Tránsito 2025
TRÁNSITO DE SAN FRANCISCO 2025
Cada año, el 3 de octubre, quienes amamos a Francisco de Asís recordamos con emoción el momento decisivo de su muerte, su tránsito. No es un mero recuerdo. Es acercarse con amor a la verdad más sencilla de francisco: su amor a Jesús y su amor a los hermanos. Celebremos este momento con sencillez y piedad. Comenzamos cantando:
Canto
TÚ ERES EL BIEN,
TODO BIEN,
SUMO BIEN,
SEÑOR DIOS,
VIVO Y VERDADERO.
Tú eres santo, Señor Dios único,
que haces maravillas.
Tú eres fuerte,
tú eres grande,
tú eres altísimo,
TÚ ERES EL BIEN,
TODO BIEN,
SUMO BIEN,
SEÑOR DIOS,
VIVO Y VERDADERO.
Oración
Señor Jesús que diste a Francisco, nuestro padre y hermano, un corazón fraterno capaz de abrazar a todas las criaturas, danos a quienes veneramos su recuerdo ser siempre acogedores, respetuosos y sencillos con cada uno de nuestros hermanos y con las criaturas todas. Te lo pedimos…
Lectura franciscana
Vamos a leer un pasaje de la libro llamado “Espejo de Perfección” donde se narra la bendición que dio Francisco a la ciudad de Asís poco antes de su muerte pidiendo al Señor un corazón capaz siempre de bendecir y amar.
Del Espejo de Perfección:
Certificado el Padre santísimo, tanto por el Espíritu Santo como por dictamen de los médicos, de la inminencia de la muerte, estando todavía en dicho palacio y sintiéndose cada vez más abrumado y falto de fuerzas, dispuso que lo trasladaran en una camilla a Santa María de la Porciúncula, porque anhelaba acabar su vida allí donde había empezado a experimentar la luz y la vida del alma.
Cuando llegaron al hospital, situado a la mitad del camino entre Asís y Santa María, dijo a los que lo llevaban que dejaran las parihuelas en el suelo. Como, debido a su prolongada y grave enfermedad de los ojos, apenas veía nada, hizo que le volvieran de forma que tuviera el rostro mirando hacia la ciudad de Asís.
Entonces, incorporándose un poco, dio la bendición a la ciudad, diciendo: «Señor, como, según creo, esta ciudad fue en la antigüedad lugar y refugio de hombres malvados, así veo que, cuando has querido, por tu mucha misericordia has manifestado en ella de forma singular la abundancia de tus bondades y que por tu sola bondad la has elegido para que sea lugar y morada de los que te conozcan de verdad y den gloria a tu santo nombre y ofrezcan a todo el pueblo cristiano olor de buena fama, de vida santa, de la doctrina verdadera y de la perfección evangélica. Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia (cf. LP 5 n. 3), que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en ella, para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conozcan y glorifiquen tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén».
Dichas estas palabras, lo llevaron a Santa María. Cumplidos los cuarenta años de edad y los veinte de su admirable penitencia, el día 4 de octubre del año del Señor 1226 (9) voló al encuentro de nuestro Señor Jesucristo, a quien amó de todo corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, con vivísimo anhelo y afecto; a Él siguió perfectísimamente, tras Él corrió velozmente y, por fin, gloriosísimamente llegó a Él, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Homilía
Se suele decir que “tal es la vida, tal es la muerte” porque la muerte, momento de verdad único en la vida de las personas, refleja la manera de vivir que se ha tenido. Eso ocurre en la persona de Francisco: su vida fue respetuosa, fraterna, bendiciente. No nos ha de extrañar que terminara bendiciendo a sus hermanos, a las criaturas y su querida ciudad de Asís.
Cumple a las mil maravillas con aquello que dirá luego el recordado papa Francisco en Fratelli tutti 223: «San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Ga 5,22), que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es una manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás. Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian».
Así ha sido Francisco, el hermano de las palabras buenas, agradecidas, bondadosas. Francisco decía a sus hermanos a la hora de morir: “Comencemos, hermanos”. Comencemos y continuemos diciendo palabras buenas en nuestro mundo. Ahora que vivimos en una época de polarización, de discursos violentos, de grandes descalificaciones, de palabras desgarradas, quienes amamos a Francisco, siguiendo su ejemplo, respetemos, hablemos moderadamente, bendigamos, seamos ecuánimes.
No haríamos nada con recordar a Francisco si con nuestras palabras negativas, hirientes, condenatorias contribuyéramos a la crispación social. Por el contrario, el camino marcado por Francisco es el mismo que marcó san Pablo: “Bendecid, sí, no maldigáis” (Rom 12,14).
Oración sálmica
Vamos a orar con las alabanzas que Francisco dirigía al Dios altísimo. Bendiciendo a Dios nos comprometemos a bendecirnos a nosotros y a todas las criaturas.
Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas.
Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo, tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra.
Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero.
Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres quietud, tú eres gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres justicia, tú eres templanza, tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción.
Tú eres belleza, tú eres mansedumbre; tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro; tú eres fortaleza, tú eres refrigerio.
Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra, tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra: Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador.
Oración final y bendición
Que nos acompañe siempre la bendición y el amparo de nuestro padre y hermano Francisco de Asís. Y que, al celebrar su fiesta, caminemos siempre por la senda de la bendición y del amor. Te lo pedimos…
El Señor os bendiga y os guarde…
Canto final
A tu paso alegras el cielo
y nos traes luz y calor.
Por tu sol de alegres vuelo,
loado mi Señor.
Te deslizas por las praderas
y en los campos pintas Verdor,
por tus luces placenteras
loado mi Señor
HERMANO SOL,
TU NOS TRAES ALEGRÍA,
Y DEL SEÑOR EL AMOR,
POR TU NUEVO DÍA
LOADO MI SEÑOR.
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