Juan 142
CVJ
Domingo, 21 de abril de 2013
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
142. Jn 21,7-14
Introducción:
Los humanos no solamente nos nutrimos cuando comemos, sino que del comer hacemos un acto de humanidad, de compartir, de relación, de fiesta. Comer es una de las funciones más humanas del caminar de las personas. El modo de comer desvela el nivel de educación y de humanidad que uno tiene. También desvela el egoísmo que acompaña las vidas de todos. Por eso hay una manera de comer como humanos: cuanto más amplia la mesa, mejor; cuanto mayor el número de comensales que se sientan para disfrutar, mejor; cuanto más universal, no solamente la comida, sino las palabras, las ideas, las sonrisas, los gestos de afecto, mejor; cuanto más tranquila, sosegada, compartida, disfrutada la mesa, mejor. Todo ello es síntoma de los disfrutes más hondos. Por eso hay que mirar siempre cómo son nuestras mesas.
Es que los evangelios tienen una manera muy sencilla de decir lo que es la resurrección: el resucitado es uno que sigue comiendo contigo. Posiblemente a nosotros esto no nos evoque mucho. Pero a los discípulos/as de primera hora, que habían comido y cenado muchas con Jesús, que habían compartido las pobres comidas de los caminos y las algo mejores de las casas que los acogían, decirles que Jesús podía seguir comiendo con ellos tenía que ser algo que les estremecería por dentro, que haría saltar los resortes más vivos del afecto. De alguna forma, se dirían, él sigue comiendo con nosotros. Sin duda que esto les llenaba el alma de luz y el corazón de gozo.
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Texto:
7Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
-Es el Señor.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua.
8Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. 9Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
10Jesús les dice:
-Traed del pescado que acabáis de coger.
11Simón Pedro subió y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
12 Jesús les dice:
-Vamos, almorzad.
A ninguno de los discípulos se le pasaba por la cabeza preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
13Jesús se acerca, toma el pan, se lo da y lo mismo el pescado.
14Esta fue la tercera vez que se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
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Ventana abierta:
Una imagen que cada se vez se más y se seguirá viendo en nuestro país: una serie de personas que hacen cola en uno de los comedores sociales de nuestras ciudades. Hay muchas organizaciones de todo tipo que ensanchan las mesas para acoger cada vez a más gente. No solamente hay hambre de comida, que también, sino también de dignidad y de justicia. Esa es otra mesa. Y en una u otra, de una manera o de otra, estamos llamados a colaborar. ¿Dónde comerán los pobres? Es una pregunta que debe taladrarnos como un berbiquí.
Oramos: Gracias, Señor, por quienes se preocupan de la suerte de los débiles; gracias por quienes se hacen las preguntas elementales sobre su vida; gracias por quienes hacen algo, por modesto que sea.
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Desde la persona de Jesús:
¡Qué bien debía sonar a los oídos y al corazón de los desconcertados seguidores/as de Jesús aquello de “Venid, almorzad”! Seguía vivo, seguía acogiendo a la mesa. Nada de grandes doctrinas, de expresiones grandilocuentes, de teorías teológicas. Nada de eso: Venid, almorzad. Quizá siga diciendo hoy Jesús cosa semejante: Venid, trabajad para que todos almuercen, ensanchad la mesa, abrid el corazón, sed sensibles, acercaos, compartid.
Oramos: Te alabamos por seguir comiendo con nosotros; te bendecimos por seguir acogiéndonos con amor; te damos gracias por abrirnos cada día tus brazos.
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Ahondamiento personal:
Abrirse a otras mesas es, más que nada, abrirse a otra mentalidad, a otra manera de ver la vida, a otra forma de sentir, a un modo distinto de valorar lo que nos ocurre. Cerrarse a esto significa estar instalado en la mesa de siempre, en la mesa de la injusticia. Por eso, las mesas llevan a la universalidad, a la amplitud, al horizonte cada vez más ancho, cada vez más compartido.
Oramos: Que nos abramos de corazón a lo nuevo; que ensanchemos los límites de nuestras tiendas; que crezcamos en universalismo y acogida.
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Desde la comunidad virtual:
Siempre que hemos tenido oportunidad de comer juntos, en alguna convivencia o en casa de alguno de nosotros, hemos experimentado una indudable sensación de alegría y de disfrute. Cuando contabilizamos nuestras convivencias habríamos de contabilizar también nuestras comidas. En base a ellas crece el gozo y el disfrute, son parte de nuestro caminar orante, de nuestra vivencia de la fe. Brota el agradecimiento a quienes las hacen posible y a quienes las miman.
Oramos: Que sigamos comiendo en la mesa de la fraternidad; que sigamos comiendo en el disfrute de vernos; que sigamos comiendo en el recuerdo de quienes han comido otras veces con nosotros/as.
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Poetización:
Lo sabían vivo.
No necesitaban preguntarle,
lo sentían a su lado,
lo palpaban en el aire,
en el ambiente lleno de vida.
Estaba allí.
Por eso cuando les dijo
“Venid, almorzad”,
se llenaron de gozo:
era como si siempre
hubiese estado con ellos.
Cuántas veces
en sus andanzas por los caminos,
en un alto a la sombra,
les dijo lo mismo.
Era la invitación
no solo a la comida,
sino también al corazón,
a la amistad,
al intercambio,
a la confidencia.
Si les invitaba a almorzar
era que vivía como antes,
que respiraba como antes,
que amaba como antes.
No podía darles palabra
más animosa que aquella.
Su corazón rebosaba de alegría
mientras comían aquel humilde pescado.
Estaba allí.
Y con eso
a mesa era una fiesta.
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Para esta semana:
Trata de ensanchar la mesa de tu vida haciendo sitio a quien lo tiene un poco más crudo.
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