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FIAIZ

Ejercicios 2025

CUESTIÓN DE HUMANIDAD

Notas para una semana de retiro sobre Sab 11-12

 

         Los creyentes tenemos dificultad para encontrar el lugar de la fe en este mundo secular. Estamos rodeados de agnósticos, ateos, de gente desinteresada por el hecho religioso. Alguno de nuestros mismos familiares, que nos quieren, no tienen a la religión en su horizonte de vida. ¿Cómo entendernos en este mundo distinto? ¿Cómo seguir haciendo ejercicios espirituales cuando el contexto poco tiene que ver con este tipo de prácticas? ¿Podemos refugiarnos en modos reflexivos y orantes desconectados de la realidad? ¿O podemos matar dos pájaros de un tiro: cultivar una espiritualidad que nos ayude a situarnos mejor y que, a la vez, alimente nuestra vida cristiana?

         La Palabra viene en nuestra ayuda porque sigue siendo “lámpara para nuestros pasos” (Sal 118,105). Recurrimos, esta vez, al libro de la Sabiduría. En los cap.11-12 se viene a decir: según la mentalidad veterotestamentaria, un Dios debe defender a sus fieles. Por eso, Yahvéh tendría que haber machacado a los enemigos de Israel, sobre todo a los cananeos y a los egipcios (aunque ya no existían cuando se escribe Sabiduría, pero han quedado en el imaginario bíblico como los grandes enemigos de Israel). Pero Dios no ha obrado así porque tiene otra manera de ver las cosas, una manera “humana”, como la de quien ha expulsado el mal de su corazón.

         La vida y la fe dependen del nivel de humanidad de la persona. Por eso, entender la semana de ejercicios como un tiempo bueno para el cultivo de la espiritualidad de la humanidad es una manera correcta de situarse. Ser humano no es solamente pertenecer al género humano. Es un trabajo que habrá que realizar toda la vida, un trabajo para adultos en la fe.

 

1

TE COMPADECES DE TODOS

PORQUE TODO LO PUEDES

(Sab11,23)

 

Reflexión

 

         Que el poder se manifieste en la compasión es una paradoja. La expresión del poder es la fuerza, la imposición, el pasar por encima de la persona. El poder es refractario a la compasión. Es raro que quien ejerza el poder sea, a la vez, compasivo. Por eso el poder es considerado como valor de fuertes y la compasión de débiles.

         Darwin decía que sobrevive quien se adapta. Pero la historia de los grupos humanos difiere de eso: se sobrevive por la compasión (así se interpreta la mandíbula de Dmanisi). La compasión hunde sus raíces en los inicios del camino humano. Porque, más allá del individualismo, los humanos han entrevisto que depender de otro no es una desgracia, sino “una suerte, un regalo, un don” (J. M. Esquirol). En esto radica la fuerza de la compasión, en que lleva al entrecruce de corazones, a la dependencia que ama y que construye, no a la que destruye que es la del poder. La humanidad se ha hecho fuerte en la compasión. Eso es lo que le ha permitido sacar la cabeza cuando las situaciones eran muy difíciles (caso de Ángel Sanz-Briz).

         También las comunidades religiosas se hacen fuertes en la compasión y débiles en el uso de la fuerza y la exclusión. El uso de la excomunión, a veces da la impresión de que con cierta ligereza, no parece ser camino adecuado, además de no ser planteamiento evangélico. Habría que buscar, sin cansarse, los derroteros de la misericordia.

         Por eso viene muy bien que un libro del AT nos recuerde que el poder de Dios sea la compasión. Es la destrucción del poder omnímodo que lleva al temor. Ya los antiguos creyentes intuían que la bondad y la compasión eran atributos divinos: “Uno solo es bueno” (Mc 10,18). Hay en la “débil” compasión una fuerza oculta, la fuerza del amor. Por eso quien es compasivo lleva dentro la fuerza del amor que puede con todo. Quienes han amado más han sido los verdaderamente fuertes.

 

Desde Jesús

 

         Numerosas referencias a la compasión de Jesús son ventanas abiertas al interior de Jesús: “Al desembarcar, vio un gran multitud; se conmovió porque estaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles con calma” (Mc 6,34). La compasión va mezclada a la conmoción. La frialdad, la despreocupación, el pasar de la situación del otro no es terreno adecuado para que brote la compasión.

         Jesús apela a la compasión porque cree con certeza que Dios es compasivo: “Sed compasivos porque el Padre es compasivo” (Lc 6,36). Esa es para Jesús la característica principal de Dios. Así lo ha descrito en la magnífica parábola del Padre que perdona siempre (Lc 15,11-32). Es un salto cualitativo respecto al Dios del AT.

         De esa experiencia ha brotado la pregunta fundamental de la compasión: “¿Qué  quieres que haga por ti?” (Lc 18,41). Si está en mi mano hacerlo, lo haré. Jesús ha vivido su vida en la perspectiva de tal pregunta. Es la compasión activa, no meramente emocional. Por encima de agradecimientos, aplausos y premios, Jesús ha vivido en actitud constante de amparo.

         Quizá él mismo se dio cuenta de que esta perspectiva le llevaba a cuestionar sus viejos parámetros judíos o que reforzaba el fondo de la alianza: ¿No lo dijo con claridad cuando trajo a colación el texto de Os 6,6: “Misericordia quiero y no sacrificios” cuando le recriminaban que se sentara a la mesa con pecadores en Mt 9,9-13. Ya lo dice Pagola: «Las comidas con ‘pecadores’ son uno de los rasgos más sorprendentes y originales de Jesús, quizá el que más le diferencia de todos sus contemporáneos y de todos los profetas y rabinos del pasado». Es, ya lo decimos, la compasión activa de Jesús que le lleva a reconocer y mantener la dignidad de cada persona. Estamos  lejos de conmiseraciones intimistas.

 

Aplicaciones

 

         Lo mismo que hay un movimiento de “ciudades compasivas” podría haberlo de “comunidades compasivas”: grupos humanos donde la compasión se vive y se hace visible. Porque por este medio, como decía el Hno. Roger de Taizé el ciudadano de hoy puede entender que Dios es amor y solamente amor. La predicación de la compasión, la que se hace con el ejemplo, es la mejor manera de anunciar la propuesta de Jesús.

         La compasión está ligada a las segundas oportunidades. El compasivo, la compasiva, no retira la confianza aunque haya fallo de por medio (como Jesús no retira a Pedro su función petrina en Lc 22,31-34). Hace falta mucha hondura humana y cristiana para andar por estas sendas.

         Tener en la boca y en el corazón la pregunta por la compasión (¿Qué puede hacer por ti?) es síntoma de auténtica madurez cristiana y humana. Jesús mismo nos lo muestra (Lc 18,41-43). Es pregunta indica que el otro ocupa una parte real del fondo del corazón, de lo que somos. El otro hace parte de los nombres que habitan el alma.

         Del mismo modo que Jesús se sentó a la mesa con pecadores, habríamos de sentarnos a la mesa de la secularidad: no cerrarnos en nuestras posturas religiosas, creer en las posibilidades del diálogo, ser colaboradores en cuestiones que mejoran el nivel de vida humana, no cansarse del trabajo por conocerse mejor (lo dice FT 285).

 

Oración

 

Si yo fuera limpio de corazón descubriría...
Que todos somos obra de Dios,

llevamos algo de bueno en el corazón.
Que todos valemos la pena,

y nos queda algo de la imagen de Dios.
Que a todos hay que darles otra oportunidad.

Que todos somos dignos de amor,

justicia, libertad, perdón.
Que todos somos dignos de compasión,

respeto y de muchos derechos.
Que todas las criaturas son mis hermanas.
Que la creación es obra maravillosa de Dios.

Que no hay razón para levantar barreras,

cerrar fronteras.
Que no hay razón para ninguna clase

de discriminación.
Que no hay razón para el fanatismo

y para no dialogar con alguien.
Que no hay razón para maldecir,

juzgar y condenar a nadie.
Que no hay razón para matar,

ni para el racismo.

Que todos los ancianos tienen un caudal de sabiduría,

y los jóvenes, de ideales.
Que los adolescentes tienen un caudal de planes,

y los niños, de amor.
Que las mujeres tienen un caudal de fortaleza,

y los enfermos, de paciencia.
Que los pobres tienen un caudal de riqueza,
y los discapacitados, de capacidades.

