Blogia
FIAIZ

RETIRO EN LA PASCUA 2024

Retiro en la Pascua 2024

 

 

LA VOZ DEL NOVIO

Pascua para una fe cálida 

 

Raramente se pregunta el creyente por la “temperatura” de su fe. Se reza, se celebra, se vive, se compromete y se va adelante. Pero valorar la temperatura de lo que se vive, poner el “termómetro” a lo que se cree puede ser interesante. Puede ser un indicador.

Nadie duda que en esta época de la Iglesia, bajo el paraguas del Vat. II que, mal que bien, sigue vivo, la vivencia de la fe cristiana ha adquirido un nivel de mejoría que, globalmente hablando, no ha tenido en toda la historia de la fe.  Pero si nos preguntamos por la temperatura de la vivencia cristiana, quizá haya que reconocer que, en ocasiones, no es cálida.

Una fe fría, rígida, normativa, añorante del pasado es la que se percibe en ciertos sectores de la comunidad cristiana. No se plantean la calidez de la fe, sino su cumplimiento. No les interesa el “ardor” de la Palabra, sino la exactitud de las rúbricas. No se preguntan por una teología y una espiritualidad abrazante, sino por la “sana doctrina”.

¿Cómo escapar de tal influencia? ¿Cómo construir y vivir una fe cálida? ¿Puede ser la Pascua un tiempo bueno para activar la vivencia de una fe de mayor calidez? ¿No es la Pascua el tiempo en que se activa la vivencia de la resurrección y esta no se puede entender como una realidad fría? ¿No percibimos esta calidez en los relatos de resurrección más allá de sus peculiaridades e interrogantes no resueltos?

La reflexión y el retiro pretenden animar, empujar al encandilamiento del resucitado, al brillo en los ojos de quien entiende que aquí se está hablando de amor. ¿Puede el amor ser una realidad fría?

 

1. La casa de mi amigo

 

         Allá por los años 70, Ricardo Cantalapiedra publicó un disco que se escucharía en todas las parroquias. Una de sus canciones más celebradas, que aún recordamos, fue “La casa de mi amigo”:

 

La casa de mi Amigo no era grande;
su casa era pequeña.
En la casa de mi Amigo había alegría,
y flores en la puerta.

A todos ayudaba en sus trabajos;
sus obras eran rectas.
Mi Amigo nunca quiso mal a nadie;
llevaba nuestras penas.

Mi Amigo nunca tuvo nada suyo;
sus cosas eran nuestras.
La hacienda de mi Amigo era la vida;
amor era su hacienda.

Algunos no quisieron a mi Amigo;
le echaron de la tierra.
Su ausencia la lloraron los humildes;
penosa fue su ausencia.

La casa de mi Amigo se hizo grande,
y entraba gente en ella.
En casa de mi Amigo entraron leyes,
y normas y condenas.

La casa se llenó de negociantes,
corrieron las monedas.
La casa de mi Amigo está muy limpia,
pero hace frío en ella.

Ya no canta el canario en la mañana,
ni hay flores en la puerta.
Y han hecho de la casa de mi Amigo
una oscura caverna,
donde nadie se quiere ni se ayuda,
donde no hay ya primavera.

Nos fuimos de la casa de mi Amigo,
en busca de sus huellas.
Y ya estamos viviendo en otra casa:
una casa pequeña,
donde se come el pan y se bebe el vino
sin leyes ni comedias.

Y ya hemos encontrado a nuestro Amigo,
y seguimos sus huellas,
y seguimos sus huellas.

 

  • En casa de mi Amigo había alegría: es un presupuesto de un cierto romanticismo. La alegría es escasa en las narraciones evangélicas, aunque asoma. Presuponer un Jesús alegre es lícito, bienintencionado.
  • Sus cosas eran nuestras: ciertamente. Y sin duda esa entrega fue causa de sencillas y profundas alegrías para Jesús y para sus paisanos.
  • Penosa fue su ausencia: lo echaron pero se quedaba más adentro porque Jesús supera el mecanismo del amor rechazado: aunque se le rechace, él sigue siendo fiel.
  • Entraron leyes y condenas: es cierto, sigue siendo cierto. Pero entraron también gentes entregadas, humildes, bienhechoras, misericordiosas. Y siguen ahí; a veces sufriendo.
  • Hace frío en ella: lo hace, pero menos que nunca. Porque hay quien se empeña en encender un “fueguito” (como diría E. Galeano) en su entorno para que la fe se viva en el regocijo de la alegría.
  • Donde no hay primavera: la hay, por más que, a veces, haya creyentes instalados en el invierno, en una Cuaresma perpetua. No estamos en una agonía, sino en un parto, dice el Papa.
  • Nos fuimos de la casa de Amigo: nos hemos quedado sufriendo a veces, sintiendo el frío de las afueras, anhelando más calor. Y vamos consiguiendo briznas de alegría que alimentan nuestra fidelidad. Y creemos que no es estéril este camino.
  • Y seguimos sus huellas: cada uno sigue como puede. Y él nos acogerá “como a ladrones arrepentidos” (que decía el abad de Thiberine), como a personas que quizá no supieron ver del todo en Jesús a su mayor motivo de alegría, la voz alegre del novio que canta al amor.

