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FIAIZ

Juan 101

CVJ

Domingo, 12 de febrero de 2012

 

VIDA ACOMPAÑADA

 Plan de oración con el Evangelio de Juan

 

 

101. Jn 14,21-26

 

Introducción:

 

                La manera superficial en la que, a veces, vivimos la vida nos lleva a concluir que todo pasa, que no hay nada que permanezca, que las cosas y las situaciones de vida resbalan sobre nosotros como el agua sobre la roca. Y no es verdad. Hay cosas, personas situaciones, experiencias de vida que calan hasta el fondo y se quedan ahí. Las grandes experiencias de dicha, de gozo, de dolor, de estremecimiento bajan hasta el fondo de lo que somos y se quedan ahí de una manera siempre viva y presente. Es lo que llamaríamos el fondo de la vida. En ese fondo de la vida se asienta lo que de verdad somos. Por eso, cuantas más experiencias, personas, vivencias, bajen a él, mejor cimiento tendrá nuestra vida.

                Es que el texto del Evangelio de esta semana habla de ese fondo. Tengamos en cuenta que el texto Jn 14,23 quizá sea la cumbre de la espiritualidad joánica, lo que de verdad quiere decirnos el Evangelio de Juan. Si estuviese aquí su autor quizá nos diría que ese verso es el principal. Quiere decirnos que en el fondo de nuestra vida se han instalado, por amor, el Padre y Jesús, que han venido a nosotros para poner su morada entre nosotros con la intención de no irse nunca más. De tal manera que nuestra vida ya no es una vida sola, dejada de la mano de Dios, perdida en el ancho cosmos. No, es casa donde el Padre y Jesús viven, nos acompañan, nos sostienen, nos alientan. Muchas veces, por nuestra superficialidad o por nuestra limitación, no los sentimos presentes. Pero ellos sigue ahí tercamente porque su amor les ha llevado a la conclusión de que esa casa es su casa, nuestra casa. Quien hiciera suya esta formidable experiencia creyente sería persona sosegada y gozosa, por encima de las apreturas a que nos somete la vida.

 

 

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Texto:

 

21El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; el que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.

22Le dijo Judas, no el Iscariote:

-Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?

23Respondió Jesús y le dijo:

-El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. 24El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

25Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado; 26pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

 

 

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Ventana abierta:

 

            Es una foto cualquiera: una pareja anciana va caminando. Él lleva un bolso grande: simboliza todo el peso que la vida va cargando en nuestro caminar. A pesar de ello, se mantiene todavía en pie y “tira” de su anciana mujer que va detrás. Es el símbolo humilde lo que es una vida acompañada: llevar las cargas y ayudar a sobrellevar la vida con alegría y sosiego, sin protestar en exceso, poniendo una pizca de alegría en los inevitables sinsabores de la existencia.

                Oramos: Te damos gracias, Señor, por quienes se mantienen enteros por encima de las dificultades; te damos gracias por quienes echan una mano para sobrellevar el peso de los días; te damos gracias por quienes siembran sosiego en la vida de los humanos.

 

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Desde la persona de Jesús:

 

                Jesús dice que el Padre le va a demostrar su amor a la persona. Y ¿cómo lo va a hacer? Quedándose a vivir con ella. La cercanía del Padre a nuestra vida es la prueba evidente de su amor. Jesús la sintió casi siempre. Y cuando no la sintió, en la cruz, no por eso dejaba de estar. Estaba más cerca, si cabe. Esa demostración de amor del Padre fue, tal vez, el gran motor de la vida de Jesús. Lo aprendió en sus noches de oración. Lo vivió en los caminos. Pero siempre fue una certeza en el fondo de su alma, en el cimiento de su vida.

                Oramos: Te alabamos, Señor, por la certeza de que el Padre estaba en tu fondo; te alabamos por habérnoslo dicho; te alabamos por tu amor hondo a la vida como casa del amor del Padre.

 

 

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Ahondamiento personal:

 

                A veces pretendemos que la vida nos ofrezca grandes cosas que nos dejen deslumbrados. Pero las más grandes, las que permanecen en el fondo de nuestra experiencia humana son, con frecuencia, cosas muy sencillas. Es a estas a las que hay que prestar atención: un encuentro, una conversación grata, un rato de silencio y de sosiego, la contemplación de algo bello, un momento de oración, un abrazo, una sonrisa, una palabra buena, etc., así son los elementos sencillos que contribuyen a la dicha humana. Lo grande tiene peligro de ser un fuego de artificio.

                Oramos: Que nos deslumbre lo humilde; que nos atraiga lo sencillo; que nos tire la hermosura de lo cotidiano.

 

 

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Desde la comunidad virtual:

 

                Los años, a pesar de la “virtualidad” de nuestro grupo, nos van dejando la certeza de que nuestra relación es algo de eso que va pasando, poco a poco, al fondo de nuestra experiencia vital. Llevamos muchos años en este camino. Muchos nombres y situaciones se han ido acumulando. Son parte de nuestra experiencia. Nos sentimos acompañados, les acompañamos, aunque no medien palabras. De algún modo, siguen ahí.

                Oramos: Que valoremos las pequeñas aportaciones al fondo de la comunidad virtual; que creamos en los valores sencillos; que nos hablemos y miremos con cordialidad.

 

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Poetización:

 

Él lo sabía,

lo había experimentado,

antes de decirlo:

la compañía del Padre

era una constante en su vida.

Lo aprendió

en las noches de oración,

cuando el susurro de su nombre

-¡Padre!”-

se perdía

en el silencio

y en la oscuridad.

Lo aprendió

en los caminos,

cuando veía

el rostro del Dios vivo

en los rostros,

heridos o gozosos,

de las personas.

Lo aprendió de forma dura

cuando en la cruz

no lo veía

ni lo sentía cerca.

Algo le decía en el fondo de su alma

que el Padre

seguía ahí,

más cercano y cariñoso

que nunca.

Por eso pudo decir

que el anhelo mayor de Dios

era poner su casa

entre nosotros,

hacer de nuestro barrio

su barrio,

de nuestro piso, el suyo,

de nuestras calles y plazas

el lugar para el encuentro.

Si entendierais esto,

nos diría,

vuestra vida discurriría,

larga y sosegada,

como los grandes ríos.

 

***

 

Para la semana:

 

                Trata de vivir la certeza de que el Padre y Jesús acompañan tu vida. Recuérdalo en algún momento del día. Compártelo con alguien.

 

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