Que hay razón para tender puentes,

dar a todos la paz, trabajar por la paz,
amar y defender la creación.
Que hay razón para ser hermanos

y seguir siendo amigos.
Que hay razón para sonreír a todos.
Que hay razón para dar a todos los buenos días,

dar a todos la mano,
intentar de nuevo hacerlo todo mejor.

Que hay razón para seguir viviendo,

para vivir en comunidad.
Que hay razón para prestar un oído

a lo que dicen los demás.
Que hay razón para servir, amar, sufrir.
Que hay razón para muchas cosas más.

 

 

 

2

SI HUBIERAS ODIADO ALGUNA COSA,

NO LA HABRÍAS CREADO 

(Sab 11,24)

 

Reflexión

 

         ¿Cómo podemos decir que las cosas son buenas? ¿Cómo creer que estamos llamados a la bondad? Por la creación: el ser creado es el título y garantía de nuestra dignidad y eso es así porque la creación es el cordón umbilical que nos une al Padre. Ser creatura (algo que, a veces, molesta porque se cree que eso genera dependencia) es vivir en la órbita del amor del Padre. ¿Cómo decir esto con palabras que encandilen, que enamoren?

         Por eso la creación es algo bendito. La teología ha creído que la creación era algo maldito, la condena de vivir. Y ha montado su acción sobre la certeza del pecado, el original y las fotocopias. Una triste historia. La creación es bendita en origen porque viene de Dios, aunque el pecado esté ahí. El argumento de Sabiduría es claro: no puede haber algo malo que Dios, el Dios bueno, haya creado. Esto es música celestial si no se logra esa otra “mirada” sobre lo creado de la que habla con frecuencia el Papa Francisco.

         Por eso, toda creatura tiene algún sentido que quizá nosotros desconozcamos (caso de la bromelaína de las piñas para los grandes quemados), todas cumplen alguna función en el conjunto de lo creado, ignorar su utilidad no lleva a ignorar su dignidad.

         Todo eso nos lleva a un sentido de familia creatural: la pertenencia a lo creado nos hace familia. Y no es lícito ejercer la violencia contra los propios familiares. Eso nos lleva a modificar nuestro paradigma moral ante muchas creaturas, sobre todo ante los animales (como defiende P. Llored) y a relativizar la “superioridad” del género humano.

 

Desde Jesús

 

         Con los relatos de las llamadas “parábolas ecológicas” (Mt 6,25-34), Jesús quiere encontrar sentido para nosotros a los lirios y a los pájaros, animales y plantas. Lo que se dice poéticamente de esas dos creaturas, podría decirse de otras muchas, de todas.

El texto recurre a la esencialidad: el “alma” y el cuerpo son más que  las necesidades físicas, aunque estas sean perentorias. Las criaturas funcionan en base a la esencialidad. Ellas enseñarán eso a los humanos. Estos versículos llaman a la persona a una búsqueda de lo esencial y, en consecuencia, a una sosegada simplificación de su tren de vida. El valor supremo del “alma” es la vida con sentido, con orientación. El gran peligro de las preocupaciones es que puedan llegar a ser un obstáculo para el sentido de la vida.

La inactividad no es lo que caracteriza a los pájaros: ellos trabajan para procurarse el alimento que Dios les da aunque, por ello, no necesiten graneros. Ellos trabajan en los límites que marca su biología pero, si cesara su actividad, perecerían. Lo mismo ocurre con los lirios: trabajan las 24 horas del día chupando los nutrientes de la tierra que les hacen ser, a pesar de efímeros, tan hermosos. Si no tuvieran esta actividad biológica, morirían. La naturaleza les dota de la belleza de Dios, pero ellos la concretan trabajando en los límites marcados por la biología.

A juicio del texto, los paganos, nosotros con nuestro “paganismo”, cometemos un doble error: ignorar este amor del Creador y, en consecuencia, hacer violencia a su creación para adueñarse de ella, cosa que no se hace sin injusticias ‘sociales’.

Una lectura superficial del pasaje ha podido derivar en modos de confianza sin base en el providencialismo de Dios: confiemos en Dios y él proveerá. Esta teoría espiritual, aún vigente, resulta peligrosa porque se corre el riesgo de desimplicación y de pérdida de fe en el valor de las utopías, una de las cuales es el sueño del reinado de Dios. Pero quizá sea verdad que creer en la providencia no significa cruzarse de brazos ante las necesidades propias o ajenas, sino evitar la angustia confiando en que Dios nos ayudará a través de nuestro esfuerzo y de los demás hombres. Con una formulación radical, podría decirse que la providencia de los demás somos nosotros.

Por su parte, en la parábola de los lirios, el texto empuja a la valoración de la inútil belleza como cauce de vitalidad de control de las preocupaciones vanas. Además, lo bello no es sinónimo de inútil, de realidad lograda sin trabajo. Contemplar lo bello es una manera de llenar el hueco del yo, de la hermosura incomparable de la belleza reduciendo la importancia que se da a sí mismo el preocupado como paradigma de productor social.

 

Aplicaciones

 

Aunque en las últimas décadas se haya avanzado en el tema de la espiritualidad ecológica, lo cierto es que, como pasa en otros dominios espirituales, está casi todo por hacer. De ahí que pensemos que resulta pertinente trabajar la espiritualidad del control de las preocupaciones. Los frutos, a la larga, pueden ser muy positivos.

         Constatamos que el asunto de las preocupaciones excesivas tiene que ver con el yo profundo como espacio ocupado. Y nos aferramos a la creencia de que cuanto más ocupado por el otro y sus sufrimientos, menos espacio para la preocupaciones estériles. Porque el evangelio aspira a ser parte de ese centro, no mera ideología que deje intocado el lugar de donde brota el sentido de la persona.

         Creemos que el texto es una llamada de atención sobre las espiritualidades apaciguadoras (providencialismo, dejar que el espíritu hable, santa indiferencia, etc.). El evangelio demanda tomar las riendas de la vida en las manos con paz y conocimiento de los límites pero con el anhelo vivo de la gran utopía del reino que las preocupaciones inútiles no deberían ahogar. Los efectos sociales de una espiritualidad de apaciguamiento indiscernida pueden ser devastadores.

         De cualquier manera, al terminar hacemos nuestro el grito de esperanza con el que concluye Laudato Si’ y la misma Carta de la tierra: «Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza». Y la Carta: «Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida». Anhelos que hacemos nuestros.

 

Oración

 

Señor  Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte en la belleza del universo,

donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud

por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos

con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo

como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.

Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,

amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.

Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,

para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,

para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.

Alabado seas.
Amén.

 

 

 

3

¿CÓMO SUBSISTIRÍAN LAS COSAS

SI TÚ NO LAS HUBIESES CREADO?

(Sab 11,25)

 

Reflexión

 

         En nuestras vidas, colmadas ya de años, vamos percibiendo la realidad del duro subsistir. Es difícil mantener una vida con salud, cosa siempre amenazada; es complicado mantener un nivel psíquico aceptable; no es fácil construir la paz social a través de los años; no va de sí llevar un nivel continuado de bonanza  económica. Subsistir es difícil. No ha de extrañar que el creyente de Sabiduría llegue a la conclusión de que subsistir es un milagro sostenido por el mismo Dios.

         Mantener con vida el cuerpo, el espíritu, las utopías, los sueños exige una inversión de ánimo y entusiasmo que resulta explicable que, a veces, desfallezcamos. Por eso mismo, es “milagroso” que, a pesar de los costurones de la vida, nos mantengamos todavía en estos anhelos, que dediquemos hoy mismo, un tiempo amplio a considerar esta realidad. Por lógica humana, hace años que tendríamos que haber abandonado estos caminos. Pero aquí estamos, deseosos de aprender cada día a vivir con sentido. Esto, en último término, solamente puede ser suscitado por Dios.

         Responde todo esto a una certeza espiritual elemental: si Dios es Padre, no puede dejar a su suerte a lo que ha creado por amor. Ha de estar necesariamente ahí, acompañándolo, sosteniéndolo, cuidándolo. Un Dios que crea por amor no abandona a lo creado. Sería negarse a sí mismo (2 Tim 2,13). Él es leal con lo creado (Jn 3,33).

