Ejercicios 2024
LA PIEDRA ANGULAR
UN PLAN DE VIDA DESDE LAS BIENAVENTURANZAS
Según Mt 21,42 Jesús ha sido PIEDRA DESECHADA, no elegida, trozo que no sirve de piedra angular. Pero, dice, esa piedra que el cantero desechó, el Jesús pobre, ha sido PIEDRA ANGULAR, base del cimiento de nuestra fe y prueba del valor de la vida humana. Lo humilde es lo valioso, lo desechado es el cimiento, lo que no cuenta es lo que sostiene todo. ¿Cómo lo pobre, lo desechado, lo frágil va a ser el cimiento de lo humano y de la fe? ¿Cómo los nadie, los sencillos, los ignorados van a ser piedra angular? ¿Cómo vamos a estar seguros con tan frágil cimiento?
Esto son las bienaventuranzas: el humilde, paradójico y, a la vez, increíble cimiento sobre el que se asienta el seguimiento de Jesús. Si lográramos asentar nuestra fragilidad en él, nos haríamos fuertes en nuestra debilidad.
Volver a las bienaventuranzas es entrar a una casa conocida, a un lugar apreciado. Aunque demos mil explicaciones, siempre nos cabe una más en el corazón porque, aunque las hayamos escuchado miles de veces, siempre tienen un sabor de novedad y un eco de vida en el corazón del creyente. Volver a las bienaventuranzas es tocar el corazón de Jesús y desear vivir su proyecto. Por eso, por mucho que se lean, se interpreten, se malinterpreten, siempre nos atraen. Tienen un fuerte imán, siguen cautivándonos.
Las opiniones son múltiples y por ello hay quien dice que los valores de las bienaventuranzas son valores negados por la sociedad, que ya no hay quien, con sensatez, pueda proponer un plan de vida con tales valores. Pero no es así: a nada que se escarbe en el hecho social y personal, los valores de las bienaventuranzas están ahí: el interés por las pobrezas, la mansedumbre, el corazón pacificado, la sed inapagable de justicia, la pregunta por las heridas, el milagro de la amabilidad, etc., puede que reciban una negación de inmediatez pero, como decimos, escarba un poco y los tendrás ahí.
Nosotros queremos entender las bienaventuranzas como una suerte. “Tienen suerte…”, así comenzarán nuestras bienaventuranzas. Es una suerte entender este proyecto e ir incorporándolo a la vida. No es una obligación ni una imposición, sino una suerte. Por eso mismo, ser seguidor no es una opción religiosa, sino una suerte en la vida, una posibilidad que se te ofrece, un camino que se abre delante de ti. La suerte de empezar a vivir algo distinto, algo nuevo y hermoso, algo que seduce.
¿Pueden llegar a conformar un plan de vida, un estilo de entender las cosas, un modo de situarse ante la realidad? ¿Pueden las bienaventuranzas, el horizonte de Jesús, su programa, conectar con la vida sencilla de un creyente normal?
Que el amor a la Palabra sea el cimiento de estos ejercicios, que nos acompañe la probada certeza de que la Palabra leída en grupo es alimento bueno de espiritualidad, que el camino no genere cansancio sino, al contrario, más hambre y más deseo, que el grupo nos sostenga cuando las fuerzas flaqueen. Jesús hace camino con nosotros.
1
TIENEN SUERTE QUIENES SE
ACERCAN A LAS POBREZAS
“Tienen suerte
quienes se van acercando a las pobrezas,
porque esos llegarán a intuir
cómo funciona el Dios de Jesús” (Mt 5,3).
Reflexión
Sin paliativos: la pobreza es un mal contra el que hay que luchar a brazo partido, como la enfermedad, la ignorancia o la misma muerte. Todo lo que se diga ha de ser compatible con esta batalla que libra la humanidad desde sus inicios. Hacer lírica de la pobreza es un insulto a los pobres y un desenfoque personal.
Pero resulta que en esa oscuridad también hay luz: la misma lucha contra la pobreza es una luz, la solidaridad que suscita y las estrategias que desarrolla para salir de son también luces, la justicia que reclama y la deuda no pagada que exige son también “luminosas”. No todo es sombra y oscuridad.
La evidencia de que estas “luces” están ahí lo muestra la realidad mundial: estamos por debajo del umbral del 10% en materia de pobreza (llegar al 3% en 2030 será imposible). Esto, evidentemente, no consuela a quien pasa hambre, pero viene a decir que si la pobreza no se vence es porque no hay voluntad política, porque posibilidades las hay.
Y aunque pueda parecer una hipocresía del primer mundo (el gran generador de pobres hoy), las pobrezas cada vez son más consideradas porque se intuye la fortaleza de que anida en ellas (caso de la inmigración). Aunque no lo parezca, los pobres son una fuerza social, y lo han de ser cada vez más, le pese a quien le pese, se los vea o no se los quiera ver.
Por eso, echar la suerte a ese lado es una oportunidad para los pobres y para quienes comienzan a entenderlos. Esa es la verdadera conversión a la que apela el evangelio: regresar a los otros, volver a quienes no deberíamos de haber abandonado. Y la meta no es solamente el sueño de que la pobreza mengüe y desaparezca, sino la utopía mayor de un mundo en igualdad, en fraternidad económica, en equidad. En la bienaventuranza de la pobreza anida un sueño enorme.
Quizá sintonizando con algo de esto se puede entender la bienaventuranza de la pobreza como una suerte, la de ir viendo que, más allá de lo negativo, las pobrezas pueden ser un lugar de encuentro que “nos salven”, que nos humanicen.
La luz de la Palabra
Ninguna cristología hablará de Jesús como de un “soñador”. Pero las bienaventuranzas son el sueño de Jesús, no sobre todo su “programa”. Él anhela un mundo con los valores de las bienaventuranzas (la centralidad del pobre, los sufrimientos mitigados, la igualdad desde la minoridad, la sed devoradora de la justicia, etc.). Para creer en Jesús es mucho más importante creer en sus sueños que en su doctrina. ¿Dónde situarse para encontrar esto como un “tesoro”, como una suerte? ¿Cómo desear contagiarse del sueño de Jesús? ¿Cómo tenerlo por orientación de vida?
Entender la bienaventuranza de la pobreza como una suerte está hablando de una opción: “Dichosos, con suerte, los que van eligiendo el lado de las pobrezas”. Ese matiz de voluntariedad es imprescindible para entender la mística de la propuesta de Jesús. Se trata de ir haciendo una opción por los “abatidos del viento” (como dice Is 57,15), los que no cuentan hoy. Más que de una situación económica se trata de una situación social por la que se opta o no.
Como el evangelio no nos fuerza a lo que no podemos, esta opción por las pobrezas ha ser compatible con la situación de vida en la que estoy. Y desde ella podré iniciar algún tipo de desplazamiento hacia las pobrezas. El desplazamiento es decisivo, más que lo que uno dé o deje de dar. Desplazarse es posible para cualquier situación de vida.
Plan de vida
No se trata de dar limosnas más cuantiosas. Eso es otra cosa. Se trata de adquirir una mentalidad social, una manera de ver la realidad y, dentro de ella, el sector de las pobrezas. Se trata de adquirir otra mirada. Otra manera de mirar el mundo de las pobrezas (hay que pedir la mirada de Jesús y la de los solidarios).
Para ello, quizá haya que comenzar por cambiar la cabeza: leer algo sobre las pobrezas, informarte sobre lo que ocurre en las migraciones, en el Mediterráneo, en África. Y luego más cerca: las pobrezas en España.
Darle vueltas a la cosa con paz antes de tomar una decisión más marcada: apoyar a una ong, hacerte socio de Cáritas, etc. Pensarlo antes, rezarlo incluso.
Acompañar todo esto con un progresivo camino de sencillez de vida. No se trata de no disfrutar de la vida, sino de ser conscientes de que comprar, viajar, vestir, comer, etc., no son solamente actos económicos, sino que también son actos morales: tienen consecuencias en el mundo de las pobrezas.
Si entendemos esto con pesadumbre, no estamos entendiendo bien. Se trata de entender que participar en esto es una suerte. Y no solamente porque lo dice el evangelio, sino porque lo dice el fondo de bondad que anida en lo humano. Si no brota el gozo, no estamos entendiendo bien. Hay que esperar, hay que darle más vueltas.
Oración
SEÑOR fuente de todos los dones.
ayúdanos a ser corresponsables dignos de tus bendiciones.
Padre, Creador de Abundancia,
concédenos generosidad para compartir tus dones y beneficios
con nuestros hermanos y hermanas en toda la Tierra.
Jesús, Príncipe de Paz,
que seamos artesanos de la paz que fortalece la justicia
y de la justicia que sostiene la paz.
Espíritu de Justicia,
que el amor y la igualdad que compartes con el Padre y el Hijo
nos inspiren a apoyar políticas justas de comercio que levanten a los pobres.
Padre, Creador del mundo,
que seamos buenos corresponsables de las riquezas de la Tierra
y respetemos los pueblos de cuyas tierras se extraen los recursos.
Jesús, Señor que alivias nuestras cargas,
que nos apiademos de las naciones agobiadas por las deudas
y nos comprometamos a buscar su exoneración.
Espíritu Santo, Autor de la Vida,
inspíranos a proteger el don de la Creación,
y a ayudar a los pobres que más sufren a causa del daño al medio ambiente.
Ayúdanos a amar a todos nuestros prójimos y a los desplazados de sus hogares,
acogiendo a los refugiados e inmigrantes y aliviando la pobreza en otros países.
