Volveremos a encontrarnos
VOLVEREMOS A ENCONTRARNOS
El Señor nos da hermanos. La fraternidad: un sueño que se cumple
Quiero comenzar recordando el párrafo inicial del discurso de Charles Chaplin en la película “El Gran Dictador”, discurso pronunciado en tiempos de ideologías atroces: “Lo siento, pero no quiero ser emperador. Eso no me va. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible: a judíos y gentiles; a negros y blancos. Todos queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos”. Los seres humanos somos así. Por encima de desamparos, nuestro horizonte es la fraternidad.
A los franciscanos nos encanta hablar del tema de la fraternidad y la trabajamos cuanto podemos. Es una gran parte de nuestras señas de identidad. Hablemos, pues de lo que nos gusta. Hablemos y construyamos los caminos de la fraternidad.
1. Hay muchos que sueñan con la fraternidad
Podría parecer que esto de la fraternidad es únicamente para gente creyente, religiosos o franciscanos. Pero no, existe un caudaloso río que atraviesa y riega las raíces del mundo. Mucha gente sueña con un mundo fraterno de relaciones nuevas. Como muestra, un botón:
En el año 2010 recibió el premio príncipe de Asturias de humanidades y comunicación el anciano sociólogo polaco, judío y represaliado, Zigmunt Bauman, el de la “modernidad líquida”. Éste había dicho que convivir con los otros ha sido un problema omnipresente de la sociedad occidental, y que las principales estrategias utilizadas de oposición a la convivencia son la separación del otro excluyéndolo (estrategia émica), la asimilación del otro despojándole de su otredad (estrategia fágica) y la invisibilización del otro que desaparece del mapa mental. Pues bien, escuchemos tres frases del discurso que Bauman dijo en la recepción del dicho premio príncipe de Asturias: “Toda mi vida he intentado hacer sociología del modo en que mis dos profesores de Varsovia, Stanisław Ossowski y Julian Hochfeld, me enseñaron hace ya sesenta años. Y lo que me enseñaron fue a tratar la sociología como una disciplina de las humanidades, cuyo único, noble y magnífico propósito es el de posibilitar y facilitar el conocimiento humano y el diálogo constante entre humanos… Para ello es necesario hacer pedazos los velos hechos con remiendos de mitos, máscaras, estereotipos, prejuicios e interpretaciones previas; velos que ocultan el mundo que habitamos y que intentamos comprender… Y es esto: que estamos destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, destinados a comunicar y de ese modo, a vivir el uno con y para el otro”.
Vivir el uno con y para el otro. Ese es el sueño hermoso y básico de la fraternidad por el que muchos seres humanos ha vivido, han sufrido, han incluso muerto. Por eso nos decimos que hablar y vivir la fraternidad es participar de ese gran río que atraviesa el subsuelo de la historia y del que, modestamente, podemos hacer parte. No pensemos nunca que estamos solos en el sueño hermoso de la fraternidad.
2. Francisco, el hermano
Lo sabemos, no quería otro título, ni otra denominación para sí y sus hermanos: “Quiero que esta fraternidad se llame Orden de Hermanos menores” (1C 38). Francisco, como muchos laicos medievales, había descubierto, en el oscuro mundo de aquella época, el brillo luminoso y atrayente de la fraternidad. Quizá fue algo que le cogió con el pie cambiado: él quería vivir el Evangelio y he aquí que, para su sorpresa, se le juntaron pronto un buen grupo de jóvenes de Asís tan decididos o más que él (recordemos a Bernardo de Quintaval, por ejemplo). Pero el colmo fue cuando hubo mujeres, con Clara a la cabeza, que querían también “ser hermanos”, comunidad franciscana. Francisco buscó el Evangelio; la fraternidad le buscó a él.
Vamos a subrayar algunos de los modos simples con los que Francisco tejió la delicada tela de la vida fraterna:
- Miró con otros ojos: Cambió la manera de mirar a las personas y a las cosas. “Pasé de los ojos de mi caballo Omar a los amorosos ojos de Francisco”, dice en la película Francisco el hermano Rufino cuando cuenta su entrada en la fraternidad. El cambio de mirada es el cambio de la persona. Mirar como siempre y pretender la fraternidad es imposible.
