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FIAIZ

Cantando en los tiempos oscuros

CANTANDO EN LOS TIEMPOS OSCUROS

            El ministerio presbiteral desde una lectura social de las bienaventuranzas

 

Y en los tiempos oscuros, ¿habrá canto?
Sí. Habrá canto sobre los tiempos oscuros.
(Bertolt Brecht)

 

Introducción:

 

            El sacerdocio ministerial goza hoy de buena salud, pese a la pretensión de quien lo cuestiona por sus grietas o por los errores y delitos de algunos de sus miembros. Sin embargo, un gran interrogante pende sobre él, sobre lo más nuclear de su sentido y de su praxis, y, por ello mismo, se hace necesaria, más que nunca una nueva reflexión. Esta reflexión ha de asentarse, de salida, sobre una mayor centralidad en Jesucristo y un amor más apasionado al mundo que nos ha tocado en suerte.

            La crisis vocacional del llamado primer mundo, la dificultad para huir de una concepción funcionarial del sacerdocio, los casos de abusos sexuales, la implicación de sacerdotes en temas de dudosa economía, caen como losas sobre en el sentido, no únicamente sobre la moralidad o la misma legalidad. Trabajar el sentido del ministerio presbiteral se hace más urgente que nunca como se reclama ya no únicamente desde instancias críticas, sino desde personas corrientes que sienten un amor vivo por la fe cristiana y su futuro.

            La respuesta que los sacerdotes dan a esta necesidad de sentido es diversa. Un colectivo mayoritario, tanto de jerarquía, como de sacerdotes de a pie, incluidos una buena parte de sacerdotes jóvenes responde, digámoslo así, pensando y viviendo lo de siempre con el peligro real de instalarse en una especie de funcionariado sacerdotal. Muchas iniciativas del “año sacerdotal”, incluso las mismas directrices oficiales, parecen ir en esa línea: asentar el sacerdocio sobre valores y vivencias de siempre, aunque se apele al hoy en el que, claro está, viven los sacerdotes. Con matices y con un indudable deseo de actualización, pero no se sale de lo de siempre. Sectores de jóvenes sacerdotes insisten deliberadamente en las formas, sobre todo, y en los contenidos de siempre. Quizá exista un “reducto” de sacerdotes de componente más profético, más sensible a lo despertado por el Vaticano II, que parece estar en ámbitos rurales, “esos hombres que se resisten a la despoblación y al abandono rural con una vida encarnada desde lo pequeño y lo sencillo junto a las gentes del campo” (AA.VV., Los curas de pueblo…, p.23). Pero, como el marco sociológico en el que se inscriben, no son realmente significativos ni marcan perspectivas.

            ¿Hay posibilidades de encontrar variables distintas? Una cosa parece ir quedando clara hasta en los mismos sacerdotes: como en otros asuntos, ha de ser del lado de los laicos de donde venga el empuje para elaborar un sentido nuevo. Desde los laicos que anhelan un nuevo modelo de comunión, que es lo mismo que decir un nuevo modelo de Iglesia. Estos laicos tampoco son mayoría, pero es una minoría más despierta a lo nuevo porque están menos en el sistema eclesiástico. Los sacerdotes y jerarcas que pretenden “domesticar” a los laicos, privan a la comunidad cristiana y a su propio ministerio del soplo nuevo del Espíritu.

            El modelo de comunidad cristiana que propugnan estos colectivos de laicos creyentes es, por decirlo de modo simple, una iglesia de comunión y de diálogo, de básica igualdad dentro de la pluralidad de funciones. Una iglesia donde nadie es más que nadie y donde no se funciona por roles sino por relación y por amor. Es justamente ahí donde ellos resitúan el ministerio del presbiterado: hermanos (y en el futuro hermanas) cualificadas, liberadas para el acompañamiento y la animación espiritual, ágiles para la solidaridad y la presencia en ámbitos necesitados de humanidad, místicos de ojos abiertos y horizontales. ¿Suponen estas intuiciones algún avance sobre el planteamiento anterior? Quizá sí porque se ahonda en el componente místico de lo cristiano y se toma en serio el componente político, ineludible de la fe. Este quedar “supeditado” a la comunidad no empobrece la realidad presbiteral sino que, como decimos, la resitúa y contribuye a aportar sentido. Los viejos fantasmas de la carencia de mística (no tanto de religiosidad) con excesiva presencia en las “realidades temporales” o de espiritualismo con un centrarse exclusivamente en lo religioso quedarían cuestionados. Tendremos ocasión de explayarnos en estos elementos de la nueva mística presbiteral.