         Estamos acercándonos aquí a una formidable certeza espiritual: el acompañamiento de Dios a nuestra vida: Dios sigue bajando al fresco de la tarde a pasear y conversar con los humanos, tomando el vivo dibujo que hace el yahvista en Gén 3,8. No es exacto, como dice LS’ 61, que la humanidad haya frustrado las expectativas divinas. La generosidad de Dios con lo creado es la de un amor “sin esperanzas”. Eso es lo que nos mantiene en la certeza de su acompañamiento por encima de todo.

 

Desde Jesús

 

         Podemos decir, con propiedad, que Jesús ha sido un resistente, contra viento y marea. Ha resistido la mayor de las tentaciones: la de hacer un mesianismo potente, brillante, de dominio. Y ha logrado encauzar sus energías hacia la entrega, la cercanía a las pobrezas,  la sencillez. Su trabajo le ha costado (como refleja la escena de Mt 16,21ss: “me haces tropezar”). No ha subsistido dejando que pasen las horas, sino estando activo de cara al reino.

         Desde ahí ha podido decir a los suyos: “Ánimo, no tengáis miedo” (Mt 14,27). Él que ha sabido subsistir en duras condiciones está capacitado para animarnos y decirnos que, a nuestra medida, podemos ser como él, unos resistentes, unos resilientes.

         ¿Dónde ha encontrado Jesús la fuerza para resistir? No es fácil saberlo. Pero en Jn 8,16 y Jn 16,32 dice Jesús su certeza de que el Padre siempre está con él, incluso cuando las cosas vienen mal dadas. Si uno tiene la certeza de que el Padre acompaña su vida, tiene una fuente de paz, de energía y de resistencia. En esas aguas profundas ha bebido Jesús.

         Y desde ahí ha podido ser apoyo para quienes lo tenían difícil para subsistir, los más bajos de la pirámide social de la época. Con ellos ha compartido su ánimo y ha dejado ver que nada subsistiría si el amor del Padre no estuviera sosteniéndolo todo.

 

Aplicaciones

 

         Subsistir no es un mero aguantar y, menos todavía, un dejar que el tiempo pase sin pena ni gloria. Puede que con la edad tendamos a relativizar todo. Eso puede ser bueno poner el acento en lo importante y no en lo relativo. Pero no puede ser excusa para apearse del interés por las cosas. Eso tendría el peligro de empequeñecer nuestra vida.

         Se habla con frecuencia de resiliencia: la capacidad que tiene un cuerpo de rehacerse cuando choca con una dificultad. No hay que llamar a las dificultades; viene sin llamarlas. Pero, una vez que llegan, darles cara, elaborarlas, es la mejor manera de responder. Dejarlas de lado es el camino para que terminen amargándonos la vida. Resistir con lucidez es mejor que refugiarse en la sombra sin atajar las cosas.

Hay cosas que ayudan a subsistir: la belleza sencilla; el disfrute con las cosas que tenemos a mano; el diálogo enriquecedor; la lectura que nos acompaña; la oración que ensancha el interior, etc. Todo esto hace la vida no solamente más soportable, sino también más humana.

Y una vivencia lo más lúcida y trabajada de la fe que se pueda es una herramienta formidable para una subsistencia humanizadora y creyente. La fe rutinaria no nos ayuda a sobrevivir en el mar de la secularidad, pero la fe cultivada está probado que es un remedio efectivo contra cualquier desaliento.

 

Oración

 

No te rindas,
aunque a veces duela la vida.
Aunque pesen los muros
y el tiempo parezca tu enemigo.
No te rindas,
aunque las lágrimas
surquen tu rostro y tu entraña
demasiado a menudo.
Aunque la distancia
con los tuyos parezca insalvable.
Aunque el amor sea, hoy,
un anhelo difícil,
y a menudo te muerdan
el miedo, el dolor, la soledad,
la tristeza y la memoria.
No te rindas. Porque sigues siendo capaz
de luchar, de reír, de esperar,
de levantarte las veces que haga falta.

Tus brazos aún han de dar muchos abrazos,
y tus ojos
verán paisajes increíbles.
Acaso, cuando te miras al espejo,
no reconoces lo hermoso, pero Dios sí.
Dios te conoce,
y porque te conoce sigue confiando en ti,
sigue creyendo en ti,
sabe que, como el ave herida,
sanarán tus alas y levantarás el vuelo,
aunque ahora parezca imposible.

No te rindas.
Que hay quien te ama
sin condiciones,
y te llama
a creerlo.

 

 

 

4

AMIGO DE LA VIDA

(Sab 11,26)

 

Reflexión

 

         Si algo ha quedado claro es que en la vieja espiritualidad no se nos animó ni enseñó a amar la vida (“nos enseñaron las normas…pero no a amar”). La vida tenía sentido en función del más allá, no del más acá. Frecuentar a los humanos era “inhumano” (Kempis dixit). Somos herederos de una vida con mucho vinagre encima.

         Y, a pesar de ello, siempre hubo personas que amaron la vida: gente que encontró el secreto del disfrute sencillo, que amaron la lectura y la meditación, que disfrutaron rezando, que contemplaron con alegría lo creado, que crearon belleza con su música. Siempre hubo gente del lado de la vida porque a esta le basta una grieta para florecer.

         Amar la vida nada tiene que ver con excesos: el excesivo y alocado disfrute; el excesivo cuidado hedonista y egoísta; el excesivo centrarse en el cuerpo en su lado físico ignorando lo que hay debajo de la piel; la excesiva obsesión por una belleza comercial; la excesiva hipocondría. Excesos que, a la postre, fatigan. No se ama más la vida amando solamente una parte de lo que somos. Lo interesante es amar el conjunto, creer que este camino humano nuestro tiene sentido.

         Porque, efectivamente, de eso se trata, de verle el sentido a la vida que llevamos, de creer que, aunque modesta, nuestra vida tiene una dignidad y un valor que la hacen respetable y amable. El sentido de la vida es, como decía Bauman, vvir con y para el otro, la fraternidad, la comunión con los humanos y con las creaturas. Tener activada esta espiritualidad es requisito para desarrollar el amor a la vida.

         Podemos decir que, por encima de limitaciones, hemos tenido suerte por haber nacido y por haber amado. Por haber sido llamados a recorrer este tramo que es nuestra vida y por haber encontrada en él, de varias formas, el amor que nutre la existencia. Una suerte haber vivido. Otros, quienes más sufren el peso de la historia, no lo tienen tan fácil para mirar esta vida como una suerte. Nosotros sí.

 

Desde Jesús

 

         Jesús puede ser llamado también “amigo de la vida”. Por eso dice claramente: “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10,11). El oficio de Jesús es dar vida, alumbrar la existencia. Por él sabemos que la intuición de Sabiduría es cierta: nosotros sabemos que Dios es amigo de la vida porque Jesús lo es.

         Por eso él se ha entendido como uno que “entrega” la vida. Es que no puede amor sin entrega.  Aquel pasa por esta. El suyo ha sido así: un amor entregado. Un amor que no depende del aplauso, del pago, del reconocimiento. Un amor que, por ser entregado, tiene un valor en sí mismo.

         Así se comprende que se ha hecho amigo de la vida allá donde la vida, la dignidad, corre más riesgo de perderse. Es, sobre todo, en el lado de las pobrezas donde se ha hecho amigo de aquellos a los que la vida no les era fácil. Así lo ha querido escenificar en sus comidas con ellos. Las comidas con ‘pecadores’, como hemos dicho, son uno de los rasgos más sorprendentes y originales de Jesús, quizá el que más le diferencia de todos sus contemporáneos y de todos los profetas y rabinos del pasado. Ahí se palpaba la amistad con lo más frágil de la vida.

         Jesús es de los que, amando la vida, hace el bien a la vida misma. Esta ha sido su manera de ser Mesías: hacer el bien, poner en clave humana lo que el Dios bueno hace con la historia: amarla y servirla. Ha sido su manera de mostrarnos al Dios amigo de la vida en quien cree y cuyo perfil resulta novedoso para nosotros.

 

Aplicaciones

 

         El amor a la vida habría de situarnos lejos de una actitud negativizadora que suele ser frecuente entre cristianos. Es verdad que hay muchas cosas que van mal. Pero otras muchas funcionan en línea de humanidad. Los cristianos habríamos de ser de aquellos que no se cansan de subrayar lo bueno que hay para inducir a una mayor práctica del bien. Habrá que vigilar nuestras valoraciones sociales para no incurrir en una perniciosa negativización.