Padre, por tu Hijo y por el poder del Espíritu Santo,
ayúdanos a reconocer tu rostro en todos los afectados por la pobreza mundial
y llénanos con el amor y la fortaleza necesarios para combatir sus causas.
Amén.
2
TIENEN SUERTE QUIENES
MITIGAN SUFRIMIENTOS
“Tienen suerte quienes mitigan sufrimientos
porque a ellos también los consolarán” (Mt 5,4).
Reflexión
Desde siempre, el caminar humano está amasado en sufrimientos. Son compañeros de camino. La fuente de los sufrimientos sigue manando abundante, aunque tal vez menos que nunca. Mirar a la cara al sufrimiento es un paso decisivo. No evita el sufrir, pero, si se esquiva la desesperanza, puede ser la clave para situarse de otra manera.
La tarea primera es intentar que el sufrimiento no lo ocupe todo. Que ocupe lo que tenga que ocupar, pero que no sea todo. Este es un gran trabajo porque el sufrimiento es invasivo, tiende a adueñarse de toda la persona.
Pero hay más: la bienaventuranza viene a decir que es una suerte apuntarse al grupo de quienes mitigan sufrimientos. Y ello por una doble razón: porque reducen el caudal de lágrimas de lo humano y porque ese trabajo engendra consuelo en quien lo practica. Se consuela y se es consolado.
¿Por qué caminos se entra en el grupo de quienes consuelan? Por el camino común de la lucha contra el sufrimiento; por el camino del acompañamiento y de la empatía de las heridas que no se cierran; por la extraña senda de mirar al interior del sufrimiento para creer que ahí hay un camino que lleva al terreno de la bondad humana. Esto implica superar el estadio inicial del mero rechazo y adentrarse por sendas de una oscuridad y de una profundidad que apunta a los abismos del corazón humano.
Desde ahí se puede entender que el consuelo que recibe quien consuela apunta al sentido de la existencia, ilumina algo hondo, abre horizontes inesperados. No disminuye el trabajo a brazo partido que lucha contra el sufrimiento. Pero, a la vez, surgen otras preguntas que desembocan en una experiencia similar a la de Job: hay un secreto que desvelar, una voz distinta que escuchar, un eco que viene de otras profundidades.
Quien entiende el consolar como una vocación que viene del mismo evangelio va viendo más claro este galimatías del misterio del sufrimiento humano. Y si logra traducirlo a actitudes sencillas de curación, la bienaventuranza no le parece tan descabellada.
La luz de la Palabra
Cuando la Palabra habla de mitigar sufrimientos, con ello abre la puerta a un sueño: Un mundo sin llanto, sin luto, sin muerte (Ap 21,4). ¿Es posible? ¿Es un sueño vano? ¿Sigue siendo una realidad incontestable que las lágrimas de los pobres siguen sin que nadie las recoja? (Qoh 4,1). Las múltiples organizaciones humanitarias que pueblan el mundo, la abolición de la pena de muerte en muchos países, la orientación de muchas leyes al amparo de los frágiles (aunque luego muchas no se cumplan) indican que las fuentes del sufrimiento pueden dejar un día de manar.
¿Cómo cura el Jesús del evangelio? De maneras sencillas y asequibles:
- Cura con palabras: buenas, respetuosas, verdaderas, amables. Nos hacemos mucho daño con las palabras; podemos hacernos mucho bien con ellas. No achaquemos solamente a los políticos sus palabras inaceptables; mirémonos también a nosotros.
- Cura con escucha atenta: escucha a la mujer todo lo que esta quiere decirle; escucha a los samaritanos del pueblo. La escucha es muy sanadora. El Papa habla de una escucha amante; escuchar es un acto de amor y de salud. Estamos muy necesitados de personas que escuchen. Pregúntate si eres persona que tiene paciencia para escuchar.
- Cura conviviendo con todos: por eso se queda Jesús unos días con los samaritanos del pueblo. La convivencia es muy sanadora. Para convivir es necesaria la amabilidad y el aprecio. Si la fe no nos lleva a convivir mejor con nuestra familia, vecinos, amigos e incluso enemigos, no vamos por la senda evangélica.
El evangelio se puede sintetizar de muchas maneras: una de ellas mitigar sufrimientos, curar. Es que el acto de CURAR tiene muchas variantes: curan los sanitarios que cuidan de nuestra salud; cura quien escucha a quien necesita ser escuchado; cura quien acompaña y mitiga la soledad; cura quien ayuda a orientar la vida cuando esta pierde su rumbo; cura quien consuela a quien llora su pena; cura quien sostiene a quien flojea y cae. Hay muchas maneras de curar. Entrar por esas sendas es una suerte, una puerta que se abre a un mundo de verdad.
Plan de vida
Está, primero, el propio sufrimiento: mirarlo con la mayor paz posible, alejar exageraciones que son camino de depresión, aprender a mezclar ese dolor con disfrutes sencillos. No estar siempre aireando los propios males, contener un lenguaje invasivo que solamente habla de sufrimientos (solo los miércoles).
Después está el arte de mirar desde las propias lágrimas, las de los demás. ¿Cómo hacer nuestro el sufrimiento que no nos pertenece? ¿Cómo entender que tengo responsabilidades sobre el sufrimiento ajeno? ¿Cómo salir del “bastante tengo con lo mío”?
Comenzar por lo cercano: no ser causa de sufrimiento para quien convive conmigo, para quien se cruza en mi camino. No ser causa de sufrimiento innecesario en la familia, en los grupos de los que participo, en el vecindario, en el trabajo, en el barrio. Mitigar sufrimientos cercanos para pretender mitigar los que quedan más lejos.
No herir con palabras, silencios, desplantes, inhibiciones, alianzas con quien siembra el mal, la maledicencia. Sembrar humanidad, sensibilidad, criterios positivos, valores del corazón. Tener la preocupación de no hacer daño conscientemente. Armarse de paciencia, de amor, para acompañar, empatizar, escuchar. Aprender a preguntarse por el sentido, por la ilusión, por los valores: son las grandes “medicinas” del sufrimiento. Vislumbrar la posibilidad de entender todo esto como una vocación, como una llamada a una tierra, la del consuelo ajeno, que no ha sido la tierra en la que me puso la vida. Es la tierra del evangelio.
Oración
Que la tiniebla del sufrimiento
no oculte el sol que luce tras ella.
Que el velo de las lágrimas
deje ver el brillo de los ojos.
Que la herida del corazón
desvele el borboteo del amor.
Que las situaciones sin salida
descubran la puerta del misterio.
Que los cantos de la pena
no se impongan a la melodía del alma.
Que la fe vivida en oscuridad
nos abra a la luz de tu rostro, Señor.
Amén.
3
TIENEN SUERTE LOS MENORES
“Tienen suerte los menores
porque llegarán a una tierra de igualdad” (Mt 5,5).
Reflexión
El menor (en sentido sociológico) es hoy un sometido por el poder que domina, que excluye, que clasifica, que se impone, que desecha. El poder engendra menores, personas a las que, de una u otra manera, la igualdad les es negada.
Ser menor es quedar despojado de voz. Los que tienen demasiada voz arrebatan la suya a quien menos la tiene, dejándole mudo a nivel social. Ni se escucha su voz ni se escuchará en un futuro. Menor es uno, una, sin voz; un no escuchado.
Y todo ello porque hay una asimetría social: el menor no cuenta, no vale, no es respetado, por los que se erigen en mayores. A costa de los demás. El quid está en el tipo de relación que se establece: los menores son los que sufren la desigualdad en la relación.
Pero ese ser menor es una bomba de relojería: está cargado de anhelo de justicia, de igualdad no concedida, de menosprecio social que pide a gritos otro estilo de sociedad. Por eso, los menores tienen suerte, porque la justicia, el sueño y la utopía están de su parte. Al menor le aguarda una tierra de igualdad, aunque aún haya que recorrer un largo camino de desigualdad.
Por eso, quien se va pasando al bando de los menores, se pasa igualmente al bando de quienes heredan una tierra de futura igualdad, de relación igualitaria. Creer al evangelio que dice que quien se pasa a ese terreno nuevo es alguien con suerte es algo que va en la medida en que se tiene dentro el anhelo de una tierra nueva.
Cualquier acto de igualdad en la relación que se viva es un paso en el largo camino a la igualdad. Al final del camino de la minoridad se halla la igualdad. Estamos en el terreno de las utopías que nos hacen caminar en busca de un sueño.
La Palabra de Dios
Jesús ha sido un menor por pertenecer al colectivo social de los tratados en desigualdad. Por eso ha podido profetizar sobre la suerte de caminar con los menores hacia la tierra de la elemental igualdad.
No le ha interesado tanto la salvación cuanto un modelo de sociedad igualitaria a la que llamaba reinado de Dios. Su interés por una nueva relación le ha llevado a proponerla incluso a quienes no tenían religión. Por eso fue a Tiro y Sidón (Mc 7,24-30).Los judíos de aquella época no iban a tierras de paganos porque pensaban que aquellos estaban destinados al infierno. Sin embargo Jesús, aunque a disgusto (no hay más que ver cómo se dirige a la mujer) fue a la comarca de Tiro y Sidón tras el sueño de una nueva relación para todos. Y no solo eso: reconoció la indudable fe de una mujer pagana, atea. MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE. La mujer es alguien que siendo menor (así lo consideraban los judíos: ellos por encima de los paganos) tiene fe grande, anida en ella la utopía de una relación distinta: que un judío llegue a preocuparse por el dolor de una pagana.