            ¿Puede colaborar la reflexión bíblica en esta dirección? Eso es lo que pretende este trabajo desde la perspectiva de una lectura social de las bienaventuranzas. Cualquier nueva mística demanda una nueva lectura, un situarse más allá de las lecturas de siempre que producen los resultados de siempre. Si nuestra lectura no produce una luz sino que solamente abunda en lo ya iluminado, posiblemente no saldremos de la cansina espiritualidad de siempre. Ya lo dice E. Lledó: “Nadie recorrería las sendas del pasado, si no subyaciese a ese recorrido el irrefrenable deseo de reconocer, en él, todas aquellas semejanzas que nos llevan a entender nuestra situación y a aprender de otras experiencias”.” (E.Lledó, El silencio, p.30). Nuestros esfuerzo reflexivo intentar aportar alguna luz en este bosque lleno de niebla que hay que cruzar.

            Bertolt Brecht se preguntaba si en los tiempos oscuros habrá canto. Y se respondía, esperanzado, diciendo que sí, que en esos tiempos de sobrecogedora oscuridad sonará el canto animador y suscitador de confianzas. Jeremías, por su parte, profetizado en 7,34 que algún día volvería el canto de la novia y del novio y el Bautista dijo haberlo escuchado (Jn 3,29). Ojalá haya hoy también juglares que canten en las oscuridades de nuestro siglo, de nuestra iglesia y del ministerio presbiteral.

 

1. ¿Qué es una lectura social?

 

Una lectura social del texto es aquella que tiene un nivel explícito de arraigo antropológico y que manifiesta su deseo de conectar con el momento histórico en que vive el lector/a. Desde esos dos supuestos, la lectura puede ser instancia iluminadora del caminar humano en aspectos que el mismo texto no tiene en cuenta explícitamente en origen. Es algo de lo que el documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia (IBI) entiende como acercamiento liberacionista cuando dice que “la realidad presente no debe ser ignorada, sino al contrario afrontada, para aclararla a la luz de la Palabra. De esta luz surgirá la praxis cristiana auténtica, que tiende a transformar la sociedad por medio de la justicia y del amor. En la fe, la Escritura se transforma en factor de dinamismo, de liberación integral” (p.62).

Se trata, pues, de una lectura, no de un método, ni siquiera una aproximación como entiende el IBI. Quiere esto decir que brota de una preocupación (el viejo anhelo de que la Palabra sea semilla en el campo de la vida) que tratar de convertir la Escritura en un dinamismo vital (dynamis: fuerza). Está anclada por una doble preocupación: la que huye de una lectura “arqueológica” del texto bíblico y la que se hace en actitud de apertura y hasta de amor ante la sociedad de la que el lector hace parte.

Es un tipo de lectura que postula la conexión del imaginario bíblico y el social, que trata de utilizar lenguajes comunes para ambos campos, que activa la conciencia de pertenencia común tanto al ámbito creyente como al social, que trata de iluminar situaciones y que impulsa al lector en la línea de la humanización haciendo un esfuerzo explícito por leer con corrección los signos de los tiempos, y que, finalmente, no descarta incidir en la modificación del hecho social dejándose interrogar por el mundo de las pobrezas. Esto nos llevará a hacer hincapié en el sustrato antropológico y social del texto como fundamentación de una espiritualidad que sea susceptible de ser utilizada por creyentes e, incluso, por no creyentes.

