Ejercicios 2011
LA CENA QUE RECREA Y ENAMORA
“Mira que estoy a la puerta llamando.
Si uno escucha mi llamada y abre la puerta,
entraré en su casa
y cenaré con él y él conmigo”
(Ap 3,20)
Resulta algo extraño dedicar toda una semana de retiro a un texto tan breve como Ap, 3,20, por mucho que sea un texto hermoso: parece que la capacidad inspiradora de la Palabra no da para tanto y por eso solemos tomar textos de mayor amplitud. Pero alguna vez conviene ahondar, trabajar en la dirección de la profundidad, gustar el texto desde todas las perspectivas espirituales posibles. Los resultados son siempre evidentes: un pequeño texto tratado con hondura parece inagotable.
Por otra parte, muchos autores coinciden en la centralidad de este texto en el conjunto del NT: “Puede decirse, sin ningún asomo de osadía y sin hipérbole, que la Biblia entera se decanta en Ap 3,20; pues toda la historia de la revelación bíblica ha consistido en una larga visita de Dios a la humanidad; ahora esa visita, como la de un amigo necesitado, que está en pie a la puerta, aldabonando y alzando su voz para que se le abra, asume dimensión personal con la venida de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien quiere establecer con la humanidad una alianza de amor y una compañía permanente, ratificada con la cena más íntima” (F. Contreras).
Es que en este pasaje asistimos al estremecedor misterio de la autoinvitación de Dios a la “casa” de su propia creatura, al banquete de su obra histórica. Esto es algo inusitado: parece que Dios tendría “derecho” a participar en ese banquete en el que, al parecer, no se le ha invitado. Pero él demanda ser aceptado y acogido a esa mesa. Es la transitividad de Dios expuesta en los modos de la cordialidad.
Las consecuencias que de ahí se derivan tanto para la comprensión del Dios de la Palabra como del caminar humano en relación de amor son incalculables. Y pondremos algunas de ellas sobre la mesa de la reflexión y la oración. Al final, nosotros somos los beneficiarios de ese banquete de vida del que Jesús quiere hacer parte. Como era de esperar, nosotros somos su beneficio.
San Juan de la Cruz hablaba en su Cántico espiritual 70 de la cena que “recrea y enamora”: Esta es la cena en que la que Jesús se invita. Ojalá que estos días nos sirvan para “recreo” espiritual, para disfrute creyente, y, sobre todo, para “enamoramiento”, para crecer en la dimensión del amor que es el núcleo de la propuesta de Jesús.
PRIMERA PARTE
- 1. MIRA
Ap 3,20 se abre con un toque de atención aparentemente irrelevante: Mira (Idou). Muchas veces se da este aviso en el NT (Mt 28,20): la expresión conlleva la idea de mirar y contemplar un descubrimiento maravilloso, una sorpresa inesperada. Lo que se va a proponer (la cena a la que Dios y Jesús se autoinvitan) solamente se puede captar en la mirada profundizada, en la contemplación sostenida. De lo contrario, la extraña pretensión pasa desapercibida (la misma amenaza con la que se ha envuelto la cosa ha velado su hermosura). Se quiere hablar de un formidable descubrimiento que cada uno tiene que volver a descubrir para que aparezca en su hermosa pretensión, de una sorpresa para que uno quede sobrecogido y maravillado con los ojos brillantes.
a) Reflexión
Quizá caigamos en la profundidad de la maravilla que aquí se quiere presentar si modificamos nuestra manera de entender a Dios acompasándola a este extraño modo que tiene el autor de Ap de entender a Dios cuando lo muestra autoinvitándose a nuestra cena.
- Dios transitivo: Dios ha abandonado su casa, su cielo hermético y se ha echado a nuestra calle, a nuestra búsqueda. La idea de un cielo cerrado, morada de Dios, no sirve. Si hay cielo, se da en la fecunda y especial relación de amor con Dios que se establece en nuestra casa, en nuestra historia. Son maneras de hablar, pero es preciso quedarse maravillado de ese Dios que transita de su cielo a nuestra historia para encontrar ahí su lugar de amor.
- Dios menor: No tiene rubor en autoinvitarse, con el riesgo de que se le rechace, como a todo aquel que, por la cara, se autoinvita a una cena. Y se autoinvita porque necesita nuestro amor para “sobrevivir” como Dios de amor. Sin nuestro amor no se vería que es Dios de amor. ¿Cómo serlo si no logra nuestro amor? Es extraño y maravilloso que Dios hambrea nuestro amor; siempre lo habíamos creído al revés. ¿Te imaginas a un Dios que te dice “te quiero querer”?
- Un Dios mendigo: Mendigo nada menos que de su propia creatura. ¿es creíble un Dios así? ¿Sería correcto poner en nuestros hermosos retablos catedralicios el cuadro de un Dios mendigo, cargado de harapos, con su mano tendida hacia nosotros y su mirada suplicante colgada de la nuestra? ¿Por qué lo hace? Porque nos ama sin sentir en su carne de Dios la vergüenza del desamor que le tememos, el desprecio que le podemos hacer, el rechazo al que se arriesga. Ha tragado su “orgullo de Dios”. ¡Qué bien sabía de esto Oseas, cuando él también tuvo que tragar su orgullo de macho herido! Mendigo que no tiene vergüenza de serlo. Así es el extraño modo de amar de Dios.
- Un Dios que renuncia a su cielo: Y cree que su mejor cielo es nuestra acogida, nuestro amor a él. Por eso, no teme presentarse en la destartalada casa de nuestra vida herida y pedir amparo y asilo, demandar el calor de nuestro abrazo y la sonrisa de nuestra mirada. Ése es su verdadero cielo, no el empíreo repleto de ángeles y santos. No tiene sentido anhelar un cielo que Dios ha abandonado. Sí tendría sentido anhelar su mismo cielo, el amor que cobija a otro amor.
- Un Dios que disfruta: Porque quiere un encuentro de gozo, de disfrute, de cena amigable, de comida reconfortante, de conversación afable, de risas y cantos. Un Dios que no entiende de amenazas ni de dogmas, sino de honda convivencia, de amor jugoso, de ternura compartida. Se apunta a una cena en la que el reloj no cuenta, en la que las horas pasan rápidas, en las que el corazón bebe sin saciarse y sale de ella anhelando la próxima cena, una cena promesa de todas las caricias.
- Un Dios de intimidad: No únicamente ceñida a una sola persona, como sugiere el mismo texto (cenaré con él). Porque Pablo ya dijo que Jesús había conseguido la dicha para todos. La cena que Dios hambrea es común, caben todos y el número no merma la intimidad y el disfrute, sino que lo aumenta. Su gozo pasa a muchos; el nuestro pasa también a muchos y pasa a él.
- Un Dios enamorado y enamoradizo: No un Dios impasible, frío, ataráxico, que tiene todo controlado. Se duele con nuestra lejanía y nuestro desdén; se alegra con nuestra ternura y nuestra generosidad. Por eso se enamora de lo nuestro, porque es un Dios enamoradizo, inclinado a quedar prendado de la persona, de la historia que ha creado con amor.
b) Concreciones
- Cae en la cuenta: Que las cosas hermosas de la fe no pasen como si nada, que los textos vivos de la Palabra reverberen ante tu corazón, que “arda” tu corazón en los textos en que la misma Palabra “arde”.
- Valora bien: Que es lo mismo que decir valora con novedad, fuera de los caminos trillados de la rutina. Valora detalles, sugerencias. No importa echar un poco de imaginación a los caminos que no pueden ser andados sin imaginación. Así son los caminos del amor.
- Elabora caminos alternativos: No pienses a Dios ni sobre Dios a piñón fijo, en los estrechos moldes del catecismo o de la mera dogmática. Deja volar al amor, anda los caminos de lo nuevo, elabora un pensamiento vivo sobre del Dios vivo, piensa con amor a quien amas.
- Pulsa teclas vivas: No las que ya sabes su sonido de siempre, no con las respuestas previas a las mismas preguntas. Teclas vivas, sonidos distintos sobre Dios para entender sus raros caminos de amor y de entrega.
- Mantén el enamoramiento: Sin sentir vergüenza, sin “pudor”. Porque los caminos vivos de la fe son más caminos de amor que de ideas. Por eso, enfocar la realidad de Dios en el que se cree desde la perspectiva del amor no es mal enfoque.
- Atraviesa la costra de los días: Porque los días, con su rutina y sus maneras cíclicas terminan por meter a la persona en ese gris sobre gris que todo lo adormece. Valora estos días especiales que se te ofrecen para acercarte a la realidad del increíble amor del Padre con pequeñas herramientas de novedad.
- Baja al misterio: Porque el misterio no es solamente lo comprensible desde la razón, sino lo maravilloso desde el amor. Entiende la autoinvitación de Dios a nuestra mesa como un misterio realmente profundo y hermoso. Acércate a él no para entenderlo, sino para quedar envuelto en el mismo.
