Haz de luz
HAZ DE LUZ
Materiales para la Pascua Juvenil de 2020
INTRODUCCIÓN
No sé si te habrás parado a pensar algo elemental: la tierra es un planeta si luz. Si no fuera por el sol, haría millones de años que todo habría perecido en la oscuridad. Ni colores, ni rosas, ni miradas brillantes, ni amaneceres, ni puestas de sol. Ciegos como los topos. Muertos en la oscuridad. Pero gracias al hermano sol todo sonríe, todo vive, todo se pinta de color y de calor. Somos luciérnagas que se nutren de la luz del sol. Estamos así de necesitados de luz.
En una canción del año pasado Rozalén decía que cuando “se encendió una luz en la ciudad” triste y oscura, el amor salió a la calle.. Necesitamos la luz y esa luz se puede encender. La puedes encender tú con cualquier gesto de luz, con cualquier palabra luminosa, con una sonrisa que ilumina. Encender la luz en la ciudad, en tu calle, en tu casa es algo hermoso y necesario.
Es que la Pascua de Jesús es, sobre todo, más allá de cualquier tiniebla, una fiesta de luz. En Jesús, la luz termina por triunfar sobre la tiniebla y el miedo. Por muchas y densas que sean las sombras, la luz de Jesús las atraviesa y llega hasta nuestro corazón arrojando sobre él un chorro de luz. No hay tiniebla que se le resista, no hay rincón oscuro al que no pueda llegar la cálida luz que abraza y reconforta.
Decían de Francisco de Asís sus biógrafos primeros que él fue “una luz entre la niebla”. Con más razón podemos decir eso mismo de Jesús. Por mucha y cerrada que sea la niebla de tu vida, la luz de Jesús puede atravesarla y hacer que brille un sol nuevo y amable. San Pablo dice que él quería anunciar el “amanecer” que es Jesús. Un amanecer, eso es la Pascua.
Un amanecer y un haz de luz. Un haz que te invita a que tú también seas otro haz, siquiera más modesto, de luz. Haz de luz para tus amigos, para tu familia, para tus compañeros de convivencia. Haz de luz hoy mismo. No dejes que la tiniebla y el mal rollo roben un minuto de tu tiempo. Intenta ser luz y verás que ese intento es premiado con la certeza de que quien está contigo es también para ti un haz de luz.
I
JUEVES SANTO: HAZ DE LUZ EN NUESTROS PIES
Aunque este año celebraréis el Jueves Santo en la forma del Seder, la celebración de la pascua judía, veréis que hemos incluido en ella el relato principal de este día: el lavatorio de los pies. Está muy bien que un día al año la celebración mire a los pies, a nuestros pobres pies que, algunos de nosotros, cuidamos tan poco. Son humildes, no protestan, pero ¡qué necesarios son! ¡Cómo nos acordamos de ellos cuando tenemos un esguince o una ampolla!
Los pies tienen su lenguaje, como el rostro, aunque sea este en el que casi siempre nos fijamos. Los pies hablan más libremente y no controlan tanto lo que queremos ocultar. Los pies dicen cuando se orientan hacia fuera que estamos impacientes, cuando se cierran sobre ellos que no queremos saber nada con el otro, cuando reclaman descanso que ellos también son “humanos”. Tendríamos que aprender a entender el lenguaje de nuestros pies.
Para Jesús que lava los pies a los discípulos, los pies de sus amigos son como su persona, merece ser cuidada y amablemente tratada. No tiene inconveniente en doblarse hasta llegar a ellos porque lavándolos y secándolos es como si bañase a toda la persona. No le importa tocar la suciedad que se les ha pegado del polvo del camino, porque han compartido caminos como quien comparte vida.
Francisco de Asís hacía algo parecido con sus hermanos. Por eso aseguraba que “tiene uno que enorgullecerse de tener un cargo como si le encargasen lavar los pies a los hermanos y deberían pensar que es mejor que le quiten el cargo que el que lo aparten de lavar los pies a los hermanos”. Él sí que lo tenía claro: “el hermano menor ha de estar siempre disponible a los pies de sus hermanos”, decía muchas veces.
Este gesto de Jesús que nos narra san Juan tiene una significación muy profunda: anticipa el gran gesto de servicio que es la muerte del Señor. Si no se entiende que lave pies (¡cuánta dificultad tiene Pedro!), menos se entenderá el gran servicio de su muerte. Por eso, si celebras hoy a este Jesús que lava los pies, tus pies, estás ya celebrando la muerte y resurrección de Jesús.