- Gozó de la primavera: Y lo hizo con hermanos. Cuando volvieron de la “aprobación” que les dio el papa y anduvieron exultantes y dichosos por el valle de Rieti. Un gozo común y simple. Sin ese ingrediente del disfrute, la fraternidad se hace cuesta arriba.
- Anduvo por caminos: Porque Francisco, como Jesús, es un hombre de caminos y se alegra y dicen que los menores han de alegrarse de quienes andan por los caminos (1R 9,2). Una fraternidad que no sabe de caminos es una fraternidad encorsetada.
- Comió con alegría: Porque le gustaban las comidas humildes en fraternidad, aunque fuera un pan robado a los conejos (como se dice en Francesco cuando se cuenta la escena de 2C 22). Comer es mejor que ayunar cuando la comida alegra el cuerpo y el alma del hermano.
- Disfrutó de lo bello: De la música, del canto loco en francés, de la música “celestial” aunque los estrictos crean que esto es disipación y mal ejemplo (2C 126). Un disfrute contagiado, eso es la vida en fraternidad, más allá de limitaciones.
- Dejó de ser el centro: Para que los hermanos, la fraternidad, hagan su camino, aunque a él no le convenciera mucho. Dejó de ser el líder, dejó de estar en el punto de mira, dejó casi de hablar (como los señala la Crónica de J. de Giano, n.19). Llegó a creer que el centro no era él, sino la comunidad como tal. La fraternidad necesita hermanos animosos, no líderes que arrastren.
- Cantó en la noche: Porque, al final, la fraternidad fue para él una noche. Pero no dejó de “cantar” (como diría Brecht), no dejó de ser hermano. Así lo vemos en VerAl.
- Aportó profecía hasta el final: Con aquellos duros gestos que los hermanos recibían con el ceño fruncido (nombramiento de Bernardo de Quintaval como ejemplo de la Orden, nombramiento de la Porciúncula como ejemplo de la Orden, deseo de morir desnudo como profecía contra el tráfico de reliquias, etc.). No fue su forma de hacer fraternidad algo siempre lírico. Tuvo su dureza y la encajó como pudo.
3. Hermanos “franciscanos” sin hábito y hasta sin fe
Antes hemos dicho que no estamos solos en el sueño de la fraternidad, que hacemos parte de un gran río. Francisco mismo es una partecita de ese gran caudal. Queremos mostrar, dando un quiebro, una pequeña galería de personas que, a su manera, están en este tema de la fraternidad humana. El ponerlas aquí delante quiere ser un modo de animarse a esta hermosa labor.
Esta mujer es Virginia Castelló, una cantante a quien la vida le ha llevado a ofrecer su música en ámbitos hospitalarios para hacer más benigna la situación de quien sufre mucho en tales lugares. Dice que “una punción medular con Diana Krall es otra cosa”. Y por eso ha ideado el plan “música en vena” para aliviar la tensión y el dolor de quienes sufren.. Estas personas hacen realidad eso de que en las situaciones de pobreza hay recursos ocultos que es hermoso desvelar. Obra de fraternidad con el débil.
Esta otra mujer es Inmaculada Pimentel, una odontóloga que se ha volcado en la salud de los niños de África y que considera colaborar en esa obra social como una suerte para ella. Dice: “Voy a África a que me ayuden. De allí vuelvo nueva”. Son personas (las hay muchas) que tocan las llagas de los empobrecidos no con sentimientos de paternalismo o superioridad, sino con agradecimiento. Esa es la manera correcta de tocar llagas para curarlas.
Este señor es Carlos Cristos, médico de familia que murió joven por causa de una enfermedad degenerativa y que optó por vivir hasta el último suspiro “a ser posible con una sonrisa”, como él decía. Dio pie a la hermosa película “Las alas de la vida”. Son personas que, aun con grandes limitaciones, aman la vida y estrujan sus posibilidades y disfrute al máximo. Enriquecen el tesoro de la vida a la que aman. Generan fraternidad
Estos son los niños de una clase del colegio de Camposoto de San Fernando de Cádiz. En el centro, abajo, un niño con parálisis cerebral, Antonio, al que sus compañeros llaman “Super Antonio”. Unas maestras que alcanzan el rango de heroínas hicieron posible lo imposible: que ese niño estudie con sus compañeros “normales”, quienes recurren a él para preguntarle cosas que no entienden, para jugar y que lloran cuando “Súper Antonio” falta a clase. “Si Antonio se va, yo me voy”, dice un niño en un video hecho por la escuela. Este es uno de esos pequeños pero impactantes bocados de realidad que saltan a la palestra y nos arrancan a todos una sonrisa, ejemplo de esa alegría que a veces, afortunadamente, trae vivir en este mundo y en este tiempo.