         Elegir la vida es un trabajo diario. Una persona viva no es solamente aquella que aún no se ha muerto. Es la que cada día, con una tenacidad fiel, se va situando en el lado de lo más positivo de la vida. Es, como decimos, un trabajo diario porque la tendencia al mal que hay en los pliegues del alma propende a acapararlo todo y hacernos creer que el mal reina sobre el bien, siendo así que es justamente al revés.

         La espiritualidad de la amistad de vida nos hace amigos de todo lo que vive, del hecho creatural. Es preciso extender la amistad de la vida a toda la creación. Amigarse con las criaturas es una ampliación del amor a la vida que nutre nuestra espiritualidad. Quien es amigo de las criaturas lo es de las personas y viceversa. Somos una unidad con todo lo que vive.

         La amistad por la vida habría de llevarnos a preocuparnos por la vida que dejaremos a quienes vienen detrás de nosotros. Dice FT 159: “La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros”.

 

Oración

 

Esta mañana

enderezo mi espalda,

abro mi rostro,

respiro la aurora;

escojo la vida.

 

Esta mañana

acojo mis golpes,

acallo mis límites,

disuelvo mis miedos;

escojo la vida.

 

Esta mañana

miro a los ojos,

abrazo una espalda,

doy mi palabra;

escojo la vida.

 

Esta mañana

remanso la paz,

alimento el futuro,

comparto alegrías;

escojo la vida.

 

Esta mañana

te busco en la muerte,

te alzo del fango,

te cargo tan frágil;

escojo la vida.

 

Esta mañana

miro a los ojos,

abrazo una espalda,

doy mi palabra;

escojo la vida.

 

Esta mañana

te escucho en silencio,

te dejo llenarme,

te sigo de cerca;

escojo la vida.

 

 

 

5

TODOS LLEVAN

TU SOPLO INCORRUPTIBLE

(Sab 12,1)

 

Reflexión

 

         Hoy se habla menos del alma porque se entiende mejor a la persona como una unidad (la no dualidad de M. Lozano). Y quizá sea mejor porque el dualismo nos ha llevado por caminos extraños. Pero de una u otra manera sabemos que hay algo debajo de la piel, que no somos mera exterioridad, que el único valor no es la buena presencia. Lo de adentro está ahí componiendo nuestra vida.

         Vivir con alma es vivir con mística, con ebullición, con anhelo, con búsquedas, con preguntas. Hoy vamos aprendiendo que la mística ha de ser de ojos abiertos, una mística horizontal: “Para los ‘místicos horizontales’, el mundo es el lugar de la adoración de Dios. Estos místicos se resisten a transferir a la oración el encuentro con Dios y a apartarse o negar, del modo que sea, al mundo como condición necesaria o como camino de dicho encuentro. Para ellos, Dios emerge en la mismísima densidad de las cosas, personas y acontecimientos, y es ahí donde sienten que quiere ser escuchado, servido y amado. El mundo y la historia, lejos de ser obstáculo para el encuentro con Dios, se convierten para ellos en su mediación obligada (J. A. García).

De ahí que un trabajo de vida cristiana sea el de cuidar el alma, alimentar la espiritualidad. Al ser una realidad viva, si no se la alimenta, se muere. Ser persona espiritual no es andarse por las nubes. Es ser persona con una espiritualidad crecientemente humanizadora. Y eso demanda cuidado, cultivo: leer, orar, contemplar la creación, preguntarse, dialogar con cierta hondura huyendo de la superficialidad, etc. Caminos ya inventados hace mucho tiempo pero que son las herramientas de la interioridad.

Y todo esto porque se va teniendo cada vez más claro lo que constituye el cimiento de la vida y de cada ser creado: la dignidad. Nunca habríamos de cansarnos de llegar a este punto, porque es el punto crucial. La espiritualidad de la dignidad ha de llevarnos a saber mezclar respeto y amor cuando miramos a las personas y a las cosas. Si el nivel de esta manera de ver la vida no crece, el evangelio no está haciendo su obra. Si, por el contrario, la conciencia de dignidad aumenta, vamos por buen camino.

Hay que desear esa otra mirada que no se enzarza en las apariencias, que no se despista con las maneras equívocas que tenemos de proceder y mira a los valores más sólidos de las personas y de las cosas. Aun sabiendo que las apariencias engañan, nos dejamos embaucar por ellas. Necesitamos más hondura en nuestra comprensión de la vida.

 

Desde Jesús

 

         Los evangelios no describen el alma de Jesús. No es ese su cometido. Pero, a veces, abren “ventanas” por las que uno puede asomarse a su alma: la certeza de que el Padre le acompaña siempre; llegar a creer que el reino se ofrece a todos, incluso a paganos; tener por cierto que la persona es antes que toda norma, incluido el sábado; tener por seguro que Dios perdona siempre y sin condiciones; etc. ¿Dónde aprendió a modelar su alma? ¿Cómo cultivó su interioridad? No lo sabemos. Mc 1,35 dice que oraba de noche y en descampado. Quizá en esa oración “dura” es donde cultivó y alimentó su alma.

         Percibió algo que no va de sí: que los pobres tienen alma también. Y se enamoró del alma de los pobres. Tuvo compasión ellas porque andaban como ovejas sin pastor y las trató con paz y calma (Mt 9,36). Parece que nunca tuvo prisa con ellas. Aquellas almas tenían un valor especial por su situación de pobreza. Eso le enamoró.

         Aprendió también algo decisivo: a las almas se las cuidaba a través de los cuerpos. Por eso, con sus pobres medios, se dedicó a cuidar cuerpos sabiendo que, a la vez, cuidaba las almas. Llegó a ver que, a veces, un cuerpo maltrecho escondía un alma hermosa. Entendió que para llegar a esas almas era preciso amar los cuerpos débiles.

         Su alma quedó reflejada, sobre todo, en sus utopías que vemos en las bienaventuranzas. Eran sus sueños. Por eso hemos aprendido que creer en sus sueños es más importante que creer en dogmas. ¿Cómo vamos a entender algo de su alma si nos dejan fríos sus sueños?

 

Aplicaciones

 

         Para “ver” el alma de las personas y cosas es necesaria una visión ahondada de la vida. La superficialidad es el mayor enemigo del alma. Quien mira con  profundidad entiende del alma y de Dios. Los trabajos de ahondamiento son trabajos primariamente espirituales (la lectura, el silencio, la contemplación, la oración, el diálogo serio, el discernimiento acompañado, etc.). Ahondar, esa es la tarea.

         Se cuida el alma si se cuida el cuerpo. No nos referimos a cuidados hedonistas, comerciales. Nos referimos al respeto, al agradecimiento, al gozo, al perdón que hemos de pedir, a veces, a nuestro cuerpo (como parece que lo hizo san Francisco). Pretender cuidar al alma menospreciando el cuerpo es un camino que no lleva a nada.

         La “materia” del alma es el amor. Eso es lo que perdura y lo que desvela si estamos en una correcta línea espiritual porque una espiritualidad contraria y vacía de amor nada tiene que ver con la espiritualidad humana ni con la cristiana. Por eso, como siempre, si queremos cultivar los valore del alma es precio cultivar la relación.

         El alma colectiva de la comunidad se cuida igual que el resto de las almas: con cultivo, aprecio, diálogo y ahondamiento. Hay que evitar que una comunidad viva sin alma, dejando pasar el tiempo. El alma de la comunidad está hecha de encuentros. Cuánto más se cultiven, más alma y de mayor calidad; cuanto menos encuentros, más fragilidad.

 

Oración

 

Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.

Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad
se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Padre.

Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos
sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.

 

 

 

6

LOS TRATASTE CON MIRAMIENTO

(Sab 12,8)

 

Reflexión

 

         Dios, según la mentalidad veterotestamentaria, tendría que haber machacado al peor de los enemigos de Israel: los cananeos (ya no existían cuando se escribió Sabiduría). Pero no lo hizo asi, sino que obró con miramiento para darles ocasión de arrepentirse. No vale mucho el argumento, pero ponemos el acento en el tema del “miramiento”.

         Obrar con miramiento es procurar no herir. Los humanos nos hacemos muchas heridas, conscientemente o sin darnos cuenta de ello. Obrar con miramiento es hacerlo con el menor número de heridas y, si es posible, sin herir nunca. No es fácil, pero intentarlo merece la pena. Y si se hiere, se pide perdón y se reanuda la andadura en miramiento.

