su careta de cemento,
buscarle por detrás de sus tristes rutinas.
Por debajo de sus fórmulas de lorito
real (¡Pase usted! ¡Tanto gusto!),
aventarle sus tumbas de ceniza
huracanarle su cloroformo diario.
Un día llegará en que lo gris se rompa,
y tus bandos resuenen arcangélicos,
oh gran Dios.
Dime, Dios mío, que tu amor refulge
detrás de la ceniza.
Dame ojos que penetren tras lo gris
la verdad de las almas,
la hermosa desnudez de tu imagen:
la persona.
Dámaso Alonso
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