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La liturgia bella y humilde

 

 

 

 

LA LITURGIA: BELLA Y HUMILDE

(Curso de Liturgia para monasterios sencillos) 

 

         Ningún creyente discute que la vida litúrgica es imprescindible para mantener viva la fe. Sin liturgia, sin oración, sin sacramentos, sin el ciclo litúrgico, sin las solemnidades decisivas, todo el edificio de la fe se habría venido abajo hace ya mucho tiempo. La expresión comunitaria de la fe es un elemento decisivo del hecho de creer.

         ¿Cómo una liturgia ha de ser bella? ¿Con gran derroche de luz, con grandes coros, con ricos ornamentos, con mucho incienso, con largas plegarias, con complicados ritos? No: con propiedad. La mejor manera de que la liturgia muestre su belleza es que se haga con la mayor propiedad posible, cosa sobre la que nos hablan todos los documentos del al Iglesia, desde el Vat.II hasta hoy. Ajustarse a ellos no es cumplir las normas en primera instancia, sino celebrar con propiedad eclesial, garantía mayor de que se celebra bellamente.

         Pero, a la vez, porque nuestros recursos comunitarios disminuyen cada vez más, la liturgia que celebramos tendrá que ser, necesariamente, humilde. No decimos pobre, sino humilde. ¿De qué humildad hablamos? De que hemos de poner todos los recursos que tengamos, aunque sean pocos, para que la celebración salga y se viva de la manera más hermosa posible. Se ha de desechar, por tanto, la idea de que como tenemos pocos recursos vale igual celebrar la liturgia de cualquier manera, sin detalles, desaliñadamente. Además, quizá se generen más recursos si ponemos a funcionar buenamente aquellos de los que disponemos ahora.

 

 

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LA LITURGIA DE LAS HORAS

 

         Lo primero que hay que decir y que ya sabemos, aunque quedan resabios en el trasfondo de nuestra espiritualidad, es que la LH no es un rezo, es una liturgia. Un rezo es una actividad devocional que puede ser hecha en público o en privado (el rezo del rosario). Una liturgia es una celebración comunitaria de los misterios de la fe. No es algo privado, sino eclesial, común y se realiza en un espíritu de comunidad eclesial (no hace cada uno lo que quiere, sino lo que le corresponde). No se reza la LH, sino que se celebra.

         Para ello, hay que tener viva la sensibilidad eclesial, la realidad de que la LH hace parte de una gran corriente de espiritualidad que recorre las venas de la Iglesia. Si no se tiene en cuenta esa conexión eclesial, la LH se empobrece y deriva en rezo mecánico.

         La LH no es algo privativo del clero o de las monjas. El Vat.II ha dejado bien claro que es una actividad de fe de toda la Iglesia. Por eso, aunque todavía la LH sea muy “monástica” (mucho menos que lo que era antes del Vat.II) hay que intentar trasvasarla a los laicos, celebrar con ellos, celebrar eclesialmente (hay que mantener este anhelo).

         Es preciso utilizar todos los recursos que nos da la OGLH (Ordenación general de la LH, está en el tomo I de la edición oficial) para luchar contra el mayor de los peligros: hacer de la LH una rutina que lleva a “mascullar salmos” (perdónese la expresión, así lo decía Lutero) sin ahondar en lo que celebramos. Cansarse de esto sería hacer dejación de la verdadera vocación contemplativa que se nutre de la belleza de la celebración traducida en la mayor propiedad posible.

 

 

 

 

1. Belleza

 

  • La invocación inicial ha de ser hecha con conciencia convocatoria: se invoca al Dios que convoca la asamblea, somos asamblea (el “para que estuvieran con él” de Mc 3,14). Se hace cuando toda la asamblea está lista, cuando se han encontrado las páginas, cuando se han sacado las gafas, cuando se ha hecho un silencio previo celebrativo.
  • El himno da color litúrgico a la celebración. Habría de elegirse bien. Si es posible, cantado (a veces con fórmulas melódicas predeterminadas). Si no, una recitación pausada puede ser útil. No usar cualquier canto para himno sino aquel que tenga más hechura hímnica (introducción, desarrollo teológico, doxología).
  • Los salmos han de leerse con la perspectiva cristológica que les infunde la fe cristiana. Nosotros no leemos salmos como lo hacen los judíos; nosotros los leemos desde Jesús. Por eso, cuando el tiempo litúrgico lo permita, no estaría mal usar la cita cristológica de los salmos. Si se hace oración sálmica, nunca habría de faltar la alusión a Jesús. La cesura sálmica en medio de cada verso puede ayudar mucho a la proclamación.
  • Las lecturas breves han de ser proclamadas, más allá de su brevedad, como verdaderas lecturas bíblicas (en la forma, en el lugar, en el tono proclamativo). Son textos muy bien elegidos para unir salmos con el resto de la Biblia
  • Notemos que el PN se dice tres veces al día en la liturgia: Laudes, Vísperas, Eucaristía. Es la cumbre orante de la celebración. No puede hacerse rutinariamente. Si alguna pieza habría de cantarse (además del himno) habría de ser ésta. La comunidad eclesial ora con la misma oración de Jesús. Hay que desterrar la banalización de los padrenuestros y reservar a la oración de Jesús un lugar privilegiado, el que le otorga la misma liturgia.
  • La conclusión habría de ser también celebrativa. Se celebra hasta el final. Nadie se va antes de terminar (ya se preparará el desayuno o la comida o lo que sea después). Todos los actos finales se hacen después (guardar las gafas, los libros, cerrar el órgano, abrir las ventanas, etc.). Se despide a quien ha sido instrumento de oración para ella y para mí. Se la despide en el agradecimiento y el deseo de volver a encontrarse en la presencia orante ante Dios.

 

2. Humildad

 

  • El canto, elemento esencial en la LH, ha de ser humilde, porque nuestros recursos son pocos. Ha de cantar toda la asamblea (no solo las “cantoras”). Para ello, no habrá que rehuir el ensayo. Si no se puede cantar, un recitado del texto puede ser mejor que un canto mal cantado. A veces la humildad pasa por ayudarse de ciertas técnicas de sonido, como poner un disco (aunque ese es un peligro para la comodonería porque cantar siempre es un esfuerzo físico y mental).
  • Ya hemos dicho que el peligro mayor de la LH es la rutina y, con ella, la no utilización de recursos que den color y participación a la celebración (cada actante tiene que hacer su papel: cantora, antifoneras, lectora, presidente, etc.). Hay que luchar para estar “despiertas”, deseosas, físicamente preparadas (hasta en una postura adecuada, dentro de los achaques y dificultades). Humildad, pero con vida dentro. Lo hacemos por la belleza del Señor, no para que nos aplauda el público (que no lo tenemos muchas veces).
  • Dispuestas a los cambios, porque la rutina nos lleva a rezar a piñón fijo (por ejemplo: sensatez en las memorias libres y obligatorias, no ir siempre al común repitiendo hasta el infinito los mismos textos). A veces la introducción de un pequeño cambio reorienta la celebración (una pequeña moción introductoria antes de la celebración, un icono iluminado si es una fiesta del Señor o de María, un poco de incienso en una festividad que nos hable del incienso en su presencia, un cuenco con agua que nos recuerde el bautismo en el domingo). Lo volvemos a decir: si todo es a piñón fijo, la rutina se nos come el pan del morral.
  • Por eso mismo, la celebración humilde, precisamente por ello, ha de potenciar más los detalles. Celebrar humildemente no es hacerlo con desidia. Todo cuenta, lo interno y lo externo. A veces, una hermana no tendrá iniciativa para lo nuevo. Pero, por lo menos, podrá no poner palos en las ruedas de quien sí tiene más ánimo.
  • En todo habría que mantener el principio de “solemnidad progresiva” que es aquella que sabe distinguir el nivel celebrativo de cada celebración y lo otorga la propiedad que le corresponde (canto de las antífonas y de los salmos, sobre todo, uso de instrumentos, etc.).

 

3. Lo que dicen los maestros

 

         «Dios es absolutamente inmaterial y su belleza es totalmente distinta de la belleza que se da en todos los demás seres, ya que solo Dios es la plenitud del ser. La experiencia de Dios, la más bella y plenificadora, es gratuita y Dios la concede libremente a aquellos espíritus que se predisponen a su acción con el silencio y la plegaria” (M. VALVERDE, Prelecciones de metafísica fundamental,  BAC, Madrid 2009, p.608).

 

 

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LA LITURGIA EUCARÍSTICA

 

         Es también una liturgia: celebra la Iglesia (aunque sea con un monaguillo, como dijo Trento) Celebrar individualmente (excepto en casos muy particulares) es una anomalía. Por lo tanto, hay que desear vivir en común esta celebración, bien sea en el esplendor de las grandes fiestas, en el brillo resurreccional del domingo, o en el acompañamiento de la humilde eucaristía cotidiana.

         La eucaristía sin comunidad se da también cuando se entiende esta celebración como un mero acto devocional. Se está en Iglesia, pero anímicamente se está “sin comunidad”. Por eso, hay que reorientar todo el anhelo devocional en la dirección de una eucaristía vivida en Iglesia, en la conexión con el gran río de la espiritualidad eucarística que riega el subsuelo de la Iglesia.

         La eucaristía se celebra en el gozo de la presencia física de las hermanas, algo que, por ser tan habitual, no lo tenemos en cuenta. Tener hermanas con las que celebrar físicamente la eucaristía es uno de los grandes dones de Dios a nuestra vida (¡cómo lo sentiríamos si no las tuviéramos!). Por eso mismo hay que respetar y valorar esa presencia estando con ellas en modos serios, sin entrar y salir a cada paso, si irse antes de acabar ni llegar cuando ya está la celebración comenzada, valorando las posturas comunes (de no ser por causas de salud), el canto común, la actitud común.  Y valorar no solamente la actitud física, sino también la espiritual: se suman los ánimos de la fe (se me sostiene cuando flaqueo), se multiplica la alabanza (porque la alabanza común tiene otro nivel), se generan posibilidades celebrativas que individualmente no se nos ocurrirían, etc.

         Tal como la tenemos ahora, la eucaristía es una construcción espiritual y litúrgica de la Iglesia (es un sacramento de la Iglesia) que tiene en su núcleo el memorial de la cena de Jesús (1 Cor 11,23-34). De esta manera, la liturgia conecta con el recuerdo vivo de Jesús. Por eso una liturgia cansina, rutinaria, meramente ritual que no conectara con Jesús, sería una ocasión de fe perdida. La presencia eucarística ha de ser una realidad viva, no meramente ritual.