         Obrar con miramiento demanda considerar al problema desde todos los lados. No soy solo yo el que sufre; el otro también sufre. No solo cuentan mis intereses; también han de contar los del otro.  No solamente soy yo el que llora; el otro también lo hace. Ponerse en la situación del otro es la mejor manera de tratarle con miramiento.

         Otra manera de nombrar el miramiento es empatía: es sufrir en uno mismo las carencias y necesidades del otro. Es, como dice FT, hacerse prójimo del caído. Es identificarse lo más posible con una situación que no es la mía. Desde ahí se comparten sentimientos y caminos. Eso es lo que hace Dios con enemigos y con amigos, con todo el mundo: ha unido su suerte a la nuestra.

         Puede haber un falso respeto, un miramiento que no quiere entrar en el asunto porque es peliagudo. Nada tiene que ver con lo dicho. Es preciso bajar a la arena, no ver los toros desde la barrera, implicarse. Porque si no hay implicación el miramiento se convierte en una postura cínica. También esto hay que tenerlo en cuenta.

 

 

 

 

Desde Jesús

 

         De los evangelios se deriva el perfil de un Jesús que, en general, ha tratado a todos con miramiento. Por eso creemos que textos como Mt 23 o Mt 25,1-15 no han podido salir de la boca de Jesús. Pertenecen a las comunidades mateanas. Jesús ha sabido ponerse en el lugar de los frágiles y, desde ahí, ha sido cuidadoso con ellos. Ha sido persona empática y así se la ha visto siempre y se le sigue viendo.

         Es verdad que, a veces, ha mirado “con ira” por la dureza con que se le rechaza (Mc 2,5). Pero no ha pasado de ahí. Es la excepción en el itinerario de alguien que ha sido cuidadoso en las relaciones, como lo demuestra, por ejemplo, su trato con las mujeres. No se ha sumado a la voz común del menosprecio y de la desigualdad (como lo muestra Mc 10,1-16).

         Por ese miramiento con los frágiles ha arrostrado calificación insólitas, “comilón y borracho, amigo de pecadores” (Mt 11,19). No se ha desdicho de tales porque aceptaba las implicaciones sociales de su trato con miramientos a los excluidos sociales. Su cercanía a ellos no era indolora.

         Incluso cuando ha estado en desacuerdo con las personas (Jn 2,4), cuando ha percibido el abandono y la traición (Lc 22,31-34), él ha seguido siendo considerado con toda persona, no dejándose llevar por los denuestos y las condenas. Ha sabido mirar al corazón de las personas y se ha mantenido en ese lugar con una fidelidad exquisita.

        

 

 

Aplicaciones

 

         FT 223 hace una especie del retrato de la persona que sabe tratar al otro con miramiento: “San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes (Gál 5,22), que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es una manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás. Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian»”.

         El trato con miramiento comienza por una escucha atenta del otro, incluso más allá de sus posibles desvaríos. Dice  EG 199: “Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis»”.

         Como hemos dicha tantas veces, si se quiere tratar al otro con miramientos es preciso controlar al máximo nuestras palabras, porque la bondad o la destrucción las acompañan. Tratar con miramiento en las palabras es tratar igual miramiento al corazón de la persona. No se trata de ser solamente educado y amable. Se trata de dirigirse al otro con la dignidad con la que se le mira. Dice FT 224: “La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes”.

         De esta manera es posible que arraigue en nosotros la necesaria espiritualidad del cuidado. Dice EG 208: “La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad”.

 

Oración

 

Y me preguntas
y te pregunto:
¿por qué me cuesta
tanto cuidar?
¿Por qué me vivo agotado
en esa responsabilidad?
¿Por qué a dicho oficio
no paro de ponerle disculpas,
relegándolo siempre
al último lugar?

El cuidar exige esmero,
paciencia, mesura,
vigilancia, atención.
No se cuida
sino en la cercanía
y mirando al otro
desde el corazón.

No son los más importantes
los cuidados doctrinales
de nuestros antepasados.
Tampoco lo son los actuales
del autocuidado y la alimentación.

Los cuidados más sagrados
son los que cuidan del otro,
los que curan su herida,
ahuyentan su abatimiento
y acarician su piel.
Son los que por sistema
descuidan el tiempo y la utilidad.

Solo en estos nos encontramos,
y nos vamos volviendo humanos.
Hasta cambiar, ¡quién lo creyera!
formas siniestras y avaras
de vivir, de ser y pensar.

 

 

 

7

TU FUERZA ES

EL PRINCIPIO DE LA JUSTICIA

(Sab 12,16)

 

Reflexión

 

         El perfil de Dios que presenta Sabiduría es, para la época, novedoso: un Dios que somete su fuerza, su brillo, su poder a la justicia. Para él eso es lo primero. Y lo aplica tanto a los de su pueblo como a los impíos cananeos. Ellos también son tratados con justicia. Más aún, al ser dueño de todos, los perdona a todos. No sabemos cómo sonaban esto planteamientos en aquella época. Pero es bien probable que fueran contestados ya que se piensa que, por su maldad, los cananeos deben ser exterminados (todavía anda Netanyahu con estos planteamientos). Pero, Dios manifiesta su poder en la justicia y el perdón, Una increíble paradoja. Una profecía que adelanta al Dios de Jesús que llevará al límite esta manera de ver las cosas.

         Puede ser que, debido al mal trato que le damos los humanos, creamos que la palabra “justicia” está gastada, adulterada, perdida. Pero no, la palabra sigue viva porque las situaciones de injusticia siguen vivas.  Por eso hay muchas personas que continúan pidiendo la justicia que creen que se les debe. Posiblemente, mientras haya personas en este planea habrá quien demande justicia. Pasar de ella, pretender ser insensible es antihumano, algo artificial.

         Sabemos que no hay perdón sin dignidad. Esta es el cimiento de toda justicia. La conculcación de la dignidad hace desaparecer a la justicia. Tampoco nos sobra esta sensibilidad en torno a la dignidad. La damos por supuesta, pero no se activa, no se traduce a situaciones concretas, queda en un estado “gaseoso”, evaporescente.  ¿Cómo poner carne a la espiritualidad de la dignidad? Buena pregunta.

         La vida nos va enseñando que no hay justicia sin perdón, que ambas deber ir unidos, Hasta las mismas leyes civiles con sus atenuantes tratan de mezclar el perdón y la justicia. Más aún, el perdón es un mecanismo de mayor calado porque es capaz de envolver y asimilar situaciones injusticia que, sin negarla, les otorgue un trato humano. ¿Cómo envuelve Dios nuestra injusticia? Si según Mt 7,11 nosotros sabemos envolver el mal de nuestros hijos, cuánto más el Padre del cielo.

         Y, en definitiva, la justicia requiere el amor. Cuando estamos inmersos en situaciones de injusticia, bien sea personal o social, hay que preguntarse por la presencia del amor. Si está ausente, algo no termina de ir. Porque el amor no diluye responsabilidades, y ayuda a ajustar las tendencias a la venganza, al odio, al rechazo, a la excomunión, que acompañan con frecuencia a las situaciones de injusticia.

 

Desde Jesús

 

         Jesús no ha comulgado con el sistema injusto. Hay textos elocuentes como el de la parábola de los talentos (Mt 25,14-30). Quizá haya que imitar a quien enterró el talento, a quien cortó con un sistema injusto exponiéndose a sus consecuencias. Jesús no hizo el juego al sistema y así le fue.

         Por eso, aunque el evangelista lo oriente a la oración insistente, textos como Lc 18,2-14 hablan del anhelo de justicia, de esa “fe” que se exige para que la tierra funcione con los criterios del reino. Si hay personas que mantienen vivo el anhelo de la justicia, hay esperanza. Si ese anhelo se apaga, se acaba la vida en humanidad.

         De ahí que la búsqueda apasionada de la justicia se convirtió para Jesús en la “búsqueda primera” del reino de Dios, en el trabajo principal en el anhelo primigenio (Mt 6,33). Andar fuera de la justicia es lo mismo que andar fuera del Evangelio. Quienes han entendido esto, creyente o no, han sido los verdaderos seguidores de Jesús, Su entrega, a veces con la vida, hace posible el sueño de la humanidad nueva.

         Pero él sabe que esos anhelos de justicia hay que mezclarlos con la debilidad. Y por eso, aunque fallemos, aunque transitemos a veces por caminos declarados de injusticia, él sigue confiando en nosotros, no nos retira su confianza como se muestra claramente en Lc 2,31-34. Precisamente ahí se muestra que el perdón está mezclado a la justicia y que se puede siempre recuperar la senda abandonada.

