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FIAIZ

Francisco de Asís, cantor de la vida

FRANCISCO DE ASÍS

CANTOR DE LA VIDA Y LA FRATERNIDAD

 

                Francisco es un cantor de la vida y de la fraternidad. No desde la lírica vacía, sino desde el gozo encontrado. Quitar el disfrute y la alegría de la espiritualidad franciscana es robarle el alma, sofocar su perfume, arrebatarle el aliento. La suya ha sido una vida en estado de poesía, en canto continuado.

                Dice san Buenaventura (LM Pról.) que Francisco fue “una luz entre la niebla”, ese pequeño farolillo que en la ruta oscura y ennieblada nos sirve de guía y del que, por nada del mundo, nos queremos separar. Pequeña luz en nuestra niebla. Canto de humildad que orienta en lo oscuro. Por eso, a aquella pregunta de B. Brecht “Y en la noche, ¿habrá canto?”, podemos responder: aquí hay uno que ha cantado en la noche. Todavía sus ecos son vibrantes en nuestras noches.

 

  1. 1.       Cantaba y vivía

 

Nació y creció con el canto a flor de labios. Dice 1Cel 2 que, siendo joven, “se esforzaba por ser el primero en las canciones”. En cantar se le iba el alma. Por eso dejó huella en su pequeña ciudad de Asís: el que cantaba tan bien.

¿Por qué quedó este rasgo impreso en la memoria de quienes, años más tarde le recordaron? En nuestros días, el poeta José A. González Iglesia da un estupenda razón: el canto de Francisco es un “canto que desconoce la mordedura de la envidia”. Un canto sin envidia, sin maldad, sin afán de humillar, sin veneno. Así era el canto del joven Francisco; así lo fue siempre.

 

  1. 2.       Cantar al corazón

 

Al corazón y desde el corazón. Porque lo importante no era el sonido que salía de su garganta, sino la melodía que llegaba al corazón. Dice 1Cel 93 “cantaba en su corazón para sí con cantos de júbilo”. Le cantaba a su corazón porque ahí latía su gran amor por Jesús. Cantaba a su corazón porque ahí se metía, a veces, el frío del dolor y el canto se convertía en aliento cálido que anima.

El monologuista español Rafael Álvarez, el Brujo, que tanto aprecia a san Francisco y que ha interpretado por los escenarios españoles las florecillas escritas por Darío Fo, decía que el canto de Francisco es “un canto que parecía de otro mundo”. Era de otro mundo no porque fuera un canto extraterrestre, sino porque remitía a ese otro mundo donde el amor es el centro y el gozo inarrebatable la mejor señal de vida.

 

  1. 3.       Cuando besó al leproso

 

Todos sabemos que el encuentro con el leproso fue decisivo para Francisco. Superó el horror de la lepra que hace que la carne se caiga a pedazos porque vio que en su corazón también había otra lepra, la de su enorme necesidad de amor. Y cuando entendió eso, le vino la paz. Y desde esa paz, cantó. Por eso dice Lm 1,5 que “lleno de admiración se puso a cantar”: Lleno de admiración por él mismo: ¿Cómo podía cantar después de haber besado a un leproso?  Es que algo se le había convertido en “dulzura”, dirá años más tarde.

Darío Fo, ateo y místico, amante de Francisco, definió al santo de Asís como “aliento invisible de belleza”. La belleza se hacía aliento en su extraño y hermoso canto y por él lo invisible del amor de le hacía más cercano a la persona, hasta hacerle creer algo tan simple como que ella podía ser amada y amar.

 

  1. Cantaba en francés

 

Porque cantar en otra lengua recrea las expresiones. Y quizá su padre Pietro, que tenía buenos negocios en la Provenza francesa le enseñar alguna coplilla en francés que salía de su boca como expresión de júbilo insuperable. “Rompía en jubilosas canciones en francés”, dice 2Cel 127.

Como cuando cantamos en nuestras misas el canto “En este mundo que Cristo nos da…” sobre la melodía de “The answer is blowing in the wind” Bob Dylan, hermosa canción, cuyo texto es mucho más hermoso que la canción de misa. Poder cantar lo de Dylan puede llevarnos a una alegría den dentro y a una reflexión profunda. Cantar en otra lengua el mismo canto de amor común.