- Contempla con gozo: Que el gozo del Dios que nos busca y quiere compartir nuestra mesa de la bondad te inunde de alegría. Que sean días de alegría honda, espiritual, amable y buena.
c) Para orar
Para que mi amor se descubra en la fe, tu amor se ha ocultado en el silencio de tu quietud. Me has abandonado para que yo te encuentre. Porque si estuvieras conmigo siempre me encontraría sólo a mí al buscarte a ti. Debo salir de mí si he de encontrarte allí donde Tú puedes ser Tú mismo. Porque tu amor es infinito, únicamente puede vivir en tu infinitud, y porque me quieres mostrar tu amor infinito, me lo has escondido en mi finitud y me llamas para que salga de ella. Y mi fe en ti no es otra cosa que el oscuro camino en la noche, entre la casa desamparada de mi vida, con sus reducidas y pobremente iluminadas estancias, y la luz de tu vida eterna. Tu silencio en este tiempo de mi vida terrena no es otra cosa que la manifestación terrena del Verbo eterno de tu amor. (K.Rahner)
2. ESTOY A LA PUERTA
Queremos comenzar con un texto del profeta Oseas: “Mi corazón se conmueve dentro de mí y se inflama toda mi compasión. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, pues yo soy Dios y no hombre, yo soy el Santo que vive en ti y no enemigo a la puerta” (Os 11,8-9). Dios no está a la puerta como un enemigo amenazante, sino como alguien benévolo que demanda asilo y amparo. Por eso la profecía soñó con un Dios sin cólera (no la corrijamos). Y en Jesús se ha comprobado que es así. Desde esa simple constatación se nos hará más creíble la posibilidad de un Dios que se autoinvita al banquete que enamora.
- · Dios de incansable espera: Incansable y terca. El verbo histamai está indicando que alguien llama con los pies plantados en tierra, tercamente, con la intención de no irse, en la certeza de que no le va a mover de ahí ni un ciclón. Incansable como el Jesús que recibió a Nicodemo de noche (Jn 3). Le estaba esperando aunque era de noche. Como el padre del pródigo que salía, terco, al camino (Lc 15,11-32). Un Dios que no conoce la fatiga cuando se trata de amar a su creación.
- Dios que se cuela por la rendija de la ternura: Es la puerta que él espera que se abra. Por eso, mientras hay ternura, Dios tiene esperanza sobre nuestro camino humano. Hasta Dios tiene necesidad de la ternura, dice K. Tsiropoulos. Si la dureza envuelve la vida de la persona, el banquete común con la realidad de Dios se hace imposible.
- Dios de tenaz amor: No le importa que la puerta esté cerrada a cal y canto. Él llama porfiadamente, como asegura Lope de Vega (“¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”). Con respeto, sin ser un pesado, pero siempre está ahí llamando, no dejando que pase el tiempo sin más. Su tenacidad está movida por su amor imparable, por la sed que tiene de nosotros, porque le importamos totalmente. Si no, ¿a qué llamar tanto? ¿Cómo encajar la realidad de un Dios tan dependiente de su criatura? Él depende de nosotros ¿cómo nos suena esto?
- Dios afuera de las puertas: En el lado del frío, de la intemperie, del riesgo de no ser acogido. Por lo mismo, Dios que conecta con quien está en las puertas, de quien no tiene acceso al amor, de quien el camino para vivir en mínima humanidad está sembrado de obstáculos.
- Dios que no violenta las puertas: Que no da la patada para derribar la puerta que está cerrada. Un Dios que, al contrario de lo que dice la dogmática popular, no está en todas partes, nos guste o no, sino que está allá donde nuestro amor le deja estar. Y si no le dejamos estar, él espera a que la rendija de la puerta se abra cediendo al peso de la ternura y la compasión.
- Dios sin pretensiones de apropiación: Al estar a la puerta, como un mendigo, está a lo que quieran darle. Ha suprimido de él toda ansia de apropiación. No necesita fieles, ni seguidores obligados, sino personas que quieran estar con él y que consideren interesante e ilusionante su propuesta del reino. No roba nada a nadie, sino que aguarda a que le abran para entregarlo todo.
- Dios transeúnte: Con todas las limitaciones del transeuntismo: sin casa (por esto anda a nuestra búsqueda para poner ahí su cielo: Jn 14,23), con problemas con la justicia, porque hay quien considera impropia e injusta una situación así de un Dios tan pobre (Jn 16,8), con problemas de salud porque fuera hace frío y “mi cabeza está llena de rocío” (Cant 5,2), con problemas afectivos porque no se considera Dios plenificado, Hijo, sin nuestro amor. Un verdadero transeúnte.
b) Concreciones
- Aumentar la capacidad de espera: Porque suele ser muy limitada (como la paciencia), pero siempre susceptible de ser aumentada. Hacerlo poniendo al otro en el horizonte vital y real de uno mismo, entendiendo que la respuesta a su dolor me constituye en sujeto moral, que cuando lo suyo me preocupa se multiplican los panes del amor y de la vida.
- Aumentar el nivel de ternura: Ya que ser tierno con los demás es también serlo con uno mismo. Quizá haya que comenzar a amarse a sí mismo, por obvio que parezca. “¿Cómo puede el hombre sentir ternura por otro hombre, por todas las criaturas, por la naturaleza de la tierra y de los cielos, si no consigue sentirse tierno con respecto a sí mismo?” (K.Tsiropoulos).
- Activar la tenacidad en la relación por razones de amor: No por razones de lucro o de querer tener más razón que los demás. Una tenacidad que se mezcla al amor no es nociva, no cansa, no produce rechazo. No quebrarse al primer fracaso en las relaciones con la persona. Dar segundas oportunidades (o terceras).
- Desplazarse hacia el mundo de quien está en las puertas: Hacia el mundo de las pobrezas, para que estas no sean siempre una maldición, sino también un lugar de encuentro. Creer que ese mundo nos es asequible porque el amor potencia los recursos, aunque sean escasos.
- No violentar voluntades: Porque eso no lleva a nada, de no ser a la destrucción de la relación, de la comunidad. Tener por una suerte real la pluralidad; creer que es asimilable en el proyecto común y que eso lo enriquece.
- No apropiarse personas: No robar voluntades, opiniones, corazones, apoyos. Dejar que el otro sea otro, creyendo que esa es la mejor forma de amarlo. No hacer apropiaciones por razones religiosas o por causas que consagre el sistema.
- Asimilar situaciones de transeuncia: De disponibilidad, de agilidad física y mental, de flexibilidad para creer que es posible vivir fuera del campamento, del lugar habitual, de la propia y exclusiva caverna. Para aprender globalidad y, en definitiva, fraternidad humana.
c) Para orar
“Que cuando venga encuentre, pues, tu puerta abierta, ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente para que pueda contemplar en ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de gracia. Dilata tu corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que alumbra a todo hombre. Esta luz verdadera brilla para todos, pero el que cierra sus ventanas se priva a sí mismo de la luz eterna. También tú, si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere, sin embargo, ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza… (S. Ambrosio, Com. Sal.118).
3. Y LLAMO
Queremos comenzar esta reflexión con un texto del Cantar al que Ap 3,20 alude directamente: “Yo dormía, pero mi corazón velaba. Es la voz de mi amado que llama: ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche. Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar? Mi amado metió su mano por la ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de mí. Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra, que corría Sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi amado; pero mi amado se había ido, había ya pasado (Cánt 5,2-6).
Hay una diferencia en Ap y Cánt: en éste el amado se ha ido después de haberle hecho estremecer a la amada que sale a abrir; en Ap el amado llama con insistencia, no se va de ningún modo, mientras que la amada, la persona que está dentro, parece no darse prisa en abrir, se mantiene el interrogante de si abrirá o no. En cualquier caso, abra o no, el amado (Dios, Jesús) sigue llamando sin desaliento.
a) Reflexión
- Llamada a una puerta que se abre por dentro: Es que la puerta no es la de una casa, sino la del corazón. Y, ciertamente, la puerta del corazón se abre por dentro. Depende de la criatura que la puerta de la cena que enamora se abra. Ni aun el supuesto de que Dios pudiera abrirla la abriría. Él espera a que la mano (a veces indolente) de la persona se anime a agarrar el pomo y abrir la puerta.
- Llamada con insistencia pero sin exigencia: Porque es una llamada que demanda la voluntariedad, una cierta libertad, porque el amor obligado es un amor muerto. La llamada de Jesús es una llamada de amor; por eso es amorosamente insistente pero nunca exigente en base a la divinidad de quien llama o a supuestas exigencias de excelsitud.
- Llamada con el corazón en vilo: Puede ser que no se responda; eso está entre las probabilidades y Jesús lo tiene en cuenta. Pudiera ser que le menospreciara, que se le rechazara explícitamente. El amor de Jesús es un amor arriesgado y, por lo mismo acepta el reto del posible fracaso.
- Llamada aunque no haya sido invitado: Ya que él mismo tiene que autoinvitarse. De salida no se le ha invitado a su propia creación, por extraño que parezca. Él quiere hacerse presente en su obra para recordar que es una realidad de amor y que por ello le sigue acompañando. Pero no se le ha invitado, no se le ha considerado imprescindible.
- Llamada desde el total respeto: Sin invocar los derechos de Dios, si es que los tuviere, sobre su propia obra. Él ha hecho un regalo con todas las consecuencias, incluida la del mal uso del mismo. Dios se duele de ese mal uso, pero lo respeta esperando incansablemente a que la criatura vea que hay que rectificar y encajando el alto precio de los errores humanos.
- Llamada sabiendo que alguien está dentro: No es una llamada en el vacío: Jesús sabe que llama al lugar donde vive la criatura. Y en ese lugar quiere tener el puesto de servidor. No le amedrenta el silencio, la opacidad, la negrura de lo creado cuando está estropeado por la persona. Sabe que en esa niebla de lo creado corrompido está la persona queriendo vivir y Él quiere estar ahí sirviendo.