         Todo este caudal de espiritualidad solamente podría brotar de la propia justicia personal de Jesús. Las palabras de Pilato en Lc 23,4 son verdaderas aunque se lo llevara el torbellino del mal.

        

Aplicaciones

 

         Los cristianos habríamos de estar marcados por la pasión por la justicia. La peor recriminación a nuestra vida cristiana es que no estemos del lado de la justicia. Y eso, por desgracia, ha sido muchas veces así. Pero siempre se puede reiniciar. Nada ni nadie puede impedirnos ser justos hoy mismo. Pero hay que tener fe en la justicia, que es más difícil que tener fe en el mismo Dios.

         Habríamos de decir glosando a san Francisco: la justicia que predicas habite primero en tu corazón. Nuestras reivindicaciones de justicia están bloqueadas de salida porque nuestra vida  tiene niveles altos de injusticia. Hay que trabajar constantemente sobre esto porque el poder de lo injusto es tremendo y anida en el fondo del alma. Hay que discernir cada día para que la sombra de lo injusto no ennegrezca nuestra vida.

         No cabe duda de que todos y todas estamos por la justicia. Pero nos falta ese arranque que nos decida a colaborar, aunque sea poco, en asuntos relativos a la justicia. Quizá haya que informarse más, acercarse más, interesarse más, no quedarse en el lamento solamente ante las situaciones injustas. No vendría mal una dosis de ánimo para no desalentar  y creer que todo esto está pasado de moda.

         A veces endurecemos el gesto, levantamos la voz, hacemos desplantes creyendo que por ello tenemos más razón. La vida en justicia es la que nos da fuerzas para plantear las cosas. Entonces no hará falta gritar, ni insultar, ni exagerar las cosas. La persona justa tiene dentro la fuerza necesaria para plantear las cosas con sensatez. Huyamos de los gestos vacíos.

 

Oración

 

A tu madre y tus hermanos les dijiste
que madre y hermanos son

quienes cumplen la palabra.
A Pedro le reprochaste, con palabras duras,

no comprender la cruz.
A Santiago y Juan les recordaste

que los jefes deben servir.
Al joven rico le revelaste

que se estaba convirtiendo en un pobre hombre.
A los cargados de justicia les desafiaste

a que tirasen la primera piedra.
Al condenado le diste otra oportunidad.
Invitaste a tu banquete

a quienes no tenían sitio en ninguna mesa.
A Marta, llena de afán y de prisa,

la invitas a sentarse y escuchar tu palabra.
¿Qué le dirás a María, Señor?

Tal vez que se ponga en pie y ayude.
Porque tú nos sacas del terreno familiar,
y nos abres la puerta de lo nuevo.
Tú, Señor, que siempre nos desinstalas.
Sigue sacándonos de rutinas y certidumbres,
de méritos y medallas,

de seguridades y justificaciones,
para descolocarnos con tu evangelio,

para que participemos

de tu sed de justicia,
una vez más, hoy y siempre.

 

 

 

8

NOS GOBIERNAS CON MODERACIÓN

(Sab 12,18)

 

Reflexión

 

         Que el AT hable de moderación no es frecuente. Muchas veces se han visto sus textos como envueltos en violencia. Y así es porque así es la vida de los humanos (no hay más que ver el escenario mundial). Pero, a veces, como flores de esperanza en el campo de la batalla, surgen las flores de la moderación y de la ternura. También eso hay que saberlo ver.

         La moderación engendra una economía del bien común. Porque es de ese tipo de valores que benefician tanto a los demás como a uno mismo. Poner a la persona por delante, moderar los impulsos de apropiación, controlar el instinto de medrar a costa del otro es un beneficio para la persona concreta y para la sociedad. La mejor ganancia no es el dinero que se acumula, sino la buena relación que amasa el corazón. Los mejores momentos de la vida, con frecuencia, son aquellos que apuntan a una relación jugosa.

         Por eso tiene sentido, también hoy día, la moderación que toma el rostro de la austeridad y de la sobriedad. Y no tanto por no despilfarrar, que también, sino sobre todo porque la moderación nos acerca a las situaciones de los débiles, nos ayuda a entender las injusticias como tales e, incluso, nos ayuda a comprender la entrega de la cruz. Puede ser interesante retomar la vieja espiritualidad de la austeridad dándole un sentido más profundo.

         Como otros valores de vida de vida y de evangelio, la moderación dimana de una correcta comprensión de la dignidad de la persona. Solamente quien percibe al otro en los parámetros del respeto y del cariño es capaz de contener la “fiera” que hay dentro logrando transformarla en aprecio y cuidado. De ahí puede surgir la generosidad que mira más allá de los estrechos límites de uno mismo.

         La apelación a un consumo sensato, moderado, puede tener aquí la acogida no solamente de quien se controla, sino también de quien ha visto que  la moderación es un beneficio para los demás y para sí mismo. Incluso más: llega a ver que ser moderado es una causa de justicia porque el despilfarro y el egoísmo es el rostro evidente de la injusticia. No estamos hablando de cuestiones banales.

 

Desde Jesús

 

         Jesús ha sido hombre poseedor de pocas cosas: su voz, sus pies, su corazón. Podría aplicársele aquel dicho que se le atribuye a Francisco de Asís (aunque tampoco es suyo): “Tengo pocas cosas y las pocas que tengo las necesito poco”. Un mesías con poco era un descrédito mesiánico. El mesías debía tener mucho: mucho poder, mucho brillo, mucho mando, muchas riquezas. Un mesías con poco es una contradicción. Eso fue Jesús. No tenía dónde reclinar su cabeza, como decía él mismo (Mt 8,20), pero no por eso su siembra de amor no fue por eso menos fecunda.

         No se enriqueció con su predicación del reino: vivió pobre y murió más pobre todavía, desnudo. Sus pobres ropas se las repartieron los guardias (Mt 27,35). Desnudo vino a este mundo y desnudo salió de él. No dejó herencia alguna, sino solamente su amor entregado a todos. Pretender apropiarse de él es tan insensato como querer hacerlo del viento.

         Por eso se entiende que cuando mandó a los suyos a ofrecer el reino por pueblos y aldeas les dijera: “id despojados” (Lc 9,3). También en aquellos tiempos, aunque lo eran de pobreza, había quien acumulaba, ricos (Lc 12,18-20) y pobres (Mt 19,27). Por eso no dudó en poner como ejemplo de ciudadana del reino a una que se despojaba hasta de lo que le hacía falta (Lc 21,1-14).

         De ahí que propusiera, usando la retranca y la paradoja, ser “rico para Dios” (Lc 12,21) que es lo mismo que decir desplazarse hacia los sencillos, ir generando modos de cooperación y de ayuda, cambiar las pequeñas y personales estructuras económicas. Porque moderar, según él, no es solamente contener el despilfarro sino también engendrar parámetros económicos donde los frágiles sociales sean considerados.

Hay que decir que, según parece, siendo moderado también fue disfrutante (Lc 22,15). No sabemos muchos de sus disfrutes sencillos. Pero, si se sentaba a la mesa frecuentemente con pecadores y publicanos es que, de algún modo, disfrutaba con ellos.  A ningún “santo” del AT se le hubiera ocurrido semejante cosa.

 

Aplicaciones

 

         Cuando hablamos de moderación fruncimos el sueño porque pensamos que ya llega el aguafiestas. No se trata de amargar la vida a nadie.  Muy al contrario, pensamos que la moderación, en todos los sentidos, genera disfrute y bienestar, además de justicia (eso es lo más importante). Una visión de la vida cristiana que nos amarga no puede ser la del evangelio, hecho para la dicha y la “carga ligera”,

         Por eso, hemos de ir aprendiendo a disfrutar con poco en todas las etapas de la vida. Si al levantarnos cada día hiciéramos la lista de cosas buenas que tenemos en la mano, veríamos que la cosa era larga. Se nos haría patente eso que dice Sabiduría de que Dios nos trata con moderación y, más todavía, con generosidad. Es fácil que brotara entonces de nuestro corazón aquella plegaria, simple pero honda, de Clara de Asís: “Gracias, Señor, porque me has creado”.

         Para vivir con moderación es preciso aprender a “levantar el pie” del acelerador, no dejarnos llevar de la corriente general y pensar dos veces lo que vamos a comprar y consumir. Es verdad lo que decía Benedicto XVI: “Comprar es un acto moral”. No es una mera transacción económica, sino que tiene consecuencias en nosotros y en los demás. Por eso hay que ser cuidadoso, por causa de la justicia.