Es aquella que acoge las inquietudes que se abren paso en los fondos de nuestra cultura actual. Y la cuestión religiosa, en su variada amplitud, es una de ellas. Aquella que no se enquista, a priori, en posiciones tomadas ya que sabe que el fondo de la ideología muta y, por supuesto, también las formas. Sería una lectura que cada vez mira con más recelo a los planteamientos dogmáticos que no se cuestionan nunca, sino que es hija del no-saber, de la sospecha y del interrogante. Pero, a la vez, no renuncia a la búsqueda y experimentación de certezas que alimenten el dinamismo humano e iluminen la senda, nunca fácil, del caminar histórico.

Se trata, incluso, de una manera de leer que, por la capacidad inspiradora del Mensaje, ilumina el hoy social, siempre necesitado de luz; una lectura  que ayude al lector a creer en la bondad, ya que esta clase de fe (que demanda el Evangelio) es, con frecuencia, escasa en nuestros mercados de la vida; un tipo de lectura que nos aleje de la especie de vergüenza que parecen sentir las personas buenas a la hora de vivir su bondad en un contexto que, aparentemente al menos, menosprecia esa clase de valores; una manera de leer que nos haga percibir la verdad de que de las grandes catástrofes humanas no nos salva la fuerza, sino la humilde bondad. Ya lo dice E. Sábato: “Cada vez que hemos estado a punto de sucumbir en la historia nos hemos salvado por la parte más desvalida de la humanidad” (Antes del fin, p.181). Una lectura social de este nivel contribuye con decisión a mejorar el camino de la existencia, verdadero y primario interés del Mensaje.

 

2. Una lectura social de las bienaventuranzas/malaventuranzas: Lc 6,20-26

 

            Hay quien piensa que las bienaventuranzas han hecho mucho mal a la espiritualidad cristiana. ¿Cómo es posible que un texto tan central en el programa de Jesús, tan decisivo en la espiritualidad general de la comunidad cristiana, tan nuclear en las opciones creyentes (en el seguimiento de Jesús, en la acción social caritativa, en la práctica de la justicia política) haya “hecho mal” a quien aprecia el Evangelio? No es el texto en sí mismo el causante del desaguisado, sino la lectura concreta que se le ha dado.

            ¿Cuáles han sido las causas de este desajuste? Podríamos citar entre otras:

  • Deshistorización: Se ha situado el texto y su significado fuera de la realidad histórica, en un más allá religioso, incontrolable, donde no se pueden demandar responsabilidades. Deshistorizar el mensaje de Jesús es reducirlo a ideología y, con ello, a anhelos de difícil logro. Desposeer al Evangelio de su fuerte componente histórico y económico y cargarlo de espiritualismo y moralismo lleva a derivar en posturas religiosas muy alejadas del anhelo de Jesús.
  • Desde la irresponsabilidad histórica: En lógica relación con lo que antecede, las Bienaventuranzas no solamente no han contribuido a generar responsabilidad histórica ante el camino humano y sus aporías, sino que han llevado a un alejamiento y desconexión de consecuencias irreparables. Además, dado que los cristianos son ciudadanos como malquiera, la irresponsabilidad ante la historia ha generado mala conciencia, cuando no hipocresía: diciendo que aspiraban a los bienes celestiales a los que el Evangelio empuja, se han visto mezclados y embadurnados en “barros” económicos y políticos que no tienen posibilidad de justificación evangélica. La sociedad hace presa en tal hipocresía que deslegitima el mensaje de Jesús y sus pretensiones.
  • Desclasamiento: Han sido leídas desde un desclasamiento social, como si se pudieran entender, e incluso se debiera hacerlo, desde el limbo social de la no pertenencia ninguna clase (con lo que, de hecho, se leía desde la clase dominante). Tal actitud ha creado una espiritualidad que, en lugar de subvertir el orden social, ha logrado consagrarlo y justificarlo (Cf J. Saramago, Levantado,  pp.142-143). Las consecuencias han sido terribles para la vida de los pobres y para el devenir de la comunidad cristiana.
  • Privatización: El hecho religioso, todos lo sabemos, tiende a privatizar la salvación en general y sus componentes en particular. Israel ha sabido mucho de eso y tal afán privatizador de la experiencia religiosa ha llegado al tiempo de Jesús con toda su pujanza. El Evangelio y, ulteriormente, la primitiva experiencia cristiana han tratado de romper esa dinámica privatizadora. Las Bienaventuranzas han sufrido esa amenaza y han caído en la trampa de la privatización. De tal manera que la dicha ha sido ligada a la bondad religiosa, a la pertenencia a un colectivo creyente, a la manera de vivir de acuerdo con las prescripciones morales de una determinada religión. Para leer correctamente las Bienaventuranzas habrá que devolverles su componente universalizador basado en el más elemental componente de justicia que ellas demandan para toda persona. Cuando se privatiza el Mensaje se lo reduce y prácticamente se lo destruye.
  • Desinterés por la transformación del medio social: La lectura espiritualista de las Bienaventuranzas no ha necesitado apuntar a la transformación del medio social. Únicamente han interesando los efectos de la pobreza y la opresión, pero no sus causas fontales. Ello ha llevado a un cristianismo desimplicado, cuando no en connivencia con tales causas. Una lectura adecuada del texto habría de llevar implicada la conciencia de que la realidad es transformable y de la decisividad de las personas en tal proceso.
  • Desde una lírica carente de componente social: El texto es hermoso y ha sido leído muchas veces por el impacto de su belleza. Pero, al despojarlo de su componente social, ha quedado en mera expresión lírica que, a la hora de la verdad, se ha visto desmentida, con frecuencia, por el más tosco materialismo. Esta perspectiva choca frontalmente con la indudable aspereza del mensaje evangélico que conlleva unas exigencias ineludibles y quemantes, precisamente porque apuntan a fuertes transformaciones.
  • Ante todo, la salvación: Preocupada mayormente por la salvación, la espiritualidad cristiana ha situado el empuje y la meta de las Bienaventuranzas en el éxito de la salvación. Lograr salvarse, llegar al cielo, librarse del infierno, ha sido en muchas épocas el ideal popular de la fe. Las Bienaventuranzas, como todo el Evangelio, muestran que Jesús está más preocupado por la felicidad que por el pecado, por la dicha que por la salvación religiosa. “Lo que a Jesús le interesaba, antes que nada, era acabar con el sufrimiento de los seres humanos”, como mejor camino hacia la dicha (J.M.Castillo, Víctimas, p.48). Leer las Bienaventuranzas desde la preocupación por la salvación es minimizarlas; hacerlo desde el anhelo fundamental de dicha sembrado en el fondo de la estructura histórica es abrirles un horizonte inmenso.
  • La banalización de lo religioso: Porque lo religioso se mueve entre la banalización y el fundamentalismo, ambas realidades en conexión, por paradójico que parezca. Leer las Bienaventuranzas desde la superficialidad, denominador común tanto del fanatismo como de la canalización, es reducirlas a algo increíble y desprovisto de la espoleta que las hace “peligrosas”. El concepto de “recuerdo peligroso” del que suele hablar la teología le cuadra muy bien al programa de las Bienaventuranzas (Cf J.B.Metz, La fe en el mundo,  pp.100-110; 192-207). Por todo ello hay que decir que tiempos de secularidad, como los nuestros, son propicios para una lectura de este programa de Jesús desde una perspectiva renovada.

Todas estas actitudes están demandando otro tipo de lectura de este texto privilegiado del Evangelio que son las Bienaventuranzas. Una lectura social de las mismas con “mística”, sabiendo que apuntan a la dimensión escondida de la vida, a niveles profundos de la existencia, puede venir en ayuda nuestra. Efectivamente, la lectura social no es una lectura sociológica ni rastreramente cotidiana. Es la manera de quien lee con profundidad sin despegarse de la realidad. Más aún, es la de quien quiere hacer de la realidad el lugar único y necesario del descubrimiento del aliento espiritual del Evangelio. Esta actitud la definen algunos como “mística horizontal” o “de ojos abiertos”.