- Llamada sin saber quién está dentro: Porque a Jesús no le interesa en primera instancia la catadura moral de quien está dentro, si es bueno o lo es menos. Se sentó muchas veces con pecadores sin exigir, como algo previo, un cambio de vida. Por eso llama quien quiera que esté dentro, más allá de cualquier debilidad, que él mira al fondo de la persona, no tanto a sus comportamientos, cuestionables muchas veces.
b) Concreciones
- ¿Por dentro o por fuera?: El corazón también se abre por fuera, los demás hacen que se abra. Por eso, la comunidad puede ayudarnos a que abramos a Jesús y le hagamos sitio en el banquete sencillo de nuestra cuestionable existencia. Ayudarnos a hacer sitio a Jesús, una manera espiritual de definir el núcleo de la fraternidad.
- Menos exigentes, más amantes: Porque la exigencia sin amor es casi estéril. Y el amor sin exigencia puede convertirse en un folclore vacío. La exigencia que proviene del amor está llena de cuidado, respeto y aprecio de la pluralidad.
- El amor arriesgado: Siempre hay un riesgo en amar, bastante riesgo. Pero sin ese riesgo el amor es pura teoría. Para asumir ese riesgo es preciso estar preparado para asimilar el, a veces, inevitable fracaso del amor, las heridas de la relación.
- Mirar a los invisibles: A los que no tienen parte en el banquete de la vida. Existe, pero como no los vemos decimos que son invisibles. Minorías castigadas al exilio por una mayoría que se hace fuerte en el número no en la razón de amor. Quien entiende la llamada de Jesús entiende así mismo la llamada de los invisibles.
- Regalo sin condiciones: Así habría de ser el regalo de la buena relación. Cuantas más condiciones, menos hermosura tiene el regalo. Cuantas menos condiciones, más hermosura y más riesgo. El verdadero amor asume esos riesgos, aunque duelan.
- Planeta de náufragos: Los que no tienen acceso al banquete. Los que, como Jesús, llaman desde fuera; los que como él no son, muchas veces, invitados a sentarse. Generar náufragos es lo que vela la hermosura del banquete común al que Jesús llama y en el que estamos todos.
- Temamos al desamor: No solo y no sobre todo a la “inmoralidad”, sino al desamor. Porque este puede mantenernos en la moralidad, pero nos aleja del amor. Y si así fuera, habríamos perdido la oportunidad de disfrutar del banquete de la vida.
c) Para orar
Si no hablas, llenaré mi corazón de tu silencio, y lo tendré conmigo. Y esperaré, quieto, como la noche en su desvelo estrellado, hundida pacientemente mi cabeza. Vendrá sin duda la mañana. Se desvanecerá la sombra, y tu voz se derramará por todo el cielo, en arroyos de oro. Y tus palabras volarán, cantando, de cada uno de mis nidos de pájaros, y tus melodías estallarán en flores, por todas mis profusas enramadas.
R. Tagore
4. SI ALGUIEN ESCUCHA MI VOZ
Comenzamos rememorando un texto hermoso de Jeremías: ``Y haré cesar de ellos la voz de gozo y la voz de alegría, la voz del novio y la voz de la novia, el sonido de las piedras de molino y la luz de la lámpara” (Jer 25.10). En el Evangelio de Juan se dice que “el amigo del novio se alegra de oír su voz” (Jn 3,22-30). La vieja maldición que pesaba sobre el Israel infiel de no poder escuchar la voz del novio se ha roto con Jesús: ahora sí se puede escuchar esa voz de gozo y bodas.
Escuchar la voz de quien está a la puerta no es fácil porque queda ahogada por otros muchos sonidos, incluso por el con frecuencia agobiante sonido de ciertas prácticas religiosas, tan ruidosas. Hace falta silencio, espacio, amplitud y hondura para poder escuchar la voz de quien habla en susurros, en sugerencias, el lenguaje “callado” del amor.
a) Reflexión
- La voz humilde de un Padre “dogmatizado”: Un Padre al que se ha despojado del calor de la paternidad para ser “dogmatizado”, llenado de atributos divinos. Su voz se ha vuelto fría, alejada de la realidad, poco reconfortante. Es preciso redescubrir la voz del Padre amable que atrae a la persona con palabras cálidas y con gestos de amor (Os 11), el Padre que nos alienta, sostiene y respeta.
- La voz humilde de una Padre sin “libertad”: Maniatado por quienes se apropian de él, por quienes dicen saber qué piensa Dios, qué manda Dios, qué exige Dios. Como si tuvieran hilo directo con él. Personas que no dejan a Dios que sea Dios, que obre con la increíble y extraña libertad de su Espíritu. Escuchar un Dios humilde pero libre, creativo, inesperado.
- La voz humilde de un Jesús “deformado”: Adaptado a la fuerza a la mecánica religiosa alejándolo, a veces, del marco evangélico. Un Jesús de fuerte componente normativo y de escaso elemento liberador. Un Jesús fácil para la condena y no tanto para el perdón. Escuchar a un Jesús que se arriesga a ser malinterpretado pero que quiere poner por delante el más elemental amor que se mezcla a nuestros extraños caminos.
- La voz humilde de un Jesús deshumanizado: Hecho “demasiado Dios”, demasiado excelso, excesivamente divino. Un Pantocrator excelso y amenazante (como el de U. Eco). Escuchar la voz humilde y tenaz de Jesús que clama por su propia libertad, libertad de la que depende la nuestra.
- La voz humilde de un Espíritu que trabaja en los subsuelos de la vida: Como se afirma en Jn 16. Un Espíritu a nuestro servicio, que va por donde quiere, pero que en todos los casos desea suscitar amor. Un Espíritu callado que actúa en los silencios más profundos y más necesitados de luz de la estructura humana (Jn 14,23).
- La voz humilde de un Espíritu “apropiado”: Porque hay muchos que detentan por oficio, por consagración, por rango, la posesión del Espíritu. Escuchar la voz de ese Espíritu que clama libertad, ya que cuanto más libre, más beneficio para la historia.
- La voz humilde de la Palabra al servicio de la vida: Ayuda para el caminar humano, más que objeto de liturgias o de estudio. Una Palabra que se mezcla con la vida y que quiere ser vida para quien la lea.
b) Concreciones
- La voz humilde de los signos de los tiempos: De los que casi nadie habla ya pero que es preciso seguir leyéndolos para desvelar ahí la voz de Dios que sigue hablando en los carriles de nuestros días.
- La voz humilde de las comunidades cristianas de base: Olvidadas, ninguneadas, desatendidas, pero que siguen ahí deseando encarnar un Evangelio mezclado a la vida, en relación estrecha con las vidas sencillas de quien se mueve en la sociedad real.
- La voz humilde de una VR en reducción: Que carece de brillo e incluso de aprecio por parte del sistema. Pero, a su manera, sigue estando en las trincheras de la vida y de las pobrezas o, cuando menos, sigue anhelando a Jesús y buscando un camino nuevo para la vida cristiana.
- La voz humilde y acallada de quienes anhelan caminos nuevos: Porque no son buenos tiempos para ellos, ya que lo nuevo es la recreación de lo de siempre con los modernos métodos de los medios de comunicación actual. Voz que sigue clamando en el desierto, pero que está ahí.
- La voz humilde una espiritualidad que no quiere estar anclada en las normas: De una epistemología no mítica, una espiritualidad para otro tiempo axial, para un momento distinto de la historia. Una espiritualidad marcada por la universalidad (todos pueden ser espirituales) y por el pluralismo.
- La voz humilde de quien disfruta con lo pequeño: Que es la manera sabia de disfrutar. Voz que nos dice que una vida cristiana sin disfrute no puede ser una realidad jugosa y deseada.
- La voz humilde de quien canta en la noche: Más allá de limitaciones y pérdidas. Porque quien canta en la noche (como decía Brecht) habla el lenguaje del Espíritu. Cantar en la noche sabiendo que tras ella luce un brillante sol.
c) Para orar
Cállate ya
y escucha.
Escucha en paz humillada
—en humos de libertad—
la voz contraria de tantos.
Escucha Su Voz opaca,
la voz ambigua del pueblo.
Escucha también tus voces,
borbor de pozo confuso
que cifra toda su vida. VIVIR
Vivir es ir poniendo
el corazón y un pie detrás del otro
sobre el camino que se vaya abriendo.
P. Casaldáliga
5. VENDRÉ A ÉL
La expresión (eiseleusomai pros auton) es la misma que en Jn 14,23, cumbre de la espiritualidad joánica. Se quiere decir que el Padre y Jesús han tomado una decisión de vértigo: venir a poner la morada a perpetuidad en el fondo de la historia, en el lugar de la necesidad de la persona, de tal manera que eso que llamamos cielo, el ámbito del amor de Dios, se halla incrustado en la historia, en la base de la realidad. Es el pacto de amor que Dios ha hecho con la historia, la alianza que ha tomado carne en la persona de Jesús.