Este es el hermano Manuel Amunárriz, un franciscano capuchino médico que durante 31 años nada menos ha estado en un hospital perdido en la selva de la amazonía ecuatoriana a más de 12 horas de canoa de cualquier centro humano poblado. Durante todos esos años ha abrazado, como Jesús, el dolor de los más olvidados de la tierra. Ha hecho operaciones de todo tipo, increíbles a veces. Pero, sobre todo, ha tenido una relación humanizadora con cada uno de sus pacientes. Y nadie se ha enterado. El silencio es la envoltura de su bondad. Pero ese silencio no merma en nada la calidad humana del abrazo.
Estas monjas son las clarisas de Ávila, una sencilla comunidad franciscana contemplativa. Ellas han creído que, además de rezar por los parados, tenían que hacer algo concreto. Han puesto una parte de sus ahorros a funcionar en forma de microcréditos para gente en apuros del barrio. La trabajadora social del mismo es la que gestiona el dinero. El resultado ha sido positivo: muchos casos se resuelven, el dinero se devuelve, la gente aporta dinero a ese fondo de socorro. Quizá pueda parecer que no es propio de una comunidad contemplativa andar en estas; pero han hecho lo mismo que Jesús: intentar abrir camino a quien se le cierran las puertas, dar testimonio de la verdad evangélica de que los humanos tenemos salida.
Esta niña es la paquistaní Malala Yousufzai. Fue tiroteada y ha estado al borde de la muerte por propugnar, a su corta edad, la escolarización de las niñas de su país. Los talibán la atacaron porque piensan que la cultura de la mujer es un peligro para el Islam, cuando, en realidad, es un peligro para su poder cavernícola y dictatorial. Esta niña es, tan joven, una bienhechora de la vida, una hermana generosa.
Este señor es un juez: José M. Almenar. Con otros compañeros, y por encargo del CGPJ, han elaborado un informe demoledor sobre la inquidad de los desahucios en España: “No se trata de cifras frías. Cada procedimiento encierra un auténtico drama que lleva casi inexorablemente a la exclusión social de familias que, impotentes tras haber quedado en el paro o sufrir una drástica reducción de sus ingresos, se ven incapaces de satisfacer las cuotas de unos préstamos que concertaron en época de bonanza económica (por tanto no con fines especulativos o por pura pretensión suntuaria), simplemente para adquirir una vivienda digna que tras el estallido de la crisis no pueden pagar”. El CGPJ que les encargó el informe ha mirado para otro lado y lo ha rechazado. No quieren estar a mal con los banqueros.
Este muchacho es Moncho Ferrer, hijo del filántropo y misionero, Vicente Ferrer. Por su apariencia sería alguien anodino, cuando no un poco extraño, con su pelo largo y sus abalorios de estilo hippi. Pero es una persona entregada a la causa de los más débiles. Ha prendido en él la llama de la filantropía y del amor social de su padre. Quienes se acercan a él se quedan extrañados de que con tan pocos medios pueda llegar a tantos. No es lo que puede parecer. Anida en su verdad el amor al otro, aunque las formas no sean las oficiales.
Este señor es Iosu Cabodevilla, un psicólogo que ha trabajado 19 años al frente de la atención psicológica en el hospital de san Juan de Dios de Pamplona. Ahora le han despedido “porque no da el perfil”. Pero él ha ayudado a muchas personas a morir con más dignidad. Ha contribuido decisivamente en la vida de muchas familias a hacer más ligero el duro peso de la losa de la muerte. La incomprensión hacia su persona no rebaja el valor de su obra. Ha quitado muchas losas. Hermano como Jesús.