         El meollo espiritual de la eucaristía es la justicia. Sin justicia, no hay eucaristía. Celebrar la eucaristía en modos de injusticia es comerse “la condena” de la que habla 1 Cor 11,29. Por eso, de alguna manera, el anhelo de la justicia ha de estar siempre presente en la celebración (basta, a veces, un sencilla prez por una necesidad social para que se nos recuerde este componente).

         En la eucaristía se puede desvelar la belleza de Dios en medio de su comunidad. Esta belleza revela lo que no se agota con la presencia visible, hace referencia a lo invisible, a lo que no es evidente. Hay algo hermoso dentro. Hay que apuntar la mirada espiritual en esa dirección.

 

 

1. Belleza

 

  • Preparar el local, preparar el corazón: el lugar es muy importante en la vida humana porque trasluce el deseo. Por eso, preparar la “sala de arriba” (Lc 22,7), es ir entrando ya en el ámbito de la celebración bella. Todos los detalles que apunten a ello (limpieza, ornamentación, iluminación, etc.) pueden ayudar a ello. Pero, lo más importante es preparar el corazón, tenerlo sensible, alejado de la rutina para hacer de la celebración el “centro” de la comunidad que cree.  Poner el pie en el lugar de la celebración es ya celebrar.
  • Los tres elementos necesarios: comunidad, Palabra, pan y vino. Es preciso valorar la belleza de los tres: la “hermosa” comunidad, el “edificio común” (1 Cor 14,26) más allá de su innegable y conocida limitación. La belleza de la Palabra que se derrama como lluvia lenta sobre el alma (Is 55,10-13). La belleza del pan y del vino, los dones con los que Dios bendice la historia. Los tres elementos habrá que cuidarlos
  • Contemplar la reunión: los que están y los que no están. Porque no solo están quienes vemos, sino quienes no vemos pero están (no nos referimos solamente a los difuntos). Están todas las comunidades que, de una u otra manera, donde sea, celebran la misma cena del Señor, leen la misma Palabra y emplean similares signos. Hay que insistir siempre en la eclesialidad de la eucaristía para no reducir ni su hermosura ni su valor.
  • Los ritos iniciales: el perdón. Se quiso en el Vat.II darles contenido sacramental, pero no se vio conveniente. Es el signo del acceso al sacramento: Dios nos hace dignos, nos sana con su Palabra y nos sienta a la mesa del Pan. Perdonados para poder celebrar. La hermosura de ser acogidos a una mesa que no merecemos (“come con pecadores”: Mc 2,16).
  • La proclamación hermosa y humilde: Hermosa no solo por el esfuerzo proclamatorio (se lee para provocar adhesión), sino porque la lectora se identifica con lo que lee y lo que se lee es, casi siempre, hermoso. Se proclaman palabras hermosas  (“perfumadas” decía san Francisco) porque son palabras amadas. Y es proclamación humilde porque se hace según las posibilidades (voz, dicción, capacidad lectora y comprensiva), aunque siempre habrá que cuidar esas posibilidades para ponerlas al servicio de la celebración (tener “preocupación pedagógica”: que los del último banco entiendan lo que se lee).
  • Anhelo homilético: Esto no depende de la comunidad de hermanas directamente. Pero si se tiene, frecuente o esporádicamente, una homilía iluminadora, agradecerla, valorarla (pedirla si se tiene por escrito y hay confianza). Desde antiguo las catequesis homiléticas han sido importantes (la carta a los Hebreos es, por ejemplo, una posible catequesis bautismal).
  • A quién recordamos y hacemos presentes (preces): Es el lugar de traer a la mesa de la Cena a la Iglesia, al mundo, a la justicia, a los pobres sobre todo. De ellos es principalmente la eucaristía, aunque no lo sepan, aunque estén tan lejos (porque nosotros nos hemos alejado). Que se note en las preces la belleza de una eucaristía universal, que “suene el mundo” en nuestra oración para que la vaya cambiando haciéndola más eclesial, más universal. Quizá sea interesante añadir al formulario todos los días una prez “social” referente a alguna necesidad de la Iglesia, del mundo, de la justicia (habrá que enterarse, habrá que escribirla).
  • El recuerdo de la Cena del Señor: esfuerzo de conexión (espiritual y litúrgico). Es el núcleo evangélico del sacramento. No vivirla en modos mágicos (“fórmula” de la consagración), sino en maneras espirituales (signo de Jesús que acompaña nuestro caminar). Desligarnos de modos de tosco antropomorfismo y situarse más en el terreno de la sacramentalidad (presencia sacramental de Jesús en su comunidad). Volver a reflexionar sobre la Cena, no quedarse siempre en lo aprendido en el viejo catecismo (leer, por ejemplo, el librito de A. FERMET, La eucaristía. Teología y praxis de la memoria de Jesús,  Ed. Sal Terrae, Santander 1980).
  • La acción de gracias (desbancando otras acciones de gracias): la eucaristía es la gran acción de gracias de la Iglesia. Dar gracias de la acción de gracias es una redundancia innecesaria y algo “pretenciosa”. Cuando se dice “podéis ir en paz” es que se puede ir en paz. El canto final es procesional de salida.
  • El gozo de lo vivido en un signo: El gozo eucarístico habría de tener alguna visibilización en la vida (buen humor, sonrisa, amabilidad, buen talante), sobre todo los domingos (ropa más elegante, algún signo en la comida, mayor recreación, hacer sitio a la música, etc.). Restringir el gozo solamente al ámbito religioso es reducirlo un tanto. Habría que ampliarlo para vivir la eucaristía como realidad que envuelve el camino del creyente.

 

2. Humildad

 

  • Nos presentamos con lo que tenemos: Es sabido que nuestras comunidades son humildes y que no tenemos grandes recursos celebrativos. Nos presentamos ante Dios como somos y con lo que somos. Desde ahí habría que evitar modos litúrgicos para los que no tenemos capacidad (por ejemplo, para cantar polifonía o la música de D. Cols que es hermosa, pero de indudable dificultad). Pero también habría que evitar las rutinas empobrecedoras (cantar siempre “Juntos como hermanos” y poco más). Hacer la liturgia con la mayor propiedad posible, dentro de las limitaciones, pero tendiendo a lo hermoso.
  • Nos apoyamos en toda la iglesia: Por eso los laicos pueden ayudarnos a dar color eclesial a la celebración (a veces, incluso, podría ser interesante invitar a algún grupo o coro a la celebración conventual con ocasión de alguna fiesta). Hay que desvelar recursos: parroquiales, ciudadanos, de otras comunidades. Todo con la finalidad de que la eucaristía sea más viva y hermosa, sin caer en creer que lo exterior es lo importante.
  • Apostolado celebrativo: Siempre viene algún seglar a las celebraciones conventuales. Hacerlas bien, con la mayor propiedad posible, puede ser un buen apostolado. La gente capta si la eucaristía se vive con anhelo o con rutina. Facilitar los cantos, las lecturas, las preces, puede ser una buena forma de participar (una fotocopiadora comunitaria es, quizá, necesaria para asuntos litúrgicos).
  • Preparación tranquila: Así habría de ser la de la eucaristía, sobre todo la dominical. No hacer las cosas a última hora (copiar papeles, adornar, buscar textos litúrgicos). La preparación es, de alguna manera, parte de la misma celebración.
  • Renovación asimilable y pausada pero constante del cantoral: El canto, lo sabemos, ocupa un lugar importante en la celebración. Se canta en comunidad la fe común. Por eso hay que prepararlo con cuidado sin forzar las cosas: variedad posible, ensayo razonable (en el que no debería estar exento nadie que celebra, no siendo excusa la mala o poca voz), participación deseosa (tomar el papel, abrir el libro de cantos, estar cantando aunque se cante poco). Ampliar esto a los laicos que vengan: facilitarles los papeles, quizá ensayar un poquito antes de las celebración uno de los cantos, sumarlos a la corriente celebrativa. Renovar poco a poco el cantoral con piezas que mejoren la celebración (sin atosigar, pero con deseo). Formar organistas aunque sean sencillas. En caso de mayor pobreza, utilizar los medios actuales para sumarse al canto grabado (cd’s de música litúrgica).
  • Felicitación dominical: El domingo es el día de fiesta cristiano por excelencia. De alguna manera habría que felicitarse. La mejor manera es celebrar con gozo la eucaristía dominical. Pero, como hemos dicho antes también habría de tener un lenguaje comunitario de felicitación.                                                                                                                    

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «Jesucristo es el misterio de Dios que viene a favor de los hombres y por tanto merece ser llamado “sacramento”; él es el verdadero y propio sacramento, el sacramento originario no solo de la Iglesia sino de toda la humanidad. Y de este único y gran sacramento brota toda la sacramentalidad de la Iglesia y no solo el septenario sacramental sino todos los sacramentales y todas las acciones litúrgicas de la Iglesia» (J. J. FLORES).

 

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LAS GRANDES SOLEMNIDADES DEL SEÑOR

Y DE MARÍA

 

         Además de la Pascua y la Navidad el año cristiano está engarzado en solemnidades que presentan una u otra faceta de la historia de la salvación. Son días que tienen mucho arraigo social (por ejemplo el Corpus) pero quizá necesiten una inyección de espiritualidad que nos haga huir de la superficialidad que los amenaza.

         Además de la Pascua y la Navidad (estas las vemos en capítulo aparte) estas solemnidades son la Presentación, la Anunciación, la Trinidad, el Corpus, el Corazón de Jesús, la Exaltación de la Cruz, Cristo Rey. Y luego están las propias de María: Inmaculada,  Visitación, Madre de Dios, Natividad de María, Sagrada Familia, Asunción, Corazón de María. Y las propias de los santos.

El retorno regular de estas fiestas constituye los ciclos de la celebración cristiana, sus ritmos y cadencias, la liturgia llama a esta estructuración de los tiempos celebrativos año litúrgico y considera a éste como el marco y la entraña de su fiesta, como las auras de la eternidad del Reino.

Como todo lo cíclico, el peligro es la rutina. El beneficio que nos pone delante los diversos contenidos espirituales del misterio de Cristo y de María tal como los vive la Iglesia.

En todo esto habrá que mantener el Principio de Solemnidad Progresiva que, generalmente, se aplica al canto, pero es ampliable a toda la celebración. Consiste en escalonar la celebración de más a menos. No toda celebración ha de tener el mismo nivel. Por ejemplo: en los laudes de solemnidades, fiestas y algunas memorias se leen los salmos del domingo de la primera semana. Si se los canta todos a todas horas se rutiniza la cosa. Que se canten una solemnidad y a una fiesta, aún. Pero en una memoria o una fiesta menor, no, quizá solo el cántico de las criaturas (en las memorias habrá que ser parco y no estar leyendo siempre los textos del común, porque llegan a ser irrelevantes. En muchos casos con la oración final basta y sobra).

