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FIAIZ

RETIROS

Retiro Adviento 2022

EN BUSCA DE UN SUEÑO

 

1

 EL ADVIENTO,

SUEÑO DE DIOS

EN NUESTRO CAMINAR HUMANO

 

         Puede que los sueños estén desprestigiados. El viejo calificativo de “soñador” no dice bien de una persona. Y, sin embargo, no podemos vivir sin sueños. Es la señal de que uno está vivo. Solamente los muertos carecen de sueños. Es cierto que, con frecuencia, nuestros sueños están escondidos, agazapados. Diríase que no existen. Pero están ahí, debajo de la piel, callados a veces, activos otras. Pero siempre ahí.

         Hablamos de sueños, no ensoñaciones. Los sueños son tales cuando se pone algo de nuestra parte para que puedan ser una realidad. Las ensoñaciones, por el contrario, nacen como sueños pero no podemos nada de nuestra parte para conseguirlos. Por eso se esfuman como la niebla; los otros persisten cada vez que damos un paso en la dirección que marcan.

         Por experiencia sabemos que, generalmente, nuestros sueños son pequeños, se adaptan a lo cotidiano. Hay quien piensa que, de tan pequeños, son raquíticos. Pero, de cualquier manera, en esos sueños, en esos anhelos se urde nuestra vida. Son su esqueleto. Sin ellos, nuestra vida se derrumbaría como un castillo de arena. Por eso es preciso mirar con aprecio el mundo de nuestros sueños, incluso de los sueños que hace brotar el mundo de la fe.

         Y dando un paso más se podría decir que Dios tiene sus sueños. Lo sabemos por Jesús (el gran sueño de la fraternidad, el reino), lo sabemos por los escritos del NT (reconciliar todo: Efesios, Colosenses). Y lo sabemos por el “misterio abrupto” (Rahner) de la encarnación. ¿Qué otra cosa puede querer decir este loco afán de Dios de querer mezclarse con lo nuestro, sino mostrar la evidencia del gran sueño del Dios de Jesús de unirse hasta el fondo a nuestro pobre camino humano?

         Podríamos vivir el Adviento como el tiempo en que contemplamos el sueño que Dios acaricia: el de unirse a lo nuestro para que eso, tan humilde, cobre otro brillo y tenga horizonte. Esto nos conectará con todos los sueños de las personas, sobre todo con los de quienes están peor.

 

1. En busca de un sueño

 

         Este sencillo pero luminoso poema viene a decir que todo lo que vive, hasta Dios mismo, anda tras un sueño. Puede iluminarnos.

 

En busca de un sueño 
se acerca este joven. 
En busca de un sueño 
van generaciones. 

En busca de un sueño 
hermoso y rebelde. 
En busca de un sueño 
que gana y que pierde. 

En busca de un sueño 
de bella locura. 
En busca de un sueño 
que mata y que cura. 

En busca de un sueño 
desatan ciclones. 
En busca de un sueño 
cuántas ilusiones. 

En busca de un sueño 
transcurren los ríos. 
En busca de un sueño 
se salta al vacío. 

En busca de un sueño 
abrasa el amante. 
En busca de un sueño 
simula el tunante. 

En busca de un sueño 
tallaron la piedra. 
En busca de un sueño 
Dios vino a la tierra. 

En busca de un sueño 
partí con mi día. 
En busca de un sueño 
que no hay todavía.

                                                        S. Rodríguez

  • Tras los sueños van “las generaciones”: es el sino de lo humano, andar tras sueños, motores de nuestros caminos. El día que nada soñemos estaremos muertos.
  • A veces los sueños son “hermosos y rebeldes”. La vida se encargará de rebajar su tono. Pero esa “rebeldía” es el deseo de andar caminos no hollados, de tender a la justicia común y general. Que no muera tal rebeldía. 
  • A veces los sueños son “locos”: una locura que “mata y cura”. Por eso mismo habrá que discernir los sueños, para tomar lo que cura y tener mucho cuidado con lo que mata.
  • Es verdad que los sueños pueden desatar “ciclones”. Habrá que ir con cuidado. Pero no vayamos a matar las ilusiones por querer evitarlos.
  • Los ríos plácidos también sueñan. Una vida sencilla puede tener sueños. Y Los sueños pueden empujar a “saltar al vacío” a los más animosos, a andar caminos que nunca se han transitado.
  • Amor y engaño se envuelven en sueños. De nuevo, habrá que discernir para saber separar la paja del trigo.
  • Hasta Dios mismo vino a la tierra en busca de un sueño: la fraternidad, la reconciliación, la honda humanidad. Ahí está el misterio del Dios que se une a lo nuestro tras su sueño. Acariciar el sueño de Dios.
  • Y luego está el sagrado sueño de los pobres, de los que “parten con un día”, de los que no lo tienen todavía. Ese sueño es tan sagrado como el de Dios. En la Navidad habría que acercarse más al sueño humildísimo pero necesario de los que lo pasan mal.

 

2. Los sueños en la Palabra

 

         También la Palabra de Dios es un itinerario de sueños que se concatenan los unos a otros. Señalemos tres pasos:

 

 

a) El viejo sueño de soñar a Dios: Gen 28,10-19

        

«Allí soñó que había una escalinata apoyada en la tierra, y cuyo extremo superior llegaba hasta el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles de Dios».

 

         Es el famoso “sueño de Jacob” cuando huye de su hermano a casa de su tío Labán. En el camino tiene una visión, un sueño incubatorio que desvela su gran anhelo: ¿me acompaña Dios en este exilio? ¿Sigue Dios conmigo después de haber roto con mi hermano? ¿Puedo pensar que Dios aún me sigue amparando? La respuesta le viene en ese sueño: una escala por la que transitan los ángeles que une el cielo y la tierra, lo de Dios y lo humano. Es decir: Dios sigue soñando con lo humano, aunque los humanos tropecemos en nuestros caminos. El sueño de Dios no está a merced de nuestra debilidad, sino de su amor.

 

b) Cuando el sueño toma carne: Jn 1,50-51

 

         «Jesús dijo (a Natanael): -¿Es porque te he dicho que me fijé en ti debajo de la higuera por lo que crees? Pues cosas más grandes verás. Y le dijo: -Sí, os lo aseguro: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hombre».

 

         Ya no estamos en el sueño de Jacob, sino en la realidad de Jesús: los ángeles suben y bajan “por el hijo del hombre”. Es decir: el sueño de Dios ha tomado carne en la realidad de Jesús. Al ver su “carne”, su persona, podemos pensar con certeza que el sueño de Dios no ha sido imaginación nuestra. Ha elegido la persona de Jesús, su historia, para hacernos ver su indefectible decisión de mezclarse con lo nuestro, de meterse en el fondo de la vida, de acompañarnos para siempre, más allá de cualquier debilidad. Su vida y su cruz son la verdadera escala que une lo de Dios y lo nuestro.

 

c) La persona, ámbito de unión entre Dios y la historia: 1 Cor 6,19

 

         «Sabéis muy bien que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros porque Dios os lo ha dado. No os pertenecéis, os han comprado pagando; pues glorificad a Dios con vuestro cuerpo».

 

         Al fin, es en nuestro “cuerpo”, en nuestra realidad histórica donde habita el Espíritu, la realidad viva de Dios. O sea: el viejo sueño de Dios de mezclarse con lo nuestro, se une a nuestra carnalidad, a nuestra pobre carne. En nosotros se va cumpliendo el sueño de Dios, en nuestra familia biológica y humana, en nuestra comunidad, en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Somos el rostro del sueño de Dios. Por eso hay que cuidarlo para que refleje de verdad, con humanidad, lo que Dios hace con nosotros, su fiel acompañarnos.

 

3. Profundización:

 

a) Una espiritualidad de los sueños

 

         No habríamos de creer que eso es algo superficial. Ya hemos dicho que los sueños están en la espina dorsal de lo humano, en su estructura. Una espiritualidad de los sueños es aquella que los considera como un dinamismo de la persona y de la misma fe. Una fuerza que ayuda a entendernos, a celebrar, a encajar nuestra limitación. Basar esta espiritualidad en el sueño de Dios y en la concreción de Jesús le otorga densidad. No habrá que sucumbir a la fácil tentación de creer que los sueños son solamente sombras.

 

b) Soñar lo de Dios con Dios

         No entra fácilmente en nuestro imaginario la idea de un Dios que tiene sueños y que su mayor sueño (mezclarse con lo nuestro) es la razón hermosa de nuestra fe en él. Habría que enriquecer ese imaginario sobre Dios con estas perspectivas inusuales: Dios sueña que lo nuestro y lo suyo salen ganado cuando se mezclan. Un Dios menor, que nos sirve, que nos acompaña, que ha hecho voto de fidelidad con nosotros. Un Dios que ha quemado las naves viniendo “de su cielo” a nuestra historia para siempre, a hacer de lo nuestro, tan pobre, su verdadero cielo.

 

c) Agradecer a Dios su sueño

 

         Agradecérselo entrañablemente, incomprensiblemente porque es incomprensible que Dios haya tomado una determinación tal. Agradecer en el no saber de su hondísima generosidad que casi ni olfateamos. Agradecerle su fidelidad sin otro sentido que el de su hondo amor. Un agradecimiento místico, que se pliega sobre sí mismo por su incomprensibilidad.

 

d) Misterio de sueños

 

         Eso es la encarnación, un misterio donde se mezcla el sueño de Dios con nuestros sueños limitados. Un misterio de sueños mezclados. Y creer que eso está en la base no solo de nuestra experiencia creyente en el Adviento, sino también en la base de la misma vida. Mirar la realidad con los ojos de los místicos horizontales que traspasan la costra de lo que aparece a la vista para situarse en la profundidad de lo que no se ve.

 

4. Caminos de vida

 

1)    No sucumbamos al “realismo”: Porque esa es la primera tentación, se nos dice que hay que ser realistas. ¿Es que la evidencia de los sueños no es real? ¿Es que, desde la fe, no es real la mezcla del camino de Dios y de los nuestros? Si el realismo es herramienta para no caer en las ensoñaciones, bienvenido sea. Pero si es para matar algo tan vivo como nuestros sueños o los de Dios, escapemos de él.

2)    Valorar los sueños humildes: Porque esa es una objeción, nuestros sueños cotidianos son humildísimos, a veces rozan con la mezquindad. Somos así y así son nuestros sueños. Valorémoslos más allá de su pobreza porque en su oscuridad brilla una luz parecida a la que ilumina los ojos de Dios cuando nos dio a Jesús.

3)    No abandonar los grandes sueños: Porque sean grandes y nos parezcan casi inalcanzables, no los abandonemos. El gran sueño de la fraternidad universal, el imprescindible sueño de la justicia, el sueño evangélico de que mengüe y desaparezca el llanto de los ojos de los pobres, el sueño de todos los estómagos llenos, el sueño de hacer retroceder a la muerte causada por humanos, etc. Sueños lejanísimos, pero si los dejáramos de lado, ¿cuál sería, entonces, el horizonte de nuestra vida?

4)    Suscitar sueños: Porque eso no es engañar a las personas. Suscitemos sueños posibles, aunque hoy no puedan cumplirse. Hagamos que los ojos de los sencillos, de los humildes, de los precarios, brillen con el brillo de una pequeña posibilidad, de una salida de sus situaciones. Contribuyamos a que los sueños de nuestras comunidades no mueran y se apaguen por nuestra causa.

5)    Hablemos de nuestros sueños: No nos dé vergüenza, no pensemos que no tenemos derecho a hablar de ellos vista nuestra limitación, no consideremos que es inútil porque tales sueños nunca van a cumplirse del todo. Hablar de sueños es una de las formas más vivas de hacer fraternidad.

 

Conclusión

 

         Celebremos este misterio de sueños que es la encarnación del Señor. Hagámoslo celebrando con regocijo el sueño de Dios, más allá de nuestras limitaciones. Celebremos acogiendo ese hermoso sueño de Dios y acogiendo nuestros sueños. Seamos soñadores y soñadoras en esta Adviento, y siempre. No hay sombra que pueda contra uno que sueña. Que el Adviento y la Navidad ablanden y alegren nuestras entrañas humanas para acercarnos al sueño de Dios.

 

 

 

2

LA VIDA SUBSISTE

DONDE HAY VÍNCULO

 

         La base sobre la que se sustentan los sueños no es otra que la buena relación, lo que Jesús llegó a formular como “reinado de Dios”: la nueva relación de hermanos, la sociedad sin jerarquías, la convivencia de todos en paz y respeto. Eso está en la base de todos los trabajos de fe y del sueño evangélico.

         Por eso mismo, en este Adviento volvemos a la reflexión sobre la fraternidad desde la encíclica FT que lo tiene por tema central. Soñar sin tener los pies en el suelo es peligroso. La vida comunitaria nos hace aterrizar, es la medida realista de la verdad de nuestros anhelos. No nos cansemos de volver a ella. Es la masa que aglutina el edificio de nuestra opción.

 

«Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte» (FT 87).

 

         He aquí un texto luminoso. Todas y cada una de las frases son útiles para generar espiritualidad en torno a la comunidad. Necesitamos luz y ánimo más que grandes documentos. Aprovechemos esta oportunidad rumiando el presente texto.

         Es cierto que aquí se habla de la comunidad humana, social. Pero el cimiento es común para toda vida en grupo, también para los grupos eclesiales. Dar el salto a la comunidad creyente sin el cimiento de la antropológica y social es un riesgo. La primera evidencia de nuestra vida eclesial es que deseemos la vida en grupo. Quien tiene problemas para la vida en grupo tiene problemas para la vivencia de la fe.

         No hemos de subrayar sobre todo lo que nos separa de otros tipos de comunidad, sino lo que nos une. Unidos en lo común, en lo humano, ese es el gran cimiento de la vida eclesial.

         Comentemos, una a una, cada una de sus frases porque todas son magníficas.

 

  • «Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».

 

El ser humano encuentra su plenitud en la entrega, no en el individualismo. Porque hemos sido educados en ese individualismo (“el que viene atrás que arree”) creemos que eso debe estar presente si se quiere sobrevivir en la vida cristiana. Una Iglesia egoísta tiene el horizonte muy limitado. El vigor de una comunidad no se mide por sus obras, su número o su reconocimiento social, sino por su entrega.

Esto pertenece a la hechura de lo humano. Lo que está a la base es la donación, por más que el egoísmo nos parezca una fuerza mayor (“por el interés te quiero, Andrés”). Hemos de creer en nuestra capacidad de entrega más que en nuestro egoísmo.

La entrega ha de ser sincera. Si encierra otras intenciones ocultas, si me entrego para sacar yo más partido, si me doy para hacerme un nombre y que me reconozcan, me den cargos, me aplaudan, es una entrega viciada. Pasar siempre factura es a la larga lo contrario de la fraternidad.

 

  • «Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros».

 

El encuentro con el otro es el lugar adecuado para conocerse a sí mismo. Por eso, quien se encierra en su egoísmo, se desconoce a sí mismo, ignora sus verdaderos valores, vive en la mayor desorientación que es la de no saber quien se es en verdad.

Los otros dicen con mayor propiedad que yo mismo quién soy. Por eso mismo, el encuentro con el otro nos abre a la propia verdad y si no hay encuentro permanecemos cerrados en nuestra ignorancia más básica.

Encontrarse con el otro no es solo convivir físicamente. Es necesario ir saltando la cerca que envuelve el corazón ajeno e ir abriendo la propia cerca. Desechar este anhelo por excesivo será empobrecer de salida el horizonte de la vida cristiana. Porque estamos hechos para el encuentro la vida cristiana quiere hacer ver que ese anhelo es posible. De ahí que la razón de ser más básica e incluso el primer apostolado, antes que toda misión, es construir el encuentro. Si eso se da, hay sentido y posibilidad de evangelización; si no se da, se oscurece el sentido y la misión entra por derroteros religiosos y de funcionariado.

 

  • ·         «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro».

 

Si no hay comunicación con el otro mi conversación interior es un soliloquio que no me lleva a buen puerto y que se presta a muchas desviaciones. Hablando con el otro se sitúan las cosas en sus justas medidas. Por eso, el diálogo con el otro es imprescindible. El ideal no es el silencio ante el otro sino este mezclado a la comunicación.

Estar mudo ante el otro no puede ser sino una medida temporal, terapéutica. Lo normal es hablar ante el otro. Hasta la liturgia es un hablar con otro ante Dios (una liturgia en solitario no es liturgia)

Por eso mismo, el modo más sensato de hablar de uno mismo es cuando en esa apreciación entran las valoraciones del otro. De ahí que muchas veces las formas de hablar de uno mismo, al no ser formas que cuentan con lo que dicen los otros, son un desvarío egolátrico que el grupo soporta como una cruz.

Con frecuencia no se tiene la valentía fraterna de decir a la cara del hermano lo que se piensa de él y se va diciendo a sus espaldas. No es buen proceder. Ya dice san Francisco: «Dichoso el siervo que tanto ama y respeta s su hermano cuando está lejos de él que cuando está con él, y no dice a sus espaldas nada que no pueda decir con claridad delante de él».

 

  • ·         «Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar».

 

Amar sin rostros concretos, sin nombres, en general es arriesgarse a no amar. Orar con nombres es una manera muy buena de orar. Dice san Pablo en Rom 1,9: “No se me cae vuestro nombre de la boca cuando rezo”. Una vida sin rostros a los que amar es una vida en gran pobreza.

El rostro es la persona. Por él distinguimos a cada cual. Por él sabemos si estamos en su corazón o no. Por el rostro y por el nombre. Jesús devela su ser resucitado en la manera que tiene de pronunciar los nombres con amor: “¡María!” (Jn 20,16). Dice P. Casaldáliga: “Al final del camino me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres.”

Mirar el rosto del otro, estudiar su rostro es acercarse a su corazón. ¿Cómo es que vivimos tantos años cerca unos de otros y casi desconocemos el rostro del hermano, de la hermana? Lectura de rostros, eso tendría que ser un trabajo de comunidad para nosotros. Al final, el rostro de Dios lo vemos en el rostro del otro (Gen 33,10).

Amar rostros es compartir la vida que se refleja en ellos: el dolor, la alegría, la pena, la sorpresa, el cansancio, la terquedad, la fidelidad, la luz. A veces apelamos al corazón de la persona como la sede de sus mejores valores. Se podría apelar al rostro porque si bien, a veces, engañamos con el rostro, a la larga, el rostro desvela el alma.

 

·       «Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad».

 

El sentido de la existencia humana se percibe, a veces, oscuro y secreto. Pues bien, la comunidad ilumina esa oscuridad: hemos sido creados para ser hermanos y hermanas. De tal manera que siendo hermanos se ilumina la senda de la vida y de lo contrario se oscurece. La gran pregunta de siempre: ¿qué hacemos aquí? Se resuelve en esa respuesta sencilla: tratar de vivir el sueño de la igualdad humana. Eso es lo que en verdad tiene sentido. Cuando en la vejez nos asalta la duda de si ha merecido la pena nuestra vida, una respuesta tranquilizadora sería: sí ha merecido la pena por haber podido tener hermanos y haber sido hermanos con ellos. Mientras haya comunidad, grupo, habrá sentido.

Los vínculos humanos son vividos, a veces, como un peso. Pero si se vivieran gozosamente, los vínculos serían la evidencia de que la relación funciona. De todos modos, si se anhela una vida sin vínculos, el grupo enmudece, se esfuma. De ahí que el gozo de ser hermanos y hermanas desplaza el precio que es preciso pagar a cualquier vínculo.

Además, que la vida es comunión es algo que se demuestra desde los tiempos ancestrales, desde la mandíbula de Dmanisi de hace más de 2 millones de años donde se ve que alguien ya hacía favores al débil, favores de comunidad (y eso que eran homínidos carroñeros). Por eso, y aunque Darwin dice que triunfa la especie que mejor se adapta, en realidad el triunfo está en quien más comunión crea. Cuanta más comunión, más vigor tiene la comunidad; cuanto menos comunión, más fragilidad.

 

·       «La vida es más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad».

 

Dice el Cant 8,6 que el amor es más fuerte que la muerte. Eso mismo dice FT: si el cimiento de la vida es la fraternidad, la vida se hace fuerte más allá de la muerte y de las muertes que acompañan nuestra vida. La fortaleza no le viene al grupo por el mucho número, por la brillantez de sus miembros, por las grandes obras de misión que han llevado a cabo en su vida. No, le viene por la buena relación. Ahí está la raíz de su fortaleza. Por eso, si se quiere fortalecer a la comunidad, lo que se haga por hacer fuerte la fraternidad irán en la buena dirección.

Ahora bien, las relaciones han de ser verdaderas. Porque también puede que haya relaciones falsas no tanto de engaño, cuanto de cansancio, apariencia, superficialidad, desinterés por el otro. Las relaciones verdaderas son las brotan de un amor experimentado, de un respeto cariñoso, de una colaboración generosa, etc. Son verdaderas porque están llenas de una vida verdadera, entregada.

Y luego está la fidelidad, no tanto a Dios, sino a los hermanos y hermanas. Esa fidelidad es la que Dios nos demanda y la que puede hacer verdadero el amor. No traicionar, no engañar, no tener dos caras, no hablar por detrás, no tener dos maneras de valorar a los hermanos y hermanas (una si está delante, otra si no lo está).

 

  • «No hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte».

 

El aislamiento, el interés solo por mis cosas, el no haber pasado a “la orilla de la comunidad” (verdadero peligro de por vida), el viajar individualmente y no en el bus del grupo, es lo que agosta la vida, le quita sentido, le arrebata el gozo, la vuelve sosa..

Vivir como islas es andar el camino del empobrecimiento, de la desconexión. Estar mirándose siempre el ombligo es terminar miope y no ver la hermosura de los otros y la belleza de la vida. Ensimismarse es siempre un peligro a controlar. No somos islas, somos península conectada siempre al otro. Por ahí nos llega la savia, la vida.

Un grupo tiene el peligro de estar muerto aunque sus miembros estén vivos. La muerte de la ilusión, del cariño, de la sensibilidad, del gozo compartido. Son caminos que nos llevan al cementerio, aunque aún no hayamos muerto. Luchar contra la muerte del grupo no es algo para otros, sino para cada uno de nosotros. La relación de grupo es algo vivo; si no se lo cultiva, se agosta y se muere.

 

Conclusión

 

No renunciemos a una vida de componente comunitario, no renunciemos a una relación jugosa; no renunciemos a una vida en grupo pacífica y gozosa. Y desde ahí, trabajemos día a día por el logro hermoso de la construcción de la comunidad. Es empresa que no defrauda. Y esta es la base de todo trabajo en torno a la recuperación y vivencia de los sueños de la fe. Que el Adviento de este año avive nuestros sueños y alimente nuestra mística comunitaria. Así, sin duda, nuestro futuro personal y comunitario será mejor.

 

 

 

(Fidel Aizpurúa Donazar)

EJERCICIOS 2022-2023

¿CÓMO HACERNOS PRÓJIMOS?

(12 preguntas de la Fratelli tutti)

Notas para una semana de ejercicios en 2022

 

 

         La FT se publicó en octubre de 2020. Desde entonces vamos comprobando que este texto es un pozo de espiritualidad sin fondo porque no solamente encierra la vivencia espiritual del Papa, sino también los contenidos esenciales del Evangelio. De ahí que recurrir a ella para cubrir la necesidad de reflexión en una semana de ejercicios es del todo pertinente.

         La espiritualidad social es una puerta abierta hoy al misterio. Logra devolver a la Palabra un brillo que, quizá, ha perdido por causa de la rutina y, a la vez, consigue echar luz sobre nuestras situaciones de vida. Doble beneficio. Pero, además, puede alimentar una espiritualidad saludable, menos propensa a las disfunciones de la mera religiosidad. Todo beneficios.

         A lo largo del documento se hacen muchas preguntas (más de 41 han consignado los lectores minuciosos). La pregunta es un dinamismo muy útil para la espiritualidad porque activa el anhelo y mantiene abiertas las puertas del pensamiento. Reflexionar y orar desde las preguntas puede ser un camino productivo.

         Conectaremos las preguntas del papa con la Palabra para recabar de ella luz y ánimo como lámpara que es para nuestros pasos (Sal 118,115). Y desde ahí sacaremos unas derivaciones para nuestra vida. De esa manera, la semilla de la Palabra encontrará el campo de la vida y habrá posibilidad de fruto.

         Hacer esta clase de trabajos espirituales en comunidad, en grupo de fe, es garantía de acierto y de mayor provecho. La fe de unos ayuda a la debilidad de otros. Misterio del compartir cristiano. Que la doctrina, la Palabra, la oración y el silencio nos ayuden a tan buen fin.

 

 

1

¿CÓMO HACERNOS PRÓJIMOS?

 

  1. 1.   FT 81

 

«La propuesta es la de hac0erse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros».

 

         FT es un texto creyente, asentado sobre la Palabra y concretamente, como eje vertebrador de la reflexión, en la parábola del samaritano compasivo (Lc 10,25-37). A ese tema dedica un largo capítulo (el II) y se hace continua referencia en el texto.

         El gran hallazgo bíblico de Papa es cambiar la clásica pregunta de “¿quién es mi prójimo?” por la de “¿me voy haciéndome prójimo del caído en el camino?”.

         Atina el Papa porque el acento de la narración lucana termina en el cortante aserto final de Lc 10,37: “Pues anda, haz tú lo mismo”. Al final, la comprensión correcta de la parábola está determinada por la actitud personal.

         Según el texto del Papa, el ir haciéndose prójimo es todo un itinerario con estos pasos:

1)   No importa que no sea alguien del propio círculo de pertenencia. Hay que tener miras amplias.

2)   Hay que atravesar las barreras culturales e históricas. Cosa que está muy en pañales.

3)   Hay que volverse cercano: hay que inclinarse, preocuparse, acercarse, interesarse, mirar a los ojos y a la realidad del otro. Mirar más allá del propio ombligo.

4)   El resultado: volverme prójimo con los otros. Encontrar la “projimidad” en mi vida.

En FT 69 dice de manera contundente: «La inclusión o la exclusión de la persona que sufre a la vera del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos». Es decir, la validez de un proyecto de vida cristiana se mide por el nivel de “projimidad” de la persona.

 

  1. 2.   Lc 10,25-37

 

«25En esto se levantó un jurista y le preguntó para ponerlo a prueba:- Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida definitiva? 26Él le dijo:- ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo es eso que recitas? 27Éste contestó: - “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo” (Dt 6,5; Lv 19,18). 28Él le dijo: - Bien contestado. Haz eso y tendrás vida. 29Pero el otro, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: - Y ¿quién es mi prójimo? 30Tomando pie de la pregunta, dijo Jesús: - Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y lo asaltaron unos bandidos; lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto. 31Coincidió que bajaba un sacerdote por aquel camino; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 32Lo mismo hizo un clérigo que llegó a aquel sitio; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 33Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, al verlo, se conmovió, 34se acercó a él y le vendó las heridas echándoles aceite y vino; luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó.35Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta”. 36¿Qué te parece? ¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos? 37El jurista contestó: - El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: - Pues anda, haz tú lo mismo».

 

  • Nada se dice de este samaritano, solo que era samaritano. No sabemos si cumplía con la ley o no (pentateuco samaritano), si pagaba impuestos o no, si era amante de su familia o no, si rezaba o no. Andaba por posadas (negativo en la época). Solamente se dice que se hizo prójimo con sus consecuencias.
  • Superó los estrechos cauces culturales de la época: el que baja de Jerusalén es lógicamente judío. El samaritano compasivo no repara en eso: es un caído y merece su atención.
  • Se hace prójimo: se acercó y al verlo se conmovió. Mira, se inclina, se curva, se apresta a cogerlo. Sin acercamiento, imposible la projimidad.
  • Y luego, las consecuencias: gasto (vino,aceite); el dueño de la caballería a pie, el otro montado. No se trata solo de caridad, sino también de cuidados. Y cuidado continuado, porque promete volver.
  • La parábola no logra atravesar la coraza del jurista: en lugar de decir “el samaritano”, sin más, dice “el que tuvo compasión de él”.
  • El “personaje” Dios está subyacente en la narración: invita a la solidaridad al sacerdote y al levita (no hacen caso), da fuerzas al caído para que no muera, suscita la compasión en el samaritano (le hace caso), acompaña a esa caravana de pobres a la posada, suscita generosidad para volver si hace falta. Dios en el subsuelo de todo trabajo de projimidad.
  • Golpetazo final: “anda, haz tú lo mismo”. Cortante, no se hable más. No mareemos la perdiz.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Bondad esencial: que es algo anterior a la fe. Es la bondad de fondo, los valores del corazón y de los sentimientos, las conmociones del interior. Son muy importantes. No deberían secarse. La fe tendría que regar ese interior para que brotaran más fácilmente los gestos de bondad. 
  • Una fe con consecuencias: si la fe no tiene consecuencias aún no ha llegado a madurez. Consecuencias de cara al otro, acogida, amparo, solidaridad. Creer sin consecuencias es sospechoso.
  • Ayudarnos a la projimidad: porque tal vez nos conmovemos, pero no nos movemos. Nos falta un impulso final, un decidirnos, un liarnos un poco la manta a la cabeza y animarnos a andar caminos de projimidad. Además, para todo esto hace falta un poco de ilusión y hasta de imaginación. Y eso lo podemos contagiar. La fe en la comunidad no es solamente para la celebración, sino también para caminos de vida.
  • Sendas cotidianas: mucho de todo esto de la projimidad se construye en las sencillas sendas del día a día. Las prácticas que se hagan de este camino son siempre cosas elementales de la relación diaria y con las personas que se entrecruzan en nuestra vida. Es verdad que la situación de quien está lejos también nos incumbe. Pero es en el kilómetro cuadrado donde se desarrolla la vida de uno donde habrá que construir la projimidad. Hay que animarse.

 

  1. 4.   Para orar

 

Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.

Por Jesús, nuestro hermano. Amén

 

 

2

¿QUÉ ESTOY DISPUESTO A HACER YO?

 

  1. 1.   FT 75

 

«Hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad. El engaño del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar».

 

Antes de responder a la clásica pregunta de “¿yo, qué puedo hacer?” hay que ver si uno está en ese modo de “descalificación de todo”, si todo lo ve negro, si “siembra sospecha” de todo. Hay cristianos así, sobre todo cuando el color de los gobernantes no es de su gusto o cuando, sin más, entiende que una manera de situarse socialmente es cuestionar todo. Esa es una pantalla de humo que lo bloquea todo. Porque, en el fondo, no se sabe si se quiere cuestionar todo o, simplemente, lo que uno está queriendo decir es que el no está dispuesto a moverse ni un milímetro.

Hay que vigilar si uno colabora a nutrir el desencanto y la desesperanza. Porque todo se contagia. Y sembrar desencanto, desilusión y grisura es debilitar el hecho social e, incluso, hacer imposible el sueño del reino de Dios que solamente se logra con una dosis fuerte de ilusión. Por eso, quizá haya que decir que es más importante en la vida cristiana vivir en ilusión que vivir en gracia.

La generosidad es en los Evangelios salsa para todos los guisos. Sin la percepción del Dios generoso, resulta difícil ser generoso con la sociedad, con las personas cercanas, con los frágiles sociales (Mt 20,15).

Hay que andar con cuidado con quienes se adueñan de la capacidad de opinar y piensan porque, a la larga, lo que buscan es que nadie se mueva, que todo esté paralizado. Así actúan ellos mejor.

Por todo lo dicho, la clásica pregunta “¿yo, qué puedo hacer?” habría de ser cambiada por esta otra: “¿yo, qué estoy dispuesto a hacer?”. Esta segunda remite a la ilusión, a la generosidad y, en definitiva, a responsabilidad. La disposición a hacer no paraliza, sino que espolea la imaginación y encuentra cauces de colaboración.

 

 

 

 

  1. 2.   Mc 6,1-6

 

«1Y salió de aquel lugar. Fue a su tierra, seguido de sus discípulos.2Cuando llegó el día de precepto se puso a enseñar en la sinagoga; la mayoría, al oírlo, decían impresionados:- ¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a éste y qué clase de fuerzas son esas que le salen de las manos? 3¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? y ¿no están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban de él.4Jesús les dijo:- No hay profeta despreciado, excepto en su tierra, entre sus parientes y en su casa.5No le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos postrados aplicándoles las manos.6Y estaba sorprendido de su falta de fe. Entonces fue dando una vuelta por las aldeas de alrededor, enseñando».

  • El imaginario religioso de la época de Jesús había llevado a creer que el Mesías no tendría familia (aunque sí conexión genealógica con David). Y, menos, una familia pobre. La pobreza de Jesús es su problema. Por eso, conocer su familia es un obstáculo definitivo a su propuesta. Los de su pueblo no están dispuestos a colaborar con uno que es tan pobre como ellos. En esa pobreza se escudan.
  • Y en su familia conocida. Una familia como las demás, con padre, madre, hermanas, hermanos. Si su familia es como la nuestra no merece la pena colaborar, porque terminaremos todos tan pobres como él. Bloqueos de colaboración. El “qué puedo hacer yo” es, en el fondo, un “contigo no quiero hacer nada porque eres tan pobre como yo”. No se ha intuido la fuerza de la pobreza, el vigor de lo pequeño.
  • El “escándalo” se da ante la alternativa del reino: se escandalizan de que el reino sea para los pobres; ellos quieren un reino para poderosos y que ellos sean contados entre los tales. Escandalizarse de quien anhela una mejor suerte para los pobres y, encima, no hacer nada para ello.
  • Jesús es un profeta despreciado por su pobreza, por su origen común, por ser uno cualquiera. No se ha llegado a ver que, dentro, hay una posibilidad. Y no se ha llegado a ver eso porque se está inmovilizado, porque no se quiere dar un paso, porque se hace parte de instituciones esclerotizadas. Mientras no se salga de ahí, no habrá nada que hacer.
  • La sorpresa de Jesús no es por falta de fe ideológica. Los de su pueblo creen, están dentro de la institución. Eso les impide percibir la situación del débil y, más todavía, animarse a echar una mano. Tiene fe ideológica, pero les falta la fe del reino que es una fe práctica. Jesús se extraña que viniendo y viviendo en la pobreza no se les haga presente el mundo de las pobrezas.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Cristianismo que espolea o cristianismo que paraliza: tendría que ser la primera de las opciones: una fe con mística horizontal, de ojos abiertos, sintiendo el acicate y la mordedura de lo real. Si nos paraliza ante las situaciones de la vida es que, quizá, nuestra fe es una fe ideológica, que es valiosa pero que puede estar desorientada, que puede dar una importancia a banalidades, mientras que lo decisivo se oscurece.
  • Necesitados de ilusión social: tan necesitados como de ilusión personal, familiar o comunitaria. Tener ilusión por ver que hay sectores sociales frágiles que mejoran, no mirar reaciamente que en esos sectores se inviertan medios económicos, no discriminar entre personas necesitadas, alegrarse con la alegría de los humildes. Mantener la ilusión de que las utopías evangélicas vayan realizándose (la justicia (universal), el hambre (por debajo del umbral del 10%), la muerte legal (pena de muerte, etc.).
  • Actuar con otros: porque solo es más difícil, no solamente porque los medios sumados cunden más, sino también porque con otros se contagia más fácilmente la ilusión y se aguanta mejor el desaliento. Es el milagro de la comunidad: los valores se suman y los desvalores menguan.
  • Activar el sentido crítico: porque la buena disposición para actuar no puede hacer el caldo gordo a la desidia de las instituciones o a la voracidad de los que buscan solo su beneficio. Por eso, es preciso activar el sentido crítico, la prudencia y el discernimiento. Utopía y sentido crítico pueden ir unidos.

 

  1. 4.   Para orar

 

Concede, Señor, a los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado

en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.

Te lo pedimos por Jesús, nuestro hermano. Amén.

 

 

3

¿NOS INCLINAREMOS PARA TOCAR

Y CURAR LAS HERIDAS DE LOS OTROS?

 

  1. 1.   FT 70

 

«Hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo». 

 

Siguiendo con la reflexión sobre la parábola del samaritano compasivo deriva el texto en una tipología peculiar: el mundo se divide en dos clases de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo. Coincide el Papa con el aserto del filósofo R. Mate: “la respuesta que damos al sufrimiento del otro nos hace sujetos morales”, dice qué clase de personas somos: ¿nos importa el sufrimiento del otro?, somos buenas personas. ¿No nos importa?, no lo somos. Incluso más: ¿nos importa?, somos seguidores/as de Jesús. ¿No nos  importa?, no lo somos. Esto funciona así.

Dicho de otro modo: hay dos tipos de personas: las que se inclinan y las que miran para otro lado. Inclinarse supone abandonar la propia rectitud (el error de entender lo recto siempre como lo bueno) y mirar en la dirección del otro. Escuchar, empatizar y actuar. Esta tipología elemental remite Evangelio: en él, todo es “curvo”, vuelto al otro, abandonando lo recto (se volvió, se inclinó, lavó pies, etc.). Lo recto queda sin justificar (puesto en pie oraba: Lc 18,11-14).

Y aún una tipología más: o se es un “salteador” o se es “un herido que pone sobre sus hombros a otro herido”. Sanadores heridos, eso nos hace falta. Gente que haya experimentado la propia herida y que se anime a hacerse cargo de heridas ajenas.

Ante un planteamiento así, las excusas quedan vacías, la palabras hueras se muestran sin valor, la pregunta “¿tú, qué haces?” recobra todo su vigor y su capacidad de denuncia. Efectivamente, es la hora de la verdad pura y dura. La verdad desnuda. No hay que temerla. Hay que animarse.

Y ahora las preguntas esenciales: “¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?”. ¿Es posible hacer de los dolores ajenos dolores propios? Jesús salió a los caminos por los dolores de otros. Muchas personas han hecho suyos sufrimientos que no eran los suyos. Estamos ante el misterio denso de las relaciones humanas: unos que cargan con la debilidad del otro (Rom 15,1).

 

  1. 2.   Jn 20,24-24

 

«24Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. 25Los otros discípulos le decían:- Hemos visto al Señor en persona.Pero él les dijo:- Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo.26Ocho días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo:- Paz con vosotros.27Luego dijo a Tomás:- Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.28Reaccionó Tomás diciendo:- ¡Señor mío y Dios mío!29Le dijo Jesús:- ¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer».

 

  • Lo que se va a decir es con Jesús “en el centro”. Es decir: va a ser algo nuclear de la fe, no algo relativo que quede al arbitrio de cada cual. Si se quiere ser seguidor/a de Jesús habrá que conectar con ello. Máxima atención.
  • Es otra escena de reconocimiento del EvJn (la otra había sido la de reconocer por el nombre: María, Rabbuní): se reconoce al resucitado al tocar sus llagas. Es decir, el llagado de entonces tiene que ver con el triunfante de ahora. La manera de conectar con él en el ahora de la historia es tocar llagas, curar. Esa es la manera de vivir la resurrección en la historia: tocando llagas, curando, ya que la vida plena, resucitada, será una vida sin heridas, sin llagas. El creyente comienza ahora.
  • Hay un cierto matiz de insistencia: toca las llagas con insistencia, repetidamente, muchas veces, sin cansarte. Las llagas, sobre todo las ajenas, cansan, se hacen pesadas, creemos que nos incumben. Vivir la resurrección es insistir en tocar llagas para curarlas. La fe en la resurrección no es cuestión de ideologías, sino de tocar llagas.
  • La escena pretende provocar alguna reacción en el lector (no interesa tanto lo pasado con Tomás). Creer sin haber visto, haber curado llagas sin ver a Jesús, simplemente viendo llagas y su urgencia (“¿Cuándo te vimos…?”: Mt 25,37), ver la herida y su profunda necesidad. Conmoverse por las heridas, propias, ajenas sobre todo (cercanas y lejanas).

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Curar: A veces se podría resumir todo el Evangelio en una sola palabra: curar, por ejemplo. ¿Curas?, eres seguidor/a; ¿no curas?, aún no lo eres. Curar las heridas múltiples del caminar humano, empezando por las del cuerpo y terminando en las más recónditas del alma.
  • Algo que se va aprendiendo: se aprende haciendo pequeñas experiencias de vida, pequeños caminos, sencillos intentos. No se trata generalmente de opciones radicales y convulsionantes, sino de gestos que se suman, apuestas pequeñas que solamente uno conoce, generosidades envueltas en silencio. Pero siempre se aprende con la práctica.
  • Hacer al otro un sitio en mi yo: porque creemos que el yo se reafirma si lo ocupa todo, en su tiránica soledad. Pero si el otro, los otros, se aposentan en mi centro, yo no salgo limitado. Por un misterio insondable de amor el yo se amplía, se fortalece y la vida sale potenciada. La entrada de los otros en mi yo no es un asalto a mi huerto, es la ampliación del propio ser hasta extremos que se desconocían.
  • No es una reprimenda: puede ser que leamos FT 70 como si fuera una reprimenda. Pensamos que es otra cosa: un deseo urgente de animar, de empujar a la solidaridad, a la corresponsabilidad, a la certeza de que nos salvamos juntos. Tal vez no sea el tono adecuado, pero la intención es inapelable.

 

  1. 4.   Para orar

 

Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.

 

 

 

 

 

 

4

¿DESEAS HONRAR EL CUERPO DE CRISTO?

 

  1. 1.   FT 74

«Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad este desafío que se plantea a los cristianos: “¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez”. La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes».

 

Educados en la fe religiosa, se puede dar el caso, dice el Papa, de que alguien se considere creyente (y por ello superior a otros, como el fariseo de Lc 18,11-14) sin tener en cuenta las exigencias de esa fe que dice tener. El peligro de construir una fe sin exigencias sociales es muy real, porque lo hemos trabajado poco. Y de ahí que nuestra identidad cristiana esté puesta en cuestiones religiosas (prácticas religiosas, devociones, pertenencia al cristianismo sociológico) y no en cambios sociales (justicia, igualdad, amparo a los frágiles). Es preciso vigilar siempre estos comportamientos para evitar desenfoques que luego no hay quien los enmiende.

El mejor camino para tener acceso al corazón de Dios, dice el Papa, es acceder al corazón del hermano y sus necesidades. Querer puentear al hermano, a lo social, para tratar los asuntos de la fe directamente con Dios puede ser, en el mejor de los casos, una fantasía (“Yo soy de Dios, qué dulce pensamiento) y en el peor, un engaño. Por eso, la prueba del vigor de nuestra fe es el nivel de nuestras relaciones humanas, personales, comunitarias y sociales. Desde ahí hay que mirar, por ese baremo hay que medir.

La cita de san Juan Crisóstomo (347-407) sigue vigente: es equívoco el verter tanto entusiasmo en imágenes y aderezos y tan escaso en las pobrezas. Si eso está descompensado, se corre el riesgo de una fe alejada del evangelio. En todas esas cuestiones de ritos e imágenes siempre hay que hacerse la misma pregunta: ¿qué tiene esto que ver con el Evangelio? De la respuesta a esta cuestión depende su valor real para la vida cristiana.

Se apunta el Papa a un argumento manejado por muchos creyentes: a veces los no creyentes cumplen mejor la voluntad de Dios que los creyentes. Bueno, también es difícil para los no creyentes se justos, honrados y solidarios. Ciertamente los hay y, sí, nos dan sopas con honda a los que nos decimos creyentes. Pero no son tantos ni todos.

 

  1. 2.   Sant 2,14-17

 

«14¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? 15Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, 16y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare, abrigaos y llenaos el estómago", y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? 17Eso pasa con la fe; si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe"».

 

  • La carta de Santiago empuja mucho al discernimiento: no se puede vivir la fe de manera indiscernida, rutinaria, sin pensar y reflexionar. Porque si no, se termina asentando la fe en cosas relativas, cuando no nimias y haciendo de ellas una bandera discutida que engendra no pocos conflictos.
  • La fe de calidad es para Santiago una mezcla de confianza en Jesús y de obras. Estas (como en 1 Jn) tienen una cierta primacía porque se ven, lo otro no se ve. De ahí el énfasis de su texto en las obras. Una fe sin obras es una fe muerta, irreal, sin cimiento, porque el Espíritu sopla sobre el cimiento de la bondad y sobre él se construye el edificio de la experiencia cristiana.
  • De ahí ejemplo claro y un tanto irónico: despedir al hermano necesitado con simples bendiciones religiosas es exponerlo al desamparo. Esto es retrasar el día de la llegada del reino porque este se adelanta cuando hay socorro humano y se retrasa cuando tal socorro no brota (el tiempo del reino es “manipulable”).
  • La conclusión es clara: una fe sin obras de fe es un cadáver. Más gráfico no se puede ser. La fe que está lejos de las necesidades del hermano es una fe “cadavérica”. Puede que la rutina religiosa le haga creer a uno que está espiritualmente vivo. Pero, si se mira dentro, verá un vacío que solamente puede llenarlo las obras de buena relación, de amparo, de solidaridad, de preocupación real por el otro.

 

  1. 3.   Derivaciones:

 

  • Valores identitarios: son aquellos que provienen del Evangelio: que nada se pierda, que avance la justicia, que las desdichas de los pobres mengüen, que los frágiles tengan un puesto en la sociedad, que la dignidad de la persona ocupe el centro. Las actividades religiosas (sacramentos, oración, Palabra, piedad, etc.) servirían para ayudar a que se desarrollen mejor esos valores identitarios.
  • Satisfacciones sociales: son necesarias para entender que fe y vida van mezcladas. ¿Cuáles son? Que los humildes vayan saliendo a flote, que los descartados sean los menos posibles (ninguno a poder ser), que las alegrías se acerquen a las personas heridas, que alguien recoja de alguna manera las lágrimas de los pobres (recordar Qoh 4,1).
  • Fe pensada/fe vivida: las dos cosas son necesarias, pero la primacía se la lleva la fe vivida (entre ortodoxia y ortopraxis, el Evangelio se apoya más en la segunda). Quien piensa bien la fe es útil a la comunidad cristiana; quien la vive, es más útil, imprescindible. Colmar el foso entre ambas realidades existentes es una tarea continua (es más importante “vigilar” la fe vivida que la pensada).
  • Buenos vecinos/as: ese, por simple y humilde que parezca, podría ser un ideal de vida cristiana. Son las buenas relaciones en el marco de lo cotidiano. Se trata de ser bueno, ideal divino (Mc 10,17) y de ser vecino, cercano a las necesidades del otro. Es el ámbito de la buena relación, escenario donde quiere situarse el Evangelio.

 

  1. 4.   Para orar

 

Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro,

de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno.
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.

Por Jesús nuestro hermano. Amén.

 

 

5

¿ME PIDES DE BEBER A MI?

 

  1. 1.   FT 83

 

«Esto explica [la rivalidad entre judíos y samaritanos] por qué una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de beber, respondió enfáticamente: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” (Jn 4,9). Quienes buscaban acusaciones que pudieran desacreditar a Jesús, lo más ofensivo que encontraron fue decirle “endemoniado” y “samaritano” (Jn 8,48). Por lo tanto, este encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente interpelación, que desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos».

 

Las razones de la hostilidad entre judíos y samaritanos las da claramente la misma FT 82: «Los samaritanos habitaban una región que había sido contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía impuros, detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que “ni siquiera es una nación” (Si 50,25), y agrega que es “el pueblo necio que reside en Siquén”» (v. 26). Esa extrañeza revela la pregunta de la mujer: un judío que pide a una samaritana es un judío distinto, no abducido por el exclusivismo judío. Una persona de mente abierta.

No es de extrañar que Jesús sea tildado de “samaritano”, que es lo mismo que impuro, hereje, destinado al infierno, despreciable (además de aquella condena nunca desmentida de “comilón y borracho, amigo de pecadores”: Mt 11,19). Jesús no renuncia a ese insulto porque en realidad es uno así: estaba a gusto con los pecadores (Lc 19,7).

Se trata de “ampliar el círculo” que tiende a cerrarse en la persona exclusiva, en mis intereses personales, en mis problemas únicos (ya venía esto desde Is 54,29). Es el problema de autorreferencialidad, como dice muchas veces el Papa Francisco: solo me interesa lo mío. Romper esa coraza de hierro es decisivo para entender la postura de Jesús y la orientación del seguidor/a. La lucha contra el egoísmo es acompañante sempiterno del caminar humano. Ahí se juega mucho de la verdad de la persona y de la verdad de la fe.

Desde ahí pide FT una dimensión universal que traspase prejuicios, barreras e intereses. Los prejuicios bloquean la solidaridad, la tendencia a poner al otro en nuestro centro. Las barreras dividen artificialmente a las personas y las encasillan sin posibilidad de salir de ahí. Los intereses (el poder, la economía) son una siembra de sal sobre cualquier planteamiento amplio. Todo un trabajo que hay que ir haciendo todos los días.

 

  1. 2.   Ef 2,13-18

 

«13Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. 14Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, 15anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, 16para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. 17Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. 18Pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu».

 

  • Efesios dice que el secreto designo de Dios es reconciliar todo en Cristo. Hacer obra de reconciliación sería el distintivo del cristiano, su forma de amar. Eso es lo que ha hecho el milagro de hacer una comunidad cristiana donde convivan los paganos que estaban lejos y los judíos que estaban cerca. Si se puede reconciliar cosas tan dispares es que la obra de reconciliación se está haciendo. Si esto se realiza por el Mesías, no es sin más, sino aceptando los valores de ese Mesías, los valores del Evangelio. O sea: quien dice seguir el Evangelio ha de distinguirse por su mentalidad amplia, reconciliadora, universal.
  • Jesús ha abolido toda hostilidad para que nosotros sigamos por esa senda. No se hace nada con alabar la tarea reconciliadora de Jesús si luego nosotros no trabajamos ese campo. Pretender vivir la fe sin reconciliación es un imposible. En esto habría que ser lo más animosos posible. Que no nos coma el desamor, la desunión, la lejanía con quien tenemos dificultades de relación. Porque, repetimos, vivir en ruptura contradice nuestra opción por el Evangelio.
  • De ahí surge la humanidad nueva, la relación distinta, la fraternidad igualitaria. Quitar esto del horizonte de la vida cristiana sería empobrecerla. Hay que tratar que el desaliento, el anquilosamiento, el cansancio no hagan mella en nosotros y demos ya por perdida esta batalla de una vida reconciliada.
  • Los frutos de una vida reconciliada y de amplias miras son la paz y el acceso al corazón del Padre, el sosiego de vida y la fe vibrante, la serenidad lograda y la fe madura. El horizonte amplio enriquece la vida y la hace más gozosa; el horizonte estrecho deriva en muchos puntos de fricción y en indudable disgusto de vida.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Reconciliaciones sociales: la fe religiosa ha trabajado mucho el campo de la reconciliación religiosa. A veces lo ha desligado del campo de la vida y ha creído que pidiendo perdón a Dios (Dios siempre perdona) ya estaba todo arreglado (aunque sabemos que el Evangelio demanda antes el perdón con el hermano: Mt 5,24). Quizá una manera de mejorar esto sea potenciar las reconciliaciones sociales: familiares, laborales, políticas incluso. Ahí es donde se juega con frecuencia la verdad de esa mentalidad universal y amplia de la que nos habla FT.
  • Raíces y horizonte: en una mentalidad amplia y universal pueden ser compatibles las raíces y el horizonte, las raíces de la propia cultura y el horizonte de la universalidad, el aprecio de los propios orígenes y la aceptación de modos culturales distintos. Unas y otro se asientan sobre la dignidad y la certeza de que somos familia humana.
  • El sueño de una fe común: hoy cada religión tiene su propia fe y eso es, ciertamente, un valor. Pero quizá sea compatible con ello el sueño de que un día las religiones tengan la certeza de una fe común, en un Dios común. Se cumplirá entonces, en modos de amplitud total, la certeza de Efesios de haber hecho no solamente de dos un solo pueblo, sino de todos los pueblos un solo pueblo creyente. Los grandes sueños no están prohibidos en el Evangelio, libro de sueños él también.
  • Una Iglesia común: lo mismo decimos de las Iglesias, hoy numerosas (existen más de 4.200 religiones en el mundo). No cabe duda que todas ellas tienen un gran valor. Pero ¿por qué no soñar una iglesia única, englobante, democrática, unificada en sus causas de fe y en sus trabajos sociales? Sería una revolución que cambiaría el curso del planeta. Quizá los grandes sueños comienzan por elaborarse en el interior de cada uno/a.