Estamos rodeados de personas que dicen que ya no creen, familiares nuestros incluso. Han abandonado la fe. Sin embargo, conservan grandes valores: aman a su familia, son solidarios, cumplen sus obligaciones ciudadanas, disfrutan de la vida, etc. Hemos de saber detectar y apreciar esos valores hondamente humanos, de tener en cuenta esa fe de los ateos porque el evangelio apunta a una humanidad más justa y dichosa y ellos, de alguna manera, también. No hemos de subrayar lo que nos diferencia (el hecho religioso), sino lo que une (el deseo de dicha y de justicia). ¿Cómo crear un tipo de relación nueva que apunte a entender la tierra como una herencia común?
El Papa Francisco en su viaje a Lisboa citó a José Saramago, un escritor portugués ateo militante. Cuando le dieron el Nobel a este autor, el Vaticano lo desautorizó. Ahora, se le cita en una reunión importante de cristianos. La cita en cuestión dice así: “Lo que da verdadero sentido a un encuentro es la búsqueda y es preciso caminar mucho para alcanzar lo que está cerca”. Es decir: para nosotros los cristianos es importante una fe que busca y se pregunta, que camina y no se queda anclada en lo de siempre. Los ateos también nos iluminan. Esta visiónde igualdad básica es la herencia de quienes creen que es una suerte entender y vivir la espiritualidad de la minoridad, el sueño de una tierra igualitaria.
Plan de vida
Traemos de nuevo a colación el luminoso n. 87 de FT: «Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte».
Esta es la manera de pensar de quien cree que ser menor lleva dentro la suerte del sueño de la tierra de igualdad. Cualquier relación que se entable desde la simple igualdad camina en esa dirección.
Las relaciones develan el tipo de fe real que se vive: ¿te relacionas bien?, eres buen seguidor/a de Jesús: ¿Son problemáticas, difíciles, ásperas, desiguales, tus relaciones? La fe en Jesús no va bien.
El evangelio te pide un tipo de relaciones igualitarias, construidas desde una minoridad trabajada, aquella que entiende que estamos llamados a una patria de igualdad. Relaciónate con todos, sobre todo con los frágiles, en modos lo más igualitarios posibles. Y considera eso una suerte, algo hermoso, la promesa del evangelio.
Oración
Padre nuestro,
que en los cielos estás, haz a las personas
iguales: que ninguno se avergüence
de los demás; que todos al que gime
den consuelo; que todos, al que sufre
del hambre la tortura, le regalen
en rica mesa de manteles blancos
con blanco pan y generoso vino;
que no luchen jamás; que nunca emerjan,
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas.
Luz, Señor, que ilumine las campiñas
y las ciudades; que a los humanos todos,
en sus destellos mágicos, envuelva
luz inmortal; Señor, luz de los cielos,
fuente de amor y causa de la vida.
Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo. Amén.
4
TIENEN SUERTE LOS SEDIENTOS DE JUSTICIA
“Tienen suerte los sedientos de justicia
porque su sed va siendo apagada” (Mt 5,6).
Reflexión
En nuestra sociedad da casi vergüenza hablar de justicia. Es como si éste valor sustancial produjera malestar al ciudadano de a pie. Hablar de justicia, demandarla, gritar en su nombre resulta trasnochado, como si uno estuviera anclado en mayo del 68.
Pero la justicia es el componente “político” del seguimiento, su participación en el devenir social desde una honda compasión histórica. Este componente es insustituible y, de alguna manera, da sentido al componente “místico” ya que lo hace visible y, por ello, verdadero.
Por lo mismo, hasta la tarea orante ha de nacer y llevar al logro de la justicia esencial. El cristianismo en general tiene que andar todavía un gran trecho si anhela este horizonte. Y sin embargo, como decimos, existe en ello una gran oportunidad de revitalización. Las palabras del profeta D. Bonhöffer siguen sonando veraces: “Nuestra iglesia que durante años solo ha luchado por su existencia, como si esta fuera una finalidad absoluta, es incapaz de erigirse ahora en portadora de la Palabra que ha de redimir y reconciliar a todos los hombres y al mundo… Por esta razón, las palabras antiguas han de marchitarse y enmudecer y nuestra existencia de cristianos solo tendrá, en la actualidad, dos aspectos: orar y hacer justicia entre los hombres». La oración mezclada a la justicia, ambas realidades unidas.
Estos son los caminos de la justicia esencial. Ésta no consiste, inicialmente, en meras estrategias, políticas o económicas, para el logro de la justicia. Se trata de una actitud que anida en los trasfondos de lo humano, en la base de lo que somos. Es más, pues, algo que hace relación a la espiritualidad. En ese dominio es donde emparenta con la oración. Una oración por la justicia no es una mera actividad religiosa sino una manera de leer e interpretar los anhelos profundos de la historia, un transitar la búsqueda del sentido. No deja de ser algo que se escapa de nuestras manos.
La luz de la Palabra
Jesús es uno devorado por la sed de justicia. El relato corrientemente denominado “parábola de la viuda y el juez” (Lc 18,1-8) se inserta, como los anteriores, en el largo viaje lucano de Jesús hacia Jerusalén. En tal viaje hay lugar para instrucciones sobre temas diversos, incluido el de la oración. Pero el contexto de tal viaje imprime una perspectiva nueva a este clásico tema de la piedad religiosa.
Efectivamente, más que el tema de la oración como tal, lo que se quiere subrayar es el anhelo de la justicia esencial. Así es, el texto que antecede (Lc 17,20-37) habla de la expectación sobre el día de la llegada del reino y el que sigue (Lc 18,9-14) más que de dos modelos de oración de lo que habla en el fondo es de dos maneras de situarse ante la promesa del reino. Es en este marco de anhelo del reino donde se plantea el tema de la justicia esencial. Ésta, la justicia, es el dinamismo de fondo de la realidad del reino.
Desde esta perspectiva ideológica es preciso entender la relación dialéctica entre el juez injusto “que ni temía a Dios ni le importaban los hombres” (Lc 18,2) y la viuda tenaz que pide justicia “frente a su adversario” (Lc 18,3). El primero, lógicamente, no puede ser tipo de la justicia de Dios. Así es, la justicia del juez es lenta (“por bastante tiempo”: Lc 18,4), comodona (“me está amargando la vida”: Lc 18,5), deseosa de acabar de una vez para que se le deje en paz (“que venga continuamente a darme esta paliza”: Lc 18,5). Es una justicia podrida en su fondo porque no escucha los anhelos de justicia que brotan de las situaciones de pobreza.
Por eso, el antitipo de este juez venal es un Dios que responde a los anhelos de quien hambrea un mundo de justicia: a) Dios “reivindicará a sus elegidos” (Lc 18,7), se pondrá de su parte, un Dios parcial; b) “no les dará largas” (Lc 18,7) porque hacer esperar al anhelante de justicia es aumentar el nivel de injusticia; c) escuchará a los que le “gritan día y noche” (Lc 18,7), porque, desde antiguo, es una Dios que escucha los gritos de los sojuzgados.
La “reivindicación sin tardanza” (Lc 18,8) es sello del anhelo de la justicia del reino. No es algo que se pueda posponer sine die. Ahora bien, la gran pregunta queda en el aire: “Cuando llegue el hombre, ¿qué?, ¿va a encontrar en esa fe en la tierra?” (Lc 18,8). Es decir, ¿van a ser capaces los seguidores de Jesús que hacen camino con él de mantener vivo el anhelo de la justicia a pesar del bombardeo de la injusticia y de todas las técnicas disuasorias de una sociedad anclada y asentada en la injusticia?
Plan de vida
No habrá que ceder a la desilusión por la justicia, aunque haya muchos motivos para ello. ¿Cómo sentir la justicia como una sed? En paralelo a como se siente la injusticia. Hacerse sensible a la injusticia es camino para que haya sed de justicia.
Es necesario abrir bien los ojos para sentir con dolor la injusticia cercana y para encajarla con paz y con fuerza a la vez. Si no se siente la dentellada de la injusticia es que estamos situados en ella.
Antes de preguntarse qué puedo hacer será preciso preguntarse qué estoy dispuesto a hacer, hasta donde soy capaz de dar un paso adelante en el tema de las causas de la justicia: hasta dónde estoy dispuesto a informarme, a acercarme con otros, a mirar de frente las situaciones de injusticia. Quizá haciéndolo brote algún cauce de actuación.
Habrá que ser cuidadoso para discernir nuestra participación en la injusticia y para alejarse todo lo que se pueda de tales situaciones. Esa participación en la injusticia es cosa más corriente de lo que pensamos. Está en nuestras relaciones familiares, vecinales, sociales. Habrá que tener mucho cuidado.
Y luego están las situaciones lejanas de injusticia que no son tanto. Basta con hacer unas pocas preguntas y encontraremos con facilidad que hacemos parte de tales situaciones: ¿qué tienen que ver los aparatos que usas con la guerra del coltán de África? ¿Qué tiene que ver el mueble que has comprado con las maderas ilegales de ciertos países? Y así tantas cosas. ¿Cómo despegarse lo más posible de la injusticia que nos compone?
Tienes suerte si esa sed de justicia te dice algo de una u otra forma. Si no te dice nada es que el programa de las bienaventuranzas te queda aún lejos. Será preciso trabajar por acercarlo.
Oración
No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: esto es lo que anuncia el Mensaje a creyentes y no creyentes, a los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el bien de la familia humana y por su futuro.
No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: esto es lo que hay que recordar a cuantos tienen en sus manos el destino de las comunidades humanas, para que se dejen guiar siempre en sus graves y difíciles decisiones por la luz del verdadero bien del hombre, en la perspectiva del bien común.