La autoinvitación de Dios al banquete de la historia conlleva su venir a nosotros, su hacer nuestro camino, su situarse en el fondo de la vida. No solamente es la kenosis de Jesús, sino la del mismo Dios. No solamente es un Dios menor, sino “abajado”, vaciado en lo nuestro y a nuestro favor.
a) Reflexión
- Una sola dimensión: De una manera popular decimos que la vida cristiana consta de dos dimensiones: una vertical (la relación de la persona con Dios) y otra horizontal (la relación del hermano con el hermano). Según este afán de venir de Dios a la historia, no hay más que una dimensión, la horizontal, la fraterna en la que se metido Dios. Dios quiere que le amemos amando la historia en la que él habita. Así se evita el peligro de antropofagia de toda dimensión vertical. Dios nos habita con la intención de no irse de esta casa “prestada” (que es la que nos ha dado).
- No hay que hacer ningún éxodo: Porque así se había dibujado el afán creyente: hacer un éxodo en busca de Dios. Pero si él ha tomado la historia como casa, no hace falta ningún éxodo. Lo que es preciso hacer es una búsqueda hacia dentro, apuntando al fondo de la vida, de la realidad, porque ahí ha puesto el amor del Padre su morada. La mirada a la historia es la mirada al Dios que habita en ella.
- En la zona oscura: La persona tiene como tres zonas: una superficie en la que está mucho de nuestra vida y de nuestros comportamientos habituales; otra que son como las raíces que explican los comportamientos de la superficie; y una tercera, una zona oscura, que sabemos de su existencia por el mal que hacemos a quienes decimos amar, porque queriendo hacer el bien nos encontramos con el mal en las manos (como dice Pablo en Rom 7). Pues bien, es en esa zona de necesidad de luz y de amparo, en ese sótano frío de nuestra estructura histórica donde Dios ha puesto su morada. Y lo ha hecho ahí simplemente porque es donde más amparo y ayuda necesitamos. Así es el venir de Jesús a la vida. Estremecedor.
- El “ir a” de Jesús y del Padre: Lo decía Jesús “Vamos al otro lado” y descolocaba a sus discípulos. Al lado de los paganos, de toda necesidad. Lo importante y maravilloso no es que nosotros vayamos a Jesús, sino que nos percatemos del increíble venir a nosotros de Jesús. ¿Por qué viene? No hay otra respuesta que por puro amor.
- Dejarse encontrar: Más que encontrar al que viene. Dejarse encontrar como el pastor encuentra a su oveja extraviada. (Sal 118,176). Ponerse a tiro de quien viene con deseo de encuentro, con decisión total de conectar con lo nuestro. Entender esa “locura de amor” que es venir hacia abajo, ser más abajo.
- Trabajos de amor mal pagados: Aquellos que intuyó la profecía (Os 2) y que el Padre y Jesús hacen en nuestro favor: no vienen porque se les vaya a pagar, sino porque hambrean amar y ser amados. El pago es el mismo amor que motiva su venir a la historia.
- Un largo viaje: El que Dios realiza al fondo de corazón humano, fondo a veces poco tocable y poco dado a dejarse tocar. Un viaje de anonadamiento poco atractivo, aunque imprescindible para nosotros. Un viaje de consecuencias decisivas para nuestra felicidad. Hondo agradecimiento.
b) Concreciones
- Equilibrio: Saber que Jesús viene a nuestra historia habría de producir en nosotros un saludable equilibrio, menos angustia ante las situaciones de incertidumbre, más fortaleza para no caer en las garras de ningún tipo de depresión.
- Sosiego: Saber del viaje del Padre hacia nuestro fondo habría de tener como consecuencia el logro de un sosiego que necesitamos en muchas ocasiones para no sufrir sin causa, para ver con sensatez lo que nos pasa, para encajar con equilibrio nuestros evidentes fallos.
- Visión positiva: Saber que Dios hace el viaje a lo nuestro nos tendría que animar a ver positivamente la realidad, más allá de su limitación, a emplear lenguajes laudatorios más que condenatorios, a poner en la balanza lo bueno de las actuaciones de las personas para contrarrestar lo malo que todo el mundo pone de relieve.
- Confianza: Si sabemos que el Padre y Jesús están haciendo el largo viaje hasta nuestro fondo, tendríamos que activar la confianza que decimos tener en ellos. Y si hay confianza quedan conjurados muchos miedos, prevenciones, disgustos, zozobras que tienden a atenazarnos. Brota la paz.
- Visión fraterna de la creación: Porque el viaje de Dios a lo nuestro afecta, claro está, a todo el hecho creacional. Viene al fondo de lo creado, de aquello que es nuestra familia. Y desde ahí nuestra visión de lo creado se vuelve fraterno y amable, como realidades que son familiares.
- Agradecimiento: Al Padre y Jesús por hacer este viaje a lo profundo de lo que somos, a su enorme generosidad para no huir del frío de nuestro sótano, a su amor cálido que nos abraza por encima de nuestro fallo.
c) Para orar
Vienes a mí, Señor, sobre las aguas,
cuando arrecia en la noche la tormenta,
dueño del trueno, del rayo y la centella,
el que al mar agitado le das calma.
Cuando pienso que duermes te levantas,
si me siento abandonado ya regresas,
cuando el miedo y la duda se me acercan
con tu voz serena y firme los rechazas.
Soy Yo, no tengas miedo que en mi barca
estarás seguro en la tormenta,
ni las olas ni el viento te harán nada
Soy Yo el que en la noche te regala
una estrella que indica mi presencia
y señala el camino hacia mi casa.
6. CENARÉ CON ÉL Y ÉL CONMIGO
Llegamos al culmen del anhelo de Dios: entrar a cenar con la creatura para que ésta cene con su Creador. Una relación no teológica, sino disfrutante, mística, amorosa. La expresión refleja el encanto de comer con quien se ama y que la Biblia también reseña: en Cant 1,4 el coro dice que la fiesta del amor tiene lugar en “la alcoba”; en 2,4 se habla de “la bodega”; en 3,4 se dice que el encuentro tendrá lugar “en la casa de mi madre”; en 5,1 el jardín es el lugar de una comida embriagadora. La cena de amor está llena de complicidades, de silencios sugerentes, de promesas. El tiempo se detiene y se centra uno en la persona del otro. La reciprocidad del corazón marca el decurso de la cena y se prolonga sin límites.
a) Reflexión
- Una cena en la que Jesús sirve y lava los pies: Es, ya lo dijo Jn 13, su manera de amar. No solamente para “enseñar” amor, sino porque él mismo ha entendido así el amor: se puede amar sirviendo, limpiando, haciéndole el favor al otro. No se avergüenza de ser un amante servidor y no tiene interés es ser un rey al que todos su siervos sirven.
- Una cena en la que él se confía a la persona: Porque las confidencias brotan en la cena. Y le muestra sus “fragilidades” históricas, sus anhelos, sus sueños y sus logros finales en el amor del Padre. No solamente la persona se hace confidente del Jesús a quien acepta a su mesa, sino sobre todo viceversa. ¿Cómo acoger las confidencias de Dios, de Jesús?
- Una cena que recrea: Que no cansa, que no amenaza, que no recuerda el pecado y los fallos, que no ahonda las heridas. Recrea, ayuda el disfrute, para hacer ver que la fe en Jesús, si es fe de amor, no puede ser un peso, un yugo inaceptable sino totalmente “ligero”, no obligatorio, no abrumador, como decía en Mt 11,30.
- Una cena envuelta en encanto: En encadilamiento, en lenguaje y modos manifestativos, envolventes, cautivadores, enamoradores. Una cena de vida en la que el brillo de los ojos crece, no se apaga, siempre alumbra.
- Una cena llena de promesas: De otras cenas, de un deseo inapagable de Jesús y el Padre de estar con nosotros, de la convicción por parte de Dios de que esta cena con la persona es su mejor disfrute y su opción más profunda.
- Una cena donde los últimos son los primeros: Donde no hay rango porque ni Jesús mismo demanda ese rango. Una cena en la que toda persona es acogida y nadie es más que nadie y nadie es menos que nadie. Quizá si alguien es más, lo será el pobre porque su necesidad le da “derecho” al amor imparable del Padre.
b) Concreciones
- No cansarse de servir la cena fraterna: Porque si algo está alejado del deseo de Jesús en esta cena es el cansancio. No se cansa de llamar, de servir, de amar. El amor lo hace incansable, no sus convicciones ni su “oficio” de Mesías. Ahuyentar la fatiga de la cena de las relaciones humanas; pasar por encima de fallos evidentes; no exigir que sean mejores para poderles servir.
- Cenar con confianza: No con mirada aviesa, pensado por dentro en qué me pueden engañar, preguntándose por el segundo sentido de lo que me dice el hermano. Cenar, vivir, con las cartas sobre la mesa, sabiendo que pueden ser acogidas cuando son débiles y compartidas cuando son gozosas. La desconfianza en una bomba en la línea de flotación de la fraternidad.
- Poner alegría y buenas palabras: Porque son los adornos mejores para una cena de fraternidad, de amor. La tristeza ensombrece la cena; las palabras duras amargan lo que uno come. El gozo y el buen decir liman las asperezas naturales de la relación fraterna.
- Desear una cena, una relación fraterna, bella, delicada: No se trata de mojigaterías ni amaneramientos, sino de detalles pensados y queridos, de esa pequeña “grasilla” de las cosas sencillas que hacen que el carro de la fraternidad no chirríe.