 

1. Belleza

 

  • Jesús es el centro: Ni siquiera en las solemnidades de los santos habríamos de perder la perspectiva de que el centro de lo que se celebra es la realidad de Jesús. Se celebra en sus fiestas, se lo celebra en la realidad de María o de los santos. Si se pierde esta perspectiva cristológica fácilmente se deriva en lo devocional terminando por poner el acento en cosas muy accidentales (es la patrona, son las fiestas mi pueblo, etc.). Sin Jesús, las fiestas y solemnidades carecerían de entidad.
  • No exaltación, sino ahondamiento: Las fiestas y sus contextos tienden a exaltar, a celebrar, a salirse de lo normal, a cambiar la rutina del calendario. Pero, espiritualmente hablando, habría que tender más a la profundización que a la exaltación. Es decir: lo importante no es celebrar una fiesta a bombo y platillo, sino ahondar en la espiritualidad, cultivar los valores de fondo. Si no, como siempre, corremos el riesgo de quedarnos en la superficie (los ornamentos, los cantos, las tradiciones, las comidas, etc.).
  • Necesidad de actualización: Muchas de las fiestas y de las solemnidades demandan un trabajo de actualización. Herederas de una espiritualidad que ya no es la nuestra, piden que ahondemos en el sentido para que no se queden casi vacías. Los dogmas, las certezas religiosas, tienen su contexto histórico. Cuando ese contexto cambia, hay que darles otro contenido (Sagrada Familia, Purgatorio, Esclavas, Siervas, Rebaño de María, Inmaculada, etc., entrarían en este aspecto). En muchos casos se podría mantener la denominación antigua con contenidos nuevos. En otros, pensamos que es más difícil.
  • Celebrar para el cultivo de la fe: La razón de celebrar con sentido es, simplemente, el cultivo de la fe más que el cumplimiento de las normas litúrgicas. Efectivamente, la fe necesita ser cultivada para que no se agoste. Los días de solemnidad son días propicios para un cultivo más intento de un aspecto de la espiritualidad cristológica. Por eso, habrá que trabajar con interés la oración, la reflexión teológica, la celebración cuidada, para que de verdad sean días de especial alimentación de la espiritualidad cristiana. De lo contrario, nos quedaríamos en la superficie.
  • Más allá del historicismo: Es un peligro que siempre acecha a la fe: quedarse en aspectos historicistas (cuándo se proclamó la fiesta, por qué, quién fue el promotor, cómo se celebró, etc.). O aún: entender los misterios de Jesús y de María como realidades objetivadas y no como realidades espirituales. Lo que hemos dicho antes: una visión así empobrece la fe y alimenta posiciones fixistas que defienden cosas que no son decisivas.
  • Celebrar desde el misterio: Al misterio se llega por muchas puertas. Una puerta es la celebración de las solemnidades, días especiales para asomarse al misterio. A este habría que entenderlo, de alguna manera, como compatible con una cierta racionalidad. No hagamos misterio de lo que no es, que bastante tenemos con lo que es. Contemplar el misterio no es entenderlo. Pero sí es sentirse atraído por él, verlo como compatible con mi camino cristiano, vivirlo como un verdadero aliento para el caminar cristiano
  • Poner el acento en lo teológico, más que en lo doméstico: la celebración puede llevar aparejada alguna costumbre que la hace más significativa. Suelen ser, a veces, cosas muy externas (que la víspera del día se canten unos “gozos”, por ejemplo). Habrá que aprovechar esos aspectos externos para invitar a la profundización, no para quedarse en ellos.

 

2. Humildad

 

  • Sin exagerar: La celebración de las solemnidades ha de ser adecuada, sabiendo que la Pascua y la Navidad (e incluso, de alguna manera, el domingo) están ahí como precedentes. Es en aquellas donde habría que echar “el resto”. Las exageraciones desvían del contenido central (el misterio del Jesús en el que se asienta nuestra fe).
  • Cordialidad: las solemnidades y fiestas entran mucho en el corazón porque, con frecuencia, tocan nuestra fibra antropológica: el recuerdo cariñoso de épocas queridas, la costumbre que nos diferencia como pueblo o como Congregación). Es buena la cordialidad, siempre que no sea el argumento final de nuestra celebración que, como hemos dicho, es Jesús cimiento de la fe y del amor.
  • Detalles más cuidados: La celebración más solemne se vierte en detalles más cuidados. No hay que quedarse en los meros detalles externos, pero estos ayudan si se hacen con simplicidad y con buena intención. Siempre habrá que estar vigilantes para que el detalle no ocupe el centro. Pero, como decimos, es valioso.
  • El canto de los salmos y los otros cantos: En las solemnidades es cuando el canto ha de brillar con más intensidad, siempre dentro de nuestras posibilidades. Sin abrumar a la comunidad, pero habría que animarse a preparar bien el canto con los medios que se tenga. Que sea algo creativo, no meramente repetitivo de lo del año anterior. A veces basta ir enriqueciendo el repertorio con una sola cosa nueva. Eso es suficiente para mantener el anhelo celebrativo y escapar de la rutina.
  • La celebración fraterna: Más allá de lo litúrgico la celebración de las solemnidades adquiere el rostro de lo fraterno. Por ello ha de ser día de celebración, en la comida, en el disfrute, en el diálogo, en la belleza (dejar sitio a la música, a la pintura, etc.). Buscar, dentro de los humildes medios, una celebración fraterna imaginativa y jugosa, no meramente pasar el tiempo.

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «En los textos litúrgicos actuales se puede percibir cómo la expresión “misterio” aparece en muchas ocasiones asociada a otros sujetos: “misterio de Dios”, “misterio de la Iglesia”, “misterio de la cruz”, “misterio pascual”, etc. Y en momentos solemnes, dentro de la plegaria eucarística, el presidente de la celebración dice: Mysterium fidei, ¡misterio de la fe! Ciertamente, esto no es una novedad de la reforma litúrgica, ya que aparece también en otros libros de todos los tiempos en la liturgia romana» (J. J. FLORES).

 

 

4

LA LITURGIA DOMINICAL

 

         Los ritmos semanales son un hecho social muy antiguo y está ligado a las fases de la luna. El domingo es para la liturgia el primer día de la semana; para la cultura secular es, sábado y domingo, el “fin de semana”. Lo importante es percibir que las personas necesitamos un ritmo personal y social para ordenar nuestra vida. El ritmo semanal es el que mundialmente ha tenido fortuna y se mantiene completamente vidente.

         Es por eso que el sábado y del domingo como días semanales religiosos tienen una importancia especial, desde el esquema bíblico de los llamados siete días de la creación. Si unimos a eso la veneración al sol de todas las culturas, incluida la romana, tendremos el domingo como día más importante. La liturgia ha tomado ese esquema como cosa natural.

Mirando a nuestro entorno podemos observar que, en la conciencia de nuestros fieles, el domingo se vive casi exclusivamente centrado en la Eucaristía (precepto dominical). Como consecuencia hay una gran proliferación de Misas dominicales en la ciudad. Por su parte en el mundo rural, donde no las hay todos los domingos o se anticipan a la tarde de sábado, los fieles dicen: “si no hay Misa, no parece domingo”. Esto pone de relieve dos cosas: Por un lado que nuestro pueblo tiene interiorizada la centralidad de la Eucaristía dominical como alma del día del Señor, pero por otro lado, otros valores, que también ayudan a celebrar el domingo, se viven sin ninguna referencia al mismo (descanso, reunión familiar, disfrute de la naturaleza, la cultura, actividades deportivas). Esta “cultura de fin de semana” hace que la participación en la Eucaristía dominical vaya disminuyendo y, en muchos fieles, se torne ocasional o cuando se siente necesidad

         La misa dominical obligatoria, todavía en pie aunque prácticamente seguida por cada vez menos cristianos, habría de ser revisada. Necesitamos de la eucaristía para mantener viva la fe. La necesidad es razón mucho mayor que la obligación. Si en el pasado la Iglesia desarrolló la pedagogía de la obligación, ahora tendría que desarrollar la pedagogía de la necesidad. El deseo de una participación más activa y consciente en la Eucaristía es una gozosa realidad que se percibe en muchos hermanos y hermanas nuestros. Hoy, los que participan en la Eucaristía quieren hacerlo de un modo cada vez más consciente dejando aparte todo lo que pueda parecer tradicionalismo o costumbre heredada de sus antepasados. Quieren pasar, además, de considerar la Eucaristía dominical como una obligación, un mandamiento de la Iglesia, a sentirla como una necesidad espiritual, un momento de encuentro con el Señor, una celebración festiva con Jesús y con los demás. Sienten el anhelo de vivir una liturgia eucarística no como simples espectadores sino de modo que implique personal y comunitariamente la vida de cada uno. Dice el papa Francisco: «¿Por qué ir a Misa el domingo? No es suficiente responder que es un precepto de la Iglesia; esto ayuda a preservar su valor, pero solo no es suficiente. Nosotros, cristianos, tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque solo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento y así ser sus testigos creíbles» (Catequesis del 13.12.2017).

Yendo más a lo profundo, quizá haya que decir que el domingo es el día semanal en que el creyente renueva su anhelo de justicia y su sed de Dios en la contemplación. Dice un teólogo alemán: “Nuestra iglesia que durante años solo ha luchado por su existencia, como si esta fuera una finalidad absoluta, es incapaz de erigirse ahora en portadora de la Palabra que ha de redimir y reconciliar a todos los hombres y al mundo… Por esta razón, las palabras antiguas han de marchitarse y enmudecer y nuestra existencia de cristianos solo tendrá, en la actualidad, dos finalidades: contemplar y hacer justicia entre los hombres» (D. Bonhoeffer). Ambos aspectos, cada uno en su sitio, habrían de confluir en los trabajos espirituales de las contemplativas.