         La moderación está hecha de respeto, cuidado, control, valoración de los matices, no generalizar. Son valores que nos parece que no están en el mercado. Pero no es así. La mayoría de la gente los aprecia, aunque a veces se bromee y se ironice.  Una fe sin esa clase de valores termina siendo una doctrina insoportable, una carga que nadie quiere llevar.

 

Oración

 

Desnudos vinimos a la vida,
pura fragilidad y desconcierto.
¿Para qué acumulamos,
con los años,
seguridades
que encadenan?
Son tantos los por si acaso
que hacemos imprescindibles…
Hay que vivir
ligeros de equipaje
y no doblegados
por el miedo a perder
lo que nunca fue nuestro.

 

 

 

 

 

 

9

¿CON CUÁNTO ESMERO

HAS TRATADO A TUS HIJOS?

(Sab 12,21)

 

Reflexión

 

         Puede parecer que el Dios bíblico no se presta a detalles ni a trabajos esmerados. Pero no es así. Su amor a la persona, su decisión de unir su suerte a la nuestra le lleva a crear el mundo como con el mimo y el esmero de quien hace las cosas cuidadosamente, como quien teje una delicada cenefa. En Gen 1 Dios construye todo “con las puntas de los dedos”, como quien se esmera para que salga una obra perfecta. En modos antropomórficos, Dios queda descrito en Gén 3,21 como quien cose ropa para el hombre desnudo y necesitado. Se esmera en que no falte detalle a quien le ha traicionado. Un esmero desinteresado en el que late la fuerza del amor que no abandona compromisos adquiridos aunque la otra parte falle.

         La fuerza interior que lleva a hacer las cosas con esmero es, lo sabemos, el amor. Una cosa está en proporción con la otra. Por eso el descuido y la negligencia son rostros diversos no solo del desinterés, sino también del desamor. De ahí que valores tan aparentemente sencillos sean importantes. La desgana en la manera de hacer las cosas desvela el deterioro del corazón. El interés porque todo salga lo mejor posible en beneficio del otro hace visible el amor que hay dentro.

         No hay que confundir el esmero con el perfeccionismo obsesivo. El esmero no es algo extremo sino flexible y comprensivo.  El perfeccionismo es una manifestación más del centralismo del ego que vive para sí. El esmero, por el contrario, tiende a la satisfacción del otro, es un esmero para otros. Si le faltase esta dimensión de entrega se haría sospechoso.

         El esmero puede ser un valor social: cuidar lo ciudadano como quien cuida su propia casa: no despilfarrar los recursos públicos, cuidar y amar el entorno ciudadano, contribuir a la buena convivencia vecinal, aportar algo a la ciudadanía en modos colaborativos no siempre remunerados. Una manera distinta de ser ciudadano a la recibida (“Cada uno en su casa…”).

              Dice Col 3,23: “Todo lo que hagas, hazlo de corazón como para el Señor”.  El esmero, con toda su sencillez, puede ser un propósito de fe porque lo hecho para el Señor tiene el rostro de lo hecho para el hermano, sobre todo para el frágil. Se requiere  un continuado vigor interior para mantenerse en estos parámetros.

 

Desde Jesús

 

         Jesús ha puesto sumo interés en hacer el encargo del Padre que no es otro que la persona tenga vida (Jn 10,10-11). Ese interés amasado en un hondo amor le ha llevado a una cadena de entregas que ha culminado en el don de su propia vida. No ha sido Jesús un desganado que ha cumplido el designio del Padre a regañadientes. No ha sido un protestón que siempre se queja. Ha vivido con interés y total esmero de cara al bien de la persona.  Ha traslado a nuestra vida el amor esmerado que el Padre tiene con la historia (Jn 15,9).

         No ha sido un mesías displicente, lejos del pueblo, sino interesado por lo que ocurría en las humildes vidas de quienes andaban por los caminos. Esmerado con las situaciones de los excluidos (Mc 10,51). No exigía dinero, ni había protocolos para acceder a él. Su corazón estaba por entero orientado al bien del otro. Todo lo de los demás era para él como cosa suya. No era un funcionario sino alguien que ama, un familiar.

         Por eso podía decir que hay que tratar al otro con esmero y con cuidado hasta en los detalles. De ahí que llamarlo “imbécil” constituía un delito merecedor de la condenación (Mt 5,22). Esa “sacralidad” del hermano hasta en los detalles ínfimos es propia de Jesús de donde se deduce el esmero con que habría que tratar todo lo humano. Descreer de esto es peor que descreer de la fe en Dios.

         Él recurrió a un viejo remedio a la hora de tratar con esmero al otro: no hagas al otro lo que no quieres que hagan contigo (Mt 7,12 que ya viene en Tob 4,15). Porque uno siempre desea que le traten con esmero; pues del mismo modo habría que tratar a los demás.

         Quizá uno pueda ser tentado a abandonar este camino de la bondad y del esmero comprobadas las limitaciones y errores de la propia vida. Jesús dice que si somos capaces alguna vez de ser cuidadosos, “cuánto más” lo será el Padre del cielo con nosotros (Lc 11,13). Eso tendría que animarnos a reiniciar el camina, a resetearnos y subirnos otra vez al carro del esmero. Siempre hay posibilidad de un nuevo comienzo.

         Para obrar con esmero hemos de saltarnos el muro de las apariencias que quieren inducirnos a que no merece la pena ser cuidadoso. Jesús ha sido de esos que saben mirar más allá de ese muro (Mt 22,16). El engaño de las apariencias se supera con el trabajo esmerado y cuidadoso por acompañar y estar cerca de la vida de las personas.

 

Aplicaciones

 

         Los detalles, a veces, son decisivos. Lo que importa son los contenidos, pero la manera de decirlo, las formas también cuentan. El esmero tiene que ver con la fidelidad y con la correcta manera de tratar al otro cuidando, a ser posible, todos los detalles. Entrar como elefante a una cacharrería no facilita las cosas y aleja el corazón de la persona.

         El esmero ha de verterse con todos, con los de cerca y los de lejos, pero, sobre todo, con los de cerca. Si no se es capaz de esmerarse en la convivencia con los que viven bajo tu techo, ¿cómo te vas a esmerar con los lejanos? Es en el kilómetro cuadrado de tu vida habitual donde se ven o no los valores más sencillos y elementales.

         El esmero debería llevarnos a no tolerar conscientemente nada que esté mal hecho, aunque nos parezca que los demás no lo ven. Lo hecho con esmero está bien hecho, lo vean los demás o no. De ese esmero depende mucho la vida de los demás y también la propia. Lo hecho de cualquier manera ha tenido, a veces, consecuencias trágicas.

         El evangelio se empeña en decirnos que hemos de esmerarnos, sobre todo, en servir: ése ha de ser el campo privilegiado de nuestro esmero y dedicación. Quien se esmera en servir vive el seguimiento de Jesús y contribuye decisivamente a humanizar la vida. Los benefactores de la vida son quienes la sirven.

 

Oración

 

Estaba listo el banquete.
Se hacía la boca agua
al contemplar manjares
presentados con esmero.
Cada plato seducía
más que el anterior.
Había propuestas
para todo paladar.
Los invitados anticipaban
con la vista
sensaciones prometidas
en el festín ingente.
La cortesía duró un instante.
Se abalanzaron,
ansiosos, sobre el convite.
El ansia dio paso
a la desilusión.
Se miraron, decepcionados.
Nada tenía sal.
Si hubiera estado
no la habrían extrañado.
Pero sin ella
ningún sabor encajaba.

 

 

 

 

 

 

 

 

10

EL JUSTO DEBE SER HUMANO

(Sab 12,19)

 

Reflexión

 

         Llegamos a algo nuclear: si Dios hubiera obrado como lo hacen los dioses (según la mentalidad del AT) habría tenido que machacar a los enemigos de Israel (egipcios y cananeos). Pero no lo hizo porque obró con misericordia para enseñar humanidad. Dios ha procedido con humanidad, como alguien de buen corazón. El corazón de Dios es humano. Por eso mismo, quien tiene un corazón humano tiene un corazón como el de Dios.

