Retiro en la Navidad 2021
Retiro en la Navidad de 2021
DE CARNE Y HUESO
Hablar de “lo carnal” todavía evoca en nosotros el pecado, lo ilícito, lo rechazable, algo que hay que alejar del alma. Es verdad que va quedando lejos. Pero las reminiscencias permanecen. Es el viejo litigio, no resuelto del todo, entre cuerpo y alma, teniendo por mejor el alma y por negativo todo lo relacionado con el cuerpo.
Pero resulta que hablar de la encarnación de Jesús, de la Navidad, es hablar de lo carnal, de la carne del mismo Jesús, carne como la nuestra en todas sus dimensiones. Bien canta el himno de Navidad: “Misterio de carne nuestra, misterio”. Porque la carne no es solo lo que vemos y tocamos, eso que, a veces, hemos considerado secundario y “pecador”. La carne es la puerta del misterio: abrirla, tocarla, amarla es llamar a la puerta adecuada para encontrarse con el misterio del Dios-con-nosotros. Toquemos, pues, la carne, la de Jesús y la nuestra.
Para entrar en el misterio de la carne, la de Jesús y la nuestra, es preciso ahondar, sosegarse, quedarse contemplando. No es fácil porque la carne no es mera exterioridad, es también el rostro de nuestra verdad, lo que se ve de lo que realmente somos. Trascender lo que vemos hasta tocar lo que somos es todo un trabajo.
Hacerlo en comunidad puede ayudar. De cualquier manera, decimos lo de siempre: que no pase el tiempo hermoso de la Navidad en la mera superficialidad de una celebración social que se queda en la puerta sin decidirse a entrar. Ojalá.
1. De carne y hueso
Del poeta mejicano Alfonso Junco rezamos un himno hermoso en la liturgia de laudes del viernes de la I semana:
Así: te necesito
de carne y hueso.
Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,
tumulto y sinfonía de los cielos;
y, a zaga del arcano de la vida,
perfora el caos y sojuzga el tiempo,
y da contigo, Padre de las causas,
Motor primero.
Más el frío conturba en los abismos,
y en los días de Dios amaga el vértigo.
¡Y un fuego vivo necesita el alma
y un asidero!
Hombre quisiste hacerme, no desnuda
inmaterialidad de pensamiento.
Soy una encarnación diminutiva;
el arte, resplandor que toma cuerpo:
la palabra es la carne de la idea:
¡Encarnación es todo el universo!
¡Y el que puso esta ley en nuestra nada
hizo carne su verbo!
Así: tangible, humano,
fraterno.
Ungir tus pies, que buscan mi camino,
sentir tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu regazo,
y, -Judas sin traición- darte mi beso.
Carne soy, y de carne te quiero.
¡Caridad que viniste a mi indigencia,
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
Así, sufriente, corporal, amigo,
¡Cómo te entiendo!
¡Dulce locura de misericordia:
Los dos de carne y hueso.
- Así te necesito: nuestra necesidad es de carne y hueso y demanda un amparo del mismo calado. ¿De qué nos serviría un socorro divino si nuestro grito es el de un corazón de carne?
- Un atisbo…que da contigo: porque es un atisbo, una intuición, un vislumbre la certeza de que Jesús es profundamente de nuestra carne. Un Jesús envuelto en prerrogativas divinas que muestra tímida, pero tercamente, su rostro de persona.
- El frío…el vértigo…un asidero: la carnalidad de Jesús es calidez frente al frío, seguridad cuando el vértigo nos zarandea, un asidero cuando uno pierde pie en la vida. Su carne es el agarradero más firme que tenemos.
- Encarnación es todo el universo: el cosmos es el verdadero cuerpo de Dios y, por ello, todo lo creado, Jesús incluido, es carne de Dios, realidad que se puede palpar y abrazar (1 Jn 1,1).
- Tangible…humano…fraterno: realidad tangible que puede ser “apretujada” (Mc 5,31), humanidad como la nuestra en todo, fraternidad que no se avergüenza de hacer hermandad con nosotros.
- Tus pies…tus manos…tu regazo: toda tu carne a nuestro alcance: tus pobres pies que recorrieron nuestros caminos, tus manos que nos curaron y bendijeron, tu regazo más cálido que el de una madre.
- De carne te quiero: porque el amor brota de la carne amada y sin carne no hay amor. Por eso el enamorado de Jesús ansía y disfruta de su carnalidad amiga y entregada.