No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: no nos cansaremos de repetir esta exhortación a cuantos, por una razón o por otra, alimentan en su interior odio, deseo de venganza o ansia de destrucción.
Que nuestra oración se eleve desde el corazón por todas las víctimas del terrorismo, por sus familias afectadas trágicamente y por todos los pueblos a los que el terrorismo y la guerra continúan agraviando e inquietando.
Que la humanidad, en estos tiempos azarosos, pueda encontrar paz verdadera y duradera, aquella paz que sólo puede nacer del encuentro de la justicia con la misericordia.
5
TIENEN SUERTE LOS QUE AYUDAN
“Tienen suerte los que ayudan
porque su debilidad será su fortaleza” (Mt 5,7)
Reflexión
La ayuda tiene rango de bienaventuranza cuando se la sitúa en los decisivos términos de ayuda a la bondad, a la justicia, a la humanidad. Es válida la pequeña ayuda cotidiana. Pero la cosa apunta a mayores horizontes: contribuir a dejar un mundo más humano que el que recibimos, por lejano que nos parezca el asunto.
Para ello hay que considerar si se ayuda desde fuera o desde dentro. Ayudar desde fuera es hacerlo sin llegar a la implicación del corazón, del todo de la persona. Ayudar desde dentro es hacerlo desde la conciencia de estar implicado como gestor de esa ayuda. No es una cosa meramente mental; es también verificar desde dónde se piensa y se vive la ayuda.
Esto fundamenta una nueva tipología humana: la sociedad se puede dividir entre los que ayudan y los que no les importan estos valores esenciales y no ayudan a ello (hasta los combaten). Queda fuera de duda que el seguidor/a de Jesús es de quienes pertenecen al grupo de los que ayudan como manera de vivir su seguimiento, no como mera consecuencia de unas creencias religiosas.
En esa línea dice FT 195 que “ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida”. Lo que importa no es el volumen de ayuda sino la raíz de la que brota esa ayuda que no es otra sino la conexión con la raíz de lo humano y con lo elemental del evangelio.
De esta manera, ser ayuda pasa de ser una carga que cuesta llevar a una suerte que se agradece. Un signo de que vamos atinando es ver que ayudar lleva al gozo y que el precio que demanda la ayuda es carga ligera. La mística de quien ayuda pertenece al gozo del seguimiento vivido como una suerte. Por decirlo de manera sencilla: no me tendrían que pagar por mi ayuda sino que yo mismo, agradecido, tendría que implicarme cada vez más en los trabajos humanos de ayuda al otro.
La luz de la Palabra
Ejemplo luminoso de mística de la suerte que es ayudar la tenemos en la parábola del samaritano compasivo (Lc 10,25-37). Aunque no se diga explícitamente, el samaritano ayuda al caído con alegría hasta el punto de que no le duele nada empeñar todo un conjunto de actos de generosidad (costosos: vino, aceite, posada, etc.). La promesa de volver y pagar indica que no es onerosa la ayuda sino agradecida: contento de poder ayudar. El hacerse prójimo de un judío, añade una nota decisiva a la mística de entender el ayudar como una suerte.
“La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros” (FT 81).
Ese “volverse prójimo” es imposible desde la ayuda entendida como carga y es posible de la ayuda entendida como suerte. Es otra manera de ver la realidad, verla desde la alegría que proporciona la sintonía honda con el corazón de quien pasa necesidad.
Los decálogos sálmicos (Sal 10; 111; etc.) han puesto de relieve, desde antiguo, este gozo. Pero la bienaventuranza y, sobre todo, el comportamiento de Jesús le da a la ayuda el espaldarazo definitivo: ayudar es una suerte y un gozo.
Plan de vida
La ayuda que das, por sencilla que sea, que siga presente en tu vida. Increméntala si es posible. Pero empieza a pensar en algo más hondo, más englobante: ayudar como una vocación, como una manera de ser. Quizá no te lleve a distintas ayudas de las que haces, pero eso tendrá otra mística.
Tal vez haya que ir pensando en ayudas organizadas, no solamente para un logro de mayor eficacia, sino para manifestar la fuente de la ayuda: la pertenencia a la familia humana y la vivencia de una fe fraterna. Dado que no es fácil conseguir y permanecer en esta clase de opciones, el amparo del grupo será muy importante. Eso demuestra que las grandes transformaciones humanas y creyentes necesitan de la comunidad.
Hay un indudable valor en la práctica de la ayuda “en lo secreto” (Mt 6,3.6). La ayuda publicitada corre el peligro de desvirtuarse. Querer poner la firma de donante al don es entenderlo fuera de la mística evangélica que es la suerte de ayudar. El silencio y la modestia le van muy bien a tal mística.
Más que de bienes, si se habla de la suerte de ayudar, estamos hablando de tiempo, de acompañamiento, de amparo social. Porque, como decimos muchas veces, no se trata tanto de dar cuanto de darse. Quien entiende la ayuda como una suerte va perdiendo el miedo a otra clase de implicaciones que las de la mera ayuda económica.
Por todo lo dicho se entiende mejor que brote un sincero agradecimiento a quienes nos empujan a la ayuda social (Cáritas, Manos Unidas, Verapaz, etc.) porque nos acercan a una de claves fundamentales de comprensión de la vida y de la fe.
Oración
Concédenos, Señor,
la fortaleza y la sabiduría
para ser una ayuda valiosa
para quienes nos rodean.
Permítenos ser comprensivos
y generosos
para ser brazo ofrecido
en que se apoye quien titubea.
Que nuestra presencia y nuestras acciones
sean positivas
en la vida de los demás.
Asís seremos seguidoras y seguidores
de Jesús,
nuestra ayuda y amparo.
Amén
6
TIENEN SUERTE LOS QUE SACAN
EL MAL DE SU CORAZON
“Tiene suerte los que sacan el mal de su corazón
porque su manera de ver la vida cambiará” (Mt 5,8).
Reflexión
No cabe duda de que en el fondo de la persona hay sitio para un corazón bueno y para un “Caín”. Hay quien no cesa de alimentar ese Caín y todo lo que toca lo negativiza, lo deshumaniza. Es fácil vender ese lado oscuro. Por eso tiene tanto éxito.
Pero hay quien, con trabajo, dedicación e interés logra sacar el mal de su corazón y hacer más espacio al bien, al lado humano. Su motivación no es primariamente religiosa, sino simplemente humana: han logrado ver en el otro a un humano a quien amar y eso les basta.
Muchas veces, casi siempre, es gente anónima. A veces son personas que habitan un rincón del periódico, porque el corazón bueno no vende mucho. Como el heroico doctor Umar Khan, el único virólogo de Sierra Leona, que dirigió en su país, en 2014, la desesperada lucha contra la epidemia de ébola, esa enfermedad aterradora y letal que mata con hemorragias atroces. Pues bien, sabiendo todo esto mejor que nadie, ese hombre permaneció allí cuidando de los enfermos hasta contagiarse. Tenía 39 años. O como el doctor WasimMaaz, el último pediatra que quedaba en la destrozada Alepo durante la guerra civil siria. Sus familiares huyeron a Turquía, pero él siguió haciendo su trabajo hasta caer bajo un bombardeo, en 2016, con 36 años.
Pero, como decimos, es gente generalmente anónima. Logran dejar espacio al bien porque aciertan a ir cambiando su mirada. Ya no es la mirada que cosifica y destruye, sino la que entiende al otro desde su humanidad y desde la fraternidad. Una mirada distinta para un corazón distinto.
Todo esto no se logra sin trabajo: un corazón sin mal es el fruto de muchos intentos, de algunos fracasos, de la certeza de que volver al bien es siempre posible. Tener un corazón bueno no es solo ni principalmente una cuestión de carácter. Es el resultado de un largo camino de intentos y de esfuerzo. Algunos han dedicado lo mejor de su vida a esa tarea. Y han logrado el fruto hermoso de un corazón sin mal. Han tenido suerte y han tenido esfuerzo.
Sobre esos corazones que han construido la suerte de ser buenos se asienta la historia. Posiblemente ni ellos lo sepan; ni Jesús quería que le llamasen “bueno” (Mc 10,18). Pero su corazón bueno es el que le ha dado sentido a él y a nosotros. ¿Cómo no va ser una suerte ir por ese camino?
La luz de la Palabra
Las páginas de la Palabra albergan innumerables escenas de bondad. En la narración de la historia de José y sus hermanos hay tres escenas de reconciliación: se dejó paso al bien poniendo coto a una gran maldad ejercida antes. Aquellos corazones fratricidas fueron regenerados por el perdón y la fraternidad. En la tercera de las escenas, cuando asoman de nuevo los fantasmas del mal, se dice que José ratificó la opción de ser bueno con sus hermanos “hablándoles al corazón” (Gn 50,21).
Se habla al corazón porque se apunta a él desde el propio corazón. Pretender entender y vivir la suerte de un corazón sin mal desde lenguajes (verbales o no) duros, insultantes, despectivos, violentos es una imposibilidad. Hay que aprender el lenguaje del corazón para entrar en el grupo de quienes consideran una suerte tener un corazón sin mal.
Y ello hasta llegar a un amor asimétrico, como el de Jesús (Jn 13,34): devolver amor aunque no se reciba amor. Es la prueba definitiva de que se tiene por suerte el poder vivir sin mal dentro, sin oscuridad. Es difícil, pero tenerlo, al menos, en el horizonte de la vida y de la fe sería ya algo muy positivo.
No estamos hablando de algo lírico, sin carne. El logro de entender y vivir como una suerte el corazón sin mal es, ya lo hemos dicho, un fruto de madurez, un logro al final de un largo camino. El seguidor acepta esa propuesta con la alegría de quien ha encontrado un tesoro.