 

1. Belleza

 

  • El domingo en la actual liturgia: el Vat.II hizo el gran “descubrimiento” de poner al domingo como centro de la actividad litúrgica. Es algo que todavía está vivo. En realidad esto venía de lejos. Hacia el año 150 la Apología de san Justino dice: «El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el día antes del día de Saturno, y al siguiente al día de Saturno, que es el día del sol, se apareció a sus apóstoles (cf. Mt28,9) y discípulos, enseñándoles estas mismas doctrinas que nosotros les exponemos para su examen». Centrarse espiritualmente en el domingo es, pues, de alguna manera entroncar con la tradición de fe de la Iglesia.
  • La LH dominical ha de ser bella, dentro de ese cauce semanal, que por repetido cada siete días, ha de conservar una cierta moderación. El canto en Laudes y Vísperas habría de hacerse presente, en la medida de las posibilidades, incluso en el antifonario. Habría que incluir aquellos elementos que no solo dan más solemnidad, sino más sentido (oraciones sálmicas, por ejemplo). No estaría mal usar signos paralitúrgicos solo el domingo, para cargar de densidad la celebración dominical  (corona de adviento, iluminación de nacimiento, cirio de pascua, flores dominicales para el TO)
  • La eucaristía dominical: Es el centro de la liturgia dominical. Habría de ser preparada con mimo desde antes. Ha de celebrarse con “saludable tensión”, intentando que, desde principio a fin, pueda desvelar la belleza del sacramento (la via pulchritudinis de los antiguos). Dice el papa Benedicto: «La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor. En la liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión. En Jesús, como solía decir san Buenaventura, contemplamos la belleza y el fulgor de los orígenes. Este atributo al que nos referimos no es mero esteticismo sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo, haciéndonos salir de nosotros mismos y atrayéndonos así hacia nuestra verdadera vocación: el amor. La belleza de la liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra. La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación. Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia naturaleza».
  • Cada domingo es nuevo y tiene su color: Y, de alguna manera, habría que ir descubriendo ese color. Los domingos de Adviento tienen el color de la esperanza (por más que el color litúrgico sea el morado), los Navidad el color del acompañamiento de Jesús blanco como la nieve de invierno (“Después que Jesús nació tenemos asegurada la salud”, decía san Francisco), los del TO tienen el color del caminar cristiano, la senda a veces ocre del lento caminar, los domingos de cuaresma tienen  el color de una conversión con adjetivos (ecológica, al silencio, a la justicia, etc.), los domingos de Pascua vuelven al blanco radiante del éxito de la fe como el rostro del resucitado. 
  • Otras prácticas paralitúrgicas y devocionales: habrían de estar siempre en segundo término y vinculadas a la espiritualidad del domingo y a la eucaristía. La misma veneración al Pan consagrado habría de hablar el lenguaje de la eucaristía celebrada (pan de la misa, humilde ostensorio explícito, consumición del pan diciéndose que va terminando el domingo). Cualquier otra actividad devocional habría de tener, de algún modo, un matiz devocional.

 

2. Humildad

 

  • Canto dominical: Es el día del canto (antes habrá sido el del ensayo) dentro de las posibilidades. Quizá habría que poner el acento en el Himno de la LH que da el color al día y en el canto de entrada de la eucaristía que puede cumplir similar función (aunque sabemos que el verdadero himno de la eucaristía es el Santo).
  • Significatividad litúrgica: La humildad no está reñida con la significatividad litúrgica. Ser significativo es hacer con verdadera conciencia lo que se hace aunque sea algo humilde. Es celebrar con sentido y sabiéndose vivo ante el Señor. Es lo contrario de la rutina y el mero cumplimiento del horario. Es esa saludable tensión e ilusión para vivir lo que quiere uno vivir con amor.
  • Día de la eclesialidad: Precisamente porque toda esta espiritualidad se vive en Iglesia, el domingo puede ser entendido como día de la eclesialidad. Día para conectar espiritualmente con la comunidad de seguidores de Jesús, dondequiera que esté. Día para rezar por la Diócesis y la Parroquia (una prez, al menos). Día para planear, de vez en cuando, alguna visita de grupos cristianos al monasterio (incluso de forma continuada: oferta de reflexión sobre el evangelio o cosas así). Día para tener en cuenta, de alguna manera, a los “miembros vacilantes de la iglesia”, como decía santa Clara (¿se ora alguna vez por quienes abandonan la VR, los eclesiásticos que abusan, los que apostatan de la fe, los que fustigan a la Iglesia, etc.?).
  • Celebración fraterna: Que, como hemos dicho, ha de extenderse a otras áreas de la vida comunitaria más allá de lo litúrgico: recreación, comida, descanso, disfrute común, etc. Todo puede contribuir a la significatividad del domingo, pues humanos somos y por otras vías que la espiritualidad también puede entrar la vida.

 

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en Dios». De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante» (Ex 23,12). El descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y de los pobres» (LS’ 237).

 

5

LA LITURGIA DE PASCUA

 

Los humanos siempre han cultivado los anhelos de libertad porque ha sufrido en sus propias carnes toda suerte de opresiones (antropológicas como el miedo, políticas como las dictaduras, morales como el pecado, etc.). Por eso el sueño de la libertad acompaña el caminar humano. En el fondo, ese anhelo de libertad es el que subyace en el subsuelo de la Pascua: quien experimenta la opresión, del tipo que sea, anhela la liberación.

Algo de eso está en la Pascua judía y en la Pascua de Jesús. El relato épico de la Pascua judía celebra la liberación de Egipto como paradigma de todas las liberaciones que ha soñado el pueblo de Israel en su historia. Por eso siguen celebrándola con una gran carga identitaria, más que religiosa. La Pascua de Jesús se apropia (“mi cuerpo…mi sangre”) de aquel anhelo de libertad y lo orienta “al perdón de los pecados”, es decir, a toda clase de opresión. Por eso mismo, celebrar el triunfo de Jesús es celebrar la fe en la posibilidad del triunfo de todos, del triunfo de todo lo creado.

Como todas las realidades que tocamos los humanos, también la Pascua ha sido deformada y, sobre todo, diluida. Deformada porque se ha creído simplemente que era el tiempo de “cumplir por Pascua” (confesarse y comulgar). Eso ha definido el ser cristiano (recordemos que en la posguerra se elaboraban listas de afectos al régimen en base a las listas parroquiales del cumplimiento pascual). Y, sobre todo, ha sido diluida porque se echaba el resto en la cuaresma (charlas, confesiones, actos de piedad, celebraciones de la semana santa) y, llegada la Pascua, esta ni se mentaba. Aun estamos algo en esto. Por eso, hay que suscribir la campaña litúrgica del Vat.II que quiere dar a la Pascua toda su importancia.

Un apostolado nuevo sería el apostolado pascual en la liturgia. Para ello habrá que comenzar por una mística pascual personal y comunitaria. Esa mística ha de ser la vivencia de la entrega de Jesús que es la puerta al misterio del triunfo de Jesús. Es decir, la liberación pascual es fruto de la entrega. Sin ella, la vivencia de la Pascua se bloquea. Sobre esa entrega planea la fecundidad del Dios de amor que se entrega, todo él, a la historia.

 

1. Belleza

 

  • Entre otras cosas, la Pascua es hermosa por su alcance universal, cósmico. La física cuántica nos dice que, después del big bang, el cosmos camina al “caos” de su expansión total. En esa expansión “caótica” es donde brilla el triunfo de Jesús (como brilla la belleza en la expansión caótica de un bello fuego artificial). Nada queda fuera de ese brillo, y ese relámpago último es la certeza del triunfo liberador de Jesús (y de todos los movimientos liberadores que la historia haya sumado). Quedar deslumbrado por esa belleza, cautivado por ella, es iniciarse en el gozo y sentido de la Pascua. Por eso la liturgia de Pascua ha de ser englobante: eclesial, social, cósmica (habrían de reflejarlo las preces, los cantos, etc.).
  • La experiencia de muerte, de limitación, impide la percepción de la Pascua como derrota de la muerte. Es la dura muerte y su dentellada. Sin embargo, la Pascua es la certeza de que “quitando losas” (Jn 11,41) se vive ya una existencia resucitada. La celebración de la Pascua es la visibilización de ese anticipo histórico que nos confirma en que para vivir como resucitados no hay que esperar al más allá. La celebración litúrgica habría de contener, de alguna manera, estas certezas (Pascua como tiempo para no quejarse en exceso por las limitaciones: el “prohibido quejarse” del papa Francisco debería ser un lema pascual).
  • La belleza de la Pascua deja claro que es posible renacer de las cenizas. Es el fenómeno que denomina como resiliencia, la capacidad de salir victorioso e impulsado de una situación difícil. Nuestra vida está trufada de situaciones difíciles, irresolubles. Vamos con esa mochila siempre. La Pascua es la certeza de que tal peso no ha de ser siempre compañero, que se lo puede trabajar y aminorar. Por eso la liturgia de Pascua habría de contribuir a ayudarnos a levantar los hombros y a seguir adelante más allá de nuestras cargas, pequeñas o grandes. Una liturgia para generar fortaleza y resistencia.
  • Ya hemos dicho muchas veces que la rutina está siempre al acecho. Por eso la liturgia de Pascua quiere animarnos a la novedad. La novedad no es una moda cualquiera. Es estar abiertas a las muchas posibilidades que nos ofrece la vida y la fe. La liturgia, no sabemos muy bien cómo, habría de hacer eco de todo lo que la ciencia nos va poniendo delante, los caminos nuevos que se abren a la vida, la salud, la cultura, etc. Dice el papa Francisco: «El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa en el diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su eterna novedad» (LS’ 121). Pascua que nos anime a lo nuevo, que nos saque de la poltrona de lo viejo.
  • La Pascua es una invitación general (las invitaciones son generalmente muy seleccionadas). Por eso la pueden celebrar muchos y de muchas maneras, religiosas o no. El que esto sea así, fiesta de amplitud, habría de dar más gozo aún a quienes la celebramos desde nuestra fe en Jesús. Entendemos que la humanidad está destinada a la mesa común, al banquete de la vida que es el reino. Por eso, en la Oascua había que tener presentes, de alguna manera, a quienes no se sientan todavía en ese banquete. Y son muchos. Y coinciden con quienes sufren más exclusión. ¿Cómo invitarlos a nuestra liturgia inclusiva? Quizá el preguntarlo ya sea un paso, aunque habría que dar muchos más.
  • La Pascua es fiesta de gozo para que el dolor, que tiende a ser invasor, no lo ocupe todo. La hermosa liturgia de Pascua habría de animarnos a contener las ansias invasoras de nuestro dolor y hacer que ocupe el menor espacio posible. Por eso, en Pascua, cuanto menos hablemos de nuestros dolores, mejor; cuanto más hablemos de disfrutes, mejor. La liturgia pascual es el lenguaje del disfrute del triunfo de Jesús.