- Una cena fraterna que salte la valla del corazón del hermano: Y que deje cada vez más abierta la valla del propio corazón. Porque si ese último reducto de lo que uno es en el fondo queda intocado, aún nos falta la última estancia de la cena de amor, de la buena relación. Por eso, el “arcaico corazón” de la persona ha de ser el punto central de la diana de la buena relación, de la cena de amor.
- Una cena en que siempre haya sitio para los débiles: Los lejanos y los cercanos, sobre todo estos últimos. Una cena, una relación hermética, cerrada, selectiva, privatizada no tiene nada que ver con la cena de amor del Padre que no pone ningún tipo de condición para cenar.
c) Para orar
Te invitas a nuestra mesa, Señor,
para acrecentar nuestro gozo,
para llevarnos al disfrute,
para animar nuestro canto,
para humanizar nuestra palabra,
para iluminar nuestra sonrisa.
De dónde brota tanta generosidad
sino de tu amor,
ése amor loco por nosotros.
¿Hasta cuándo no entenderemos
que nos amparas y nos abrazas?
SEGUNDA PARTE
1. AMAR ES MÁS IMPORTANTE QUE CREER
Hay quien diría que no, que no se opone sino que se incluyen, que no hay contradicción entre una cosa y otra. Es posible. Pero es difícil negar que, desde niños (con el catecismo) hasta adultos (con el adoctrinamiento: teología, catequesis, espiritualidad) nuestro gran esfuerzo creyente ha estado en el tema del creer. Es cierto que hablar se hablado de amor. Pero lo importante es vivir en la “ortodoxia” del pensamiento y del sistema. Quien enmarca su vida ahí no tiene problemas, aunque sus trabajos de amor sean escasos. ¿Cómo pensar que lo que realmente cuesta es amar y que el creer ha de ser algo útil para engendrar amor?
a) Reflexión
- El claro primado de la ortopraxis: Porque claro está en el Evangelio. Para Jesús es prioritario el amor, incluso el amor a la persona (Jn 15,13) porque éste visibiliza el supuesto amor a Dios (1 Jn 3,17). Por eso, el amor cubre la totalidad de los pecados (1 Pe 4,8). Solamente puede entender esto quien ha amado mucho (Lc 7,36). Hay que dar cuerpo real a estas intuiciones básicas del Evangelio. Hay que hacerlo con “osadía”, desafiando al sistema establecido, a los planteamientos “consagrados”.
- Nuestro problema no está en creer, sino en amar: Porque las decepciones en la vida fraterna no vienen del lado de la doctrina, sino del lado de la relación. Por eso, amar es nuestro problema y nuestra posibilidad. Es preciso entenderlo y vivirlo más como lo segundo que como lo primero.
- La paradoja de estar unidos en el creer y menos en el amor: Porque eso ocurre, a veces, en nuestras comunidades: no nos cuesta manifestar la unidad en la doctrina; sin embargo, funcionar unidos en el proyecto fraterno, en la ilusión común, en las propuestas que nos ayudan a vivir con más ilusión, eso nos cuesta más. Por lo mismo, habría que hacer “inversiones” no tanto en la doctrina, sino en los caminos relacionales.
- Un amor que englobe la fe: Y no al revés. Porque se cree que el amor relacional es un fruto, una consecuencia de la fe. Pero, en realidad, el núcleo de la experiencia cristiana es el amor, como lo demuestra el Evangelio (Jn 13,34-35). La doctrina común es una consecuencia de ese amor vivido previamente, básicamente.
- Una amor que no envejece: Porque quizá la doctrina admite un cierto envejecimiento (aunque siempre habrá que estar renovándola). Pero un amor envejecido, esclerotizado, rutinizado, no se parece en nada al amor. Para que sea de calidad, el amor ha de ser vivo, avivado cada día. Y eso se puede hacer a cualquier edad.
- Estremecidos ante la fragilidad del amor, no tanto de la creencia: Porque, como personas religiosas que somos, nos estremece la debilidad de la creencia (la poca gente que va a misa, el alejamiento de los jóvenes, el lenguaje ofensivo a Dios o a los símbolos religiosos, el descrédito de ciertas instituciones eclesiales, etc.). Pero lo que realmente habría de estremecernos es la fragilidad del amor en nuestra sociedad, en nuestra iglesia, en nuestras comunidades. Y con el estremecimiento, el propósito renovado de hacer un poco más fuerte ese camino de amor. Y eso se hace en gerundio, amando.
- Un amor social y una fe social: Ya que el descrédito tanto del amor como de la misma fe proviene, en parte, de haberlos situado a ambos en una especie de intimismo que los priva de contenido. Para devolverles el vigor de un contenido nuevo se podría situar tanto a la fe como al amor en el marco de lo social. Desde las situaciones sociales de vida cotidiana el amor cobra cuerpo y también la fe.
- Amar la corporalidad más que la ideología: En el amor a la corporalidad se encierra menos riesgo de vacío, de falsedad, de creerse lo que realmente uno no vive. Amar la corporalidad en todas sus variantes (los cuerpos, las sociedades, lo tocable de la naturaleza, las situaciones sociales que están ahí) es el mejor modo de llenar de contenido el amor y de tener a raya las ideologías invasoras (verdaderos “demonios” según el pensamiento evangélico).
- Cuando se echa en falta los hermanos: Que suele coincidir con los momentos de dificultad. Echar en falta los hermanos es entonces síntoma evidente de que se los quiere. Decirles que los hemos echado en falta. No puede haber mejor “confesión de fraternidad”.
b) Concreciones
- Cultivos diarios y sencillos de amor: Ya que la empresa del amor real se juega en las distancias cortas, en los caminos humildes de cada día, en los detalles. Un detalles suelto no es nada; un conjunto de detalles es un estilo de vida. Es preciso poner al amor el rostro de lo cotidiano. De lo contrario se arriesga uno a vivir un amor vacío (?).
- No avergonzarse de amar a ojos vistas: Porque un extraño pudor se ha colado en la VR de la mano de muchos tópicos negativos en torno al afecto y a la sexualidad. Eso ha hecho que nuestro porte externo, nuestros signos de afecto sean, a veces, escasos. Dicen que se necesitan ocho abrazos para sobrevivir, doce para estar contento y no sé cuántos para ser feliz.
- Hablar más de amor que de religión: Las personas religiosas, lógicamente, sabemos mucho de religión. Y siempre estamos hablando de ello (de obispos, del papa, de teologías, de intrigas eclesiásticas, etc.). No estaría mal que habláramos un poco más de amor y tal vez un punto menos de religión. Al fin y al cabo, nosotros no habríamos de ser expertos en cuestiones religiosas, sino en simple amor fraterno.
- Amar con nombres: Es una buena forma de amar, incluso de rezar (Rom 1,9). Al rezar sin nombres se corre el riesgo de amar sin nombres. Y eso es totalmente imposible. Por el contrario, cuando se ponen los nombres a la plegaria, la oración se transforma en amor. Y viceversa.
- Una casa donde el amor “se vea”: No solamente se dé por supuesto, se sobreentienda. Que se vea el amor en detalles, que lo palpemos quienes vivimos ahí y que lo noten quienes nos visitan y acompañan: lenguaje respetuoso, laudatorio, amable; gestos de acogida sin ninguna clase de desplante; huir del menosprecio al hermano como de la peste; valorar lo bueno que nos aportan los otros y hacerlo en voz alta, explícitamente; esforzarse por atender los pequeños gustos (incluso culinarios) que tiene nuestro hermano.
c) Para orar
Si quieres, peca: te lo dice Dios, y te lo dice seriamente. Peca, si quieres, peca. A mí no me hace daño ni ahogas mi gloria, ni le quitas nada a la inmensidad de mi gozo. Yo seré yo, plenamente yo, sin ti (En fin, un poquito menos sin ti, porque te llevo muy en el corazón, y me tiembla la voz al decir tu nombre). Yo solo quiero que seas feliz. Y que tus compañeros de casa y tierra, tus hermanos, sean felices también. Si pecando eres verdaderamente feliz, peca. Si pecado ayudas verdaderamente a la felicidad de los otros, peca. (M. Regal).
2. SÓLO EL AMOR RESISTIRÁ
Así lo afirman los versos de G. Belli que ponemos al final. El amor quedará enhiesto y brillante sobren cualquier ruina. La relación humana está hecha de fragilidad y hermosura. Su hermosura nos atrae, su fragilidad nos desalienta. Es preciso construir una trayectoria de amor jugoso y resistente a la vez. Jugoso para que no caigamos en la aspereza que imposibilita la relación; resistente para que no se quiebre a la primera de cambio. Hay que empeñarse en desterrar el popular (e injusto, en parte) “viven si amarse” para dejar paso al “viven buscando amarse” más allá de las dificultades de la condición humana y de las notas peculiares de la vida en común.
a) Reflexión
- Maxima laetitia, vita communis: En contra de lo que tradicionalmente se decía: “Maxima poenitentia, vita communis”. Enfocar la vida fraterna como una “gran penitencia” (aunque tiene elementos “penitenciales” propios de cualquier opción) es ya un desenfoque inicial. ¿Por qué no entenderla siempre, incluso cuando muerde el desamor, como una vida en posibilidad de gozo y de disfrute humano? ¿Por qué no llegar a comprender que mi equilibrio personal depende de los hermanos y verlos como agentes de mi realización personal? ¿Es demasiado? ¿Y si esto no lo puede dar la VR, qué queda?