- Locura de misericordia: ya que el amor loco solamente brota de un carne que se da. Loco de amor, Jesús, así lo ha llamado la tradición (N. Cabasilas). Locura que se repite y se repite.
- Los dos de carne y hueso: la carne y el hueso es lo que nos hermana, lo que nos hace familia, lo que nos unce al yugo indestructible del amor. Temblor de carne y hueso, temblor de amor.
2. Contemplación de la carnalidad de Jesús
Dice Heb 4,15 que fue “como nosotros en todo”. Eso es lo que nos permite contemplar su honda humanidad, aunque no se más que por los pequeños atisbos que nos han dejado los evangelios.
a) Su carnalidad física:
- Comer: “Un fariseo le invitó a comer con él. Entró en casa del fariseo y se recostó a la mesa” (Lc 7,36). No hace ascos, no pone reparos; se le invita y se sienta a la mesa. La mesa compartida es camino de humanidad, puerta que da acceso al interior, a la verdad, de la persona.
- Beber: “Comilón y borracho, amigo de pecadores” (Mt 11,16-19). No se desdice de “títulos” tan ofensivos. Él come y bebe como todos y ese camino común construye los encuentros
- Dormir: “Iba dormido en un cabezal” (Mc 4,35-41). Dormido como quien se rinde a una necesidad que asalta en medio de la tormenta. Derrotado por el sueño. Hermanado en los sueños.
- Andar: “Fue caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea” (Lc 8,1). Supo de caminos, supo de encuentros; supo de pies cansados, supo de corazones abrumados; supo de sendas ignoradas, conoció los extraños caminos del corazón.
b) Su carnalidad emocional:
- Consoló: “Mujer, no llores” (Lc 7,13). Supo de lágrimas y derramó consuelo. Recogió las lágrimas que corren el riesgo de quedarse sin recoger. No huyó ante los desconsuelos; no se puso por encima de ellos. Hizo suyos llantos que no eran suyos.
- Se emocionó: “En aquel preciso instante, explotó de gozo” (Lc 10,21). Un gozo que inunda, que desborda, que envuelve. Su cuerpo supo de gozos y de alegrías hondas.
- Lloró: “A Jesús se le saltaron las lágrimas” (Jn 11,35). Sus ojos se anegaron, su corazón se rompió como una orza y brotaron las lágrimas. Hermano en las lágrimas, hermano en el corazón herido.
- Se alegró: “Hay más alegría en cielo por un pecador que se convierte…” (Lc 15,7). Vivió la alegría de quien se convierte, de quien encuentra de nuevo el rumbo, de quien hace las paces con su vida. Se alegró por otro y probablemente por él mismo.
- Cantó: “Iba delante de ellos subiendo a Jerusalén” (Lc 19,28). No lo dice explícitamente pero iría cantando los salmos de las subidas, tirando de aquella cordada de desalentados. Canto para infundir ánimo y aliento.
c) Su carnalidad espiritual:
- Su fe: “Yo sé que tú siempre me escuchas” (Jn 11,42). Esas son sus certezas de fe. Él ha hecho, como todos, un camino de creyente, con sus avances y retrocesos. Él tuvo que aprender el designio del Padre.
- Su amor: “Le miró con amor” (Mc 10,21). No es una persona fría, calculadora. Él ama y quiere ser amado, como todos. La suya es una carnalidad que ama.
- Su esperanza: “Cuántas veces he querido cobijarte como la gallina a sus polluelos” (Mt 23,37). Él ha tenido esperanzas sobre su pueblo; nunca ha tirado la toalla del todo. Una esperanza a contracorriente.
- Su confianza: “Ha puesto su confianza en Dios, ¡pues que Dios le salve ahora!” (Mt 27,43). No fue un desconfiado gélido, sino alguien que confía en el corazón del otro y en el corazón del mismo Dios.
3. Amar la carnalidad en su fuerza y en su debilidad
Porque son dos aspectos que componen el hecho de ser carne y hueso, de ser historia que se toca y se palpa:
a) Amar la carnalidad en su fuerza:
- Amar la carnalidad que se da en el amor: porque el amor necesita el lenguaje de la carne, del gesto, del abrazo, de la caricia. Cuando se nos priva de ellas (como en tiempos de pandemia) nos sentimos huérfanos. No mirar este campo solamente desde el ángulo del pecado (que es posible, como en todo lo humano), sino también desde su indudable hermosura.