 

  1. 4.   Para orar

 

Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.

 

 

 

 

 

 

6

¿QUÉ OCURRE SIN LA FRATERNIDAD?

 

  1. 1.   FT 103

 

«La fraternidad no es sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades individuales, ni siquiera de cierta equidad administrada. Si bien son condiciones de posibilidad no bastan para que ella surja como resultado necesario. La fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad. ¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores? Lo que sucede es que la libertad enflaquece, resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor».

 

De los tres grandes valores que consagró la revolución francesa (¿dónde quedan?), la fraternidad es el menos trabajado. Sin embargo, la fraternidad da un brillo y contenidos nuevos a la libertad y a la igualdad. La fraternidad incluye ambos valores (vivir en fraternidad supone un libertad aumentada y una igualdad mayor precisamente porque se han puesto en común). La fraternidad es un valor siempre con futuro porque engloba a los otros valores.

La fraternidad, para que verdee, ha de ser cultivada. No brota por generación espontánea. Es un cultivo, una construcción espiritual. Abandonar el cultivo de la fraternidad es caer en el individualismo más tiránico. Los grupos cristianos habrían de brillar por el cultivo de los valores comunitarios (no sectarios, que es otra forma de individualismo). El testimonio primero del grupo cristiano habría de ser la fraternidad. Siempre es una asignatura pendiente.

Educar para la fraternidad no es solamente cuestión de los comienzos infantiles o de los inicios de procesos de fe adulta. La educación para la fraternidad ha de ser constante, continua, siempre actualizada. Y habría de ser una educación de tipo práctico, más que ideológico. Educarse viviendo como hermanos/as, experimentando las dificultades inevitables y los gozos indudables. Mantener viva la llama de la fraternidad es, con frecuencia, tarea ardua, aunque hermosa si se logra lo más fundamental: ser uno mismo ante el otro.

Describe muy bien FT las “asignaturas” de ese curso sobre la fraternidad que habría que aprobar: el diálogo, el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo. Diálogo incansable y constructivo, sabiendo que el otro también sufre, que tiene parte de razón y que se puede llegar a acuerdos, siquiera sobre mínimos. Descubrir que somos nosotros cuando somos el otro, la reciprocidad como mejor manera de vivir en gozo y paz. Saber que todos podemos aportar algo a la realización del otro y que la riqueza nos viene del darse y recibir.

Si no se hacen estos trabajos, la libertad “enflaquece”, se tambalea, se esfuma. Y la igualdad se convierte en poco más que un baremo uniformador. La soledad comienza a instalarse en el corazón y el amor llega a ser un ingenuo desiderátum, nada más. Del cultivo de la fraternidad depende en gran parte el sentido de nuestra vida cristiana.

 

  1. 2.   Mt 23,8-12

 

«8Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.9Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.10No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.11El primero entre vosotros será vuestro servidor.12El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

 

  • La tensión con la avanzadilla del fariseísmo (los escribas de después de Yamnia) termina en este pasaje positivo dirigido a los seguidores de Jesús. Primera recomendación: no llamarse maestro porque este tiene una cierta superioridad cobre los alumnos. Aquí no hay maestros y alumnos, sino solamente hermanos. En la comunidad nadie es más que nadie y nadie es menos que nadie. De ser alguien “más” lo serían los frágiles: a ellos habría que ponerlos en el centro (Mc 3,3).
  • Segunda recomendación: tenéis un Padre común, el del cielo. Eso os hace hijos iguales, familia común. De ahí la responsabilidad de unos con otros. Salirse del marco de la fraternidad es alejarse de la paternidad de Dios, vaciarla de contenido.
  • Tercera recomendación: dejarse aconsejar por Cristo, por sus valores y criterios. Él es el mejor consejero; el Evangelio es nuestro mejor consejero. Discernir ante el Evangelio es aprestarse a acertar; hacerlo con otros criterios es un riesgo.
  • Conclusión primera: si uno aspira a ser mayor que crea que puede serlo sirviendo, La paradoja aumenta el sentido: se puede estar contento sirviendo, se puede ser en verdad primero cuando se sirve porque te unes al servidor Jesús, el que está fuera de la mesa (Lc 22,27).
  • Segunda conclusión: la incorrecta autoestima que se pone por encima del otro Dios la pondrá en su sitio (pasivo divino) porque él mira la realidad de la persona, lo que en verdad es uno (1Cor 13,12).

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Contra la fatiga fraterna: dado que el conflicto, en mayor o menor grado, acompaña la vida comunitaria y familiar, quizá estemos tentados de abandonar la mística de la fraternidad, cansados y fatigados de ella. No habría que apearse de ese anhelo. Y, aunque haya momentos bajos, ser ágiles para volver de nuevo a la senda de la fraternidad, camino único para acceder al secreto del Padre.
  • Fe en el otro: quizá sea más fácil tener fe en Dios que tenerla en el hermano. Porque para construir la fraternidad es precio “creer”  en el otro como posibilidad mayor de fe. Y eso resulta muy difícil cuando se experimenta la propia debilidad y la del hermano. Pero es justamente ahí donde se halla la prueba del vigor de nuestra fe. Descreer del hermano es, no le demos más vueltas, descreer en Dios.
  • El primer apostolado: ya lo hemos insinuado: el primer apostolado de un grupo, una comunidad, una parroquia, etc., es la fraternidad. Más que una actividad, que tiene su gran valor, por la fraternidad viva se puede entender lo que pretende el Evangelio. Decía el Hno Roger que el mundo de hoy puede entender la fe con comunidades buenas de corazón y de vida simple. Es el gran apostolado del viejo “ved como se aman” tantas veces citado.
  • ¿Muchos hermanos, pocos amigos?: eso suele decirse de la vida religiosa y podría decirse también de la vida cristiana en general. Si la fraternidad solamente nos da numerosos miembros de la congregación o de la iglesia, pero no unas pocas personas en quien confiar, es que quizá la fraternidad no ha hecho su obra. La fraternidad tiende a lo universal, pero no puede ser genérica. Ha de pasar por experiencias concretas de vida, por caminos andados juntos, por experiencias compartidas. De la experiencia concreta al horizonte, ese es el camino.

 

  1. 4.   Para orar

 

Señor Jesús,
por tu gloriosa pasión,
vence la dureza de los corazones,

prisioneros del odio y del egoísmo;
por el poder de tu resurrección,
arranca de su condición

a las víctimas de la injusticia y de la opresión;
por la fidelidad de tu venida,
confunde a la cultura de la muerte

y haz brillar el triunfo de la vida.

Te lo pedimos por Jesús, nuestro hermano. Amén.

 

7

¿HAY PEREZA PARA BUSCAR LOS VALORES?

 

  1. 1.   FT 209

 

«Tenemos pruebas de sobra de todo el bien que somos capaces de realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer la capacidad de destrucción que hay en nosotros. El individualismo indiferente y despiadado en el que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para buscar los valores más altos, que vayan más allá de las necesidades circunstanciales?». 

 

En la persona, lo sabemos, lo vemos, anida lo mejor y lo peor. Somos capaces de entregas admirables y de comportamientos destructivos sin límites. Reconocer con paz ambas cosas habría de llevarnos a potenciar lo bueno y a ser muy cuidadosos con el “Caín” que llevamos dentro (como dice Rom 7,14ss). La bondad es la mejor forma de control de la maldad. Darse al bien es tarea que todos aprecian y que nadie cuestiona, aunque, a veces, se ironice e incluso se ridiculice. Pero el bien es apreciado por todos.

Es cierto que hemos caído en un individualismo indiferente y despiadado. No sabemos si más o menos que en otras épocas. Tal vez los medios modernos de comunicación los han acentuado. El ver los males ajenos en tiempo real, es posible que nos hayan vacunado de individualismo. Pero el escenario actual también es propicio para el bien. Quizá el Papa, como buen clérigo, tenga una visión un tanto derrotista del momento. ¿Habría sonado de otro modo la FT desde una puesta en evidencia del bien innegable que hoy se da en la sociedad?

Sí, tal vez nos envuelva una pereza antropológica (mezcla de desilusión, sabérnoslas todas, cansancio, etc.) para incorporar los valores de fondo de lo humano, que son los mismos valores evangélicos (la fraternidad, la paz, la generosidad, la preocupación por el frágil, la humildad, la mansedumbre, el corazón entregado). Algo nos dice que ese camino tan trillado ya no es rentable. Pero, en realidad, es un camino cada día por estrenar. Porque la bondad es como el amanecer: cada día es nuevo. Los buenos de verdad, los que creen en el bien, son quienes no se cansan de ser buenos/as.

Nos atosigan las circunstancias y perecemos bajo su influjo. De ahí que busquemos soluciones inmediatas y que lo queramos todo al instante y ya. La bondad es un horizonte y tiende a mirar más lejos que las inmediatas circunstancias. Para ello es precisa una dosis de confianza fuerte, y la fe necesaria en el futuro como para no reclamar los frutos de manera instantánea.

  1. 2.   Gál 3,1-4

 

«1¡Gálatas estúpidos! ¿Quién os ha embrujado? ¡Después que ante vuestros ojos presentaron a Jesús Mesías en la cruz! 2Contestadme solo esto: ¿recibisteis el Espíritu por haber observado la Ley o por haber escuchado con fe? 3¿Tan estúpidos sois ¿Empezasteis por el Espíritu para terminar ahora en la materia? 4¡Tan magníficas experiencias en vano!, suponiendo que hayan sido en vano».

 

  • Como sabemos y como lo muestra este texto, Gálatas es uno de los textos más “volcánicos” del NT (junto con Jn 7-8). Pablo pierde los papeles y llega, como se ve, al puro insulto. Es que, según él, la vuelta a las prescripciones de la Ley, tras haber dado el paso hacia Jesús, anula y quita el sentido al mismo Evangelio. Y ante el peligro de perder el Evangelio, Pablo reacciona con la fuerza de un “fanático”. Todo se ha tirado por la borda.
  • Pablo piensa que es un “embrujamiento” el que han sufrido los gálatas. Pero, en realidad, es más posible que hayan experimentado un cansancio, una decepción, un vacío. Y entonces el recurso es volver a lo conocido. Se han cansado tan pronto de los valores del Evangelio. La cruz ha dejado de ser algo interesante y han dirigido su mirada a valores más satisfactorios. La decepción, la rutina y la pereza han hecho su obra.
  • El Espíritu es el sentido. ¿Lo han recibido por la Ley o por la fe? Posiblemente los gálatas respondan: estamos cansados, la fe en Jesús nos aburre, ya no tenemos ilusión. La vuelta a la Ley no es porque se quieran lanzar de nuevo a la experiencia religiosa del judaísmo, sino que es mero fruto del cansancio. ¿Cansados de creer, cansados de la religión, cansados de la cruz? Cansados, al fin y al cabo.
  • Y el cansancio lleva a la “materia”, al materialismo, al consumismo decimos nosotros. El consumo ocupa el lugar de los valores del Evangelio y nos satisface con creces: vamos a los templos del consumo, compramos hasta lo que no nos hace falta, pagamos y salimos tan contentos que estamos dispuestos a volver. El cansancio ha triunfado y el lucro se beneficia de ello. Y todos tan contentos. Los valores se han esfumado.
  • ¿Pero ha sido un camino en vano? Quizá no. El Evangelio siempre nos espera y es posible volver a él. Pablo reniega a los gálatas. Pero el Evangelio es casa abierta y nadie nos va renegar. Podemos volver siempre y siempre seremos bien recibidos. De ahí que ni un minuto vivido al amparo del Evangelio es una pérdida. Siempre hay posibilidad, cada día es una oportunidad.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Una fe que aburre: quizá lo que nos aburre no es tanto la fe, sino una religiosidad cansina y repetitiva. ¿Cómo sacudirse el aburrimiento? ¿Cómo hacer que el brillo vuelva a los ojos? ¿Cómo no abandonar el enamoramiento de Jesús? Hay que cuidar todos los días ese amor, hay que renovar cada mañana la búsqueda, hay que estar en estado de “excitación creyente”, hay que controlar a todos los “bomberos” que quieren apagar ese fuego (consumo, olvido, rutinas religiosas, falta de conmoción social, etc.). Una fe que aburre es como un aburrido, tan paradójico y tan empobrecedor.
  • La sobriedad feliz: es un movimiento sociológico que pretende una saludable austeridad para hacer sitio a los valores humanos de fondo (y en nuestro caso también a los valores de la fe). Moderando el consumo hay muchas más posibilidades de que los valores evangélicos estén activos en nuestra vida y de que ocupen el sitio que pueda dar sentido a nuestros pasos. Consumo excesivo y valores evangélicos son dos realidades que se repelen.
  • Revitalizar por la práctica de la bondad: la fe se puede revitalizar si se hacen prácticas de bondad (bondad en obras) porque las obras del Evangelio tienden al corazón de la persona y fortalecen las mejores opciones. Cuando más se practica el bien, cuantas más experiencias de bondad se acumulen (por sencillas que sean) se estará más cerca de los valores del Evangelio y se alejará el fantasma de la pereza por vivir los valores.
  • Frutos ya: es lo que, a veces, queremos. Y como resulta que los valores son siembra a largo plazo, nos desalentamos y nos cansamos. Pero asentar la vida en los valores humanos de fondo y en los evangélicos que son los mismos es algo que va moldeando el interior de la persona. Quien asienta su vida en ellos descubre, con frecuencia a toro pasado, que vive posturas y opciones que antes no habría tenido. Es el Evangelio que va haciendo su obra. Los frutos llegan a su tiempo.

 

  1. 4.   Para orar

 

Señor Jesús,
une a tu cruz los sufrimientos

de tantas víctimas inocentes:
envuelve con la luz de la Pascua

a quienes se encuentran profundamente heridos:
las personas abusadas,

despojadas de su libertad y dignidad;
haz experimentar la estabilidad de tu reino

a quienes viven en la incertidumbre:
los exiliados, los refugiados

y quienes han perdido el gusto por la vida.

Te lo pedimos por Jesús, nuestro hermano. Amén.

 

 

8

¿AMAMOS A NUESTRA SOCIEDAD?

 

  1. 1.   FT 230

 

«El esfuerzo duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada uno, supone que en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia. Porque “nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos. En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si pudiéramos lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos mete, no nos compromete?”».

     Aunque sea difícil concretar, preguntarse por nuestro amor a la sociedad sin un “básico sentimiento de pertenencia” resulta imposible. ¿A qué sentimiento nos referimos? Al que hace brotar la alegría a los ojos cuando se entiende que vivir con otros es una suerte, cuando se considera que ser familia humana es una bendición, cuando surge la comprensión paciente con los caminos muchas veces errados de nuestra sociedad. Se trata de algo místico: entender, por no sabemos qué caminos, que el sentido de lo humano es vivir con y para el otro (como decía Z. Baumann). Si vivir con otros produce un resquemor, estamos todavía lejos. Y hablar de amor a la sociedad, es hablar chino.

Este sentimiento no es algo frío: es la certeza de “sentirse en casa”, de saber que tenemos un hogar, que no es otro sino el corazón de las personas, por mucho que a veces la puerta de ese hogar no dé en las narices (¿Qué se puede esperar de quien no tiene hogar?, dice el refrán). Nuestro hogar es el corazón, personal y colectivo, de los seres humanos. Si lo sintiéramos nuestro, no tiraríamos piedras contra nuestro propio tejado. Es un sin sentido y una crueldad ser inhumano con la propia familia. La espiritualidad de la “casa común” comienza por sentirse bien con los inquilinos humanos de esa casa.

Las dificultades habrían de crear lazos de unidad, no barreras que separan. La creación de barreras comienza en el corazón de la persona, antes de que se levante muros o vallas. Por eso, hasta las “peleas”, los conflictos sociales, habrían de tener una elaboración cordial, aunque no se llegara a solucionarlos (no es lo mismo solucionar que elaborar). Amar la sociedad no es un angelismo creyendo que “todo el mundo es bueno” sin más. Se trata de hacer humano un camino de convivencia que no es fácil, que para alguno es “casi” imposible (hasta para el Génesis), pero donde se juega el sentido de nuestro ideal de humanidad (y el mismo sentido de la fe).

         Y hay que tener en cuenta que toda contribución es necesaria e importante para el proyecto de vida social común. No somos imprescindibles, pero sí necesarios. La contribución no se puede medir por la cantidad de dinero que se aporta, o de ciencia, o de cultura. Se mide por el amor con que se hace. Por eso mismo, las aportaciones más sencillas, menos relevantes, menos brillantes tienen su indudable valor. ¿Cómo pasar de la orilla enervante del propio egoísmo a la otra del sentirse parte de un proyecto común? ¿Cómo generar una espiritualidad de la hermosura del proyecto común?

Puede resultar ingenuo decirlo. Pero mirar a la sociedad con los mismos ojos con los que miras a quien amas es un ideal hermoso y posible. Efectivamente, en toda esta mística de amor social es cuestión también de un cambio de mirada, de encontrar otra manera de volver los ojos, los de la cara y los del alma a quienes hacen parte de tu vida e, incluso, a los que no hacen parte de tu realidad cercana. Una mirada distinta, hecha de agradecimiento, de verlo como una suerte, de paciente tolerancia.

Amar a la sociedad generando un movimiento de cercanía. No verla solamente como algo fuera de mí, algo distinto a mí, algo en mi contra. El amor a la sociedad, por lejano que parezca, puede ser fuente de otros amores más “tocables”. ¿Puede uno enamorarse de otro desde el desasosiego social, desde una visión negativa del mundo del que hacer parte?

 

  1. 2.   1 Pe 3,13-17

 

«13Y además, ¿Quién podrá haceros daño si os dais con empeño a lo bueno? 14Pero aun suponiendo que tuvierais que sufrir por ser honrados, dichosos vosotros. No les tengáis miedo ni os asustéis; 15en lugar de eso, en vuestro corazón reconoced al Mesías como a Señor, dispuestos siempre a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida una explicación, 16pero con buenos modos y respeto y teniendo la conciencia limpia. Así, ya que os difaman, los que denigran vuestra buena conducta cristiana quedarán en mal lugar. 17Más valdría padecer porque uno hace el bien, si tal fuera el designio de Dios, que por hacer el mal».

  • 1 Pe es una carta dirigida “inmigrantes dispersos”, creyentes que, posiblemente por razones económicas, han tenido que abandonar su patria y, al ser una minoría, se encuentran perdidos en el ancho mar del paganismo. El autor les anima a no cerrarse, a mantenerse abiertos a la ciudadanía, aunque tengan que pasar ciertos apuros. No se les demanda explícitamente que amen a la ciudad, pero, al menos, que no se cierran a ella.
  • Darse a lo bueno es garantía de que se va a convivir mejor. Si no se cree en la bondad básica de la ciudadanía, más allá de sus limitaciones, el amor social es imposible. Estar siempre en una actitud de desconfianza ante los comportamientos ciudadanos aleja del amor a la sociedad, lo enfría, termina por desecharlo.
  • Es posible que haya que sufrir por ser honrados. Son los sufrimientos que comporta el amor. No se puede descreer del amor a la ciudad solamente por el comportamiento cuestionable de algunos de sus miembros. Es preciso hacer acopio de paciencia ciudadana.
  • Siempre habrá personas que se sientan tocadas por los comportamientos bondadosos. Si se puede, si conviene, si viene al caso, habría que decir qué sopone la fe como actitud básica de comportamiento ciudadano, porque se cree que los valores del Evangelio son valores sociales. Una sociedad con los valores evangélicos activos es una sociedad de mayor calidad humana.
  • Los buenos modos son importantes. No se trata solamente de ser educado, sino de ser respetuoso y tolerante. Si se propone la fe desde la confrontación, el disgusto y la exclusión, es difícil que la propuesta cristiana tenga visos de ser valorada.
  • Padecer por el bien es algo que está en el horizonte cristiano y el humano. Quizá no se pueda llegar porque queda lejos aún. Pero tender hacia él puede ser saludable. No se trata de vivir encogido, sino de crear un espíritu resistente, resiliente, que no tira la toalla a la primera dificultad de cambio.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Los muchos niveles de la pertenencia social: todos ellos habrán de ser cultivados: el nivel familiar, comunitario, vecinal, social. Quizá haya que comenzar por los más cercanos y tender hacia los más lejanos. De cualquier manera, dice FT 32, “nadie se salva solo”. La necesidad del otro, en cualquier situación de vida, es evidente. Eso habría de animarnos a vernos como sociedad, manera mejor de verse como persona individual.
  • Ciudades humanas: es preciso contribuir a la construcción de las ciudades humanas (como decían ya los monjes del desierto). Cualquier aportación que se haga, hasta la más pequeña (no tirar un papel al suelo), resulta útil. Desentenderse de la vida ciudadana es uno de los rostros que más cuestionan la fe cristiana porque el Evangelio no se desentiende de la ciudad, sino que construye el reino en ella.
  • Escapar de la amargura: porque hay creyentes (incluso de alto nivel) muy marcados por una especie de amargura social que enfoca todo desde lo negativo y todo lo ve mal. Es un camino muy esterilizante, que lleva a refugiarse en lo religioso como ámbito limpio de polvo. No habría que dar pábulo a una vivencia tal.
  • Los beneficios del proyecto común: porque no lleva a nada la confrontación entre proyecto personal y proyecto común. Más aún, si el proyecto común tiene una dosis aceptable de fraternidad es el mejor aliado del proyecto personal. Ambos se complementan y se potencian. Por eso mismo no habrá que temer al proyecto común sino, sobre todo, a la ausencia de proyecto.

 

  1. 4.   Para orar        

 

Señor Jesús,
extiende la sombra de tu cruz

sobre los pueblos en guerra:
que aprendan el camino de la reconciliación,

del diálogo y del perdón;
haz experimentar el gozo de tu resurrección

a los pueblos desfallecidos por las bombas:
arranca de la devastación a Irak, Siria y Ucrania;
reúne bajo la dulzura de tu realeza

a tus hijos dispersos:
sostén a los cristianos de la diáspora

y concédeles la unidad de la fe y del amor.

Te lo pedimos por Jesús, nuestro hermano. Amén.

 

 

9

¿PERDONAR EN NOMBRE DE LOS DEMÁS?

 

  1. 1.   FT 246

 

«A quien sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie de “perdón social”. La reconciliación es un hecho personal, y nadie puede imponerla al conjunto de una sociedad, aun cuando deba promoverla. En el ámbito estrictamente personal, con una decisión libre y generosa, alguien puede renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46), aunque la sociedad y su justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido».

 

El perdón es siempre algo gratuito. No obedece a ninguna ley, sino solamente al corazón. Por eso es algo que ennoblece a quien lo da y a quien lo recibe. Pero no es algo exigible, debido, obligatorio. Hay quien lo da con generosidad y es admirable. Otros lo dan con reticencias y también hay que valorarlo. Hay quien se resiste a darlo y es preciso esperar y respetar. Y hay quien no quiere darlo y hay que entenderlo, por más que choque con el ideal cristiano del perdón pronto y generoso (Mt 18,21-35). Perdonar es un misterio que nos acerca a lo divino y aparece cuando el Espíritu sopla (recordar Gen 33).

Es un “milagro” que uno pueda perdonar un agravio grande aun cuando ese perdón no interfiera en la justicia y la pena consiguiente. Pero es un milagro mayor que alguien renuncie a un castigo legal y perdone por pura generosidad. De todo se da. Y los cristianos tendríamos que entender esto y, más aún, tender a esto último (Mt 5,38-42). En esta clase de amor asimétrico es donde dice el Evangelio que se ha de reconocer al seguidor/a (Jn 13,35).

Hay que temer el manto del olvido si bajo él no anida la reparación y la justicia. Las heridas ocultas siguen siendo heridas a perpetuidad. Se sanean aireándolas, valorándolas, penándolas en su caso y reparándolas. El olvido general lo postulan los vencedores, quienes no quieren que su situación se vea zarandeada o quienes por el dolor o la rutina no quieren enfrentarse a la cruda realidad. Si algo queda claro en todo esto es que el olvido sin más, el que pretende que aquí no ha pasado nada, es inaceptable. Pero, aun así, ya lo hemos dicho, el perdón sigue siendo no exigible, generoso, gratuito, salido del corazón.

Nadie puede perdonar en nombre de los demás. Cada uno personalmente ha de tomar su propia decisión. Perdonar en nombre de otros es suplantar al corazón llamado a perdonar. De ahí que el perdón no se impone por decreto, sino que brota lentamente del fondo del corazón de cada uno. Hay que seducir a ese corazón para que perdone, pero jamás habrá que atraparlo u obligarlo.

Conmueve quien perdona y nos hace preguntarnos de dónde brotan el bien y la dulzura, de qué secreta fuente surgen (pregunta tan potente como la pregunta por el mal, tan recurrente). Precisamente porque eso no se sabe de dónde viene, hay que ser muy respetuoso con quien le cuesta perdonar. Es preciso esperar con paciencia y amor que esa fuente pueda llegar a manar algún día Mientras tanto, espera respetuosa.

 

  1. 2.   Ef 4,25-30

 

«25Por tanto, dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo (Zac 8,16), que somos miembros unos de otros. 26Si os indignáis, no lleguéis a pecar (Sal 4,4), que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo; 27no dejéis resquicio al diablo. 28El ladrón, que no robe más; mejor será que se fatigue honradamente trabajando con sus propias manos para poder repartir con el que lo necesita. 29Malas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno; así hará bien a los que lo oyen. 30No pongáis triste al Espíritu Santo. Dios os ha marcado con él para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo».

 

  • La carta a los Efesios dice que el secreto designio de Dios era el de reconciliar todas las cosas en Cristo. Esa tarea de reconciliación es la tarea del cristiano: reconcilias, eres seguidor/a; no reconcilias, estás en esa medida lejos del Evangelio. De ahí que este asunto sea vital para la comunidad cristiana. No estamos hablando de algo secundario.
  • La reconciliación pasa por hablar con veracidad. De eso depende mucho. Las palabras torticeras son un obstáculo insalvable para cualquier pretensión de reconciliación.  Por eso dirá más tarde, explícitamente, que se controlen las malas palabras y que el hablar sea bueno y constructivo. Mucho del éxito de la relación depende de las palabras; el bien que nos hacemos y el mal que nos inferimos depende en gran medida de las palabras. Es verdad que la reconciliación ha de manifestarse en obras. Pero las palabras buenas son la puerta para la reconciliación en obras.
  • Pero si, aun así, hay fallo, el autor da una medida altamente eficaz para arreglar las cosas, sobre todo los fallos cotidianos que es donde se juega la reconciliación: no terminar el día en el enojo, en el distanciamiento, en el enfado. Si esta medida se aplicara, muchos de los conflictos fraternos, familiares y aun sociales, se esfumarían como la niebla al amanecer. El perdón cristiano ha de ser generoso y rápido, para que no es enquiste.
  • Todo el coro derivado de una actitud no reconciliada (amargura, ira, enfados, insultos) habría de ser desterrado, mandado al “exilio” de fuera del corazón. Un rictus de amargura predispone al distanciamiento; los desplantes y las palabras gruesas, enojan y alejan; los insultos son plantas del jardín de la violencia (Mt 5,22).
  • La bondad, la comprensión y el perdón no son solamente valores humanos, sino que es hacer la misma obra de Cristo. Es decir, valores como el perdón entroncan con la vocación filial de Jesús: es hijo del Padre porque perdona como el Padre. Su divinidad le viene de su honda humanidad.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Recuperar el perdón cristiano: quizá haya que decir que el sacramento del perdón ha perdido su vigencia por su banalización, por su superficialidad. Habría que intentar recuperarlo dándole una intensidad que no parece tener. Dos caminos: la celebración del perdón en comunidad (con o sin sacerdote, pero con fe en el valor reconciliador del sacramento); la derivación del perdón hacia los perdones sociales (fraternos, familiares, sociales, políticos) que es donde está el problema y la posibilidad. Una hermosa tarea por delante.
  • El recuerdo compasivo: aquel con el que se enfoca los fallos pasados: recordar, para no olvidar, pero metiendo en él la compasión que, quizá, no se tuvo en su momento. No se trata de pretender olvidar sin más lo que no se puede olvidar. Se trata de recordar con compasión y de aportar hoy la reparación que en su día no se dio y que hoy quizá, al menos en parte, puede estar más a la mano. Hay que repetirse mil veces el dicho de Lc 6,36: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. No se trata de algo voluntario; estamos en el meollo del Evangelio.
  • El perdón seduce: para muchas personas, el perdón es sinónimo de debilidad. Pero la mayoría queda seducido por alguien que perdona y, sobre todo, cuando el agravio ha sido irreparable. Seduce su fortaleza, su fuerza para contener el rechazo, sus lágrimas sin venganza, su deseo enorme de no permanecer en el odio. Estas personas nos reconcilian con lo humano y siembran esperanza en la desesperanza de muchos de poder llegar algún día a vivir como hermanos.
  • Beber de la fuente del perdón: no sabemos de dónde brota esa fuente. Pero conocemos sus aguas: mesura, paciencia, contención, respeto, creer en el sufrimiento del otro, etc. Bebamos de esas aguas y la reconciliación será más posible, el perdón no será extranjero en nuestra casa.

 

  1. 4.   Para orar

 

Santa María, reina de la paz,
tú que estuviste al pie de la cruz,
tú que nunca dudaste

de la victoria de la resurrección,
sostén nuestra fe y nuestra esperanza;
tú que has sido constituida reina en la gloria,
enséñanos el perdón, el servicio y la gloria del amor.

Amén.

 

 

10

¿QUÉ SIGNIFICAN HOY

LAS GRANDES PALABRAS?

 

  1. 1.   FT 14

 

«Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción».

 

Las grandes palabras (justicia, libertad, paz) nos producen desconfianza. El mismo Papa dice que han sido “manoseadas y desfiguradas”. Pero resulta que el Evangelio está basado en esas palabras, aunque Jesús le dé contenidos espirituales y sociales nuevos. ¿Cómo superar el hartazgo que nos provocan? ¿Cómo recuperar una visión utópica, no angelical, de tales términos? ¿Cómo seguir creyendo que, por muy estropeadas que estén, cuando hablamos del futuro de lo humano estamos hablando de ellas?

La manipulación de las grandes palabras es un hecho. Por eso, como dice FT, hay que mirarlas con espíritu crítico. Éste no es el mero rechazo, sino que se trata de una actitud de interés, de discernimiento, de búsqueda, de información, de pequeñas vivencias. Renegar, sin más, de la evidencia de la manipulación no es sentido crítico, sino inútil rechazo que lleva a una amargura inoperante (la inútiles críticas a los políticos, al sistema, al consumo, a los poderes económicos). Lograr un espíritu crítico es algo trabajoso y no se nos va a dar sin más, por ser ácidos y amargados en conversaciones de bar.

Las grandes palabras siguen vivas, aunque maltrechas. Muchas personas se percatan del uso torticero de esas grandes palabras y de los intereses espurios que encubren. El engaño recubierto de grandes palabras siempre ha estado ahí. Pero hoy nos percatamos de ello mejor que nunca. No dejarse llevar por ese engaño es ya un gran paso. Pero hay que engendrar una nueva fe en esas palabras que nos son necesarias para el mantenimiento de la utopía, el sentido y el horizonte. Si no superamos el desengaño que nos producen, nos quedamos a medio camino. Esa nueva fe ha de estar hecha de compromiso personal. Porque hablar de todo esto desde la misma injusticia, opresión y división es un fraude que se añade al otro fraude.

Lo sabemos todos: el enemigo agazapado en esas palabras tiene un nombre: ansia de poder. Eso es lo que esconden. Ese ansia es acompañante del ser humano desde el primer paso que dio en la historia. Eso se cuela en todos los corazones. El Evangelio tiene una gran pretensión: cambiar el ansia de poder en servicio al otro. Si nos parece algo fuera de la realidad, angelical e inservible, estamos desactivando el Evangelio. Nosotros veremos.

 

 

 

 

  1. 2.   Mt 6,33; Gál 5,1; Ef 4,39; Mt 23,8

 

         «Buscad primero que reine Dios y su justicia, y todo lo demás se os daría por añadidura» (Mt 6,33). «Para ser libres nos liberó el Mesías; con que manteneos firme y no os dejéis  uncir de nuevo al yugo de la esclavitud» (Gál 5,1). «Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Ef 4,39). «Vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos» (Mt 23,8).

 

  • El reino de Dios, en su etapa histórica, está asentado sobre la justicia divina que es el horizonte de la justicia humana, una justicia donde toda persona sea considerada en su dignidad y donde los más desvalidos, por su desvalimiento, tengan un plus de consideración. Sin justicia el reino no amanece. Por eso, la búsqueda de la justicia es tarea mayor del seguidor/a. Su abandono por desilusión sería como desertar del Evangelio.
  • La libertad, inherente a la persona, se refuerza por la obra de Cristo Jesús. La suya fue una obra de libertad honda. Sin libertad no se puede ser persona, no se puede ser creyente. La religión que ha engendrado mucha sumisión tendría que  haber engendrado mucha libertad. El voto de obediencia es, en el fondo, un voto de libertad: la libertad personal puesta en fraternidad sale potenciada y ampliada.
  • La unidad demanda un esfuerzo y el vínculo que la posibilita es la paz. Si no se trabaja cada día la unidad, la mística de lo común, la fraternidad, la unidad se esfuma o se transforma en uniformidad que es una mueca de la unidad. Sin el anhelo de una vida en paz, no crecerá la unidad porque  la discordia es una siembra de sal sobre la unidad comunitaria, familia o social.
  • La fraternidad es comunión, más que una democracia. Por eso mismo es, al menos, una democracia. Sin el componente democrático, la fraternidad deriva en autoritarismo, el liderazgo en dominio. Hacer prácticas cotidianas de democracia (rotación de cargos, decisiones tomadas en común, vivencia del liderazgo como servicio real, etc.) es algo muy saludable para la vida en comunidad.  Lo que es de todos, es responsabilidad de todos.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • Nuevo contenido: ese el que habría que ir buscando para las grandes palabras. La postura no es desecharlas sin más, por su mal uso, sino buscarles esos nuevos contenido: primero, no avergonzarse de ellas porque, aunque maltratadas, son el corazón de nuestra opción vital y cristiana. Además, mantener la evidencia de que hay personas que las viven, otras no. Se publicita la conculcación de esas grandes palabras, como si fueran un engaño. Pero hay personas que las viven y a veces en niveles muy altos. Y finalmente, el nuevo contenido vendrá de una constante implicación porque si se vacían de contenido es porque nos llamamos andana y no las vivimos con entusiasmo.
  • De criticones a críticos: porque criticar sin arrimar el hombro es ser un criticón, alguien que hace de la crítica escudo para que lo dejen en paz. Ser críticos exige discernimiento, información, aclaración de otros y, sobre todo, exige tomas de posturas que avalen, de alguna manera, la crítica que hago. ¿Cómo va a ser de recibo mi crítica al consumo si soy consumidor indiscernido y compulsivo? ¿Cómo va a ser válida mi crítica a “los políticos” si mis opciones son superficiales, poco trabajadas? ¿Cómo va a ser de recibo mi crítica a la sociedad si mis relaciones familiares, laborales, cercanas son frías?
  • En lo cotidiano: porque la grandilocuencia de las palabras grandes puede hacernos pensar que no constituyen parte de mi camino cotidiano. Pero no es así: resulta imprescindible traducir estas palabras a caminos de cada día: ser justo en las cuatro paredes de tu casa; fomentar la unidad en tu parroquia; activar la libertad en tu barrio con el respeto delicado; creer en la democracia cumpliendo exquisitamente tus obligaciones ciudadanas.
  • Dejarse cantar las verdades: hay personas que se glorían de cantar las verdades al lucero del alba. No está mal, pero también hay que dejarse interpelar, que le canten a uno sus verdades, recibir la corrección con buen talante. Cuando se habla de grandes palabras da la impresión de que quien habla no está tocado por esa disfunción que has hace vacías. Pero todos tenemos que coger vela en este entierro. Por eso, si te cuestionan, harías bien en aceptar la corrección.

 

  1. 4.   Para orar

 

Dios de amor que nos has creado

y nos llamas a vivir como hermanos,

danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz;

danos la capacidad de mirar con benevolencia

a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino.

Haznos disponibles

para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos

que nos piden transformar nuestras armas

en instrumentos de paz,

nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón.

Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza

para tomar con paciente perseverancia

opciones de diálogo y reconciliación,

para que finalmente triunfe la paz.

Y que sean desterradas del corazón de todo hombre

estas palabras: división, odio, guerra.

Señor, desarma la lengua y las manos,

renueva los corazones y las mentes,

para que la palabra que nos lleva al encuentro

sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida

se convierta en shalom, paz, salam. Amén.

 

 

 

11

¿IGUALDAD DE DERECHOS?

 

  1. 1.   FT 22

 

«Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común. Pero observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados. ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?».

 

Si los derechos humanos no son iguales para todos, se desvirtúa toda su mística, quedan anulados en su sentido más profundo. Es la primera condición. Una mentalidad que entiende que mis derechos son intocables pero los demás (los pobres, los extranjeros, los de lejos) no tienen esos mismos derechos es una mentalidad perversa. Creer que por ser español, blanco, occidental, etc., se tiene derechos que se niegan a otros, es, lo repetimos, algo perverso.

La vigencia de los derechos es requisito necesario para la correcta evolución de la persona y de la sociedad. Ver al otro como sujeto de derechos nos habría facilitado mucho la vida comunitaria. Porque una vida fraterna sin derechos elementales se convierte en algo muy alejado del Evangelio. Derechos como la intimidad, la presunción de inocencia, la libertad, la no discriminación, los modos de vida democráticos, la igualdad. Parece que esto  no es necesario en la vida familiar o comunitaria. Pero sí lo es porque a veces hay carencia. Y ampararse en las espiritualidad cristiana sin que esos derechos estén presentes, es construir sobre falso.

Observamos en el mundo “numerosas contradicciones” con los derechos humanos, sobre todo en el tema de la igualdad. Fomentar la espiritualidad de la igualdad es siempre necesario porque las personas nos autoafirmamos en la desigualdad, en la diferencia, en la jerarquización. El Evangelio propugna justamente el camino contrario: no eres más cuando eres más distinto, sino cuando eres igual. Evitar contradicciones en materia de igualdad es acercarse al corazón del Evangelio (Mt 23,8).

La fuente mayor de desigualdades, dice FT, es una economía de expectativas de ganancias por la que la persona pasa a un segundo plano y las ganancias ocupan el primero puesto generando así grandes disfunciones. Es la economía que no solo desiguala sino que mata, arrasa con todo. Por eso, si se quiere generar igualdad, es preciso mirar en primera instancia a la economía generando una economía justa, inclusiva y compasiva,

Las profundas divisiones en la tierra entre gente con derechos y personas sin ellos es la gran cuestión a interesarse y resolver. Ver todo esto como algo fuera de mí, donde yo no tengo nada que decir y que, por supuesto, no es mi culpa es echar cortinas de humo, escaquearse y, hablando en cristiano, malograr el Evangelio. Esta espiritualidad social es la carne del Evangelio y desecharla es arriesgar a que lo cristiano sea una realidad sin “carne”.

 

  1. 2.   1 Jn 4,1-2

 

«1Amigos míos, no deis fe a cualquier inspiración; sometedlas a prueba para ver si vienen de Dios, pues ya han salido en el mundo muchos profetas falsos. 2Esta es la señal de la inspiración de Dios: toda inspiración que confiesa que Jesús es el Mesías venido en carne mortal procede de Dios».

 

  • La verdadera inspiración, según 1 Jn, viene de la “carne mortal” de Jesús, de su honda humanidad. Para comprenderlo habrá que conectar con esa “carne”, con su ser histórico, con sus básicos valores humanos. Explicar y entender a Jesús por su honda humanidad.
  • Esa carne contiene los valores propios de la dignidad:

-         La libertad para hacer siempre el bien (Mt 12,1-8).

-         La dignidad de toda persona (Jn 8,1-11).

-         La igualdad como modo de vida de su comunidad (Mt 23,8).

-         El respeto y la tolerancia sin previos a cambio (Lc 19,1-10).

-         La no discriminación por razones étnicas o religiosas (Mc 7,24-30).

  • Y a la base de todo ello, su lejanía de una economía opresora y de su insensatez (Lc 12,13-21), su ruptura con el amparo que proviene del poder (Lc 20,20-26). Murió tan pobre como vivió. No se lucró jamás de nadie (Jn 10,1).
  • Pretender puentear la “carne” porque la conocemos bien y buscar espiritualidades sublimes lejos de ella, que no quieren “mancharse” con el barro de la vida es no haber entendido al Jesús de la historia. A veces se pide (a gritos) “menos derechos humanos y más conversión”. Pero justamente la conversión apunta a esos derechos humanos.
  • Si la espiritualidad de los derechos humanos, de la igualdad sobre todo, aún está lejos de nuestra sensibilidad cristiana es que nos queda trecho todavía para alcanzar el núcleo del Evangelio.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • ¿Fe en los derechos, fe en Dios?: siempre hemos situado la fe en otro terreno que los derechos humanos, un terreno más espiritual. Era una fe en Dios con poca fe en los derechos humanos. Vamos aprendiendo que, según el Evangelio, el Dios de Jesús en el que creemos está más preocupado por la dicha que por el pecado, por la justicia de hoy que por la gloria del mañana, en la igualdad de la comunidad que en su jerarquía. Por eso se nos pide ir modificando el imaginario y sus consecuencias.
  • ¿Y las obligaciones?: es la pregunta que hacen muchos cristianos cuando oyen hablar de derechos. Dios nos crea con derechos; las obligaciones las ponen nuestras leyes y también hay que cumplirlas. Más aún, quien entiende bien el tema de los derechos, entiende bien así mismo las obligaciones. Y al revés. Por eso, incidir en los derechos nos hace más responsables con nuestras obligaciones porque apelar a los derechos para esconder el propio egoísmo es ir contra ellos.
  • Cuidadosos con los derechos, cuidadosos con el hermano/a: son cosas que también van emparejadas. A muchos cristianos todo esto de los derechos les parece teoría social que no va con ellos. Pero quien está interesado por la buena relación, familiar o comunitario, encontrará en la espiritualidad de los derechos un verdadero aliado, un apoyo y un horizonte.
  • La persistente desigualdad: porque persiste a todos los niveles. Hay quien dice que más agudizada que en otras épocas. Habrá que intentar dejarle el menos sitio posible en nuestro marco diario de vida. Será bueno, si se la descubre, atajarla de inmediato y con decisión. Si la desigualdad persiste en la comunidad cristiana, ¿cómo vamos a creer y a presentar a quien dijo que estaba “como quien sirve” (Lc 22,27).

 

  1. 4.   Para orar

 

Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.

Por Jesús, nuestro hermano. Amén.

 

 

12

¿Y SI HUBIERA GANADO LA VENGANZA?

 

  1. 1.   FT 71

 

«La historia del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un lado del camino. En su parábola, Jesús no plantea vías alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado espacio en sus corazones? Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre».

 

La historia del samaritano se repite a gran escala: no hay uno tirado al borde del camino, sino millones de samaritanos (53 guerras activas en el mundo, 82 millones de desplazados fuera de sus hogares, etc.). Un escenario desolado lleno de violencia. Hemos de entender que ahí pueda anidar el espíritu de venganza (del que habla mucho la FT) y que los más negros nubarrones se ciernan sobre pueblos enteros que no han conocido otra cosa que la guerra y el exilio. Es un milagro que el mundo no estalle en una lucha fratricida a nivel mundial.  Debe ser por el contrapeso de los buenos, porque hay quien renuncia a una vida en odio y venganza. Valorémoslos.

¿Qué pasa cuando la ira o la sed de venganza se adueñan del corazón? Todo se ennegrece y se puede temer lo peor. Las cavilaciones del vengativo pueden ser un torbellino de maldad. ¿Cómo controlarlo, cómo ponerle diques? Solo la compasión puede ser medicina adecuada. Sin compasión, la venganza campa a sus anchas. Suscitar compasión por la situación del otro (el otro también sufre, también tiene corazón, también llora) puede hacer que el vengativo salte la valla de su propia maldad y se vea libre de las tremendas ataduras de la venganza.

El Papa marca un itinerario para que la venganza no se adueñe de la persona: 1) adherirse al amor, recurrir a la posibilidad de amar de quien quiere vengarse porque la venganza puede que no ocupe el todo del corazón; 2) reintegrar al dolido, mirar en la dirección de aquel a quien se quiere destruir para desvelar en él la humanidad en peligro; 3) saber que la venganza tiene consecuencias sociales, para bien y para mal.

 

  1. 2.   Mt 5,38-45

 

«38Habéis oído que se dijo: ``ojo por ojo y diente por diente" 39Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes bien, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. 40Y al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa. 41Y cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos. 42Al que te pida, dale y al que desee pedirte prestado no le vuelvas la espalda. 43Habéis oído que se dijo: “amaras a tu prójimo y odiarás a tu enemigo". 44Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, 45para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos».

 

  • La llamada “ley del talión” nos parece inhumana pero, en realidad, trata de controlar la sed de venganza. Pide un venganza “proporcional” (si es que la hay) y no una venganza desmesurada que es a la que tiende quien se ha sentido agraviado. Frenar la venganza, toda una tarea personal y fraterna.
  • La bofetada en la mejilla derecha supone que se abofetea con el dorso de la mano derecha, lo que multiplica el agravio. La venganza nace muchas veces de acciones que se consideran agraviantes. Muchas veces ocurre que el agravio está más en la mente del agraviado que en la intención del agraviador. En cualquier caso, el Evangelio anima a resistir el agravio (es un texto de resistencia, más que de humillación).
  • El Evangelio dice que la venganza se controla con la generosidad, que ésta desarma a quien viene con las armas de la violencia. Es un ideal de máximos, pero no nos conviene quitarlo del horizonte de la vida, porque se empobrece. Eso sí, habrá que obrar con sensatez y discernimiento.
  • El amor a los enemigos es el horizonte de la relación según el Evangelio. No se puede pretender llegar ahí en directo. Hay que dar todos los pasos necesarios que demanda una vida entregada. Quizá se podría comenzar por orar por ellos (oramos poco por quien nos cae mal). La oración “ablanda” actitudes de dureza.

 

  1. 3.   Derivaciones

 

  • No está tan lejos: puede parecer que hablar de venganza en la vida comunitaria o en la familiar es algo desproporcionado. Pero, en realidad, la cosa no está tan lejos, aunque a veces se haga de maneras sutiles (desentendimientos, abandonos, pequeñas traiciones, etc.). La retirada de la confianza es muchas veces “vengativa” (me has hecho una, pero no me harás la segunda).  Los encasillamientos, muchas veces a perpetuidad, son una forma de venganza fraterna.
  • Venganza guardadas: los ordenadores tienen una “papelera” que, de vez en cuando, se puede vaciar. Hay hermanos/as que no vacían nunca su “papelera”. Tienen ahí guardados agravios viejos que sacan a la luz cuando llega el momento adecuado. Es una venganza en forma de recuerdo y aviso: no olvido lo que me hiciste y lo utilizo cuando me conviene. Alguna vez habría que vaciar la papelera.
  • Autoritarismo vengativo: es otra forma de venganza que habrá que cuidar: si algún día me hacen superior/a, entonces te recordaré lo que me hiciste. Y desde ahí se ejerce la autoridad no como liderazgo para el Evangelio, sino como modo de anular al otro. Hay que tener mucho cuidado con estos movimientos negativos del corazón, porque en ellos se agazapa la venganza.

 

  1. 4.   Para orar

 

Dios de amor,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz,

para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.

Te lo pedimos por Jesús, nuestro hermano. Amén

CONCLUSIÓN

 

         Podría parecernos que esta orientación de una semana de ejercicios es demasiado social. El magisterio de Papa nos enseña que hemos de ir incorporando todo esto a la espiritualidad cristiana. Y nos dice todavía algo más: que esta espiritualidad conecta con el fondo del Evangelio. Solo por eso merece la pena. Que caminemos en la esperanza de crear un mundo fraterno y solidario, el sueño de Jesús para todo creyente y para toda comunidad cristiana.

Retiro en la Navidad 2021

Retiro en la Navidad de 2021

 

 

 

DE CARNE Y HUESO 

 

Hablar de “lo carnal” todavía evoca en nosotros el pecado, lo ilícito, lo rechazable, algo que hay que alejar del alma. Es verdad que va quedando lejos. Pero las reminiscencias permanecen. Es el viejo litigio, no resuelto del todo, entre cuerpo y alma, teniendo por mejor el alma y por negativo todo lo relacionado con el cuerpo.

Pero resulta que hablar de la encarnación de Jesús, de la Navidad, es hablar de lo carnal, de la carne del mismo Jesús, carne como la nuestra en todas sus dimensiones. Bien canta el himno de Navidad: “Misterio de carne nuestra, misterio”. Porque la carne no es solo lo que vemos y tocamos, eso que, a veces, hemos considerado secundario y “pecador”. La carne es la puerta del misterio: abrirla, tocarla, amarla es llamar a la puerta adecuada para encontrarse con el misterio del Dios-con-nosotros. Toquemos, pues, la carne, la de Jesús y la nuestra.

Para entrar en el misterio de la carne, la de Jesús y la nuestra, es preciso ahondar, sosegarse, quedarse contemplando. No es fácil porque la carne no es mera exterioridad, es también el rostro de nuestra verdad, lo que se ve de lo que realmente somos. Trascender lo que vemos hasta tocar lo que somos es todo un trabajo.

Hacerlo en comunidad puede ayudar. De cualquier manera, decimos lo de siempre: que no pase el tiempo hermoso de la Navidad en la mera superficialidad de una celebración social que se queda en la puerta sin decidirse a entrar. Ojalá.

 

1. De carne y hueso

 

Del poeta mejicano Alfonso Junco rezamos un himno hermoso en la liturgia de laudes del viernes de la I semana:

 

Así: te necesito
de carne y hueso.

Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,
tumulto y sinfonía de los cielos;
y, a zaga del arcano de la vida,
perfora el caos y sojuzga el tiempo,
y da contigo, Padre de las causas,
Motor primero.

Más el frío conturba en los abismos,
y en los días de Dios amaga el vértigo.
¡Y un fuego vivo necesita el alma
y un asidero!

Hombre quisiste hacerme, no desnuda
inmaterialidad de pensamiento.
Soy una encarnación diminutiva;
el arte, resplandor que toma cuerpo:
la palabra es la carne de la idea:
¡Encarnación es todo el universo!
¡Y el que puso esta ley en nuestra nada
hizo carne su verbo!
Así: tangible, humano,
fraterno.

Ungir tus pies, que buscan mi camino,
sentir tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu regazo,
y, -Judas sin traición- darte mi beso.

Carne soy, y de carne te quiero.
¡Caridad que viniste a mi indigencia,
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
Así, sufriente, corporal, amigo,
¡Cómo te entiendo!
¡Dulce locura de misericordia:

Los dos de carne y hueso.

 

  • Así te necesito: nuestra necesidad es de carne y hueso y demanda un amparo del mismo calado. ¿De qué nos serviría un socorro divino si nuestro grito es el de un corazón de carne? 
  • Un atisbo…que da contigo: porque es un atisbo, una intuición, un vislumbre la certeza de que Jesús es profundamente de nuestra carne. Un Jesús envuelto en prerrogativas divinas que muestra tímida, pero tercamente, su rostro de persona. 
  • El frío…el vértigo…un asidero: la carnalidad de Jesús es calidez frente al frío, seguridad cuando el vértigo nos zarandea, un asidero cuando uno pierde pie en la vida. Su carne es el agarradero más firme que tenemos.
  • Encarnación es todo el universo: el cosmos es el verdadero cuerpo de Dios y, por ello, todo lo creado, Jesús incluido, es carne de Dios, realidad que se puede palpar y abrazar (1 Jn 1,1).
  • Tangible…humano…fraterno: realidad tangible que puede ser “apretujada” (Mc 5,31), humanidad como la nuestra en todo, fraternidad que no se avergüenza de hacer hermandad con nosotros.
  • Tus pies…tus manos…tu regazo: toda tu carne a nuestro alcance: tus pobres pies que recorrieron nuestros caminos, tus manos que nos curaron y bendijeron, tu regazo más cálido que el de una madre.
  • De carne te quiero: porque el amor brota de la carne amada y sin carne no hay amor. Por eso el enamorado de Jesús ansía y disfruta de su carnalidad amiga y entregada.
  • Locura de misericordia: ya que el amor loco solamente brota de un carne que se da. Loco de amor, Jesús, así lo ha llamado la tradición (N. Cabasilas). Locura que se repite y se repite.
  • Los dos de carne y hueso: la carne y el hueso es lo que nos hermana, lo que nos hace familia, lo que nos unce al yugo indestructible del amor. Temblor de carne y hueso, temblor de amor.

