Juan 97
CVJ
Domingo, 15 de enero de 2011
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
97. Jn 14,7-11
Introducción:
Nos atrae lo extraordinario. De tal manera que descubrir valores en lo cotidiano, en lo común, en lo de todos los días no nos resulta fácil. Esto está también muy unido a nuestra superficialidad que valora todo por lo que aparece, por lo externo. Y, sin embargo, los valores reales de la vida están en lo diario, en lo simple, en lo que acontece cada día. Es preciso tener una mirada aguda para verlos y una paciencia de santo para no desistir de caminar con ilusión en lo cotidiano, en lo más común, en lo que vive todo el mundo. De hecho, los valores que sustentan nuestra vida están anclados en lo cotidiano: la fidelidad, el amor, la tenacidad en el bien, la bondad, la benignidad, la cordura, etc., están mezclados a las acciones más irrelevantes, a los caminos repetidos, a los gestos de cada día. Para ello, como decimos, además de una mirada que ve dentro es preciso saber sobreponerse al escándalo de la pobreza, la imperfección y el fallo que acompañan a lo cotidiano. Pero, más allá de ello se encierra la clave de una vida con sentido y en la dicha. De ahí que haya que mirar a lo cotidiano como una enorme posibilidad.
Felipe ha tenido cada día a Jesús delante, pero no ha sabido ver en él al Padre, el sentido más profundote la realidad. El hecho de que Jesús pertenezca a lo cotidiano, a lo común, a lo imperfecto, a lo herido incluso, le lleva a concluir que ahí no está el Padre, que ahí no se halla respuesta a los grandes anhelos de la persona. Siempre la “carne” de Jesús ha sido un obstáculo para el creyente. Y sin embargo, mirarlo a él con profundidad y con benignidad nos llevaría a toparnos con el Padre. El Evangelio sostiene que lanzarse a fondo a la realidad cotidiana y humilde de Jesús lleva a conectar con el anhelo mayor del creyente, la realidad de un Dios que ama. Por eso la frase de Jesús (“Tanto tiempo que llevo con vosotros ¿y no me conoces?”) lleva dentro, más que una extrañeza, un dolor: ¿cómo no has sido capaz de ver en esto mío, tan pobre y limitado, pero tan humano, la realidad del Dios en el que buscas?
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Texto:
7Si habéis llegado a conocerme, conoceréis también a mi Padre. Aunque ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
8Felipe le dice:
-Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.
9Jesús le replica:
-Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto ya al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? 10¿No crees que yo estoy con el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. 11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
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Ventana abierta:
Esta es una foto anodina de un grupo grande de ciudadanos. No es fácil descubrir los valores de la ciudadanía porque eso demanda el cultivo de la amistad cívica, de la buena vecindad, del aprecio a los valores comunes. Huimos de la ciudadanía por sus desvalores: la masificación, la pérdida de identidad propia, la vulgaridad. Y esos peligros existen. Pero desvelar los valores humanos en la ciudadanía es camino para encontrarse con el Dios que camina al lado y mezclado a los grupos humanos, al coro de lo creado.
Oramos: Que apreciemos los valores comunes; que construyamos la buena vecindad; que vivamos la amistad cívica.
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Desde la persona de Jesús:
Jesús dice que el Padre está unido, mezclado a él. ¿Cómo desvelar la presencia de un Dios mezclado a la más cruda realidad? Aunque Israel tenía en su tradición la hermosura de un Dios que se había puesto de parte de los esclavos, con los siglos se había posicionado en el lado opuesto: Dios y su gloria estaban en el brillo, en el poder, en la fuerza, en la hermosura inasequible. Por eso era lógico que Felipe no viera en la vida humilde de Jesús la gloria del Dios anhelado. Tenían que convertirse a Jesús, a la hermosura y posibilidad de la historia pobre.
Oramos: Que la historia pobre de Jesús no vele su hermosura; que las penas y lágrimas de Jesús no oculten su brillo; que las manos ásperas y los pies cansados de Jesús no nos parezcan distintos de los del Dios que camina con nosotros.
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Ahondamiento personal:
Dice el texto que el Padre realiza en Jesús su propias obras. Él ha dado acogida al Dios humilde en su vida. ¿Cómo construir una espiritualidad de la humildad esencial, esa manera de mirar la realidad con benignidad y acogida? Ya dijimos que la humildad es un valor de gente fuerte porque, en el fondo, es el valor que es preciso tener para traspasar la cáscara de lo débil y descubrir la hermosura del amor oculto. Todo un trabajo espiritual.
Oramos: Que ahondemos con aprecio en lo común de la vida; que hagamos crecer en nuestra vida la humildad esencial; que la benignidad sea la herramienta imprescindible para desvelar al Padre en nuestros caminos.
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Desde la comunidad virtual:
Afirma el texto que se puede creer que Dios está en el fondo de la vida sencilla, de lo común, por las obras. ¿A qué obras se refiere? A las obras de amor, a las obras de abrazo y de acogida, a las obras de profecía y de amparo, a las obras de novedad y de búsqueda. Esas obras, lo sabemos, las podemos hacer cualquiera de nosotros. No servirá de nada un discurso religioso que anima a buscar a Dios si las obras hablan otro lenguaje. Habríamos de animarnos a ellas.
Oramos: Que nuestras obras de amor hablen del Dios de amor; que nuestras obras de acogida hablen del Dios de la acogida; que nuestras obras de amparo hablen del Padre que nos ampara.
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Poetización:
Su vida era esencialmente humilde,
mezclada a lo común,
oscura entre los oscuros.
¿Cómo iban a ver en ese lugar tan común
el rostro brillante de Dios?
Su pobre vida,
su palabra sin brillo,
su pertenencia a lo más tirado
nada tenían que ver
con el Dios soñado,
con el anhelo religioso.
No es de extrañar
que el cándido Felipe le espetara:
¿Por qué no nos llevas al Padre?
No olía el perfume
del Dios escondido en lo común,
el brillo opaco
del Dios que se mezcla con lo bajo,
el abrazo apenas sentido
del Dios que hace suya nuestra casa.
De ahí la clara respuesta:
lo mío y lo del Padre es lo mismo.
No te aleje mi pobreza,
no te haga mirar a otro lado
mi vida sin relevancia,
no te deje helado la evidencia
de que el Padre se mezcla con esta pena
que es, a veces, nuestra vida.
Lo común es lo santo,
lo de todos es lo del Padre,
lo más normal es lo más excelso.
¿Se puede creer?
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Para la semana:
Agradece tu vida de cada día. Disfruta con el misterio de lo cotidiano.
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