4. Don del Señor…y labor humana
Los franciscanos citamos con mucha facilidad una frase emblemática de Francisco: “El Señor me dio hermanos” (Test 14). Y esto es cierto, los hermanos, las personas las vemos como don de Dios. Pero hay una labor humana que realizar: construir la hermandad. Don y labor se entremezclan en este sueño de la fraternidad:
- El don de la diversidad y la tarea del proyecto común: Porque Dios nos hace diversos, hijos cada cual de una madre. Y esa diversidad, más allá de su problematicidad, es una riqueza. Pero ¿cómo insertar la diversidad en el proyecto común? Esa es la tarea, el duro trabajo de creer que el proyecto común no solamente no va en contra del personal, sino que es su verdadero sentido.
- El don del corazón del hermano y la tarea de saltar su valla: Porque no hay duda que el corazón hermoso, el arcaico corazón, de cada hermano/a es un don. Pero ¿cómo saltar la valla con que está rodeado? ¿Cómo permitir que el otro salte la valla de nuestro propio corazón tan celosamente cercado?
- El don de la dignidad inalienable y la tarea de mantenerla viva: Ya que es un don creacional la dignidad que acompaña a cada creatura. Quizá el más grande de los dones con que Dios capacita a cada persona, a cada realidad. Pero viene la tarea de mantener viva esa dignidad a toda creatura, sobre todo cuando esa dignidad está oscurecida por la pobreza, por la negatividad moral, por el menosprecio.
- El don del perdón y la tarea de elaborar el conflicto: Porque Dios nos dota de un corazón generoso, capaz de perdonar hasta límites enormes. Pero está la tarea cotidiana de elaborar nuestros propios conflictos humanos, fraternos, para que estos no sean un muro infranqueable que nos endurezca y nos imposibilite para perdonar.
- El don de la palabra y la tarea de construir palabras buenas: Porque Dios dota a cada hermano de la palabra, del concepto, de la expresión, de la capacidad de decir que amamos y que queremos amar. Pero, a renglón seguido, viene la tarea, fácil al parecer, pero no tanto, de construir palabras buenas, de alejarse del cáncer de la palabra hiriente. Si no, la fraternidad naufraga.
- El don de los brazos y la tarea de engendrar abrazos universales: Ya que con dos brazos se nos crea. Pero está la tarea de emplear los abrazos para construir lo fraterno y de extender esos abrazos hasta límites universales, aquellos que son capaces de abrazar a quien nadie abraza.
- El don de la tierra y la tarea de ser tierra: Ya que la tierra es hermana y madre para nosotros. Sin ese don no seríamos nada, si haber sido hechos tierra, nada vendría después. Hay que llegar no solamente a saber de la tierra, sino a ser tierra, a creer que algo nos hermana profundamente con esta tierra en la que vivimos, de la que hacemos parte.
- El don de la vida y la tarea de vida: Porque vivos estamos por la obra creadora de Dios, a pesar de nuestras limitaciones. Y con el enorme don de la vida viene la tarea de dar vida, de engendrar vida para otros. Por eso nuestra respuesta ante el dolor humano nos hace sujetos morales y sujetos franciscanos: la manera, cantidad y entusiasmo para ser causa de vida desvela qué tipo de franciscanos somos.
5. La fraternidad más amplia
La fraternidad, ya lo hemos dicho, es un sueño. Y, como tal, los sueños son inabarcables. No es una ensoñación, porque ésta es una realidad soñada pero en la que no muevo un dedo para que se realice. No, la fraternidad es un sueño, algo que me implica. Pero, aun con implicaciones modestas, limitadas, el sueño de la fraternidad es amplísimo.
Hay franciscanos que hablan de una fraternidad cósmica una manera de entender la relación con el cosmos en modos directamente fraternos. Ya lo decía E. Leclerc: “Rehusar la fraternidad con la naturaleza es también, en definitiva, hacernos incapaces de fraternizar entre humanos”. Una persona capaz de experimentar vitalmente la fraternidad cósmica es un ser reconciliado, consigo mismo, con sus raíces y con los demás hombres: ¿Acaso fraternizar con todas las criaturas no es optar por una visión del mundo en la cual la conciliación triunfe sobre el enfrentamiento? ¿No es abrirse por encima de todas las separaciones y las soledades, a un universo de comunión, en un gran hálito de perdón y paz? El mundo pasa, de este modo, de ser un objeto a dominar y poseer, a conformarse como una realidad maravillosa en la que la persona es admitida para vivir y cooperar en la creación con todo lo que vive. Cuando al depuesto y carismático obispo J.Gaillot le preguntaban cuáles eran sus sueños, respondía: "Sueño con ver a la fraternidad abarcando a todos los vivientes de la naturaleza. Porque somos habitantes de la tierra. Pertenecemos al cosmos. Fraternidad humana y fraternidad cósmica están ligadas".