 

2. Contemplación de la carnalidad de Jesús

 

Dice Heb 4,15 que fue “como nosotros en todo”. Eso es lo que nos permite contemplar su honda humanidad, aunque no se más que por los pequeños atisbos que nos han dejado los evangelios.

 

a)   Su carnalidad física:

 

-         Comer: “Un fariseo le invitó a comer con él. Entró en casa del fariseo y se recostó a la mesa” (Lc 7,36). No hace ascos, no pone reparos; se le invita y se sienta a la mesa. La mesa compartida es camino de humanidad, puerta que da acceso al interior, a la verdad, de la persona.

-         Beber: “Comilón y borracho, amigo de pecadores” (Mt 11,16-19). No se desdice de “títulos” tan ofensivos. Él come y bebe como todos y ese camino común construye los encuentros

-         Dormir: “Iba dormido en un cabezal” (Mc 4,35-41). Dormido como quien se rinde a una necesidad que asalta en medio de la tormenta. Derrotado por el sueño. Hermanado en los sueños.

-         Andar: “Fue caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea” (Lc 8,1). Supo de caminos, supo de encuentros; supo de pies cansados, supo de corazones abrumados; supo de sendas ignoradas, conoció los extraños caminos del corazón.

 

b)  Su carnalidad emocional:

 

-         Consoló: “Mujer, no llores” (Lc 7,13). Supo de lágrimas y derramó consuelo. Recogió las lágrimas que corren el riesgo de quedarse sin recoger. No huyó ante los desconsuelos; no se puso por encima de ellos. Hizo suyos llantos que no eran suyos.

-         Se emocionó: “En aquel preciso instante, explotó de gozo” (Lc 10,21). Un gozo que inunda, que desborda, que envuelve. Su cuerpo supo de gozos y de alegrías hondas.

-         Lloró: “A Jesús se le saltaron las lágrimas” (Jn 11,35). Sus ojos se anegaron, su corazón se rompió como una orza y brotaron las lágrimas. Hermano en las lágrimas, hermano en el corazón herido.

-         Se alegró: “Hay más alegría en cielo por un pecador que se convierte…” (Lc 15,7). Vivió la alegría de quien se convierte, de quien encuentra de nuevo el rumbo, de quien hace las paces con su vida. Se alegró por otro y probablemente por él mismo.

-         Cantó: “Iba delante de ellos subiendo a Jerusalén” (Lc 19,28). No lo dice explícitamente pero iría cantando los salmos de las subidas, tirando de aquella cordada de desalentados. Canto para infundir ánimo y aliento.

 

c)    Su carnalidad espiritual:

 

-         Su fe: “Yo sé que tú siempre me escuchas” (Jn 11,42). Esas son sus certezas de fe. Él ha hecho, como todos, un camino de creyente, con sus avances y retrocesos. Él tuvo que aprender el designio del Padre.

-         Su amor: “Le miró con amor” (Mc 10,21). No es una persona fría, calculadora. Él ama y quiere ser amado, como todos. La suya es una carnalidad que ama.

-         Su esperanza: “Cuántas veces he querido cobijarte como la gallina a sus polluelos” (Mt 23,37). Él ha tenido esperanzas sobre su pueblo; nunca ha tirado la toalla del todo. Una esperanza a contracorriente.

-         Su confianza: “Ha puesto su confianza en Dios, ¡pues que Dios le salve ahora!” (Mt 27,43). No fue un desconfiado gélido, sino alguien que confía en el corazón del otro y en el corazón del mismo Dios.

 

3. Amar la carnalidad en su fuerza y en su debilidad

 

         Porque son dos aspectos que componen el hecho de ser carne y hueso, de ser historia que se toca y se palpa:

 

a)   Amar la carnalidad en su fuerza:

 

  •  Amar la carnalidad que se da en el amor: porque el amor necesita el lenguaje de la carne, del gesto, del abrazo, de la caricia. Cuando se nos priva de ellas (como en tiempos de pandemia) nos sentimos huérfanos. No mirar este campo solamente desde el ángulo del pecado (que es posible, como en todo lo humano), sino también desde su indudable hermosura.
  • Amar la carnalidad que se da en el disfrute de lo creado: por más que aún no estemos del todo acostumbrados. Dice LS’ 12 que el mundo es “un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”. Amar sin disfrutar no es posible; tampoco es posible creer sin disfrutar de las personas y de las creaturas.
  • Amar la carnalidad en las entregas a utopías e ideales: porque muchas veces esos ideales son humanos, “carnales”, que afectan a la vida, a la carne de los empobrecidos. Amarlos, interesarse por los cuerpos de quienes entregan su vida a otros, de quienes hacen suyo el sufrimiento de los demás.
  • Amar la carnalidad de los caminos extraños del amor: esos caminos que no se ajustan a los parámetros oficiales, legales, que nos parecen raros y hasta rechazables porque no hemos sido educados en ellos (uniones extramatrimoniales, del mismo sexo, no binarias, etc.). Saber que los caminos de la carnalidad son plurales porque, al fin y al cabo, también son caminos del Espíritu.

 

b)  Amar la carnalidad de los cuerpos débiles:

 

  • Amar la carnalidad de los cuerpos envejecidos y débiles: porque son un verdadero sagrario donde Dios se hace presente en la misma debilidad de Jesús, a veces en su misma cruz. Volverse a ellos, mostrarles un rostro benigno, no negarles cualquier alivio que pueda hacer más asumible su situación.
  • Amar la carnalidad de los excluidos: porque dice FT 69 que «la inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos».
  • Amar la carnalidad de los que nadie consuela: porque según Qoh 4,1, lo peor son “las lágrimas de los pobres que nadie consuela”. No acostumbrarse a esas lágrimas; conmoverse y moverse por ellas. Orar por las lágrimas de quienes viven en profundos desconsuelos: los apátridas, los desplazados, los que se agolpan ante las alambradas de las fronteras. No verlo de lejos porque no ocurre en nuestra calle.
  • Amar la pobre carnalidad de los muertos que nadie reclama: de los ahogados en los mares, de los que mueren en los desiertos, de quienes están en las morgues de nuestros hospitales sin que nadie se interese por ellos. Carnalidad que no cuenta ni en estadísticas. Orar por ellos, ya que nadie ora por ellos.

Conclusión

 

Contemplar la encarnación de Jesús en Navidad es adentrarse en un misterio hecho de carne y hueso. Es, además mirar con mirada nueva el tema de ser carne. Es dar a la oración un componente que casi nunca tiene. Es cuidar, respetar y amar el ser “carnal” de nuestras hermanas para que la fraternidad tenga un cimiento realista y adecuado. Solo contando con él se podrá construir el edificio de la espiritualidad. Que sea la nuestra de este año una encarnación “de carne y hueso”.

 

Itinerario

 

  • 25 diciembre a 1 de enero: Disfrutar con la naturaleza aunque sea invierno. Rodear las representaciones de Navidad (Belén, Niño, etc.) de plantas cogidas del campo, aunque sean más pobres.
  • 2 a 9 de enero: Disfrutar con los cuerpos débiles de las hermanas. Pasar ratos de acompañamiento con ellas. Darles algún pequeño capricho que les alegre un rato.

Retiro de Adviento 2021

 

Retiro de Adviento 2021

 

 

PROHIBIDO QUEJARSE

El Adviento como tiempo para

abandonar lamentos 

 

Hay una anécdota simpática en la vida del Papa Francisco que se hizo viral: un psicólogo, Salvo Noé, le regaló un cartel con el lema “Prohibido quejarse” (Vietato lamentarsi) y el Papa lo colocó en la puerta de su habitación de la residencia de santa Marta.

El coro de las lamentaciones es amplio en la sociedad y en la comunidad cristiana. Procede de un negativismo que ve todo negro. Todo va mal, la familia, la política, la juventud, la economía, la moral. Y un lento desgranar de quejas deja un regusto amargo en la boca e impide una vida medianamente disfrutante.

¿Puede uno irse alejando de ese coro? ¿Puede alguien que lo desee zafarse  de esos tentáculos que terminan por envolverlo todo? ¿Se puede escapar de esa melodía pegajosa y gris que quita el color a las cosas y a la vida? ¿Puede uno no sucumbir al peso atosigante de la ceniza gris, peor que la del volcán de La Palma, con la que cubren los lamentos los caminos de la vida?

El Adviento, siempre lo decimos, es tiempo de esperanza. Ésta se bloquea con el continuo lamentarse. Por eso, este tiempo puede ser bueno para percatarse de lo invasivos que son los lamentos y de que tenemos posibilidad de abandonarlos. Estos caminos sencillos de espiritualidad, pero bien concretos, pueden ser una ayuda para nosotros este año.

 

  1. 1.    Lamentos que remuerden

 

Hay un poema de José Luis Borges (Poesía completa, ed. Debolsillo, Madrid 2021, p. 457) titulado “El remordimiento”. Quizá pueda servirnos, por contraste, para enfocar la reflexión:

 

«He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado».

 

  • No he sido feliz: La infelicidad es la fuente de las quejas. Por eso mismo, cuanto más alto sea el nivel de dicha, más bajo será el de la queja. Dar con el nivel de dicha al que uno puede aspirar es el gran éxito de lo humano y de la fe (el éxito no es la salvación, sino la dicha. Por eso el programa de Jesús es un programa de dicha).
  • Los glaciares del olvido…despiadados: El olvido, al que sin duda estamos destinados, tampoco ha de ser motivo de queja. Lo malo no es que no se nos recuerde en el futuro, sino que el presente nos sea amargo.
  • Engendrados para el juego: para la alegría, para el buen humor, para el talante positivo y hemos negativizado la existencia donde predomina el color gris.
  • Entretejer naderías: poner a salvo sistemas de pensamiento y estilos de vida que no hablan del gozo y de la libertad, sino de las obligaciones y del sometimiento debido. Al final, ¿para qué ha servido todo eso?
  • No fui valiente: porque la valentía no consiste en defender el barco, sino en lanzarse al mar; no consiste de defender el castillo del sistema, sino en disfrutar de la primavera que llega.
  • La sombra de la desdicha: cada día que se tiene en la mano, se puede alejar esa sombra, puede uno zafarse de su influjo negativo. La posibilidad de la dicha que controla la queja la tenemos con cada amanecer.

 

  1. 2.    La luz de la Palabra: Sant 5,7-10

 

«Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía.

Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el Juez está ya a la puerta.

Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia, a los profetas, que hablaron en nombre del Señor».

 

  • La paciencia del labrador: proverbial, porque nada puede hacer para acelerar la llegada del fruto, sino las tareas rutinarias del cultivo. La lluvia viene cuando viene, no cuando es deseo suyo (sería la guerra). Una paciencia impuesta por las circunstancias que él tiene que admitir sí o sí.
  • No os quejéis, hermanos: las razones que da Santiago (la cercanía de la venida, la posible condena, el juicio de Dios) no son razones para nosotros, son las suyas, propias de los escritos neotestamentarios tardíos. Las razones quizá no nos parezcan interesantes, pero sí el mensaje: no os quejéis unos contra otros. La queja no es inocua; termina desatando el encono fraterno, y con él, la destrucción de la relación fraterna. Controlar la queja es poner un dique a la disolución fraterna.
  • La paciencia de los profetas que hablaron en nombre de Dios: hablar de Dios, catequizar, predicar, exponer la fe sin paciencia lleva a la distorsión e indica que más que exponer lo de Dios, expones lo tuyo. La queja es síntoma de la enfermedad del yo. Y desde ahí es imposible construir la espiritualidad cristiana y la fraternidad.

 

  1. 3.    Ahondamiento

 

a)    La queja, rostro de la increencia: Aparece muy claro en el libro del Éxodo: la continua queja contra Moisés era el rostro de la falta de fe en el Dios liberador ( «Se quejaban contra Moisés y Aarón, y decían:”¡Ojalá nos hubiéramos muerto en Egipto, o en este desierto! ¿Para qué nos trajo Dios a este territorio? ¿Sólo para que nos maten a todos?”»: Núm 14,2-3). Pensamos que la pérdida de la fe es la de quien ya no cree en dogmas. Pero la queja contra el hermano es un síntoma claro de que tu fe dogmática sirve para muy poco. La queja desautoriza tu pretendida fe.

b)    La queja como rechazo de la oferta de Jesús: Porque esa queja denota que no hay conexión, que no existe empatía, que  no ha entrado en el corazón nada de la propuesta de Jesús («Al ver los escribas de los fariseos que Él comía con pecadores y recaudadores de impuestos, se quejaban a sus discípulos: ¿Por qué Él come y bebe con recaudadores de impuestos y pecadores?» Mc 2,16). La queja y cobardía que no es capaz de encararse con Jesús. Saben que algo no va bien, que no hay sinceridad, que el corazón sigue cerrado.

c)     La queja como signo de fraternidad débil: San Pablo lo viene a decir a su amada comunidad de Filipos: no hay que perder energías en quejas y discusiones porque eso debilita a la comunidad: «Cualquier cosa que hagáis sea sin quejas  ni discusiones»: Filp 2,14. Una comunidad se desangra cuando se instalan en ellas las quejas continuas. Éstas se convierten en terreno abonado para las divisiones.

d)    La queja como signo de incomprensión social: Nuestra manera de situarnos en la sociedad cobra, a veces, el rostro de la queja. Nos quejamos de los políticos, de los jóvenes, de los inmigrantes, de los sanitarios, de la policía, de los jueces, de los barrenderos, etc. Los periódicos abundan en cartas al director en que los lectores se quejan de algo. Alguna vez hay cartas de agradecimiento o de felicitación. Estar en una queja continua contra la ciudad en la que vives indica que no estás inserto en ese marco social. Una ciudad de gente quejumbrosa es una ciudad de disgusto.

 

  1. 4.    Francisco de de Asís: un mitigador de quejas

 

Francisco no ha sido un ángel, sino un humano cordial y fraterno. Por eso la queja ha estado siempre cerca de su vida. Pero él ha tratado siempre de mitigarla y de no caer en sus traicioneras redes:

  • Ya en TC 19, cuando se habla de la demanda que interpuso su padre contra él ante el obispo Hugo II, se dice: «El obispo lo citó en la debida forma para que compareciera y respondiera a la querella del padre». Según el texto, responde a la queja entregándolo todo porque “tiene otro Padre”. Este descubrimiento le hace inmune al odio de su padre.
  • En 1 Cel 42 se habla de la primitiva vida de los frailes en Rivotorto: «No se oía una queja o murmuración alguna, sino que con ánimo alegre y espíritu gozoso no perdían la paciencia». Es un poco idílico (porque el mismo Francisco la perdió un poco con el labriego que quiso meter allí el burro). Pero la cosa es clara: en los inicios de la utopía franciscana, la queja queda fuera. Ahora también habría de quedar fuera.
  • Una de las quejas clásicas en las biografías de Franciso son las del sacerdote Silvestre al que les gustaba mucho el dinero. Éste; según 2 Cel 109, «Se quejó ante el hombre de Dios de que no le había satisfecho en lo que valían las piedras tiempo atrás vendidas». Eran unas piedras para reparar una iglesia. Cuando Bernardo vende sus bienes le entra a Silvestre la codicia (ya le habían pagado las piedras) y pide más dinero. Francisco coge un puñado grande de monedas y se las da. Silvestre recapacita y se convierte por la liberalidad que rehúye el litigio.
  • Cuando Francisco habla de cómo tratar al cuerpo, dice en 2 Cel 129: «Quítesele toda ocasión de queja, no sea que llegue a sentir fastidio de  velar y perseverar reverente en la oración». Hay que ser humano con el cuerpo para evitar queja inútiles. Un plan de oración inhumano no puede funcionar.
  • En LM 13,7 se narra el milagro de que, tras las llagas, baja del monte Francisco en un borriquillo y a él y al labriego que le guía les pilla la noche de invierno y tienen que refugiarse en una cueva.  Como hace frío, «Notando el santo varón que el hombre que le acompañaba se quejaba en voz baja y no cesaba de moverse de un lado para otro, aterido por el frío», le pone la mano llagada encima y desaparece el hielo. Un santo que está cerca de la necesidad de quien le ayuda. Escuchar las quejas, una manera de amar.
  • EP es un libro tendencioso y de cierta radicalidad. En el nº 52, el hermano León tiene una visión en que Cristo le dice por qué está disgustado con los hermanos: «Por tres cosas: porque no reconocen mis beneficios, que tan generosa y abundantemente les dispenso, pues, como bien sabes, no siembran ni recolectan; porque todo el día andan quejándose y ociosos y porque con frecuencia se provocan a ira mutuamente y no se reconcilian ni perdonan la injuria que reciben». La queja como causa de disgustos de Jesús porque siembra de sal la vida comunitaria.
  • En 1 Cel 119 hay un texto que suena sorprendente: habla de la gloria de san Francisco canonizado ya y con su santidad reconocida. Dice Celano: «Cesa ya, ¡bendito sea Dios!, toda queja, pues a diario y en todas partes se va viendo con nuevo regocijo que de él proviene copiosísima abundancia de santas virtudes». Se ve que las quejas de algunos hermanos sobre Francisco fueron al final el pan nuestro de cada día.

 

  1. 5.    El Papa Francisco y la queja

 

El Papa es un teólogo pastoral. No nos ha de extrañar que desarrolle un cierto pensamiento sobre la queja. Hagamos algunas anotaciones.

1)    «Los quejumbrosos no avanzan, no afrontan la vida. Deja ya de quejarte y actúa para mejorar tu vida y la de los demás». Perderse en las quejas es amargarse y amargar. Es, además, dejar las cosas sin solución ninguna. La queja entra en el ámbito de “las peores soluciones”. 

2)    «Los cristianos son misioneros de esperanza por eso no se dejan llevar por el desánimo o la queja». Hablar de esperanza y a la vez situarse en la queja es una contradicción. Por eso escasea la esperanza en nuestras comunidades, porque abunda la queja.

3)    «Los lamentos son como mecedoras; te tienen entretenido, pero no te llevan a ninguna parte». Efectivamente, después de un rato de quejas se siente uno más vacío que antes. Has pasado un rato quejándote, pero estás igual que antes, o con un poquito más de amargura dentro, más oscuridad.

4)    «A veces estos cristianos quejumbrosos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella». Es una forma gráfica de decirlo. Si no se descubre todos los días la belleza de la vida, se termina con la cara y el corazón amargado, viviendo con palabras y actos en el menosprecio, en la falta de brillo vital.

 

  1. 6.    Quejarse o no quejarse

 

(De una entrevista a Salvo Noé)

 

¿Por qué recomienda dejar de quejarse?

 

Debido a que las quejas nos impiden encontrar una solución, nos hacen dispersar la energía, generan un estado de ánimo negativo e influencian las relaciones interpersonales.

 

¿Por qué nos quejamos?

 

Porque estamos acostumbrados a hacerlo, porque no estamos satisfechos con nuestra vida y porque es un mecanismo efectivo para manipular a los demás. Hay toda una cultura que apoya este hábito. Quizás nuestros padres también nos enseñaron a quejarnos, tal vez porque a menudo ellos lo hacían.

 

¿Todos se lamentan?

 

No, hay un porcentaje de personas que, a pesar de tener razones válidas, deciden enfrentar las dificultades desarrollando habilidades emocionales y técnicas y, por lo tanto, habilidades para resolver problemas.

 

¿Las personas notan que son presas de este hábito?

 

No todos, a veces es tan habitual hacerlo que uno no se da cuenta de la parálisis egocéntrica de la que uno es víctima. Incluso alguien puede decir: ‘¿Qué puedo hacer si yo soy así!’

 

Bueno, pero esto enferma de alguna manera ¿no? ¿Existe una relación entre quejarse siempre y daños al cerebro?

 

Investigaciones científicas recientes, realizadas en la Universidad de Stanford, han demostrado que escuchar o producir contenido de más de treinta minutos al día imbuido de «negatividad» daña el cerebro. En cambio, las personas que conscientemente eligen transformar las llamadas «crisis» en oportunidades son en realidad benefactores, verdaderos arquitectos de las redes neuronales que mejoran la funcionalidad del cerebro.

 

¿Siempre es malo quejarse?

 

Puede haber momentos de dificultad, de dolor, que pueden inducir a una persona a tener un tono descendente y también a sentir enojo: en ese caso no hablamos de quejarse, sino de una reacción a algo que nos ha lastimado. Podemos definirlo como un estallido momentáneo que siempre está dirigido hacia una solución.

 

El Papa nos invita a no mirarnos demasiado al espejo, sino a mirarnos dentro. ¿Cómo juegan el narcisismo y la vanidad contra la felicidad de la persona?

 

 

La verdadera belleza es la belleza interior, el narcisismo es un giro negativo y egoísta que conduce a la fealdad de las relaciones. Mirarse hacia adentro para ver que somos seres espirituales, que estamos haciendo una experiencia humana y Dios nos ayuda, si nos ponemos en la condición correcta.

 

  1. 7.    La queja en la vida fraterna

 

Todos experimentamos que, con frecuencia, la vida fraterna está amasada en quejas y sus adláteres (murmuración, negativización, crítica destructiva) ¿Cómo salir de ellos? ¿Cómo construir un muro de contención que impida que ese caudal negativo anegue la comunidad? Damos algunas pistas:

  • Vida bienhumorada: que no es andar todo el día contando chistes o en una carcajada. Es tratar de mirar las cosas desde su lado más satisfactorio y bello, agradecer el don sagrado de vivir y respirar y con él toda la pequeña hermosura de cada jornada. Lograr pasar días gozosos en medio de la normalidad e, incluso, cuando acecha la limitación. No perder la sonrisa. Cultivar la amabilidad.
  • Vida disfrutante: porque si no se disfruta de la vida sencilla, la queja aparece y se adueña de nuestro campo vital. Disfrutar de lo pequeño y cotidiano; dar a las cosas un toque de belleza y de “poesía”; considerar que el gran logro de la vida es conseguir nuestra cuota de dicha (“He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”, dijo Borges).
  • Vida colaborativa: no encerrarse en lo propio, no sucumbir a “la enfermedad del yo”. Colaborar con sencillez, incluso en las cosas materiales más sencillas (lavado de la vajilla, limpieza, etc.). Saber que nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios. Superar la barrera de “lo mío”  y animarse a colaborar en lo que no es mío (?).
  • Vida con detalles de aprecio: porque los detalles hablan, y si no se tienen, la relación enmudece. Superar la “vergüenza” de los detalles; pensar en los demás y hacer pequeños gestos de cara a ellos. Que no sean detalles rutinarios, para todos igual (colonia el día del santo), sino cosas personalizadas. Practicar el regalo sencillo de hermano a hermano, no de superior a hermano solamente.
  • Vida lo más clara posible ante el otro: como decía san Francisco llegar a no decir a espaldas del otro lo que no nos atreveríamos a decir si estuviera presente. Moderar las valoraciones y los calificativos que damos al hermano ausente con el que tenemos alguna dificultad. No enzarzarnos en discusiones estériles con quien sabemos que no va a cambiar. Tener cintura para torear situaciones encaradas de frente no llevan sino a la crispación.
  • Vida con sentido de pertenencia: que es algo más que con sentido de grupo solamente. Hago parte de un grupo al que me siento pertenecer. No es un grupo al que me enfrento, sino un grupo del que hago parte, un grupo familiar incluso. Y por lo tanto no voy al margen, sino a la par.

 

  1. 8.    Itinerario para Adviento

 

1)    Semana del 28 de noviembre al 4 de diciembre: semana del buen humor. Tratar de llegar al final del día sin caer en ningún enfado o palabra negativa.

2)    Semana del 5 al 11 de diciembre: semana del disfrute. Buscar elementos de disfrute, una conversación, cómprate un pensamiento (vale 1 euro) y ponlo en tu mesa. Es como una sonrisa de la naturaleza.

3)    Semana del 12 al 18 de diciembre: semana de la colaboración. Haz lo mejor posible los trabajos que te han encomendado y también alguno que no te hayan encomendado. Pregúntate al final del día: ¿qué he hecho hoy por mis hermanos/as que no me correspondía hacer?

4)    Semana del 18 al 24 de diciembre: semana de la celebración. Vive los momentos celebrativos de la comunidad con más conciencia, sentido y participación. Como quien se prepara a la celebración de la Navidad, inminente.

 

Conclusión

 

         Quizá pueda parecer demasiado cotidiano enfocar el Adviento desde el no quejarse. Pero son caminos que abren a la espiritualidad y a la esperanza, que eso es el tiempo de Adviento. Un corazón libre de quejas será un terreno más apto para que arraigue la hermosa semilla de la encarnación del Señor.

 

 

 

 

Ejercicios 2021

CONTRA EL COLAPSO DE LA ILUSIÓN 

(Notas para una semana de retiro

con el profeta Ezequiel)

 

            Metidos aún en la pandemia, hay muchos que piensan que la ilusión hace tiempo que se marchó por el sumidero. La incertidumbre nos envuelve, la ilusión desaparece. Y sin embargo, vivir si ilusión es imposible. La vida sin ilusión se torna rutinaria, gris, sin alma. ¿No merecería la pena intentar reavivar el dinamismo de la ilusión? ¿No tendría sentido alimentar el fuego de la ilusión, aunque esté bajo las cenizas? ¿Puede contribuir una semana de retiro a cuidar la llama de la ilusión que aún brilla en la noche? Creemos que sí.

            Los documentos recientes de la Iglesia, aunque vengan de un Papa optimista como Francisco, casi nunca hablan de la ilusión y casi siempre se centran en la desilusión como un elemento de la cotidianeidad. Pero, al menos, hemos encontrado una excepción. Hay una frase del Papa Francisco en la homilía del 14-4-20 glosando el texto de Jn 20,11-18 donde, refiriéndose a María Magdalena, dice: «Una mujer débil pero fiel, fiel incluso frente a la tumba, frente al colapso de las ilusiones, se convirtió en “apóstol de los apóstoles”». María se planta al el colapso de las ilusiones que sufren los desalentados apóstoles y enarbola, de nuevo, la bandera de la ilusión.

            Frenar el colapso de la ilusión, tratar de evitarlo, permitir que las ilusiones sigan vivas y  continúen calentando el frío de corazón. He ahí un buen trabajo espiritual. ¿Cómo podremos colaborar a ello? Nosotros vamos a hacerlo sacando del arca de lo viejo, como “buenos escribas” que leen la Palabra (Mt 13,52), los antiguos oráculos del profeta Ezequiel. ¿Pueden unos textos tan remotos ser contribuyentes de la ilusión?

            ¿Quién le iba a decir a Ezequiel, “coplero de amoríos” al que nadie hace caso (33,32) que con el correr de los siglos nos íbamos a fijar en él? Y precisamente para recuperar la ilusión, él que se sintió tan decepcionado. Ezequiel es como las naranjas, de cáscara amarga y rugosa, pero de interior dulce y sabroso. Llegó a la convicción de que con Israel, de dura cerviz y de corazón de piedra, no había nada que hacer: fueron infieles a la Alianza, lo son ahora y lo serán por siempre. Es un decepcionado total con los de su pueblo.

            Pero en el exilio de Babilonia, el levita estricto y riguroso, se volvió más blando, se tornó acompañante. Supo que había sido elegido no para un culto solemne, no para un cumplimiento exquisito de la normativa religiosa, sino para acompañar y amparar a aquella reata de humillados que fue al exilio con su rey Sedecías a la cabeza, desnudo, con un cadena al cuello y con los ojos sacados (2 Re 25,7). Descubrió en el desamparo su segunda vocación: ser profeta de ánimo e ilusión para un pueblo derrotado.

            Por eso lo tomamos ahora nosotros: no estamos tan desamparados como los desterrados de Babilonia pero, al desamparo natural de la persona, hemos tenido que sumar el de una dura pandemia. A la dificultad innata que conlleva vivir la fe, hemos tenido que sumar la situación de una Iglesia muy herida. A la dificultad de vivir en sociedad, hemos tenido que sumar un neoliberalismo que nos atenaza. Quizá por todo eso, los viejos oráculos del profeta Ezequiel pueden darnos hoy alguna luz y generar esa ilusión de la que siempre estamos necesitados, ahora más que nunca.

            El silencio, la celebración, la fraternidad que somos al vivir en grupo estos ejercicios pueden venir en nuestra ayuda para que la siembra de la palabra pueda ser siembra de ilusión.

 

1

LA ILUSIÓN DE UNA MIRADA NUEVA

 

Aunque parezca que no, mucho en la vida depende de la manera de mirar. Mirar es una forma privilegiada de expresión. La mirada trasluce el interior. Por la manera de mirar o ser mirados se deduce la orientación de la acción. De ahí que alimentar la ilusión de mirar en modos de novedad sea algo con futuro.

Nuestra manera de mirar varía con las circunstancias y con la edad: de niños la mirada suele ser, en general, limpia y brillante, sin trasfondos de engaño y sin maldad. Mirada inocente. Con el paso del tiempo, la mirada del adolescente y del joven se vuelve más turbia como su edad, y la presencia de la maldad se percibe ya presente, aunque queda mucho de la mirada generosa y entregada del principio. De adultos se tiene una mirada más cauta, más medidora, más capaz de valorar lo bueno y lo no tan bueno, mirada capaz de hermosear la vida o de destruirla. Y de muy adultos la mirada puede mantener el brillo i el anhelo, pero, con frecuencia, se ve amenazada por el cansancio, el desinterés y el reflejo de una amargura inevitable.

¿De qué hablamos cuando decimos “mirada nueva”? El Papa Francisco habla en la Fratelli tutti de esa manera nueva de mirar (el tema de la mirada está muy presente en todos los documentos del papa), dice que hablamos de: «una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad» (187). De modo que el tema de la mirada no es algo superficial, un adorno. Es una perspectiva de vida, por eso es tan importante, porque tiene que ver con el profundo tema de la dignidad, el cimiento de la fraternidad.

Para todo ello sería preciso conjurar la tentación de mirar sin ilusión: ya lo he visto todo, nada me extraña, no me interesa, ya no entiendo a este mundo, me siento al margen, las cosas me resbalan, etc. Son expresiones que, a veces, decimos y que piden a gritos un cambio. Como luego diremos, la ilusión puede ser una variable de vida que se puede mantener hasta el último tramo de la vida, hasta que el cuerpo, la cabeza y el corazón aguanten. Vivir sin ilusión es como estar muerto antes de tiempo. Por el contrario, mantener viva la ilusión, seguir atado al carro de la vida, es caminar hacia horizontes que den sentido a cada uno de nuestros pasos.

Si queremos vivir con sentido, nos es necesaria una dosis de ilusión diaria; si queremos vivir la fe con sentido, no podremos hacerlo sin renovar cada día la ilusión, el enamoramiento, por Jesús. Solo así podremos mantener a raya el avasallador empuje de la rutina, del desencanto y de una cierta amargura. Por eso nos es tan necesario alimentar la ilusión. Y la mirada nueva, los ojos que aún brillan, son necesarios para que el fuego de la ilusión no merme y se mantenga avivado por encima de las circunstancias.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 3,4-11

 

4Me dijo: «Hijo de hombre, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras, 5pues no se te envía a un pueblo de idioma extraño y de lengua extranjera, sino a la casa de Israel; 6ni a muchos pueblos de idioma extraño y de lengua extranjera que no comprendes. Por cierto que, si a estos te enviara, te escucharían. 7En cambio, la casa de Israel no querrá escucharte, porque no quieren escucharme a mí. Pues todos los de la casa de Israel son de dura cerviz y corazón obstinado. 8Mira, hago tu rostro tan duro como el de ellos, y tu cabeza terca como la de ellos; 9como el diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza. No les tengas miedo ni te espantes de ellos, aunque sean un pueblo rebelde». 10Y añadió: «Hijo de hombre, todas las palabras que yo te diga, recíbelas en tu corazón y escúchalas atentamente. 11Anda, vete a los deportados, a tus compatriotas; les hablarás y les dirás: “Esto dice el Señor”, te escuchen o no te escuchen».

 

  • El pasaje se inscribe en lo que normalmente se titula “la misión de profeta”. Ezequiel tenía claro que su misión era lograr que se cumplieran las normas de la alianza. Por eso, si le hubiesen dicho que su misión era despertar la ilusión, devolver un nuevo brillo a los ojos, hacer brotar otra mirada sobre la realidad, quizá hubiera considerado todo eso como pamplinas. Pero ¿cómo lograr una vivencia espiritual y aun normativa de la fe sin ilusión, con la mirada cansada, con el desaliento instalado en el disco duro? Imposible. Profeta de ilusión, de mirada nueva, de anhelo renovado. Eso es imprescindible.
  • Esos que Ezequiel censura tan duramente, siguen siendo “casa de Israel” y no tienen una lengua extranjera que impida comprender un mensaje de novedad e ilusión. No hay que desencantarse y negativizar a los compañeros de fe y de camino, a los hermanos/as, porque conozcamos sus fallos. Hay que rechazar el “no hay nada que hacer” porque entonces la ilusión de aleja a marchas forzadas y ver la realidad con mirada renovada se torna imposible.
  • Se es enviado a quien “no quiere escuchar”, a quien no quiere ser animado, a quien no le interesa ninguna clase de novedad. ¿Cómo superar el desaliento que produce la falta de sintonía con quien se ha instalado ya en el desaliento? ¿Cómo ilusionar a quien abomina de la ilusión? ¿Cómo poner luz en la mirada de quienes llevan la oscuridad de sus gafas negras en la mirada? Nunca se ha dicho que las tareas proféticas, las tareas de la fe vayan a ser fáciles. Ser seguidor de Jesús es un trabajo bien difícil que, a veces, se construye penosamente.
  • La “dura cerviz y el corazón obstinado” son metáfora del desaliento anquilosado, institucional, metido hasta el fondo del alma. Parece que no hay quien pueda con él. Hablar de ilusión en ese escenario es darse contra un muro. Pretender una mirada nueva es pretender lo imposible. Al límite, ese es el terreno en el que hay que intentar alumbrar el fuego de la mirada nuevo, la llama de la posibilidad a la mano, el proyecto que llega cuando todo parece terminar.
  • Se necesita “un rostro duro y una cabeza terca”. Más que una terquedad una resiliencia: tratar de darle la vuelta a los conflictos para convertirlos en posibilidades, transformar las fuerzas negativas que aplatanan en pequeños empujones hacia lo nuevo, intentar salir airoso de situaciones que parecía que llevaban al desastre. La dureza y la terquedad a priori no son las mejores herramientas. La profecía del exilio (incluso Ezequiel) terminará optando por caminos que toquen más el corazón (“no temas gusanito de Jacob, oruga de Israel”: Is 41,14, diminutivos afectivos).
  • “Como el diamante” que corta y el “pedernal” que echa chispas. El corte por lo sano y los fuegos devoradores no son los mejores consejeros para general ilusión. Quizá el brillo cautivador del diamante y el fuego compañero que alumbra el pedernal ayuden más. La ilusión brota cuando la luz es acompañante, cuando se ayuda a dar sentido a los pasos titubeantes. “Luz sobre el celemín”, diría Jesús (Lc 11,33), no incendio en el cañaveral.
  • Para genera ilusión que propicie la mirada nueva hay que desechar “el miedo y el espanto”, las aprensiones,  los prejuicios instalados, las heridas que aún se lamen, las defecciones que han derrumbado lo construido con ilusión. Todo eso son obstáculos que se entretejen para impedir que la ingenua ilusión se abra camino.
  • Y es necesario también “recibir en el corazón la Palabra”, discernir a su luz, ponerla como referente que ilumine y empuje, dejarse “amenazar” por la Palabra, sabiendo que muchas veces es una Palabra nueva, no la que se´, la que llevo preparada, la que a la fuerza me han de escuchar. Recibir la Palara es la vez recibir la novedad, la ilusión que no muere, la pequeña novedad que asoma. Si se va con el discurso ya preparado, quizá no asome la pizca de novedad que puede dar un rumbo nuevo a las cosas.
  • La misión es a los “deportados”, a los que van a tener que abandonar el terreno conocido de lo sacral, de lo religioso, a la secularidad, a la laicidad. ¿Cómo ilusionar a quien respira poco por el cauce religioso? ¿En qué escenarios comunes habrá que situarse? Ezequiel irá también al destierro y el destierro le cambiará, le convertirá, porque las cosas se miran de distinta manera si te sitúas en el destierro, en la laicidad, que si te sitúas en terreno conocido, la religiosidad.
  • La siembra de ilusión para una mirada es siembra de cosecha a largo plazo. Por ello habrá que sembrar “te escuche o no te escuchen”. Si escuchan, mejor; si no escuchan, paciencia histórica. Pero no habrá escucha ni cosecha de ilusión y de mirada nueva si quien hace la propuesta es un desalentado. Ezequiel tendrá que aprender a ser animoso y animador superando so hundo desaliento.

 

  1. 2.      Ahondamiento

 

-          Tiene que ver con el tema de la dignidad: porque mirar con mirada nueva demanda apuntar a valores de fondo. Y el valor que se halla en el fondo de todo es el de la dignidad. De ahí que desear la hermosura de una mirada nueva sin querer hincarle el diente al tema de la dignidad es imposible. Y hay que tener en cuenta que las cuestiones de la dignidad se resuelven, muchas de ellas, en el kilómetro cuadrado donde uno vive, no solo en los ámbitos más universales. La inquietud por la dignidad ha de ser un acompañante del caminar humano y del creyente.

-          Escenarios comunes: la mirada nueva apunta a escenarios comunes porque no se quiere mirar solamente el hecho religioso de modo nuevo sino el conjunto del hecho social. El Papa se sitúa en esos escenarios comunes cuando toma como tema de sus encíclicas la ecología y el amor social. Esos terrenos son propicios para ejercitar la mirada nueva. No sentirse concernidos es arriesgarse a tener la mirada perdida, como quien no encuentra caminos.

-          Benignidad crítica: quizá esta sea una buena herramienta para mirar de manera nueva al hecho social del que hacemos parte. En primer lugar, ser benignos, comprensivos, fraternos, amparadores. ¿Cómo se va a mirar bien desde la distancia, la condena, el desamor? Hasta el rígido Ezequiel tuvo que aprender la benignidad. Muchos de los grandes “convertidos” (H. Cámara, O. Romero, L. Proaño, A. Lona, S. Agrelo)  lo han sido cuando han mirado con benignidad sus entornos heridos.  Y, además, sentido crítico para saber enjuiciar desde la justicia las situaciones de injusticia y mantenerse firmes  en la defensa de los derechos humanos.

-          Flexibilidad cívica: una mirada nueva será imposible desde la rigidez cívica, desde la perspectiva de quien piensa de que la sociedad solamente se construye con los ciudadanos “decentes” (entre los que se incluye, claro) y no con los inservibles, marginados, distintos, irresponsables, egoístas, etc. Ellos hacen parte de la sociedad con sus pros y sus indudables fallos (como nosotros) Por eso, habrá que mirar con equilibrio la diversidad, la diferencia, las sensibilidades que no coinciden e, incluso, las desafecciones a la sociedad. La rigidez es enemiga de una mirada nueva.

-          Mirar y dejarse mirar: ya que la mirada nueva va desde nuestro lado a la sociedad y desde la sociedad a nuestro lado. Dejarse mirar demanda un dosis notable de aceptación porque la mirada del otro sobre nosotros puede que no sea la que más nos guste. En cualquier caso, habrá que ver si es realmente una mirada justa. Y, si lo es, será preciso se esencialmente humilde para aceptar las consecuencias.

-          Recuperar la amabilidad: es algo que propone Fratelli tutti 222ss. Dice el Papa que una persona amable es “una estrella en medio de la oscuridad”. Quizá sea mucho decir, pero es cierto. La amabilidad ilumina los escenarios vitales y hace más factible la posibilidad de una relación nueva. La hosquedad de palabras y gestos deriva de una mirada así mismo hosca. Dice ese texto que la amabilidad “es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices”. Una mirada amable es hermana de una mirada ilusionada.

 

  1. 3.      Miradas nuevas

 

  • Mirar con agradecimiento las actuaciones de quienes luchan por una mejor salud social: (sanitarios, políticos honestos, acompañantes a colectivos con dificultades, voluntarios de nombre ignorado, resistentes en las trincheras de los grandes sufrimientos, etc.). para ello habrá que superar la negatividad y desconfianza que se contagia a través de las conversaciones y de las redes. Raramente se les expresa agradecimiento, aunque se valoran sus comportamientos. Una mirada agradecida habría de llevar a una palabra agradecida.
  • Mirar con sintonía a los cristianos que viven su fe en lo secreto: (orantes fieles, contemplativos vivos, buscadores de caminos nuevos en la fe, espirituales en terrenos no hollados, grupos sencillos en marcos no oficiales, tenaces enamorados de Jesús prueba de decepciones, etc.). Esta manera de mirar habría de llevarnos a tener por menos interesantes los caminos que se quieren relevantes, del escaparate, y valorar más los significativos, lo bien hecho aunque no sea publicitado.
  • Mirar como compañeras a las comunidades religiosas que caminan a nuestro paso: (comunidades presentes en barrios, comunidades de puertas abiertas, comunidades generosas más allá de su pobreza, comunidades que ofrecen espiritualidad, comunidades que viven su pobreza con ánimo, etc.). No menospreciar estas comunidades porque se vayan “apagando”, porque ya no pueden exhibir un gran número de vocaciones. Mirar sus humildes y tenaces contribuciones al bien social y a la ida cristiana sencilla.
  • Mirar con admiración a quienes creen en la fuerza de las alternativas sociales: (a quienes viven en el decrecimiento, a quienes asientan su vida sobre una sobriedad feliz, a quienes creen en la economía del bien común, a quienes trabajan por otros modos de reparto del beneficio social, a quienes hacen de la inclusión del frágil una tarea a la que no renuncian, etc.). Acoger con agradecimiento su profecía social, aunque no partan de principios cristianos explícitos. Colaborar en sus propuesta como quien sabe que deja lugar en su vida a la profecía.
  • Mirar con simpatía a quienes hacen de las pobrezas un lugar de encuentro: (a quienes trabajan calladamente con los pobres, a quienes disfrutan con los pobres, a quienes hacen suyos los dolores de otros, a quienes mantienen la serenidad en medio de las catástrofes humanitarias, a quienes deciden permanecer en los infiernos, a quienes siguen cantando a pesar de la oscuridad, etc.). Mirar a los que no huyen de las pobrezas, a quienes no las estigmatizan, a quienes mantienen con claridad la certeza de que la inclusión es el camino hacia una sociedad decente, humana.
  • Mirar con ternura a la madre tierra: (con sus grandes disfrutes, con sus estremecimientos y convulsiones, con los universos incomprensibles, como sus maravillas diminutas, con su generosidad sin cálculo, con sus exigencias aún no pagadas, con su empuje del principio y con su abrazo del final, etc.). Mirar para amar esta tierra, para aprender la conversión ecológica, para percibir que no solamente estamos en la tierra, sino que también somos tierra.   

 

  1. 4.      Para orar

 

  • “Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor”.

 

Una mirada con amor, esa es la de Jesús. Quizá por eso atraía tanto, porque miraba con amor y porque pronunciaba los nombres con amor (Jn 20,16).

 

  • Razón poética:

 

Si nadie, nunca,
nos hubiera tocado,
seríamos paralíticos.

 

Si nadie, nunca,
nos hubiera hablado,
seríamos mudos.

 

Si nadie, nunca,
nos hubiera sonreído-y mirado-
seríamos ciegos.

 

Si nadie, nunca,
nos hubiera amado,
no seríamos nadie.


Paul Beaudiquey

 

 

2

LA ILUSIÓN DE LIBRARSE

DE LA TIRANÍA DEL NÚMERO

 

            Podemos decir que la ciudadanía de hoy vive bajo la tiranía del número: si son muchos quienes acuden a una convocatoria, si son muchos los que compran un libro, si son muchos los que dice “me gusta” en el twiter, si son muchos “mis seguidores”, si son muchos los que conforman una agrupación, la cosa pinta bien. Si son pocos, el asunto se derrumba como un castillo de naipes. Ser pocos es el descrédito de cualquier pretensión.

            Por eso, la palabra talismán es “crecer”. Si se crece, la cosa va bien. Si no se crece, la empresa, la Iglesia, la Congregación, el proyecto, las vocaciones, etc., van mal. De ahí que se pongan en marcha todas las estrategias inimaginables para crecer y nos llenemos de frustración si comprobamos que crecemos. Hacer propaganda de decrecimiento es, para muchos, un camino que no lleva a ninguna parte.

            Es que el número es fuerza y, en definitiva, poder. Sin número no se puede influir, decidir, ordenar, imponerse. Con el número repleto la posibilidad de liderar, influir, orientar algo hacia el propio beneficio es enorme. Vivir sin poder es algo difícilmente imaginable porque en el componente del poder está amasada la masa humana y la masa social. Querer vivir siendo último, sirviendo, estando a disposición del otro sin pretender beneficios es, para muchos, una ingenuidad mayúscula (es, por cierto, la ingenuidad de Jesús: Mc 9,35).

            Pero ahora resulta que, en muchas cosas relativas a la religión, el número falla: pocas vocaciones, asistencia baja a las celebraciones, descenso en las encuestas de quienes dicen creer en Dios, aumento de bodas civiles-niños sin bautizar y sin comulgar-despedidas sin funerales-disolución de grupos de fe que en otras épocas fueron numerosos, etc. Aunque esto es así, miramos para otro lado creyendo que esto no está pasando y nos consolamos con las grandes celebraciones en espacios públicos que muestran la confluencia de muchos que luego resultan ser pocos.

            ¿Y si nos animáramos a entender estos momentos como un tiempo estupendo para liberarnos de esa tiranía del número y vivir el enamoramiento de Jesús sin que sea óbice el número escaso? ¿Es que hemos de arrugar el ceño cuando vemos que somos pocos y sencillos en torno a la espiritualidad cristiana?

            Resulta que los profetas elaboraron una teoría espiritual cercana a esto: el resto de Israel. Ezequiel habla de ello a su manera. Creyeron que creer en Dios desde el resto tenía sentido, más allá cualquier derrota. En el fondo, parecía concitar mejores garantías de ser una fe de calidad.

            Fomentar la posibilidad, la ilusión de no tener que depender del número puede ser una bocanada de aire fresco en la manera de vivir hoy la fe. Puede ser que eso disipe muchas de las brumas que, a veces, hacen gris nuestra manera de ser creyentes. Puede incluso que, situándose en ese terreno de la sencillez, de la minoridad, se abran pequeñas puertas de novedad, sendas sencillas que antes no pensábamos ni que existieran, posibilidades de conectar con situaciones de vida que están ahí, pero que antes ni las veíamos.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 6,8-10

 

8                     «Con todo, dejaré entre las naciones un resto de los que escapen a la espada cuando os disperse entre las naciones. 9Los que sobrevivan se acordarán de mí en las naciones adonde serán llevados cautivos. Quebrantaré su corazón adúltero que se apartó de mí, y sus ojos adúlteros, que se volvieron a sus ídolos, y tendrán horror de sí mismos por las maldades y acciones detestables que cometieron, 10y reconocerán que yo, el Señor, no los había amenazado en vano con estos castigos». 