         De aquí se deduce que la cuestión de humanidad es central para la vida y para la fe. Desde antiguo se ha entendido que el rostro de Dios se hace presente en el camino humano (Gén 33,11). Lo humano se convierte así en sacramento de Dios. Es un sacramento antropológico y existencial más que religioso.

         Por eso, la gran tarea de la espiritualidad y de la teología es humanizar a Dios, meterlo en camino humano. No se trata del vano intento de atrapar a Dios, sino de percibir la increíble decisión de Dios (decisión de amor) que es haber hecho su morada a perpetuidad en la casa de lo creado (Jn 14,21).

         Por eso mismo, cuanto más humano, más divino, algo que vale para el mismo Dios, para Jesús e, incluso, para el creyente. En tal caso, lo humano no es lo opuesto a lo divino, sino su aliado, el camino que le lleva a su verdad. Medir el vigor de la fe por el de la humanidad es una buena manera de hacerlo. Por eso mismo, ser seguidor de Jesús conlleva una opción decidida por la senda de lo humano. Abandonar lo humano es, por paradójico que parezca, la mejor forma de alejarse de un camino de fe.

Hay quien piensa que de todo esto se deduce un empobrecimiento de la vida cristiana. Al contrario, lo humano visibiliza el amor a Dios que es invisible. Desde siempre se ha entendido que si no es visible el amor al hermano cae sobre el pretendido amor a Dios un fuerte interrogante (1 Jn 4,20). Por eso, los trabajos de humanidad son los grandes trabajos de la fe.

 

Desde Jesús

 

         Jesús es un “nacido de mujer” (Gal 4,4). Ese es su “título” más básico. Por eso sabemos que Jesús es esencialmente un humano. Lo que se diga después ha de ser compatible con su ser humano. Más aún, en esa básica humanidad es donde hay que entender su filiación: es hijo porque es hondamente humano. Apartarse de tal pertenencia es negar lo más suyo.

         Caminó en los caminos humanos, en sus mismos escenarios, aunque fueran escenarios de debilidad (Lc 3,21). Participando de los caminos humanos aprendió humanidad. Esa fue su “escuela”. No fue un teórico, un filósofo, un erudito. Fue uno que practicó en su vida un comportamiento humano y así llegó a ser humano pleno. Y fue fiel a su ser humano, nunca lo negó, nunca quiso apartarse de él.

         Desde su experiencia de humanidad pudo elaborar la espiritualidad de lo humano, el hacerse “prójimo” del caído (Lc 10,25-37). No fue la suya una enseñanza teórica. Cuando decía “haz tú lo mismo” era porque él lo había hecho en su vida. Cuando hablaba de tratar a los samaritanos, a los excluidos, con respeto e igualdad, con humanidad, era porque él lo hacía (Jn 4,1ss).

         La vivencia de su humanidad, dentro de su vida de pobre, fue gozosa y desde ese gozo propuso su programa de dicha, las bienaventuranzas (Mt 5,4ss). En ellas se proclama el gozo de ser humano, más allá de limitaciones y penas. No encontraremos en el evangelio una frase de amargura contra la vida. Creemos que la entendió como don del Padre y siempre quiso cumplir el designio de Dios sobre su vida. Con razón decía que ese esa su “alimento” (Jn 4,34).

         Hemos de tomar en serio lo que dice Heb 4,5: “Como nosotros en todo”, incluso en el pecado (en la solidaridad con nuestro pecado), aunque fuera fiel. Su honda humanidad es la que nos hace ser hermanos y la que nos dice que podemos aspirar a la ser hijos como él (Rom 8,17).

 

Aplicaciones

 

         Podríamos hacer un enunciado: “Si humanos, cristianos; si cristianos, humanos”. Una fe sin humanidad no es la fe de Jesús; una humanidad sin fe pierde una enorme posibilidad de crecer en tal humanidad. Ambos valores son compatibles y se benefician. No es que una persona sin fe no sea plena. Pero la fe es un formidable cauce de humanización. O así debe serlo. Una fe deshumanizada no es la del evangelio.

         Ya lo decían los antiguos: “Nada humano nos es ajeno”. Todo lo que entre en el cauce de lo humano entra en el de la fe. Hacer una separación entre ambas realidades es algo que ha traído muchas disfunciones. Por eso, mezclar vida y fe es mezclar la semilla del evangelio y la tierra de la vida.

         El mismo Vat. II dice en GS 4 que hemos de llevar a la oración los gozos y esperanzas de los humanos porque esos son también los contenidos de la fe. Separar fe y vida, fe y humanidad, es hacerle un flaco favor a ambas. Rellenar el foso que se abre entre lo que se vive y lo que se cree es una tarea que siempre hay que hacer para que la hondura de tal foso desaparezca.

         De alguna manera, ayudarse en el camino humano es ayudarse en el camino de la fe. La vida eclesial, la vida comunitaria, puede tener esa hermosa finalidad: ayudarse a crecer en humanidad para ayudarse a crecer en fe.

 

Oración

 

Señor, danos entrañas de misericordia
frente a toda miseria humana.
Inspíranos el gesto y la palabra oportuna
frente al hermano solo y desamparado.
Ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido.
Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto
de verdad y de amor, de libertad,
de justicia y de paz,
para que todos encuentren en ella
un motivo para seguir esperando.
Que quienes te buscamos
sepamos discernir los signos de los tiempos
y crezcamos en fidelidad al Evangelio;
que nos preocupemos de compartir en el amor
las angustias y tristezas, las alegrías y esperanzas
de todos los seres humanos,
y así les mostremos tu camino de reconciliación,
de perdón, de paz...

 

 

CONCLUSIÓN

 

         Esta reflexión sobre el libro de la Sabiduría nos muestra que la Palabra, aun la del AT, sigue siendo palabra viva y eficaz (Heb 4,12). No son palabras muertas sino engendradoras de vida porque encierran la experiencia de creyentes que las han vivido antes que nosotros. Esa es su verdad que brota pujante cuando se las acoge.

         Además, para nosotros cosa importante, nos conectan con el Dios bueno y de humano corazón que es el Dios de Jesús (Mc 10,18). Nos lleva a profundizar y a amar al Dios tras el que anduvo Jesús y que fue el soporte de su vida. Nos hermana con Jesús en la búsqueda y el amor del Padre, dinamiza y hace viva nuestra fe.

         Es todo ello un soporte decisivo en estos tiempos nuestros marcados también por la inhumanidad en los grandes escenarios humanos y por la tentación de aislamiento en nuestras propias vidas. Leer y meditar los textos de Sabiduría es una terapia curativa de humanidad y de espiritualidad. ¿Cómo no agradecer sus límpidas y evocadoras palabras?

         Terminamos con un deseo de humanidad que formula bien la FT 8: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”. Así sea.

 

1 comentario

Teresa -

“¿Podemos refugiarnos en modos reflexivos y orantes desconectados de la realidad? ¿O podemos matar dos pájaros de un tiro: cultivar una espiritualidad que nos ayude a situarnos mejor y que, a la vez, alimente nuestra vida cristiana?“ Será mejor intentar matar los dos pájaros de un tiro. Es la única opción realmente cristiana.

“La vida y la fe dependen del nivel de humanidad de la persona. Ser humano no es solamente pertenecer al género humano. Es un trabajo que habrá que realizar toda la vida, un trabajo para adultos en la fe”. Qué poco se ha vinculado la fe con la humanidad… Por lo menos a nivel de catequesis, de predicación. Interesante, ese hacer referencia a la adultez en la fe; entendida esta, supongo, como superación de esquemas, normativas, clichés y tópicos, que no hacen sino apartarla de Jesús y su evangelio.

“Más allá del individualismo, los humanos han entrevisto que depender de otro no es una desgracia, sino una “suerte, un regalo, un don”. En esto radica la fuerza de la compasión, que lleva al entrecruce de corazones, a la dependencia que ama y que construye”. Maravilloso hallazgo. La compasión, cuando hace su aparición en la vida de alguien, rompe el individualismo en mil pedazos y adentra por los caminos del compromiso y la transformación personal.

“Ya los antiguos creyentes intuían que la bondad y la compasión eran atributos divinos. Por eso quien es compasivo lleva dentro la fuerza del amor que puede con todo”. ¿Cuándo comenzamos a identificar a Dios con el castigo y la vigilancia? Aparentemente, el compasivo sigue llevando las de perder; como si la compasión fuera una hermana pobre de la humillación y la debilidad. Pero, es cierto: al compasivo le mueve al amor más puro.

(Continuará...)