Plan de vida
La honda valoración de la suerte de vivir sin mal en el corazón no habría de producir una sensación de desaliento, como si eso quedara fuera del alcance de un creyente común. No es cuestión de excelencia, sino de una mística y de un trabajo: la mística de la hermosura de un corazón sin mal y el trabajo por ir en esa dirección.
No habrá que dejarse arrastrar por el “piensa mal y acertarás” del pensamiento de corazón negativo. Al contrario: pensando bien es como se acierta y actuando bien. Esos son los caminos de quien ha entendido como una enorme suerte la diferente manera de vivir con un corazón sin mal.
Es preciso hacer un acto de fe continuado en la bondad del corazón humano, algo más difícil que profesar una fe en Dios. Creer en el otro como una manera de creer en Dios. Ambas fes van unidas y se necesitan intrínsecamente. Hay que trabajar este terreno sin desfallecer.
Y junto a esa fe, las buenas palabras que son el lenguaje de quien entiende la mística del corazón sin mal. Las malas palabras son una siembra de sal que impide y bloquea la suerte de vivir con un corazón sin mal.
Y con esas buenas palabras, los gestos sencillos de bondad que pueden abrir la puerta a ese “corazón de carne” del que nos hablan las viejas profecías (Ez 36,26). Ese es el corazón sin mal, lo contrario del “corazón de piedra” que no se ablanda ni con las lágrimas de los pobres.
Oración
Señor Dios, clemente y compasivo,
rico en bondad y en misericordia,
te pido que me des un corazón de carne
que sienta cada día la fuerza de tu amor.
Dame, Señor, un corazón de carne
que no se sienta bueno;
un corazón de carne que busque conocerte
para mejor amarte.
Dame, Señor, un corazón de carne
un corazón de carne que sea fiel y generoso;
un corazón de carne que ame la justicia;
un corazón de carne esforzado y valiente;
un corazón de carne que no guarde rencores
por nada ni por nadie.
Dame, Señor, un corazón de carne;
un corazón que ame hasta que duela;
un corazón que busque ser mejor cada día;
un corazón que se eleve por encima de él mismo.
Dame, Señor, un corazón de carne;
un corazón sensible;
un corazón sincero;
un corazón sencillo;
un corazón decidido y valiente.
Dame, Señor, un corazón de carne
un corazón que ame por encima de todo;
un corazón limpio y transparente;
un corazón que viva en la esperanza.
Dame, Señor, un corazón de carne,
que se parezca al tuyo;
un corazón que viva y que palpite como tu corazón.
Amén.
7
TIENEN SUERTE LOS ARTESANOS DE LA PAZ
“Tienen suerte los artesanos de la paz,
porque Dios los mira como a hijas e hijos” (Mt 5,9).
Reflexión
Construir la paz es edificar una humanidad nueva. El empeño es gigantesco. Pero no por ello hay que desistir de la empresa. Hacer posible la sociedad igualitaria, la economía de equidad, la relación respetuosa, la política inclusiva, es el gran anhelo que la humanidad tiene inscrito en su interior por muy lejos que se halle de tal horizonte.
Dice la bienaventuranza que tienen suerte los que descubren que su vocación es ser irenopoios, artesano de la paz, albañil de una enorme construcción, del gremio de quienes hacen algo práctico por la paz. Tiene suerte de sumarse a una corriente de humanidad que brota desde los albores de la historia.
Tienen suerte porque han entendido que no se trata tanto de actos cuando de actitud, no se trata tanto de logros cuanto de empeños. Así es: la evidencia de que se ha entendido tal suerte es que no por lograr poco se tira la toalla. Lo poco es camino de lo mucho. Y, como dice el Eclesiastés, siembra la paz por la mañana y por la tarde porque no sabes cuál de los dos va a ser la cosecha buena.
Los trabajos por la paz mezclan los trabajos cotidianos con los grandes anhelos. Pero son los primeros los más decisivos, por encima de su humildad, de su escondimiento. Efectivamente, la batalla de la paz, la construcción de su edificio se decide en la distancia corta del kilómetro de casa en el que se vive.
A nivel político, el seguidor de Jesús propugna la difícil realidad de una paz desarmada.Es algo que, hoy por hoy, pertenece al ámbito de las utopías. Más aún, la sociedad mira con desdén un planteamiento así. A pesar de que la paz armada ha traído escasos resultados, se cree que la paz desarmada es el caldo gordo que busca el agresor. Incluso se piensa que es una actitud de debilidad, de apocamiento, de cobardía.
Desarmar la paz es un trabajo doble: primeramente es preciso el milagro de sentar a la mesa común a los contendientes haciéndoles ver que se las ha llamado no para dirimir un duelo, sino para hacer un camino en la difícil dirección del entendimiento. Se trata del espinoso trabajo de la elaboración de conflictos donde habrá que cambiar las bases éticas de relación y tratar de imaginar escenarios comunes de actuación por ínfimos que sean.
En este proceso de “desarme” tiene un papel importante la mediación, si es admitida. Las espiritualidades, la cristiana en nuestro caso, pueden ser herramientas útiles de mediación. Se trataría no tanto de condenar la guerra, sino de buscar posibles caminos de entendimiento. Este trabajo no podrá hacerse si la espiritualidad, si los cristianos, no somos, en primera instancia, personas de paz.
La luz de la Palabra
El núcleo de la misión cristiana, tal como lo vemos e Mt 1013 y Lc 10,5-6 es la oferta de la paz. La serie de diez actitudes que se enumeran como tareas cuando se va por el mundo, como trabajos de misión, concluye en la oferta de paz. A eso habrá que llegar porque la paz es la puerta de cualquier transformación social. Por eso es una oferta para “toda casa”. Nadie queda excluido de la oferta. Y ofrecerla en la modalidad de “casa” y no personalmente, subraya el carácter colectivo de la paz como cauce de ciudadanía. La oferta adquiere una indudable primariedad: antes que nada hay que poner delante la paz, después, si se quiere, se pondrán otros valores, la misma fe. La paz tiene un rango distinto, superior a todo otro valor, incluidos los valores religiosos. Es una paz que se ofrece en el momento mismo de “entrar”, en el umbral: nuevo rasgo de primariedad. De tal manera que, si la paz se instaura, se instaura el reino y si la paz vuelve al mensajero porque no se la acepta, ha fracasado la misión del reino.
La paz sintetiza y resume todos los valores del reino porque éste alborea cuando la paz nace en las relaciones humanas. Todo el arco de las situaciones necesitadas de paz entra en el propósito evangélico y por el logro de la paz se mide el logro del evangelio.
Textos equívocos como Mt 10,44 (“No he venido a traer paz, sino espadas”) no pertenecen al pensamiento de Jesús, sino que derivan de las situaciones provocadas en la primitiva misión cristiana. Como dicen muy bien Efesios y Colosenses, el secreto designio de Dios es hacer una gran obra de reconciliación con la mediación de la obra de Dios. De tal manera que si reconcilias, eres seguidor; si no lo haces, no eres seguidor. Así, la tarea de construcción de la paz se constituye en el trabajo primordial de la fe evangélica.
Plan de vida
Hay que animarse a encarar el tema de la paz como ámbito primordial de la existencia evangélica. No puede ser considerado como un tema menor, como un adorno en la vida cristiana. Es tema decisivo.
El aprendizaje de un verdadero camino de paz ha de ser necesariamente lento y práctico. Lento porque se trata de remover capas muy profundas del ser humano, muy hechas ya. Se requiere mucho ahínco y paciencia. Y ha de ser un trabajo de experiencias prácticas de pacificación. Los asuntos de la paz no se logran ni siquiera en la oración (aunque esta ayuda). Se consiguen en el diálogo, en el pacto y en la vida ofrecida al otro.
Y en este tema, más que en ningún otro, los trabajos de paz han de comenzar por pacificar a uno mismo. Ya decía san Francisco a sus hermanos: “La paz que predicáis, habite primero en vuestros corazones”. Se hace obra de pacificación en la medida en que se está pacificado por dentro. De lo contrario todo será postureo y falsedad.
Los grandes problemas de la paz se cuecen también en la intimidad de la cocina o en el cuarto de estar de tu casa. Hay que vigilar qué se habla ahí, cómo se mezcla todo a palabras y vivencias de paz o cómo el lenguaje es duro y militante. Trabajar en lo cercano es capacitarse para comprender mejor lo lejano.
La oración por la paz ha de incluir un cierto compromiso para que no sea una planta sin raíz. Inicialmente no es necesario que sean compromisos totalizantes. Sirve algo testimonial. Luego se darán más pasos.
Oración
Señor Jesús,
por tu gloriosa pasión,
vence la dureza de los corazones, prisioneros del odio y del egoísmo;
por el poder de tu resurrección,
arranca de su condición a las víctimas de la injusticia y de la opresión;
por la fidelidad de tu venida,
confunde a la cultura de la muerte y haz brillar el triunfo de la vida.
Señor Jesús,
une a tu cruz los sufrimientos de tantas víctimas inocentes:
envuelve con la luz de la Pascua
a quienes se encuentran profundamente heridos:
las persone abusadas, despojadas de su libertad y dignidad;
haz experimentar la estabilidad de tu reino
a quienes viven en la incertidumbre:
los exiliados, los refugiados
y quienes han perdido el gusto por la vida.