 

  • Este es mi Ezequiel: de piel amarga, censurador, echando en cara la verdad como una bofetada, haciendo enemigos. Ya le suavizará el exilio; ya llegará a entender que por el camino de la compasión y de la piedad se llega antes al corazón. Porque, aunque parezca que no, él quiere tocar el corazón desleal de Israel, quiere llegar a esa zona donde se ve con claridad que el camino que se lleva no es el adecuado y que es preciso abrirse a otras posibilidades. Es un oráculo que interrumpe el discurso contra los altozanos de Israel del cap.6. Tiene prisa el  editor para adelantar lo que luego dirá el mismo Ezequiel: que hay posibilidad de vivir desde una perspectiva de más pobreza y de más libertad.
  • Un “resto entre las naciones”, un grupo náufrago en el inmenso mar del paganismo (como el origen del cristianismo, tiempo de pobreza, de poco número, pero enormes posibilidades), una realidad que no cuenta socialmente porque, al ser tan pequeña, nadie se fija en ella. Un resto, un sobrante, un saldo, un descarte diría el Papa Francisco. La perspectiva del resto es el amor purificado; la de las naciones es el poder creciente. Por ser resto, ¿es una realidad muerta? No, porque el vigor no depende del número, sino del corazón, del alma, de la interioridad. Levadura, dirá Mt 13,33.
  • El resto será “de los que escapen de la espada”, lo que han visto de frente al horror, los que han olido la sangre derramada, los que han intuido bien el abismo en el que estamos, lo que no dicen “la cosa no es tan grave” y siguen como siempre en un no-saber que adormece. Son gente lúcida porque la percepción del fracaso les ha hecho lúcidos. Han asimilado la lucidez que viene de la derrota. Sin lucidez, sin sentido crítico, seguimos en la niebla que lo confunde todo.
  • Y eso lo entienden de maravilla porque están “dispersos entre las naciones”, rotos los vínculos que les hacían creer que eran fuertes, desacreditadas y desaparecidas las instituciones que les deban un nombre y un prestigio, sin la arrogancia de los líderes que les decían somos tantos y tales. Ahora es la desconexión, la desbandada, la lejanía y el desamparo que se siente cuando no hay nadie cercano a quien recurrir. Para verse libre de la tentación del número hace falta asumir una cierta dosis de desamparo.
  • No todos podrán con ello, porque o morirán a espada o morirán de desaliento y de pena. Pero “los que sobrevivan se acordarán de mí”, volverá la memoria y el recuerdo cuando amaine el vendaval, cuando escueza un poco menos la herida. Cuando ya no quede nada, volverán los ojos a aquel de quienes lo apartaron porque les llamaba a la humildad, a la sencillez, y ellos querían fama y poder. Mirarán a través de las lágrimas lo que no vieron cuando se alegraban de su fuerza. Y se darán cuanta a través de las lágrimas de que quien les mira es  el Dios de los humildes, el caminante que demanda caminar humildemente con él (Miq 6,8). Sin descubrir el rostro humilde del Dios humilde, sino entrever a través de las lágrimas  el rostro humano de Jesús, ¿cómo va a brotar la posibilidad de vivir en libertad sin el atenazamiento del número y de su ideología del poder?
  • Por eso, la cautividad entre las naciones es el reflejo de la otra cautividad sufrida, la de la fuerza, la del brillo, la del triunfo que nos convierte en dioses y que hace innecesario el Dios de los sin-número. La cautividad de las naciones es hoy la economía neoliberal que nos cautiva y su duro consumo, el capitalismo de la vigilancia que nos hace dependientes en extremo de los datos en las redes y nos atonta con tanto artilugio, el individualismo exacerbado que nos impide mirar más allá del puente de nuestro pueblo generando una indiferencia que nos corroe. En esas cautividades habrá que percibir la posibilidad de ser resto, de creer en la alternatividad, de dar valor a los caminos, que por insignificantes, son menospreciados.
  • Y todo ello hasta “quebrantar el corazón”, hasta doblegarlo por amor, hasta hacer ver que si no se llega al corazón, hablar de vivir con ilusión alejados de la espiritualidad del número es música celestial. Un corazón quebrantado no es un corazón humillado (como dice  Sal 50,17), sino humilde, pacificado, comprendedor de caminos simples, valorador del lado más fraterno de las cosas. Dice Ezequiel que es un corazón adúltero. El adulterio es el abandono del camino del amor para tomar el camino del desamor. Todos vivimos en hondo adulterio porque andar en el desamor es mucho más grave que irse de picos pardos o más. Ezequiel cree que el apartamiento de la Ley es el apartamiento de Dios y e, en parte, así es. Pero el gran apartamiento del corazón es el abandono del amor. Lo decimos de nuevo: si no hay vuelta a la senda del amor, vivir la fe en el desamparo de no-número se tornará imposible.
  • Los “ojos adúlteros” son los que se encandilan con las liturgias del poder, los que miran con envidia a quien acumula bienes, los que anhelan brillo para deslumbrar y ser temidos, los ojos que no se apartan de la norma para beneficiarse de ella, los ojos que miran en la dirección del poder porque se anhela la amistad de los fuertes. Ojos llenos de ídolos atrayentes, por más que tengan los pies de barro. Mientras esa mirada no se purifique, vivir en el no-número será una insensatez deleznable.
  • Y “tendrán horror de sí mismos”. Quizá más que horro (que conlleva una vergüenza no asumida) será cuestión de tener piedad de los días vividos lejos del amor. Piedad del tiempo que no se ha disfrutado desde la sencillez, piedad del número de encuentros frustrados, piedad del desenfoque con el que se ha mirado del rostro de quien ha vivido con nosotros mucho tiempo, piedad de las preocupaciones que no nos tenían que haber preocupado. Piedad necesaria para mirar con paz la posibilidad de caminos nuevos.
  • Cree Ezequiel que Dios que amenaza es efectivo para enorme mutación de vida. Pero ya hemos aprendido que no, que Dios no amenaza a nada ni a nadie, sino que ama y espera sin condiciones. Lo hemos aprendido de Jesús en sus caminos andados con nosotros. Si Ezequiel hubiera conocido a Jesús habría depuesto este argumento y se habría aliado con el Dios de amor que no sabe de rencores y de condenas. Ezequiel, hermano, depón tu talante amenazante para no hacer amenazador al mismo Dios. Andar la senda frágil pero hermosa lejos del tiranía del número exige el alejamiento de cualquier tipo de amenaza.
  1. 2.      El dinamismo del poco número

 

Acostumbrados a la fuerza del número, no nos creemos que el poco número pueda encerrar un dinamismo creativo, que l senda del poco número sea prometedora. Pero no es así. Nuestra fe ha sido engendrada en una historia de poco número:

  • El poco número de Abrahán: Según Gén 12 Abrahán, Saray y sus criados iniciaron la gran andadura de la historia de salvación. Escaso número para tan gran empresa. Más allá de su veracidad histórica o no, la cosa queda clara: los orígenes de la fe abrahámica han sido humildes, de poco número. El acento no estaba puesto sobre el número, sino sobre la fe en una utopía, aunque tal utopía la asiente el escritor bíblico sobre el número (“como las estrellas….como la arena de la playa… Gén 22,17). No es fácil librarse del número ni siquiera en los orígenes.
  • El poco número de Jesús: porque aunque dicen los evangelios que en Galilea le seguían multitudes (Lc 14,25) y que eligió a 70 (Lc 10,1), al final, en la hora de la verdad, el grupo se redujo a unos pocos seguidores y a algunas mujeres. Poco número y amenazado de desilusión. ¿Cómo fue posible una renacer y con tal ímpetu? ¿Fueron solo las circunstancias del momento o algo “ardía” en aquel grupo que lo hacía fuerte más allá del poco número? Más aún, ¿la transformación de aquel fuego en número grande no fue un peligro de extinción para ese mismo  fuego? ¿Habría permanecido el dinamismo inicial si no se hubiera llegado al gran número? ¿Mató la intuición evangélica la institucionalización eclesial?
  • El poco número de las comunidades iniciales: hay una comunidad muy viva, la de Filipos, que solo estaba compuesta de algunas mujeres y no tenían ni un sitio para reunirse; por eso se reunían “en un recodo del río” (Hech 16,13), la comunidad de Filipos. Fue la comunidad que más le entró a Pablo en su corazón, quizá por ser tan pobre, tan generosa y tan animosa. Comunidades irrelevantes pero altamente significativas. Luego derivarían en el gran número, época de gloria social y edad de penumbra (como dice C. Nixey).
  • El poco número de Francisco de Asís: porque así fue la sorpresa de Francisco: que unos pocos jóvenes de su ciudad, se unieran para un ideal evangélico de minoridad. Sorpresa de vida. Pero la sorpresa de pesadumbre fue que miles de hombres, ya en vida de Francisco, conformaran una Orden potente, organizada y utilizada por el mecanismo eclesiástico. Los muchos hermanos fueron para Francisco causa de grandes sufrimientos personales y organizativos. Clara, la mejor discípula de Francisco, supo mantenerse en el poco número por encima de sugerencias y amenazas. La pregunta es la de siempre: ¿qué hubiera pasado si el franciscanismo se hubiera mantenido en el poco número? Pero, como esa pregunta ya no tiene sentido, hay que hacerse otra: ¿cómo vivir en la espiritualidad del poco  número siendo los que somos? ¿Es posible, es deseable, lleva a alguna parte, es un dinamismo preferible al del mucho número, a la espiritualidad de “implantación” que es la oficial?
  • El poco número de C. de Foucauld: ha sido alabado en FT 287 como “hermano universal”. Hermoso título para una persona que anheló tener hermanos y murió sin haber conseguido ni un solo compañero, aunque hoy sean muchos miles los que conforman su familia espiritual. Quizá han sabido mantener la espiritualidad del exiguo número del principio siendo un número grande. Habría que preguntarles cómo  lo han hecho. En su última carta el equipo internacional decía, ante el tema de la Covid, “somos gente corriente que tiende la mano”. Una hermosa definición, compatible con el pequeño número.
  • El poco número de los grupos ignorados: porque la prensa religiosa pone ante los ojos las grandes concentraciones de creyentes (a las que son muy aficionados los Papas y los altos eclesiásticos). Pero hay muchos grupos ocultos, pobres, sencillos, que se reúnen en una cocina, en un cuartito de una parroquia rural de la España despoblada, en la salita de estar de un piso en una “colmena” de la gran ciudad. Y ahí tratan de mantenerse y de ahondar en su fe, celebran a veces la cena del Señor, y mantienen el frágil fuego de la comunidad. Pequeños en número, frágiles en su estructura, titubeantes en sus caminos. Pero ahí están. Se demanda uno si no serán el verdadero cimiento de la Iglesia, lo que hace que se mantenga viva por encima de tantas limitaciones.

 

  1. 3.      Alimentar la ilusión en caminos de poco número

 

Por muchas razones, vivimos con frecuencia en el marco de caminos vitales de poco número. ¿Cómo mantener ahí viva la ilusión, cómo alimentarla?

  • Alimentar la ilusión de caminos de amparo que nunca tienen brillo social: pequeños voluntariados, pertenencia a ongs sencillas, colaboración no reglada en tareas de alfabetización, pérdida de noches sin sueldo en pisos tutelados, etc. Muchas veces se dirá que eso no cambia el sistema, que las cosas siguen igual o peor, que es hacerles el caldo gordo a las autoridades, que hay que ir más a las causas. Todo eso puede que sea en parte verdad. Pero, ¿cómo hacer esos trabajos cuando no hay mucha gente que los haga, cuando no te van a pagar de ningún modo, cuando no hay el agradecimiento que reconforta el alma? ¿Cómo alimentar la certeza de que “quien salva a un alma sencilla es como salvar a toda la humanidad”) FT 287)? ¿Es esto excesivo? ¿Qué mística puede sostener los caminos del desamparo?
  • Alimentar la ilusión en las comunidades religiosas que decrecen: que son muchas y que corren el riesgo de que, con la sequía de vocaciones, la ilusión se vaya por el sumidero. ¿Cómo hacer ver que pocos y pobres pueden ser creyentes ilusionados? ¿Cómo devolver el brillo por el amor a la comunidad en los ojos que tienden a cerrarse en sí mismos? Es más grave el problema de falta de ilusión que la falta de vocaciones. ¿Para qué queremos vocaciones hambrientas de número, de obras, de brillo, de reconocimiento social?
  • Alimentar la ilusión de quienes buscan espiritualidad: ya que en medio de esta sociedad nuestra tan marcada por un exacerbado consumo, sigue habiendo bastante gente que busca espiritualidad, que anhela el silencio, que, a su manera, practican la oración, que tratan de leer con profundidad los caminos de la vida. ¿Cómo alimentar esa ilusión? ¿Cómo decirles, más allá de las palabras, que su búsqueda es la que mantiene con vida el alma de la historia? Habrá que alimentar esa ilusión con la presencia, con la experiencia compartida, con las ofertan de posibilidades sencillas, si se dispone de ellas. Ofrecer espiritualidad quizá sea hoy más interesante que ofrecer religión, por más que la espiritualidad sea un camino de pocos.
  • Alimentar la ilusión de quien se empeña en mezclar fe y justicia: se empeñan en mezclarla en eucaristías más “sociales” o en el interés porque suenen en la oración los problemas más graves de la justicia. Y tratan de hacerlo de manera lo más concreta posible, poniendo rostro a personas y situaciones. Esa ilusión de hacer más social el trillado camino de la oración de petición no solamente puede contribuir a devolver la ilusión al hecho orante, sino también a dar otro tomo y otro sentido a tal oración. Algunas comunidades orantes lo han comprobado (eso dice J. Chittister). ¿Cómo va a haber eucaristía sin justicia? ¿Cómo se va a llevar a la oración los gozos y esperanzas de la vida como decía GS 4?
  • Alimentar la ilusión en los “apostolados laicos”: porque hay “apostolados” que no tienen que ver directamente con el hecho religioso, aunque sí con el evangélico: acoger a débiles en la propia familia como si fueran un miembro más; facilitar vivienda a quien le es denegada porque no tiene papeles; impedir desahucios injustos en la carne de los más desfavorecidos; acompañar a oficinas de extranjería, a los lugares precisos en los grandes hospitales; estar cerca de los presos más olvidados y de quienes tienen problemas psiquiátricos. En tales apostolados no se invoca a Dios, pero  ahí está. Colaborar a ellos o, al menos, apoyar explícitamente a quien los hace puede contribuir a llenar de mística estos caminos trabajosos. Algo impagable.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta» (Mt 13,33).

 

El valor de lo escondido, su fuerza de iluminación y de dinamismo. No aspirar a que todo sea levadura.

 

  • Razón poética:

 

¿Dices que nada se crea?
No te importe; con el barro
de la tierra, haz una copa
para que beba tu hermano.

 

(A.   Machado)

3

LA ILUSIÓN DE VIVIR

EN UNA CULTURA DEL ENCUENTRO

 

            ¡Cómo hemos echado en falta en este tiempo de pandemia los encuentros con la familia, las amistades, los mismos hermanos! Nada los suple: ni el móvil, ni los emails, ni los guasaps, ni las videollamadas. Nada es como verse la cara, estrechar las manos, sentir el calor del abrazo y la caricia reconfortante. Nada suple al placer enorme de estar con otro en alegría y comunicación. Por eso, se nos hace angustiante no saber hasta cuándo va a durar esto, cuándo va a llegar el tiempo de los encuentros normales, aquellos sin los que el corazón no sabe vivir. ¡Quién nos iba a decir a nosotros que, tantas veces, hemos abominado de la cantidad enorme de reuniones que decíamos tener!

            Lo sabemos: los encuentros son la mejor medicina contra la tristeza, el autodesprecio, los sentimientos de culpa, la falta de fuerza de voluntad. El encuentro despeja la mente, borra de los ojos la niebla que se pega con la soledad, devuelve el gozo de sentirse vivo palpando la vida de los otros. Los encuentros son, en parte notable, la razón que nos hace levantarnos cada día. El aislamiento y el desencuentro son enfermedades graves porque roen el alma hasta dejarla vacía. Por eso han sufrido tanto los mayores solos en sus residencias sin posibilidad de encuentros familiares.

            Y lo que ocurre en el inmediato plano personal, pasa en el social: los desencuentros entre países tienen consecuencias muy graves; los desencuentros entre creyentes llevan a duros enfrentamientos; los desencuentros entre adinerados y excluidos son una bomba de relojería para la sociedad. Cuando se elije el camino del encuentro, la solución asoma en el horizonte; cuando, por el contrario, nos empecinamos en el desencuentro, el horizonte se ennegrece.

            Los judíos llamaron “tienda del encuentro” al arca de la alianza (Ex 33,7-9). Esa era un encuentro en el deseo de Dios. Pero lo vital y decisivo es construir un encuentro en el caminar de los humanos. Construir el encuentro es, por más que lo anhelemos, tarea hermosa y dificultosa en la que nada se nos da hecho ya. Es la aportación de cada cual la que cuenta. Por eso necesita de la ilusión que lo alimente, del anhelo que lo busque, de la imaginación para abrir caminos de abrazo y cercanía.

            Como luego diremos, el Papa Francisco desarrolla ampliamente en su encíclica Fratelli tutti la espiritualidad del encuentro. Y dice que la cultura del encuentro es como un poliedro de muchos lados: «El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (215).

            Ilusionarse una vez más la belleza de este poliedro que es la vida en encuentro, en comunidad, en sociedad, puede ser una manera nueva de vivir no solamente las relaciones humanas, sino las que tenemos con la naturaleza y con el mismo Dios cuyo encuentro está en “las entrañas dibujado”, como decía san Juan de la Cruz.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 12,11-15

 

11«Di: Yo soy un signo para vosotros: como yo he hecho, así harán con ellos. Serán deportados, irán al destierro. 12El príncipe que vive entre ellos se cargará al hombro el equipaje, en la oscuridad saldrá por una brecha que abrirán en el muro para sacarlo, se cubrirá la cara para no ver su tierra con sus propios ojos. 13Pero yo tenderé mi red sobre él y quedará preso en mi trampa. Lo llevaré a Babilonia, a la tierra de los caldeos, donde morirá sin poder verla. 14A cuantos lo rodean para ayudarlo y a su escolta los dispersaré a todos los vientos y desenvainaré la espada detrás de ellos, 15y reconocerán que yo soy el Señor, cuando los haya dispersado entre las naciones y los haya esparcido por los países».

 

  • Es uno de tantos oráculos donde Ezequiel amenaza a su auditorio (que, por cierto no le hacía mucho caso: Ez 33,32). Esta vez con el destierro. Ya hemos aprendido que la amenaza renta poco de cara a un cambio; a veces, empecina más. Pero la profecía (y el mismo evangelio) emplea esta pedagogía negativa. Amenazar es empujar desde fuera de alma de aquel a quien se amenaza, desde la lejanía de su corazón, desde la única perspectiva de uno mismo. Si se quiere un encuentro, habrá que bajar a la arena del corazón ajeno, al camino común de sus intereses, a sus razones, por mucho que no me convenzan. ¿A qué le llevó la amenaza a la profecía, a qué le ha llevado al cristianismo? ¿Ha propiciado encuentros o ha engendrado más lejanías?
  • El destierro era un abismo porque en épocas de despoblación como aquellas suponía el riesgo de la desaparición de un país, como muchas veces sucedió en la historia. Un pueblo insignificante como Israel y desterrado puede ser un pueblo desaparecido. El destierro reducía a nada los encuentros cultuales, las reuniones creyentes, las comidas y asambleas que la fe propicia. Estar entre paganos era estar abocado a la disolución. Tendrían que hallar una manera de encontrarse para no desaparecer porque quien no se encuentra corre el riesgo de desaparecer por más que siga vivo. No encontrarse es como estar muerto.
  • Será un destierro obligado (cautivos) y vergonzante. El profeta hizo un gesto raro: cogió en un hatillo su ajuar y salió por un boquete del muro, no por la puerta, como un ladrón que huye con la cara tapada (Ez 12,7). Eso mismo hará el último rey, Sedecías: una salida vergonzante, en la oscuridad, en pobreza, en derrota. Las instituciones, la realeza, destrozada porque no ha propiciado el encuentro sino el desencuentro de una guerra suicida. Los desencuentros se pagan en moneda de derrota, no son inocuos. ¿Dónde están los que le adulaban, los que fingían encontrarse con él? No eran encuentros de verdad, sino comedias. Por eso ahora se encuentra huyendo en soledad, que es la peor forma de huir.
  • Y para colmo, un rey cazado y, cosa que no dice el texto, humillado: según 2 Re 25,7 tuvo que presenciar el asesinato de sus hijos, le sacaron los ojos y con una cadena de bronce al cuello (Jer 52,11) fue llevado al exilio. Así iba la columna al exilio, en la mayor derrota. De nada sirvieron sus encuentros cultuales ni sus contubernios políticos. Al final, dispersión y humillación. Dispersos “a todos los vientos”, como quien no tiene horizonte  preciso, como quien cuya vida ha perdido la orientación, el sentido. A eso lleva la cultura del individualismo y del desencuentro.
  • En el “desparrame y la dispersión” volverán a saber que Dios es el Señor. Pero lo sabrán cuando asimilen la herida, la propia herida, cuando recapaciten sobre su situación, cuando vuelvan sobre sus pasos. No sabrán quieran que no (quizá eso le gustaría a Ezequiel). Encontrar la senda del encuentro demanda un análisis de la propia situación, un ver a qué hemos llegado, un intuir otras posibilidades, un animarse con ilusión a andar las sendas del corazón no los caminos de la indiferencia y del egoísmo.
  • El estar desparramados “por los países”, no por un único país llevará a la globalización de los encuentros, a saber que cualquier lugar del mundo puede ser tu casa si vives con corazón, a pensar que el futuro de lo humano es la interrelación entre los pueblos, la gran fraternidad. Era mucha lección para aquellos atribulados judíos. Pero aquellas semillas apuntaban a estos frutos.

 

  1. 2.      Ahondamiento

 

La cultura del encuentro ocupa en Fratelli tutti un lugar principal. Convencido el Papa a la altura de su existencia de que la vida es un tiempo de encuentro (66.215) y de que uno se realiza transcendiéndose en el encuentro con los otros (87.111) acuña el documento la expresión “cultura del encuentro” que se opone a la “cultura del enfrentamiento”, único camino para devolver la esperanza a la sociedad (32) superando el miedo que bloquea tal encuentro (41) y abriéndose a la escucha (48).

Porque la cultura del encuentro «exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común» (232), el Papa está convencido de que «un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales» (59). La misma política, dirá luego, es cuestión de encuentros (165.190). Por todo esto llega a decir que «hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» con sus diferencias (216-217). De ahí que el documento se anime a proponer «un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219). 

Como herramientas necesarias para el logro de esta cultura del encuentro, propone el Papa, en primer lugar, los trabajos por un gran pacto social que ponga «en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219). Ese pacto social ha de incluir, a su vez, un pacto cultural «que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad» (219). En segundo lugar se necesita emplear exhaustivamente la herramienta del diálogo, paciente y confiado (134). Se necesita una educación para el diálogo (103) para que pueda ser una realidad el diálogo con los diferentes (148). La certeza del valor imprescindible del diálogo se asienta en la certeza de que «un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia» (203). Por eso el diálogo es imprescindible en la tarea política (196). El documento dedica casi un capítulo, el sexto, al diálogo que construye el amor social porque «el auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos» (203.219.262).           

Otro elemento necesario para una saludable arquitectura social de encuentro es el de generar procesos de inclusión que tengan a raya la amenaza de la cultura del descarte (188). El Papa tiene una perspectiva clara: «La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos» (69). De ahí que el documento recuerda a la cultura moderna, tan orgullosa de sus logros, que «al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas tendría que corresponder también una equidad y una inclusión social cada vez mayores» (31).

Más que en el apartado de la política, quizá haya que situar aquí un tema al que el documento dedica varios números: la memoria que aleja a la venganza. El olvido es inaceptable por lo que se precisa mantener viva la memoria (246). Nunca se avanza sin memoria (249). Pero ni la venganza ni la impunidad resuelven nada (251-252). El perdón resulta así elemento insustituible de la arquitectura de la paz para no caer en una paz aparente (236). Para el Papa la clave es tener controlada la sed de venganza (241-242.251) a la que opondría el arma de la bondad (243) manteniendo la fe de que en los procesos sociales la unidad es superior al conflicto (245).

 

  1. 3.      Claves para el encuentro

 

-          Acercarse: no ver al otro o al problema del otro como desde lejos. Intentar acercarse, informarse, preguntar, hacer una idea antes de emitir un juicio. Se trata de mirar con humanidad lo que nos rodea. Desde la lejanía es difícil alimentar la ilusión por los encuentros. De cerca se ve más clara las dificultades y las posibilidades.

-          Acoger: lo que significa intentar dejar de lado prejuicios, estereotipos, ideas preconcebidas. Hay que cuestionar ese muro que se nos hace, a veces, infranqueable. Poner en cuarentena experiencias negativas y apoyarse en las que hayan salido mejor.

-          Escuchar: antes de hablar, dejar que el otro hable. Escuchar implicativamente, como quien tiene interés en lo que escucha, no como quien oye llover. Tratar de escuchar sin que lo que escucha levante oleadas de indignación interior. Intentar mantener la calma ante lo que se oye y no se está de acuerdo. Hacer incluso un esfuerzo por escuchar lo que no se oye, lo que no se dice, pero que está ahí. El encuentro sin escucha resulta imposible.

-          Ofrecer: hacer ofrenda de algo de uno mismo hacia el otro. Creer que sin ofrenda no es fácil encontrar vías comunes de convivencia. Ofrendar no quiere decir renunciar a lo que uno vive y siente; es poner un poco de lo tuyo en la “cesta” del otro. Un encuentro con mi yo intacto, con lo mío intacto no llegará a buen término.

-          Creer: en el otro, aunque eso cuesta mucho aunque esa “fe” es la verdadera esencia del encuentro. Pensar, al menos, que, aun estando en posiciones distintas, se puede tener una parte, siquiera pequeña, en común. Que se pueden encontrar lugares comunes de participación y tramos de camino compartidos. Esos inicios pueden ser la puerta de un encuentro vivido en mayor plenitud y gozo.

-          Salvarse: nos salvamos todos o no se salva nadie, dice el papa Francisco (FT 137). No ceder al “sálvese quien pueda” del individualismo y de quien se cree más fuerte. Desear el encuentro común que “salve” a todos, sobre todo a quien tiene menos posibilidad de participar en una salvación humanizadora.

 

  1. 4.      Para orar

 

  •       «Entró en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y además rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Entonces se adelantó corriendo y, para verlo, se subió a una higuera, porque iba a pasar por allí. Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: - Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver aquello, se pusieron todos a criticarlo diciendo: -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo se puso en pie y dirigiéndose al Señor le dijo: - La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces. Jesús le contestó: - Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo» (Lc 19,1-10).

 

Jesús se aloja en casa de Zaqueo aprestándose a un encuentro gozoso, comunicativos, expansivo. No hay prisa. La oferta del reino se hace en la calma y en el sosiego, no en el apremio y la prisa.

 

 

  • Razón poética:

 

Los que aman la soledad

también aman la compañía:

ésa es la ley de oro

que siempre se ignora en los rebaños.

 

                        (R. Argullol

 

 

4

LA ILUSIÓN DE VIVIR EL AMOR ASIMÉTRICO

 

            Acercarse al misterio del amor es ahondar en el misterio de la vida. Por muchas que sean las derrotas, las traiciones, los abandonos, las injurias inferidas al delicado amor, la persona vuelve irremediablemente a ese camino. De tal manera, que los más desencantados del amor no dejan, a su  manera, de amar y sus mayores detractores esconden en su interior semillas pequeñas de amor. Más aún, quizá su negación sea una manera más de decir que se cree en el amor. ¿Por qué esto es así?¿Por qué se prefiere sufrir pasión y dolores antes que andar sin amores, que cantaba el rey Sabio? ¿Donde tiene sus raíces la necesidad  de amar y ser amado?

            El modo normal de amar al que las personas aspiran es lo que podíamos llamar el amor simétrico: yo ye amo y pido, en justa correspondencia, que tú me amas. Si yo te amo y tú no, nuestra relación de amor se hace prácticamente inviable. Muchas heridas, rupturas, alejamientos, con su retahíla de reproches, descalificaciones y hasta ofensas provienen de la supuesta asimetría: yo te amo y tú no me amas. Hay que decir que el amor simétrico es muy hermoso y que ojalá se diera siempre.

            Pero en la vida ocurre muchas veces, personal y socialmente, que no se da esta simetría bien porque no se quiere o porque no se puede. No se quiere y por eso se rompe la simetría; no se puede y aunque no se desee romperla no hay manera de superarla. ¿Hay posibilidad de plantear un amor asimétrico,  un amor que responda con amor al desamor, un amor que no reciba la contraparte de amor que el corazón anhela? Esto es lo que planteará el pasaje de Ezequiel que queremos ver ahora; este tipo de amor es el “como yo os he amado” de Jesús (Jn 13,34-35).

            Si no conociéramos a personas que aman asimétricamente nos retrairíamos a la hora de plantear este tipo de reflexiones. Pero todos conocemos a personas que se entregan sin premio, sin aplauso, sin agradecimiento. Conocemos a personas en las que la plantita del amor o se ha agostado por más que hayan sufridos heridas y traiciones; conocemos a muchos que son capaces de abandonar los pegajosos caminos del odio por un amor herido y mantenerse amantes más allá de los costurones de la vida. Es cierto que el amor puede morir; pero es difícil que muera del todo si se enfoca desde la bondad esencial del ser humano.

            Por todo esto, creemos que alimentar la ilusión de la posibilidad de una vida en amor asimétrico no es una superficialidad. Más aún, pensamos que esta mística nos devolvería el sosiego en muchas ocasiones, abriría pequeños espacios de reconstrucción del amor roto y, lo que es más importante, mantendría viva la llama del amor sin la cual la vida se entenebrece y el horizonte humano pierde su sentido.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 16,1-15.60.63

 

«1Me fue dirigida esta palabra del Señor: 2«Hijo de hombre, hazle conocer sus acciones detestables a Jerusalén. 3Di: Esto dice el Señor Dios, a Jerusalén. Por tu origen y tu nacimiento eres cananea: tu padre era amorreo y tu madre hitita. 4Así fue tu nacimiento: El día en que naciste, no te cortaron el cordón, no te lavaron con agua para purificarte, ni te friccionaron con sal, ni te envolvieron en pañales. 5Nadie se apiadó de ti ni hizo por compasión nada de todo esto, sino que por aversión te arrojaron a campo abierto el día que naciste. 6Yo pasaba junto a ti y te vi revolviéndote en tu sangre, y te dije: Sigue viviendo, tú que yaces en tu sangre, sigue viviendo. 7Te hice crecer como un brote del campo. Tú creciste, te hiciste grande, llegaste a la edad del matrimonio. Tus senos se afirmaron y te brotó el vello, pero continuabas completamente desnuda. 8Pasé otra vez a tu lado, te vi en la edad del amor; extendí mi manto sobre ti para cubrir tu desnudez. Con juramento hice alianza contigo —oráculo del Señor Dios— y fuiste mía. 9Te lavé con agua, te limpié la sangre que te cubría y te ungí con aceite. 10Te puse vestiduras bordadas, te calcé zapatos de cuero fino, te ceñí de lino, te revestí de seda. 11Te engalané con joyas: te puse pulseras en los brazos y un collar en tu cuello. 12Te puse un anillo en la nariz, pendientes en tus orejas y una magnífica diadema en tu cabeza. 13Lucías joyas de oro y plata, vestidos de lino, seda y bordado; comías flor de harina, miel y aceite; estabas cada vez más bella y llegaste a ser como una reina. 14Se difundió entre las naciones paganas la fama de tu belleza, perfecta con los atavíos que yo había puesto sobre ti —oráculo del Señor Dios—. 15Pero tú, confiada en tu belleza, te prostituiste; valiéndote de tu fama, prodigaste tus favores y te entregaste a todo el que pasaba. 

60Con todo, yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo una alianza eterna. 61Te acordarás de tu conducta y te avergonzarás al acoger a tus hermanas mayores y a las menores, pues yo te las daré como hijas, pero no en virtud de tu alianza. 62Yo estableceré mi alianza contigo y reconocerás que yo soy el Señor, 63para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas nunca más a abrir la boca por tu oprobio, cuando yo te perdone todo lo que hiciste —oráculo del Señor Dios—».

 

  • He aquí una historia de amor asimétrico descrita con minuciosidad (si hay ánimo, estaría bien leer y subrayar todo Ez 16). Es una historia herida, quejosa, que echa en cara, hiriente incluso porque Ezequiel no sabe salir de ese registro. Pero es, al fin y al cabo, una historia de amor. Los profetas que hablan desde la vida, casados, utilizaban su experiencia matrimonial, incluso con sus altibajos, para hablar de la relación entre Dios e Israel, entre Dios y  nosotros (así Oseas, Jeremías, etc.). Hablar del alejamiento de la alianza como de una traición al amor quiere decir que esa alianza no era cuestión solamente de cumplir una normativa religiosa sino que, sobre todo, era cuestión de amar. Eso es lo que quizá no ha llegado a entender Israel. Eso es lo que pretenden textos tan sangrantes como este de Ezequiel.
  • Se comienza claramente por el lado del reproche, de echar en cara las “acciones detestables”.  Y eso, se quiera o no se quiera: “hazle conocer”. El amor asimétrico tendrá que superar ese estadio; anclarse en el reproche es imposibilitarse para dar el mínimo paso adelante. El reproche echado en cara se lleva por delante lo bueno, aunque sea poco, que haya habido en la relación de amor.
  • Recordar el origen ominoso es, quizá, la peor manera de ofender y de humillar: “cananea, hija de padre amorreo y de madre hitita”. Basura, infecta desde la cuna. Recordar orígenes pobres no puede ser punto de partida para valorar a quien nos desamó. Es más bien desde la dignidad, desde el valor de toda persona (ya que no se puede partir del amor) desde donde habrá que valorar al otro.
  • La descripción del nacimiento es igualmente humillante, fruto de un desamor que Ezequiel no tiene aún elaborado. Un nacimiento sin la piedad que requiere el ser acogido a quien nace en desvalimiento. La serie de maltratos termina con el “te arrojaron a campo abierto”, expuesta a las fieras. Nacida para morir, ese es el retrato. Se desciende al más hondo menosprecio para magnificar el amor agraviado. Entrar por la senda del menosprecio es caminar al abismo, darse contra el muro que impide cualquier posibilidad al amor. A pesar de ello, suena por dos veces el “sigue viviendo” que no puede brotar sino de un amor que sigue en lo oculto, aunque vaya rodeado de desazón. Es preciso percatarse que, en base a la bondad que anida en los pliegues del alma, el amor sigue estando presente más allá del amargo envoltorio.
  • En la edad del amor brota incomprensiblemente generoso el amor del fondo: “extendí mi manto…hice alianza contigo” Es el amor que triunfa por encima de las marcas negativas, la memoria doliente que, no obstante, pone freno al olvido y al desentendimiento. Quizá el fallo está en ese “fuiste mía” de Dios que tendrá que renunciar a cualquier posesión si quiere ser para Israel amor entregado. Esto es demasiado para el mecanismo religioso de Ezequiel que piensa que si Dios se entrega se ha de ser forzosamente de él. La realidad le mostrará que eso no funciona así. Pretender atrapar al otro con el amor es matar su libertad; y  un amor con déficit de libertad es un amor dimidiado.
  • Engalanar a quien se ama puede ser una prueba de amor o un chantaje: “bordados…zapatos finos…lino…seda…joyas”. El regalo tiene una función múltiple y una de sus pretensiones es comprar el amor (el Cantar dirá que quien lo pretenda será un insensato: Cant 8,7). Puede que fueran dádivas de amor, pero querían atrapar, controlar. Esa era una de las grandes pretensiones de la ley. Ezequiel lo sabía bien y no le entraba en la cabeza el “descontrol” del amor. Desde esa perspectiva de generosidad sin contrapartida habrá de enfocar la relación de Dios con su pueblo. Lógicamente el amor asimétrico va en otra dirección que el chantaje; precisamente entra en función cuando aquel no resulta.
  • Por eso, se vuelve al punto de partida cuando “te entregaste a todo el que pasaba”. La rueda del desamor vuelve a funcionar cuando no marcha el amor simétrico. Ezequiel llenará de vituperios a la “prostituta” (ese es su mayor insulto, llegando, a veces a la grosería, porque la grosería es compañera del desamor no asimilado: Ez 16,26). En Ezequiel, Dios es el varón que se siente vilipendiado en la licenciosidad de su mujer, nunca al revés. Machismo de siempre del que no se ve libre la imagen de Dios que tiene el profeta. El amor asimétrico exige la liberación de muchos prejuicios sociales. Así el camino estará más libre para poder vivir en esa incomprensible asimetría del amor que no exige.
  • A pesar del largo recorrido de desamor que refleja el capítulo, se concluye en una renovación de alianza: triunfo del amor asimétrico por más que aún tenga que purificarse y deba asumir sin tanto dolor y sin tanta exigencia los extraños caminos que las personas tomamos en la vida como parte de lo que realmente somos. Y, más aún, la alianza que de aquí va a salir no será de prueba, temporal, a ver cómo se responde, sino “eterna”, para siempre. Quedan atrás, difuminadas, desaparecidas todas las exigencias del amor simétrico. No obstante, hay que seguir trabajando, porque las espinas siguen dentro y asoman en modos de venganza “para que te acuerdes y te avergüences”. El amor asimétrico exige un continuo trabajo de compasión, de respeto, de olvido y de generosidad.

 

  1. 2.      El amor asimétrico en los evangelios

 

Si algo nos muestran los evangelios es la extraña manera de amar de Jesús, amor asimétrico. Repasemos:

 

  • Amor desinteresado: no ha andado Jesús sus caminos para llenarse el bolsillo, para amasar ganancias. Por eso ha podido describirse como quien “no tiene dónde reposar la cabeza” (Mt 8,20). No se le conocen riquezas, ni ha repartido prebendas como un rey. Ha sufrido la carencia como toda la masa de empobrecidos de la época. Por eso mismo, nunca ha demandado pago o gratificación por ninguna de sus intervenciones humanizadoras, no ha pasado factura por ninguno de sus consuelos derramados. Toda su visa se ha enmarcado en el terreno de lo gratis; por eso ha podido proponerlo así a sus seguidores (Mt 10,8). No ha dejado a sus seguidores ni bienes ni estructuras económicas; solamente una utopía de minoridad y sencillez. Nunca abandono la pobreza en que nació. Alguien libre de intereses económicos y sociales.
  • Amor sin agradecimiento: porque los evangelios no narran ni una escena de agradecimiento excepto la del leproso samaritano curado (Lc 17,11-19). Hizo muchas cosas buenas a favor de los empobrecidos, pero no hay agradecimiento explícito. No buscó ese agradecimiento; no se lamentó cuando no lo recibió; no dejó de ser bueno porque no se le agradeciera. No salió a los caminos para buscar aplausos, sino para encontrarse con corazones doloridos.
  • Amor sin exigencias: ya que no ponía por delante exigencias morales  o religiosas. Si había conversión, él se alegraba (Lc 19,1-10); si no había, esperaba paciente (Lc 7,36-50; Jn 3,1ss). Él no quería defender postulados, códigos o normas que propusiera como exigencias de su oferta. La única exigencia era el amor (Jn 13,34-35). Por eso ni juzgaba ni rechazaba a nadie, de no ser a quien se aprovecha de Dios para aumentar sus beneficios económicos (Mc 11,15-18). Todos podían aceptar su propuesta porque no había exigencias previas.
  • Amor sin aplausos: cuando alguna vez se los dieron, desvió el asunto hacia lo principal: lo importante era “cumplir el designio” del Padre (Lc 11,27-28), que nada se perdiera (Mt 18,14). Parece que muchos le seguían, pero si le buscaban era en gran parte por propio interés (Jn 6,15). Él rehuyó explícitamente tales aplausos (Jn 6,22-29). Nadie, por supuesto, le aplaudió cuando estaba en el patíbulo, le sacaban coplas (Mt 27,47). Una muerte sin triunfo, sin gloria, sin aplauso.
  • Amor sin esperanzas: que es el amor más puro, porque en las esperanzas se cuela el egoísmo. Por eso fue a tierras de paganos (Tiro y Sidón, la Decapolis). Un judío no pisaba aquella tierra maldita, de no ser para comerciar. Si Jesús fue, un tanto “a la fuerza” (ver el desasosiego de Mc 7,27) no es porque tuviera esperanza, sino porque el Padre le empujaba. En base a tal amor, fue. Y se encontró con lo inesperado, porque, cuando no hay esperanzas previas, cuando se está libre de la simetría, de la justa correspondencia, puede brotar el amor desinteresado.

 

  1. 3.      Caminos de amor asimétrico

 

Son caminos “peligrosos”, que exigen discernimiento, para no hacer el caldo gordo al opresor, para no empeorar las cosas generando más asimetría. Son caminos arriesgados pero que merece la pena intentar.

 

+ El amor asimétrico en la vida familiar: algo que casi todos experimentamos, algo que siempre es resbaladizo. Pero muchas de sus situaciones solamente se pueden enfocar desde el amor asimétrico. Si se aplica la mera simetría, el muro de la imposibilidad es el único resultado.  Se puede aplica la asimetría del amor y, a la vez, ser sensatos. Quizá amanezca lo que parecía imposible. Los pequeños intentos de la asimetría pueden dar buenos resultados.

+ El amor asimétrico en la evangelización: que puede ser un buen antídoto para no buscarnos a nosotros mismos en las tareas de evangelización. Se cuela fácilmente en nuestra actividad pastoral el deseo del nombre, del premio, del aplauso. El amor asimétrico, el no pretender sino que el otro vaya adelante en la vida y en la fe, puede purificar mucho de nuestra tarea creyente.

+ El amor asimétrico en la vivencia de la Iglesia: porque de muchas de nuestras situaciones eclesiales, tan lacerantes a veces, solamente puede sacarnos un amor asimétrico a “los miembros vacilantes de la Iglesia”, como decía santa Clara. Quizá sea eso lo que nos libre de discusiones estériles y de planteamientos enfrentados. Tal vez aprendamos por ese amor que, aunque vayamos en barcas diferentes, todos vamos hacia el mismo puerto que es Jesús.

+ El amor asimétrico en el campo social: cosa que aparece con claridad en los voluntariados: da uno parte de su tiempo y, aunque a veces reciba agradecimientos, otras veces recibe desplantes y vituperios. Mantenerse en esa tarea a pesar de ello es la prueba de que se ha entendido el amor asimétrico. El voluntariado no es solamente renunciar a parte del propio tiempo; quizá sea también renunciar a un agradecimientos que unas veces viene y tras no.

+ El amor asimétrico en el amor social: algo de lo que nos habla ampliamente la encíclica Fratelli tutti. Se trataría de entregarse, de amar, de colaborar con el hecho social aunque veamos que otras personas no colaboran, son destructivas en la sociedad y abusan de la libertad común para hacer su propio capricho. No desistir en amar la ciudad, la región, el país, el mundo por más que haya personas desaprensivas, descuidadas, destructoras del tejido ciudadano, superar el dolor que nos cusa el deterioro social siguiendo en el camino de la colaboración, ése es el lenguaje del amor asimétrico aplicado a la sociedad.

+ El amor asimétrico en la vida comunitaria: sin el que es imposible una relación fraterna: si a todo lo que hacemos en comunidad ha de tener aplauso y pago, muchas cosas caerán fuera. La generosidad es elementos imprescindible para una vida comunitaria saludable. Es preciso inmunizarse contra el desaliento que nos produce ver que yo colaboro y otros/as no colaboran. Sin el amor asimétrico no solamente no se habrá entendido qué es la vida en comunidad, sino que tampoco se habrá entendido qué es vivir en grupo.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • «Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Jesús dijo al que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
    Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!».

 

¿Cómo entender que hay recompensa en la misma generosidad, que la alegría de ver crecer al otro es suficiente recompensa? Solamente desde el amor asimétrico.

 

  • Razón poética:

 

Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

 

Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mía.

 

Buena te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

 

Alta te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.

 

Blanca te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

 

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

 

Agustín García Calvo

 

 

5

LA ILUSIÓN DE LA SANTIDAD DE VIVIR

 

            Por muchas que sean las heridas, las traiciones, los abandonos con que maltratamos el camino humano, hay en la persona un apego a la vida inscrito en nuestros genes. Ya lo decía Job sin saber de genética: “¡Todo lo que tiene el hombre lo daría por su vida!” (Job 2,4). No se trata solamente de una reacción “animal” ante los peligros de la vida, un mecanismo de defensa. Es la certeza, muchas veces difusa, de que se tiene un don valioso en las manos, de que, por muchas que sean las penurias de la vida, uno es afortunado por haber sido llamado. A las personas más maltratadas por la vida no es fácil hacerles ver esto; pero quienes hemos sido mejor tratados tendríamos que verlo y agradecerlo.

            Es que la vida encierra dentro una especie de “santidad” que no tiene que ver con la santidad de los altares. Decir que la vida es “santa” es decir que es una realidad que, indefectiblemente, tiende a la dicha. Hemos sido creados para la dicha, no para el trabajo (aunque haya que trabajar para poder vivir con dignidad). No ser dichoso (dentro de las posibilidades limitadas que tenemos) sería el mayor pecado, el mayor error. Dios no nos ha creado para el exilio, para la penuria, para el dolor, por más que nuestro ser limitado lo experimente. La misma resurrección la entendemos como la dicha plena.

De ahí que se pueda anhelar alimentar la ilusión de vivir una vida santa, dichosa, dentro de los parámetros de nuestra limitación. El ideal de la santidad de vivir es mucho más amplio y más hermoso que el de la santidad religiosa. Se alimentará esta ilusión amando la vida por encima y más allá de sus límites. Cierta espiritualidad que vamos superando poco a poco nos ha llevado a creer que esta vida no merece la pena, que estamos de paso (como en un hotel, dicen algunos), que nuestra verdadera morada no es esta. Por eso, se ha vertido mucho acíbar, menosprecio y maltrato a esta vida. Un desenfoque. Si maltratamos el don de la vida, maltratamos al donante. Si despreciamos la vida, despreciamos al mismo Dios. De ahí que amar la vida, en cualquiera de sus formas, es colaborar a la santidad de vivir.

Además de todo lo dicho, la santidad de vivir es englobante (mientras que la religiosa es para la élite de los santos de peana). Todo el mundo puede acceder a ella, en la medida de sus posibilidades. No está reservada para unos pocos sino que todos los seres que viven, incluso la creación, están llamados a ella. Excluir de la santidad sería como excluir de la vida.

San Ireneo (s. II) es el autor de una impresionante frase, a menudo citada: «La vida en el hombre es la gloria de Dios, la vida del hombre es la visión de Dios.» que podría traducirse de esta manera: «La gloria de Dios es que la persona viva; la vida del persona es entrar al misterio de Dios». Lo que hace particularmente atrayente el pensamiento de Ireneo es esa noción de «vida». Cada ser humano tiene el deseo de una vida plena y verdadera. Si hablamos tan a menudo hoy en día de «alienación» o de «absurdo» es precisamente debido a esa toma de conciencia de que algo importante le falta a nuestra vida, algo que buscar más allá o en vez de satisfacciones instantáneas de las sociedades de consumo.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 18,21-23

 

«21Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. 22No se tendrán en cuenta los delitos cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá. 23¿Acaso quiero yo la muerte del malvado —oráculo del Señor Dios—, y no que se convierta de su conducta y viva?».

 

  • Mucho más no le pidamos a Ezequiel. Pero aquí se abre una puerta a la esperanza. Hasta el malvado tiene posibilidades de vida porque Dios tiene un designio de vida también para él. La vida engloba a todos (bien lo dirá Jesús con aquel dicho irrefutable de que “Dios hace salir su sol sobre buenos y malos”: Mt 5,45). Nadie queda excluido de la corriente de la vida (es la vida abundante de la que habla Jn 10,10). Estamos hablando, con osadía, de los deseos de Dios: “que nada se pierda”: Jn 6,39.
  • Es cierto que Ezequiel no concibe una vida da sin condiciones. Por eso pone el requisito “si el malvado se convierte”. Quizá sea necesario el reconocimiento del mal. Pero Dios no puede someter su amor a ningún requisito porque el suyo es un amor por encima de requisitos. Por eso la conversión tendría que ser, más bien, una consecuencia del amor que Dios nos da. La santidad de vivir nos abre al amor de Dios y provoca una conversión a la vida porque quien ama la vida ama, de alguna manera, al mismo Dios.
  • Y luego están “los preceptos”. Ezequiel cree imprescindible el cumplimiento de la normativa religiosa. Jesús, y la misma secularidad, no están enseñando que eso es relativo, lo que no quiere decir que nos importe. Pero, a veces, el “malvado” no puede cumplir los “preceptos” porque no le es posible, hoy por hoy, salirse del marco de su “maldad”. También habrá que asignarle una porción de vida, aunque luego hablemos de su maldad. Y luego, ¿quién es uno para hablar de maldad del otro? ¿No habrá que discernir bien y ser cuidadoso, aunque haya que ser también profético? De cualquier manera, es posible compaginar la santidad de vivir con una cierta “maldad” que es la que brota de las limitaciones históricas, más que de la perversión del corazón. De cualquier manera, Jesús la puso muchas veces entre paréntesis (Lc 5,32).
  • Aun con todas las condiciones que pone Ezequiel, anunciar vida para el malvado con tanta contundencia, “ciertamente vivirá y no morirá”, es ya mucho. Por eso decimos que la santidad de vivir tiene que englobar, de algún modo, incluso la maldad. Un anuncio de vida, digna y feliz, es el gran anuncio del evangelio. No añade nada el evangelio de distinto a ese anuncio, sino que da fuerza para profundizar ahí.
  • Resulta revolucionario para la época decir que “no se tendrán en cuenta los delitos cometidos”. ¿No es el delito algo imborrable? ¿No tenía Dios un libro en el que anota todo? ¿No deja “marca” aun cuando se haya perdonado? (aquello del reato de culpa). Ezequiel dice increíblemente que no, como lo decía gráficamente Miq 7,9. Es como si dijera: olvidémonos, o al menos pongamos en un segundo término, del pecado y pongamos delante y como centro la vida. Jesús está más preocupado por la dicha que por el pecado. No ah estado con nosotros por causa del pecado, sino por causa de nuestra vida, para que la tengamos en abundancia (Jn 10,10).
  • Porque el malvado también es capaz de la justicia. Posiblemente se den mezcladas en su vida. La santidad de vivir es paciente y tenaz con la limitación, ambas cosas a la vez. Descreer de la bondad del malvado quizá sea tirar piedras al propio tejado. Esto no merma la negatividad de la injusticia, pero deja una puerta a la justicia porque ni el bueno es tanto como él dice ni el malo es tanto como nosotros decimos.
  • Resulta llamativa esa autodefensa de Dios que hace Ezequiel alejándolo de la muerte del malvado: “¿Acaso quiero yo la muerte del malvado?”. Entender a Dios, a priori, como uno que condena, que castiga, que  hiere, es no haber entendido el Dios de la profecía y, menos todavía, el Dios de Jesús. Tener la idea de un Dios que se ceba en nuestro mal está, incluso, en contra de la mentalidad veterotestamentaria. La santidad de vivir es compatible con el rechazo de toda muerte que se asiente sobre una supuesta legalidad (por eso el Papa Francisco habla tan fuerte contra la pena de muerte en FT 263ss).
  • Ezequiel tiene que poner como requisito el cambio de conducta porque él está troquelado por  la moralidad del AT. ¿Y si no termina de convertirse del todo? ¿Y si no puede convertirse como quisiera? ¿Y si no encuentra cauces para el cambio? ¿Y si no es el momento aún para que llegue el cambio porque su proceso de vida no está en ese punto? ¿Y si aún no ha llorado lo suficiente para que sus lágrimas hagan virar el sentido de sus pasos? Ciertamente el Dios de la vida no negará la vida a quien se halle en tal situación. Como venimos diciendo, la santidad de vivir tiene que ser compatible con la limitación, tiene que abrazarla y asumirla.

 

  1. 2.      La santidad de vivir

 

El teólogo J. Sobrino es quien en su día acuñó la expresión “santidad de vivir” y quien dio una hermosa  definición:

 

«Me gusta pensar que en la decisión primaria de vivir y dar vida aparece una como santidad primordial, que no se pregunta todavía si es virtud u obligación, si es libertad o necesidad, si es gracia o mérito. No es la santidad reconocida en las canonizaciones, pero bien la aprecia un corazón limpio. No es la santidad de las virtudes heroicas, sino la de una vida realmente heroica. No sabemos si los pobres que claman por vivir son santos intercesores o no, pero mueven el corazón. Pueden ser santos pecadores, si se quiere, pero cumplen insignemente con la vocación primordial de la creación: son obedientes a la llamada de Dios a vivir y dar vida a otros, aun en medio de la catástrofe. Es la santidad del sufrimiento, que tiene una lógica distinta, pero más primaria, que la santidad de la virtud».

 

  • Hablamos de “santidad primordial”. Cuando oímos hablar de santidad el vocablo nos lleva inmediatamente a los santos de los altares. Pero estamos hablando de otra cosa. Hablamos de amor a la vida, de deseo de dicha, de vida con sentido, de entregas humildes pero básicas, de solidaridad en las situaciones de pobreza más elemental. Pensamos que, quizá, hasta el vocablo “santidad”  le va mal. Es algo primario, que brota sin más, como una respuesta natural al dolor ajeno.
  • Por eso el santo que vive y hace vivir no se pregunta si eso es “virtud u obligación”, posiblemente ninguna de las dos cosas; ni “liberta o necesidad…gracia o mérito”. No se hace esas preguntas: vive y ayuda a vivir porque le brota de dentro, como algo natural, si saber de qué fuente. El que sea una santidad tan “inconsciente” no la hace menos hermosa. Se extrañarían si les preguntaran por qué lo hacen. No tendrían respuesta y se quedarían incluso confundidas. Hay que hacerlo porque hay que hacerlo, sin más.
  • Es evidente, y no lo pretende tampoco, que se vea en esta entrega al frágil “la santidad de las canonizaciones”. Ese es otro cauce. No lo hacen por Dios, sino por la persona débil, por ellos mismos que se ven en la debilidad de la persona caída, por la dignidad humana del caído y por la propia. El que lo hagan “sin reflexión”, el que se quede la cosa sin reconocimiento,  no priva de hermosura a su obra. Y, desde luego, “bien la aprecia un corazón limpio”. Porque siempre habrá gente que lo aprecie, aunque no se lo diga, aunque no tenga publicidad ni relevancia. Para quien recibe ese amor humilde, esas personas serán “santas”, siempre estarán en el corazón. Y si no se les aprecia, siguen siendo “santas”.
  • Lógicamente “no es la santidad de las virtudes heroicas”, nunca se hará sobre ellas un Decreto que lo pruebe. Pero encierran “una vida reamente heroica”. No hacen milagros que interrumpen el curso de los acontecimientos, pero sí que obran el gran milagro de que la vida sea un poco más digna y más humana. Por eso, nunca recibirían el calificativo de héroes, no saldrán en la prensa, pero su buen hacer queda en el fondo del tesoro de la vida.
  • Nadie rezará ante ellos, no serán santos “intercesores” pero mueven el corazón humano y desatan la ternura del mismo Dios que reconoce en ellos, más allá de la bruma, a sus hijos queridos. Nadie les pedirá gracias y dones. Pero ellos, por su cuenta, han derramado el don del amor  en el pequeño recipiente del pobre socorrido.   Por eso, aunque ellos quedarían asombrados por ello, son ejemplo de humanidad y de fe, como aquel samaritano compasivo del que habló Jesús con tanto acierto (Lc 10,29-37).
  • Es verdad que son “santos pecadores” porque la limitación acompaña sus vidas y no están libres de pecado (Jn 8.1-7). Quizá ellos son los primeros en reconocerlo porque palpan a diario sus limitaciones. Pero cumplen la vocación básica, la de “crecer y multiplicarse” (Gén 1,28) no solo en número, sino, sobre todo, en bondad. Así, sin pretenderlo, obedecen “a la llamada de Dios a vivir y dar vida” que es la auténtica vocación humana, el cimiento donde se asienta toda otra vocación. Y esto lo hacen “en medio de la catástrofe”, en los escenarios de mayor pobreza, allí donde la vida grita su necesidad.
  • Esta podría ser llamada también “santidad del sufrimiento” porque la respuesta que da al sufrimiento ajeno desvela la enorme talla moral de esa persona. No está opuesta a la santidad de la virtud porque esta se ocupa muchas veces del sufrimiento de los demás. Pero lo suyo no es ahondar en el cielo de lo divino, sino en el abismo de lo humano.