 

2. La luz de la Palabra

 

«Haré que en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén enmudezcan las voces alegres de fiesta, las voces del novio y de la novia, pues todo el país quedará desolado» (Jer 7,34; 16,9; 25,10; 33,11).

         «El que tiene la novia es el novio; en cambio, el amigo del novio, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del novio; pues esta alegría mía está colmada» (Jn 3,29).

 

         Cuando Jeremías quiere mostrar la desolación que va a acompañar al Jerusalén infiel y a los mismos paganos que zahieren a Jerusalén le anuncia la mudez de un país sin bodas, que es lo mismo que un país sin amor. La desolación ahuyenta el canto y un silencio de muerte se cierne sobre el país similar castigo a la gran Babilonia en Ap 18,23). De ahí viene la novedad del evangelio de Juan: con Jesús, ha vuelto al país el gozo del amor; escuchando su voz, vuelve la alegría y el amor al corazón devastado. Él es el novio que se ha llevado a casa a la esposa desolada, al pueblo enmudecido. Él ha sido un buen levir (Jn 1,27).

         ¿Cómo suena esa voz del novio que ha vuelto a la tierra como profecía de gozo y de futuro?

  • Voz que anima: con frecuencia y de forma explícita, escuchamos a Jesús decir en el evangelio: “¡Ánimo, no tengáis miedo!” (Mt 17,24; Mc 6,50). Y al animar, construye la fe porque, según los evangelios, lo opuesto a la fe es el miedo, la débil adhesión. El camino cristiano necesita ánimo para ser cálido. El desaliento enfría la fe, la hace glacial. Contando con el ánimo de Jesús podemos pensar en una fe animosa y vibrante, enamorada incluso.
  • Voz que consuela: que pregunta “¿Por qué lloras?” (Jn 20,14-15) y consuela de manera explícita a quien está en desamparo: “¡No llores!” (Lc 7,13). Un Jesús que proclama que tienen suerte los que lloran porque mitigan sufrimientos (Mt 5,5). Un Jesús que mezcla su consuelo a nuestras lágrimas hasta creer posible la alegría inarrebatable (Jn 16,22). Un consuelo alentador capaz de generar gozo.
  • Voz que increpa: que se enfrenta a los desajustes del alma (espíritus inmundos: Mt 17,18; Mc 1,25; 924; Lc 4,35; 9,42; el mismo Pedro: Lc 9,33). No es la voz de quien pasa por encima de lo real, de la mostrenca realidad, sino que cuenta con ella porque una fe cálida sin realismo es algo artificial y blandengue. Visión recia de la realidad para una alegría fuerte.
  • Voz que grita: porque, por lo que sea, Jesús ha alzado la voz gritando (Jn 7,28.38; 11,43; 12,44). También hace falta la advertencia y el grito para que la cordialidad escape a la superficialidad. Sobre todo, es necesario escuchar el grito del pobre, del excluido, de aquel cuya factura de justicia no ha sido pagada. Porque una alegría que no cuente con los humildes no solamente es una alegría incompleta, sino también falsa.
  • Voz resucitada: ya que la voz del resucitado es voz de fraternidad (Mt 28,10), de acompañamiento (Mt 28,19), de envío (Mt 16,15), de Palabra y pan compartidos (Lc 24), de paz y de perdón (Jn 20,23). Voz nueva para una alegría nueva a la que siempre habrá que recurrir cuando la grisura y la niebla velen la mirada y el corazón del creyente, voz sin la que la comunidad cristiana andaría perdida.