 

  1. 5.       En los caminos

 

Fue un hombre de caminos. Los grandes (Jerusalén, Roma, Santiago) y los pequeños (Rieti, La Verna…). Como Jesús, hombre de caminos. Y “estando de viaje cantaba a Jesús” dice LM 2,5. Las piedras, los árboles, los prados, los pequeños regatos, hacían silencio para escuchar su canto a Jesús, incontenible, incendiado, sereno.

Con toda razón dice el papa Francisco en La LS’ 12 que era “un místico y un peregrino”. Encontró en los caminos la manera de cantar como un místico, como cantan los que se han visto inmersos en el río del amor y en él se sumergen.

 

  1. 6.       Como un violín

 

A veces su alegría era tan incontenible que, como los niños, “tomaba un palo del suelo y lo ponía sobre el hombro izquierdo…como un violín” (2Cel 127). Y aquel extraño violín sonaba porque era el amor quien lo hacía sonar. Sería un necio quien tachara de enajenado a quien toca el violín del amor, aunque sea un palo.

El poeta José A: González Iglesias define san Francisco como “teorema tranquilo, de una línea”. Esa línea pura de un palo en el hombro izquierda, la línea pura del amor que va derecho a Jesús y a la entraña del hermano. La mejor música.

 

  1. 7.       Una cítara celeste

 

Es entrañable aquella escena en que Francisco, muy enfermo, pide a un hermano citarista que le haga un poco de música para consolarle y el superior de la casa se la niega, no vayan a pensar los vecinos que los frailes están siempre de zambra. Y, por la noche, un ángel bien a tocar para él la cítara negada. “El Señor no me ha dejado sin consuelo”, decía luego

cándidamente.

                No es pertinente preguntar: ¿esto es real, ocurrió así? Lo que importa es el fondo, aquel Francisco que era, según el poeta Iglesias, “nombre de puro amor junto al océano”. Ese amor puro de Francisco varado en la orilla del puro amor de Dios puede hacer que la milagrosa cítara se escuche en su corazón y que de ahí brote el consuelo y el sosiego.

 

  1. 8.       Juglares

 

Eso quería ser Francisco y deseaba que lo fueran sus hermanos: “Somos  juglares del Señor” (LP 83). Juglares, bufones, comediantes bajos, a los que se puede perseguir, apedrear, desprestigiar. Juglares para, cantando y riendo, llevar a mostrar que Dios ríe y sonríe, que el adusto ser que la religión a veces dibuja no es la mejor foto del Dios del amor.

El ínclito escritor Francisco Umbral, en un artículo de juventud, dice de san Francisco que uno como él “puede salirse de ser vulgar simplemente por amor”. No fue un juglar vulgar, grosero, deslenguado. Su juglaría estaba amasada en el amor. Y eso le alejó de la vulgaridad.

 

  1. 9.       En la enfermedad

 

Porque supo de enfermedades, graves algunas de ellas. Y entonces, cuando el dolor quería ocupar todo el espacio, él cantaba: “Cuando se agravaba su enfermedad, cantaba las alabanzas del Señor” (EP 119). Cantar cuando se está grave…Envolver en canto el dolor que atenaza. Solo quien ha cantado mucho, quien ha gustado mucho el canto, puede agarrarse a él como a un salvavidas cuando el cuerpo débil naufraga.

 

  1. 10.   Y en la muerte

 

Todos sus antiguos biógrafos son unánimes al decir que “recibió a la muerte cantando” (2Cel 114): Débil canto unido al entrecortado canto por los sollozos de sus hermanos que cantan con él en su lecho de muerte. Recibir a la muerte cantando para decirle, con el canto, que la ha vencido de antemano.

Qué bien lo dice Rubén Darío: “En canto vuela con sus alas: armonía y eternidad”. En ese vuelo suyo se mezcla la armonía de una vida cantada y la eternidad de una vida que se va a cantar.

 

                Dice LS' 11 que “así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás creaturas”. Su reacción era cantar: era su manera de reaccionar como creyente enamorado de Jesús, como hermano siempre fiel, como compañero humilde de las humildes creaturas. Cantar y vivir. Así de poco, así de simple, así de profundo.

 

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