Diez valores para salir de la crisis
DIEZ VALORES PARA SALIR DE LA CRISIS
Para hablar de la crisis habría que sufrirla en carne propia. Muchos de nosotros hablamos de ella frecuentemente, pero nuestro lenguaje delata una cruda realidad: no sufrimos la crisis, quizá un tímido ajuste. Utilizamos la crisis para justificar actuaciones muchas veces inconfesables (mucho del ajuste laboral tiene como fondo este mecanismo). Hablar de la crisis sin sufrirla es casi una iniquidad. A pesar de todo, hablemos; quien debería realmente hablar, el sector social más débil (ampliado por este tremendo tsunami económico) no tiene voz. Démosle lo que le pertenece.
Todo el mundo coincide en que estamos en una crisis de valores. Por eso, todos dicen que los valores son imprescindibles para salir de esta aquí. Los economistas dicen que hay que reintroducir valores éticos a nivel mundial (Camdessus, exdirector del FMI), los políticos, que abogan por “moralizar el capitalismo” (Sarkozy, Merkel), por supuesto, los clérigos de todo rango que proclaman la necesaria renovación ética de la vida social y económica (Mons. Osoro, obispo de Valencia) y los intelectuales que, con agudeza, han elaborado y firmado un manifiesto por “Otra política y otros valores para salir de la crisis”. Hasta el “antiprogre” que pasea su cuerpo por los bares habla de valores, y si son absolutos, mejor que mejor, a juego con la camisa y los otros valores, claro está: los de la bolsa.
Pero, aun a riesgo de que tal melodía se escuche la semana sin jueves, es preciso hablar, para uno mismo y para los demás, de esos valores que puedan hacernos salir de la crisis. No obstante, hay una consideración inicial ineludible que es preciso responder: ¿salir de la crisis hacia dónde? Cualquiera entiende que si se quiere salir al lugar del que provenimos, al punto en que estábamos cuando “no había crisis” (una economía descontrolada, capitalista a rabiar, depredadora, inhumana), mejor sería no colaborar a tal empresa. Hay muchos ciudadanos que quieren ir a otro lugar a otra economía, a una manera distinta de entender el mundo y las relaciones económicas. Si no vamos hacia ese “otro lugar”, quizá sería mejor que esta crisis durara sin fin y nos sumiera en una pobreza general. Tal vez desde la derrota comenzaríamos a aprender, ya que desde esta injusta prosperidad no aprendemos ni a tiros.
Los valores que vamos a proponer apuntan, al menos en deseo, a una realidad distinta. Por eso, digámoslo, son valores “espirituales” (no religiosos) ya que afectan al espíritu, al alma, a los adentros, tanto del sistema como los de cada persona. Si no se cree en esto, mejor no perder el tiempo y seguir clamando por lo que resulta imposible. ¿Cuáles serían esos valores?
- La tenaz utopía: Malos tiempos para la utopía, dicen. No tan malos porque la utopía vive en el anhelo de mucha gente. No hay que abandonar la idea de que otro mundo, otra economía, otra banca, otra empresa, otro mercado es posible. No hay que apearse del terco sueño de que tú y yo, criados en una economía de devastación y lucro, podamos entender las relaciones económicas con lo humano por delante.
- La economía inclusiva: Quiere decir que esta economía que sueña en mi riqueza a la vez que genera pobreza en otros habría de ser suplantada por la certeza de que toda persona tiene derecho a sentarse en el banquete de la vida, a tener cubiertas las necesidades básicas (educación, sanidad, vivienda, trabajo, etc.). Cuando decimos “toda” persona, ha de creerse en eso como en un dogma de fe.
- La mirada distinta: No la de la rapiña que mira desconfiada al otro porque lo ve como un competidor y no como una persona, como un hermano. Una mirada relacional que transforme la mirada económica y que, por ello, no repare en razas, colores, lenguas, religiones, países. Globalizar la relación para que no haya relaciones privilegiadas, consagradas.
- El gozo de ver crecer al otro: A todo otro, no solamente a los míos, a mi familia, a los de mi región, a los paisanos, a los de mi país. Si no se sabe de esa alegría rara que es gozarse de que el débil, sobre todo, vaya saliendo a flote, hablar de salir de esta crisis es música celestial. Por eso mismo, la base de una economía nueva está en esa mirada nueva que derrite el hielo de la desconfianza, más allá de cualquier fallo evidente.
- La tolerancia siempre progresiva: Porque una economía nueva necesita, además de mejor organización y mayor control, dosis increíbles de tolerancia, dosis cada vez mayores. Sin tolerancia, respeto y acompañamiento, las relaciones económicas devienen en una lucha de tiburones que se matan por la supervivencia a costa del otro.
- La humilde racionalidad: Si alguna característica puede dibujar al modelo económico en que hemos sido educados, que persiste en muchos de nosotros y que sigue funcionando a todo trapo es la irracionalidad. Y no solamente nos referimos a la irracionalidad cósmica de los magnates de este mundo que manejan el principio de que lo que yo me pueda pagar está permitido. Sino a la cotidiana irracionalidad de mis viviendas innecesarias, de mis coches que me dan prestancia, de mis convites que miden su nivel por el precio del cubierto, de mis prácticas consumistas diarias que están reñidas con la reflexión.
- La imprescindible austeridad: No solamente para que los números de nuestra cuenta no mermen sin sentido sino, sobre todo, para poder acercarnos a la situación y a los sentimientos de los empobrecidos, de aquellos que han sido echados del lujoso y luminoso transatlántico del consumo, mundo duro y creciente de náufragos, por nuestras absurdas prácticas económicas. No se trata de vivir peor, sino de equilibrar, de aprender la hermosa espiritualidad del decrecimiento porque es posible vivir mejor con menos.
- Las nuevas relaciones con la naturaleza: Porque no estamos haciendo poesía. Muchos de los desvaríos de la actual economía derivan de una relación con lo creado despótica y, por ello, blasfema. Una economía distinta espera el momento en que consagremos esfuerzos explícitos a cuidar de la tierra, sabiendo que ese camino es la senda buena de una economía distinta.
- La igualdad que se resiste tanto: Se resiste porque no nos hacemos a la idea de que la igualdad es rentables desde el punto de de vista económico, porque lo es desde el punto de vista humano. Esto es evidente con los pobres y con las mujeres. Con los pobres porque la desigualdad endémica deja de serlo cuando se la encara con ánimo de igualar. Con las mujeres porque el machismo, en modos sutiles y consagrados, o en maneras brutales, sigue ondeando por encima de todas las cabezas.
- El amor a lo público: Como espacio adecuado para devolver a la actividad política el aval que regule los mercados y las finanzas en una dirección totalmente nueva. Amar lo público para erradicar todo tipo de fraude económico.
Habrá quien se sonría, bostece, muestre fatiga o, incluso, fustigue esta clase de planteamientos. Pero tal vez en esta espiritualidad se halle lo mejor de nuestra dignidad humana, de nuestros sueños y, en definitiva, de nuestra humanidad. Construir una economía distinta no es, únicamente, una tarea de economistas. Es un trabajo de personas que quieren vivir en un mundo nuevo y de quienes anhelan dejar a las generaciones venideras unas ciudades y pueblos más respirables. El reto no es el crecimiento económico sino la expansión del espíritu humano. Quizá para eso andemos errantes desde hace millones de años y tengamos por delante otros tantos.
Fidel Aizpurúa Donazar
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