- Asumir el mecanismo de la vida en grupo: Requisito imprescindible, primer paso en este camino de la buena relación. Si no se ha pasado a la orilla de la comunidad, todo serán obstáculos. La vida en grupo es un modo peculiar de relación humana, aquella que entiende que el crecimiento personal depende en parte de la otra persona. No es una mera organización para el mejor logro de los fines de un colectivo (por sagrados y apostólicos que se quieran), sino una manera de estar ante y con el otro.
- Una mística fraterna: Porque se ha elaborado un mística religiosa muy fuerte (hasta límites, hasta el martirio). Pero quizá estemos necesitados de una mística de la vida en grupo que habría de descubrir la hermosura que es ser uno mismo ante el otro, y ser grupo que se acoge en la mutua aspiración al Otro.
- Lo que queda, la fraternidad: Tras las muchas vueltas que da la vida, al final, lo que va quedando de positivo en el fondo del corazón es la buena relación que uno ha disfrutado en la vida fraterna, los caminos compartidos aunque sean humildes, los proyectos realizados en grupo, las experiencias de cercanía y de “tocarse el corazón” que la vida fraterna ha posibilitado. El mayor (y quizá único) activo vital de nuestro estilo de vida son los hermanos.
- La dificultad de permanecer: Ya lo había advertido el Evangelio: es difícil permanecer (Jn 15,1ss). Vemos en un momento dado lo hermoso de la vida en común y nos entusiasma. Pero cuando se sufre la mordedura realista de los días, nos desalentamos. Permanecer es difícil. Hacen falta ayudas, pequeños socorros que nos animen: el ahondamiento, la reflexión, la oración, el disfrute, el buen humor, el aprendizaje de la relativización de lo que no es importante, la benignidad, el perdón, etc. Ayudar a permanecer en lo fraterno, un estupendo trabajo de amor fraterno.
- En la resistencia habita la esperanza: Eso afirma E. Sábato. Y es verdad: cuando nos asaltan muchas preguntas no respondidas sobre nuestro incierto futuro, quizá la resistencia sea una respuesta real, la única tal vez. No se trata de aguantar sin más, sino de hacerlo creando cauces de fraternidad, por humildes que sean. Quizá ahí haya una clave.
- Cuestión de confianza: Porque la desconfianza es el gusano que mina la relación (con razón o sin ella). Y los días se vuelven amargos cuando se mira aviesamente al corazón del hermano. La desconfianza es una siembra de sal sobre el campo de la fraternidad. Nada puede crecer mientras ella esté presente.
- Mejorar es posible: Es preciso superar la sensación de que ya no hay remedio, de que estamos demasiado hechos para cambios, de que mi comunidad no tiene posibilidad de mejora. A veces los márgenes son pequeños; pero siempre hay una posibilidad esperando. Basta buscarla, anhelarla, intentarla. Y quizá surge con toda su lozanía. Tienen razón los que dicen que a la esperanza le basta una grieta para florecer.
b) Concreciones
- Lectura positiva de los acontecimientos fraternos: Tratar de huir de dramatismos innecesarios, de exageraciones, de sensacionalismos raros. Leer lo que nos pasa desde su lado más positivo. Tener una mentalidad positiva y positivizante. El pesimismo y la dramatización juegan en contra de la buena relación.
- Tratar de conservar un talante ecuánime: Porque eso ayuda mucho a resistir en la fraternidad sin inferirnos heridas innecesarias. No darle tantas vueltas a las pequeñas heridas diarias, no sacar de contexto los asuntos, ahondar con paz en lo que vamos viviendo.
- Los compromisos fraternos como obra de amor: No entender tales compromisos como obligación, como lógica colaboración a la buena marcha del grupo. Son eso y mucho más: son la manera de mostrar, con carne y hueso, que la opción de vida por el grupo está funcionando. Son, en definitiva, un lenguaje de amor.
- La comunicación, gesto necesario de amor: El mutismo, el irse al propio rincón, el meterse en el propio caparazón, el no compartir ni penas (para que mengüen) ni alegrías (para que crezcan) es un camino sin salida. Por eso, cuanto más se comunique uno con el hermano, mejor. Comunicarse es, sencillamente, tratar de mostrar lo que uno de verdad vive y cómo lo vive. Sin exageraciones y sin culpabilidades. Y dejarlo así en las manos del hermano porque se confía en él. Una fraternidad que se comunica tiene mejor futuro.
- Momentos de amor: Hay que desearlos, hay que buscarlos: conversaciones, paseos, cultura compartida, disfrute en fraternidad, oración gustada entre todos, corporalidad participada, etc. Esos momentos son la pequeña espina dorsal de la buena relación. Sin ellos, la cosa tiene el peligro de difuminarse.
- Levantar los hombros con facilidad: Cuando las cosas no van bien, tratar de no hundirse en la miseria. Levantar los hombros y seguir adelante. Cantar en los tiempos oscuros, como decía Brecht. Porque todos tenemos experiencia de esa oscuridad. Pero el “canto” en la noche (el buen humor, el talante festivo, la ecuanimidad) aleja las tinieblas o, por lo menos, impide que se hagan más densas.
- Construir el amor con materiales humildes: El propio material personal, las pequeñas actividades comunitarias, los trabajos que cada uno realiza haciéndolos lo mejor posible, las pequeñas búsquedas creyentes, los pasos dados al frente para responder al momento de cada grupo religioso, etc. Materiales humildes pero imprescindibles para esto tiempos nuestros de construir un futuro que no veremos.
c) Para orar
Sólo el amor resistirá
mientras caen como torres dinamitadas
los días, los meses, los años.
Sólo el amor resistirá
alimentando silencioso la lámpara encendida,
el canto anudado a la garganta,
la poesía en la caricia del cuerpo abandonado.
Algún día,
cualquier día,
doblará otra vez el recodo del camino
lo veré alto y distante,
acercándose,
oiré su voz llamándome,
sus ojos mirándome
y sabrá que el amor ha resistido
mientras todo se derrumbaba.
G. Belli
3. LA VACUNA CONTRA EL DESAMOR
Porque todos sabemos que el desamor nos amenaza como una epidemia. ¿Hay vacuna contra él? La hay: una mezcla equilibrada de utopía y de realismo. Las dos cosas son necesarias a partes iguales (aunque por el desequilibrio real que padecemos, haya que potenciar un poco más la utopía). La utopía ha de ser buscadora y anclada en la realidad. El realismo ha de tener horizonte para que no se vuelva destructor y esterilizante.
a) Reflexión
- · Una VC en la que brote la utopía: Decimos que no estamos para estas historias, con el trabajo que tenemos, con los palos que nos ha dado la vida. Raramente se pone sobre la mesa de la comunidad temas que tienen que ver con el sueño, la utopía, el anhelo, los deseos. Pero, en realidad, son los grandes dinamismos de lo humano. Nos movemos más por deseos que por normas, por poner un ejemplo. No temer hablar de lo que anhelamos, de lo que desearíamos, de lo que buscamos. No temer hablar de ilusiones aún no cumplidas, etc. Tanto a nivel personal como comunitario.
- Una utopía con carne histórica: Es decir, no se puede hablar de utopías, sueños y anhelos sin poner carne en el asador para que esos sueños se acerquen a la vida. No se puede hablar de la utopía de una vida en igualdad si no funcionas en modos de igualdad. No se puede hablar de un día mejor para los pobres si no trabajas pacientemente con ellos, si no consideras una “suerte” estar con ellos.
- Una utopía que es fortaleza de los frágiles sociales: Por eso, habrían de interesarnos todas las fragilidades sociales. No hemos de caer en la tentación de hacer nuestro trabajo encomendado nada más, meternos en esas tareas habituales y despreocuparnos del resto de la sociedad. El cumplimiento de “las obligaciones”, cuando se convierten en rutina (y lo hacen fácilmente) pueden matar la utopía.
- La utopía en momentos de reducción de la VC: Una razón más que esgrimen quienes se oponen a este tipo de reflexiones. Pero la utopía, como el seguimiento de Jesús, no depende del número ni de la edad, sino sobre todo de la ilusión, de la adhesión a Jesús y del sueño real por una sociedad más fraterna y justa. Por eso, nuestra época no está exenta del sueño de la utopía evangélica y social. Sería como negar lo más valioso que tenemos, lo que da sentido a nuestra profecía y, con ella, a nuestra propia opción.
- Podemos más de lo que creemos: Porque se argumenta diciendo que, en estos tiempos (reducción, alta edad, etc.) nuestras posibilidades son escasas. Si las ponemos a trabajar son más de las que creemos. Hay muchos colectivos sociales activos que no tienen ni la décima parte de nuestros recursos. Realismo sí, ánimo también.
- No caer en el engaño de creernos solidarios con la realidad estando lejos de ella: Porque esa lejanía deforma en todos los sentidos la realidad y la hace inasimilable. Para ser realista hay que ser, a la vez, persona cercana a lo duro de la existencia. Una solidaridad “desde lejos” nada tiene que ver con la de Jesús.
b) Concreciones
- Utopía en la propia comunidad: Creer en los hermanos (que es más difícil que creer en Dios), creer que siempre se puede avanzar, creer que, siendo las que somos, podemos vivir bien, creer que de nosotros depende un poco la suerte de los débiles.
- Utopía en los proyectos comunitarios: Creer que es el medio mejor de vivir con sentido la vida común, adherirse con facilidad a ellos, colaborar en todo, empujar en la dirección de lo común, no ceder al individualismo y a la rutina, soñar con un proyecto comunitario vivo y cordialmente aceptado.