 

a) Establecimiento del texto:

 

                        Vamos a ofrecer una traducción razonada del texto lucano. En alguna de sus expresiones podría parecer arbitraria. Pero, con las consiguientes explicaciones, quizá nos acerque al sentido hondo, a otro sentido, más susceptible de generar espiritualidad. Nos hacemos eco de aquel criterio de traducción que tenían claro los autores del siglo XVI: “en el arte de traducir, el texto es rey, mientras que la traducción no es más que una sierva humilde y fiel, decidida a servir a su dueño” (citado en J.Mateos, NT, p.8).

 

            20Y dirigiendo la mirada a sus discípulos, dijo:

                        Felices los tenidos en poco

                        porque la nueva sociedad os pertenece.

            21Felices los ahora devorados por el hambre

                        porque os van a saciar.

                            Felices porque ahora lloráis

                        porque reiréis.

            22Felices vosotros cuando os odie la gente, os margine y os recrimine proscribiendo vuestro nombre como maldito por causa de la humanidad. 23Alegraos ese día y brincad de alegría; tened en cuenta que vuestro salario será muy grande. Así trataban sus antepasados a los profetas.

            24Pero, ¡ay de vosotros, los enriquecidos!

                        Os han saldado la deuda de consuelo.

            25¡Ay de vosotros, los entriparrados!

                        Os roerá el hambre.

            26Ay de vosotros, los juerguistas de ahora!

                        Os caerá encima la tristeza y el llanto.

            27¡Ay si la gente os adula!

                        Eso hacían sus antepasados con los profetas a sueldo.

 

            Subrayemos el texto con las notas siguientes:

 