 

2. Humildad

 

  • Tiempo de felicitación: Siguiendo las convenciones sociales nos solemos felicitar en las Navidades y Año Nuevo. Desde el punto de vista cristiano, el tiempo mejor de felicitación sería la Pascua. Por eso, no estaría mal felicitarla a quien pueda entenderlo. “Feliz Pascua” bastaría (para distinguirla de las “felices Pascuas” con las que aún se denomina a la Navidad). Son cosas menores, pero si lo hiciéramos, si el monasterio lo hiciera, quizá alguien entendería eso de que la Pascua es el centro de la vida cristiana, el centro de la vida del creyente. Felicitar la Pascua a quien viene al monasterio con una sencilla postal casera confeccionada para cada año sería un detalle de “apostolado pascual”.
  • Ornato con sentido buscado: Porque por los ojos nos entran los mensajes. A veces, ciertos ornatos pobres son más elocuentes que los comprados: unas flores que brotan al borde del camino (“Brotaron los zarzales del camino…”), unas ramas de espino blanco florecido (“Tu cuerpo es ramo de abril y blanca flor del espino” R. Grández). Para muchas personas “serias” esto carece de valor. Pero los signos hablan para quien tiene el corazón vivo.
  • Desde el invitatorio hasta el aleluya: Comenzar en Pascua  la liturgia con el invitatorio cantado “Verdaderamente ha resucitado el Señor” puede ser hermoso durante toda la pascua. Cantar el aleluya (incluso fuera de la liturgia, como bendición de la mesa por ejemplo) puede ser un recuerdo constante de este tiempo especial. Habría que hacerse con una pequeña “colección” de aleluyas para no cantar siempre el mismo, el gregoriano.
  • Actividades pascuales fraternas: Serían pequeñas actividades extralitúrgicas que contribuirían a crear un ambiente de Pascua: un picnic pascual en el jardín si el tiempo lo permite; una película que contenga valores próximos a la Pascua, aunque no sean religiosos; explicación de un cuadro pascual hermoso preparada por alguna hermana (por ejemplo: La incredulidad de Tomás, de Caravaggio).

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «El polo de atracción sobre los discípulos, el misterioso “imán” que los pone en movimiento, es el Resucitado. Es el esbozo, en la comunidad de antaño reencontrada,  de la “reunión de todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52). Estos encuentros pospascuales son ya el embrión de la Iglesia, la asamblea convocada por Cristo resucitado» (A. FERMET).

 

 

6

LA LITURGIA DE LA NAVIDAD

 

Sabemos que la superficialidad es el mayor enemigo de la vida y de la fe. Hay que trabajar para que no ocupe el lugar de quien vive lúcido y  despierto. Si algo está amenazado de superficialidad en el ciclo litúrgico eso es la Navidad. Por eso la liturgia tendría que ayudarnos a huir de la superficialidad, ahondar. Si nos situamos en la superficialidad, la celebración litúrgica se desvanece, aunque sigamos haciéndola.

Desde los inicios de los tiempos, el caminar humano ha sentido siempre la dentellada de a soledad en sus diversas formas (constitutiva, personal, familiar, comunitaria). Nos sentimos solos. Pues bien, la Navidad, en su fondo, puede celebrarse como un misterio de acompañamiento, el que Dios nos hace a través de Jesús. Él dice que “nunca ha estado solo, porque el Padre ha estado conmigo” (Jn 8,29; 16,32). La Navidad celebra el acompañamiento del Padre en el acompañamiento de Jesús. ¿Puede esto paliar algo la soledad que nos pega? ¿Puede ser esto un ánimo real para la vida? ¿Cómo sería una liturgia de Navidad enfocada y vivida desde la certeza del acompañamiento de Dios por Jesús en nuestra vida?

La cumbre espiritual que es el texto de Jn 14,23 nos dice que el Padre y Jesús han tomado una decisión de vértigo: venir a poner para siempre su morada en la historia humana. Eso es lo que celebra la encarnación de Jesús, su quedarse en el fondo de la vida para sostenerla, su bajar al sótano de la existencia para iluminarlo, su descender a lo último para ser fuente de todo amor. La encarnación es tanto alguien “baja” del cielo, sino alguien que se adentra en lo profundo de la vida. Este cambio de dirección puede dar un sentido nuevo a la celebración litúrgica de la Navidad.

Por otra parte, estas certezas brillan, paradójicamente en la pobreza. Por eso, la pobreza del nacimiento es el mejor de los lenguajes navideños. Lo que quiere decir que la liturgia Navideña ha de reflejar, de alguna manera, ese ambiente de moderación y de pobreza en las que se expresa mejor (bien lo reflejaba aquella vieja antífona de “O magnum mysterium”: unos animales miraban al puesto en el pesebre; recordar aquella escena franciscana de 2 Cel 200 sobre la mención a “la virgen pobrecilla”).

La liturgia de Navidad tiene la peculiaridad de poder mezclar una vivencia eclesial y, a la vez, una vivencia íntima y personal (bien lo refleja el himno “Te iré mi amor, rey mío” de R. Grández consignado en la LH). Vivir con profundidad la liturgia de Navidad no es desposeerla de esa calidez que hace cercana y cordial. Todo lo contrario: situar la liturgia en el corazón es situarla en su mejor perspectiva.

 

1.Belleza

 

  • La belleza de la fe, más que la belleza de historia: La tendencia religiosa e incluso teológica es poner el acento en la historia del nacimiento de Jesús (siendo así que, críticamente hablando, los puntos históricos de enganche son muy pocos). Sería mucho mejor dejarse cautivar no tanto por los contenidos históricos sino, sobre todo, por la belleza del misterio, por las preguntas que apuntan adentro, por la certeza del acompañamiento del Padre en Jesús. ¿De qué nos serviría celebrar la Liturgia si nuestra soledad sigue verdeante?
  • Navidad es adentrarse en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: La fe descubre, sin escándalo, a la Majestad divina humillada; a la Omnipotencia, débil; a la Eternidad, mortal; al Impasible, padeciendo; al Bendito, maldecido; al Santo, hecho pecado por nosotros; al Rico, empobrecido para enriquecernos; al Señor, tomando forma de siervo para liberarnos de la esclavitud. Todo esto lo sabemos. Pero saberlo no es lo mismo que creerlo. A esto segundo puede ayudarnos la celebración litúrgica si la hacemos con vida, con alma.
  • El tiempo litúrgico de la Navidad es un itinerario: Tiene por hitos cinco grandes celebraciones: Navidad, Sagrada Familia, Santa María Madre de Dios, Epifanía, Bautismo del Señor. Las tres primeras apuntan al misterio de la encarnación, las dos últimas a su oferta al mundo. Para poder ofrecerlo bien, hay primeramente que vivirlo en profundidad. La liturgia puede hacernos ese doble beneficio: ahondar en el misterio para poder ofrecerlo mejor.
  • Los salmos de Navidad: Son, sobre todo, el 77, 104 y 105, que manifiestan con especial claridad la historia de la salvación de] Antiguo Testamento, como anticipo de lo que se realiza en el Nuevo (también se leen en los otros tiempos fuertes). Son los salmos históricos y, a su manera, describen el itinerario de Dios hacia la historia humana que culmina en Jesús. Eso es la Navidad, eso celebra la liturgia: no solo el “bajar” de Dios al camino humano, sino el adentrarse en lo profundo de nuestra historia. Misterio de abajamiento y misterio de adentramiento.
  • La 1 Jn lectura continua: Es la primera lectura de casi todas las eucaristías del tiempo de Navidad. Resulta sorprendente porque no tiene nada que ver con las narraciones históricas del nacimiento, pero apunta al fondo del asunto: la encarnación es una cuestión de amor. Quien no se sitúa en la perspectiva del amor no podrá llegar al fondo de la cuestión. De ahí que haya que avivar el amor fraterno para situarse bien en la liturgia de Navidad. Son cosas que apuntan a lo esencial.
  • OfP 15: Uno que ha captado profundamente el misterio de la Navidad es Francisco de Asís. No es un fundador de belenes, sino un contemplativo de la encarnación. Bien queda demostrado en el Salmo navideño del OfP 15 (que podríamos leer y meditar en la Navidad). La característica más sobresaliente de este Salmo Navideño de Francisco consiste en contemplar íntimamente unidas la cuna y la cruz. Francisco no se queda en una alegría sentimental y que no compromete; al contrario, subraya la seriedad de la hazaña de Dios, que está exigiendo la respuesta de nuestra vida. En su relativamente corto Salmo de Navidad el Pobrecillo une de manera asombrosa la majestad y la humildad de Dios, la cuna y la cruz, la alabanza y el seguimiento, el hombre y el cosmos.

 

 

2. Humildad

 

  • Vela blanca en la corona de Adviento: En algunas comunidades se suele poner la corona de Adviento con los cuatro cirios rojos. El liturgista Aldazábal decía que se podía mantener ese signo en Navidad poniendo en el centro una vela de color blanco. Entre nosotros es difícil desplazar a la imagen del Jesús nacido al que se suele dar a “adorar” (habría que decir “venerar”). Y tener dos signos extralitúrgicos en la Iglesia sería demasiado. Pero, al menos, para pensar otros caminos.
  • Que prevalezca lo litúrgico sobre lo folklórico: Al menos en la Iglesia lo litúrgico debería estar por encima de los elementos folclóricos con los que, en Navidad, se suele hacer la vista gorda: panderetas que acompañan los cantos; villancicos  sin ningún contenido litúrgico (por ejemplo, “campana sobre campana”; estos para el recreo). En la exhortación del papa Francisco Admirabile signum se valora el nacimiento y sus significados pero fuera de lo litúrgico. Es otro camino con un peso folclórico grande. Quizá haya que mantener una prudente distancia para no caer en corruptelas que no llevan a nada.
  • Moderación co la imagen del niño: Es un signo extralitúrgico. Por eso, habría que ser moderado. El belén tendría que estar montado en un lugar distinto de la Iglesia. Con la imagen del Niño bastaría, y en modos sencillos, no ocupando el puesto central (por ejemplo tapando el altar). Lo mismo en la veneración popular de la imagen al final de la eucaristía: cuidado con villancicos bullangueros que conectan con lo folclórico pero nos alejan de lo profundo.
  • No olvidar las pobrezas: Nunca habría que olvidarlas en la celebración de la fe. Pero en estos días hay que acordarse de los sin casa, sin techo, sin país, sin amparo. Lo que leemos en los Evangelios. Y “acordarse” es rezar y algo más por simbólico que sea. Ya decía el cardenal Evaristo Arns, franciscano, que la gran pregunta de la teología es ¿Dónde dormirán los pobres esta noche? Y de la liturgia.
  • Actividades navideñas fraternas: En las comunidades monásticas la Navidad ha sido fiesta de especial regocijo fraterno. No estaría mal seguir con esa tradición. Las veladas Navideñas son entrañables: comedias festivas, canciones, poemas (aquel del Góngora, “Caído se le ha un clavel”, de Góngora, o “Ya que en el tiempo llegado” de san Juan de la Cruz, o del mismo “Del Verbo Divino la Virgen preñada viene de camino, si le dais posada”, o los villancicos navideños de santa Teresa que son bonitos y chispeantes).

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «La oración litúrgica nos lleva directamente a los misterios de la salvación en un continuo volver sobre los temas eucarísticos, ampliados en clave narrativa-orante, hasta llevarnos al misterio de Cristo que nos introduce, a su vez, en los misterios de nuestra salvación. Es función de la oración entrar en los mismos contenidos eucarísticos, pero saboreándolos y contemplándolos en otro plano, en un nivel de alabanza y de súplica” (J.J.FLORES).