- Utopía con los pobres cercanos: Con esos con los que te encuentras y trabajas. Situar la utopía social en las distancias cortas. Tratar de envolver esas actividades en espiritualidad de la dignidad, de la justicia, se la sociedad nueva. Creer en la posibilidad de otro mundo y de una vida mejor para quienes lo tienen muy difícil.
- Utopía en la sociedad en la que vives: No renegar de nuestra sociedad, no negativizarla porque sea laica, sentirse ciudadanos de verdad, mantener viva la amistad cívica (el respeto, la tolerancia, la humilde aceptación de quien piensa distinto).
- Utopía en una misma: Vistas y comprobadas en estos años las limitaciones en las que se ha desarrollado y, previsiblemente, se va a desarrollar nuestra vida. No cansarse de uno mismo, como mejor forma de no cansarse de las hermanas. Creer firmemente que el día que Dios pone en nuestras manos es una oportunidad siempre nueva.
- Realistas para creer en el amor: Aunque parezca cosa lírica. ¿Está reñido el realismo y el amor? Creemos que no. Tras estos largos de VC seguir creyendo en las posibilidades del amor (en todas sus variantes) no es carecer de realismo, sino todo lo contrario (la vida lo confirma, tanto o más que el fracaso del amor).
- Realistas para mirar al fondo de la persona: Porque quedarse en lo de fuera no es ser más realista que intentar mirar más allá de las apariencias. Que no nos despiste lo exterior de la persona, de los pobres, de nosotros mismos. Lo bueno está dentro. Miremos ahí con realismo.
- Realistas y lúcidos para no entrar nunca en terrenos de injusticia: Realistas para no hacer el juego al sistema social, ni siquiera el religioso, cuando se trata de asuntos peliagudos que rozan la injusticia, sea cual sea. Ser ahí fuertes para apelar a la justicia del Evangelio.
- Realistas para apoyar todo camino que lleve a la renovación: No con el realismo malo de quien dice que no hay nada que hacer, antes de hacer nada. Pensar que cualquier intento de renovación puede dar algún fruto. Contagiar ánimo e ilusión creyendo en el amparo de Jesús y en la buena voluntad de las hermanas.
c) Para orar
"La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar" (E. Galeano)
4. ¿SE PUEDE VIVIR SIN AMOR?
En la encantadora novela La vida ante sí de Émile Ajar, el niño Momo pregunta al anciano señor Hamil: “¿Se puede vivir sin amor? Él no contestó y bebió un poco de té de menta, que es bueno para la salud”. El silencio del señor Hamil está indicando que sí, que se puede vivir sin amor. Malvivir, más bien. Por eso, hay que pretender vivir con amor y no ceder a la malvivencia del desamor. ¿Cómo hacerlo? El hermano Roger, antiguo prior de Taizé, tenía una frase que ilumina: “Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la intuición que una vida de comunidad pudiese ser el signo que Dios es amor y solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear una comunidad con hombres decididos a dar toda su vida y que buscasen comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón y la simplicidad estuviesen al centro de todo”. Es decir, con una vida bondadosa y sencilla se puede controlar la tentación de, ante la dificultad de una vida en buena relación, echarse a la cuneta y resignarse a vivir con el amor menguado.
a) Reflexión
- · Puerta abierta al amor: Así es la bondad. Entrar en el mundo del amor, en el trasfondo de la persona (de uno mismo) no resulta fácil. La bondad es una puerta para colarse en ese complicado y hermoso mundo interior. Las personas que trabajan la bondad (no solamente las que son buenas por carácter) tienen ante sí, con frecuencia, la senda que lleva a un amor real.
- · Mirando en dirección del otro: Eso es la bondad: mirar no tanto en dirección a uno mismo y sus intereses (a esto tendemos por estructura humana), sino hacerlo también en la dirección de los intereses de los demás, hasta que ellos sean míos propios. Este cambio de mirada (un verdadero milagro) lo posibilita la bondad.
- · Maravillarse ante el bien del otro: Agradecer y disfrutar de los valores del otro y de sus logros. Alegrarse por el otro es, no cabe duda, una de las mayores alegrías que puede tener otro hermano. Para ello hay que ser de buen corazón. De lo contrario, únicamente nos causará gozo nuestro propio bien y nuestro triunfo.
- · El olvido del mal inferido: Es otra manera de hablar de la bondad. Porque ese olvido está hecho de comprensión, misericordia y magnanimidad. Sin olvidar es imposible ser básicamente bueno
- · Descentrarse, hacer sitio al otro en nuestro centro: Eso es lo que posibilita la sencillez entendida como componente humano, no solamente como valor o virtud moral. Ser sencillo es creer que en tu centro hay sitio para otros y que eso no te despersonaliza o empobrece, sino que te enriquece más.
- · Creer en el valor de las entregas: Condición necesaria para funcionar con sencillez. Porque si el valor de la entrega lo atribuyes al aplauso, premio, pago o reconocimiento, muchas veces se te oscurecerá el panorama. Ser persona básicamente sencilla es creer, como Jesús, que las entregas nunca se pierden porque tienen un valor en sí mismas.
- · Renunciar al escaparate, el valor de las raíces: Por contagio social tendemos al brillo, a la fanfarria, al escaparate. Una vida básicamente sencilla habrá de renunciar a ello con toda decisión. Si no, el “brillo” de lo sencillo no le atraerá y correrá, como mariposa a la luz, tras el escaparate y el aplauso que parece llevar al reconocimiento social.
b) Concreciones
- Sencillez y detalle en lo cotidiano: Porque ese es el marco mejor para lo sencillo. Lo extraordinario es más susceptible de deformación, aparte que, por definición, raramente ocurre. Enmarcar la sencillez en lo cotidiano es garantía de verdad y de hondura.
- Sencillez en las formas y en el fondo: No solamente en las formas, que también. Sobre todo en el fondo, en ese estar ante la persona en maneras que no quieren ser siempre el centro, que no quieren imponer sus criterios por encima de todo, que detestan apropiarse del corazón de la persona.
- Sencillez con los más sencillos: Con los más desvalidos con aquellas personas con las que los fuertes son fuertes (y no se atreven a serlo con quien es realmente fuerte). Sencillez para situarse a su nivel, para hablarles con respeto, para escucharles con detalle, para compartir sus puntos de vista, para creer que la razón y la verdad también se halla (en parte al menos) de su lado.
- Sencillos y libres: Ya que la sencillez puede dejarnos con más libertad ante los poderosos, los influyentes, los opresores. Al no estar en su terreno, eso nos deja más libres, aunque hayamos de sufrir, lógicamente, sus iras. Por eso, la sencillez es una herramienta para los amantes de la libertad.
- Buenos ciudadanos: Porque la bondad es expansiva y ha de tocar la ciudadanía. Apreciar la “amistad cívica”, esa actitud que te hace ser benévolo con tu conciudadano. Profundo respeto a las instituciones democráticas, aunque tengan fallos (intentar colaborar a subsanarlos, no a acrecentarlos).
- Buenos con quienes no son oficialmente buenos: Porque en realidad siempre tienen algo de bueno, o mucho. Apoyarles para equilibrar el duro peso de quienes los censuran y denigran. Jesús fue bueno con esa clase de personas, arrostrando las consecuencias pertinentes.
c) Para orar
¿Quién escucha a Quién cuando hay silencio?
¿Quién empuja a Quién, si uno no anda?
¿Quién recibe más al darse un beso?
¿Quién nos puede dar lo que nos falta?
¿Quién enseña a Quién a ser sincero?
¿Quién se acerca a Quién nos da la espalda?
¿Quién cuida de aquello que no es nuestro?
¿Quién devuelve a Quién la confianza?
¿Quién libera a Quién del sufrimiento?
¿Quién acoge a Quién en esta casa?
¿Quién llena de luz cada momento?
¿Quién le da sentido a la Palabra?
¿Quién pinta de azul el Universo?
¿Quién con su paciencia nos abraza?
¿Quién quiere sumarse a lo pequeño?
¿Quién mantiene intacta la Esperanza?
¿Quién está más próximo a lo eterno:
el que pisa firme o el que no alcanza?
¿Quién se adentra al barrio más incierto
y tiende una mano a sus “crianzas”?
¿Quién elige a Quién de compañero?
¿Quién sostiene a Quién no tiene nada?
¿Quién se siente unido a lo imperfecto?
¿Quién no necesita de unas alas?
¿Quién libera a Quién del sufrimiento?
¿Quién acoge a Quién en esta casa?
¿Quién llena de luz cada momento?
¿Quién le da sentido a la Palabra?
¿Quién pinta de azul el Universo?
¿Quién con su paciencia nos abraza?
¿Quién quiere sumarse a lo pequeño?
¿Quién mantiene intacta la Esperanza?