L.Boff ha escrito profundas reflexiones sobre la evidencia de nuestro ser tierra, una nueva manera de enfocar nuestra pertenencia a la tierra. Él dice que esa nueva manera no podrá surgir sin tener una experiencia eco-espiritual: "Vivir en la globalidad del ser, en el sentimiento que se estremece, en la inteligencia que se ensancha infinitamente, en el corazón que queda inundado de conmoción y ternura: eso es hacer una experiencia eco-espiritual".
Se habla, incluso, del sueño de una civilización realmente planetaria. Así lo decía aquel pionero llamado Robert Müller, alto funcionario de la ONU, que fue llamado el “padre de la educación global”. El ideó aquel “Nuevo Génesis” que comienza así: «Y vio Dios que todas las naciones de la Tierra, negras y blancas, pobres y ricas, del Norte y del Sur, del Oriente y del Occidente, de todos los credos, enviaban sus emisarios a un gran edificio de cristal a orillas del río del Sol Naciente, en la isla de Manhattan, para estudiar juntos, pensar juntos y juntos cuidar del mundo y de todos sus pueblos”. Puede pensarse que estas son utopías no solo inalcanzables, sino ingenuas. Pero recordemos aquella frase de Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser mirado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad siempre atraca, partiendo enseguida hacia una tierra todavía mejor... El progreso es la realización de utopías».
6. 30 años son muchos años
Cuando participamos en una boda todos estamos encantados de estar ante una promesa de amor. Es bonito, pero las promesas son nada más que eso, promesas. Luego viene el duro y hermoso camino, la fatiga, el sudor, la caminata, los días y su malicia, los días y su bondad. Por eso, cuando celebramos unas bodas de plata y no digamos unas bodas de oro, todos percibimos que estamos ante la realización de un sueño. Los años, más allá de los costurones que da la vida, son la verdad del amor que vive.
Pues bien, las comunidades del Grupo de san Francisco de Granada cumplen nada menos que treinta años de existencia fraterna. Ignoramos el camino en sus detalles y, seguramente que habrá habido sus más y sus menos. Pero treinta años y seguir vivos es una prueba evidente de que el sueño de la fraternidad es un sueño que se cumple.
Y por eso, no solamente nuestra felicitación, sino también el acoger la parte de profecía que tiene una cosa así: la fraternidad humana, la fraternidad franciscana, son posibles. Más allá de los límites que se quiera poner a esto, la evidencia es que el, para muchos, lejano sueño de la fraternidad es realizable por personas y para personas de carne y hueso.
Por eso, los actos de esta XXVII Semana de Franciscanos por la Paz que organizáis este año son la rúbrica de la verdad de este sueño.
Conclusión
La fraternidad, como el perdón, necesita de los “regalos”, los que brotan del corazón, no los de los comercios. Queremos regalaros sobre todo a los Grupos Franciscanos de Granada un poema del recientemente fallecido José Luis Sampedro, un franciscano sin hábito y hasta sin fe, pero franciscano al cabo. Es el anhelo de llegar a encontrarse como hermanos en esa casa del corazón del otro que todos añoramos:
Volveremos a encontrarnos, tal vez
cuando la materia se junte de nuevo,
en la próxima contracción del universo.
Seremos, entonces, átomos compatibles.
Porque llevamos grabada en la memoria
un mensaje irrefrenable de sentirnos poseídos y poseer.
Un mismo deseo y una misma voluntad,
que los prejuicios impidieron unirse cuando nos miramos.
Volveremos desde el principio a vivir y amar
sin prejuicios, sin pecado, sin miedo, sin pudor,
para purificarnos de todo desatino.
Volveremos, tal vez, a encontrarnos,
por la fuerza universal del amor.
Fidel Aizpurúa Donazar
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Seguidoras de la Rotxa -
Que el Espíritu siga alimentando tu "Fuente" para que sigamos "bebiendo" en ella. Eskerrikasko