Señor Jesús,
extiende la sombra de tu cruz sobre los pueblos en guerra:
que aprendan el camino de la reconciliación, del diálogo y del perdón;
haz experimentar el gozo de tu resurrección
a los pueblos desfallecidos por las bombas:
arranca de la devastación a Irak y Siria,
Afganistán y Ucrania,
Gaza y Yemen,
reúne bajo la dulzura de tu realeza a tus hijos dispersos:
sostén a los cristianos de la diáspora
y concédeles la unidad de la fe y del amor.
Santa María, reina de la paz,
tú que estuviste al pie de la cruz,
tú que nunca dudaste de la victoria de la resurrección,
sostén nuestra fe y nuestra esperanza;
tú que has sido constituida reina en la gloria,
enséñanos la alegría del servicio y el gozo del amor.
Amén.
8
TIENEN SUERTE QUIENES VIVEN
CON FIDELIDAD
“Tienen suerte quienes viven con fidelidad,
porque gozarán del amparo del Dios fiel” (Mt 5,10).
Reflexión
Quizá la fidelidad sea uno de los valores más negados, sobre todo en el ámbito afectivo. Pero también se celebran con regocijo. Permanecer vivos en una opción por 25, 50 o más años es un milagro de vida. Y como tal se lo valora. Y lo mismo ocurre en otros ámbitos: por frágiles y naufragantes que sean nuestras opciones, la fidelidad se valora.
Vivir en fidelidad no es lo mismo que vivir en coherencia. Esto es otra cosa. Quien es coherente tiene un agarradero vital formidable. Pero la fidelidad puede vivirse en la fragilidad y en una cierta incoherencia, siempre que se reconozca y, llegado el caso, se sepa pedir perdón. Por eso mismo, la fidelidad es valor que pueden vivir los frágiles, los que caen.
A la fidelidad la va muy bien el silencio, el huir de orgullos falsos y de voces que proclaman lo que no viven. Mejor callar que alardear. Porque dime de qué presumes…La fidelidad y la humildad son hermanas. Una no se entiende sin la otra; una fracasa si fracasa la otra.
Como todos los valores, la fidelidad es probada cuando las cosas vienen mal dadas. Por eso dice la bienaventuranza que tienen suerte los que valoran la fidelidad incluso en tiempos de persecución, de incomprensión. Quien sabe recogerse en sí mismo cuando las cosas se ponen difíciles y opta por seguir siendo fiel, saldrá fortalecido de la prueba. Los momentos difíciles surten y desvelan la verdad de lo que decimos valorar.
Tienen suerte quienes entienden desde dentro el valor de la fidelidad y quienes lo viven no como un peso, sino como una posibilidad. Viene a decir la bienaventuranza que Dios ampara el camino de quien vive en fidelidad porque él también está hecho de fidelidad.
La luz de la Palabra
La figura de Pedro en los Evangelios es, globalmente hablando, la de un fiel a Jesús que tiene grandes dificultades personales y sociales para entender y asimilar los dinamismos del Reino. Este texto lo refleja:
¡Simón, Simón! Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo, pero yo he rogado por ti para que no llegue a faltarte la fe. Y tú, cuando te conviertas, afianza a tus hermanos. Él le repuso: - Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte. Replicó Jesús: - Te digo, Pedro, que no cantará el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces (Lc 22,32-34).
Este texto viene, lógicamente, después de Lc 19,29-40, la entrada anti-mesiánica (porque entra como en rey de paz, en Jn ni entra) en Jerusalén. La gente, y los discípulos (Pedro que los representa), han vivido esa escena como una realidad de mesianismo político y nacionalista: ahora se va a ver que Dios hace de Israel el centro del mundo, ahora vamos a salir de la opresión y la pobreza, ahora nos va a tocar mandar, ahora seremos fuertes y temidos, etc. De ahí ese grito de victoria Hosanna (¡cómo ha quedado en la misa, aunque trasformado por la teología y por una cierta “ignorancia”!). Esta es la gran tentación de Pedro y de todo el discipulado, tentación Satánica. Es la tentación del brillo, del número, del poder, de la relevancia. Tentación sempiterna en la estructura humana y en las estructuras sociales, fraterna. No podemos comprender la realidad de un Jesús “menor” (de un Dios igualmente menor). Esto va a ser una “criba”, una herramienta de discernimiento: se va a ver quién es quién en la medida que se acerca uno o se aleja de la notoriedad, del brillo, del espectáculo televisivo.
Tiene que venir en ayuda la oración de Jesús: “he rezado por ti”. Cuando esta oración es necesaria, es que la imposibilidad humana es manifiesta (como en Jn 14,14). Contando con la oración de Jesús se puede intentar andar los caminos de la fidelidad aunque el brillo nos tire como la luz a las mariposas. Resulta estremecedor que la oración de Jesús por Pedro es “para que no llegue a faltarte la fe”. ¿A qué se refiere? A la fe en un Mesías pobre, sin brillo, entregado, oculto. Pedro tiene esa fe muy débil, porque lo que anhela el fondo de su alma es la fuerza y la relevancia. El logro de una fe humilde es el objeto de la oración de Jesús. Esa fe es compatible con la debilidad real de la persona. Y, desde ahí, la posible vida en fidelidad se hace cercana. Hasta Pedro, tan tentado, podría vivirla.
Por eso mismo, Jesús le mantiene a Pedro su propia fidelidad: “cuando te conviertas, afianza a tus hermanos”. La defección de Pedro no va a ser obstáculo para mantenerle a Pedro la confianza y su función (la llamada “función petrina”. Confirmar la fe sus hermanos). Por eso, uno que ha fallado podrá confirmar la fe. No es la calidad de su fe (es una fe que ha fallado) el aval de su ministerio petrino, sino “la conversión”, es decir, la vuelta a la vivencia del Jesús humilde y entregado. Desde esa vivencia de la fe menor, oculta, sin brillo, podrá confirmar la fe de sus hermanos. (La plena conversión de Pedro requerirá un largo proceso: Lc 22,54-62; Hech 10,11-16; 11,5-10; 12,11.17). Es una maravilla que Jesús mantenga su fidelidad a Pedro a pesar de su tentación hacia el brillo y su caída cuando le entrega de Jesús muestre toda su pobreza (la cruz). Pero también es una maravilla que Pedro pueda llegar a situarse en otro terreno, en el terreno de la fe pobre, verdaderamente mesiánica. Fidelidad de Jesús y fidelidad de Pedro se entremezclan (aquí se llega al cruce de ambas fidelidades, porque no hacemos nada con decir que Jesús, o Dios, es fiel sin percibir que la persona puede ser fiel si se “convierte” a la fe pobre).
La buena voluntad de Pedro, incluso su indudable amor a Jesús quedan de manifiesto en su respuesta generosa pero insensata. Quien vive en el brillo no mide el alcance de sus propuestas. Suele ocurrir que todo ese brillo queda luego realmente en nada o en casi nada. Resulta estremecedora (por inconsciente) la respuesta de Pedro. Da la impresión que le viene a decir: no necesito tu oración para nada; tengo suficiente fuerza dentro de mí para mantenerme en la fidelidad (en realidad, esa fuerza no es sino su ambición, su anhelo irrefrenable de participar en el posible triunfo del mesías brillante, su indiscernido sueño de salir de la pobreza y la irrelevancia que constituyen su vida de persona ignorada). Hay entregas que encierran en su último pliegue un formidable egoísmo.
Jesús de dirige ahora no a Simón, sino a Pedro, a un obstinado, a uno que no ve el alcance de sus posturas: la traición será el tocar fondo de Pedro. Ahí se convencerá de que es preciso ir por otro camino. Desde ahí entenderá que la fidelidad solamente podrá ser un logro desde la vivencia de una fe pobre, menor, humilde, “dejándose llevar a donde no quiere” (Jn 21,15). Una vivencia de la derrota de su Jesús, de su muerte y abandono, es el comienzo de un camino de posible fidelidad. Jesús cree que Pedro es capaz de hacer ese duro camino. No es de extrañar que le mantenga la fidelidad, la tarea de confirmar la fe.
El gallo era, para los antiguos judíos, un animal diabólico (“Si quieres comprobar la existencia del diablo, echa cernida alrededor de tu cama y verás, a la mañana siguiente, las huellas de la las patas de un gallo”, dice La Mishna). El gallo te va a vencer, se le dice a Pedro. Aun así hay posibilidad de fidelidad. Aun vencidos por el diablo, por el desaliento, por la increencia, por la derrota más fuerte, hay posibilidad de fidelidad si se retorna a la experiencia de una fe humilde. El amor indefectible de Jesús rescatará a Pedro, nos rescatará.
Plan de vida
No cedas al desaliento cuando has comprobado muchas veces las dificultades y los abandonos de la fidelidad. No es razón para tirar definitivamente la toalla. Siempre hay posibilidad de resetear, de reiniciar. La fidelidad mantenida no es la impecabilidad, sino ese afán de vivir como seguidor contando con nuestros fallos.
Valora el ser fiel como una suerte, sobre todo porque es más hermoso lo que el evangelio te promete que lo que tú prometes al evangelio. Eso es lo que tiene que darte fuerzas para anhelar la bienaventuranza de la fidelidad, la hermosura de querer ser fiel a lo que se aprecia y a quienes se aprecia.
De ahí habría que sacar fuerzas para dar pequeños pasos en dirección al amor fiel cuando parece que todo son barreras (la mayor barrera es la dureza de corazón de uno mismo). Cualquier gesto, por sencillo que sea, puede ser útil.
Cumplir la palabra que se da es otro rostro de la fidelidad. Si no se va a cumplir, mejor no prometerlo. Y si se promete, tiene que verse la intención decidida de cumplirlo. De lo contrario la relación pierde densidad, se empobrece y la superficialidad se instala en nuestra vida. La fidelidad no busca sino el bien del otro. Por eso mismo, ser fiel es algo proporcional al amor.