5. MUCHOS HERMANOS, POCOS AMIGOS
La espiritualidad ignaciana habla más de amigos que de hermanos. Parece que eso decía san Ignacio que debían ser los miembros de la Compañía, aunque tanto sus actuales constituciones como sus documentos hablan de ser hermanos, de no ser meros compañeros de trabajo. “Amigos que tienen al Señor por compañero común”, dice el P. Kolvenbach. Puede parecer que es poca cosa, que es más ser hermanos. Pero la cruda realidad es que, quizá, nuestra VR nos da muchos hermanos (todos los miembros de la Congregación) pero pocos amigos (aquellas personas con las que puedes contar). ¿Cómo construir un tipo de relación comunitaria que potencie la amistad para que brote la hermandad?
a) Reflexión
- Amistad estigmatizada: Así ha sido tradicionalmente y algo queda. La VR es temerosa ante el fenómeno de la amistad (cualquiera que sea). Una mentalidad abierta puede ser muy beneficiosa hasta tener por una suerte para la comunidad las amistades que tiene el corazón del hermano. Si son compartidas, como los gozos, acrecientan la alegría y el sentido correcto de la vida.
- Filias y Fobias: Así funcionamos muchas veces, aunque sea un mal funcionamiento. Un hermano me cae bien, entra en mi círculo vital, de influencia e incluso de poder. Me cae mal, queda excluido y todo lo suyo está marcado de antemano. Este modo de funcionar no lleva a ninguna parte.
- Del uno al todo, un camino: Porque las amistades han de ser “únicas”, pero no quiere decir cerradas. Desde el uno se puede ir abriendo al todo de la comunidad, del grupo humano. Hacer esta trayectoria de ensanchamiento de horizontes es imprescindible para la amistad.
- Amistad transitiva: Todo el mundo puede transitar por ese camino. Vetar de antemano el paso a alguien va en contra de lo más elemental de la vida amigable. Hacer selección en base a valores o a intereses es, así mismo, cerrar la puesta a la amistad que recrea a la persona.
- Amistad cultivada: Ya que no es un mero valor connatural al buen carácter, sino un trabajo en el camino de la humanización de las personas. Por eso hay que trabajarla, construirla día a día, artesanalmente, detalle a detalle.
- Amistad creyente: Ya que los trabajos de la fe pueden ser un lugar común muy propicio para el cultivo de la amistad valiosa. Para que esto fuera eficaz, han de ser trabajos mezclados a otros del cotidiano vivir. De lo contrario se corre el riesgo de crear una superestructura de amistad que se venga abajo en el momento de la más elemental dificultad.
- Amistad, base imprescindible de la hermandad: Porque pretender ser hermanos obviando los trabajos por la construcción de la amistad es querer ir por el atajo. Una hermandad sin amistad es, con frecuencia, una hiriente caricatura. La amistad es la que hará que la hermandad no nos desaliente en el momento de su inevitable debilidad.
b) Concreciones
- Los duros trabajos por ser amigos de hermanos difíciles: No es nada fácil, pero quizá sea la única manera de que el hermano difícil (un poco lo somos todos) encuentre un lugar propicio para entender y vivir su limitación con un poco de humanidad y sosiego.
- La amistad con los débiles llevando sus cargas: Como dice Pablo en Rom 15. Eso quiere decir que la amistad con los hermanos débiles no puede ser hacerles el juego y dejar que la comunidad se paralice. Hay que intentar que caminen, aunque sea su ritmo y a costa de que yo tenga que llevar alguna “carga” suya. No puede ser entendida la amistad como una cobertura para la inactividad y la desgana.
- Más allá de la lentitud de la comunidad: Ya que esa lentitud hace trizas nuestra “amistad comunitaria”. Hay que situar más allá de ella: para no montarse en el carro de los lentos, para no desesperarse y colocarse desconectadamente en el carro de los rápidos. Amistad comunitaria sería, como hemos dicho, aquello de L. Felipe: llegar todos juntos y a tiempo.
- Imprescindible delicadeza: Para no airear los asuntos de amistad con quienes no están en ese círculo, para no publicar lo que ha sido dicho en el ámbito de la confianza, para guardar como un secreto lo que en secreto se nos dijo. Ser amigo y lenguaraz a la vez es algo contradictorio.
- Amistad fiel: Que pervive más allá de la mera convivencia física, que traspasa los años y las distancias, que pasa por encima de las situaciones y se sigue manteniendo.
- Cada día más amigos, cada día más hermanos: Porque una cosa lleva a la otra y se entremezcla y vuelve sobre ella. Pretender ser hermanos sin amistad es complicado. Quedarse en la amistad sin anhelar la hermandad es quedarse corto en el horizonte y el anhelo.
c) Para orar
Compañera/o
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que le miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo
Mario Benedetti
6. LA CASA DE LOS POBRES
La casa a la que Jesús se autoinvita, la casa de la historia, es, para muchos, una casa de pobreza y marginación, de frialdad y carencias. Es la casa de los pobres. Queremos poner, siquiera al final, un tema “social” para que no entendamos que los trabajos del amor están desligados del mero hecho social, económico, histórico. Por eso queremos decirnos algo de la casa de los pobres que es, como dice Rilke, “como un sagrario”.
a) Reflexión
- Casa fría, casa humana: Ya que la frialdad, por mucha que sea, no puede erradicar la humanidad que le es connatural a toda casa de humanos, de creaturas. Es preciso saltar muchas veces por encima de la frialdad para percibir el fueguito del calor humano que anida en ella.
- Casa egoísta, casa transitiva: Porque el pobre tiene muchas razones para ser egoísta, ya que la vida le atiza duro e injustamente. Pero, sin embargo, la casa de las pobrezas es una realidad transitiva, donde se puede entrar y tener amor y humanidad, aunque con frecuencia vaya esto velado en humildad y postergación.
- Casa herida, casa utópica: Ya que las casas de las pobrezas están heridas de olvido, de menosprecio, de hiriente abandono. Pero la utopía se agazapa en ellas y ahí pervive, porque hace tiempo que se fue de las casas del poder y de la fuerza. Así que debemos muchos a las pobrezas porque ellas mantienen viva la utopía y el sueño de la justicia (aunque lo hagan “a la fuerza”).
- Casa débil, casa fuerte: Porque la debilidad de las casas de las pobrezas es manifiesta y amplia en todas sus vertientes. Pero hay también en ella una fortaleza que nos beneficia mucho: la fortaleza de quien sobrevive por encima de injusticias, la santidad de vivir que hace que se cumpla la vieja y única vocación humana que se plasmó en aquel antiguo “creced y multiplicaos” de la Biblia.
- Casa ninguneada, casa profética: Ninguneada por el poder que menosprecia, pero profética por la fuerza imparable de sus anhelos. Por eso, aunque el caminar sea lento, la profecía que viene de las pobrezas irá teniendo cada vez más sitio y los enormes diques del egoísmo no lograrán contenerla.
- Casa despojada, casa con derechos: Ya que la pobreza es, ante todo, un despojo de derechos que son inherentes a la dignidad de las personas y de las creaturas. Pero aunque se intente despojarles de tales derechos y se haga menosprecio explícito de ellos, el reclamo de tales derechos, la voz que los demanda no podrá ser apagada del todo y, a la primera de cambio, resurgirá con toda su fuerza.
- Casa de pena, casa de consuelo: Muchas son las penas que acompañan la vida de los pobres, lo sabemos. Pero también reciben consuelo, por minúsculo y hasta discutible que sea. Es un consuelo que deriva de la justicia debida. Por eso, hasta que no se colme, siempre habrá que intentar dárselo.
b) Concreciones
- Poner el pie: Es muy peligroso hacer lírica de las pobrezas; es hiriente. Intentar no hacerlo. Poner el pie en los lugares de pobreza para, al menos, hablar con más cuidado.
- Como elefante en cacharrería: Así vamos, a veces, a las casas de los pobres. Habría que ir con todo respeto, sin hacerles a ellos lo que a nosotros no nos gustaría, sin meternos en asuntos que son suyos, sin condicionar nuestro socorro a que se “desnuden” ante nosotros.
- Comprender, excusar: Porque por ser pobres no son intachables, ni santos. Pero, a causa de su situación de debilidad social, merecen un plus de comprensión y hasta una excusa de la que el poderoso no puede ser acreedor. No cansarse de hacerlo.
- Mezclar casas: Las nuestras y las suyas. Abrir mentalidad y puertas para que el tránsito se pueda hacer, al menos en parte. Pensar que de ese intercambio solamente pueden surgir beneficios. Creer que es el intercambio de Jesús cuando se apunta a nuestra cena de la historia.
- ¿Y quienes no tienen casa?: ¿Cómo ser comprensivos con ellos para hacerles ver de algún modo que su desarraigo social, su transeuntismo, no les despoja ni de sus valores ni de sus derechos? Es a esa “casa” a la que se apunta Jesús. A ver nosotros.
c) Para orar
La casa del pobre es como un sagrario.
En su interior lo eterno se cambia en alimento,
y al anochecer regresa suave
hacia sí, en un anchuroso círculo,
y se acoge en sí, lento, pleno de resonancias.
La casa del pobre es como un sagrario.
La casa del pobre es como la mano de un niño.
No toma lo que los adultos piden,
le basta un escarabajo con ornadas pinzas,
una piedra ovalada de rodar por el río,
la corrediza arena y las conchas sonantes.
Es como una balanza suspendida,
sensible a la más leve recepción,
oscilando largamente entre los dos platillos.
La casa del pobre es como la mano de un niño.
Es como la tierra la casa del pobre:
esquirla de un venidero cristal,
ya claro, ya oscuro, en su huidiza caída;
pobre cual la cálida pobreza de un establo, -
y no obstante están los anocheceres: en ellos es ella todo,
y de ella vienen todas las estrellas.
R.M.Rilke
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