 

  1. 3.     Curso de amor a la vida

 

Para entender un poco más qué queremos decir cuando hablamos de santidad de vivir quizá haya que hacer y aprobar una especie de “Curso de amor a la vida” algo de lo que aún nos resulta difícil hacernos a la idea. Ese Curso podría tener asignaturas como éstas:

  • El cuidado esencial: Aprender a cuidar al necesitado de cuidados, no solamente con actos puntuales, sino con una actitud: mentalidad de cuidador de la vida. Cuidar el mundo que nos rodea es la mejor manera de cuidarnos nosotros mismos, dice FT 17. Dice también el Papa que hemos de ir superando el analfabetismo que arrastramos  en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas (FT 64).
  • El disfrute elemental: Aprender a disfrutar con poco, con lo elemental, con lo diario, con lo compartido, con lo más popular, con la naturaleza cercana, con lo que disfrutan los niños. Dice el Papa Francisco en EG 182: «Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas». 
  • La belleza común: Aprender a amar lo bello, lo limpio, lo bien hecho, las cosas con buen gusto, las palabras amables, la higiene y el orden, el arte popular. Dice el Papa Francisco en EG 167: «Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros».
  • La atención amante: Aprender a escuchar implicándose, interesándose, metiéndose en el asunto. Creer que los problemas de los demás, de alguna manera, me atañen. Mantener viva la sensibilidad por las situaciones de penuria humana, de cerca y de lejos. Es el Papa quien ha acuñado esta expresión de “atención amante” en EG 199: «es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien».
  • La confianza de fondo: Aprender a no negar la confianza cuando ha habido fallo e, incluso, traición. Aprender el arte de mirar el fondo del corazón y no estrellarse en las apariencias. Bien claramente lo dice FT 94: «El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Las acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales».
  • La bondad general: No apearse de la certeza de que la bondad anida en toda la realidad, aunque, a veces, se halle muy oculta. De salida, pensar bien del otro, creer en la posibilidad de que sea alguien bueno. Dice FT 243: «quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones». 
  • La justicia anhelada: Aprender a estar en las “batallas” por la justicia, aunque la aportación sea minúscula. Escuchar con acogida los gritos de los injustamente tratados por la vida. Situarse de salida en el terreno de los afectados por cualquier injusticia. En una expresión un tanto especial, pero vigorosa, dice FT 278: «quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones». 

Algo así tendría que ser ese Curso de Amor a la Vida que nos acerque a la realidad de Jesús, el que entendió la vida desde esos parámetros de novedad tan elemental y tan honda a la vez. No hizo nada de extraordinario (ni siquiera sus pobres milagros, como dice Sobrino). Su valor estaba en la hondura de lo sencillo, en el intento de hacernos ver que esta vida con su “limitada perfección” merece la pena ser vivida y disfrutada, aunque acumule goteras y decepciones. Pero también acumula valores y disfrutes, pequeños logros y caminos hermosos andados. Por estas sendas camina la espiritualidad de la santidad de vivir.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • “Santifícalos en la verdad, tu palabra es verdad” (JN 17,17)

 

La verdad de Jesús no es una doctrina, sino su amor en obras. Esa es la materia de la verdadera santidad: lo hecho a favor del más frágil.

 

  • Razón poética:

 

Bajo el sol

                hay bondad

frente a la luz sólo basta

                abrir los ojos

Limpia las penas

de tu corazón

el sufrimiento

de tu cuerpo

bajo el sol

da gracias

a la hierba

al musgo a la lluvia

da gracias

al placer

a la tierra sobre la que vives

y sobre la que mueres

al primer jardín

a los árboles de música

y a sus follajes de silencio

da gracias

al agua de la acequia

al bálsamo en la sangre

al rocío la floresta

al ciervo vulnerable

bajo el sol

al cielo y a sus siglos

a las nubes del aire

al fuego y al frío

a los vientos a las noches

y a los días y a la luz

a los montes y colinas

a las fuentes los mares y riberas

a la muerte

a los pájaros del cielo

y a la muerte

oscuro corzo herido

da gracias

               bajo el sol

 

Ernesto Kavi 

 

6

LA ILUSIÓN DE SER ALTERNATIVOS

 

Los creyentes somos alternativos en el marco de lo religioso: CREEMOS EN Dios (muchos no creen), rezamos (muchos no rezan), leemos la Palabra (muchos la ignoran), aceptamos el Magisterio de la Iglesia (muchos no cuentan con él), creemos en la vida eterna (muchos no tienen esa creencia), etc. En todo eso somos distintos de una notable parte de la sociedad. Pero en las otras cosas de la vida funcionamos más o menos igual: nuestra visión del dinero (cuanto más se tenga, mejor), nuestra manera de entender la economía (cuanto más produzca algo, mejor), nuestra forma de entender la política (de aliento generalmente conservador), nuestra manera de entender la familia (más que todo en los moldes tradicionales), nuestra percepción de la ecología (algo prescindible, aunque vamos mejorando). Es decir, los grupos cristianos somos, más o menos (si exceptuamos las prácticas religiosas) como todo el mundo. No se percibe nuestra vida como un camino con un componente alternativo.

Sin embargo, cuando se dice que la fe, y la vida religiosa, ha de anunciar “las realidades futuras” se está queriendo decir que, ya desde ahora, nuestros estilos de vida habría de ser otros, alternativos, apoyados y basados en presupuestos distintos, con caminos que no son los comunes. Muchas personas, muchos religiosos/as, no perciben esto como algo interesante; habrá incluso algunos que deliberadamente no quieren ser alternativos de nada y que miren hacia atrás.

Nada que reprochar. Pero la propuesta de Jesús, eso no se puede negar, es una propuesta alternativa: “no sea así entre vosotros” (Lc 22,26-28). Como muchos de nosotros venimos de una fe heredada, no hemos entendido la opción cristiana como un camino alternativo, distinto. Hemos continuado siendo creyentes en los caminos sociales que hemos heredado.

¿Merece la pena trabajar este anhelo, mantener y alimentar esta ilusión? ¿No nos chocamos contra un muro infranqueable? ¿No sería mejor dejar las cosas como están? El camino más improductivo es aquel que no se anda. No se trata de generar frustraciones sino anhelos. Reflexionar, orar, quizá pueda ser un comienzo que abra a un deseo y a un camino.

En lo que está de nuestra parte, quizá de esta clase de ilusiones dependa que la figura y el mensaje de Jesús sigan teniendo atractivo en nuestro mundo. Quizá dependa el que la fe cristiana encuentre un lugar en esta sociedad nueva en la que vivimos. Quizá podamos vivir y hacer ver la novedad de un estilo de vida sencillo y comunitario como cauce de vida y de amor. Por eso, aunque no percibamos muy bien el perfil de una espiritualidad de lo alternativo, merece la pena adentrarse por estos caminos.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra:  Ez 20,32-38

 

«32Ciertamente no ocurrirá lo que os pasa por la mente cuando decís: “Queremos ser como los otros pueblos, como las gentes de los otros países, y adorar al leño y a la piedra”. 33Por mi vida —oráculo del Señor Dios— que yo reinaré sobre vosotros con mano fuerte, con brazo vigoroso y con ira incontenible. 34Os sacaré de entre las naciones con mano fuerte, con brazo vigoroso y con ira desbordada, y os reuniré de entre los países por donde estabais dispersos. 35Os llevaré al desierto de las naciones y allí, cara a cara, entablaré un pleito con vosotros. 36Lo mismo que entablé un pleito con vuestros padres en el desierto de Egipto, así entablaré un nuevo pleito con vosotros —oráculo del Señor Dios—. 37Os haré pasar bajo el cayado, y os someteré al aro de la alianza. 38Pero separaré de entre vosotros a los rebeldes que se sublevan contra mí. Los sacaré del país donde habitan, pero no entrarán en la tierra de Israel. Y comprenderéis que yo soy el Señor». 

 

  • Este oráculo oscuro hace parte de una larga historia de rebeldía que Ezequiel quiere poner delante de los ojos de sus lectores. Está convencido de que Israel ha sido, es y será siempre un pueblo rebelde. Ezequiel cree que es rebelde a Dios; pero quizá lo sea rebelde a él, a sus planteamientos, a su manera de ver la vida.  Si se distanciara un poco de él mismo, quizá vería las cosas de otra manera. Proponer un camino alternativo desde uno mismo es siempre arriesgado; quizá tenga más garantías si se hace desde una perspectiva comunitaria
  • El plan de Israel, desde antiguo (1 Sam 8,5), es “ser como los demás pueblos”, funcionar como funciona todo el mundo, tener los medios y las ambiciones de todo el mundo, ser respetado y temido como todo el mundo, ser considerado y aplaudido como todo el mundo. Dios, por la alianza, lo quería pueblo distinto, pueblo de paz, de perdón, de convivencia, de abrazo universal. Dios quería que Israel fuera lenguaje suyo. Pero Israel quería ser como los otros pueblos. En lugar de ser alternativa de vida distinta, ellos querían funcionar como todo el mundo. No entrevieron la hermosura de la alternatividad y fueron como todo el mundo, sin una oferta que proponer. El desdén por lo alternativo viene de lejos. Jesús renovará la propuesta de alternatividad.
  • Y querían “adorar al leño y a la piedra”, es decir, tener los mismos ídolos, idénticas maneras de ver la vida, postrarse ante el dios de una economía que mata y de una valoración del distinto como enemigo, venerar el individualismo que lleva a la indiferencia. A eso se quiere adorar; ese camino se elige. Y a quien intente derribar esos ídolos se le denominará hereje, réprobo, influencia tóxica. Pero, quien lo vea de otro modo, quien empiece a desear lo alternativo, agradecerá las corrientes sociales que cuestionan y derriban tales ídolos. Agradecerá la profecía, venga de donde venga.
  • Recurre Ezequiel a su técnica de siempre: doblegar en lugar de seducir. “Reinaré sobre vosotros”, queráis que no, “con ira incontenible…con ira desbordada”. Pero a nadie se puede obligar a vivir una fe alternativa: si no se quiere, si no se puede, si se desecha, no hay más que un camino: respeto y seducción. Respeto para esperar el momento cuando llegue, si llega; seducción para desplegar la hermosura del camino alternativo ofrecido desde la propia vivencia sobre todo, pero también desde el anhelo.
  • Según el profeta, Dios sacará y reunificará a su pueblo “y os llevaré al desierto…para entablar un pleito con vosotros”. El desierto es lugar de discernimiento, de reorientación, de tratar de poner las cosas en claro. No hay que temer su “cara a cara”. La alternatividad no brota por arte de magia: es preciso discernir, pensar, valorar, intercambiar. Y quizá con esos trabajos se den pasos sencillos o, al menos, se ablande el corazón para que, en su día, broten tales planes. Por eso no habrá que rehuir los desiertos, la reflexión, la formación, etc. Sin ellas, viviremos en la superficialidad de todo el mundo sin ser significativos y para nada tendremos ganas de hablar de alternatividad.
  • Recuerda Ezequiel el “pleito” del Egipto, pelito perdido porque mira a dónde se ha llegado. Pleito perdido el del Israel exílico. ¿Será también un pleito perdido el de Jesús? Cualquier camino que se pretenda alternativo, se logre o no, puede ser lenguaje válido para que la propuesta de Jesús no solamente no se pierda, sino que prospere. ¿Cómo recuperar la propuesta de Jesús? ¿Cómo hacer que sea ella la que nos interese más que nuestros planes? ¿Cómo abrir un futuro mejor al evangelio? Si esta clase de preguntas nos interesaran poco o nos parecieran teóricas, quizá habría que ir al desierto del discernimiento.
  • La manera que tiene Ezequiel de empujar a la alternatividad, ya lo hemos dicho, es la condena y la obligatoriedad: “el cayado…el aro”. Pasar por el aro, ahí está el quid. Pero la alianza era una cuestión de adhesión, de corazón, y, por lo tanto, hacer pasar por el aro es lo mismo que obligar a amar. Y un amor obligado es una contradicción en sí mismo. El rígido Ezequiel no vislumbra otras posibilidades, a pesar de cosechar un tremendo fracaso. Y, junto a esto, separa las manzanas podridas: “separaré de entre vosotros a los rebeldes”. Sin percatarse de que toda persona lleva dentro un rebelde, un  Caín (1 Jn 3,12), y que, por lo tanto, hay que emplear otro tipo de estrategias. Hay que pensar en una propuesta alternativa a la que puedan tener acceso todos, incluso los “rebeldes”, los lentos, los fríos, los suspicaces. Esos también podrán entrar “en la tierra de Israel”, en el modo nuevo alternativo, de una propuesta hecha para la vida y para la dicha.

 

  1. 2.      Espiritualidad evangélica para generar alternatividad

 

Creemos que los evangelios son una propuesta alternativa. ¿Cómo nos ayudan a ir generando una espiritualidad de alternatividad que nos seduzca:

  • Implicación: en los evangelios se habla muchas veces de “tocar”. Jesús toca (leprosos, sordos, ciegos, muertos, etc.) y es tocado, apretujado incluso (Mc 5,31). Sin tocar no se puede ser seguidor; sin implicación no podrá brotar lo alternativo. Es buena la reflexión, el discernimiento, el compartir fraterno, la oración. Pero, al final, la medida real de un seguimiento alternativo lo da la implicación. No es necesario que se una implicación total; la parcial también vale. Los grados de implicación pueden ser muy diversos. Pero si no hay ni  la una ni la otra, aún falta lo más importante. ¿Cómo movernos, además de conmovernos? Es una pregunta de difícil respuesta. Quizá el ánimo comunitario sea imprescindible. Animarse en comunidad es más factible que animarse en solitario. Por eso decimos que necesitamos comunidades ilusionadas, grupos vivos, colectivos con una mística común. Quizá por ahí.
  • Liberación: la alternatividad tiene que ver con la libertad, el horizonte, el aire nuevo. No se puede vivir esto en ambientes cargados, enrarecidos, tóxicos. Se pierde una cantidad enorme de energía tratando de purificarlos y casi nunca se consigue. Es preciso buscar en otra parte, en la parte de la libertad. La vida cristiana que estaba orientada a la libertad (“para ser libres nos libertó Cristo Jesús”: Gál 5,1) ha generado mucha dependencia y coacción. Sin recuperar la libertad no se puede hablar de alternatividad. Quizá no se percibe lo nuestro, la vida cristiana, la vida religiosa, como alternativa porque no se la percibe libre. Si se la entendiera como posibilidad de liberación habría quien se apuntaría, porque hay muchos que anhelan libertad. Y siempre es posible caminar en dirección a la libertad por muy compacto que se quiera el sistema. La libertad termina por zafarse, en parte al menos, de la la coraza de hierro con la que la quiere aprisionar el sistema.
  • Sentido crítico: porque es difícil cuestionar lo incuestionable, pero de algo de eso se trata. Los sistemas, y los subsistemas (como el religioso), quiere  hacernos creer que sus principios son incuestionables. Pero no es así: únicamente la dignidad es incuestionable. El resto puede ser cuestionado con sensatez, puede cambiar, puede mejorar. Por eso, la alternatividad demanda necesariamente tener activado el sentido crítico, leer la realidad con profundidad, analizar bien lo que pasa y lo que nos pasa. Si abandonamos el sentido crítico crecen los fantasmas por doquier y nuestro imaginario se puebla de monstruos. El alternativo es un místico de ojos abiertos, alguien que lee la realidad teniendo cuidado de caer lo menosposible en el engaño y la falsedad. Jesús ha sido uno de ellos: cuestionó lo incuestionable (las tradiciones, las autoridades, al mismo Moisés) sin eludir las consecuencias.
  • Relaciones con los frágiles: porque la alternatividad apunta a ellos. Ser alternativo con los poderosos es una contradicción, porque el poder nunca es alternativo. De ahí que haya que mirar con quién nos relacionamos. O mejor: las relaciones con los frágiles nos ponen en el disparadero de la alternatividad, de la verdadera conversión. Así ha ocurrido en el caso de Jesús (con las mujeres, con los niños, los extranjeros, los excluidos) y en el de muchos otros (como dijimos en el tema primero). La alternatividad tiene mucho que ver con el estilo de relaciones que uno lleva porque tales relaciones nos indican los caminos vitales, reales, que vamos llevando.

 

  1. 3.      Sencillos caminos de alternatividad

 

No resulta fácil decirlo. Quien más los vive es quien podría hablar de ellos y nunca como imposición sino, más bien, como ánimo:

+ El camino de la casa abierta: donde sea fácil entrar, ser escuchado, y donde lo que se tiene se sepa poner con cierta facilidad al servicio del que llega. Es un camino en la línea contraria a la bunkerización de la vida religiosa o de la propia vida personal.

+ El camino de la mesa compartida: porque sentar a la mesa demanda no solamente la oferta de un plato de comida, sino la gimnasia humana de volverse a la realidad del que comparte la mesa. Es gimnasia cuesta, a veces, pero enriquece y habla de aquel compartir de Jesús que tanto nos fascina.

+ El camino de los acompañamientos gratuitos: porque hay gente que necesita ser acompañados, en su soledad, en su enfermedad, en su necesidad de situarse en una tierra nueva, en la complicada burocracia que atosiga a los sencillos.

+ El camino de los voluntariados ocultos: sin brillo, sin aplauso, sin relevancia social, pero muy útiles en su sencillez. ¿Cómo de fácil sería explicar muchas cosas del comportamiento cristiano a quien tiene dificultades para conectar con lo nuestro?

+ El camino de las instalaciones ofrecidas: porque se tiene aún mucho potencial en nuestras manos. ¿Cómo romper la comodidad que es que me dejen en paz para poner al servicio del lado ciudadano más necesitado nuestras instalaciones? Ese lenguaje lo entiende el ciudadano de hoy; del lenguaje religioso se halla más alejado.

+ El camino de la espiritualidad compartida: no solo religión compartida, sino también espiritualidad: búsqueda espiritual, vivencia igualitaria de la oración con quien ora de  otras maneras; diálogo interreligioso o transrreligioso. Todo un mundo por descubrir.

+ El camino de las estructuras ajustadas: tanto en lo económico como en cualquier otro medio. Mientras las estructuras sean gigantes, hablar de alternatividad es complicado. Las estructuras son transformables; se requiere mística e ilusión por dar con caminos de novedad.

De algo de esto estamos queriendo hablar, aunque estos caminos no sean sino un modesto reflejo de la hermosa espiritualidad de la alternatividad cristiana.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • “No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal” (Jn 17,15).

 

No se trata de estar aparte de la vida, sino de tener otra mística, otros porqués, otra orientación: la que marca Jesús, la entrega al otro.

 

  • Razón poética:

 

Entonces veré el sol con ojos nuevos
y la noche y su aldea reunida;
la garza blanca y sus ocultos huevos,
la piel del río y su secreta vida.

Veré el alma gemela de cada hombre
en la entera verdad de su querencia;
y cada cosa en su primero nombre
y cada nombre en su lograda esencia.

Confluyendo en la paz de Tu mirada,
veré, por fin, la cierta encrucijada
de todos los caminos de la Historia

y el reverso de fiesta de la muerte.
Y saciaré mis ojos en Tu gloria,
para ya siempre más ver, verme y verte.

 

                                   Pedro Casaldáliga

 

7

LA ILUSIÓN DE ENCAJAR BIEN EL DESPOJO

 

            Normalmente no lo encajamos bien. El despojo nos amarga, nos malhumora, no le vemos el sentido. Quizá a posteriori descubrimos en él alguna ventaja. Pero inicialmente nos incomoda. Desde niños nos cuesta que nos digna “no”; y el despojo es un “no” a nuestras pretensiones. Nos priva de los que creemos tener por  derecho y lo hace con una cierta violencia. Por eso nos cuesta mucho verle el lado positivo, si es que lo tiene.

            Pero mucho de nuestra vida está amasado en ese despojo: desde niños hasta el último y mayor de nuestros despojos que es la propia muerte. Hemos de despojarnos, con frecuencia, de personas, lugares, bienes, derechos adquiridos, trabajos, afectos, etc. Todo un camino sembrado de renuncias, de cambios, de modificaciones de nuestro propio itinerario vital.

            Cuando el despojo adquiere unas dimensiones planetarias, como ha ocurrido con la pandemia del Covid,  nos damos cuenta del enorme precio que hay que pagar por él: muertes, soledad, enfermedad, aislamiento, pérdidas económicas gigantescas, más pobreza, brotes de individualismo y racismo, incertidumbre, etc. Muchos se han preguntado por el sentido de todo esto sin encontrar bien el camino. La mayoría lo que quiere es, simplemente, huir de esa situación, olvidarse de ella.

            ¿Cómo llegar a entender que el despojo puede encerrar algo constructivo? ¿Cómo transformar en algo positivo el estremecimiento y el dolor de un cambio obligado? ¿Cómo entender que el despojo puede ser una puerta abierta a la vida? Quizá necesitamos reflexionar “en frío” sobre ello para que, cuando llegue el momento podamos reaccionar de una manera más positiva.

            El Jesús evangélico es despojado, un “sin nido-sin madriguera” (Mt 8,20). ¿Dónde encontró sentido a su desamparo, dónde vio que su despojos era un beneficio para muchos? Quizá en sus noches de oración en el descampado (Mc 1,34-35), en sus tremendos retiros del monte (Mt 17,1-6). Por eso creemos que se puede mantener y alimentar la extraña ilusión de llegar a vivir el despojamiento como puerta abierta al sentido, como camino de revitalización espiritual.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 24,15-24

 

«15Me fue dirigida esta palabra del Señor: 16«Hijo de hombre, voy a arrebatarte repentinamente el encanto de tus ojos; pero tú no entones una lamentación, no hagas duelo, no llores, no derrames lágrimas. 17Suspira en silencio, no hagas ningún rito fúnebre. Ponte el turbante y cálzate las sandalias; no te cubras la barba ni comas el pan del duelo». 18Yo había hablado a la gente por la mañana, y por la tarde murió mi mujer. Al día siguiente hice lo que se me había ordenado. 19Entonces me dijo la gente: —¿Quieres explicarnos qué significa lo que estás haciendo? 20Les respondí: —He recibido esta palabra del Señor: 21«Di a la casa de Israel: Esto dice el Señor Dios: “Voy a profanar mi santuario, el baluarte del que estáis orgullosos, encanto de vuestros ojos, esperanza de vuestra vida. Los hijos e hijas que dejasteis en Jerusalén caerán a espada. 22Entonces haréis lo que yo he hecho: no os cubriréis la barba ni comeréis el pan del duelo; 23seguiréis con el turbante en la cabeza y las sandalias en los pies; no entonaréis una lamentación ni lloraréis; os consumiréis por vuestras culpas y gemiréis unos con otros. 24Ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho. Y, cuando suceda, comprenderéis que yo soy el Señor Dios”».

 

  • El rígido, el estricto, el duro Ezequiel también tenía  corazón. ¿Cómo, si no, va a denominar a su  mujer con esa bella expresión “el encanto de mis ojos”? ¿Cómo no va a tener sensibilidad uno que al ver a su mujer sus ojos brillan de alegría? Pues bien, fue despojado repentinamente de tal encanto. Un avance de su propia muerte, un exilio mayor que el que se le echaba encima, una desorientación hondísima del propio corazón. Desde entonces, para Ezequiel, la vida perderá encanto, o lo que tendrá que reorientar encontrando “encanto” en acompañar a los desterrados.
  • Y un despojo más: “no hagas duelo, no llores, no derrames lágrimas”. Que crean que no te duele cuando resulta que tu corazón está sangrando. Que piensen que eres un marido insensible cuando en tu mirada se ha apagado una luz para siempre. ¿Cómo entender que el despojo tiene un lado profético, iluminador? ¿Cómo percatarse de ese otro lado oculto del despojo que, como la cara oculta de la luna, casi nunca se ve?
  • Que el silencio envuelva tu despojo; no lo proclames, no te lamentes y no hagas “ritos fúnebres”. Que crean que eres un insensible. Vive como si nada hubiera ocurrido, “con turbante y sandalias”, comiendo como siempre, cuando, en realidad, tu estómago está cerrado. No andar voceando el dolor que causa el despojo, no echarlo en cara a nadie, no sembrar quejas que hagan ver la injusticia de la que crees ser objeto. Un modo equilibrado y sensato de vivir algo que se considera una gran incomodidad de vida.
  • Todo fue muy rápido: por la mañana ejerció Ezequiel su actividad de predicador y “por la tarde murió mi mujer”. Se le arrebató el alma en pocas horas; el pozo de los oscuro lo absorbió en momentos. A veces los cambios, el despojo, cae de improviso. Hay que estar preparado para sobrevivir. Quizá en un primer momento surja la rebelión; es en un segundo cuando, tras las reflexión y la Palabra (¿por qué cuenta tan poco?) se pueden tomar las cosas de otra manera.
  • Lo más querido para el Israel orgulloso de su estructura religiosa, el Templo, “encanto de vuestros ojos” para ese sistema teocrático va a ser profanado. Dejará de ser “esperanza de vuestra ida” por lo que la esperanza se disipará como la niebla. ¿Cómo salir a flote cuando se que uno sin esperanza? ¿O es que hay esperanza, sentido, por encima del despojo? ¿Cómo de vana es la esperanza puesta en una coyuntura, tan versátil? Con el despojo muere el orgullo; quizá sea eso lo más duele: el que no se me tenga en cuenta, el que no se me pague lo mucho que he hecho, el que no se me considere por encima de los demás. Todo centrado en el yo; el despojo nos descentra al relativizar el yo.
  • Y además de la ruina de la estructura sacral y política, la despoblación: “vuestros hijos e hijas caerán a espada”. Una despoblación acompañada de violencia; un borrar del mapa al país, un no dejar recuerdo, un percibir que queda poco o casi nada de tu paso por ese lugar. ¿Cómo superar el sentimiento de pérdida, de dejar poca huella, del olvido, de la postergación? ¿Dónde encontrar puntos de apoyo que hagan eso asimilable?
  • E incluso, como el profeta, sin hacer duelo: descubierto el rostro-comiendo como siempre-calzados. Sin el consuelo del duelo, sin que nadie escuche el lamento ni el llanto que pueda provocar el consuelo. Un despojo sin consuelo. ¿Cómo encajarlo con humanidad? ¿Cómo andar llorando por las esquinas, mendigando compasión? ¿Cómo seguir adelante, tras el despojo, sin hundirse, sin culpar a nadie, sin hacerse la víctima?
  • El profeta pone la causa “en vuestras culpas”. Le sale el ramalazo moralista. Pero, a veces, no hay culpables detrás del despojos: son las circunstancias, las búsquedas, los panes nuevos. ¿Cómo vivir el despojo sin andar buscando siempre culpables, manos negras que manipulan por detrás, fobias de tal o cual hermano? Librarse de la búsqueda del culpable es ya un buen paso para vivir el despojo de otra manera.
  • Suena siempre como una amenaza el estribillo “entonces comprenderéis que yo soy el Señor”. Él ha castigado. Pero podría ser leído de otra manera: el Señor te marca una senda nueva, te pide un cambio que puede ser positivo para ti y para otros, te aligera una mochila que es demasiado pesada, te invita a poner el acento en lo que es permanente no en la coyuntura, te hace abandonar leguajes ya repetidos, etc.

 

  1. 2.      Actitudes positivas de fondo para asimilar bien el despojo

 

No resulta fácil en caliente encajar el despojo. Pero puede ayudar algo la reflexión “en frío”.

  • Visión positiva de la vida: porque una visión negativa envuelve todo en amargura y ve fantasmas donde de no los hay. Pero si la visión es positiva, no ingenua (aunque no está mal una cierta dosis de ingenuidad) le resulta más fácil desvelar horizontes nuevos, entrever posibilidades que antes no se tenían en cuenta, intuir caminos desconocidos. Una visión positiva de las cosas no solamente aligera pesares, sino que también ayuda a posicionarse de manera nueva ante los caminos que se abren.
  • Sentido de colaboración: que contrarreste un poco la tendencia a la apropiación que todos tenemos. Si me entiendo como colaborador/a no me apropiaré de obras, trabajos, oficios, puestos, etc., que hacen más difícil el cambio. No viviré ese cambio como un simple despojo sino como una oferta que se me hace. En este sentido el liderazgo a ultranza puede jugarnos una mala pasada, porque, a la larga, es más interesante la ilusión común que el liderazgo brillante que llega a creerse imprescindible.
  • Pluralidad de caminos: a veces nos obcecamos y pensamos que solamente tenemos delante un solo camino, el que andamos, y que toda otra posibilidad se halla cerrada para nosotros. La vida se encarga de demostrarnos mil veces de que esto no es así. Los caminos son plurales. La cuestión está en buscar esos caminos que no aparecen a primera vista. Cuando uno se da a esta tarea, los frutos aparecen casi siempre.
  • Anclarse en la confianza: porque ante lo  nuevo se apodera de nosotros un fuerte sentimiento de desconfianza: pensamos que en ese lugar, en esa precisa tarea, en ese puesto no vamos a encontrar una posibilidad  para nosotros. Pero no es así: hay que afianzarse en el valor de uno mismo y en la más que probable ayuda de los demás. Dejar sitio a la confianza es un estupendo comienzo que contrarresta el estremecimiento de lo nuevo.
  • Itinerancia como estilo de vida: creemos que lo sólido es la estabilidad. Pero, a veces, esa estabilidad es un apagarse de posibilidades y caminos. Saber que somos itinerantes, que lo nuestro es caminar, nos aliviará de la frustración que es no dejar mucha huella y nos hará ver que, como se suele decir, lo decisivo no es tanto la meta cuanto el mismo camino.
  • El ánimo de la Palabra: porque esta puede jugar un papel importante a la hora del cambio. En la zozobra raramente le hacemos un sitio al Mensaje de Jesús. Pero muchas veces se verifica que su luz puede ser decisiva no solamente para suavizar escozores, sino también para sugerir caminos. Él, Jesús, la ha utilizado en los momentos de discernimiento y de cambio (“hablaba [con Moisés y Elías] de su éxodo, que iba a completar en Jerusalén”: Lc 9,31).

 

  1. 3.      Caminos cotidianos de despojo

 

Es en el día a día conde habrá que mantener viva la ilusión de superar la dificultad del despojo para abrirse a nuevas posibilidades:

+ Las posibilidades de los nuevos lugares: que las tienen. Eso habría de animarnos a ser más ágiles para abandonar los lugares ya conocidos y, a veces, agotados. En esos sitios nuevos posiblemente no nos va a faltar ni el techo, ni el alimento, ni el trabajo, ni la comunidad, ni el amparo de Jesús.

+ Las posibilidades de nuevos trabajos: ya que los trabajos repetidos desde años pueden llevar no solamente a una monotonía, sino a un empobrecimiento, cuando no a una apropiación. Trabajar en ocupaciones nuevas enriquece el patrimonio personal y nos mantiene en una positiva agilidad vital. No hay que creer que abandonar trabajos es dejarlos a la intemperie. Otro los hará, aunque quizá de manera diferente.

+ Las posibilidades de nuevas relaciones: las que brotan del empeño por construir una comunidad cada vez más amplia. Ceñirse a un número reducido en nuestras relaciones puede que ayude a ahondar pero, a veces, tiene como contrapartida un indudable empobrecimiento.

+ Las posibilidades que abre el abandono del poder: porque todos sabemos que el poder es altamente corruptible. Por eso es muy saludable abandonarlo de vez en cuando y situarse en el nivel común de la simple colaboración. Muchos sufrimientos provienen de este despojo. Cuanto más se ejercite, cuanto más se alegre uno de ser como todos,  mejor.

+ Las posibilidades de ajustar pertenencias: porque, con el templo, tendemos a acumular cosas que, con frecuencia, no sirven para nada. El despojo de cosas innecesarias e, incluso, de algunas necesarias, el ajustar lo que tenemos a lo que realmente necesitamos, es un saludable ejercicio de despojo que nos vuelve más desprendidos y “ligeros” para una vida asentada más sobre lo que somos que sobre lo que tenemos.

+ Las posibilidades de relativizar costumbre: ya que las costumbres, cuando se consagran, terminan siendo leyes. Los cambios pueden llevar a la persona y al grupo a relativizar las costumbres heredadas y a poner el acento en otra clase de valores. Nos ahorraríamos con ello no pocas desazones.

+ Las posibilidades de apearse de ideologías: no es fácil, pero es posible. La Palabra, la comunidad, la sociedad pueden enseñarnos algo que es cierto: que las ideologías, las maneras de enfocar la vida, los modos de pensar, pueden cambiar, pueden enriquecerse, pueden mejorar. Por eso mismo, aferrarse a una ideología de manera rígida, fanática, es un empobrecimiento de la persona y de la comunidad.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • «Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza». (Mt 8,20).

 

Un Jesús que ha vivido conscientemente en el despojo, libre para Dios y libre para la persona necesitada.

 

  • Razón poética:

 

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

 

  1. Machado

 

8

LA ILUSIÓN DE VIVIR UNA FE ADULTA

 

            Muchas veces se nos ha echado en cara que los cristianos vivimos una fe muy infantil: la fe ciega de quien hace lo que le dicen, la fe del carbonero que no necesita que le den razones de nada, la de los crédulos que comulgan con piedras de molino. Mil expresiones que aluden a una manera bienintencionada pero empobrecida de vivir la fe cristiana.

            Sin embargo, muchos de nosotros podemos decir que el cultivo de nuestra fe persigue, por decirlo de alguna manera,  la meta de poder vivir la fe como adultos, guiados por convicciones, con criterios penosa y largamente madurados. La tarea de ser cristiano adulto es tarea de por vida y a ella nos damos con mayor o menor empeño. A trancas y barrancas vamos consolidando una manera personal de creer, por más que todavía nos falte llegar a criterios personalizados.

            La fe infantil se caracteriza sobre todo no tanto por vivirla en modos superficiales sino en modos “ajenos”. Es decir, se cree siempre lo que dicen otros, con los  criterios de otros, con las normas que elaboran otros, con la autoridad que detentan otros. Una fe adulta es aquella que llega a conformar una convicción personal. Ya no se cree por lo que dicen otros, sino por lo que uno va elaborando. Es verdad que los otros, la comunidad, ayuda a esa elaboración. Pero, el capitán de la fe es la propia persona, sus experiencias y convicciones. Se cree por sí mismo con la ayuda de otros (Jn 4,42).

            Por todo ello, se puede pensar en mantener la ilusión de construir un proceso de fe adulta a lo largo de la vida. Eso hará que no consideremos algunos episodios importantes de nuestra vida cristiana como meta de llegada sino como comienzo de etapas nuevas. Eso ayudará a despejar cansancios, rutinas, caminos repetidos que empobrecen la experiencia cristiana y la relevan a lo marginal de la vida.

            Como luego diremos, Jesús mismo ha tenido que trabajar para construir en su vida una fe adulta que supiera dar respuesta a lo que el Padre le iba marcando (Jn 4,34). Su ánimo nos es muy necesario si de verdad nos interesa creer como adultos que han llegado a saber qué es lo importante y qué lo secundario en el camino cristiano.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 34,1-16

 

«1Me fue dirigida esta palabra del Señor: 2«Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza y diles: “¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar las ovejas? 3Os coméis las partes mejores, os vestís con su lana; matáis las más gordas, pero no apacentáis el rebaño. 4No habéis robustecido a las débiles, ni curado a la enferma, ni vendado a la herida; no habéis recogido a la descarriada, ni buscado a la que se había perdido, sino que con fuerza y violencia las habéis dominado. 5Sin pastor, se dispersaron para ser devoradas por las fieras del campo. 6Se dispersó mi rebaño y anda errante por montes y altos cerros; por todos los rincones del país se dispersó mi rebaño y no hay quien lo siga ni lo busque. 7Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: 8¡por mi vida! —oráculo del Señor Dios—; porque mi rebaño ha sido expuesto al pillaje, y a ser devorado por las fieras del campo por falta de pastor; porque mis pastores no cuidaron mi rebaño, y se apacentaron a sí mismos pero no apacentaron mi rebaño, 9por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: 10Esto dice el Señor Dios: Me voy a enfrentar con los pastores: les reclamaré mi rebaño, dejarán de apacentar el rebaño, y ya no podrán apacentarse a sí mismos. Libraré mi rebaño de sus fauces, para que no les sirva de alimento”». 11Porque esto dice el Señor Dios: «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. 12Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré, sacándolo de los lugares por donde se había dispersado un día de oscuros nubarrones. 13Sacaré a mis ovejas de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las llevaré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en los valles y en todos los poblados del país. 14Las apacentaré en pastos escogidos, tendrán sus majadas en los montes más altos de Israel; se recostarán en pródigas dehesas y pacerán pingües pastos en los montes de Israel». 

 

  • Este es el “oráculo contra los pastores”, contra aquellos que tendrían que haber ayudado la fe del pueblo. Pero  al haberse apropiado de la religión mediante las estructuras creadas por ellos mismos, se han enriquecido chupando la sangre del pueblo y dejándolo exhausto. “Se apacientan a sí mismos” en lugar de apacentar a sus ovejas: les importan sus cargos, su poder, su dinero, su superioridad. Son celosos defensores del estatus religioso que han creado y que les beneficia solo a ellos. No son, por ello, una ayuda para la fe del pueblo, sino un obstáculo casi insalvable. No han cumplido con su deber primordial de ser mediación de vida y eso les desautoriza por mucho que se arroguen el papel de representantes de Dios.
  • Son pastores caníbales, se “matan…se comen” a las más gordas, a las que pueden sacar más jugo. Y luego a las demás. Se apropian de su “lana” de sus convicciones humildes y las dejan a merced de los depredadores que son ellos mismos. Tenían que haber sido generosos con el pueblo y fueron sus esquilmadores. Ladrones de pobres, que es la forma más indignante de robar.
  • Tendría que haber sido instancia de curación pero no han hecho sino crear más heridas, hurgando en ellas. No han gastado ni un céntimo en remedios que mitiguen el dolor. No les ha importado el dolor ajeno del que tendrían que haberse apiadado, con el que tendrían que haberse conmovido. No les ha importado promocionar al pueblo porque así, humillado, era más fácil expoliarlo.
  • Y, por supuesto, no han gastado ningún esfuerzo buscando a los descarriados a quienes han puesto en pérdidas de negocio. Nada han sabido de aquel amor loco que va en busca de del extraviado arriesgando al resto (Lc 15,1-10). Por eso, el pueblo se ha disperdigado por los “altos cerros” quedándose a merced de las fieras, de los sistemas depredadores, de quien piensa solamente en el lucro. Un pueblo disperdigado, sin conciencia de pueblo; ellos tendrían que haber ayudado a mantener esa conciencia que es como una tabla de salvación para los momentos de dureza extrema.
  • Y todo ello “empleando la violencia”, con la dureza propia de quien no tiene mejor argumento para imponerse que la fuerza bruta, que la represión, que la exclusión. Violentos con el frágil porque, quizá, no han podido serlo con los fuertes.
  • Por eso Dios, dice Ezequiel, va a “reclamar el rebaño”, va abolir esas mediaciones religiosas que empobrecen y destruyen el camino creyente del pueblo. En lugar de ser mediación de socorro, son instrumento de explotación. El pueblo “se verá libre de sus fauces” y creará otra comunidad sin mediadores que exploten al frágil. Dios será  el verdadero “cuidador” del pueblo supliendo el fracaso de quienes tenían que haber ayudado a una fe madura y lo que han hecho es llevar a la ruina a la comunidad. Dios mismo irá construyendo en el corazón de cada fiel el creyente nuevo que no volverá a caer en las garras de mediadores que esquilman.
  • El pueblo aprenderá los caminos de una fe madura, comerá los “pastos” de su fe elaborada asentada sobre la certeza del acompañamiento amoroso de Dios. Se habrán acabado los tiempos de los mediadores corruptos y nacerá la comunidad de fe adulta que recibe ayuda de sus hermanos y no explotación que la empobrezca.

 

  1. 2.      Cómo Jesús construyó su fe adulta

 

  • Jesús es creyente para sí mismo: La mayoría de los grandes tratados sobre el Jesús histórico de los que hoy disponemos no dedican un solo apartado a la fe de Jesús. Hablar de aquel a quien se considera Hijo de Dios como de un creyente se ve obvio, superfluo o, mejor incluso, inapropiado. Aplicar a Jesús los trabajos, esfuerzos y dudas del creer no parece lo más adecuado. Sin embargo, dejar de lado este aspecto no es solamente negar de alguna manera el camino humano de Jesús, su ser persona histórica, sino que es despojarle de su más profundo itinerario interior. Así es: Jesús no es solo creyente para otros, sino también creyente para sí mismo; no solamente ofrece el mensaje a otros, sino que él elabora mensaje para su propia necesidad espiritual. Comprender a Jesús como un creyente no  es solo afirmar lo evidente, sino que es asomarse y valorar maravillados los trabajos de fe de quien es revelador de la relación con Dios. 
  • Fe enmarcada en el judaísmo: Aunque parezca una obviedad, hay que tener en cuenta que el Jesús histórico no es cristiano en sus elaboraciones de fe, sino judío. Por lo tanto, su camino creyente está enmarcado en la espiritualidad judía. Jesús amaba su religión; nunca renegó de ella; hubiera sido una impiedad inconcebible. Si la cuestiona en determinados puntos, algunos importantes, no fue porque no la amase sino porque, a su juicio, no funcionaba en los parámetros humanizadores de la espiritualidad de la alianza. Pero su búsqueda espiritual, por muy novedosa que se la quiera, habrá de ser compatible con el fondo mismo de la Ley, quizá no tanto con las formas que es donde se sitúa el litigio con el sistema religioso. Otra cosa es la visión que, posteriormente, nos brindan los evangelios tras la caída de Jerusalén y la época de un judaísmo en diáspora y un cristianismo en expansión. La búsqueda creyente de Jesús, como no podía ser de otro modo, se enmarca en el judaísmo muy anterior a Yamnia vivido con amor y cuestionado con sentido crítico. La novedad espiritual de Jesús tiene que ver sobre todo con la profundidad, con planteamientos de fondo.
  • El tema del mesianismo: Algo con lo que los evangelios han tenido que lidiar es con todo el tema del mesianismo porque quizá el mismo Jesús y su entorno han tenido mucho que ver con él. ¿Cómo entender su búsqueda espiritual desde esa perspectiva? Las respuestas son muchas y puede que sean bastantes las que contengan elementos de verdad. Pero creemos que Jesús ha elaborado su fe en el trabajo por configurar, en su corazón y en sus caminos, un mesianismo pobre. Ahí está el quid: para la tradición mesiánica judía, el mesianismo se resuelve en el poder y la gloria ya que ser mesías desde la pobreza es una contradicción en los términos. Algo de eso pasa con la atribución mesiánica de los títulos cristológicos cristianos: se entiende y se celebra a Jesús como mesías de la humanidad desde el brillo y poder religioso, desde el anhelo de reconocimiento por todos los pueblos de la tierra. Si fuera esto así, ¿cómo Jesús habría logrado unir, en su corazón y en su vida, mesianismo y pobreza? Solo se nos ocurre una respuesta: en su convivencia directa con la pobreza, en su opción por escapar de algo que atosiga tanto, hasta entender que en un Dios de pobres y en el fondo último de las pobrezas anida un sueño inagotable de justicia que da sentido a la utopía de los pobres.
  • La ceretza de que Dios está siempre con él: Además, es un rasgo del trabajo creyente hacer, de mil maneras, la pregunta sobre Dios, lanzar, desde todos los ángulos, preguntas a Dios, cuestiones que casi nunca tienen respuesta. Los trabajos de fe de Jesús han sustituido las preguntas por la certeza, simple pero sosegante, de que Dios hacía camino con él en cualquier vicisitud por la que pasara su vida. O, al menos, así lo ha comprendido la tradición evangélica cuando, a su manera, nos ha querido abrir un poco la puerta del alma de Jesús. Quizá se dé esta situación porque preguntar a Dios de modo directo, y más si se hace exigentemente, puede parecer una impiedad. Pero la tradición veterotestamentaria está llena de preguntas, a veces duras, a Dios. Da la impresión, incluso en la posterioridad de los evangelios, que Jesús acoge a Dios lejos de las preguntas, con la fe de quien ama sin preguntas y sin esperanzas interesadas. Un Dios que se acepta en un amor que se entiende bueno y liberador, todo bien.
  • Un componente de laicidad: Cuando se analizan los trabajos de fe de Jesús, y extrañamente a la realidad social y religiosa de la época, se percibe un estilo de fe que podríamos decir secular, poco religioso. Es verdad que, según los evangelios, Jesús ora, aparece por la sinagoga y el templo, respeta la normativa religiosa y las tradiciones aunque cuestione, a veces, su inhumanidad, etc. Pero no se respira un ambiente religioso, sino más bien laico. No se percibe a Jesús como un recitador de salmos o un inventor de oraciones. Sus experiencias primigenias, como la del bautismo, no son propiamente religiosas, sino de contenidos sociales. Sorprende este componente de laicidad que haría parte de la primera experiencia, aunque luego tomará otros derroteros.
  • Una fe para los excluidos: La fe de Jesús apunta a la verdad de la persona, a lo que es uno realmente ante Dios, no a lo que su vida tiene de representación en el escenario social. Por eso, con su manera de creer, hizo ver a quienes eran tenidos por descreídos que su no-fe era algo de más calidad que la pretendida fe de quien se situaba en el sistema. Su manera de creer abrió una puerta a la supuesta increencia de los excluidos del sistema. Hizo ver que la mística, el amor que anhela, no es patrimonio de la religión, sino que pertenece al tesoro de la vida, por muy herida que esta se halle. Esta increíble novedad abre un camino a los comportamientos del grupo de Jesús en una sociedad como la nuestra.

 

  1. 3.      Caminos para elaborar una fe personal

 

Son muchos de ellos camino que tenemos a la mano y que, en parte al menos, practicamos. Pero conviene seguir ahondando:

+ El camino de la oración redescubierta: ya que, quizá, no basta solo con rezar, sino que haya que trabajar cada día por redescubrir de nuevo el camino de la oración como senda de novedad y así escapar de su peor enemigo, la rutina. Redescubrir quiere decir crear planes nuevos, ahondar en ámbitos orantes de madurez bíblica,  escapar del mero repetir oraciones personalizándolas y actualizándolas. Más que una actividad piadosa, la oración es un trabajo de fe, una actividad en la que se ponen a funcionar los anhelos más hondos de la fe.

+ El camino de la celebración recreada: porque, igualmente, no es solamente cuestión de ir a misa o a la oración litúrgica, sino de vivirla en modos recreados cada día para escapar al ritualismo que amenaza toda celebración. Recrear la celebración supone, además de empelar todos los recursos que nos da la espiritualidad litúrgica, crear pequeños espacios y signos de novedad celebrativa que reorienten a la comunidad que reza cuando esta quede amenazada de ritualismo. A veces un pequeño intento ejerce una función de revulsivo y abre las puertas a la novedad.

+ El camino de la solidaridad comprobada: no de la solidaridad pensada, que no está mal, pero no es suficiente. No vale escudarse en la solidaridad de otros para justificar la propia. La fe se forja no en el campo de las creencias sino, sobre todo, en el de la solidaridad. La respuesta que damos al sufrimiento del otro es lo que, como ocurre en el caso de Jesús, nos hace creyentes. El “anda y haz tú lo mismo” de Lc 10,37 sigue vigente.

+ El camino de la ofrenda a la comunidad: porque se corre el peligro de que en una larga historia de vida comunitaria no se haya pasado a la orilla de la comunidad, sino que se siga viviendo en la orilla de uno mismo. Para pasar a esa otra orilla es necesario hacer ofrenda a la comunidad de lo que uno es y ama. Si esa ofrenda es generosa, la vida espiritual crece en reciedumbre. Si es menguada, la vida espiritual se vuelve raquítica.

+ El camino de la reflexión ahondada: ya que una fe adulta necesita de la reflexión, de la lectura. Leer un libro de teología al año, ahondar en la persona de Jesús leyendo alguna vez una cristología, tener un curso al año al menos de formación espiritual, son caminos que, si se andan, pueden llevar a un enreciamiento de la fe haciéndola más fuerte y personal.

+ El camino de la mirada nueva a la creación: un camino que nos resulta nuevo y que nos va enseñando que el seguimiento de Jesús incluye la espiritualidad ecológica. El creyente adulto de hoy encara con buen ánimo la conversión ecológica. Más aún, de alguna manera va entrando en la contemplación del cosmos ayudado por lo que la ciencia moderna nos pone delante cada día en la prensa. Es un camino complejo pero que demanda y lleva a la madurez.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • “Por la mañana, se levantó muy de madrugada y salió: se marchó a un despoblado y allí se puso a orar” (Mc 1,35).

 

En la oración de noche y en descampado fue aprendiendo Jesús el proceso de su fe.

 

  • Razón poética:

 

Nada hay más admirable que el hombre
empeñado en ejercer su verdad en secreto.
el que acierta en secreto,
el que yerra en secreto,
aquel cuya fe es secreta,
aquel cuyo escepticismo es secreto.
Ahora bien, en ciertas ocasiones
-cuando la libertad peligra-
el auténtico secreto de un hombre
es levantar la voz.

                       

                        R. Argullol

 

 

9

LA ILUSIÓN DE HABLAR DE DIOS

EN MODOS NUEVOS

 

            Hay creyentes a los que nos les preocupa cómo hablar de Dios. Ellos siguen hablando, más o menos, en los modos que aprendieron del catecismo o de la piedad. Eso les basta. Pero, ante la secularidad de la que hacemos parte, hay personas que anhelan hablar y hablarse a sí mismas en maneras más actuales, más sugerentes. Si no se hace este trabajo, dice EG 168, se corre el riesgo de “hablar al vacío”, de manejar expresiones que hoy ya no se entienden, o no conectan con la sensibilidad actual o, directamente, están superadas.

            Hablarse y hablar de Dios en otro lenguaje exige un amor activado a Jesús, un verdadero enamoramiento. Cuando se habla de Dios se percibe si debajo arde la llama del amor. Si es así, la calidez del corazón se transmite por las palabras y ante un amor explícito siempre se muestra la admiración. Pero si se habla de manera sabida, rutinaria, superficial, la desconexión y el desentendimiento están garantizados.

            Habría que encontrar una manera de hablar de la fe que no causara vergüenza, que no fuera tan “increíble” que no dejara una posibilidad de conexión y de diálogo, que no nos situara de salida en un terreno tan peculiar que conllevara el desinterés. No vale con recurrir a la increencia, al ateísmo, de nuestra cultura. Nosotros también tenemos algo que ver (GS 19 dice claramente que una de las causas del ateísmo moderno es la pobreza de la vida de fe de los cristianos). Por eso mismo, no da igual hablar de Dios de una manera o de otra.

            Sabemos que, cuando hablamos de Dios, estamos hablando del misterio y que, por tanto, no se puede pretender hacerlo con la pretensión de la ciencia, con la definición del matemático. Pero sí que se puede hablar del misterio con calor o con desgana, con intención de búsqueda o con cansancio, con ardor creyente o de manera más bien pasota y rutinaria. En  Lc 24,32 se dice que, cuando Jesús explicaba la Escritura, hacía “arder” el corazón de quien le escuchaba. No se puede pretender que arda nada si se habla de Dios, de la fe, de cualquier manera. Por eso habría que evitar el lenguaje histérico del fanático religioso y el lenguaje cansino de quien habla sin convicción personal.

De ahí que se pueda mantener la ilusión por ir encontrando un modo nuevo, actualizado, vibrante, sobre Dios. Este se hallará asentado sobre convicciones profundas, sobre lenguajes vibrantes, con palabras que lleguen al corazón (Gén 50,21; el dardo de la palabra).

 

  1. 1.      Meditación sobre la Palabra: Ez 36,16-23

 

«16Me vino esta palabra del Señor: 17«Hijo de hombre, la casa de Israel profanó con su conducta y sus acciones la tierra en que habitaba. Su conducta era a mis ojos como la impureza de la regla. 18Me enfurecí contra ellos, por la sangre que habían derramado en el país, y por haberlo profanado con sus ídolos. 19Los dispersé por las naciones, y anduvieron dispersos por diversos países. Los he juzgado según su conducta y sus acciones. 20Al llegar a las diversas naciones, profanaron mi santo nombre, ya que de ellos se decía: “Estos son el pueblo del Señor y han debido abandonar su tierra”. 21Así que tuve que defender mi santo nombre, profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde había ido. 22Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. 23Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad». 