 

 

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LA LITURGIA DEL TIEMPO ORDINARIO

 

         Una de las evidentes tareas que nos define como humanos es el caminar. Caminar no solamente es andar, es también compartir vida mientras se anda (miremos el camino de Santiago como ejemplo de caminar compartiendo en tiempos de modernidad donde parece que esto sería innecesario). La liturgia no es solamente una acción religiosa. Es, de alguna manera, compartir el camino entre creyentes. Por eso mismo, la liturgia no se circunscribe a las grandes fiestas de la fe, sino que se ciñe al camino, hace obra de caminante con nosotros a lo largo de todo el año.

En el llamado Tiempo Ordinario se verifica de manera continuada la realidad espiritual de un Dios que camina con nosotros. Efectivamente, Dios es el gran acompañante de la vida, el gran caminante con nosotros (Lev 26,12). La liturgia durante el año conjura la soledad y alienta el anhelo de que la historia tendrá la plenitud de lo creado. De esta manera, la liturgia se constituye en antídoto espiritual contra el desaliento y la soledad.

Podemos decir que el redescubrimiento espiritual del domingo fue una de las grandes aportaciones del Vat.II. La constitución Sacrosanctum Concilium se refirió al mismo, señalando su origen apostólico en el mismo día de la resurrección del Señor y su carácter pascual, eucarístico y festivo (SC 106). Después, la nueva estructuración del año litúrgico y del calendario lo ha revalorizado también como día dedicado al Señor y «verdadero y propio día de fiesta primordial  y núcleo fundamental de todo el año litúrgico» (Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, n. 4).

Aunque el domingo tiene todavía su fuerza dentro de los cristianos, el devenir social lo está desplazando. Si a eso unimos la pobreza celebrativa de las eucaristías, el asunto se complica más. En su Audiencia del 13 de diciembre de 2017 el papa Francisco mira de frente el problema: «¿Qué podemos responder a quien dice que no hay que ir a misa, ni siquiera el domingo, porque lo importante es vivir bien y amar al prójimo? Es cierto que la calidad de la vida cristiana se mide por la capacidad de amar, como dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13, 35); ¿Pero cómo podemos practicar el Evangelio sin sacar la energía necesaria para hacerlo, un domingo después de otro, en la fuente inagotable de la eucaristía? No vamos a misa para dar algo a Dios, sino para recibir de Él aquello de lo que realmente tenemos necesidad. Lo recuerda la oración de la Iglesia, que así se dirige a Dios: «Tú no tienes necesidad de nuestra alabanza, pero por un regalo de tu amor llámanos para darte las gracias; nuestros himnos de bendición no aumentan tu grandeza, pero nos dan la gracia que nos salva» (Misal Romano, Prefacio común IV)».

 

 

1. Belleza

 

  • ¿Ordinario?: El término “per annum” se tradujo por “ordinario” en vez de otras denominaciones (tiempo entre el año, durante el año). Quizá esto contribuyó a su poca valoración, como si ahí no hubiera nada relevante. Por eso, de la mano del Vat.II, hay que valorar este tiempo como “tiempo de oportunidad prolongada”, o “tiempo de acompañamiento fiel”. Efectivamente, es una oportunidad de largo alcance que se le da al creyente para que entre en el gozo del acompañamiento de Jesús y del Padre en su vida. La liturgia, de alguna manera, habría de lograr hacer “visible” esto.
  • Gran Domingo: Hay quien ha denominado al TO como “gran domingo”. De alguna manera lo es porque prolonga en muchas semanas el recuerdo vivo de la resurrección de Jesús. De alguna manera, en cuanto que lo prolonga en el tiempo (aunque la Pascua lo prologue en 50 días, éste más). Viene a ser “más”, no tanto en el origen celebrativo cuanto en la continuidad. Por ello, sobra decir que el domingo remite a la Pascua como a su fuente y la prolonga a lo largo del año. Nada sería el domingo sin esa fuente; ese caudal quedaría mermado sin la prolongación del TO. Esta mística habría de animar la celebración litúrgica de cada domingo. Cualquier cosa que se haga para alimentarla será muy positiva.
  • Día festivo primordial: Por eso no hemos de extrañarnos que SC 106 lo denomine como día festivo primordial. Podría parecer que eso es hacerle sombra a la Pascua, pero no. Pascua y TO se alimentan mutuamente. Es lo que dice el himno “Es domingo”: «La alegría del mensaje de la Pascua es la noticia que llega siempre y que nunca se gasta». No se empobrece por la repetición semanal, no debería empobrecerse por la rutina. Sino que, por el contrario, tendría que cobrar más sentido semana a semana, en la medida en que se lo celebra. Hacer de la celebración litúrgica dominical una columna de nuestra espiritualidad es un acierto.
  • Liturgia que se distingue de la semana: No solamente por sus textos y por el principio citado de “solemnidad progresiva”, sino que se distingue por el tono, por la mística, por la actitud interior. Y eso, en gran parte, depende de cada una, aunque el ambiente comunitario puede ayudar. Quizá haya que comenzar por “desear el domingo”. No tanto para verse eximido de los trabajos cotidianos, sino, sobre todo, por la oportunidad de cultivo de la fe que se nos brinda cada semana. Y luego, además de desearlo, implicarse en una dinámica celebrativa lo más viva posible. Y eso, como decimos, en una parte notable depende de cada una.
  • Preparación en comunidad: Hay monasterios sencillos que lo hacen. Se trataría de juntarse el sábado por la tarde (en algunos lugares se hace más como reflexión dominical que como preparación y por ello lo ponen en la tarde del domingo que suele estar más despejada) para leer en comunidad y comentar de modo sencillo y vivencial alguno de los textos bíblicos del domingo, singularmente el evangelio. Esto no es pisar el terreno a la homilía del celebrante que será complementaria. Y podría ser un modo bueno de activar el deseo dominical y sacarnos de la rutina cuando estamos más bajos de ánimo. Incluso podría invitarse a algún laico. Sería un buen “apostolado dominical”. Creemos que no es objeción decir que las monjas de clausura están “solo para rezar”. Esto puede ser empobrecedor. Las monjas son parte viva de la Iglesia y han de contribuir esencialmente con su oración al tesoro de la Iglesia, pero también con la oferta sencilla de una Palabra vivencial que, por boca de ellas, quizá pueda llegar más al corazón de los cristianos que las homilías de los curas.

 

2. Humildad

 

  • El canto en la LH en el TO: Algo en lo que no habría que bajar la guardia para no caer en la rutina. Aprender un nuevo himno a la semana, un nuevo padrenuestro al mes, un nuevo santo cada dos meses, puede mantener al “coro” vivo. Dejarse llevar “por lo que ya se sabe”, tiene su peligro.
  • La Eucaristía en el TO: ha de seguir siendo cuidada tanto en los días de labor como, sobre todo, en los domingos. Es aquí importante el papel de quien se encarga de preparar la liturgia para que no lo haga con desgana; el papel de la encargada del ornato de la iglesia para que cuide los detalles ornamentales; el papel de la sacristana para que se mantenga el “brillo” de los  objetos de culto; el papel del capellán para no atrincherarse en formularios tópicos (plegaria IV por ejemplo).
  • Signos dominicales en el TO: Signos que pueden contribuir a dar vigor a la celebración litúrgica. En la LH: un himno bien cantado, las oraciones sálmicas, el canto del padrenuestro. En la eucaristía, el uso de la aspersión inicial que conecta el sacramento con el bautismo y la Pascua, las preces adaptadas al momento eclesial presente, la bendición solemne sobre el pueblo. Es necesario pasar de la actitud de “ir a misa” a la actitud de “celebrar la eucaristía”. En aquella no es necesario implicarse mucho, solo ir y responder. En esta segunda, la implicación es necesaria. La contemplativa ha de elaborar el concepto de “trabajo litúrgico”: para que la liturgia se celebre con propiedad se demanda el trabajo de todas, de quien prepara y de quien participa. Un trabajo con todos sus componentes: fatiga, cansancio, esfuerzo, logro, gozo, disfrute, etc.
  •  Celebración festiva y fraterna: Los domingos del TO habría de tener un puntito de celebración festiva y fraterna que dé brillo antropológico (no solo litúrgico) al domingo. Una merienda en el jardín si hace buen tiempo, una película de valores humanos con diálogo fraterno, un recreo con alguna intervención preparada, una visita de alguien que nos pueda contar alguna experiencia enriquecedora (misioneros, algún grupo de la parroquia, el Obispo, algún autor o autora que haya escrito un libro teológico en la ciudad, etc.).

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «Los textos bíblicos y eucológicos que nos ofrece la liturgia, al ser orados en la intimidad de nuestro corazón, permiten conocerlos y vivirlos más intensamente y extraer de ellos toda su fuerza salvífica y transformadora. Pero todo esto exige una connaturalidad con lo celebrado y con cuanto allí se ora y se suplica, lo que supone una auténtica labor de interiorización en las cosas santas que pedimos y recibimos» (J.J.FLORES).

 

 

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LA LITURGICA SACRAMENTAL

 

Los humanos estamos necesitados de celebración. En la celebración se expresa la vida, se recrea la vida y se comparte la vida. En soledad individualista, la vida mengua. De ahí que haya que interpretar la celebración como una oportunidad de vida, no como una carga (por más que cultivarla sea un “trabajo”). Si una comunidad no celebra, se apaga. Si celebra rutinariamente, también se va apagando. Por el contrario, si cultiva la celebración sopla sobre la hoguera del amor y, tras la celebración, la fraternidad revive.

Además de la palabra, en la celebración abundan los signos. Estamos necesitados de signos. Son lenguaje que sugiere, evoca, mantiene vivo el anhelo. Si los signos se mantienen vivos, trabajos, son elocuentes; si no se los mantiene vivos, no evocan nada y cansan. Los signos brillan con luz propia. Por eso un buen signo no necesita muchas explicaciones, lo comprende fácilmente la inteligencia y llega derecho al corazón. No ha de extrañar que el cultivo de la fe cristiana se haya articulado en signos en sacramentos (“signos exteriores para darnos por ellos la gracia y las virtudes”, decía el viejo catecismo de Astete).

Todos sabemos que la fe es un don del amor del Padre. Pero también sabemos que ese don, para que se mantenga vivo y crezca, ha de celebrarse. Si no se celebra, el don se muere. De ahí que la celebración tenga como logro mayor no tanto su brillantez, sino del crecimiento de la fe. Celebramos por razones de fe, no por razones religiosas o legales. Se crece en la fe celebrando. Esta es la manera eclesial de crecer en la fe (compatible con otras vías de crecimiento, como el trabajo de oración personal).