  • V.20: Los tenidos en poco: El calificativo ptôkhoi proviene del verbo ptôssô, encogerse amilanarse, ser tenido en poco. La traducción hê basileia tou Theou por nueva sociedad apunta más al componente social del sueño de Jesús. Es cierto que el reino de Dios tiene una dimensión extrahistórica, escatológica; pero también (y a ésa apunta el Evangelio con insistencia) tiene otra dimensión de componente fuertemente histórico. El Evangelio quiere incidir en esta, apuntando finalmente a aquella. Por eso, la traducción nueva sociedad hace más justicia al anhelo del Jesús evangélico. Es preciso valorar también el hecho de que las Bienaventuranzas de Lucas están en segunda persona del plural, manera incisiva y participativa de exponer el mensaje: el seguidor está implicado directamente en el proceso que desencadenan las Bienaventuranzas.
  • V.21: Los ahora devorados por el hambre: Lucas insiste en el momento actual de vigencia de la verdad de las Bienaventuranzas. Es ahora (nyn) cuando se está ya efectuando lo que proclaman (vv.21ab.24.25). La expresión devorados por el hambre es más que hambrientos. El hambre en una sociedad de penuria como es la del siglo I en Palestina es muy distinta a la del mero “sentir hambre” en una sociedad de bienestar. El hambre es en aquella un monstruo que roe y devora las entrañas. Todos los autores coinciden en que la expresión pasiva khortasthêsete incluye la llamada fórmula de “pasivo divino”: es Dios mismo quien va a saciar a los devorados por el hambre. El verbo deriva de khortos, heno: va uno a ser saciado como se sacia el hambre de un animal hambriento que come mucha hierba. Quedar saciado como un animal indica la total saciedad.
  • V.22: Y os marginen: El verbo aphorizô incluye la idea de ser sacado de los límites, de la frontera, de los propios márgenes: apho-horos. La idea de marginación tiene hoy una fuerte connotación social de exclusión, de suma de toda clase de pobrezas. El verbo oneidizô conlleva un lexema de recriminación, condena injusta y manifiesta. El término ekballô significa echar fuera y, de ahí, proscribir, ya que la persona proscrita es la que siempre “está fuera”, sin casa, apátrida. Cuando el discípulo es considerado como maldito (hôs ponêron) se le aplica una maldición con carga de impureza, indecencia social, disgusto ante su mera presencia en el escenario humano
  •  V.23: Y saltad de alegría: El verbo skirtaô indica la acción del animal joven que da brincos de alegría en el campo. Al entender misthos como salario se está queriendo indicar que no se está hablando de algo que dimana de la generosidad del donante, sino de la justicia que se debe a quien ha hecho su trabajo. Al traducir la expresión polys en tô ouranô como será muy grande estamos entendiendo la invocación de lo celestial como modo aumentativo.
  • V.24: Los enriquecidos: No solamente son ricos de hecho, sino que se han  enriquecido a costa de los pobres. El dinamismo de enriquecimiento injusto sigue vigente porque una de las notas reales de ese tipo de enriquecimiento es que nunca termina de saciarse por mucho que se vea al pobre en la miseria. El cupo de consuelo: para el hombre del mediterráneo del siglo I hay cupos designados de antemano para la persona en cuestión de riqueza, de trabajo, de felicidad, de consuelo. Hay personas que, como dice Qoh 4,1, reúnen la suma de todas las opresiones en su llanto que nadie consuela. Estos tenían un cupo de consuelo, pero nadie se lo ha cubierto. La paraklêsis no prescribe, sigue exigiéndose aunque nadie haga caso.
  • V.25: Los ahora entriparrados: La expresión hoi empeplêsmenoi nyn traducida por el aragonesismo ahora entriparrados está indicando tanto el hecho de estar saciados como la injusticia y desfachatez de esa tripa llena ante la vacía de los hambrientos y desheredados. La desgarrada expresión conlleva una implícita censura por su honda injusticia. Al traducir el hambre os roerá se está indicando que en esa tripa llena habita un gusano devorador. Es más que un simple pasar hambre; es experimentar el roer de los gusanos de los cadáveres. En su injusta saciedad está sembrada la muerte.
  • V.26: Caerá encima de vosotros: La perífrasis indica que la tristeza y el llanto van a caer como una losa sobre la impúdica risa de los opresores. El futuro como acción no cumplida tiene una connotación de amenaza que indudablemente se cumplirá (penthêsete+klausete).
  • V.27: Si la gente os adula: La expresión “decir bien” (kalôs eipôsin) se traduce por adular, ya que el decir bien del poderoso no es a causa de su bondad, sino por el temor que inspira su poder. De ahí que la manera de hablar de ellos y con ellos sea aduladora (Cf Lc 11,47). Los profetas a sueldo: la expresión pseudoprophêtais no es solamente un falso profeta que hace profecías falsas, sino que su falsedad proviene de su connivencia con el rico que le paga, de cuya economía depende. Es un falso profeta por estar vendido a quien le contrata. Está detrás “el deseo de triunfar y de asegurarse una forma de vida” (J.L.Sicre, Los profetas,  p.28).

 

b) Trasfondos espirituales

 

                  Este sencillo acercamiento al texto permite ya desvelar algunos trasfondos espirituales que pueden arrojar luz. Se trata de ir apuntando a lo profundo para llevar este texto “a la playa de la intimidad” (E. Lledó). Es preciso tener siempre en cuenta que el hecho de lectura abarca al texto, casi inamovible, y al ojo que lo lee, verdadero padre de la página huérfana, que concita una gran movilidad personal, social y eclesial. Por eso mismo las lecturas “varían” y reflejan la luz en el prisma diverso de la pluralidad de lectores.