 

  • Es parte de un oráculo “a los montes de Israel”, a los que tienen obligación de pensar la fe, a quienes se saben y dicen creyentes, a quienes dicen tener sensibilidad y comportamientos religiosos. Esos tales, en flagrante contradicción con lo que dice, han “profanado con su conducta y sus acciones la tierra en que habitaban”. Porque viene a decir el profeta: tus palabras, tus planteamientos, tu misma oración queda cuestionada cuando la vida va por otro camino. No aspires a un lenguaje a un lenguaje nuevo sobre Dios cuando no trabajas porque tu vida diaria sea nueva cada día.
  • Esa contradicción es tan horrible como “la impureza de la regla”. La expresión anacrónica (la regla no es ninguna impureza, sino mero proceso biológico) y  machista (el hombre Ezequiel que mira con desdén a la mujer que menstrua). El foso entre lo que se dice creer y lo que se vive es enorme. Si no se trata de rellenarlo, el lenguaje sobre Dios se desacredita. Más aún, tal lenguaje es altamente hipócrita. Y hay que percatarse de que la sociedad perdona más fácilmente la debilidad que la hipocresía.
  • En el fondo era una vida violenta e idolátrica. La violencia desacredita lo humano por su inhumanidad. Por eso mismo, hablar de Dios en modos violentos, impositivos, irrespetuosos es una contradicción y una siembra de sal. Y lo mismo: hablar de Dios desde la idolatría, desde el consumo exacerbado, el individualismo autorreferente, desde la indiferencia ante las duras sendas de los pobres, es otra contradicción y un descrédito para el mismo Dios.
  • Estas son las causas de la “dispersión”, de la desorientación, de la pérdida de sentido. Cuando se pretende mantener un lenguaje religioso convencional y, a la  vez, se vive un estilo de vida alejado del evangelio, esa vida cristiana carece de norte, se apaga, se esfuma. Incluso si se trabaja por hacerla relevante, quizá lo llegue a ser. Pero no será significativa, no tendrá luz, no suscitará adhesión, por más que se recree en los grandes números y en los cultos multitudinarios.
  • Esta dispersión, este no saber por dónde tirar, fue la causa de la “profanación del nombre” de Dios: le achacaban a él la dispersión, pero ésta provenía de la formidable contradicción en que vivían la fe. Se achaca a Dios lo que engendramos nosotros. Por eso, un lenguaje sobre Dios que le demanda cuentas cuando nosotros somos, las más de las veces la causa de los desajustes históricos, no puede ser de recibo. No se trata de defender a Dios, porque no necesita nuestra pobre y cuestionable defensa. Se trata de hablar de él contando con nuestras incoherencias, desde nuestra mayor verdad posible.
  • “Tuve que defender mi santo nombre”, le hace decir Ezequiel a Dios. No da igual que se hable de Dios de una manera u otra. Hay que ser más moderado y más humilde para hablar de Dios desde la propia limitación. Hay que abandonar posiciones de fuerza que atribuyen a Dios mis intereses (y pero si son intereses cuestionable). Hay que defender el nombre de Dios no tanto con palabras y desagravios ante los desmanes de quienes maldicen su nombre, sino intentado que no lo hagan por nuestro comportamiento. O intentando que espeten a Dios porque les merezca respeto nuestra vida solidaria, humana y espiritual.
  • De una manera provocadora dice Ezequiel que Dios “no lo hace por nosotros, sino por su santo nombre”. Pero todos sabemos que Dios se gana respeto y amor a través del amor y respeto que tengamos al otro (1 Jn 3,17). El descrédito de Dios lo forjamos nosotros; y también el aprecio. Así es Dios: uno puesto en nuestras manos, para bien y para mal.
  • De una forma u otra, se quiera o no, dice Ezequiel “Dios manifestará su santidad…sabrán que yo soy el Señor”. Pues no, hermano Ezequiel: tendrías que confiar más en tus frágiles compaisanos; tendrías que soplar en las cenizas de su fe por si  hay alguna brasa debajo; tendrías que acompañar sus dudosos caminos morales para tratar de o ayudarles en una mejor orientación. Dios no se impone, sino que se propone. Jesús, el de la oferta cordial, nos lo enseñará mejor que tú. Pero tú mismo hablarás luego de un corazón “de carne”. Hablar de Dios desde el ser carne, desde el simple ámbito de lo humano, quizá sea el mejor sendero.

 

  1. 2.      Hablar de Dios habiéndolo encontrado en el silencio

 

  • La búsqueda de Jesús en el silencio: Con los pocos datos que los evangelios nos suministran tal vez sea un tanto aventurado decir que Jesús ha encontrado a Dios en el silencio; más bien parece que lo haya encontrado en los caminos. Pero las escenas de iluminación como la de Mc 9,2-13 indican que ha sido el silencio el marco buscado por Jesús para tratar de entender el camino al que le empujaba su opción por Dios y su opción por los frágiles sociales. Efectivamente, la transfiguración es una escena de iluminación, de búsqueda de sentido a través de la mediación de la Palabra, del silencio y de la comunidad.
  • Dificultad para encontrar a Dios en el silencio: A la persona religiosa le cuesta entender y vivir la realidad de un Dios en silencio. Por eso, el Dios de la religión, de la teología, de la piedad habla en palabras y revelaciones que damos por cierto que han sido gestadas en el mismo cielo. ¿Cómo se va a revelar Dios si no habla? De ahí que el revelador sea llamado el Verbo, la Palabra. ¿Es Palabra de un Dios que habla o de un Dios que no habla? Es verdad que ha habido corrientes espirituales que han promovido el silencio de Dios, la espiritualidad del apofatismo. Pero ha sido algo minoritario. Lo normal ha sido que Dios hable, que hable mucho y que muchas veces lo que decimos que Dios habla se parece enormemente a lo que nosotros, por nuestros intereses, queremos que diga.
  • Estar ante un Dios en silencio: Habría, para empezar, que renunciar a hablar de Dios con ligereza, atribuyéndole cosas que son nuestras. Habría que pensar que es, tal vez, mejor que Dios no hable para que así se pueda garantizar su verdad, porque si le atribuimos locuciones suyas estamos invadiendo y pretendiendo apropiarnos de su verdad. Estar ante un Dios en silencio no quiere decir que se esté ante un Dios ausente, sino ante ese Otro que, por su peculiaridad, da sentido a la mía.
  • Un Dios que calla: ¿Cómo creer en un Dios que calla ante nuestras carencias, y que, callando, empuja a que seamos nosotros quienes las encaremos? ¿No es una forma de huida de nuestro componente histórico querer buscar palabras de un Dios que dan sentido a lo nuestro? De alguna manera Dios es, ante nuestra limitación, tan limitado como nosotros. Pero en esa limitación es quien nos acompaña y quien nos empuja a afrontarla. ¿No es suficiente un Dios que nos sostiene y anima en nuestras carencias y en nuestros gozos? ¿Tiene que hablar porque de lo contrario ponemos en duda que esté con nosotros.
  • Hundirse en el silencio de Dios: Hundirse en el silencio de Dios es, quizá, la senda para dar con él. Así lo han entendido los grandes místicos y los humildes místicos a pie de calle; ese silencio les ha hecho más buscadores y más anhelantes. El silencio no les ha llevado al abandono, sino al ahondamiento. Quien va captando la realidad y el sentido de los silencios de Jesús no solamente no temerá a un Dios en silencio sino que comprenderá que es mejor que no hable, que esté ahí sin hablar.
  • Lenguajes extraños sobre Dios: Pero también hay que desvelar los lenguajes extraños de Dios, aquellos que no son propiedad del ámbito religioso: el casi olvidado lenguaje de los signos de los tiempos; el lenguaje “milagroso” de cada nuevo amanecer; el lenguaje extraño de los amores incomprensibles; el durísimo lenguaje de un sufrimiento que es el alto precio a la pertenencia de la historia; el lenguaje estremecedor de quienes mueren sin haber recibido su cuota de alegría, de esperanza y de justicia; el estremecedor lenguaje de las lágrimas que nadie recoge; el lenguaje esperanzador de los ojos que se abren a la vida y de los corazones que se abren al amor. Lenguajes vivos en los que Dios habla sin hablar. ¿No fueron muchos de estos lenguajes los que Jesús aprendió por las sendas de Galilea?

 

  1. 3.      Lenguajes nuevos sobre Dios

Precisamente porque son nuevos nos cuesta hablarlos. Pero algo nos va diciendo que ahí hay una posibilidad:

+ El lenguaje nuevo del cosmos: porque la ciencia de hoy abre a una nueva comprensión de la persona dentro del inmenso cosmos, de los universos, y eso obliga a un replanteamiento de nuestras maneras de hablar de Dios y del mismo Jesús. No hay que temer a ese lenguaje que se nos echa encima; puede ayudarnos a entender a Dios como fuente del amor, cimiento de la vida, fuerza transformadora,  hondura que nos cobija.

+ El lenguaje nuevo de los aprendizajes sociales: ya que la sociedad puede ayudarnos mucho a entender y vivir de manera nueva la fe. Nos enseña el camino de la globalización como camino de fraternidad universal; el camino del debilitamiento de las fronteras como senda de abrazo común; el camino de una economía solidaria ahora que tenemos capacidad  de acabar con plagas endémicas como el hambre o la pobreza.

+ El lenguaje nuevo de la mística laica: que no quiere decir que sea atea siempre, sino que ahonda en el subsuelo de la vida para encontrar el empuje que hallan los místicos creyente, aunque lo expresen de manera distinta. Una mística horizontal, de ojos abiertos que no necesita salir de la realidad para toparse con el misterio que habita en el fondo.

+ El lenguaje nuevo de la transrreligión: de los buscadores de la espiritualidad que no necesitan el soporte explícito de la religión para articular su búsqueda. Son, quizá, llos adelantados de una era nueva del Espíritu.

+ El lenguaje nuevo de la corporalidad aceptada: porque casi siempre se ha empleado el lenguaje del cuerpo de manera equívoca, cuando no negativa. Una manera nueva de mirar la hermosa y necesaria realidad del cuerpo hecha de compasión y de amparo es la que va brotando en muchas instancias ciudadanas.

+ El lenguaje nuevo de la razón poética: que muchas veces hemos tratado como mero adorno y la hemos relegado al olvido. Pero decir las cosas bella y profundamente puede ayudarnos mucho a hablar de Dios bella y profundamente.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó” (Lc 15,20).

 

Un Padre, Dios, que no teme hacer el ridículo porque él ama y esa es su razón de su comportamiento desmedido.

 

  • Razón poética:

 

Podría pensarse

que el amor a Dios es una absurdidad

si uno no cree en é.

No obstante, nosotros, los incrédulos

-sobre todo nosotros, los incrédulos-

debemos amar a Dios de vez en cuando,

e incluso con cierta frecuencia,

para no quedar atrapados en el amor a nosotros mismos

ni, tampoco, en el amor a los demás.

Amar lo desconocido, lo distante,

nos cura de la excesiva cercanía de lo humano

y, a menudo, nos procura la salvación.

 

                        R. Argullol

 

 

10

LA ILUSIÓN DE CULTIVAR LA INTERIORIDAD

 

            Es algo que está de moda, sobre todo en el ámbito educativo. Se publican muchos libros y artículos. Cuando ya casi nada se habla sobre el “alma”, se habla más de interioridad. Pero, más allá de los vocablos, son realidades hermanas. Porque la interioridad (y el alma) es lo que está debajo de la piel. Las personas (toda criatura) no es solamente lo externo y sus complicadas manifestaciones. También es lo que no se ve, lo que no se oye, lo que no se toca. Pero es algo que está ahí, que lo sentimos y percibimos en múltiples manifestaciones.

            Todos los especialistas dicen que la interioridad es algo que se cultiva. Por eso hablan de de cultura de la interioridad. Por lo que se ve, es una realidad viva y, como todo lo vivo, si no se cultiva, se empobrece y corre el riesgo de morir. No sabemos concretar muy bien qué es cultivar la interioridad. Pero se puede decir que lo hacemos de muchas maneras porque un interior rico dinamiza el todo de la persona, le da sentido y hace atractivo el horizonte de la vida.

            Suele aplicarse, sobre todo, al ámbito educativo porque la vida de los niños-adolescentes es marco propicio para el cultivo de una interioridad que influirá posteriormente en sus vidas. Pero, en realidad, es tarea de toda la vida porque la interioridad es el latido del corazón que vive y este late en todas las épocas de la existencia. Mantener la ilusión de cultivar la interioridad es algo que puede revitalizarnos enormemente.

            Todo esto tiene también sus peligros que habrá que aprender a sortear. El primero es la banalización, el decir que todo esto son monsergas, que aquí lo que hay que hacer es trabajar y punto. Es ceder a la superficialidad, mirar con anteojos cortos, con mirada miope. Es preciso mirar un poco más allá de la nariz. Y luego, otro peligro: mirarse el ombligo, creer que la interioridad es buscar un nirvana que nos aleje de los vaivenes y sufrimientos de la vida. Un narcótico. Habrá que andar espabilado para no caer en tales redes.

            A quien ama la Palabra le resultará interesante el tema de la interioridad porque la Palabra arraiga de verdad en un interior que la acoge. La tierra donde fructifica la Palabra es la del propio corazón y se riega con ese caudal interior de la “fonte” (que diría san Juan de la Cruz) que mana de dentro.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 36,24-28

 

« 24Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. 25Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; 26y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. 28Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios». 

 

  • Este es, quizá, el más hermoso oráculo de todo el libro de Ezequiel. El profeta, en un alarde de imaginación y de anhelo de acompañar la vida del pueblo exiliado, imagina una verdadera operación de trasplante de corazón (cuando esto era impensable): Dios va a cambiar el corazón del pueblo, porque  ahí, en el interior, no en la normativa, se halla el problema y la solución.
  • Antes hará dos cosas: primeramente, recoger-reunir-llevar al pueblo de vuelta al país. Se intuye, como así fue, el decreto de repatriación dado por Ciro II, rey de Persia, que ya no consideró a Israel y a otros pueblos deportados por Nabucodonosor como un peligro para el imperio. La mayoría no volvió, porque murieron o porque se instalaros en Mesopotamia. Pero volvería un resto que mantendría la conciencia de pueblo que estuvo en peligro de desaparecer. La vuelta sería un signo de que era posible comenzar de nuevo, caminar por otras sendas, las del corazón creyente.
  • Además, Ezequiel no sabe prescindir de esto, habrá una nueva purificación, un poner en cuestión las “idolatrías” que han llevado al pueblo a la ruina (las alianzas políticas que tienen como principio el ansia de poder político). Esto sería más difícil. Al profeta la resulta inimaginable hablar de corazón nuevo en la “impureza” de la fragilidad. Cree que no es posible construir una interioridad en la limitación y el fallo. Pecado y alianza le resultan incompatibles. Está lejos del “amigo de pecadores” que será Jesús (Mc 2,13-17).
  • Y aquí está lo importante: Dios mismo, dice el profeta, arrancará el corazón de piedra y podrá, en un lugar, un corazón de carne. El corazón de piedra, duro e insensible, es la persona vacía de interioridad, refractaria a la bondad, sin capacidad de amparo y abrazo, hiriente para sí  misma y para los demás. Ese interior va ser sustituido por un corazón de carne, sensible al dolor ajeno, capaz de entender las equívocas sendas del amor, ágil para el perdón, amasado en generosidad, capaz de dar y de darse. Esa interioridad nueva es la que entenderá la alianza de amor de Dios con su pueblo. El evangelio cae en tierra árida cuando el interior es duro (Mc 4,1-9).
  • Ese corazón nuevo irá hermanado con un “espíritu nuevo”, un aliento creador nuevo, una inspiración distinta. Otro espíritu para otro interior, otra manera de ir viendo la vida. Y Ezequiel no se puede librar de su mentalidad legal y moral: el espíritu nuevo hará que “caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis mandatos”. No se termina de dar el paso hacia la total novedad, aquella que se ve libre de la normativa, la que la coloca en segundo lugar. Una interioridad nueva es aquella que pone por delante de todo la ley del amor a la que queda supeditada toda norma.
  • Y se renueva la alianza. Y aunque la formulación sea la de siempre (“vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”), en realidad, se dé cuenta Ezequiel o no, es una alianza distinta porque no está basada en el cumplimiento normativo sino en la calidez de un corazón de carne, regalo del mismo Dios. Es la interioridad del corazón sensible, fraterno, respetuoso con toda persona y toda creatura. Un amor que tiene componentes parecidos al amor del Dios generoso, dador de corazones nuevos.

 

  1. 2.      Accesos a la interioridad

 

Son como grandes caminos que  abren a ese misterio del interior de la persona y que posibilitan ir enriqueciendo ese “corazón” que el meollo de lo humano.

 

  • El acceso de la Palabra interiorizada: no solamente escuchada, proclamada, explica, sino interiorizada, llevada al terreno de la propia verdad, confrontada con lo que realmente uno es y vive. Esto puede hacerse en la meditación y oración cuando la Palabra toca el corazón y las actitudes, no solamente la cabeza. Puede hacerse cuando se comparte la Palabra desde la verdad de lo que uno es, no desde decir algo para la galería. Puede interiorizarse cuando se apresta uno un trabajo largo y deseado con el texto bíblico y eso se hace no por obligación, sino por deseo. Mientras la Palabra se quede fuera, el corazón no se enriquecerá, no será “de carne”.
  • El acceso del discernimiento comunitario: algo que nos cuesta porque llegamos a pensar que es una pérdida de tiempo y porque se hace en cuestiones que no nos confrontan realmente con la comunidad, sino que se trabaja cuestiones que, con ser importantes, dejan intacto el interior de la persona. A veces se rehúye de modo explícito ese discernimiento; no se tiene ánimo ni deseo de una confrontación que nos parece difícil y hasta desagradable. Sin embargo, hecho con paz, respeto y acogida, podría ser una muy buen herramienta de interiorización porque lo que se trabaja en tal discernimiento es el corazón personal integrado en el gran corazón de la comunidad. Creer que esto es música celestial sería empobrecer la realidad, lo más nuclear, de la relación común.
  • El acceso del silencio habitado: porque tememos al silencio y nos afanamos en rellenarlo de palabras, de actividades, de televisión, de relaciones superficiales. Pero la llamada al silencio sigue ahí. Hacer silencio es una actividad de cristianos maduros, de personas maduras. La evidencia de que se puede disfrutar de él es la prueba de que el silencio es una ayuda enorme para el enriquecimiento de la interioridad. Quien se abraza al silencio supera muchos vacíos y activa fuertemente su camino interior.
  • El acceso de la atención amante: ya hemos hablado de esta expresión en  el tema 5. La escucha implicativa de las personas y de los acontecimientos desplaza la superficialidad en su comprensión y en su valoración, da importancia a lo que para el otro es importante, asume como algo a tener en cuenta lo que ronda el corazón del hermano. La atención amante nos aleja de la insensibilidad y de la indiferencia ante situaciones ajenas. Es por eso que tal atención enriquece el interior de quien escucha y el de quien hace ofrenda de su propio interior.
  • El acceso de prácticas que se van incorporando a lo cotidiano: ya que se trata de cuestiones que afectan al itinerario de cada día. Esa obra de cambiar el corazón de piedra en el de carne a veces (como ocurrió en el duro exilio babilónico) se realiza en situaciones de mucha convulsión personal y social. Pero, generalmente, es el día a día donde se va conformando la carnalidad del corazón. Por eso es tan importante que se vayan incorporando prácticas (el el punto siguiente indicamos algunas) que vayan marcado nuestros días.

 

  1. 3.      Caminos cotidianos de interioridad

 

Son cosas sencillas; por eso puede que sean menospreciadas. Pero están al alcance de la mano y pueden ayudar a alimentar la ilusión por la interioridad.

+ El paseo contemplativo: porque la contemplación de la naturaleza es contemplación pura y camina en la dirección de la más humanizadora interioridad. Caminar en silencio contemplando el acontecer de la naturaleza abre los poros del alma, pacifica, reorienta y serena.

+ El cultivo de las plantas: porque tocar la tierra es tocar la madre de la que venimos y a la que volvemos, porque somos tierra. El sencillo cultivo de las plantas, en cualquiera de sus modalidades, es un trabajo, una afición, de humilde interioridad.

+ Las actividades creativas: muy beneficiosas para la edad adulta: pintar, escribir poemas (por sencillos que sean), hacer mandalas, copiar textos luminosos, etc., don pequeñas actividades que ayudan a mantener vivo el interior, despiertos a la hermosura de las cosas, contribuyendo a leer la vida en modos más positivos.

+ La belleza contemplada: en las exposiciones de cuadros, de fotografías, de materiales etnográficos, etc. No hace falta ser experto en ello; simplemente basta apreciar lo hermoso en sus modos más elementales.

+ El valor de lo lúdico: porque no somos solamente, ni quizá únicamente, pensamiento, trabajo, eficacia. También somos juego, disfrute compartido del tiempo, caminos andado en gozo y alegría. Todo eso contribuye a la interioridad y se recuerda siempre como un momento de encuentro vital y gozoso.

+ Anotaciones y diarios: que desde siempre han sido espacios de interioridad, marcos propicios para la reflexión personal y modos de valorar los acontecimientos de manera que se rompa la costra de la superficialidad.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: -El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está entre vosotros”. (Lc 17,20).

 

El Reino está dentro. Por eso, habrá que mirar e la dirección de lo interior. Ahí es donde confluye cualquier exterioridad.

 

  • Razón poética

 

 

Salir a la terraza bien temprano

y oírte cantar, tan vivo, en la  luz nueva

-que aún está a medio hacer-.

da mucha confianza en este día,

amigo verdecillo,

y ganas de vivir (y de ser bueno).

 

                        E. Sánchez Rosillo

 

 

11

LA ILUSIÓN DE CREER QUE LAS ESTRUCTURAS PUEDEN CAMBIAR

 

Las estructuras son ese conjunto de normas, de organización, de valores consagrados, de respuestas a los acontecimientos, de inversión de medios económicos y humanos que tienen todas las colectividades para poder funcionar. Con el tiempo (y a veces con apoyos externos, como el de la religión) esas estructuras quedan “consagradas” y, con frecuencia, llevan a su intocabilidad y con ella a la certeza muchas veces predicada de que a las estructuras no hay quien las cambie.

Pero eso no es así: por muy consagradas que esté, por duro que sea el anquilosamiento al que se ha llegado, las estructuras, por la simple razón de que son construcciones humanas, pueden ser modificadas. Nada es intocable en el ámbito de lo humano y en el ámbito de la legalidad. Todo puede ser modificado cuando está en juego el bien de la persona.

Porque el cambio de estructuras depende de nosotros, en parte. Es discutible la idea de que las estructuras son devoradoras de las personas (que, a veces, así lo son). Efectivamente, los comportamientos personales, individuales o comunitarios, pueden influir en la mejora y cambio de las estructuras que nos damos. Y, por supuesto, siempre quedará un margen para la profecía que, aunque parezca que se da de bruces con las estructuras, éstas acusan su golpe y, a veces, la escuchan.

La ilusión por el cambio de estructuras no está negada con el realismo: hay que pretender cambiar lo que en un momento  dado se puede cambiar. Pretender lo que no se puede es darse contra un muro. Y, desde luego, siempre habrá que mantener el respeto a personas y entidades y la certeza de que los cambios piden un modo procesual y que saltarse las partes de ese proceso no llevará a buen puerto. Y en cualquier caso, será necesario mantener la calma lo más posible porque los cambios que provienen de situaciones alteradas no consiguen nada.

¿Revivirán los huesos secos?, se pegunta Ezequiel. ¿Podrán revivir nuestras viejas estructuras? Es la pregunta que nos hacemos hoy.

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 37,1-6

 

«1La mano del Señor se posó sobre mí. El Señor me sacó en espíritu y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. 2Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran muchísimos en el valle y estaban calcinados. 3Me preguntó: «Hijo de hombre: ¿podrán revivir estos huesos?». Yo respondí: «Señor, Dios mío, tú lo sabes». 4Él me dijo: «Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: “¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! 5Esto dice el Señor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis. 6Pondré sobre vosotros los tendones, haré crecer la carne, extenderé sobre ella la piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y comprenderéis que yo soy el Señor”».

 

  • He aquí uno de los pasajes más famosos del libro de Ezequiel (se puede leer hasta el v.14). Impresiona la imaginación descriptiva y la capacidad para llevar a una reflexión existencial sobre el fondo de la vida. El que sea un oráculo bajo “la mano del Señor” está indicando la garantía que tiene: Dios habla por la boca del profeta. Desde ahí se contempla el valle lleno de huesos secos. Los huesos son como la estructura de la persona. Están “calcinados”, sin ninguna esperanza de vida, estructuras anquilosadas, envejecidas, muertas.
  • “¿Podrán revivir?”, esa es la gran pregunta. ¿Tiene sentido intentar que revivan? ¿Merece la pena buscar vida donde aparentemente no hay más que muerte? ¿Vale para algo enfrentarse a quien sostiene que en esos huesos secos hay una vida “legal” imprescindible para el mantenimiento del orden? Muchas personas han llegado a la conclusión de que dureza de las estructuras es impenetrable y han desistid de cualquier cambio en ellas. Viven dentro de tales estructuras pero sin esperanza de cambio o mejora. El mismo dejar la respuesta en manos de Dios (“Tú lo sabes”) puede significar tanto confianza como desesperanza.
  • El pronunciar un oráculo sobre huesos calcinados está indicando que puede “oír”, que tales estructuras no están tan muertas como se pueda llegar a creer, que son capaces de modificar algo el rumbo, que se puede soñar en otro tipo de estructuras más adecuadas, incluso distintas. Las viejas estructuras han llevado a la calcinación, a la muerte sin esperanza. ¿Se acabaron las posibilidades? ¿Habrá que seguir repitiendo siempre ese camino cerrado?
  • No se acabaron las posibilidades: los huesos puede ser recreados, pueden recibir un “espíritu” nuevo, un aliento nuevo que los recree. Es decir: una estructura con espíritu nuevo puede ser creada si los que construyen tal estructura se dejan guiar por  el espíritu de amor de Dios. No echemos la culpa a las estructuras y su rigidez; la pelota está en nuestro tejado porque contamos con el espíritu humanizador de Dios.
  • Dios hará un nuevo proceso: tendones-carne-piel. Habrá posibilidades de un modo nuevo de entender la vida, la fe y los caminos de la comunidad creyente. No será algo como lo de antes para que brote un horizonte de novedad. Entonces se comprenderá, al fin, “que yo soy el Señor”, es decir: que la finalidad de una estructura no es el dominio de la norma sino el logro del amor, Está naciendo en el profeta la certeza de que ya no se puede volver a los viejos planteamientos, de que resulta imprescindible dar con un camino nuevo. Es la problemática que arrostran muchas de nuestras instituciones. Persistir en lo viejo, confirmar tercamente que no hay otro modo de hacer las cosas, quizá sea cerrarse al espíritu vivificador de Dios que está llamando a caminos nuevos.

 

  1. 2.      Estructuras que pueden cambiar

 

Y que, de hecho, han cambiado si echamos la vista a un amplio período de nuestra vida cristiana y de nuestra vida religiosa:

  • La estructura relacional: si miramos cómo era el estilo de nuestras relaciones humanas y fraternas hace 50 años, percibiremos el cambio dado. Nuestras relaciones son mucho más directas, sinceras, igualitarias, cordiales incluso. Los estilos de vida social, democráticos, nos han aportado conciencia de dignidad y de igualdad, lo que ha favorecido mucho la saludable relación fraterna. Ya no existen las viejas estratificaciones ni los antiguos modos, algo arrogantes, de la autoridad. Todo es más llano, más igualitario, más democrático, más evangélico, en fin (“todos vosotros sois hermanos”: Mt 23,8).
  • La estructura económica: la vieja estructura económica de los grupos religiosos era mucho más sencilla que la actual a causa de la bonanza económica del país. Pero no era más evangélica: el apego al dinero, la nula transparencia, la lucha por los bienes (quizá por necesidad), la limosna como medio de vida, etc., están lejos de la creciente transparencia de hoy, de la generosidad oficial en las catástrofes económicas, de las ong que contribuyen al desarrollo, de la participación igualitaria de los bienes comunes, de la posibilidad de control y aun de discrepancia en temas de inversiones, etc. Siempre habrá que mejorar porque el de la economía es un tema muy sensible, pero creemos que hemos mejorado notablemente esta estructura imprescindible de la vida.
  • La estructura espiritual: gracias sobre todo al Vat.II y a la nueva teología, las maneras de pensar lo espiritual (que muchas veces cobra rostro en los documentos), los modos de expresarlo, han mejorado. Ello ha generado en la mayoría de los hermanos/as una mentalidad nueva, un enfoque distinto de los problemas eclesiales y de vida comunitaria. Gozamos de una documentación inmejorable y tenemos muchos medios al alcance para irla incorporando. Quizá haya que sacudirse la pereza que se pega con los años y mantenerse interesado/ por este rico caudal de espiritualidad.
  • La estructura evangelizadora: también debemos mucho de esto al Vat.II que nos ha hecho ver que la evangelización, la misión, hace parte del ser mismo del cristiano, en las Iglesias locales lejanas y en las cercanas. Eso nos ha llevado a entender y vivir nuestras tareas más cotidianas con la mística de la misión dándoles, indudablemente, un impulso. Además, hemos ido aprendiendo que la fe se propone, no se impone, con lo que la oferta evangelizadora, en sus múltiples formas pastorales, se ha visto enriquecida.
  • La estructura ecológica: que aún no es muy fuerte, pero que antes ni existía. No solamente hemos avanzado en prácticas domésticas de comportamiento ecológico (las tres erres: reducir, reutilizar, reciclar), sino también formas de consumo, producción y uso de energías, utilización racional del agua. Esta estructura, aún en ciernes, es prometedora.

 

  1. 3.      Contribución personal al cambio de estructuras

 

Ya hemos dicho que desde lo personal se puede contribuir al cambio de estructuras. Veamos algunas contribuciones:

+ La fe en el diálogo: que es lo mismo que creer en las posibilidades del otro para una mejoría que no y no veo. No abandonar la senda del diálogo que puede llevarnos a algún fin bueno cuando todos los otros caminos parecen cerrarse. Un cambio de estructuras sin diálogo es imposible. El no-diálogo es el que anquilosa las estructuras y las vuelve impositivas.

+ Mentalidad colaboradora: deponiendo ansias de liderazgo, una mentalidad colaboradora es la que puede ablandar la costra que tienden a crear las estructuras. Negar la colaboración por desacuerdo es hacerles el caldo gordo a quienes utilizan las estructuras para su dominio.

+ Siembra a largo plazo: las estructuras se consolidan despacio y, en consecuencia, los cambios habrá de hacerse poco a poco. Son siembra a largo plazo y conviene verse libres de prisas que no llevan más que al nerviosismo y al desencanto, La paciencia histórica  (paciencia+tenacidad) se hace imprescindible.

+ No cansarse de “profetizar”: porque no basta con decir las cosas una sola vez; hay  que insistir con la mayor benignidad posible y con una insistencia fraterna. No se puede pretender que la profecía sea escuchada a la primera. Una profecía insistente es la que se necesita para pretender mejorar estructuras.

+ Sin dejar lugar a la amargura: dado que los rechazos están asegurados, hay que inmunizarse contra ala amargura que lleva al desaliento. Aunque duelan las cosas, aunque se sufra por la lentitud de los procesos, aunque haya desaires, es preciso mantenerse en la oferta y la colaboración con la mayor entereza posible.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • “Había un hombre allí que llevaba treinta y ocho años con su enfermedad” (Jn 5,5).

 

Jesús llega en el límite de la vida cuando parece que toda estructura ha fracasado. Hay aún margen para la novedad.

 

  • Razón poética:

 

Días llenos de gracia, melodiosos,

los que habrán de venir en lo inmediato.

No nos cansamos de pensarlos mucho,

pues suponemos que traerán consigo

cumplimiento de vida,

dicha muy grande, aunque ignoremos cuánta.

 

Hermosos, sobre todo, por inciertos

en su inmenso no ser, que va abreviándose.

 

Días piadosos, únicos

-qué dulce esta ansiedad de la inminencia-,

incluso si al mostrarse son al cabo

mucho mejores que los imagino

y fulgura su estela para siempre

en la quietud de mi agradecimiento.

 

            E. Sánchez Rosillo

 

 

12

LA ILUSIÓN DE CREER EN LOS SUEÑOS

 

            Los sueños están frecuentemente desvalorizados. Son algo tan volátil, tan subjetivo y tan equívoco que pasan por ejemplo de lo inatrapable, de lo gaseoso y, en definitiva, de lo inútil. Sin embargo, los sueños pertenecen a ese conjunto de fuerzas que llamamos dinamismos y que hacen parte del núcleo de lo humano; son el combustible de muchos movimientos del alma y, en consecuencia, de muchos planes de vida. Solo los muertos carecen de sueños. Pero mientras se está vivo, queda más que demostrado que los sueños mueven gran parte de nuestras decisiones y que no hay muro capaz de contenerlos. Privarle a una persona, a una obra, a una propuesta, de sus sueños es robarle el alma.

            Quizá haya que matizar estableciendo la diferencia que entre hay soñar y ensoñar. Soñar es anhelar algo nuevo, deseado, perseguido y poner los medios que se tiene, a veces equívocos e ineficaces, para intentar conseguirlo. Los intentos visibilizan el sueño. Por eso, para distinguir un sueño de una ensoñación hay que mirar a los intentos. Ensoñar, sin embargo, es anhelar algo, acariciarlo, suspirar por ello pero sin mover un dedo, sin intentar dar un paso, sumidos en la mera ensoñación como un narcótico que calma pero que, lo sabemos, nunca producirá ningún fruto. En este segundo caso no hay apuesta, no hay riesgo, no hay convulsión vital.

            Precisamente por la capacidad de movilizar las honduras del alma, los sueños son engendradores de mística. Hace ya tiempo que la espiritualidad dedujo que la mística era un componente de la vida cristiana. Por eso, comenzaron a hablar de “mística de ojos abiertos” o de “místicos horizontales”. El terreno de la mística no sería un no-lugar fuera de la vida, sino que se sitúa en el centro de la vida. El creyente ha de ser místico de la horizontalidad, porque en ella se juega mucho de la vida cristiana. No es que se menosprecie la verticalidad (la oración, la Palabra, los sacramentos), pero la clave de muchas situaciones está en el diálogo, la tolerancia, la conexión social. Es ahí donde habrá que insistir para construir la horizontalidad. No es difícil que, con los años, la vida cristiana vaya perdiendo su sabor, su encanto. Es entonces cuando entran en juego los sueños como activadores de la mística. Esta, sin los sueños, termina apagándose, diluyéndose en el gris sobre gris de la mera organización, del pensamiento oficial.

            Desde aquí puede ser más verosímil entender los evangelios como un libro de sueños, no tanto de ficciones ensoñadas, sino de algo que tiene dentro el dinamismo de los sueños y la apuesta por el logro de los mismos. Esta manera de ver los textos bíblicos sería, para muchos, un empobrecimiento y un absurdo. La doctrina demanda comprensiones del hecho bíblico más sólidas. Y los sueños, ya lo hemos dicho, lindan con la ficción. Pero es lícito preguntarse: ¿qué habría producido más dinamismo en la fe, más adhesión, más amor en definitiva, dar acogida a los sueños de Jesús o estructurar su recuerdo en modos de organización religiosa? No se menosprecia la organización, pero ésta, sin sueños, se vuelve norma rígida, coraza que trata vanamente de aprisionar el vuelo de Espíritu. De ahí el interrogante: ¿es más profundo creer que soñar?

            La fe que se desplaza se apoya cada vez más en una fe soñada y soñadora. Que hayamos llegado adonde estamos nos ha dado pie para pensar en un salto cualitativo. Eso hay que agradecerlo siempre. Pero ¿no es precisamente el terreno de los sueños el que provoca más dinamismo, el que abre las puertas a lo nuevo, el que tiene la capacidad de plantear caminos que nos eran ignorados? ¿No es una fe soñada y soñadora la que alimentó y alimentan las nuevas teologías, la que suscita entregas novedosas aunque no sean publicitadas, la que sostiene el pábilo vacilante de quienes siguen quedándose en la comunidad de Jesús pero no a cualquier precio?

 

  1. 1.      Meditación de la Palabra: Ez 47,1.6-12

 

«1El hombre me hizo volver a la entrada del templo. De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar… 6Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?». Después me condujo por la ribera del torrente. 7Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. 8Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. 9Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente. 10Se instalarán pescadores a la orilla; será un tendedero de redes desde Engadí hasta Engalín. Habrá peces de todas las especies y en gran abundancia, como en el Mar Grande. 11Pero sus marismas y pantanos no serán saneados: quedarán para salinas. 12En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

 

  • Este oráculo hace parte del gran sueño de Ezequiel sobre el futuro de Israel. Es tan evocador que aún siguen leyéndolo los judíos de hoy (a veces en el Parlamento) La derrota exílica era tan grande que consideró preciso poner a funcionar el dinamismo de los sueños para reavivar la conciencia de pueblo. Porque un pueblo, un grupo, una comunidad sin capacidad de soñar es una colectivo con el futuro muy oscuro.
  • Las aguas que salen del templo y bajan hacia el mar Muerto son las aguas lustrales que  han bañado el altar. Son aguas “santas”. En su decurso, las bordea “una gran arboleda”. Empieza el sueño porque estamos hablando de una zona desértica. Pero estas aguas y los árboles de la vereda del arroyo hablan de fecundidad, de vida, de promesa. Por más que las circunstancias puedan ser adversas, los sueños dicen que siempre habrá fecundidad. No hay desierto que pueda con quien sueña.
  • El sueño da un paso de gigante cuando dice que las aguas salobres del mar Muerto “serán saneadas”, algo geográficamente imposible. Pero es que la palabra “imposible” no existe para los sueños. No sabemos cómo sonaban estas expresiones en los oídos y en el corazón de los derrotados del exilio. Pero quizá fueron las que mantuvieron la conciencia de pueblo, de comunidad, en la hora de la derrota. Tal vez habrían desaparecido como pueblo de no ser por estas profecías. Los sueños pueden ayudar a sanear las heridas más negras del alma.
  • Sigue soñando: las aguas lustrales sanean el torrente y “habrá peces en abundancia”, cosa imposible porque lo impide la alta concentración de sal del mar Muerto (por eso es “muerto”). Pero el profeta lo sueña repleto de peces, de vida, tantos “como en el mar Grande”, el Mediterráneo. Para quien sueña, también hay vida en lo yerto, aunque haya que buscarlo en la profundidad. La profecía es una invitación a vivir, a no renegar de una vida que se torna cuesta arriba.
  • Y pinta una amable escena de pesca en las orillas del mar, imposible de situarla en aquella aridez: habrá pescadores arreglando sus redes (como en los cuadros de Sorolla), cosa totalmente improbable. Pero se quiere dibujar la vuelta de la vida apacible, tras los alterados y dramáticos años del exilio. Volverán la paz y el trabajo.
  • Y para culminar la descripción rodeará el mar toda suerte de árboles frutales, de hoja perenne, de frutos continuados (una cosecha al mes), y hasta las hojas de estos árboles milagrosos serán medicinales. La vida en todas sus expresiones.     Es el sueño puesto al servicio de la esperanza.      

 

  1. 2.      Jesús ¿un soñador?

 

  • Jesús, un soñador?: ¿Vieron a Jesús como un soñador aquellos que compartieron su marcante experiencia itinerante? Probablemente no. Más aún, se observa en el NT una cierta desconfianza hacia los sueños. De ahí que hablar de Jesús como soñador es demasiado. Cualquier otro apelativo le iría mejor. Además podría aducirse que el nivel social en el que Jesús pareció moverse no es propicio para muchos sueños. Bastante se tiene con sobrevivir día tras día. Todo ello tiene sentido, pero los desplazados sociales albergan sueños, los que sean, en su dura trayectoria histórica. Otra cosa es que afloren, que alguien los haga aflorar, o no.
  • Hizo soñar a los pobres: No habrá gran dificultad en admitir que Jesús hizo soñar a los pobres con su programa de dicha para ellos y su tenacidad en recordarles su invitación al banquete de la vida. Más aún, les hizo soñar con la certeza de que ellos son los únicos que tienen un sitio de “privilegio” en la sociedad nueva no porque sean mejores que otros, sino porque son pobres. Nunca se termina de responder a la cuestión de por qué los más bajos en la pirámide social seguían a Jesús, al menos en la primera época de la predicación en Galilea. ¿No podría ser una respuesta que la propuesta de Jesús y los sueños de los pobres, humildes, ocultos y casi enterrados, conectaron con ella y volvieron a resurgir? ¿No habrá que volver a la cuestión de la centralidad del pobre como esencial a la hora de recrear el sueño y la propuesta de Jesús?
  • Hizo soñar al mismo Dios: Podríamos decir, si no pareciera exagerado, que, además de a los pobres, Jesús hizo soñar al mismo Dios. Éste, según la Palabra muchas veces reiterada, tiene un sueño: que la historia se plenifique en el amor y, para ello, el signo histórico de las personas  es llegar a la fraternidad igualitaria, a la economía del cuidado, a la lógica del reino opuesta a la lógica neoliberal. Aquí se ancla su sueño de vivir en este mundo como se vivirá en el mundo pleno. Hay que desplazarse del sistema neoliberal hacia un sistema de hermandad, de la economía del lucro que mata  a la de la fraternidad que engendra vida.
  • Más allá del fracaso: No importa que el fracaso de Jesús y de tantos otros empeñados en causa similar se esgrima como razón para el abandono de este hermoso sueño. También puede esgrimirse como semilla de esperanza. Y los sueños sembrados terminan por germinar, aunque sea en tiempos futuros. Por eso, podría ocurrir que el sueño de la sociedad nueva urdido en el alma Jesús haya sido postergado, incluso en ocasiones abandonado. Puede volver a resurgir con fuerza, ya que la semilla se echó en el surco con vocación de futuro. De ahí que la fidelidad a Jesús no se medirá por el vigor de comportamientos religiosos o morales sino, más bien, por la fe en su sueño. El seguidor de Jesús persigue, en el fondo, un sueño.

 

  1. 3.      Soñar lo distinto

 

+ Cuando se deja de soñar: Soñar lo que quiere el sistema es hacerle el juego porque él quiere influir hasta en los sueños. No serán tan inútiles como él mismo pretende, a veces, hacerlo creer. Por eso, los sueños son fuertes cuando sueñan lo distinto, lo que aún no se ve, lo que únicamente se intuye. Soñar lo de siempre es la muerte de los sueños. Cuando los sueños mueren, parte del alma muere. Por eso, la manera de mantener viva el alma no será tanto vivir en gracia cuanto vivir en sueños. Cuando se ha querido matar un ideal se ha dicho al idealista: deja de soñar. Y luego: rebaja el nivel, cede ante el realismo de la vida. La ausencia de sueños termina por limar las aristas, los perfiles de los ideales. Y, al final, sin perfiles, el ideal se asemeja a la pérdida.

+ Valorar la herencia recibida: Soñar lo distinto demanda, en primer lugar, cuestionar lo heredado sin acritud valorando lo que la herencia recibida puede incorporar al sueño distinto. Ya lo hemos indicado: no se trata de hacer borrón y cuenta nueva sin más. Pero tampoco se trata de perpetuar lo recibido como una obligación, como una pesada cadena, como una condena. Cuando uno se incorpora a la comunidad cristiana no entra en un club histórico que pesará siempre sobre él; entra en un proyecto de vida y, por ello, el futuro es la pregunta. Y para ir resolviendo tal pregunta los sueños son una herramienta de primer orden. Hasta el punto de que ser cristiano es, más que pertenecer a una organización religiosa, hacer parte de un sueño colectivo al que Jesús dio la forma misma de su alma.

+ Demanda de riesgo: Para soñar lo distinto se necesita una gran habilidad porque es preciso arriesgarse a caminar en lo equívoco, en el camino sin desbrozar, lo que supone incorporar a la búsqueda creyente el riesgo con todas sus consecuencias. Una trayectoria cristiana que no ha experimentado el riesgo, que no ha olfateado el peligro, que no ha temblado ante el abismo, quizá no sea todavía el camino que brota del fondo del evangelio. Puede ser que la experiencia creyente, ojalá, acumule certezas. Pero somos caminantes y eso incorpora el riesgo al mismo hecho de caminar. Pretender hacerlo sin riesgos es caer en el peligro de quedarse quieto. Más aún, sin ese componente del riesgo, cualquier propuesta de vida deviene anodina.

+ No todo da igual: Para entrar en esta dinámica del sueño que envuelve a la persona es preciso superar el estado de quien termina pensando que todo da igual, que las cosas tienen una trayectoria ajena a la voluntad de uno y que lo que sea sonará. Esta especie de determinismo es demoledora porque mata no solamente el anhelo de los sueños, sino la raíz misma de la belleza. La apatía es la lepra de los sueños, los termina devorando. La fe en los sueños, como la esperanza, ensancha a los seres humanos en lugar de limitarlos.

+ Invitación a los sueños: Habría que entender los evangelios no como un discurso que apuntala el pensamiento oficial, sino como una invitación a los sueños. Leerlos desde esa perspectiva daría un resultado de lectura evocador y hasta revolucionario. La mejor manera de des-domesticar los evangelios sería situarlos en el terreno de los sueños, en ese espacio donde lo que sugiere es lo que propone, dejando luego a la vida que vaya marcando los caminos.

 

  1. 4.      Para orar

 

  • Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final” (Jn 6,39).

 

El sueño de Jesús es el mismo sueño del Padre: que nada se pierda, que todo llegue a plenitud.

 

  • Razón poética:

 

Hay noches en que en mis sueños asoman utopías

y otras combato a laza con molinos sin viento.

Ese es mi territorio, mi hogar y mi destino:

el espacio que ocupa mi lucha por mis sueños.

 

                        J. Reverte

 

Retiro en la Pascua 2021

 

   Retiro en la Pascua de 2021

 

EL TRIUNFO DE LOS PEQUEÑOS 

 

            Hay un librito de Carlos Severri con este título. En él pretende motivar a los niños al juego del ajedrez, haciéndoles ver que también los pequeños pueden ganar partidas a los grandes. Y eso puede hacernos conectar con la espiritualidad de la Pascua: un triunfo de pequeños, de derrotados, de caídos que se levantan.

            La fe ha envuelto la celebración de la Pascua de brillo, de luz, de épica, de triunfo. Consideramos que la Pascua no solamente es un triunfo grande de Jesús, sino que es el triunfo máximo de la vida. Y es cierto. Pero no hay que olvidar su origen: ¿cómo entenderían los primeros seguidores el triunfo de la resurrección? ¿Como algo para ser publicitado a bombo y platillo o como algo hermoso, pero pequeño, que se guarda en el corazón y que saca a la persona de sus derrotas?

            Puede ser la Pascua un tiempo bueno para, uniéndose a Jesús, celebrar los pequeños triunfos de cada día como lenguaje de vida y de esperanza. Quizá en lo pequeño habite mayor verdad que en las celebraciones pomposas. Tal vez la resurrección de Jesús es el lenguaje de vida en lo pequeño, en lo pobre, en lo humilde. No se quiere quitar esplendor a la Pascua, sino situarla en otro marco, más entrañable, más vivo y, tal vez, más real.

            De esta manera puede que la Pascua de este año pase de ser una verdad de fe a convertirse en un sencillo dinamismo de vida. Saber que hay triunfo en lo pequeño es lo que puede hacer que el seguidor de Jesús viva su resurrección como promesa del propio triunfo, más allá de cualquier limitación.

 

  1. 1.      La luz de la poesía

 

La verdad poética nos ayuda a pensar la fe con más hondura:

 

Con frecuencia creemos, oscuridad,

que ocupas todo el espacio

y que nada escapa a tu poder.

Apenas somos capaces de contemplar

la pequeña lumbre que vacila, temblorosa,

en el centro de tu dominio.

Pero, de pronto, algo ocurre en nuestro corazón

y el mundo invierte su destino.

Entonces, oscuridad, te repliegas

hasta los bordes de la existencia

y tu trono es usurpado por la luz.

Expulsado el infierno de nosotros,

el resplandeciente nos otorga su gracia.

Y su sutil, invencible, sonrisa.

 

                        R. Argullol

 

  • La vida nos lleva, a veces, a creer, falsamente, que todo es oscuridad, que no hay espacio para la luz, que lo nuestro está amasado en el sinsentido, que no tenemos salida y que, por ello, no hay esperanza. La derrota de la luz es la más triste de las derrotas.
  • Esa oscuridad es la que impide el gozo de la contemplación de la luz pequeña que habita en lo oscuro, la pequeña llama que tiembla en cada buena acción, en cada palabra amable, en cada gesto de un corazón que se entrega.
  • Pero ocurre que se produce un milagro: la oscuridad se repliega, se encoge y se oculta, deja de oprimir. Y el gozo de la luz surge, pequeño, pero tenaz. Algo de eso es la resurrección de Jesús: la pequeña fuente del gozo que nos dice que nunca se agotará la esperanza y que la alegría será la tierra de quienes aman. Y en esa tierra no habrá infierno porque habrá sido expulsado.
  • La sutil sonrisa de Jesús vivo es el mejor signo de resurrección. Celebrar la resurrección es sentirse bien bajo esa sonrisa que nos habla de amor y de vida en nuestros caminos cotidianos, en nuestros trabajos comunes, en nuestras vidas ciudadanas.

 

  1. 2.      La luz de la Palabra: Lc 10,17-20

 

«Los setenta regresaron muy contentos y le dijeron: - Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre. Él les contestó: - ¡Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un rayo! Yo os he dado la potestad de pisar serpientes y escorpiones y todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá haceros daño. Sin embargo, no sea vuestra alegría que se os someten los espíritus; sea vuestra alegría que vuestros nombres están escritos en el cielo».

 

-          El texto pertenece al tema de la misión. Es la vuelta gozosa que narra el triunfo humilde de los discípulos que han comprobado que el mandato de Jesús de “liberar de los demonios”, de ayudar a que los pobres tengan esperanza, ha funcionado. La esperanza de la libertad se ha despertado en el corazón de los pobres y el demonio de la opresión ha dado un paso atrás.

-          La caída de Satanás es la caída del desaliento, de la pérdida de ilusión, del desconcierto, de la perplejidad. El Satán que bloquea la vida, que la paraliza y la somete, cae al abismo y renace la esperanza. Es posible el pequeño triunfo en la vida de los humildes, triunfo que habla el lenguaje de la posibilidad de tiempos mejores.

-          Nada podrá hacer daño a quien siembra amor, a quien celebra el humilde triunfo de la vida, porque se ha instalado dentro de él la certeza de que el mal no dirá la última palabra. Quien se asocia al triunfo de Jesús se inmuniza contra el desaliento.

-          El triunfo de lo pequeño lleva a la alegría mayor: saber que se es ciudadano del reino, que el gozo es el horizonte al que está destinado lo creado, sea cual sea su trayectoria histórica.

 

  1. 3.      Ahondando

 

  • Contra el sentimiento de derrota: un sentimiento que, con frecuencia, se apodera de las entrañas de la persona. La resurrección, el triunfo de lo pequeño, pone una nota de color y de esperanza en la grisura de nuestros caminos cotidianos y da fuerza para superar ese sentimiento. Incluso nos dice que, más allá de los fracasos, la vida está destinada al éxito y que tal éxito no se nos negará. Si se nos negara, la resurrección habría sido en vano.
  • Celebrar el presente y sus logros: porque no se puede negar que en la vida logramos pequeños éxitos que nos alivian. Celebrar el triunfo sería una inyección de entusiasmo para la vida. Y sería también un acto fe: aquel que cree que el triunfo del resucitado cobra rostro en los pequeños triunfos de cualquiera de los humanos. Eso nos ayudaría a suavizar el, a veces, áspero camino de nuestra vida.
  • La última palabra será de ánimo, no de derrota: si nuestra vida, el cosmos mismo, terminara en derrota, la resurrección habría sido en vano. Este universo al que pertenecemos puede que acabe en un caos de extinción. Pero aun así, ese caos será un grito de triunfo, el triunfo de lo acabado, de lo logrado, de lo expandido hasta sus últimos límites. Esta clase de certezas nos pueden sostener cuando se nubla el horizonte.
  • Renace la esperanza, da un paso atrás la muerte: así reza un himno de Laudes. La resurrección de Jesús es el renacimiento de la esperanza en las pequeñas grietas que deja abiertas la vida. Cada día asistimos a este retroceso de la muerte, hasta que llegue el día sin luto ni llanto, como dice Ap 21,4. Quizá no nos percatemos de ello, envueltos como estamos en muchos dramas en que la muerte es su componente. Pero la utopía de un mundo de vida plena, sea cual sea la forma de lograrlo, es una realidad viva.