No nos ha de resultar extraño que en el trabajo celebrativo la comunidad ofrezca un amparo impagable. Efectivamente, cuando las fuerzas individuales flaquean, la comunidad viene en nuestro socorro; cuando se nubla el sentido de lo que celebramos, la comunidad nos lo recuerda; cuando se hace soso el canto, muda la Palabra, velado el recuerdo de Jesús, la comunidad que celebra conmigo me descorre los velos que pone la limitación y, animándome a la celebración, me socorre. Por eso mismo, decimos que el amparo de la comunidad resulta impagable, desde la mera presencia física hasta la presencia espiritual.

 

1. Belleza

 

  • Sacramento de la fe: Eso es el bautismo: fuente de la fe (“fuente bautismal de donde brota la fe”, dice el canto). Celebrar la fe celebrando el bautismo es quizá, por fontal, la manera primigenia de celebrar la fe. Como ya dijimos en el curso de sacramentos, la recuperación de nuestro “ignorado bautismo” es imprescindible. La liturgia nos puede ayudar: celebrar con el mayor sentido la liturgia bautismal de la vigilia pascual; rememorar el bautismo es la aspersión dominical en el TO; aprovechar la oportunidad, si la hubiere de celebrar algún bautismo en el monasterio; felicitar a alguna familia próxima en la que sepamos que se ha celebrado un bautismo, etc.).
  • Compromiso de fe: La confirmación es el sacramento de una fe comprometida, de una manera de entender los valores del reino implicada. Recuperar la confirmación habría de llevarnos a sentirnos parte activa de la Iglesia, dejando de lado rutinas, comodonerías, languideces. Recuperar el signo de la confirmación en la liturgia de Pentecostés; en la oración y felicitación a los confirmandos de la parroquia (si los hubiere); evaluar alguna vez el nivel real de testimonio cristiano del monasterio.
  • Misterio de fe: La celebración eucarística es la puerta que abre al misterio. La contemplativa habría de ser no tanto mujer que reza o mujer que está en clausura, sino persona atraída por el misterio., el misterio de Dios y el misterio de la comunidad. ¿Cuál es el misterio de Dios? El amor sin esperanzas (al “enemigo” decía Mt 5,43). Y ¿cuál es el misterio de la fraternidad? Eso mismo, vivir contento en un amor entregado. Apuntar a ese misterio, desearlo, entrar en él, todo eso nos lo puede ir dando la eucaristía, el signo del compartir total. La comunidad compartida, la Palabra ofrecida y el pan y el vino entregado son los signos vivos que abren al misterio del amor entregado.
  • Fe que se apiada: La celebración litúrgica del perdón puede vivirse como misterio de compasión. Es la piedad de Dios y la piedad fraterna que se apiadan del lado débil de la realidad. La liturgia penitencial demanda captar primeramente la compasión para motivar la penitencia. Sin anhelo de cambio real, sin compasión estremecida para con la hermana, la liturgia penitencial es mero rito (“deja la ofrenda y reconcíliate con tu hermano”: Mt 5,23). El signo sacramental del perdón es la ofrenda “retenida” y la palabra ofrecida, el gesto explícito de acercamiento, el intento de reparar algo, el bajarse de posiciones duras y mantenidas de poca fraternidad. De lo contrario, culto vacío.
  • El acompañamiento de la fe: La unción de los enfermos se entiende bien cuando se la ve como acompañamiento de amor. Si ese componente de una “unción de amor” (Jn 12,1-8) no entra en este sacramento, siempre se le mirará de reojo. Eso habrá de ir unido a una valoración más racional y benigna, menos histérica, del hecho de ir acabando la vida, de reconocer la llegada al final del camino. ¿Por qué tanta dificultad en los mismos monasterios? ¿Qué nos ha faltado en nuestra comprensión del hecho humano? Si tenemos la misma mirada que mucha gente, el signo de la unción se nos atravesará.
  • El servicio de la fe: El orden sacerdotal es el sacramento en que se hace signo para la Iglesia el servicio de la fe. El bautismo nos hace sacerdotes profetas y reyes. El orden ministerial consagra el servicio a la comunidad. Vivir este sacramento fuera del marco del servicio lo desnaturaliza. Por lo mismo, quienes no sois sacerdotes, aprecio al ministerio y relación colaboración con él, no de servidumbre ni de dominio por su parte. La relación del monasterio con los sacerdotes (capellán, párroco, confesores, profesores, curas amigos, etc.) ha de ser igualitaria y colaboradora, con un punto de afabilidad y de mutuo aprecio.
  • Misterio de amor: Eso es el matrimonio. Lo sabemos aunque no nos hayamos casado. Sin amor, el contrato matrimonial se reduce a una relación transacional. Por eso, por causa del amor, el signo del matrimonio (cristiano y otros) ha de ser apreciado por todos los creyentes. Al fin y al cabo, si de amor se trata, todos confluimos en el mismo punto.

 

 

 

2. Humildad

 

  • Interesarse por el propio bautismo: Pedir a la parroquia una fotocopia del propio bautismo, ignorado a veces. Enmarcarla sencillamente. Celebrar modesta pero espiritualmente el día de nuestro bautismo. Es una celebración de fe. Y para nosotros ese tipo de celebraciones tienen sentido.
  • Renovar el compromiso con la fraternidad y el trabajo litúrgico como compromiso que confirma la fe actual. El compromiso de la contemplativa tiene que ver con la comunidad y con la oración. Confirmar nuestra fe en esos dos ámbitos primordiales.
  • Interesadas por el misterio, interesadas por la profundidad: la contemplativa requiere un plus de profundidad porque la búsqueda del rostro de Jesús apunta a lo profundo, a “los ojos deseados” que reflejan el fondo de la fuente, como decían san Juan de la Cruz.
  • Encarar los conflictos con humanidad. Ese habría de ser el signo antropológico de quien celebra el signo litúrgico del perdón. Este sin aquel rondaría el vacío. La comunidad que perdona es signo del rostro mismo de Dios (Gen 33,11).
  • Contra viejos individualismos: Esa la actitud que demanda una mirada nueva sobre el signo de la unción. Darle una dimensión comunitaria es salvarlo y hacerlo útil de alguna manera para la construcción de la fe.
  • Ministerio de fraternidad: Así es el orden consagrado. Por eso, la fraternidad ha de presidir las relaciones con los sacerdotes. Son hermanos que colaboran a nuestro crecimiento cristiano. Lo que pase de ahí es cuestionable.
  • Aspirar a una vida en amor: A eso empuja en signo del matrimonio. Quitar del horizonte de la vida comunitaria esta aspiración es empobrecerla. Otra cosa es el trabajo que haya que hacer para que esto sea una realidad tocable.

 

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «Los sacramentos son la fuente de la fe, de ahí que se insista mucho hoy en esta meditación sacramental de la Iglesia porque, sin la fe en la Iglesia, la liturgia sacramental no sería más que un rito externo, una manifestación de imágenes edificantes. Es la fe de la Iglesia universal, de todo el cuerpo de Cristo, la que se expresa en los sacramentos, estableciendo una continuidad entre el misterio redentor y el sujeto que recibe los mismos» (J.J.FLORES).

 

 

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LA LITURGIA DE DIFUNTOS

 

Por contagio social, el tema de la muerte lo marginamos y no suele ser motivo de aprecio. Sin embargo, a nada que se piense, el morir no solamente es parte de la vida, sino que es momento importante, quizá tan importante como el nacer aunque en el polo opuesto. Hablar bien de la muerte de otros sería un paso. Hablar de la propia muerte otro más importante.

Hay que preguntarse por qué la histeria ante la muerte está igualmente viva en las comunidades. Parece que tendría que tener otro aire. De hecho, en parte, lo tiene. Paro hay que reconocer aún nuestras reacciones son muy histéricas, muy dramáticas, poco sosegadas y valorativas. La celebración litúrgica de difuntos podría colaborar a  ver el morir como parte de la vida y a hacerle un sitio en los modos más razonables que se pueda.

Desde ahí habríamos de valorar los actuales trabajos por humanizar la muerte: la muerte digna, los cuidados paliativos, el testamento vital, etc. tendrían que ir siendo asimilados cada vez mejor por nosotros. El mismo tema de la eutanasia, tan complicado, tendría que ir entrando con paz en nuestra reflexión. Quizá desde el lado social se nos brinde hoy una mejor comprensión del tema de la muerte y tal vez haya de influir en los modos celebrativos, en los textos litúrgicos que no vienen de esta época (¿contemplan, por ejemplo, los textos el hecho de la incineración? ¿Se adecúan los textos eucológicos de difuntos a este dato ya recurrente en la misma vida religiosa?).

Del mismo modo que socialmente se trabaja hoy desde muchos lados cómo humanizar la muerte, habría que desear que  la celebración litúrgica contribuyera algo a este fin. Para ello quizá haya que sacar a tales textos del único marco en que se los ha situado, en el más allá, y ponerlos en el más acá de nuestro caminar humano. Esto no menguaría la fe en la resurrección ni quitaría brillo al triunfo de Jesús sobre la muerte. Si se la entiende mejor a nivel humano, también se la comprenderá mejor a nivel cristiano.

Más aún, Jn 16,23 habla de una alegría inarrebatable: “nadie os quitará vuestra alegría”. Ni siquiera la misma muerte porque se podrá vivir este acontecimiento difícil en el gozo de una alegría honda basada en la promesa de Jesús. Por eso, la liturgia de difuntos habría de tener un punto de alegría sosegada, al menos en aquellas circunstancias en las que se más fácil detectarla (la vida comunitaria habría de ser propicia a tal modo de alegría en medio de la pena). No se trata de caer en el “mueren sin llorarse” que el refranero cuelga a la vida religiosa. En las lágrimas puede haber alegría de calidad, humana y creyente.