No hay que extrañarse de que la fidelidad sea incomprendida, “perseguida”. Mantenerse en ella, ya lo hemos dicho, es prueba de madurez humana y creyente. Elígela.
Oración
Gracias, Señor, por tu fidelidad:
que no valore tanto lo que yo he prometido,
sino lo que tú me has prometido.
Que mi fidelidad no sea terquedad,
que no ponga el énfasis
en la ley cumplida,
sino en el amor vivido y celebrado.
Que mi sí sea un sí
y mi no un no.
Que se fíen mis hermanos de mí
y que yo me fíe de ellos.
Que sea fiel sin rigidez,
cumplidor sin soberbia,
responsable sin acusar a nadie
fiel con alegría.
Enséñame la suerte
de vivir en fidelidad,
para que tu amor fiel
aparezca vibrante en nuestra vida.
Amén.
9
¡AY DE QUIEN VE LA VIDA
SOLO DESDE LOS BIENES!
“¡Ay de quien ve la vida sólo desde los bienes,
porque vivirá en continuo desasosiego!” (Lc 6,24).
Reflexión
Los bienes materiales nos son necesarios. Pero nos llevan a una convicción, a una manera de ver la vida: quien tiene, es; quien no tiene, no es. Este enfoque recibe un “ay” del evangelio porque puede producir el desenfoque de creer que los bienes son la única base real de la vida. Sí, aun cuando muchas veces veamos lo contrario, los bienes pueden producir el espejismo de que, con ellos, estamos seguros.
¿Cómo cambiar de perspectiva? ¿Cómo poner más interés en las buenas relaciones, en el disfrute sencillo, en la confianza del corazón, en la alegría de los encuentros, en la satisfacción de la solidaridad, en los sentimientos de amparo, el gozo de una fe compartida? ¿No son, todo esto, “bienes” que pueden dar otro gusto a la vida? ¿Puede uno asentar su vida en estos valores, aun sabiendo que necesita recursos económicos para vivir? ¿Pueden estos ocupar otro lugar que el centro de la persona?
Es cierto que muchas veces los agobios económicos nos descolocan. Tienen potencia para ello. Pero ¿cómo construir otro estilo de vida cuando tenemos los recursos necesarios para vivir? ¿Cómo no caer en la zozobra del querer tener siempre más? ¿Cómo no arruinar la vida por asuntos económicos que, con frecuencia,, no son necesarios?
La pregunta definitiva es ¿en qué se apoya tu vida? ¿Cuál es el terreno sólido que está bajo tus pies? Puede que uno acalle esas preguntas en medio del ruido de los días. Pero quien logre ir encontrando una respuesta a tales planteamientos tiene suerte, se ha labrado una buena suerte.
No nos extrañe que siempre estemos daño vueltas a esta clase de asuntos. Son los que realmente componen la vida y darles una salida es un triunfo. Pensar la vida y pensar la fe puede ser algo muy saludable.
La luz de la Palabra
En Mc 10,23-31 los discípulos y Jesús hablan de las riquezas, ellos que son pobres. El núcleo de esta catequesis a los discípulos viene a ser éste: ¿Dónde vas poniendo la confianza (es un proceso)? El tema de no es tanto las riquezas, sino la confianza que se deposita en ellas. Donde pones la confianza esas son tus riquezas. O de otra manera: ¿Dónde están tus apoyos últimos? ¿Con qué recursos verdaderos cuentas para caminar hacia una vida plena? El texto invita a no ponerlos en las riquezas (manera común de contabilizar recursos) sino en el Reino de Dios, en el mundo orientado a la comunidad.
¿Se puede vivir teniendo como apoyo vital esta confianza? Es difícil, dice el texto, porque la riqueza es una orientación de la persona a la que es muy difícil renunciar o darle otro sentido. Esta confianza solamente puede quedar abandonada si realmente se descubre otra mejor. En esta dificultad desvela el Evangelio su carga de utopía, de anhelo y de entrega a esta empresa nuestra tan costosa de cambiar las estructuras de la confianza.
La “enorme impresión” muestra que los discípulos han captado bien que ellos, de algún modo, son de los que confían en la riqueza, es decir, su vida está asentada sobre riquezas diferentes a las que ofrece el Reino. No es poco que queden impresionados, no está mal. Quizá haya todavía una posibilidad cuando el Evangelio impresiona. Y cuando hablan de “subsistir” se están refiriendo a la subsistencia más cotidiana. ¿Cómo es posible vivir, poniendo la confianza en uno que dice que él te acompaña cuando tú acompañas al débil?
Cuando dice el texto que “con Dios todo es posible”, quiere decir que lo es no sin más sino con la solidaridad que suscita el haber puesto la confianza en los valores del Reino (nada más lejos de un espiritualismo vano). La confianza vivida en el ámbito del Reino, en la comunidad, genera un sin fin de posibilidades para subsistir, para vivir con humanidad y con gozo. A una comunidad todo le es posible en la perspectiva del Reino. Aquí el horizonte es ilimitado.
Dice Pedro, constituyéndose una vez más en portavoz del grupo, que “lo han dejado todo”. Pero no han abandonado su ambición que está pegada a su estructura personal y de grupo. Y con ella, tampoco han abandonado su confianza en la riqueza que, como camino para el más seguro subsistir, sigue intacta. Ya lo hemos dicho, están sin estar. El suyo es, aún, un seguimiento interesado y, por ello, algo lejano al Reino. Tienen que dar pasos más decisivos en la confianza básica.
Lo que recibe el seguidor en comparación con lo que deja es mayor no sólo por la abundancia (cien veces), sino también por la libertad y la igualdad (fijémonos que en la serie que describe el premio desaparece la figura del padre que, en la época, es prototipo de autoridad e incluso de autoritarismo indiscutible). Esto es lo que ha de ir suscitando confianza: la promesa de Jesús. En el fondo, la confianza evangélica se remite y reduce a si se es capaz o no de vivir en las promesas de Jesús.
Cuando el texto quiere afianzar la confianza no obvia “las persecuciones”, el precio que es preciso pagar en el camino de crecimiento de la realidad humana cuando ese crecimiento ha de hacerse a base de confianza. Las persecuciones no son genéricas sino algo muy concreto: el Evangelio(quizá la religión sí) no crea otros enemigos que los que están contra lo humano. Pero dado que las estructuras de inhumanidad aún son muchas, las persecuciones son abundantes. Pero, repitámoslo, el Evangelio, por su propia lógica, tiene que generar sobre todo fraternidad, amistad, amor.
El v.31 es un colofón a toda la catequesis: no se puede entrar en el reino manteniendo una posición que crea dependencia dentro del grupo. La tarea es común, la ilusión común, la igualdad es el secreto. Por eso, no puede haber en el reino una inversión de situaciones sino la certeza de la más estricta igualdad. El que termine así toda la catequesis quizá quiera mostrar que, el resumen de toda ella está justamente en el tema de la igualdad.
Plan de vida
Hay que tomarse este tema de lo económico con paz y con interés. Con paz para no salirse con tópicos que, en el fondo, lo que buscan es no encarar esta visión de la vida. Con interés porque no pocos de nuestros comportamientos dependen de si se tiene una manera de ver la realidad u otra.
Quienes tenemos lo básico garantizado habríamos de ser personas liberadas para poder aceptar con gozo y agradecimiento los planteamientos del evangelio. Sin tanta presión en lo económico, el evangelio debería aparecer como más creíble. ¿Por qué nos parece tan increíble?
Otra es la situación de quienes viven con muchas dificultades. Ahí no hay duda: tendrían que ser objeto de nuestra ayuda para que vean que el evangelio no es solamente doctrina, sino también amparo.
La “malaventuranza” de Lucas puede parecer una amenaza, pero habría de ser un aliento: hay maneras interesantes de orientar la vida que no tienen que ver directamente con el dinero. Si va pasando la vida y no las descubrimos habrá que preguntarse si el evangelio va haciendo su obra o no.
Si hay generosidad, siempre se pueden arreglar asuntos económicos que chocan con el evangelio. Si no hay generosidad, no hay nada que hacer. La generosidad es la salsa para todos los guisos en temas de economía según el evangelio.
Oración
No dejéis morir a los viejos profetas
pues alzaron su voz contra la usura
que ciega nuestros ojos con óxidos oscuros.
No dejéis morir al profeta Jesús
que habló y vivió
confiando en el corazón
y no en los caudales.
No dejéis morir a tantos y tantas
que tuvieron por riqueza única
el amor entregado,
la riqueza de la bondad.
No dejes morir la voz
que te alienta hoy
a recorrer las sendas siempre nuevas
de la generosidad
tan distintas de las del egoísmo.
10
¡AY DE QUIENES DESPILFARRÁIS!
“¡Ay de quienes despilfarráis,
porque vuestro interior se secará” (Lc 6,25)
Reflexión
El despilfarro es una iniquidad, sobre todo el despilfarro de alimentos, el más inicuo de todos mientras haya tanta gente que pasa de hambre. Tirar alimentos es la manera más evidente de decir: soy indiferente a tu grito de hambre. El problema del despilfarro de alimentos está determinado por el sistema económico dominante y por una organización social fundamentada en una estructura propia de provisión de alimentos. Todo ello impulsado por la cultura consumista inherente al sistema capitalista. Pero es preciso abordar, también, esta problemática desde el ámbito cultural para comprender que no es una cuestión completamente ajena al común de los consumidores. Efectivamente, la comida sale a borbotones de la maquinaria de los supermercados y acaba inundando a los consumidores. Éstos son cómplices voluntarios: el modelo de abundancia de comida es intrínseco a la cultura de consumo. Se tira más del 40% de los alimentos y de ello una parte notable se hace en los hogares domésticos. Hemos de ser consciente de que todos los alimentos que producimos pero que a posteriori no consumimos, gastan un volumen de agua altísimo, y también conllevan la emisión de millones de toneladas de gases de efecto invernadero que se acumulan en la atmósfera.