 

  1. 4.      Triunfos pascuales

 

Leyendo el diario caminar humano, detectamos una serie de pequeños triunfos que podríamos denominar como “pascuales”, incorporados al triunfo humilde y hermoso del Resucitado:

  • El triunfo de la persistente lucha contra la enfermedad: algo que vemos en esta pandemia. Más allá de planteamientos cuestionables, percibimos el denodado esfuerzo por librar al mundo de una plaga que le aflige. Y, aun contando con intereses discutibles, hay que decir que nunca se había trabajado en modos más colaborativos, más universales, más coordinados. Queda mucha tarea por hacer, pero jamás la humanidad ha tirado la toalla frente a la enfermedad. Su historia es una historia de lucha. Así se construye el triunfo de la resurrección. 
  • El triunfo de la preocupación por el frágil: cosa que existe en nuestra sociedad, aunque todavía quede un largo camino por recorrer. No están secas las entrañas de lo humano cuando nos conmueve la muerte de una pequeña emigrante en el muelle de Arguineguín; no estamos secos cuando los centros de día están bien atendidos, aunque cuesten mucho dinero; no estamos acabados cuando vemos a tantos ancianos del brazo de un cuidador/a; no estamos arruinados cuando se libra una continua batalla contra los abusos sexuales a menores. Queda mucho por hacer, pero se está haciendo ya.
  • El triunfo de la empresa que no despide: ya que en este caos económico en que nos ha sumido la pandemia, muchas empresas están al borde del abismo. Y se empeñan en no despedir, bien sea por vía ertes, o por estirar los recursos hasta el límite. Los empresarios modestos saben que el despido es la puerta que se abre a la exclusión. Por eso, luchan con los pocos medios que tienen en su mano para que esa situación se retrase lo más posible y que, incluso, no llegue a darse.
  • El triunfo de la solidaridad que no admite espera:  porque para muchos es discutible, pero para quien está ahogado, no. Nos referimos a las llamadas “colas del hambre” que aumentan exponencialmente en estos tiempos de pandemia: personas que se han visto echadas a la pobreza y obligadas a pedir para comer. Es una solidaridad, ya lo decimos, discutible desde muchos lados. Pero quien pone algo en esa cesta vacía que se abre ante él, ayuda a triunfar un poco sobre la muerte social.
  • El triunfo de las opciones respetadas: triunfo que nos cuesta mucho, porque se piensa que mi manera de ver las cosas es la manera. Las diferentes opciones en temas de sexualidad, en temas del final de la vida, en temas de bioética, son respetadas por muchos, aunque a uno no le convenzan. Hacer una ofrenda de la propia manera de pensar hacia la forma distinta de ver las cosas del otro es, sin duda, un lenguaje de resurrección. Es un lenguaje para muchos costoso; toda entrega es costosa.
  • Los pequeños triunfos de nuestro día a día: porque sería muy raro que hubiere alguien que logra nunca un pequeño triunfo. Celebrar esos logros es muy saludable y hace que la vida y la fe nos hablen el lenguaje de la esperanza. Conectar esos triunfos humildes con el triunfo del resucitado Jesús les da un horizonte espiritual y un dinamismo que nos empodera y nos hace más inmunes a la derrota.

 

  1. 5.      Itinerario pascual

 

  • 1ª Semana (4-10 de abril): celebrar la lucha contra la enfermedad cumpliendo exquisitamente las normas sanitarias y llevando a la oración las situaciones de enfermedad de personas cercanas.
  • 2ª Semana (11-17 de abril): celebrar el acompañamiento que se da a los mayores visitando con tiempo amplio a alguna persona mayor. Orar por nuestras casas de mayores.
  • 3ª Semana (18-24 de abril): celebrar los esfuerzos de los pequeños empresarios por no despedir. Llevar a la oración a personas que conozcamos que están en erte o en el paro.
  • 4ª Semana (25 de abril-1 de mayo): celebrar que haya sensibilidad para llenar las cestas vacías de quien pasa necesidad. Colaborar de algún modo en esa tarea a la vez que se alza la voz pidiendo justicia para los descartados.
  • 5ª Semana (2-8 de mayo): celebrar que la sociedad respete cada vez más las opciones personales, aunque a mí no me convenzan del todo. Llevar a la oración el nombre de alguna persona que sufra por sus opciones personales.
  • 6ª Semana (9-15 de mayo): celebrar los triunfos personales de cada día. Dar gracias en la oración por algún pequeño triunfo conseguido durante la jornada.
  • 7ª Semana (16-23 de mayo: semana de agradecimiento por la resurrección de Jesús y por todos los rostros de resurrección que aparecen en nuestro entorno.

 

Conclusión

 

            Puede parecer muy modesta y despojada de brillo esta manera de celebrar el triunfo humilde y hermoso de la resurrección de Jesús. Pero se encierra en él un dinamismo, un aliento, que nos puede ser muy útil. Más aún: si esto se vive en comunidad, las posibilidades de celebrar gozosa y aprovechadamente la Pascua se potencian. Que se nos dé el don de la sonrisa del resucitado.                         

 

Retiro de Cuaresma 2021

 

  Cuaresma 2021

 

 

AMAR EL SUEÑO ROTO DE LA VIDA

La Cuaresma, conversión al gusto por la vida

 

            Quizá sea mucho decir que en este último año la vida se nos ha roto. No, la vida sigue terca, tenaz, luchadora a la vez que nuestro planeta continúa dando vueltas. La vida sigue pero reconocemos con facilidad que, además de complicada, se ha vuelto sosa, fría, triste. Las pequeñas alegrías que la sostenían (encuentros, abrazos, fiestas, movilidad, etc.) se han venido abajo en razón del control de la pandemia, sin conseguirlo. A ello se añade la pesadilla de no saber hasta cuándo vamos a tener que estar en semejante situación. De tal manera que se está tambaleando la certeza de que vivir así merezca la pena. Hay quien dice: “volveremos a lo de antes”. Y otros dicen: “volveremos a otra cosa”. Nadie lo sabe. Mientras tanto, el día a día está delante nosotros.

            Ante una situación así hay quien se deja llevar por la desesperanza, ensombrece su alma y vive con disgusto desde que se levanta por la mañana. Pero también hay quien sigue tratando de mirar con agradecimiento lo que hay y vive con un gozo comedido abierto siempre a lo nuevo que, así lo cree, habita en lo frágil. No sueña tanto con lo distinto, sino con mirar de otra manera lo que se tiene. El filósofo Séneca decía: “El buen piloto, aun con la vela rota y desarmado y todo, repara las reliquias de su nave para seguir su ruta”. Pues de eso se trata, de seguir viviendo en una situación distinta y no fácil, y de seguir viviendo agradecidos.

            Por eso hablamos de mantener vivo el gusto por la vida. Si, por la razón que sea, se pierde ese gusto, todo se vuelve gris, sin relieve, rutinario, soso. Si, por el contrario, se gusta lo que se tiene, se agradece lo que se recibe, se contempla lo que la vida nos da en la oferta de cada día, elaboraremos de otro modo las dificultades y la pesadumbre no entrará tan fácilmente en nuestra casa.

            De manera que quizá podamos decir que la conversión cuaresmal puede entenderse como convertirse cada día al gusto por la vida, no perderlo, aumentarlo si es posible, contagiar amor por estos caminos nuestros tan pobres pero que, además de no tener otros, encierran dentro una belleza escondida. Es una sabiduría y un arte saber gustar esa belleza humilde. Quizá el tiempo de Cuaresma de este año nos pueda ayudar a ello con lo que nuestro caminar diario tendrá otro color. Si aprendemos a vivir con gusto la vida, viviremos también con más gusto la fe.

 

  1. 1.     La luz de la poesía

 

Tiene el gran poeta Francisco Brines un poema que puede parecer algo desesperanzado, pero que, bien leído, infunde ánimo.

 

La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.

 

  • La vida nos rodea: podemos despreciarla, minusvalorarla, renegar de ella. Pero, fielmente, la vida está ahí, dándonos lo mejor y mezclándose al precio pesado de su logro. Las dos cosas juntas. Nos rodea más como quien abraza que como quien ahoga. Rodeados de vida, mezclados a ella.
  • Yo aún soy la vida: ya que no podemos mirarla como una extranjera, como si no fuésemos parte de ella, familia de ella. La vida nos ha hecho suyos, por más que digamos barbaridades de ella.
  • Un amor fatigado: porque es muy cierto que los ojos envejecen la mirada y que el amor llega a cansarse. Pero eso no hace perder esplendor a la vida. Quizá lo oculta, lo vela, lo cubre de niebla, pero su brillo sigue ahí, por encima de oscuridades pasajeras.
  • Mientras se agota el corazón: porque merece la pena que se agote en los hermosos trabajos de amar un mundo fiel, aunque perecedero. Que el estar destinado a perecer no le quita la hermosura. Al contrario, por su fragilidad resulta más hermoso.
  • Amar el sueño roto de la vida: este es el hermoso desafío: amar la limitada perfección de una vida con fragilidad, con fallos, con penas, pero brillante en su sencillez, gozosa en sus alegrías pequeñas, amable en sus caricias leves.
  • No maldecir el engaño de lo eterno: porque no es un engaño deliberado, sino el fruto de un anhelo, de un sueño, de un horizonte al que, quizá, no se llega nunca. Y tal vez lo que no pudo ser de la manera en que lo habíamos soñado, lo pueda ser en otra manera que ignoramos.
  • El mundo pudo ser una bella verdad: y tal vez lo sea. No en la manera en la que queremos, sino en la que es y procede de la fuente de la vida. ¿Se puede creer en el valor de esta vida con esta clase de certezas tan inciertas? Es necesaria la fe en la vida.

 

  1. 2.     El espejo de la Palabra: 7,36-50

 

«Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”. Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Di, Maestro”, respondió él. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”. Simón contestó: “Pienso que aquel a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco demuestra poco amor”. Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”. Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”».

 

  • Suele entenderse este texto como un relato de perdón; pocas veces como una vida rota que se rehace. Sin embargo, hay muchas marcas que nos llevan a ello: la primera es que la mujer, al ser pecadora pública, es una mujer estigmatizada, destrozada socialmente, sin posibilidad de recomponerse. La sociedad la ha destrozado, no hay manera de rehacer aquello. Al ser acogida por Jesús se demuestra que siempre hay posibilidad de rehacer los ámbitos rotos de la vida. 
  • Por otra parte es una mujer reducida al silencio. Ni habla, ni se le deja hablar. Por ello utiliza el lenguaje de los gestos. Jesús entiende ese lenguaje y “habla” con ella, viniéndole a decir que su dignidad está intacta. No puede “hablar” con Simón y sus invitados porque para ellos, aquella mujer no es sujeto de dignidad.
  • Además, un amor acogido y perdonado es un amor que rehace a la persona. La mujer queda en una situación de novedad. Así lo entienden los fariseos y quieren neutralizar ese punto, porque la persona rehecha habla a favor de quien la rehace, Jesús. Rehacer a la persona es un beneficio para todos os que aman y una amenaza para quien entiende la vida desde el rechazo al otro.
  • Es la mujer misma quien, sobre todo, rehace su vida. No es únicamente el perdón de Jesús, sino la decisión de la mujer de ir, perfumar, besar. Ella es la principal gestora de su rehacerse. No rehacen sobre todo los demás, sino uno mismo con sus decisiones, por sencillas que sean.
  • Dice el texto que la fe ha salvado a la mujer. No se refiere a la fe en Jesús, sino en un Dios que está del lado de la persona frágil y que empuja todo dinamismo que apunte a reconstruir los caminos frágiles y desarbolados de la historia. La mujer rota, sale reconstruida del encuentro de Jesús, más entera, más amada.

 

  1. 3.     Profundización

 

a)     Un paraíso al final: el imaginario religioso nos ha hecho creer que el paraíso estaba al principio y que se perdió. Pero, en realidad, el paraíso está al final y hay que ganarlo. O sea: el empeño por construir la vida a partir de lo que hay, por humilde que sea, es connatural al ser humano. Esto habría de hacernos fuertes, resistentes, tenaces, vacunados contra el desaliento.

b)     Nacemos con responsabilidad original: no solo con bendición original (nunca con pecado), sino con responsabilidad de unos para con otros. Lo que quiere decir que la vida toda, frágil, hemos de repararla entre todos y de unos a favor de otros. Dejar el trabajo de amar la frágil vida al albur de una persona sola es hacerla más frágil, exponerla aún más a la ruptura. La colaboración facilita la reconstrucción de la vida.

c)     Retrocesos y avances: hay épocas, como esta en la que estamos ahora, donde parece que todo se desmorona. Otras veces, creemos que avanzamos con las velas desplegadas. Es que en la construcción del camino humano hay avances y retrocesos. Lo interesante es que no nos creamos los reyes del mambo cuando se avanza y tampoco nos creamos unos desgraciados cuando toca retroceder.

d)     En nuestra limitación anida una fuerza: porque en el fondo de lo frágil está el anhelo de una vida más hermosa. Por eso, verse frágil no ha de llevarnos a la mera desesperanza. Hay posibilidades ocultas en lo más hondo de nuestro ser. Lo interesante es sacar a flote tales recursos.

 

  1. 4.     Un decálogo

 

Con la intención de concretar un poco, vamos a proponer una especie de decálogo para amar el sueño de la vida, aunque a veces parezca que se rompe. Nos inspiramos para ello en la espiritualidad de la Fratelli tutti:

 

1)     Creerás firmemente en la inalienable dignidad humana: la vida se desmorona, se deshace, si se apea uno de la conciencia de la dignidad. Habrá que preguntarse si la fragilidad de la vida, si la pérdida de sentido viene porque no hemos construido todavía una espiritualidad de la dignidad humana en los comportamientos diarios. Creer que esto es teoría lleva a un empobrecimiento. Creyendo de verdad en la dignidad, los golpes que da la vida se encajan con mayor humanidad y hasta pueden ser trampolín para experiencias humanas enriquecedoras.

2)     Tendrás como certeza firme que los humanos somos familia: porque la vida se rompe cuando se rompe el sentido de familia humana o cuando es muy débil. Sabernos familia tendría que llevar a vivir la vida con más gozo. Saber que el otro es de tu familia y que puede obrar contigo con un amor familiar es un bálsamo para las heridas de la vida y una orientación para no caer en el desaliento.

3)     Colaborarás decididamente en una cultura del encuentro: ya que muchas de las amarguras de la vida provienen del desencuentro en el que vivimos nuestras relaciones humanas. Si tendemos al encuentro, si hambreamos la cercanía del corazón, si tenemos fe en el diálogo con los demás, nuestros caminos humanos se mantendrán más fuertes y las rupturas de la vida se alejarán de nosotros.

4)     Te alejarás del neoliberalismo que utiliza a la persona para su beneficio: porque el neoliberalismo está dentro de nosotros cuando utilizamos a las personas únicamente para nuestro beneficio, cuando valoramos a los demás solo por el interés, por las ganancias que nos aportan. El egoísmo que nos invade a veces es el mayor destructor del sentido de la vida. No nos quejemos de que estamos pasando una mala racha sin hacernos una pregunta sobre nuestro egoísmo. Quizá sea el mayor destructor de sentido, la peor siembra de desaliento.

5)     Huirás del pensamiento único que confunde valor y precio: ya que valoramos a las cosas por su alto precio y por ello nos parece que merecen la pena. Pero las cosas con mucho valor (la amistad, la solidaridad, el gozo, el amor, etc.) no tienen precio pero nos son imprescindibles. Si queremos que la vida tenga sentido, hay que valorar cada vez más lo que no tiene precio, incluso lo gratuito. Ahí está el secreto del disfrute y del sentido.

6)     Revisarás tus actitudes políticas para ver si criticas sin colaborar: porque es muy fácil criticar las actuaciones de los gobernantes y acusarlos de todo con amargura. Pero hay que mirar el nivel de colaboración ciudadana en el que me muevo. Hay que ver si vivo von interés lo bueno de nuestra comunidad social y si colaboro decididamente en algo, aunque sea en pequeñas cosas. No colaborar y criticar es algo que no se tiene en pie.

7)     Reafirmarás cada día tu compromiso con la paz y la no violencia activa: porque en el disgusto de nuestra vida hay mucha violencia en palabras, en sentimientos en odios poco controlados. Uno de los frutos de la violencia es el empobrecimiento de sentido y la desaparición del gusto por la vida. ¿Cómo vamos a disfrutar de la vida, por pobre que sea, manteniendo dentro un corazón violento? ¿Cómo vamos a llegar a una sociedad pacificada si no nos movemos de nuestro sillón y no hacemos nada para que adelante el día de la paz?

8)     Creerás que la amabilidad es herramienta buena para reconstruir los caminos rotos: porque parece que la amabilidad es un valor de poca incidencia en la vida. Pero la amabilidad es la puerta que abre al gozo y a la convivencia satisfactoria. Querer vivir la vida en épocas difíciles de manera hosca, desabrida y áspera es un imposible.

9)     Intentarás ir creciendo en el amor social: porque el amor social es una variante muy importante del amor. No se trata solamente de estar en una sociedad, en una ciudad, en un colectivo. Se trata de amar esos ámbitos, de creer que han de ser objeto de amor y que, por ello, he de comportarme con ellos como uno que los ama. Al fin y al cabo, las situaciones sociales difíciles provienen, en parte, de una carencia de amor social.

10)Creerás en el Jesús del Evangelio que reconstruye vidas por el amor: creer en Jesús no es, sobre todo, dar adhesión a un conjunto de verdades religiosas. Es ante todo dar adhesión a un Jesús que se comporta de una determinada manera: él, como el Padre, reconstruye vidas con el amor. Es un reconstructor de vidas, un reparador de fragilidades. Por eso sus seguidores/as se empeñan en lo mismo y saben que cuando se ama, se está cerca de Jesús. Y cuando no se ama, andamos por sendas lejanas a él.

 

Conclusión:

 

            No estamos bien en estos tiempos; no es fácil vivir en este no saber muy bien cuándo saldremos de aquí. Pero la fe habría de llevarnos a vivir con ánimo, a seguir colaborando, a continuar creyendo en el regalo de la vida, a seguir viviendo con gozo el día a día que nos toca. La Cuaresma de este año podría ayudarnos a convertirnos al gusto por la vida si es que se nos ha debilitado o lo hemos perdido. Al fin y al cabo, vivir la resurrección de Jesús sin gusto por la vida es una contradicción, ya que la resurrección es la explosión de la vida entre nosotros.

 

Itinerario cuaresmal:

 

  1. Semana del 21 al 27 de febrero: Leer con gusto: dedicar un rato a la lectura reflexiva y subrayada de, al menos, un capítulo de la Fratelli tutti.
  2. Semana del 28 de febrero al 6 de marzo: Orar con gusto: disfrutar de la oración litúrgica y de la oración personal. Poner en pie, si no se tiene, un “rincón de oración” en el propio cuarto.
  3. Semana del 7 de marzo al 13 de marzo: Colaborar con gusto: creer que el lenguaje de la colaboración es lenguaje de gozo. Hacer algo que no esté obligado a hacer.
  4. Semana del 14 al 20 de marzo: Ser ciudadano/a con gusto: informarme, participar en un acto ciudadano contando con las restricciones sociales. Si no se puede físicamente, hacerlo telemáticamente.
  5. Semana del 21 al 27 de marzo: Disfrutar de la naturaleza con gusto: porque la naturaleza nos conecta con la vida que se expande. Vivir la Pascua como tiempo de vida gozosa, por encima de limitaciones.

 

Ejercicios 2020

“COMO SELLO SOBRE TU CORAZÓN”

(Cant 8,6)

Hacia una experiencia cordial de la vida cristiana 

 

         La vida cristiana ofrece ejemplos de vida relacional hermosos. Muchos creyentes han entendido que la vida cristiana se construye en la buena relación y en el gozo. Su talante es amable y bienhumorado. Pero no podemos sustraernos a la evidencia de que la vivencia de la fe resulta, con frecuencia, demasiado “seca”, poco cordial, escasamente jugosa. Achacamos eso al modo como se nos ha enseñado la religión cristiana: asentada sobre el temor y el pecado. Pero quizá se deba a que hay una carencia en la cordialidad como valor social y religioso. Esta cordialidad, como todos los valores humanos, también se construye.

         Si esto fuera así, ¿por qué no dedicar una semana de retiro a la valoración de la hermosura de los caminos relacionales cultivados, de la cordialidad experimentada, de la belleza sencilla del convivir bien? ¿Por qué no trabajar, desde la reflexión y la oración, el tema de la cordialidad? ¿No nos podrá ayudar algo insistir sobre cuestiones a asentar mejor nuestra vida cristiana? ¿No contribuiría esto a evitar el llegar a edades altas con una carga de amargura relacional que, a veces, nos resulta difícil de sobrellevar?

         Para muchos, y no sin razón, la Palabra de Dios no es ejemplo de cordialidad, sino más bien lo contrario, Palabra de una cierta “aspereza”. Queremos recurrir a un texto que todos admiramos pero que, raramente, hacemos objeto de nuestra reflexión bíblica: el Cantar de los Cantares. Hay libros bíblicos con los que el cristiano tiene una deuda que casi nunca salda. Quizá el Cantar sea uno de tales libros. A todos nos gusta su lírica, con alguna frecuencia se lo lee en la liturgia, pero raramente lo tomamos como tema continuado de reflexión. ¿Y si lo utilizáramos como trampolín para el pensamiento sobre la cordialidad de la vida cristiana? ¿No podría ayudarnos un texto tan vibrante en materia de relación y de amor? ¿O, por eso mismo, habríamos de desecharlo para siempre? Esta semana de retiro podría ser un momento bueno para volcarse a tal libro del AT, al menos en algunos de sus pasajes.

         Por otra parte, este cuaderno de reflexión es deudor de un librito de L.Boff, Derechos del corazón. Una inteligencia cordial (Trotta, Madrid 2015). Él nos ayudará a profundizar para encontrar más sentido a la hora de valorar los caminos del corazón. Podemos aprender de los “veteranos” que han recorrido caminos a veces complicados, pero no se han apeado ni de la vida ni del amor. Uno de los tales es L. Boff.

         “Como sello sobre tu corazón” canta el más hermoso de los Cantares. Un corazón marcado, sellado, por el amor, por la certeza de que los caminos de las relacionalidad son los caminos verdaderos, no los caminos del sistema, de la costumbre, de lo avalado por la norma. Para arriesgarse a andar esos caminos, a veces extraños y paradójicos, pero siempre llenos de vida. Para animarse a construir el difícil y cautivador edificio de la relación, más que cualquiera de los grandes edificios modernos con los que nos sorprenden los arquitectos estrella. Para mantener jugosas unas entrañas capaces de concebir vida, ilusión, horizontes, sueños y no sucumbir a la tentación de un corazón insensible, acorchado. Estas serían las intenciones de la presente oferta de reflexión en una semana de retiro.

 

1. El amor que mueve el cielo y las estrellas

 

         Esta frase es de Dante (Divina Comedia, Paraíso 33). Es preciso caer en la cuenta de la potencia del amor, de la buena relación. Un formidable dinamismo que utilizado en la dirección de lo humano es fecundísimo. Moverse por amor, por relación saludable, más que por ideas, normas o costumbres. Ahí existe un filón siempre a la mano.

         ¿Es la vida cristiana una opción religiosa (y a veces ni eso, sino una costumbre) o es una opción de amor? ¿Es lo mismo? ¿Son realidades compatibles? ¿Acierta quien cumple la normativa religiosa, pero es seco en la relación? ¿Tiene sentido ser “buen cristiano/a” sin saber de amor? ¿Decae, muere el anhelo de amar a la vez que decae el vigor físico, la fuerza de la juventud, la reciedumbre de la madurez? ¿No debería ser el creyente adulto alguien experimentado en cuestiones de amor? Preguntas interesantes para ponerlas sobre la mesa de la reflexión y de la oración.

 

a)  Cant 8,5b-7

 

«5bDesperté tus deseos bajo el manzano,

donde tu madre te dio a luz,

donde con tanto dolor te trajo al mundo.

6Ponme como un sello sobre tu corazón,

como un sello sobre tu brazo.

Pues el amor es tan fuerte como la muerte,

y sus celos, tan duraderos como la tumba.

El amor destella como el fuego

con la llama más intensa.

7Las muchas aguas no pueden apagar el amor,

ni los ríos pueden ahogarlo.

Si un hombre tratara de comprar amor

con toda su fortuna,

su oferta sería totalmente rechazada». 

 

  • Despertar los deseos: Porque los deseos, los dinamismos, los anhelos, los sueños, duermen o dormitan, enmohecen, se atontan. La buena relación, el amor que vive, necesita estar despierto, hay que despertarlo si se adormece. No son necesarias grandes sacudidas, fuertes convulsiones. Los detalles cotidianos impregnados de buen deseo, de buen amor, son capaces de impedir que el amor se adormezca. Los modos “normales” no son siempre lo mejor; las “locuras” de amor son preferibles, por complicadas que sean, incluso cuestionables a veces. 
  • Como un sello: Como algo que marca, como cosa que se ve, como recuerdo constante.  Sellados por el amor, de tal manera que, cuando la cosa flaquea, el sello nos anime, nos recuerde, nos aliente. El sello, un signo pequeño que recuerda la orientación de fondo. Una sonrisa, un detalle, una palabra amable, un mirar a los ojos, un gesto de amabilidad. La poca cosa del sello que habla de lo mucho que hay detrás. Vida de relación con sellos que hablan. 
  • Un amor fuerte: Fuerte para reconocer su potencia; fuerte para encajar su debilidad. Fuerte para acoger su empuje; fuerte para no estar siempre llorando su pérdida. Fuerte para saber caminar a su sombra; fuerte para entender que muchas veces hay que caminar fuera de su amparo; fuerte para no quebrarse a la primera; fuerte para encajar con paz sus límites; fuerte ante su puerta abierta; fuerte cuando se cierra la puerta y nos quedamos “a la puerta cubierto de rocío”; fuerte para reír, fuerte para encajar llantos sin estar llorando siempre. 
  • Los destellos del amor: Que no son destellos para deslumbrar sino para cautivar, para seducir en el buen sentido de la palabra. Destellos hechos de sencillez, no de vanidad; destellos con verdad, no mero escaparate y apariencia; destellos que brillan con la luz oscura de lo humilde, no con el brillo cegador de quien quiere imponerse; destellos sin publicidad, en el silencio humilde y hermoso de quien se relaciona bien “como si nada”. 
  • Inapagable: Inapagable en el anhelo, en el deseo, en el sueño, en el trabajo por alimentar ese “fueguito” que decía Galeano. No inapagable como un volcán, como un horno. Inapagable aunque se apague, aunque languidezca, aunque tiemble su llama. Inapagable, tenaz, rescoldo siempre dispuesto a ser activado, aunque los síntomas no lo demuestren. Inapagable en sus apagamientos.  
  • Amor sin precio: Poner precio a la buena relación, demandar favores a cambio de ella, estar esperando siempre alguna ganancia, es algo que sonroja, es la corrupción del amor, llevar a la buena relación a callejones sin salida. Admitir la dinámica del sistema (te aprecio mientras te uso) como la única real es sucumbir al desamor, hacerle el juego a quien quiere estructurar la existencia al margen de la buena relación, en la lejanía de los misterios hermosos del corazón de la persona. 

 

b)  Reflexión 

 

  • Conectar con el otro: Hay conexiones con el otro para sobrevivir. Muchas de nuestras conexiones son de supervivencia, de no dejarse avasallar, de llegar vivos a la noche, de luchar por la estima y la valoración. Pero hay conexiones de relaciones gratuitas, espontáneas, que a veces ni se sabe de dónde proceden. Estas son el móvil de las más hermosas acciones humanas. Conectar al otro por gratuidad, sin ganancias premeditadas, sin luchas ni codazos, por elemental benignidad. 
  • Convertirse en otro: La buena relación se orienta hacia el otro porque el otro permite surgir el ethos que ama. El otro es el que me permite amar. Por eso somos “necesarios” para Dios mismo, para que nos ame. El amor necesita permiso del otro. Un amor sin ese permiso es un amor impuesto, una contradicción. Jesús orientó su vida a los otros; ellos le “permitieron” amarles. Les estuvo siempre agradecidos; por eso no los desechó ni aunque fueran un estorbo, como lo fueron a veces sus propios discípulos. Dios se convierte en otro para nosotros en Jesús. Por eso podemos amarle. 
  • El otro es importante: El amor, buena relación, vuelve al otro importante, hace salir afuera la dignidad que lleva dentro. Por eso amar es dar vida de nuevo a quien la necesita (¿y quién no?), a quien languidece, a quien renquea, a quien tropieza. El amor da fuerza y razón para existir, para levantarse cada mañana y no ceder a la grisura de los días, para poner un poco de color o, mejor, para reconocer el color de lo humilde, el brillo que está oculto en el matorral. 

 

c)    Derivaciones

 

  • ¿Tiramos la toalla?: Algo que se hace no con una declaración formal de intenciones sino en el cansancio y la rutina de cada día. Se llega a la convicción de que este estilo de vida, el de la vida cristiana, no puede pretender más que lo que da. Y que una vida jugosa y en buena relación es algo que le sobrepasa. Por eso nos instalamos en la mecánica religiosa. Nos parece que con respetarnos, es suficiente. Y no es poco. Pero quitar el anhelo de la buena relación, del amor, del horizonte creyente es, a priori, un acto de empobrecimiento. Por eso, tirar la toalla habría de ser lo último, incluso lo que nunca habría que hacer. Si se trabaja, los días ofrecen posibilidades, a veces muy pequeñas, de construir el camino de la buena relación. Algo asequible y al alcance de la mano. Si se trabaja. 
  • Opción de amor: Al derecho no le suena esto a nada. Pero ¿qué es la vida cristiana sin esa opción? Y ¿cómo habría de hacerse una opción de amor en la vida cristiana? Primero, en la certeza de que es posible vivir en buena relación; segundo, en la certeza del valor hermoso del otro, quienquiera que sea; tercero, en el salir decidido al camino del otro como camino propio; cuarto, en la bonhomía y el buen humor de quien cree en el gozo del buen amor; quinto, en la seguridad de que lo de Jesús va un poco por ahí; sexto, en la resistencia al canto sistémico de que esto lleva a la ruina; séptimo, en la conciencia de que hemos venido a la vida para ampararnos; octavo, en la generosidad de quien sabe que toda aportación al gozo de la vida es importante; noveno, leyendo la realidad con benignidad crítica; decimo, aprobando el curso de amor a la vida y aprendiendo técnicas de disfrute sencillo. 
  • Medida real: La buena relación es la medida real del vigor de nuestra vida cristiana. No lo es tanto el funcionamiento del andamiaje administrativo, la gestión y su eficacia, las tradiciones seguidas y cumplidas, sino la vibración del corazón ante la vida del hermano, la facilidad para urdir planes comunes, la agilidad para saltar del propio camino al camino del otro, la habilidad para compartir lo que late dentro. Estos son los puntos a medir. 
  • Aún se te llama: No nos conviene pintar las cosas de excesivo color no sea que provoquen el efecto contrario: creer que ya no se me llama a esta empresa. Muchas respuestas negativas encierran el anhelo de que no todo debería estar perdido. Hay mil voces, mil situaciones, mil pequeños atisbos que indican que la llamada a la dicha sigue vigente en todo tipo de estructura relacional. “Si hoy escuchas su voz…”. 

 

d)  Texto evangélico de meditación: Mt 5,45

 

«Vuestro Padre del cielo hace salir su sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos».

 

Dios lo supedita todo al amor. No hace distinciones a la hora de mover los astros o los elementos de la naturaleza. Ello indica que su amor es el que lo ordena todo. Una vida orientada en todo desde el amor.

 

e)   Un poema

 

Arcaico corazón

 

Tú, que eres como una casa

hecha de arcilla:

Pequeña, frágil,

de cuatro habitaciones;

 

Tú, que llenas de fantasmas,

y que te asustas,

y que lloras,

cuando llega la noche;

 

Tú, que en la oscuridad

te haces pedazos

como una hucha

arrojada contra el suelo;

 

Tú, arcaico corazón,

mira por la ventana,

mira hacia ese bosque

que ya reverdece.

 

Tú, que una vez caído

gritas palabras

en una lengua

que yo no comprendo,

 

Tú, arcaico corazón,

entra en ese bosque:

surgió de la arcilla,

como tú. 

                                B. Atxaga

 

 

2. Rumbo al propio corazón 

 

         Entendida como propuesta de buena relación, propuesta de amor,  la vida cristiana demanda salir al camino del corazón del otro, romper la coraza atosigante del yo. Pero también pide poner rumbo al propio corazón. ¿Cómo íbamos a poder entrar a los umbrales del corazón ajeno si no hemos puesto rumbo al nuestro? ¿Corremos el peligro de pasar muchos años en la vida sin haber llamado a esas puertas que son tan íntimamente nuestras?

         Esto demanda una actitud de ahondamiento, de recuperación de la dimensión de profundidad, de apuntar al subsuelo, a eso que hay debajo de la piel. Ir en la dirección de lo profundo quizá pida cambiar de rumbo en muchas cosas. Hay que estar dispuesto a dar un golpe de timón o, al menos, a ir variando paulatinamente el rumbo de lo superficial empobrecido para orientarlo a lo profundo lleno de “tesoros”. No entiende lo que es el corazón humana si nada siempre en las aguas superficiales.

 

a) Cant 3,2

 

«2Así que me dije: «Me levantaré y recorreré la ciudad,

y buscaré por todas las calles y las plazas.

Buscaré a mi amado». 

 

  • Me levantaré: Es preciso animarse a hacer el camino del propio corazón, a levantarse con buen temple, superando cualquier cansancio y rutina. Es duro, a veces, comprobar que dentro hay un corazón cansado. Pero es preciso sobreponerse a esa languidez. Es preciso tener el coraje de aprestarse a bajar al sótano del propio corazón, donde, a veces, hace frío y hay luz escasa. Pero ahí está el cimiento de lo que somos, el Caín oculto y el Samaritano sensible. Quien baja a ese sótano puede comprender mejor los recovecos de cualquier otro corazón, sus retrasos, sus contradicciones, sus saltos de júbilo. Solamente el experto en el propio corazón puede ser amparo para otro corazón. 
  • Recorreré la ciudad: Porque el corazón tiene su casa en la ciudad, en el lugar de los seres humanos, en parajes habitados por otros. La soledad no es el mejor lugar para el encuentro de corazones, de no ser para coger impulso. Es en la ciudad y sus lugares comunes, en la dignidad común, donde los corazones encuentran su contexto. De ahí que buscar en la dirección del corazón quiere decir buscar en la dirección de la ciudad, de los lugares que son de todos, en los marcos comunes, no en el elitismo exquisito. Es preciso ver cómo late el corazón de lo común, de lo ciudadano, de lo comunitario. 
  • Buscaré por las calles y plazas: Por las sendas de los humanos, por los lugares de tránsito y de descanso, por los sitios donde haya posibilidad de encuentros. El encuentro con el propio corazón se aprende en el encuentro con los otros corazones. Por eso hay que frecuentar calles y plazas, salir de uno mismo para ir más adentro de uno mismo; ir más adentro de uno mismo para volver a la calle y la plaza donde habita el otro, escapar de la enfermedad del yo. Movimiento de idea y vuelta, verdadero latir de los corazones y sus búsquedas. 

 

b) Reflexión

 

  • Un viaje a través de los sentimientos: La evolución del camino humano muestra que la estructura elemental de lo humano no es la razón (esto vendría después), sino las pasiones, las experiencias seminales, los sentimientos. Esto ha sido antes, y esto es lo que sigue moviéndonos en gran parte, más que las ideologías. Solo tardíamente entra a funcionar el cerebro del homo sapiens. De ahí que, para entendernos bien, hayamos de hacer el inevitable viaje por el terreno, resbaladizo, de los sentimientos, al homo sentiens (la persona que siente). Saber de los sentimientos es saber de la verdad del otro y de la propia. 
  • Despegarse del cerebro: Nuestra formación, nuestro imaginario, nuestra cultura es excesivamente cerebral. Eso nos ha hecho poco sensibles al sufrimiento humano y al de los demás seres de la tierra. Lo que, como dice el papa Francisco, da como resultado la autorreferencialidad, la globalización de la indiferencia y la insensibilidad radical. Si se quiere hacer el camino del corazón habrá que tener a raya lo meramente cerebral y dar más cancha, sin temor ni vergüenza, al mundo de los sentimientos. 
  • El rescate del corazón: No se llega al fondo del corazón sin pasar por el afecto y el amor. Por eso, ante el corazón del hermano, ante su verdad más verdadera, la senda correcta es el afecto, el amor, la buena relación, el disfrute común, la mirada agradecida al interior del otro. Eso es lo que puede darnos una experiencia de totalidad, más allá de lo fragmentario que nos despista tanto (este o aquel fallo). 
  • La estructura del deseo: El deseo es un dinamismo que pone en marcha toda la vida psíquica. Toda persona tiene deseos (solo los muertos no los tienen). Educar el deseo es orientarlo a la verdad del corazón, no a la acumulación de cosas que nos dejan siempre anhelantes, que no nos sacia. Los místicos dicen que el deseo se sacia en Dios. Pero hay que dar a esa búsqueda de saciedad un contenido antropológico: más allá de la evidente limitación humana, la suma de los corazones, su entreveramiento, la mezcla de los fondos de las personas, el amor en definitiva, puede ser, contando con cualquier limitación, un modo de saciar el anhelo del deseo. Y si eso se da, la vida cristiana podrá ser satisfactoria. Y si no, siempre habrá un cierto poso de decepción o amargura y nos refugiaremos en los ritos, en las costumbres, en las devociones. 

 

c) Derivaciones

 

  • No temer mirar adentro: La huida de la profundidad nos lleva a no mirar adentro porque, a veces, no nos gusta lo que vemos. Pero ahí, en ese sótano, está nuestra verdad, lo bueno y lo no tanto. No ponerse nerviosos. No temer mirar a ese interior. Ser benignos con él. Saber llevarlo de la manera más equilibrada posible. Poder mostrarlo sin querer justificar y, mucho menos, sin pretender que otro lo bendiga, aunque anhelemos comprensión. Y si se da la comprensión, la acogida, el amparo, para tal fondo, estamos tocando la verdadera fraternidad. 
  • Reconciliación con los extraños caminos: Porque los caminos humanos son extraños, a veces, se sepa o no. En realidad, dado que nos llevamos el canto de un duro, no son tan radicalmente extraños. Muchos los andan. Reconciliación no quiere decir justificación moral. Más aún, una tal reconciliación llevará a un replanteamiento de lo moral, si es que el derrotero es inmoral. Pero hay que mirar lo del fondo, la fuente de la que brota tal derrotero. Porque si brotara del amor, con todas sus limitaciones, habría modo de incorporarlo al caudal del amor, al ámbito de la relación fraterna, aunque haya que emplear fórmulas algo inusuales. 
  • Una riqueza para otros y para uno mismo: Eso son los trabajos de profundidad. La superficialidad empobrece a la persona y a la comunidad. La profundidad, en cualquiera de sus formas (oración, diálogo, lectura, reflexión, meditación ante la naturaleza, etc.) nos enriquece. Una vida cristiana profunda (no decimos éticamente inmaculada) tiene mejor horizonte y mejor futuro fraterno que otra superficial. Todos los recursos que se usen para generar fraternidad (formación, diálogo, compartir, escucha común, gozo común, etc.) son recursos “benditos”. 
  • Escuela del deseo: Eso podría ser la vida cristiana: una escuela para orientar bien el formidable mecanismo del deseo, para orientarlo no a la autosatisfación, a la acumulación o al egoísmo, sino al corazón, al disfrute común, al gozo compartido, al camino andado en compañía. Los trabajos de la vida cristiana habrían de responder a esta necesidad de educar el deseo, no solamente a ser meras herramientas para dar salida al impulso religioso. 

 

d): Texto evangélico de meditación: Lc 6,45

 

«El que es bueno, de la bondad que almacena en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal: porque lo que rebosa del corazón lo habla la boca».

 

El corazón es la fuente de lo que uno es. Hay que mirar en esa dirección, dice Jesús para discernir comportamientos que son evangélicos y aquellos otros que no lo son tanto. Desde ahí nuestra vida podrá “rebosar” bondad.

 

e) Un poema 

 

Los pasos lejanos

 

Mi padre duerme.

Su semblante augusto

figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.
 

Hay soledad en el hogar; se reza;

y no hay noticias de los hijos hoy.

Mi padre se despierta, ausculta

la huida a Egipto, el restañante adiós.  

Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Y mi madre pasea allá en los huertos,
 

saboreando un sabor ya sin sabor.

Está ahora tan suave,

tan ala, tan salida, tan amor.
Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
 

Por ellos va mi corazón a pie.                                         

 

C. Vallejo

 

3. Un nudo de relaciones

 

         Algunos definen la vida cristiana, de un modo gráfico, como un “hacer nudos” con otros. Efectivamente, la vida cristiana es una vida en nudo de relaciones, un tapiz urdido a base de pequeños nudos que se van haciendo a lo largo de la vida. Por eso es tan importante la cordialidad, porque es la cuerda con la que elaboran los nudos que tejen el tapiz de la vida común, de la vida relacionada. Sin cordialidad no hay cuerda para los nudos, la vida se disuelve, desaparece y ser pierde.

Es verdad aquello del poemilla de A. Machado: “Poned atención/un corazón solitario/no es un corazón”. Si la vida cristiana es una suma de corazones solitarios, quizá no hemos dado aún con el verdadero quid de nuestra opción de fe. Si no necesitamos de los demás para creer, si yo personalmente me las arreglo con Dios sin necesidad de los hermanos/as, no hemos dado con la fe relacionada que Jesús propone en su Evangelio. Generar cordialidad en común es el cimiento antropológico sobre el que se puede pensar en construir el edificio de lo cristiano. Sin tal cimiento, la vida cristiana corre el riesgo de ser algo ficticio, inventado, sin carne.

a)  Cant 5,9 

 

«9¿Por qué es tu amante mejor que todos los demás,

    oh mujer de singular belleza?

¿Qué hace que tu amante sea tan especial

    para que te hagamos esa promesa?» 

 

  • ¿Mejor que los demás?: La atracción amorosa se alimenta de la diferencia (supuesta) del amado. Pero el amor relacional, de salida, considera a toda persona susceptible de ser amada por ella misma. El amor relacional no se asienta sobre diferencias, ni funciona en la dinámica filias-fobias.  Nadie es mejor que otro para establecer una buena relación, aunque, por carácter y por otras notas, sea inicialmente más fácil el acceso a unos que a otros. Funcionar con el “mejor que los demás” es siempre reduccionista y peligroso para la buena relación humana y cristiana. 
  • Tan especial: Lo mismo decimos de esos modos “especiales” con los que la relación amorosa adorna a quien se ama (aunque luego se ve que nadie es tan especial). Una buena relación con quien no tiene nada de especial, con quien es normal, como todo el mundo, es la que tiene por delante la vida cristiana. Si hubiera que formar una comunidad de gente especial para tener ahí una buena relación, tendríamos que suprimir la mayor parte de las comunidades humanas y cristianas. 
  • Promesas de singularidad: No habría que hacer promesas de singularidad en base a las cualidades excepcionales de un grupo cristiano. Los caminos de la buena relación comunitaria son normales, cotidianos, poco relevantes. Fundamentar la buena relación en la relevancia de las personas o las tareas puede ser un error. A la larga, esas notas relevantes caen por tierra ante la evidencia de lo que en realidad uno es. Por eso no conviene hacerlas cimiento del entramado comunitario. 

 

b)  Reflexión

 

  • Relaciones totales: El ser humano es un complejo relacional. Su nudo de relaciones va en todas las direcciones: hacia abajo, hacia adentro, por dentro, por fuera. Somos un complejo relacional. Todas esas direcciones nos son necesarias. Somos una apertura ilimitada hacia nosotros mismos, hacia el mundo, hacia el otro, hacia la totalidad. De ahí la insatisfacción y la búsqueda, la falta de plenitud y el sueño de lo pleno. De ahí, también, el gozo de la variedad, la alegría de la pluralidad, la riqueza de lo diverso. 
  • Relaciones sociales: Buena parte de la construcción de lo humano se realiza en las relaciones sociales, en la conjunción de esfuerzo, en la colaboración en los proyectos comunes. La multidireccionalidad de la relación encuentra un marco estupendo en las relaciones sociales. Una persona sola no sería capaz de elaborar el complejo tejido de las relaciones. Para construir nudos relacionales se necesita de los otros. 
  • Cuatro patas: Las cuatro “patas” de una relación saludable son: la participación (actores del proceso de relación), la igualdad y la equidad (base de los derechos personales y sociales), la diferencia (respeto y acogida), la comunión (la espiritualidad). Estos son los elementos que nos educan para ir entretejiendo nudos relacionales que nos den equilibrio en la vida comunitaria. 
  • Relaciones con la tierra: Todos los seres son portadores de derechos. Por eso mismo resulta imprescindible entablar con ellos unas relaciones saludables, hacer también con ellos los nudos que nos hacen fraternos. Por alejado que nos parezca, la fraternidad cósmica puede ser un buen elemento para la espiritualidad de la creación de nudos relacionales. En todas estas dimensiones, el ser humano se realiza en la historia y en la vida concreta, en la vida fraterna, en un proceso que nunca se detiene.

 

c)    Derivaciones

 

  • Dispuestos para la relación: Es buena y necesaria una predisposición para la relación, para el tejer nudos. Fomentar esa buena disposición es saludable. Apoyar y sostener actitudes de aislamiento, de individualismo consagrado, de comportamientos anquilosados que no hablan ya el lenguaje de lo común no nos favorece nada. Una puerta abierta a la demanda de relación, así habría de ser la puerta de nuestra casa.
  • Saber de: Para entretejer nudos hay que saber algo de los hilos que se mezclan. Saber del hermano no es entrometerse en asuntos que no son de nuestra incumbencia. Pero es preciso entrar en ese mundo de datos externos e internos que nos faciliten la buena relación. Los gustos, los valores, los sentimientos, los caminos gozosos, los recuerdos que nutren…conocer todo ese mundo es algo muy útil para entretejer nudos.
  • Mantener las relaciones: Las relaciones que entretejen nudos no pueden estar circunscritas al tiempo (a veces breve) de un período concreto de vida. Habría que mantener las relaciones más allá de esos marcos coyunturales. Los modernos medios de comunicación nos ayudan mucho en ello. Utilizarlos bien puede ser útil para la empresa fraterna de la buena relación.
  • Algo delicado: El material de este tejido de nudos es delicado, es lo más vivo de las personas. Por eso habrá que tratarlo con delicadeza. Ser toscos, descuidados, lenguaraces, olvidadizos en todo este mundo de las relaciones es una siembra de sal. Quizá sea la causa principal que nos hace retraernos en el proceso de construcción de lo comunitario. Por eso hay que tener mucho cuidado con ello.

 

 

d)  Texto evangélico de meditación: Mc 3,34-35

 

«Y, paseando la mirada por los que estaban sentados en corro en torno a él, dijo: -He aquí mi madre y mis hermanos. Quienquiera que lleve a efecto el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre».

 

La nueva familia de Jesús es un nudo de relación en torno al designio de la Padre que no es otro sino que la humanidad, la creación incluso, viva reconciliada, en la forma de la fraternidad, de la buena relación, tejiendo un nudo de relaciones.

 

e)   Un poema

 

Geografía humana

 

Mirad mi continente conteniendo

brazos, piernas y tronco inmensurado,

pequeños son mis pies, chicas mis manos,

hondos mis ojos, bastante bien mis senos.

Tengo un lago debajo de la frente,

a veces se desborda y por las cuencas,

donde se bañan las niñas de mis ojos,

cuando el llanto me llega hasta las piernas

y mis volcanes tiemblan en la danza.

Por el norte limito con la duda

por el este limito con el otro

por el oeste Corazón Abierto

y por el sur con tierra castellana.

Dentro del continente hay contenido,

los estados unidos de mi cuerpo,

el estado de pena por la noche,

el estado de risa por el alma

-estado de soltera todo el día-.

Al mediodía tengo terremotos

si el viento de una carta no me llega,

el fuego se enfurece y va y me arrasa

 

El bosque de mis pelos mal peinados

se eriza cuando el río de la sangre

recorre el continente,

y por no haber pecado me perdona.

El mar que me rodea es muy variable,

se llama Mar Mayor o Mar de Gente

a veces me sacude los costados,

a veces me acaricia suavemente;

depende de las brisas o del tiempo,

del ciclo o del ciclón, tal vez depende,

el caso es que mi caso es ser la isla

llamada a sumergirse o sumergerse

en las aguas del océano humano

conocido por vulgo vulgarmente.

Acabo mi lección de geografía.

Mirad mi contenido continente. 

 

                                            G. Fuertes

 

4. Auscultar el corazón del otro

 

         Auscultar el corazón del otro no como quien avasalla e invade, sino como quien asiste a un misterio cercano, el misterio insondable del fondo de la persona. Construir la cordialidad en común demanda necesariamente mirar en la dirección del corazón del otro, acercarse a la senda de sus sentimientos, entrar en la casa de sus regocijos, probar el vino de su alegría y atender a sus llantos. Para ello hay que estar atento a los movimientos delicados y sutiles del corazón. No se puede entrar como elefante en cacharrería. El respeto delicado se hace imprescindible. Tratar mal al corazón es cerrar su puerta para siempre

         El Dios que tiene corazón es el que mira en la dirección de lo nuestro para que nosotros miremos en dirección de él a través del camino imprescindible del corazón ajeno.  En esta “mirada de corazones” se encierra no poco del sentido de la vida. No podemos entender la realidad de Dios como desprovista de corazón. Él es “humano”, dice Sab 12,19, obra con la humanidad de quien tiene un corazón hondamente comprensivo. Despojar a Dios del corazón es vaciarlo de contenido amoroso cosa que lleva a “secarlo”.

 

a)  Cant 1,5-6

 

«5Soy morena pero hermosa,

    oh mujeres de Jerusalén,

morena como las carpas de Quedar,

    morena como las cortinas de las carpas de Salmá.

6No me miréis así por ser morena,

    el sol ha bronceado mi piel.

Mis hermanos se airaron conmigo;

    me obligaron a cuidar de sus viñedos,

    por eso no pude cuidarme a mí misma, mi propio viñedo».

 

  • Morena pero hermosa: La morenez no impide la hermosura; le otorga incluso un plus de belleza, a pesar de que, en el poema, sea considerada como un déficit. No será obstáculo para que sea la esposa amada. Ya no se volverá a mencionar más a lo largo del Cantar. Las circunstancias personales pueden ser bellas cuando detrás está la fuente del amor. Lo que consideramos oscuro encierra una indudable luz.
  • Como las carpas de Quedar…de Salmá: Los indómitos árabes de Quedar y sus negras tiendas nómadas hechas de pelo de cabra,  o las de los nómadas del Sur como Salmá. Negrura de márgenes, de excluidos, pero que tiene una indudable belleza, porque en los márgenes también está la vida, también esas carpas protegen la vida.
  • No me miréis así: Si se quiere ver el corazón hay que sobrepasar el muro de las apariencias, de lo de fuera, hay que mirar de otra manera. Por supuesto, para el Esposo del Cantar lo de fuera no es obstáculo para llegar al corazón de la amada; la morenez ni cuenta.
  • Me obligaron a cuidar sus viñedos: El marginado sufre la opresión del sistema. Pero eso tampoco borrará la vitalidad del oprimido, su dignidad, su recurso a la justicia, sus sueños innegociables. Esta es la belleza de dentro del corazón.
  • Mi propio viñedo: Un viñedo no guardado, el propio, pero un viñedo que sigue ahí, más allá de cualquier expolio. Los valores del corazón son perennes, no dependen de la consideración social o de los vaivenes de las circunstancias.