Habríamos hoy de reconciliarnos y mirar con amor nuestros pies y los de nuestros amigas y amigos. Es como acoger su vida, como decirles: tus caminos me importan, quiero que las sendas de tu vida no se me sean ajenas, me interesa saber tus senderos para hacerlos también míos. Que nuestros pies, humildes y callados, sean haz de luz que nos enseñen el amor.
II
VIERNES SANTO: HAZ DE LUZ EN NUESTRAS HERIDAS
Hoy es Viernes Santo, día en que el centro lo ocupa el recuerdo amable de la pasión de Jesús, su entrega total y generosa. La persona de Jesús es alguien con heridas, porque no es fácil amar sin heridas. Sus manos y pies heridos, su cuerpo despreciado son el signo de un amor loco, el amor de quien dejaba las 99 ovejas en el monte e iba en busca de la perdida.
Efectivamente, todos sabemos que es casi imposible amar sin recibir alguna herida. Ya lo dijo el poeta: “¿Qué sabes tú de la desdicha de amar?”. Porque amar es fuente de alegría, pero, a veces, la pena y la herida alcanza el corazón. Es cierto lo que dicen que dijo Alfonso X el Sabio: “Más vale sufrir pasión y dolores que andar sin amores”. ¡Si lo dijo él, que era sabio!
Por eso ocurre que la pasión de Jesús, aunque tenga un lado sufriente, es un haz luminoso: ilumina la hermosa realidad del corazón entregado, la certeza de que las entregas tienen un valor en sí mismas y que nunca se pierden. ¡Qué bien lo dijo Marina Rosell: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”! La pasión de Jesús nos dice, una y otra vez, que nunca demos por perdido todo, que siempre puede haber una pequeña luz en medio de las sombras. Por eso es un pasión para la esperanza, para la luz.
Todos llevamos en nuestra mochila personal una serie de pequeñas o no tanto heridas relacionales. A veces nos hacemos daño. La pasión de Jesús nos empuja a no desistir en el bien. San Francisco solía decir: “Si alguien no puede amar a su prójimo, procure no hacerle mal, sino bien”. Hacer el bien, lo sabemos, es la mejor lámpara para nuestra vida, aquella que puede sacarnos muchas veces de la oscuridad.
Cuando celebres esta tarde la Pasión del Señor que no te abandone un sentimiento de alegría porque no se está celebrando un fracaso, sino un triunfo del amor. De ahí que has de tener la certeza de que tus heridas no son el horizonte, sino que te espera, como una patria, la tierra del amor. La entrega de Jesús, haz vivo de luz, es la que mantiene en nosotros viva esta certeza.
III
SÁBADO SANTO: HAZ DE LUZ EN NUESTROS SILENCIOS
El Sábado Santo es un día atípico. Tanto que es el único día en todo el año que no hay eucaristía (la Vigilia pascual es del Domingo de Resurrección). Es día de hondo silencio, de quietud, de sosiego, de mirar en paz, de contemplación. Nos viene fenomenal que alguna vez paremos un poco el motor externo de nuestra vida y le demos marcha al motor de dentro, el amor que nunca duerme.
Tras este parón, por la noche celebraremos con alegría la certeza de que el amor es quien mueve el cielo, las estrellas y los corazones. Por eso mismo, prepararse con un baño de silencio puede ser algo muy interesante porque este silencio no es de muerte, sino de vida. Un silencio embarazado de vida.
A veces le tememos al silencio porque lo consideramos no solo aburrido, sino amuermado, triste, muerto. Pero no es así: en el silencio puede haber un verdadero fuego que arde, una alegría que se derrama hacia adentro más que hacia afuera, una fuerza que se manifiesta en el nuevo impulso con que nos subimos al carro de la vida. No está mal el silencio cuando se mira a lo profundo. Hay un dicho judío del tiempo de Jesús que él sabría de memoria. Decía: “Toda mi vida la pasé entre sabios y aprendí que lo más importante es el silencio”. No está mal.