 

1. Belleza

 

  • De una liturgia de temor a una liturgia de esperanza: Ese habría de ser el camino a seguir. Para ello, habrá que escoger con cuidado los textos litúrgicos y, si fuera preciso, modificar alguna expresión que proviene de los “tiempos del temor” en que se escribieron tales textos ejemplo claro es la secuencia Dies irae suprimida por el Vat.II y que algunos aún mantienen; ¿qué decir del estribillo atribuido a san Juan de la Cruz “al atardecer de la vida…”? ¿examina Dios, o ama?
  • Centrada en el triunfo de Jesús: Esa es la correcta perspectiva litúrgica. Para el cristiano, la muerte es leída en la perspectiva del triunfo de Jesús. Ello no implica el olvido del hecho antropológico de morir, sino que se lee desde Jesús. En un momento en que se escucha con emoción el panegírico del difunto hay que insistir en la lectura creyente del morir. Quizá las valoraciones antropológicas, históricas, anecdóticas del difunto puedan tener lugar en otro momento de comunicación fraterna (no estaría mal una reflexión valorativa tras la muerte de la hermana). Por eso habrá que ser moderado a la hora de valorar la trayectoria de quien muere (¿tienen razón de ser esas largas necrológicas que se leen en los funerales de los frailes, no sabemos si de las monjas?).
  • La iluminación y el consuelo de la Palabra: Todos lo sabemos: el sentido de la muerte es inexplicable más allá del simple acabar la vida. Por eso, ofrecer explicaciones fáciles no deja de ser algo infantil. Pero los textos de la celebración pueden iluminar, sosegar, acompañar, alegrar, aunque no nos ofrezcan una explicación. Por eso la celebración litúrgica es tan necesaria en el momento del tránsito de una hermana no tanto de cara a quien ha muerto, sino en relación con quien celebra la vida que esconde en el sótano de la muerte. La liturgia de difuntos no ha de ser algo obligado con los difuntos, que también, sino algo necesario para los vivos.
  • Una liturgia austera y esperanzada: ambos elementos han de estar presentes. Una liturgia de difuntos suntuosa es una vanidad. Una liturgia que no haga respirar, que no anime a la vida, que no mantenga la tesis de que vivir con esperanza es la mejor manera de vivir es una liturgia cortocircuitada.
  • En el gran movimiento del cosmos salvado: La nueva física nos invita a situar nuestra muerte en ese gran movimiento del cosmos. Morir no es ir a un lugar donde, como solemos decir, nos encontraremos con nuestros seres queridos (ya lo dijo claramente Juan Pablo II en las catequesis de julio de 1999). Habrá que cambiar al paradigma: el cielo es la fuente del amor, allí se sitúa nuestra vida resucitada; es la verdad de lo que somos, la participación en la vida del cosmos, la hermosura del designio amoroso de de Dios. Estas nuevas metáforas demandan la confianza como requisito: lo decisivo es la confianza.

 

2. Humildad

 

  • Mantener el recuerdo hablando bien de nuestros difuntos: no cansarse de, cuando llegue el caso, hablar bien de las hermanas que nos han ido dejando. Y si hay que hablar de fallos, hacerlo con comprensión. Un difunto no puede defenderse; nosotros hemos de ser sus “defensores” hablando de ellos con la mayor ecuanimidad posible.
  • Escribir bien las notas necrológicas: No un puñadito de fechas y nada más. Tratar de poner por escrito sobre todo lo bueno de su vida (sin dorar la píldora) y lo menos bueno dicho con comprensión. Un necrologio fraterno no puede ser un mero libro de fechas. La fraternidad se extiende a ese terreno de más allá de vida física de los hermanos/as.
  • Cantos de amor en el duelo: Es una suerte que alguien diga en un poema, en un canto, el amor que se sentía por el difunto. Muchos de nosotros no tenemos vena poética. Pero podemos pedirla prestada (terminar la celebración litúrgica con el himno “Vete alma mía segura” de R. Grández con música de R. M. Riera en que se evocan las palabras finales de santa Clara es hermoso).

 

3. Lo que dicen los expertos

 

         «Nunca se insistirá bastante en el carácter gratuito, festivo y gozoso del culto cristiano. La liturgia es el tiempo privilegiado de la alabanza y de la gloria divina. La vida litúrgica brota de la celebración que actualiza plenamente el acto redentor de Cristo, la Pascua (J.J.FLORES).

 

 

 

6 comentarios

Teresa -

“Cuando se nubla el sentido de lo que celebramos, la comunidad nos lo recuerda; cuando se hace soso el canto, muda la Palabra, velado el recuerdo de Jesús, la comunidad que celebra conmigo me descorre los velos que pone la limitación… me socorre” Y cuántas veces lo hemos experimentado así, a pesar de las pobrezas evidentes de nuestras celebraciones.

Sí, hay belleza en la liturgia sacramental contemplada así: como sacramento, compromiso, misterio, acompañamiento y servicio de fe; como fe que se apiada y misterio de amor.

En el convento siempre he oído hablar de la muerte: la propia y la de los demás. Y he contemplado la de unas cuantas hermanas. Siempre he visto una aceptación serena si ha de tener lugar en el hospital, pero se prefiere en el convento. Nunca se deja a una hermana sola en este trance y la compañía se hace con gestos, con citas que a ella le gustan desde siempre, o con sus cantos favoritos. A menudo se habla de la muerte propia en nuestros recreos eligiendo esos cantos o citas que una quiere escuchar entonces.

La cita de San Juan de la Cruz ha pasado a la posteridad así, pero el original no añade “de la vida”. Se refiere al atardecer de cada día. Y la palabra “examen”, aunque signifique lo mismo que hoy, tiene un matiz más suave. Al atardecer te examinarán en el amor: será lo único que contará para Dios cuando mire toda tu vida al encontrarte con él tras la muerte.

También nosotras necesitamos mucha moderación (y mucha verdad) al “valorar la trayectoria” de las que mueren. Se hace en nuestras cartas circulares a todos los conventos cuando una muere. Pero dejan mucho que desear en todos los sentidos. Salvo casos excepcionales se repiten tópicos que no aportan nada.

Totalmente de acuerdo en la necesidad y oportunidad de la iluminación y el consuelo de la Palabra en el momento del tránsito cuando están presentes los familiares.

San Juan de la Cruz, durante la recomendación del alma, en la hora de su muerte, pidió a sus frailes que “dejaran eso” y le leyeran del Cantar de los Cantares. Creo que es lo mejor que se puede escuchar entonces.

Teresa -

Aprendí a amar la Navidad gracias a la liturgia. Ella me introdujo en el misterio de la encarnación del hijo de Dios al margen del folclore propio de este tiempo (con el que también disfruto, la verdad) En la liturgia de Navidad es donde mejor percibo su belleza y humildad, por la hondura de los textos e himnos y por los medios pobres pero dignos. Todo un privilegio.

Tiempo Ordinario y la liturgia como “antídoto espiritual contra el desaliento y la soledad” Todo un regalo.

“Nuestros himnos de bendición no aumentan tu grandeza, pero nos dan la gracia que nos salva” Nunca habrá razones para ir a la eucaristía el domingo, y menos obligación; solo encuentro con Dios y celebración en comunidad.

Yo creo, desde hace tiempo, y con perdón, que los comentarios y vivencias compartidos en los conventos sobre el evangelio del domingo, son bastante mejores que la mayoría de las homilías. Y sí, decir que las monjas están solo para rezar es muy muy empobrecedor.

“Connaturalidad con lo celebrado y con cuanto allí se ora y se suplica , lo que supone una auténtica labor de interiorización en las cosas santas que pedimos y recibimos”, o definición de celebración auténtica.

(Continuará...)







Teresa -

Es verdad: todavía tenemos una deuda pendiente con la Pascua. A pesar de muchos esfuerzos (parece que la Vigilia Pascual va calando entre los fieles) sigue siendo la Cuaresma la que más pesa en el ánimo de la mayoría. Y en las comunidades religiosas, que estamos más formadas y mentalizadas, ¿no es verdad que se insiste en la Cuaresma y su espiritualidad propia durante los cuarenta días que dura, y apenas logramos mantener una espiritualidad del gozo pascual hasta el final de la Octava? ¿Por qué nos costará tanto vivir el júbilo sin abstinencia, austeridad y penitencia?

Me apunto a creer y vivir que “la liberación pascual es fruto de la entrega” y, precisamente por ello, fuente de la alegría más profunda y auténtica.

Hay pasión en la meditación sobre los avances de la física cuántica y lo que aporta a la fe. Y la pasión siempre es muy contagiosa…

“Para vivir como resucitados no hay que esperar al más allᔠAsí merece la pena, y mucho, ser cristiano.

(Continuará...)



Teresa -

Bien por las “inyecciones de espiritualidad” para las solemnidades.

“No exaltación, sino ahondamiento”, y “actualización” como algo fundamental para dar y encontrar sentido a la celebración de las solemnidades.

“No hagamos misterio de lo que no es, que bastante tenemos con lo que es. Contemplar el misterio… es sentirse atraído por él, verlo compatible con mi camino cristiano, vivirlo como un verdadero aliento para el caminar cristiano” Qué buena observación.

El domingo como “día para tener en cuenta”, en la oración, a los “miembros vacilantes de la Iglesia” Todo un descubrimiento para mí a “tener en cuenta”.

“Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita” que nos dé el hondo calado humano que perdemos sin ella.

(Continuará...)


Teresa -

“La Eucaristía se celebra en el gozo de la presencia física de las hermanas… hay que respetar y valorar esa presencia en modos serios…” Un buen apunte para comunidades de vida contemplativa, donde se intenta vivir la liturgia eucarística en su mayor esplendor (dentro de lo posible) pero se deja sentir, en no pocas ocasiones, si no se ha trabajado a conciencia antes, que estamos “en casa”, y los modos acaban siendo “de andar por casa”

“Tal como la tenemos ahora (la Eucaristía)…” ¿de verdad conecta con “el recuerdo vivo de Jesús”? ¿Se puede experimentar en su celebración que “tiene su núcleo en el memorial de la cena de Jesús”? ¿O hay que hacerlo en fe pura y desnuda?

La Eucaristía como gran acción de gracias que no necesita más. Es verdad.

“Nos apoyamos en toda la Iglesia” Una gran riqueza para nuestras comunidades que evita anclarse en la tan temida y perniciosa autorreferencialidad.

Hermosas palabras, las de J.J. Flores, sobre Jesucristo como verdadero y propio sacramento. Para dar todo sentido a lo que celebramos en comunidad.

(Continuará...)


Teresa -

“La LH hace parte de una gran corriente de espiritualidad que recorre las venas de la Iglesia”. Sí, ahí reside su belleza a pesar de la humildad de la celebración en muchas ocasiones.

“Humildad, pero con vida dentro” Y sí, es verdad que la rutina mata la liturgia, de modo especial la LH, que tiene lugar varias veces al día. Muchas de ellas, además, en el marco de una humildad y falta de recursos tales que hacen difícil percibir la belleza que encierra y ha de celebrar.

Detalles: algo digno de cuidar. De modo especial en el seno de las comunidades, donde todos nos conocemos tan bien, y la LH toma el pulso a la comunión entre todos y su autenticidad.

“Dios es absolutamente inmaterial y su belleza es totalmente distinta… ya que solo Dios es la plenitud del ser. La experiencia de Dios, la más bella y plenificadora, es gratuita y Dios la concede… a aquellos espíritus que se predisponen a su acción con el silencio y la plegaria” Bien por la metafísica fundamental.

(Continuará…)