 

3. Reflexión

 

         Vamos tratar de ahondar a través de la reflexión queriendo enriquecer la vivencia de la fe:

 

a)    Una lectura cálida de la Palabra: la Palabra es un texto del “alma”. Ha sido escrita no solo por manos que manejan una pluma, sino por almas que vibran. Si no se conecta con esa vibración, no se ha llegado a su verdadero valor. Una Palabra vibrante, “perfumada”, abrazada como se abraza a quien se ama. Sin esto, la lectura puede ser muy técnica, muy acertada, muy bien explicada, pero no hará “arder” el corazón (Lc 24,32), porque ella ha sido escrita para abrasar entrañas, para suscitar anhelos, para alimentar amores.

b)    Peligro de frialdad teológica: es el que tienen todos los sistemas, desde los sencillos (catecismos) hasta los complejos (arduas cristologías). No menospreciamos su valor de adoctrinamiento, pero, al ser tan fríos y tan en la mano del poder, pueden terminar por ser generadores de una fe sociológica más que de una fe opcional. Algo no ve bien cuando uno percibe que la doctrina y el evangelio no encajan bien.

c)     Flexibles para ser cordiales: un valor englobante que acompaña la cordialidad y calidez de la experiencia creyente es la flexibilidad. Sin ella la puerta de la condena se abre a un abismo de negrura. No es flexibilidad pasar de todo y situarse en la superficialidad. Es ponerse en la piel del otro y pensar que cada uno elabora sus experiencias básicas de la fe como bien puede. Por eso, la inflexibilidad que puede abocar en fanatismo lleva al creyente a situaciones sin salida. Ante situaciones complejas, la “ingenua” pregunta de “¿Qué haría Jesús?” puede ser de gran ayuda.

d)    La calidez que brota del ser pueblo: algo que difícilmente se siente cuando se está instalado en el sistema, cuando se anhela ser dirigente, cuando se tiene espíritu de casta. Las alegrías del ser pueblo son humildes, cotidianas muy de tejas abajo. Pero en su sencillez anida su autenticidad. Una fe alejada del pueblo se ensombrece mientras que si se une a la vida de los sencillos hace brotar con facilidad la alegría, las ganas de vivir y las ganas de creer. Quizá la frialdad le ha venido a la fe por su alejamiento del pueblo, por el rechazo de las humildes alegrías del pueblo y del cuerpo.

e)    Vivencia cálida de la pertenencia a la casa común: algo que explotamos poco, pero que es una auténtica reserva de espiritualidad. El gozo del amanecer siempre nuevo, de la luz cuyo brillo no se repite, del aire que llena de novedad cada vez que se le respira, de los colores nunca gastados y siempre renovados, de la limpidez del agua siempre dispuesta al servicio, de los hermanos árboles siempre fieles en su acompañamiento de años, del silencio de las rocas que es su manera de decirnos que están vivas. ¿Cómo resistiremos los hielos del alma sin esta clase de alegrías?

 

 

4. Caminos cotidianos

 

         El Papa Francisco es un teólogo pastoralista que desciende a lo cotidiano. Vamos a tomar de él algunas sencillas orientaciones que tienen, todas, el denominador común de la vivencia y trasmisión de la fe desde la alegría (tomamos las citas de la Evangelii Gaudium de 2013):

 

