Juan 2
CJ
Domingo, 16 de febrero de 2009
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
2. Jn 1,19-28
La búsqueda de amparo es una constante en el caminar humano. Toda persona quiere tener una casa que le cobije, una persona que le abrace, una ideología que le sostenga, una mirada que le acoja. Puede decirse que nuestro caminar humano es un esfuerzo continuado por llegar a alguna "casa", a alguien que nos comprenda y acoja. El desamparo es la forma más brutal de inhumanidad. La persona que se siente desamparada es capaz de los mayores disparates, de las más profundas depresiones. Por eso, amparar al otro/a es la forma más hermosa de decir el sentido de la tarea humana. Quizá hoy no tenga buena prensa ni la misma palabra. Pero el amparo es un anhelo inapagado en el corazón de toda persona, de toda realidad, del mismo Dios: Él quiere buscar amparo en nosotros. ¿No es algo de eso lo que llamamos, en lenguaje religioso, la encarnación?
Cuando el Evangelio de Juan quiere ir preparando el terreno al Jesús del Evangelio comienza por decirnos quién es este Jesús, en el fondo. Y lo dice de manera hondamente cordial: Jesús es uno que nos ampara. Para ello emplea en este pasaje una imagen muy conocida por los judíos, no tanto por nosotros: es la ley del levirato. Esta ley pretendía que la mujer no quedara nunca desamparada desde el punto de vista legal. Para eso, según la costumbre de la época, había de tener un hombre, un go'el, que le amparara. Si éste no cumplía su cometido amparador se le imponía una multa, se le escupía en el rostro, y se le desataba la correa de la sandalia. El gesto significa que nos ha cumplido su obligación de amparo. Juan el Bautista dice que él no es quien para desatar la correa de la sandalia de Jesús, ya que éste ha cumplido muy bien su función de amparador: se ha llevado al pueblo a casa, se ha "casado" con el pueblo, no lo ha dejado sólo, lo ha amparado. Ha sido Jesús un buen go'el. Él nos ampara: ésa es su manera de decir que es para nosotros Hijo. Nunca dejará de ampararnos.
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Texto:
19Y éste es el testimonio que dio Juan cuando los jefes judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas, a que le preguntaran:
-¿Tú quién eres?
20Él confesó sin ninguna reserva esto:
-Yo no soy el Mesías.
21Le preguntaron:
-Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
-Él dijo:
-No lo soy
¿Eres el profeta?
Respondió:
-No
22Pues ¿quién eres? Para que podamos dar una respuestas a quienes nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
23Él contestó:
-Yo, un grito en el desierto, que ya lo dijo Isaías: Despejad el camino del Señor.
24Entre los enviados había fariseos 25y le preguntaron:
-Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?
26Juan les respondió:
-Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros hay uno que no conocéis, 27el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que yo no soy quién para desatarle la correa de la sandalia.
28Estas cosas ocurrían en Betania, a la orilla oriental del Jordán, donde estaba Juan bautizando
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Ventana abierta:
Estos niños africanos caminan a un dormitorio común en el norte de Uganda para evitar que los militares los capturen y los conviertan en soldados. La organización africana "El Arca de Noé" los acoge cada noche y les da cobijo y amparo (viene en el documental "Invisibles" bajo el epígrafe Buenas noches, Ouma, se puede ver en youtube). Han tenido la suerte de encontrar alguien que les ampara, que les sostenga en lo más elemental, en el valor de su propia vida. Quien les ampara hace la misma tarea que Jesús hace con nosotros/as.
Oramos: Gracias, Señor, por quien ampara a los desposeídos; gracias por quien siente como suyas las lágrimas de los pobres; gracias por quienes no se piensan mucho las cosas a la hora de amparar.
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La mirada de Jesús:
La mirada de Jesús sobre la persona, no lo dudemos, es la propia de quien hace de su vida un trabajo de amparo. Quizá Jesús no nos da "soluciones" para nuestra vida. Ésas las que tenemos que ir encontrando nosotros/as. Pero saber que Jesús es amparo para la existencia tendría que provocar en nosotras un gran sosiego, un equilibrio interno, una seguridad de que las cosas, aun por caminos torcidos, acabarán bien. Si eso se diera así, como dice Leclerc, "atravesaríamos por la vida con la tranquilidad de los grandes ríos".
Oramos: Que tu mirada, Señor, nos sosiegue; que tu mirada, Señor, nos convenza de que nunca nos faltará tu amparo; que tu mirada sea siempre benigna sobre nuestros caminos.
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Apuntando a lo profundo:
Las heridas que nos hace la vida nos vuelven desconfiados. Por eso, cuando alguien quiere ampararnos, sospechamos y pensamos que algo quiere sacar de nosotros/as. Para asimilar el amparo es preciso tener una actitud de apertura, de acogida, de mano abierta, no de mano escondida que no sabe uno/a si empuña la espada. Esta apertura grande es próxima a la sencillez, a la confianza, a no tener segundas intenciones. Sin ella no es fácil ver que hay quien está dispuesto a ampararnos, Jesús y otras personas.
Oramos: Que vivamos en modos menores y sencillos; que mantengamos una confianza básica en las personas; que eliminemos lo más posible nuestras segundas intenciones.
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Apoyo cotidiano:
Nuestra comunidad virtual no puede brindar grandes amparos, pero algunos sí. Cualquier cosilla que hagamos por conectar con el otro/a, por preocuparnos de él, por hacerle saber que estamos ahí, es el lenguaje del amparo. Y si no empleamos este lenguaje, ¿cómo va a ser eficaz el lenguaje de la oración? Tendríamos que animarnos a creer que nuestra capacidad amparadora es más de la que normalmente pensamos.
Oramos: Que no tengamos miedo a hacer ver nuestra presencia cercana a la vida de quienes amamos; que empleemos con frecuencia el lenguaje del amparo; que nuestro amparo sea generoso y sin paternalismos.
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Para orar:
Presencia amparadora del Señor
Siento la voz divina de Tu boca
acariciar mi oído tiernamente,
Tu aliento embriagarme, y mi frente
la mano que ilumina cuanto toca.
Mi antiguo corazón de amarga roca
ha brotado divina, oculta fuente,
y una armonía dulce y sorprendente
a su celeste Amor, fiel me convoca.
La soledad, de la noche en que vivía,
el hondo desamparo y desconsuelo,
la triste esclavitud que me perdía,
son ahora presencia, luz sin velo,
son amor, son verdad, son alegría,
son amparo en Ti, Señor, ¡son cielo!
Bartolomé Llorens
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I
Señor, me cansa la
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