Y luego está el despilfarro de agua. Para satisfacer nuestras necesidades básicas, necesitamos diariamente de 25 a 50 litros de agua libre de toda contaminación. Un ciudadano estadounidense o europeo gasta de 5 a 10 veces más. España en concreto está por los 142 litros diarios. No es un uso racional. Por no dar más que un simple dato: afeitarse con el grifo abierto lleva de 40 a 75 litros. Mientras que con grifo cerrado solamente se gastan 3 litros. Elevemos esto a categorías más altas, el uso industrial, el uso agrícola y tendremos cifras de horror. Lo peor es el sentimiento de impunidad y la insensibilidad ante nuestros comportamientos cotidianos. Creemos que el problema del agua se resuelve con austeridad (que no practicamos) cuando en realidad se soluciona con una actitud de justicia. El uso habitual del agua en los países desarrollados es el rostro de su injusto despilfarro. Ante él, los pobres escupen su anhelo de justicia y su derecho al agua.
Y a continuación vienen en fila los demás despilfarros: energía, tejidos, medios de comunicación, viajes, etc. Una larga letanía que dirige su dedo acusador frente a nosotros. Hay que hacer algo. Y antes, es preciso seguir trabajando por una nueva mentalidad, la sobriedad feliz, el bien común, etc. Leer el evangelio lleva a no ceder en este empeño, a seguir siempre pensando y actuando, a no tirar la toalla. Y no tanto para no caer bajo la “malaventuranza evangélica, sino sobre todo para colaborar al gran sueño de Jesús: una economía fraterna en una sociedad igualitaria, equitativa.
La luz de la Palabra
En el relato de necio que construye graneros nuevos y le arrebatan la vida (Lc 12,13-21) la tesis del texto es que “la vida no depende los bienes” (v.15). O dicho de manera positiva: los bienes están al servicio de la vida, de quienes viven. Por eso, los mecanismos de acumulación como fuente de vida son caminos insensatos. La fragilidad de la existencia humana deja ver que los valores de plenitud han de estar en otro lugar que la acumulación de bienes.
El antitipo del antiicono es un “hombre rico” (v.16). Le hubiera podido bastar con su riqueza, porque ya era de por sí rico. Pero la imparable ambición le lleva a idear un mecanismo de acumulación que, piensa, le asentará sobre la vida y garantizará un futuro mejor del que ya disfruta. Es el prototipo de quien no puede parar en su dinámica expansiva económica sustentada por el afán de poder, porque, en definitiva, tener más es tener más poder.
De ahí que ponga en marcha un mecanismo de acumulación “derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, almacenaré allí todo mi grano y mis provisiones” (v.18). Se destruye la infraestructura que ya le había hecho rico y se invierte en otra que produce mucho más. La acumulación conlleva la destrucción insensata. Y se almacena “todo”. Nada queda para otros.
Efectivamente, la finalidad de la acumulación es el mero disfrute del capitalista: “descansa, come, bebe y date la buena vida” (v. 19). Es el hedonismo propio de la conciencia aislada. No entra ahí nadie que no sea él mismo. No hay cabida para otros. La muerte deja a la vista el radical extravío del antitipo. Y con modos populares pero muy realistas se hace la pregunta decisiva: “¿Para quién va a ser?” (v.20).
De ahí que la conclusión o lección que se desprende del icono esté articulada en la antítesis “rico para sí/rico para Dios” (v.21). Ser rico para sí es lo que ha desvelado el texto del necio que acumula. Eso queda claro. Rico para Dios no puede traducirse por hacer limosnas religiosas, dinero religioso. El rico para Dios es aquel que construye mecanismos de igualación de tal manera que la riqueza sea patrimonio común de lo humano. Esa es la riqueza que Dios quiere, la de la sociedad igualitaria. Se trata de asentar la realidad de los bienes económicos sobre una razón de humanidad.
El tema de la acumulación y, en concreto, los graneros que acumulan hunde sus raíces en los años del neolítico. Efectivamente, “la construcción de graneros pudo haber sido el rasgo más importante del creciente sedentarismo que requería un alto grado de participación de la comunidad en los nuevos estilos de vida. Estos graneros son un primer paso decisivo, y, probablemente, la base técnica definitiva, para el desarrollo de las grandes aldeas agrícolas que surgieron hace entre 9.500 y 9.000 años en Oriente Próximo. En muchos aspectos, la capacidad de almacenar alimentos es el eslabón perdido que faltaba en la cadena de progresos que condujeron a la revolución de la agricultura, y puede ayudar a explicar cómo tanta gente podía vivir junta en una misma aldea”. Con esto estamos queriendo indicar que las técnicas económicas de acumulación hunden sus raíces en las edades fundacionales de la historia humana. De ahí que una crítica a estos componentes esenciales es, en el fondo, una crítica a modos de ser persona que ciertos pensamientos, el evangélico entre ellos, tratan de modificar.
Esta crítica, lógicamente, no es solo evangélica. Muchas filosofías han tenido semejantes intuiciones. Pero el texto lucano tiene sus matices: no argumenta por razones lógicas, sino por planteamientos vitales. La evidente fragilidad de la vida, de las estructuras históricas (“te reclaman la vida”: v.20), tendría que llevar a tomar otros derroteros. No está presente la crítica estricta a los mecanismos acumuladores. Eso es lo que habría de aportar una reflexión de hoy.
Esta crítica es también a nivel personal, finalmente, la espiritualidad evangélica expuesta en pasajes como el que nos ocupa, lanza un cuestionamiento sobre los modos de ahorro de la ciudadanía de países desarrollados. El objetivo de ahorrar es, a veces, planificar un futuro que se teme creyendo que tal incertidumbre quedará conjurado a base de acumular dinero. La espiritualidad económica demanda una toma de postura personal en orden a las formas económicas de acumulación amparadas en las estructuras económicas neoliberales. Es preciso transitar otros derroteros. La Banca Ética es una buena respuesta.
Se percibe con claridad la conexión entre el texto lucano y la crítica extendida al fenómeno masivo de la acumulación económica. Lo mismo habría que decir de otras “acumulaciones” (culturales, religiosas, políticas, etc.). Todas ellas tienen el denominador común del poder, en sus variadas formas y en su manera única de pretender el dominio de la persona sobre otra persona. Esto resulta indefendible para quien se adhiere a la propuesta de Jesús de Nazaret
Plan de vida
Comienza por pensar que el tema del despilfarro no es solamente cuestión económica: es también cuestión moral. Comprar, comer, viajar, vestirse, etc., tiene ese componente moral que es preciso descubrir.
Sin extremismos, pero es preciso contener el despilfarro que se cuela inmediatamente por debajo de nuestra puerta. Sensatez y vigilancia.
Al hacernos mayores tendríamos que ser más proclives a la contención del despilfarro. No es una llamada a la tacañería sino, al contrario, al cuidado y a la generosidad.
No hay que olvidar la procedencia sociológica de muchos de nosotros: venimos de familias sencillas. Recordar nuestros orígenes tendría que llevarnos a ser cuidadosos en nuestros modos concretos de vida.
Despilfarrar los bienes públicos es una manera de decirnos que no hemos entendido la mística de la austeridad que se comparte. Tirar con pólvora del rey es algo que hay que corregir porque indica nuestra mentalidad y prácticas despilfarradoras.
Cuidadosos y generosos.
Oración
Que las pobrezas conocidas
contengan nuestro despilfarro.
Que las pobrezas desconocidas
contengan nuestro despilfarro.
Que las lágrimas no consoladas
contengan nuestro despilfarro.
Que la justicia nunca pagada
contenga nuestro despilfarro.
Que los estómagos de los hambrientos
contengan nuestro despilfarro.
Que las barracas de quien no tiene casa
contengan nuestro despilfarro.
Que el frío de quien carece de ropa
contenga nuestro despilfarro.
Que la sed de quien atraviesa desiertos
contenga nuestro despilfarro.
Que las hambres nunca saciadas
contengan nuestro despilfarro.
Que las puertas cerradas sin piedad
contengan nuestro despilfarro.
Que los horizontes borrados para siempre
contengan nuestro despilfarro.
CONCLUSIÓN
Tras este recorrido comprobamos, una vez más, que las bienaventuranzas siguen “vivas”: sugieren, inspiran, remueven. Es la fuerza de la Palabra que se mezcla a la vida. Una fuente perenne de espiritualidad.
Proponen un modelo de vida que se podría formular como el regreso a la casa del otro. De eso se trata: de atisbar y de implicarse en la construcción de la familia humana, sueño que Jesús nombraba con la expresión “reinado de Dios”. Encaminarse al corazón del otro para encontrar allí la realidad del Dios que nos habita.
Más que un modelo moral (ser bueno) encontramos aquí un modelo para ser humano y para ser seguidora/or. Eso es lo decisivo, lo que puede llegar a transformar nuestra estructura humana.
Y su propuesta es asequible a todos, porque todos podemos desplazarnos hacia ella desde el punto en el que nos encontremos. A ese desplazamiento el evangelio lo llama fe.
Si las bienaventuranzas encuentran eco en nosotros hay esperanza, hay posibilidades de vida cristiana, hay horizonte para el amor.
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