San Francisco sabía mucho de esto porque le gustaba hacer retiro por lugares muy bellos que habréis visitado: las Cárceles, Greccio, la Alvernia, la Foresta. Por eso solía decir: “Hable el silencio donde falta la adecuada expresión”. De otra manera y con cierta guasa lo dijo Benjamín Franklin: “Mejor es callar y que sospechen de tu poca sabiduría que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello”.
Para que la celebración de esta noche sea un haz de luz, un revivir lo más querido de nuestra fe en Jesús, no está mal ahondar en el silencio. No hace falta estar todo el día de cháchara. La naturaleza es un marco muy bueno para practicar el silencio. No temas darte un paseo solo por el monte y vete rezando: “Que mi silencio me ayude a escuchar tu voz”. Así Jesús será un haz de luz potente en la celebración de la noche.
IV
RETIRO: HACES HUMILDES DE LUZ
Podemos pensar que solamente un haz fuerte de luz puede ser interesante, que si hemos de convertirnos tenemos que ver un relámpago potente que, como a Pablo, nos tire del caballo. Pero resulta que tenemos delante de las narices humildes haces de luz que nos pueden iluminar de manera gozosa y profunda. ¿Por qué no dedicarnos en este retiro del Sábado Santo a caer en la cuenta de los humildes haces de luz que tenemos a la mano?
- El haz de luz de los colores: el verde intenso de la hierba, el verde joven de las hayas que están floreciendo, los amarillos y blandos de las flores de las cunetas, el azul intenso del cielo, etc. Mira detenidamente los colores; haz una lista de colores que ves, ponles algún adjetivo
- El haz de luz de los destellos: el destello del cielo, del avión que deja su estela, el destello humilde del regato donde va el agua brillante, el destello de la línea del horizonte. Anota los destellos, valóralos de 1 a 10.
- El haz de luz de los gusanos que viven entre las hierbas: son nuestros aliados porque trabajan la tierra: las hormigas, los escarabajos peloteros, los renacuajos. Mira la tierra que tienes delante, descubre a sus habitantes, agradéceles su “trabajo”. Nómbralos si sabes su nombre.
- El haz de luz de los grandes animales: el brillo en el lomo de las yeguas, las vacas, los terneros. Su potencia, su paz que no molesta a nadie. La hermosa compañía que nos hacen. Su lenguaje de vida. Hazles alguna foto bonita con el móvil.
- El haz de luz de los espinos blancos: que florecen a una con la Pascua. Sus flores son lenguaje de estas fiestas y luego, se apagan. Alégrate con su alegría. Siéntate cerca de ellos y “háblales”. Nosotros, ingenuos, creemos que no escuchan.
- El haz de luz de los grandes árboles: los pinos, las hayas capaces de acoger a su sombra a todo un pueblo. Son los verdaderos habitantes del planeta, los que nos sobreviven, los que no se cansan, año tras año, de ofrecernos su compañía, su sombra.
- El haz de luz de los senderos que se pierden: porque el monte está lleno de ellos. Se pierden pero todos llevan al mismo lugar, al corazón de las casas, de los pueblos, de las personas. Son los caminos luz para nuestros pies, indican que no estamos del todo perdidos en la vida.
Y luego, cuando vuelvas a casa, no te olvides de los otros haces de luz: la sonrisa que es luz de vida para el alma, el brillo de los ojos que es lenguaje del amor evidente, el gesto de amabilidad que habla de sentimientos hermosos, la pequeña ayuda y la colaboración que es el lenguaje de la fraternidad.
Y al final de todo, piensa que todos estos haces de luz se pueden unir al gran haz de luz que las resurrección de Jesús. Por eso, no lo dudes, tienen su sitio en la celebración de la Vigilia de esta noche.
1 comentario
Teresa -
Bellísima oración la del Jueves Santo: Tus caminos me importan, quiero que las sendas de tu vida no me sean ajenas, me interesa saber tus senderos para hacerlos también míos. Que nuestros pies, humildes y callados, sean haz de luz que nos enseñen el amor
San Juan de la Cruz se refería a los sufrimientos/dolores como al traje de amadores
Si nuestra mochila personal, con su carga inevitable de grandes o pequeñas heridas, puede ser un haz de luz bendita sea.
Un silencio embarazado de vida: preciosa expresión.
Haces humildes de luz: ¿pero quién nos pide un brillo extraordinario que domine sobre otros? Los pequeñitos se pueden unir al gran haz de luz que es la resurrección de Jesús. ¡Qué maravilla!