 

b)  Reflexión

 

  • Prácticas de cordialidad: Porque la cordialidad, como todos los valores éticos y humanos, es, ante, todo, cuestión de práctica. La mejor práctica de cordialidad es el cuidado. La ética del cuidado desvela la realidad verdadera de la cordialidad. Esta sin aquel es imposible. Cuidar es más que un acto, es una actitud, una manera de situarse ante la realidad del otro.
  • Espíritu de delicadeza: Las razones del corazón y el espíritu de delicadeza definen a la persona (Pascal). Es preciso incorporar la inteligencia cordial a la intelectual para hacernos una humanidad más sensible al otro y, por tanto, más solidaria con los que sufren. Somos seres de afecto, de pasión y cuidado. Dinamismos imprescindibles para asomarnos a la propia realidad y a la del otro.
  • Un corazón palpitante: Cordialidad significa el modo de ser que descubre un corazón palpitante en cada realidad. Consigue ver más allá de los hechos y de las circunstancias para tocar lo que late. Supone tener la capacidad de sentir del corazón del otro y el corazón secreto de todas las cosas.

 

c)    Derivaciones

 

  • Saltar la valla: Los humanos cercamos nuestra interioridad con una valla, celosos de ella, temerosos de la que hieran, desconfiados de que se enteren de lo que hay en ese huerto y nos hieran, guardianes aguerridos para que nadie toque lo que creemos que nos pertenece en exclusiva. Auscultar el corazón supone intentar saltar esa valla o, mejor, abrir esa cancela tan celosamente guardada. Mientras sea un muro compacto, no habrá posibilidad de que los corazones se aproximen. Y tengamos en cuenta que la casa del corazón se abre por dentro. Es decir: no se puede forzar, ha de ser el otro quien abra. Y nosotros, fielmente, estar esperando a la puerta.
  • Saber de itinerarios hondos: No quedarse en los itinerarios de fuera, exteriores, que tienen también su importancia cómo no (la enfermedad, los trabajos, las actividades, las anécdotas cotidianas). Ir más adentro: los sentimientos, las visiones la vida, las valoraciones de las cosas, los gustos o disgustos de lo que acaece. No estar siempre navegando en aguas superficiales. Auscultar el corazón es saber algo de eso para acogerlo, agradecerlo, acompañarlo, sostenerlo, soportarlos, abrazarlo.
  • El latido de lo comunitario: Un latido particular, no fácil de detectar. Hay que estar muy atento al proceso comunitario, a su evolución. Eso requiere un cierto análisis y evaluación, una reflexión razonada de los caminos que la comunidad  de vida y de fe va tomando. Si se hace esta tarea, se puede detectar de alguna manera el nivel de entrelazamiento comunitario que se tiene.

 

d) Un texto evangélico para la meditación: Mc 10,21

 

«Jesús, fijando la vista en él (el joven rico), le demostró su amor diciéndole: - Una cosa te falta: márchate, todo lo que tienes, véndelo y dáselo a los pobres».

 

Jesús mira en la dirección del otro con amor. La propuesta que le hace de irse entregando es una propuesta de amor, dirigida al corazón, no a ningún deber o ley. Propuestas de amor.

 

 

e) Un poema

 

La plaza

 

La piedra está

firme y anónima.

Sostienen los pilares

con gravedad la sombra acogedora.

Aquí alguien habló

tal vez a hombres unidos

en la misma esperanza.

Tal vez entonces

tuvo en verdad la vida

cauce común y fue la patria

un nombre más extenso

de la amistad o del amor.

Aquí latía un solo corazón unánime

 

José Ángel Valente

 

 

5. El cultivo de la ternura

 

         Pretender una inteligencia cordial, una vida en buena relación, un estilo de vida comunitaria jugoso sin el cultivo explícito de la ternura resulta imposible. Si se quiere conservar, fortalecer, dar sostenibilidad a una opción de vida en relación, la ternura es un elemento imprescindible. Si queremos que el otro entre en el ámbito de nuestro horizonte vital, la ternura es la puerta. Estanos hablando de los resortes afectivos del fondo que determinan el actuar humano.

         No resulta fácil esto en estilos de vida que han censurado, por peligrosod y lindantes con la inmoralidad, muchos de los comportamientos del corazón. Pero hoy se puede reivindicar con cierta facilidad la necesaria dosis de ternura en la vida cristiana. Hay que animarse y hay que alejarse de viejos imaginarios que hoy ya no tienen vigencia (la rectitud, la fría honestidad, la justicia sin corazón).

 

a)  Cant 8,4

 

«Prometedme, oh mujeres de Jerusalén,

    que no despertaréis al amor

hasta que llegue el momento apropiado».

 

  • Promesas de ternura: No son promesas en el vacío, sino que encierran el afán por relacionarse bien con el otro. Promesas alimentadas por el amor. No son promesas “blandas”, melifluas, sino hondamente vivenciales y, por supuesto, con el decidido afán de llevarlas a cabo en la medida de lo posible. Esas promesas sostienen el débil andamiaje de los días.
  • Despertar al amor: Ponerlo a funcionar, hacer de él un dinamismo real de la vida, convertirlo en empuje y en la orientación de cada día. La fuerza orientadora del amor es muy grande, la capacidad para dar sentido es evidente, la energía para sostener en situaciones difíciles es cosa comprobada.
  • El momento apropiado: Pero no conviene forzar situaciones. Todo tiene su momento. La ternura ha de aprender a no avasallar, a respetar, a asimilar silencios, a sostener interrogantes que aún no pueden tener respuesta. Cada paso del proceso del amor tiene su momento; es preciso aceptarlo y construirlo con paz.

 

b)  Reflexión

 

  • Algo que puede morir: Es así. El amor es una realidad viva, expuesta,  y puede morir, y de hecho se acaba y muere. También esto hay que aceptarlo con paz en la dinámica relacional. No se trata de odio, sino de mera indiferencia, de falta de cultivo, de intereses que derivan hacia otros caminos. Encajar esto con humanidad es bueno. La ternura puede ser alimento para que esto no se dé, se retrase o, en el peor de los casos, se encaje del mejor modo posible.
  • La savia del amor: La savia del amor es la ternura. La ternura irrumpe cuando la persona se descentra de sí misma, sale en la dirección del otro, siente al otro como otro, participa de su existencia y se deja tocar por su historia vital. Cuando no se deja atrapar por la enfermedad del yo. El otro marca al sujeto. Marcados por el otro, esa podría ser una buena definición de la vida comunitaria.
  • Sensibilidad y cálculo: Pascal opone la sensibilidad al cálculo, el espíritu de delicadeza al de geometría. Sin embargo, ambos son necesarios en la vida común. Solo que el primero (el cálculo) habría de estar supeditado al segundo (la delicadeza, la ternura, la compasión, el aprecio). La ternura no renuncia al sentido crítico, pero lo supedita para que no haga desaparecer el jugo que hace la vida interesante.

 

c)    Derivaciones

 

  • Estamos a tiempo: Siempre se está a tiempo de elaborar pensamiento y vivencia en torno a la ternura. Siempre hay posibilidad de abrir una pequeña brecha en el compacto muro de nuestra indiferencia. Siempre hay una grieta por la que la plantita de la ternura puede verdear. Es cuestión de animarse a trabajar en esa dirección, ser paciente con los, a veces, escasos resultados y resistir en el empeño no con tozudez sino con fidelidad.
  • Palabras y gestos: Porque la ternura, como todas las realidades sutiles necesita “sacramentos”, signos externos que sean lenguaje comprensible y generador de ánimo. De ahí que las palabras que expresan ternura (sin ñoñería) y los gestos humildes que la significan (sin amaneramiento) sean tan necesarios en la vida cristiana. Habríamos de superar la “vergüenza” que, por razones culturales y educativas, produce esto en nuestro comportamiento.
  • Sensibles y críticos: Las dos cosas pueden y quizá deban ir unidas. La sensibilidad sin componente crítico deriva en gazmoñería; el sentido crítico sin sensibilidad deriva en códigos normativos fríos.  De ahí que ambas realidades deban ir emparejadas. Eso sí, el sentido crítico, como hemos dicho, siempre sujeto a la sensibilidad, a la ternura.
  • Tierna corporalidad: Porque el cuerpo es el instrumento imprescindible para nuestra vida. Hay que tratarlo con ternura. No vayamos a irnos a la tumba sin haber sido tiernos con nuestra corporalidad (el cuerpo y lo que contiene: sentimientos, historia, perspectivas de vida, etc.). Dios mismo tiene ternura de su cuerpo en la creación y en el cuerpo de Jesús. Una de las formas de vehicular la ternura en la comunidad cristiana es hacerlo en la corporalidad de los cuerpos de los hermanos con todos sus avatares.

 

d)  Texto bíblico de meditación: Sal 103,13

 

«Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles».

 

Un padre de ternura. Paternidad y ternura es una ternura al cuadrado, aumentada. Una ternura aumentada es la que siente Dios por su creación. De ahí deriva su estilo de relación con lo creado. ¿Cómo mantener el imaginario de un Dios exclusivamente bueno, todo bien, sumo bien?

 

e)   Un poema

 

Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.

Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.

Que tú me entendieras a mí sin palabras

como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte,

Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.

Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,

la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.

Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.

Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,

yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese.

Criatura también de alegría quisiera que fueras,

criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.

Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas

y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,

y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,

y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde...

Si ahora yo te dijera

que es tu vida esa roca en que rompe la ola,

la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,

aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,

aquel niño que azota la mar con su mano inocente...

Si yo te dijera estas cosas, amigo,

¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,

qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?

Y ¿cómo saber si me entiendes?

¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?

¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?

¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,

poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?

Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.

 

J. Hierro

 

6. Descubrir la caricia

 

         Hablar de caricias en marcos de vida cristiana es algo sin contexto, cuando no algo inapropiado e, incluso, censurable. Deudores todavía de una moralidad represiva no hemos descubierto caminos integradores que despojen de peligro a los movimientos del corazón y los conviertan en dinamismos saludables para una vida en buenas relaciones.

         Por eso hablamos de descubrir la caricia, como quien iniciara un camino no hollado, como quien se preguntara por primera vez, sin prejuicios, sobre un dinamismo que puede ser nuevo y útil. ¿Cómo generar un “modo acaraciente” de fe más que una manera áspera y lacerante de creer? ¿Cómo sentir que nuestro corazón sale reconfortado con el apoyo de la comunidad de fe? Pueden parecer asuntos que no tienen relación con la fe. Pero es la falta de costumbre la que nos habita, la escasa imaginación para pensar maneras que pongan carne a este tipo de intuiciones.

 

a)  Cant 2,3-6

 

«3Como el manzano más selecto del huerto

    es mi amante entre los jóvenes.

Me siento bajo su sombra placentera

    y saboreo sus deliciosos frutos. 

4Él me escolta hasta la sala de banquetes;

    es evidente lo mucho que me ama.

5Fortalecedme con pasteles de pasas,

    refrescadme con manzanas,

    porque desfallezco de amor.

6Su brazo izquierdo está debajo de mi cabeza,

    y su brazo derecho me abraza».

 

  • Como el manzano: La hermosura del árbol, la sensualidad del fruto, la caricia del viento que se cuela entre su follaje. Hechos para la caricia, para la caricia esencial. De ahí puede brotar ese aliento que  reconforta desde el fondo, que rehace a la persona, que toca la fibra más sensible por la que vibra una persona y que hace que los días escapen a la grisura que los hace irrelevantes y pesados.
  • Sombra placentera…deliciosos frutos: Los que puede dar quien acaricia siempre que no haya en él ningún afán de avasallamiento, de posesión, de atrapar al otro en sus redes. Un placer orientado y moldeado por la relación. Para nada algo egoísta que se cierra en uno mismo.
  • Pasas y pasteles: La sensualidad de lo que se come con amor, el regusto de aquello que se nos dio para comer desde el amor de madre y que perdura desde la infancia hasta la adultez. Cuando se comen los frutos de la ternura se recuerdan siempre porque quedan grabados no tanto en la boca, cuanto en el fondo del alma.
  • Su brazo izquierdo…su brazo derecho: La caricia del cuerpo que toca al cuerpo que ama, respeta, y aprecia. El toque que no es irruptor, sino amabilidad y preocupación, caricia esencial. Envuelto por los brazos que aman, por la amabilidad que rodea, por el cuidado que quiere ayudar en cualquier necesidad, por pequeña que sea.

 

b)  Reflexión

 

  • La caricia esencial: La caricia es esencial cuando se transforma en una actitud, un modo de ser que cualifica a la persona en la totalidad, en el pensamiento, en la voluntad, en la interioridad, en las relaciones. Por eso la caricia toca a lo profundo del ser humano. Una caricia superficial no ha llegado aún a su destino. Acariciar es apuntar al fondo de la persona, mirar en la dirección del sustrato más elemental e intentar comprender desde ahí. Por eso confiere reposo, integración y confianza. Banalizar la caricia es banalizar a la persona.
  • Total altruismo: La caricia exige total altruismo, respeto por el otro y renuncia a cualquier otra intención que no sea la de la experiencia de querer bien y de amar. La caricia esencial es leve como un entreabrir suave la puerta. Jamás hay caricia en la violencia de abrir puertas y ventanas forzándolas, es decir, en la invasión de la intimidad de la persona.
  • Acariciar o atrapar: Son dos actitudes contrapuestas: atrapar apunta al dominio, acariciar al cuidado.  La primera es expresión de poder, de manipulación, de sometimiento a mi modo de ser. La mano que acaricia representa la alternativa necesaria: el modo de ser cuidado.

 

c)    Derivaciones

 

  • Tocar al hermano: Hemos ido construyendo una vida cristiana que no se toca, no solamente físicamente, sino “acaricialmente”. Aislados en nuestra corporeidad-espiritualidad hemos creído que nos hacíamos fuertes pero, en realidad, éramos vulnerables. La caricia nos habría hecho más fuertes, el “tocarnos” en nuestra realidad vital nos habría abierto a las realidades de los otros. Sin “tocar” es difícil ser seguidor de un Jesús que “toca” mucho (sobre todo en el Evangelio de Marcos) y que es tocado, “apretujado” (Mc 5,31).
  • Entreabrir la puerta: Con todo respeto, con todos los cuidados, con todos los permisos, sin esgrimir ninguna clase de derechos, sin forzar nada. Asistir con paciencia al momento en que se requiera nuestra presencia en ese huerto interior. Pero, eso sí, saber estar a la puerta, signo de verdadero amor (como en Ap 3,20), saber soportar “el rocío de las noches” que las personas llevamos todas en nuestra vida, saber acoger el peso que toda persona acarrea.
  • Una mano revestida de paciencia: Así habría de ser la mano que acaricia en la comunidad cristiana. Un guante de paciencia que no encierra una mano férrea que agarrota, sino que también por dentro es de fraterna suavidad y cuidado. Pretender acariciar de manera violenta es echar por tierra la posible buena relación en la comunidad.
  • Nuestra fraternidad perdida: La caricia esencial nos devuelve a nuestra humanidad, a nuestra fraternidad, perdida, no hallada todavía. Corremos el peligro de perder lo que nunca hemos hallado. La ternura y la caricia pueden ponernos en la pista de este estilo de comunidad en buena relación que puede contribuir fuertemente a dar sentido a nuestras opciones creyentes.

 

d)  Texto bíblico para la meditación: Is 66,13

 

«Como una madre que acaricia a su hijo, así yo os consolaré a vosotros, y en Jerusalén seréis consolados».

 

Dios acaricia, Dios consuela. Lo suyo no es darnos normas, leyes, decretos, mandatos…lo suyo es darnos ternura y consuelo. Jerusalén puede ser para nosotros/as la comunidad de fe, el lugar de la caricia y del consuelo, el lugar del gozo de la presencia de un Dios que nos acaricia y que nos empuja hacia el corazón del otro.

 

e)   Un poema

 

La caricia perdida

 

Se me va de los dedos la caricia sin causa,

se me va de los dedos... En el viento, al pasar,

la caricia que vaga sin destino ni objeto,

la caricia perdida ¿quién la recogerá?

 

Pude amar esta noche con piedad infinita,

pude amar al primero que acertara a llegar.

Nadie llega. Están solos los floridos senderos.

La caricia perdida, rodará... rodará...

 

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,

si estremece las ramas un dulce suspirar,

si te oprime los dedos una mano pequeña

que te toma y te deja, que te logra y se va.

 

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,

si es el aire quien teje la ilusión de besar,

oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,

en el viento fundida, ¿me reconocerás?

 

  1. Storni

7. Cuando comer nos hace humanos

 

         La cordialidad se vehicula en lo cotidiano. Una cordialidad únicamente para los momentos extraordinarios tiene el peligro de ser una cordialidad ficticia. Sin embargo, la sencillez de cada día, su monotonía, su tendencia a lo gris es el escenario donde la cordialidad habría de brillar para ser auténtica. Eso hará que tales días escapen a la tentación de la rutina y del descoloramiento.

         La vida cristiana, tan ceñida a los caminos del otro, tiene el peligro de descordializarse en lo cotidiano y vivir con exaltación únicamente los momentos privilegiados, los de gran nivel espiritual o teológico, las grandes fiestas religiosas u otras. Pero la verdad de lo que somos se juega en lo cotidiano. Es justamente ahí donde habrá que sembrar la interesante semilla de la cordialidad.

         Por eso hablamos de algo tan cotidiano como comer, ya que todos los días es necesario hacerlo para vivir con salud. En algo tan imprescindible y tan cotidiano como comer es donde habrá que construir un escenario de cordialidad. De lo contrario, corremos el riesgo de generar una espiritualidad de la fraternidad sin carne. Si el comer (los alimentos espirituales y los otros) no está integrado de alguna manera en el hecho de creer, todavía nos falta algo importante.

 

a)  Cant 4,16

 

«16Despierta, cierzo,

llégate, austro,

orea mi jardín:

que exhale mis perfumes.

Entra, amor mío, en tu jardín

a comer de sus frutos exquisitos».

 

  • Despierta, llégate, orea: Porque comer los frutos exquisitos demanda una actitud de lucidez, no de abotargamiento. Participar en el banquete del amor pide que la cabeza esté despejada, ya que amar en la niebla del sentido, sin lucidez, deja un poso de fracaso.
  • Que exhale mis perfumes: El comer juntos ha de estar envuelto en perfumes, no tanto los de las viandas, cuanto el perfume del deseo de querer estar en la compañía del otro. Eso da al banquete cotidiano una mística que lo constituye en lugar de encuentro y en marco de intercambio vital.
  • Comer frutos exquisitos: Que lo son no tanto por su rareza o exquisitez, sino porque el amor los hace exquisitos. Las viandas son la excusa para el amor, la comida la excusa para la fraternidad.

 

b) Reflexión

 

  • Comidas humanas: Dicen los antropólogos que la verdadera humanización de nuestros antepasados comenzó cuando los humanos comenzaron a comer juntos. Comer juntos nos hace humanos, ya que eso no es solamente nutrirse, sino relacionarse, inquirir sobre los caminos del otro, empatizar con las situaciones de vida de quien come junto a mí, alegrarse juntos para sobrellevar mejor el peso de los días. Por eso son tan importantes, antropológicamente hablando, las comidas.
  • En comunión con todos los seres: Las comidas desvelan una realidad más profunda que la que aparece: no solamente se dialoga con quien se comparte mesa, sino también con todos los seres. “La nutrición nunca es una mecánica biológica individual. Consumir comensalmente es comer en comunión con otros; es comulgar con las energías cósmicas que subyacen a los alimentos, especialmente con la fertilidad de la tierra, con el sol, con las florestas, las aguas y los vientos” (Boff). Esta comunión cósmica está en el subsuelo de nuestras comidas.
  • Comer todos: Un anhelo no logrado aún (y falta mucho) es que todos los humanos lleguen a comer como tales. La “soberanía alimentaria” es aún un desideratum. Las reformas agrarias que habrían posibilitado una mesa para todos, siguen pendientes. Mientras tanto, muchos quedan excluidos del banquete de la vida. Quien puede comer, habría de hacerlo con esta espina clavada en la garganta y en el corazón. Eso habría de hacer de su mesa una realidad más abierta apuntando, de algún modo, en la dirección de los excluidos.

 

c) Derivaciones

 

  • ¿Comer en silencio?: Cuando se come solo, leyendo el periódico o mirando al móvil se está en silencio. Comer en silencio es una “anomalía”. Los humanos comemos hablando, de no ser que, temporalmente, apliquemos el silencio a la comida para lograr una mayor profundización espiritual (como en el caso de una semana de retiro). Pero, normalmente, comer en silencio no es de humanos. Por eso, quien se sienta a la mesa ha de intentar potenciar el diálogo común para que sea lo más “nutritivo” para la relación humana. El diálogo es imprescindible para la buena salud de una persona. Por eso mismo, un grupo humano que dialoga en sus comidas (algunas veces sin prisa) tiene mejor futuro que una que no dialoga (lo mismo que si reza, o más aún). Retraerse en la mudez en la mesa, aislarse, meter la cabeza en el plato, no ayuda a la saludable relación humana.
  • En la mesa y en el juego…: Las viejas normas de urbanidad decían que “en la mesa y en el juego se conoce al caballero”. La mesa es un microcosmos. Por eso desvela el talante espiritual del comensal. La vida cristiana ha mantenido, algunas veces, formas hoscas de comportamiento. Tendríamos que ser más flexibles, más educados, más proclives al “por favor”, al “gracias”, al pequeño elogio para quien ha preparado lo que comemos y para quienes lo compartimos. A veces, la relacionalidad se juega en esos detalles básicos.
  • Comidas reconfortantes: Reconfortantes para la relacionalidad. Y no solamente porque nos reconfortan el cuerpo, sino porque esponjan el alma. Muchas comunidades, muchas familias, por el devenir de sus planes sociales y laborales, casi no se juntan a comer más que una vez al día. Y ni eso. Es el único momento de diálogo fuerte en la cotidianeidad. Por eso habrá que potenciar esos tiempos para que sean cauce de relación en lo cotidiano. Menospreciarlos o banalizarlos sería una pérdida.

 

 

d) Texto evangélico de meditación: Mt 22,9

 

         «Id ahora a las salidas de los caminos, y a todos los que encontréis invitadlos a la boda».

 

         La gran invitación de Jesús no es al trabajo o a la actividad, sino al disfrute, al banquete, a la boda. Ese es el lugar donde Jesús se nos ofrece como el que quiere que lleguemos a la dicha, ya que hemos nacido para el disfrute.

 

e) Un poema

 

Memoria

Como pan vino la palabra,
como fragmento de crujiente pan
fue dada,
igual que pan que alimentase el cuerpo
de materia celeste.

Vino, compartimos su íntima sustancia
en la cena final del sacrificio.

Y nos hicimos hálito, sólo soplo de voz.

Palabra, cuerpo, espíritu.

El don había sido consumado.

 

                                                       J.A.Valente

 

 

8. Amabilidad que genera amabilidad

 

         La vida cristiana ha tenido, a veces, el aire de una cierta hosquedad. Precisamente por eso habría que trabajar con más ahínco la amabilidad esencial (como actitud) y los actos de amabilidad (como concreción). No se trata solamente de ser educados/as, que no es poco, sino de generar un entorno más fácil para la buena relación. La amabilidad es algo más que unas meras formas de educación y cortesía. Es la tarea, de la que depende mucho la dicha de nuestra opción de vida creyente, la amabilidad tiene un puesto importante.

         La amabilidad, para que sea “rentable”, hay que ejercitarla a diario. Efectivamente, es en la espiritualidad de la vida cotidiana donde se sitúan esta clase de valores. Aspirar a una vida cristiana de calidad descuidando estos componentes diarios es querer que el carro no chirríe sin engrasarlo bien.

 

a) Cant 2,7

 

«¡Muchachas de Jerusalén,

por las ciervas y las gacelas

de los campos

os conjuro,

que no vayáis a molestar

que no despertéis al amor

hasta que él quiera!».

 

  • Apelar al corazón: Esa es la razón de la amabilidad. Por eso, el estribillo apela “a las ciervas y a las gacelas de los campos”. Ellas que son gráciles, amables, discretas, bellas, son la referencia para que se trate bien al otro, al amado, por su simple belleza. Buscar razones para ser amable es destruir la belleza de la misma amabilidad.
  • No molestar: Ley básica de la amabilidad: tener intuición para saber cuándo se molesta y no meterse por tal camino. El amor es contenido, sabe hasta dónde hay que llegar y qué puertas no hay que atravesar. Si se molesta, el amor se vuelve imposible.
  • Hasta que él quiera: La amabilidad siempre está a expensas de lo que el otro quiera. El otro es la medida. En el fondo hay un gran “abandono” que se hace por amor. La dignidad y la confianza están a la base.

 

b) Reflexión

 

  • Razón calculadora/razón cordial: Ambas realidades habrían de ir juntas y en equilibrio, lo técnico y lo espiritual, lo científico y lo ético, lo racional y los sentimientos. Por desgracia, es siempre la segunda parte la que ha salido perdiendo. Por eso habrá que trabajarla más. Y la amabilidad se apunta a esa segunda parte de la razón cordial.
  • La dignidad a la base: La amabilidad no es planta sin raíz: a la base está el tema de la consideración de la dignidad del otro. Si esa dignidad no aparece en el horizonte de la relación, hablar de amabilidad es hablar de música celestial. La dignidad es la raíz de la amabilidad.
  • El poder es servicio…el servicio es amor: Cuando la amabilidad funciona, el poder se desactiva y se convierte en servicio. Cuando la amabilidad está viva, el servicio se hace con agrado, sin enfado, sin el rostro contrariado. Por eso hay que dar a la amabilidad una categoría de valor que parece habérsele negado.

 

c) Derivaciones

 

  • Relaciones amables espirituales: Porque podemos llegar a creer que las relaciones amables son un mero adorno que tienen algunas personas. Pero la amabilidad es un valor que tiene categoría de espiritual. Además, ¿Cómo vamos a hablar de espiritualidad evangélica si esta espiritualidad más básica no está presente? Quizá sea por eso que muchas valoraciones espirituales que hacemos en el día a día de la vida cristiana quedan infecundas porque no son suficientemente amables.
  • Palabras buenas, gestos buenos: Ya que la amabilidad está, con frecuencia, ligada a la palabra y al gesto. Pretender ser amables con palabras ácidas es imposible; pretender ser amable con gestos airados, displicentes, con desplantes, también. Por eso estos elementos resultan tan decisivos en la relacionalidad humana y cristiana.
  • Apostolado de amabilidad: Ya que la vida cristiana enfoca, con frecuencia, el apostolado desde el lado meramente religioso. Pero el apostolado de la amabilidad puede ser decisivo para hacer creíble el otro, el religioso. Muchas personas de hoy entienden mejor el primero que el segundo. Y otras muchas no podrán entender el segundo sin el primero.

 

d) Texto evangélico de meditación: Mt 5,37

 

         «Que vuestro sí sea un sí y vuestro no un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo».

 

         Jesús corrige viejos planteamientos desviados, los juramentos falsos. Pero puede entenderse desde el lado de la amabilidad: un sí amable y un no amable tiene que estar llenos de verdad y de aprecio a la persona. Si están llenos de trampas, la ruina relacional está servida.

 

e) Un poema

 

Nueva vida

 

Dicen que nada volverá a ser lo que era

antes de que tu pétalo de luz

encendiera mi curva más oscura.

 

Tú, que no sabes ni que existes

mientras me redondeas,

que te formas y sueñas sin mapas

ni conceptos,

 

que no tienes ni nombre,

tú me haces infinita

en tu indefinición.

 

Tú y yo

vamos creando tu cuerpo

a ojos cerrados,

sin saber lo que hacemos,

cómo será la flor.

 

Yo, media luna de sueño,

y tú, mi otra mitad.

  

      Vanesa Pérez-Sauquillo

 

 

9. En el desierto también hay vida y flores

 

         El camino relacional, todos lo sabemos, no es un camino de rosas. El conflicto es compañero de camino. Elaborar conflictos es una tarea siempre pendiente. A veces el conflicto se hace tan pertinaz que parece que la vida cristiana es como un desierto. Nos acomodamos a él, aguantamos largas temporadas de la vida en modos de estar sin sabor, sin alicientes. A veces eso degenera en algo crónico llegando al convencimiento de que esto de la vida cristiana no puede dar más de sí.

         Quizá la mejor manera de trabajar no sea huir de ese desierto. Sino percibir que en el desierto hay vida y flores. Que allá donde creemos que no hay más que soledad y desamparo también hay pequeños brotes de vida, sencillos logros que animan a continuar el camino. Nuestro anhelo no será entonces huir del desierto, sino mirarlo de otro modo, derramar fraternidad sobre nuestros desiertos vitales.

 

a) Cant 8,5

 

«¿Quién es esa que sube del desierto,

apoyada en su amado?

 

Bajo el manzano

te desperté,

allí donde tu madre te dio a luz,

con dolores de parto».

 

  • Subir desde el desierto: Porque el desierto es lugar de vida en todas las batallas relacionales. Aprestarse a los largos caminos del desierto. Recabar todas las posibilidades de vida, por pequeñas que sean, que ofrece el desierto. No maldecir la aridez del desierto, no culparle de nuestra desgana, aprender a mirar su brillo al amanecer, su luz de oro al atardecer. Ayudarse para soportar los fríos de sus noches. Una espiritualidad para vivir en desiertos.
  • Apoyada en su amado: ¿Para qué nos sirve el Evangelio si no nos ayuda a pasar airosamente los desiertos? ¿Es Jesús apoyo real? ¿Y los hermanos/as, no podrían ser ese apoyo que nos ayuda mutuamente a transitar por los desiertos? De cualquier manera una cosa es clara: atravesar desiertos en soledad es muy difícil. Los apoyos son necesarios.
  • Bajo el manzano: También hay fecundidad en los desiertos, también hay “manzanos” por raquíticos que sean, bajo cuya sombra uno puede dar a luz, espacios de vida. No todo es aridez. Manzanos en el desierto…

 

b) Reflexión

 

  • Desiertos de los sentidos: Es cuando falla la relación en su aspecto más humano, cuando convivir con otros es algo áspero, cuando los silencios se instalan a perpetuidad, cuando no se siente alegría en la presencia física del hermano/a, cuando las conversaciones no fluyen, cuando los caminos vitales del hermano/a me son ajenos y no interesan, cuando sus palabras nos chirrían, cuando no encontramos la senda de la cordialidad. Recurrir entonces al sosiego, sentirse próximo en cosas de poca monta, mantener el nivel de amabilidad y de buena educación. Pequeños remedios para sobrellevar con humanidad un mal de fondo.
  • Desiertos del espíritu: Cuando se nos ha ido la ilusión por el desagüe. Cuando ya no percibimos el “soplo” de vida que hay bajo los seres.  Cuando todo se vuelve inmediato, sin trasfondos. Cuando notamos que se hace “seco” nuestro caminar por los días. Cuando cuesta levantarse de la cama y encarar el día. ¿Dónde encontrar esa pizca de sal que sazone la “sosera” de los días? En el cultivo de la belleza sencilla, en el canto humilde que evoca algo, en el buen gusto por hacer las cosas con “elegancia”, en la cercanía y el “contagio” de quien es más animado/a.
  • Desierto de la fe: En la tentación mecánica de refugiarse en la religión, cuando lo que nos ocurre es que nuestra fe está situada en lo superficial. Cuando las prácticas de ahondamiento creyente (oración, reflexión, lectura, silencio, diálogo profundo sobre asuntos de fe, etc.) no resultan muy cuesta arriba. Cuando no encontramos caminos que alimenten de manera adulta nuestros anhelos creyentes, cuando esos anhelos parecen esfumarse. Recurrir entonces a la Palabra leída desde la novedad de la propia situación; recurrir a la oración recuperada desde la más elemental existencia; recurrir al cultivo de una espiritualidad-teología que alimente.

 

c) Derivaciones

 

  • No desertizar la vida cristiana: Porque la vida trae inexorablemente sus desiertos. No ahondarlos. No hacer de la vida cristiana un desierto a priori. Pensar que puede ser un edén. Y cuando el desierto surja, sembrar de oasis, de lugares de verdor, de tiempos de encuentro, de pequeñas alegrías compartidas, de humildes sueños alimentados. No convertir nuestros caminos comunes en desiertos improductivos.
  • Resistencia para atravesar desiertos: “En la resistencia habita la esperanza”, decía Sábato. Como adultos/as, resistir, no quebrarse, no tirar la toalla fácilmente. Levantar los hombros y seguir adelante con bonhomía, con buen humor incluso. No perder la sonrisa de los labios y del corazón. La fortaleza de quien sabe, por los años, de tormentas y de malos momentos, habría de traducirse no en amargura, sino en confianza.
  • Hay vida y flores en los desiertos: Confiar y aguzar la mirada y el corazón para percibir esos signos de vida en las pequeñas cosas de cada día, en lo oculto tras la niebla, en las sorpresas minúsculas que la luz de cada día nos va dando. Las semillas de los desiertos suelen ser pequeñas. Basta una gota de agua para hacerlas florecer.

 

d) Texto evangélico de meditación: Mc 6,31

 

         «Venid vosotros solos aparte, a un desierto, y parad un poco».

 

         El discipulado ha vuelto de la misión habiendo curado y habiendo enseñado la doctrina tradicional. Fue enviado a lo primero, pero hicieron también lo segundo. Por eso, en el desierto tienen que recuperar el encargo primero. Un desierto para resituar, para reorientar, para encontrar salida a los caminos errados. Un desierto para la vida.  

 

e) Un poema

 

Piensa

en los que se mantienen al margen, 

en los que pasan, casi anónimos, 

                                                     y escuchan,

y guardan para sí lo que acaso dirían

si las cosas fuesen de otra manera,

si el altavoz brutal callara un poco. 

No imagines que el desierto es sólo superficie; 

piensa en las arenas  hondas, silenciosas,

o surcadas tal vez de profundas corrientes,

pero llenas de vida. 

Una vida que calla, pero que es verdadera

y sigue, sigue siempre. 

 

José Cereijo 


10. Aceptación y desapego

 

         Estamos dentro del tema de los conflictos, ya que éstos no son solamente con otros sino también consigo mismo. Una forma de irlos superando es trabajar la aceptación de los límites propios y generar una saludable espiritualidad del desapego. Esto tiene su importancia en la relacionalidad, ya que si ambos elementos están mejor asimilados (aceptación de límites y desapego), la relacionalidad será de más calidad.

         Se trata, en el fondo, de trabajar en la línea de la mayor libertad posible. No es cuestión de vivir en un nirvana enervante, sino de, estando sujetos a los vaivenes de los días, generar una cierta estabilidad donde brote con facilidad la buena relación. Todo esto puede ser signo de madurez humana y de fe adulta.

 

a) Un texto: Cant 3,1-2

 

«1En mi cama, por la noche,

buscaba el amor de mi alma:

lo busqué y no lo encontré.

         2Me levanté

y recorrí la ciudad

por las calles y las plazas,

buscando el amor de mi alma;

lo busqué y no lo encontré».

 

  • Buscaba: La relacionalidad, el amor, soporta mal el desapego y los límites. Por eso engendra búsquedas ansiosas. A veces eso se salda con un fracaso. Hay que saber que el amor no depende del resultado de la búsqueda, sino de la intensidad de la relación. Se puede ser persona buscadora y, a la vez, mantener la paz.
  • Recorrer la ciudad por calles y plazas: Los múltiples caminos de la búsqueda. Unos dan resultado positivo, otros no. Es preciso saber encajar ambas realidades: ni enorgullecerse vanamente cuando hay resultados en la relación, ni lamentarse continuamente cuando no los hay.
  • Buscar el amor de mi alma: O buscarme mi amor de mi propia alma. Hay que hacer un fuerte discernimiento para saber qué estamos realmente buscando, a quién estamos realmente buscando. Las búsquedas se confunden con los anhelos y estos, a veces, con los caprichos. Por eso es tan necesario el discernimiento.

 

b) Reflexión

 

  • Creativamente resignados: Eso supone la aceptación de los límites: no una resignación que mate la creatividad, sino una creatividad capaz de asumir límites. La resignación sin creatividad es una especie de muerte; la creatividad sin resignación es una ingenuidad porque se piensa que no hay límites que se le interpongan, siendo así que tales límites está ahí todos los días.
  • Sin que chirríe el alma: Hay que aprender el desapego sin que chirríe el alma. Porque el desapego viene inexorablemente en la vida: de niños, de adolescentes, de jóvenes, de adultos, muchas veces hay que desapegarse. Incluso hay que desapegarse con humanidad de la persona que antaño amamos. Hasta de la propia vida hay que despegarse un día. Quizá todo esto nos lleva a crear las condiciones para que un Ser Mayor nos venga a llenar.
  • De todo podemos aprender: Esa es la conclusión sabia y general: se puede aprender de la experiencia de los límites y se puede aprender de los dolores del desapego. El adulto siempre está en situación de aprendizaje existencial, de aprendizaje de sentido, por áspero que pueda ser, a veces, tal aprendizaje.

 

c) Derivaciones

 

  • Resignación sin creatividad: Porque así se ha presentado, a veces, el valor religioso de la resignación. Mero conformismo que lleva dentro la inactividad, el dejarse amilanar, el sentirse escachado. Hay que sacudirse esa actitud para que la relación de la vida cristiana no entre en la rutina, en el desaliento, en la certeza enquistada de que no hay nada que hacer.
  • En el lugar luminoso: Ahí será preciso situarse a la hora de aceptar los límites porque si se sitúa uno en el gris, en lo oscuro, en la pérdida, las limitaciones son únicamente motivos negativos y nunca trampolines para una posible mejora. La resiliencia es necesaria: hacer de las limitaciones un impulso para crecer  madurando.
  • Cada vez con menos para ser más: El desapego de cosas nos puede llevar no a un empobrecimiento, sino a lo contrario. Tener lo mínimo para vivir con dignidad nos puede ahorrar muchos quebraderos de cabeza y no pocos disgustos. Cuanto más simple sea nuestra vida, más posibilidad de tener riqueza humana y espiritual.
  • Itinerancia: Que es una forma estupenda de desapego: cualquier lugar puede ser nuestra casa; cualquier trabajo puede ser bien hecho siempre que se tenga capacidad para ello; cualquier relación puede ser positiva si se trabaja el camino de la fraternidad. Itinerancia como desapego que produce riqueza espiritual. Una gran sabiduría.

 

d) Un texto evangélico para la meditación: Mt 9,1

 

         «Subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a su propia ciudad».

 

         Se refiere a Cafarnaúm que es llamada “su propia ciudad”, ya que en Nazaret fue rechazado. Se instaló allí y allí pagó sus impuestos. Tuvo que aceptar los límites de sus compaisanos y despegarse del lugar que la vio nacer, no fácil desapego.

 

e) Un poema

 

Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma,
y uno aprende que el amor
no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad
y uno empieza a aprender.
Que los besos no son contratos

y los regalos no son promesas
y uno empieza a aceptar sus derrotas

con la cabeza alta y los ojos abiertos

y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
y los futuros tienen una forma de
caerse en la mitad.
Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.
Así que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma, en lugar
de esperar a que alguien le traiga flores. Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
y uno aprende y aprende...
y con cada día uno aprende.
      

         Atribuido a Jorge Luis Borges

 

 

11. La belleza salvará al mundo

 

         Esta frase lograda es de F. Dostoievsky, el escritor de las sombras y tinieblas, pero anhelante de luz. Cuando hablamos de belleza no nos referimos primordialmente a la física, tan manoseada, sino a eso hermoso que anhela el corazón, a eso sencillo que habla el lenguaje de lo que agrada al alma, a lo que deja un poso de sosiego espiritual cuando se lo contempla, a eso que hay debajo de la piel y vibra. No es fácil decirlo.

         Pero es que el lenguaje ideológico, dogmático, teológico incluso está ya muy agotado y nos evoca poco. ¿Cómo hablar de una vida cristiana con sentido desde la espiritualidad de lo bello? Ya decía el Papa Francisco que no basta que el mensaje sea bueno y justo; tiene que ser bello (EG 167) para que llegue al corazón de las personas.

         La categoría de lo bello no ha sido muy cultivada en la vida cristiana. Parecía que eso era cosa de los artistas o de casas ricas. Y hemos vivido muchas veces en la mediocridad y hasta en el mal gusto estético. Y, sin embargo, lo bello puede ser una cara de la trascendencia tras la que dice andar en lenguaje religioso. Por eso, el cultivo de lo bello nos puede hacer más espirituales.

 

a) Cant 7,2-7

 

«Tus pies hermosos

en las sandalias,

hija de príncipes;

esa curva de tus caderas

como collares,

labor de orfebre;

tu ombligo, una copa redonda,

rebosando de licor;

y tu vientre, un montón de trigo,

rodeado de azucenas;

tus pechos, como crías

mellizas de gacela;

tu cuello es torre de marfil,

tu cabeza se yergue semejante al Carmelo;

tus ojos, dos albercas de Jesbón,

junto a Puerta Mayor;

es el perfil de tu nariz

igual que el saliente del Líbano

que mira a Damasco;

tus cabellos de púrpura

con sus trenzas cautivan a un rey.

¡Qué hermosa estás, qué bella,

qué delicia es tu amor!»

 

  • El cuerpo cantado: Fuente de belleza. Hay que situarse en otro terreno distinto al moralista en que se nos ha habituado y desde el que hemos llegado a no amar los cuerpos, todo cuerpo. Una valoración nueva de la belleza pasa por una valoración de los cuerpos, del hermano cuerpo que tan bien nos sirve y que nos da tantas alegrías y también los pesares propios de su limitación. El Evangelio es un libro de cuerpos y para los cuerpos. Sin amar los cuerpos no es posible volver al Evangelio.
  • De abajo a arriba: Así está descrito el cuerpo de la amada, desde los pies hasta la cabeza. Quizá sea ese el itinerario para volver a una valoración distinta de la corporalidad: desde lo más elemental, los pies, hasta lo más sublime, la cabeza. La espiritualidad de máximos que maneja la religión apunta siempre a lo más alto y olvida lo más bajo. Pero la belleza sencilla está en lo bajo, en lo simple, lo cotidiano. Volver al Evangelio es volver a lo bajo.
  • Signo del reino: La belleza sencilla, el cuerpo cantado, el gozo por lo hermoso es signo del reino. No hemos sido creados ni para la pena ni para el trabajo, sino para el disfrute y la fiesta. Por eso es tan importante la espiritualidad de la belleza. Puede dar un toque distinto a nuestras relaciones comunitarias.

 

b) Reflexión

 

  • Todos los seres tienen una cierta belleza: La cultura nos ha hecho creer que muchos seres son repugnantes, por su morfología o por su historia. Pero todo ser lleva el “alma” incorruptible de Dios (como dice Sab 12,1). Descubrir la belleza oculta de los seres menos queridos es una tarea hermosa. También es una tarea en la vida cristiana descubrirla en los hermanos/as donde la belleza está más oculta por su historia o sus limitaciones.
  • Amor compartido en el dolor: Así definen algunos la belleza profunda. No se trata de meras posiciones estéticas, sino de compartir amor en situaciones de dificultad, ya que en las que no tienen dificultad eso va de sí. Esa ha sido la belleza de Jesús con nosotros, compartidor de amor en nuestros caminos extraviados. Desde ahí los ha hecho bellos, a pesar de sus límites.
  • Contra el utilitarismo: Porque se nos pega algo que socialmente es un “dogma”: lo que no es útil, no vale. Y no es así: muchas veces se demuestra que lo inútil, el considerado poco útil, es el que aporta más al gozo y al sentido de la vida. Lo útil es una categoría que va por detrás de lo bello. Hay que hablar el lenguaje de lo bello para no ser un dominador o un mero consumidor de recursos (EG 11).
  • Dimensión ética y religiosa: Porque lo bello no tiene solamente una dimensión estética. También lo bello es ético porque ayuda a tomar decisiones de cercanía y amor al otro. Y es religioso porque conecta con lo santo que tiene una dimensión estética. Las tres dimensiones van imbricadas, pero, como decimos, lo bello tiene primacía.

 

 

 

c) Derivaciones

 

  • Tiene que ver con la fraternidad: Así es, la belleza tiene que ver con la comunicación porque es algo para compartir. Una belleza para uno solo no es la de la vida cristiana. Cuidar la casa, las personas, únicamente para el exclusivo placer personal no es de recibo. Como todo, la belleza comunitaria ha de ser consensuada, valorada por todos, disfrutada por todos.
  • Ofrecer la fe y la religión en el molde de lo bello: Como lenguaje más adecuado. Aunque nuestras posibilidades sean menguadas, hay que intentarlo. Liturgia bella, oración bella, signos evocadores, lugares cuidados, buen gusto en los cantos, discurso catequético con un poco de lírica, etc. Sin exquisiteces raras, pero de una forma bella.
  • Belleza para andar por casa: Porque todo ayuda, todo genera espiritualidad. Higiene personal y comunitaria cuidada; buen gusto en la ornamentación de la casa, en las comidas, en las manifestaciones ante la gente; detalles que tengan el lenguaje del buen gusto. La inatrapable trascendencia pasa muchas veces por estos caminos sencillos de lo bello.

 

d) Un texto evangélico para la meditación: Lc 12,27

 

         «Fijaos como crecen los lirios: ni hilan ni tejen, y os digo que ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como cualquiera de ellos».

 

         Comparación para frenar las excesivas preocupaciones y poder acoger así la bienaventuranza de la pobreza. Pero es significativo que se ponga como ejemplo ecológico y estético: los lirios. Sin belleza y sin amor a la tierra no puede entenderse bien la opción por la pobreza.

 

e) Un poema

 

Bajo el sol

                hay bondad

frente a la luz sólo basta

                abrir los ojos

Limpia las penas

 

de tu corazón

el sufrimiento

de tu cuerpo

bajo el sol

da gracias

a la hierba

al musgo a la lluvia

da gracias

al placer

a la tierra sobre la que vives

y sobre la que mueres

al primer jardín

a los árboles de música

y a sus follajes de silencio

da gracias

al agua de la acequia

al bálsamo en la sangre

al rocío la floresta

al ciervo vulnerable

bajo el sol

al cielo y a sus siglos

a las nubes del aire

al fuego y al frío

a los vientos a las noches

y a los días y a la luz

a los montes y colinas

a las fuentes los mares y riberas

a la muerte

a los pájaros del cielo

y a la muerte

oscuro corzo herido

da gracias

               bajo el sol

 

Ernesto Kavi 

 

 

 

12. Para una sed infinita

 

         Parece que el ser humano, debido al mecanismo del deseo, alberga en su interior una inapagable sed de trascendencia. La religión ha lanzado ese componente antropológico al más allá: en el cielo se calmará esa sed al “ver” a Dios. Pero la evidencia es que tal sed anida ya ahora en el corazón de la persona. Por lo que el tratamiento que se dé al deseo y a su utopía de trascendencia ha de ser algo en la historia, en el hoy.

         La vida cristiana puede tomar como un apostolado connatural a su opción  el tratar de colmar esa sed de trascendencia en el hoy. Esta sed se percibe en muchos signos sociales (foros espirituales, prácticas espirituales que vienen del oriente, modos de contemplación laica, etc.). Eso lo podrá hacer viviendo y ofreciendo más espiritualidad que religión, más profundidad que culto, más interioridad que doctrina.

 

a) Cant 6,11-12

 

         «Bajé a mi nogueral

a examinar los brotes de la vega,

a ver si ya las vides florecían,

a ver si ya se abrían los botones

         de los granados;

         y, sin saberlo,

me encontré en la carroza con mi príncipe».

 

  • Bajar al nogueral: Puede leerse este texto hermoso en modos metafóricos: es bajar a la profundidad para verificar si la vida (brotes-vides-granados) bulle en su interior. Quien no se sumerge en lo profundo de la hermosura de la vida, en las verdades existenciales que tocan el corazón, no puede llegar a disfrutar del sentido de esta vida. La trascendencia que ahonda como requisito para el disfrute y el sentido.
  • Y sin saberlo: Porque el ahondamiento en la vida ha de hacerse con naturalidad, como quien respira, en maneras sencillas y cotidianas. Esa es la sed de quien busca con moderación pero con pasión.
  • En la carroza con mi príncipe: En el sentido, en la verdad que riega la vida, en el Dios que está en el fondo. Estos son los frutos de la trascendencia vivida y ofrecida, de la espiritualidad como elemento del caminar humano.

 

b) Reflexión

 

  • Escuela para la sed: La comunidad podría ser un ámbito propicio para activar la sed de Dios. Y, además, una escuela del para esa sed, orientándola hacia la dicha y hacia la fe profunda, hacia la fe cósmica.
  • Sed de dicha: Algo a lo que ningún humano renuncia: a poder ser feliz dentro de los límites de la historia. El peor pecado que se pueda cometer es no ser feliz, ya que para la dicha hemos sido creados (Borges). La dicha en el marco de lo efímero es muy respetable, ya que aquella en el marco de lo intemporal es insegura, por más que la fe la mantenga.
  • Sed de transcendencia: Normalmente, en el imaginario religioso la trascendencia es hacia fuera. Pero se puede pensar la trascendencia hacia adentro, ahondando en la historia, bajando a los sótanos de la vida para encontrarse con la verdad que es uno. Esta trascendencia, tan espiritual como cualquiera, puede dar verdadero realismo y conecta con la verdad misma de la experiencia cristiana (cf Rom 7).

 

c) Derivaciones

 

  • Una vida cristiana que ofrezca espiritualidad: Porque lo que normalmente se oferta es religión, prácticas religiosas. Pero ¿si se ofreciera espiritualidad? Para ello habría que comenzar por potenciarla en el propio marco de la fe cristiana: una espiritualidad anclada en lo antropológico y en los caminos humanos. Y desde ahí, se podría ofertar y proponer una espiritualidad religiosa. Eso podría ayudar a calmar muchas “sed” que experimentan las personas.
  • En conexión con las grandes sed de la persona: La sed de la justicia, de dicha, de amor, de paz, de igualdad…La vida cristiana si no conecta con esas grandes sed que tiene el camino humano no podrá ofrecer espiritualidad y se resignará al rincón de la espiritualidad religiosa, derivada muchas veces en mera práctica religiosa. Por eso es tan importante conectar con las grandes sed de lo humano.
  • Libre de intereses que se oponen a la trascendencia: Si la vida cristiana pretende hacer una oferta de espiritualidad y sigue ligada a intereses que, en el fondo se oponen a ella, no logrará nunca nada. Así es: el afán de dinero, la tentación del poder, el corporativismo, el buen nombre de la Institución, la gloria humana a través de la gloria religiosa, todo eso son intereses que bloquean los caminos de la espiritualidad profunda. La vida cristiana habría de situarse lo más lejos posible de ellos.

 

d) Texto evangélico de meditación: Jn 14,23

 

         «Vendremos a él y pondremos nuestra morada en él».

 

         El Padre y Jesús han tomado una decisión de vértigo: venir a poner su morada en el fondo de la estructura histórica. Por eso, el cielo está en el fondo de la existencia. Quien quiera encontrarse con el Dios que nos habita, tendrá que ahondar en la historia, bajar al sótano de la realidad. Ahí encontrará a Dios, en esas aguas profundas saciará la sed.

 

f) Un texto

 

El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. Pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios. El nombre de este fondo infinito e inagotable de la historia es Dios. Tal es el significado de esta palabra y aquello a lo que tienden las expresiones reino de Dios y divina providencia. Y si estas palabras no tienen demasiado sentido para vosotros, traducidlas y hablad de la profundidad de la historia, del fondo y la finalidad de nuestra vida social, y de lo que os tomáis en serio, sin la menor reserva, en vuestras actividades morales y políticas. Quizá daríais el nombre de esperanza, simplemente esperanza, a esta profundidad”.

Paul Tillich