  • Amabilidad: habla el Papa de la “predicación” que se hace en el diálogo de tú a tú con la persona. Y dice: “En esta predicación, siempre respetuosa y amable, el primer momento es un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón” (EG 128). Es un diálogo sobre la propia fe que brota del corazón. Sin esta cordialidad amable, la predicación de tú a tú resulta imposible.
  • Paciencia: la impaciencia lleva al “empujón” y al desasosiego. No es compatible con una vivencia gozosa de la fe. Todo se tensa. Dice EG 44: “Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día”. La paciencia no es la indolencia, postergar las cosas sine die. Es creativa y fiel sin avasallamiento.
  • Educación: la fe cálida no es un fervorín pasajero, un deseo sin raíces. Se hace necesaria para su logro una educación crítica y en valores. Dice EG 64: “Se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores”. La fe gozosa necesita también un espacio cultivado de formación porque la fe sin formación deriva, con frecuencia, por derroteros de credulidad.
  • Cordialidad: dice EG 70 que una de las causas de la ruptura en la transmisión de la fe es “la ausencia de una acogida cordial en nuestras instituciones”. La cordialidad es puerta que abre al gozo y la alegría. Si esa puerta está cerrada a cal y canto los temas de la fe se vuelven hoscos y la pertenencia se debilita hasta la ruptura. Fácilmente nos viene a la memoria el recuerdo de las personas religiosas que fueron cordiales y presentaron el hecho de creer de modo grato y amable.
  • Sencillez: con agudeza dice EG 232: “Hay políticos —e incluso dirigentes religiosos— que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente”. La sencillez no habría de ser desplazada por la mera racionalidad. Esta es compatible con aquella si no se pretende medrar a costa del otro.
  • Escucha: para la EG la escucha es imprescindible en los dinamismos de la transmisión de la fe. Dice en el nº 150: “También en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: tiene sed de autenticidad […] Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo”. Solamente se puede pretender ser escuchado si uno es, a su vez, escuchante de la Palabra y de la persona. Una fe escuchada es una fe gozosa; una fe no escuchada termina por alejarse del evangelio.
  • Festejo: dice EG 24 que “la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo”. Una celebración no “festejante”, poco flexible, ritualista, nos aleja de la fe cálida. Por el contrario, celebrar semanalmente la fe habría de contribuir a la percepción de una fe que reconforta el corazón, que alimenta el anhelo de un Jesús vivo y que incide en la vida.
  • Cansancio feliz: puede llegarse a vivir la fe, dice EG 82, con “acedia”, con pereza, con flojera, sin tensión vital interior: un cansancio por vagancia, valga la paradoja. “No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado”. Es preciso superar esa situación, no caer en ella, para soñar con una fe cálida. Las experiencias de fe, lo sabemos, se contagian si son animosas y también si no lo son. Tener a raya el desaliento es imprescindible para soñar con una fe cálida.

 

Conclusión

 

         El tiempo de Pascua es una buena oportunidad para plantearse y revitalizar la experiencia de una fe gozosa. Que el aleluya que cantamos tenga raíces en el regocijo del corazón, Que percibamos la caricia amorosa con la que el abrazo de Jesús resucitado reconforta nuestra alma. Que nunca deje de manar la fuente de la alegría.

 

2 comentarios

Teresa -

“Una lectura cálida de la Palabra: la Palabra es un texto del “alma”. Ha sido escrita no solo por manos que manejan una pluma, sino por almas que vibran. (…) ha sido escrita para abrasar entrañas, para suscitar anhelos, para alimentar amores”. Qué manera tan bonita de explicarlo. Con repetir tantas veces “Palabra de Dios” olvidamos esta calidez humana y perdemos una riqueza inmensa, así como gran parte del mensaje que podría transmitir.

“Quizá la frialdad le ha venido a la fe por su alejamiento del pueblo, por el rechazo de las humildes alegrías del pueblo y del cuerpo”. Nos hemos alejado mucho, entonces, de Galilea, en contra de la petición del resucitado.

Las orientaciones del Papa Francisco para vivir la fe en lo cotidiano no tienen precio, la verdad. Sobre todo, por su talante positivo, abierto a la alegría y todo lo que hace que la fe sea testimoniada desde una experiencia de vida.

“El tiempo de Pascua es una buena oportunidad para plantearse y revitalizar la experiencia de una fe gozosa. Que el aleluya que cantamos tenga raíces en el regocijo del corazón. Que percibamos la caricia amorosa con la que el abrazo de Jesús resucitado reconforta nuestra alma. Que nunca deje de manar la fuente de la alegría”. Una hermosa conclusión; que se haga realidad. Mil gracias.

Teresa -

“Una fe fría, rígida, normativa, añorante del pasado es la que se percibe en ciertos sectores de la comunidad cristiana. No se plantean la calidez de la fe, sino su cumplimiento. No les interesa el ardor de la Palabra, sino la exactitud de las rúbricas. No se preguntan por una teología y una espiritualidad abrazante, sino por la “sana doctrina””. Sí, resulta patético y paradójico de verdad. Solo se explica por la relativa seguridad y comodidad que aporta esa fe del pasado. Una más ardiente, exige otro nivel de profundización, de compromiso, de búsqueda, de riesgo y capacidad de asomarse al vacío. Algo bastante más difícil.

Hermoso canto, el de Ricardo Cantalapiedra. “Donde no hay primavera: la hay, por más que a veces, haya creyentes instalados en el invierno, en una Cuaresma perpetua. No estamos en una agonía, sino en un parto, dice el Papa”. Es cierto, y todo parto conlleva dolor y desgarro, pero promete vida nueva y futuro con ella.

Resulta cautivadora y consoladora la voz de Jesús, escuchada así, como voz que “anima, consuela, increpa, grita, resucitada”.

(Continuará...)