- Amar la carnalidad que se da en el disfrute de lo creado: por más que aún no estemos del todo acostumbrados. Dice LS’ 12 que el mundo es “un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”. Amar sin disfrutar no es posible; tampoco es posible creer sin disfrutar de las personas y de las creaturas.
- Amar la carnalidad en las entregas a utopías e ideales: porque muchas veces esos ideales son humanos, “carnales”, que afectan a la vida, a la carne de los empobrecidos. Amarlos, interesarse por los cuerpos de quienes entregan su vida a otros, de quienes hacen suyo el sufrimiento de los demás.
- Amar la carnalidad de los caminos extraños del amor: esos caminos que no se ajustan a los parámetros oficiales, legales, que nos parecen raros y hasta rechazables porque no hemos sido educados en ellos (uniones extramatrimoniales, del mismo sexo, no binarias, etc.). Saber que los caminos de la carnalidad son plurales porque, al fin y al cabo, también son caminos del Espíritu.
b) Amar la carnalidad de los cuerpos débiles:
- Amar la carnalidad de los cuerpos envejecidos y débiles: porque son un verdadero sagrario donde Dios se hace presente en la misma debilidad de Jesús, a veces en su misma cruz. Volverse a ellos, mostrarles un rostro benigno, no negarles cualquier alivio que pueda hacer más asumible su situación.
- Amar la carnalidad de los excluidos: porque dice FT 69 que «la inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos».
- Amar la carnalidad de los que nadie consuela: porque según Qoh 4,1, lo peor son “las lágrimas de los pobres que nadie consuela”. No acostumbrarse a esas lágrimas; conmoverse y moverse por ellas. Orar por las lágrimas de quienes viven en profundos desconsuelos: los apátridas, los desplazados, los que se agolpan ante las alambradas de las fronteras. No verlo de lejos porque no ocurre en nuestra calle.
- Amar la pobre carnalidad de los muertos que nadie reclama: de los ahogados en los mares, de los que mueren en los desiertos, de quienes están en las morgues de nuestros hospitales sin que nadie se interese por ellos. Carnalidad que no cuenta ni en estadísticas. Orar por ellos, ya que nadie ora por ellos.
Conclusión
Contemplar la encarnación de Jesús en Navidad es adentrarse en un misterio hecho de carne y hueso. Es, además mirar con mirada nueva el tema de ser carne. Es dar a la oración un componente que casi nunca tiene. Es cuidar, respetar y amar el ser “carnal” de nuestras hermanas para que la fraternidad tenga un cimiento realista y adecuado. Solo contando con él se podrá construir el edificio de la espiritualidad. Que sea la nuestra de este año una encarnación “de carne y hueso”.
Itinerario
- 25 diciembre a 1 de enero: Disfrutar con la naturaleza aunque sea invierno. Rodear las representaciones de Navidad (Belén, Niño, etc.) de plantas cogidas del campo, aunque sean más pobres.
- 2 a 9 de enero: Disfrutar con los cuerpos débiles de las hermanas. Pasar ratos de acompañamiento con ellas. Darles algún pequeño capricho que les alegre un rato.
2 comentarios
Teresa -
Suena bien que la carne es la puerta del misterio; y aún mejor: la carne no es mera exterioridad, es también el rostro de nuestra verdad, lo que se ve de lo que realmente somos.
Su carne (de Jesús) es el agarradero más firme que tenemos. No se puede decir más bonito
Encarnación es todo el universo. Bellísima expresión, también.
De carne te quiero: el anhelo de todo místico de ayer y de hoy.
Carnalidad física de Jesús. ¿Por qué nos han enseñado entonces a dar tanta importancia a la mortificación y a los sacrificios en el comer, beber y dormir?
Carnalidad emocional de Jesús. ¿Por qué nos han inculcado que era mucho mejor ocultar y renegar de las emociones?
Carnalidad espiritual de Jesús. ¿Por qué se han empeñado en despojar de cualquier carnalidad nuestra espiritualidad para que fuera tal?
Saber que los caminos de la carnalidad son plurales porque, al fin y al cabo, también son caminos del Espíritu. Ahí andamos aprendiendo.
Amar la carnalidad de los cuerpos débiles. Son tantos y un regalo quienes ven en ellos, tocan, cuidan y alivian el cuerpo de Jesús.
Preciosa conclusión, como siempre.
Pilar -