  • Evangelio de gracia: Así lo entienden algunos autores bíblicos (E. Kässemann). Las Bienaventuranzas dejan ver que adonde no pueden llegar las fuerzas humanas es Dios quien, con su aportación de gracia, hace posible el cambio soñado. ¿A qué apunta esa gracia? A lograr el señorío sobre la historia. Efectivamente, el problema principal de la teología es, aunque cueste admitirlo, el tema de la historia y su solución, el sentido de la existencia histórica. No es tanto la realidad de Dios, siempre inasible, sino, más bien el porqué del camino histórico y su horizonte de sentido. Desde ahí, las Bienaventuranzas animan a vivir esta realidad histórica, por pobre que sea, con auténtico señorío. Es un antídoto contra el riesgo siempre perviviente de desconexión, contra la tentación de intemporalidad (Cf J.B.Metz, La fe en la historia, p.181). Como todo señorío, éste también tiene sus riesgos y se cierne sobre él la posibilidad de error. Pero más valdría errar que no ejercer el señorío al que la gracia empuja. Esa misma gracia sería ayuda para reconocer los yerros y poner remedio en la medida que se pueda. Más aún, las Bienaventuranzas empujan al arduo camino teológico y espiritual de construir una teología sobre la gracia y no sobre el pecado que ha sido el camino tradicional. Se hace aún necesaria una espiritualidad cristiana (teología, espiritualidad, práctica pastoral) cristocéntrica y caritocéntrica (centrada en Cristo y en la caridad-justicia) eliminando la visión adamocéntrica y hamartiocéntrica (centrada en Adán y en su pecado) (A.Villalmonte, El pecado y la gracia,  p.16).
  • Una espiritualidad exigente y compasiva: Exigente en cuanto que demanda poner las cartas sobre la mesa. Por eso habla de la justicia y sus precios, de las pobrezas y sus raíces, de las hambres que podrían haber sido saciadas, de los llantos no consolados y de los odios irracionalmente inhumanos. Las Bienaventuranzas lanzan preguntas sobre esas realidades y no pararán hasta obtener una respuesta. Cualquier evasión, cortina de humo, excusa fácil o justificación religiosa quedan automáticamente desmontadas porque sería hacerlas enmudecer, privarlas de su aguijón. Pero también son Bienaventuranzas de la compasión porque su exigencia no se hace sin tener en cuenta la debilidad histórica del sujeto demandado. Y, no sabemos cómo, pero saben mezclar exigencia y compasión. Esa compasión es la que hace que nadie se sienta excluido de su cuestionamiento invocando su debilidad.
  • Espiritualidad parcial: Por este decantarse de las Bienaventuranzas en el anhelo de justicia, no ha de extrañar que contribuyan a una espiritualidad concreta, parcial. Provienen del sueño de un Dios de esclavos, que se pone de parte de ellos y que busca su liberación. Este anhelo divino le hace ser al mismo Dios también parcial, porque Dios ama, ciertamente, a todo el mundo, pero no del mismo modo: al injusto lo censura y le empuja al abandono de su inhumana crueldad; al pobre lo acoge y lo sostiene en el sufrimiento injusto que ha caído sobre sus hombros. Esta parcialidad de Dios es supuesto imprescindible para entender la carga “revolucionaria” del mensaje de las Bienaventuranzas. Transigir en esto es arriesgarse a desactivar el mecanismo último del programa de Jesús, porque, él también, optó decididamente por una “solidaridad parcial” (J.Castillo, El discernimiento,  p.148).
  • Pobreza con mística: El tratamiento que las Bienaventuranzas dan a las pobrezas históricas no es meramente sociológica. Llevan implícita una mística, un porqué espiritual. ¿Por qué las pobrezas y su tremenda injusticia quedan excluidas? Porque Dios tiene un sueño: crear una historia fraterna e igualitaria, justa por ende, donde no haya sistemas intocables, poderes que los defiendan ni religiones que los consagren. Los grandes anhelos de Israel, los sueños de la profecía, el mensaje de Jesús, la experiencia primigenia de la primitiva comunidad cristiana apuntan en la dirección de tratar de hacer ver que los afectados por la injusticia tienen que ser devueltos a la corriente de la vida con todos sus derechos intactos más los “intereses de demora” por las injusticias sufridas. Ese sueño de Dios, evidentemente, afecta a la realidad histórica, al ahora de quienes sufren la injusticia histórica. Su pobreza no es mera pobreza económica; lleva dentro la exigencia de la espiritualidad bíblica, el sueño mismo del Padre y de Jesús. Eso la dinamiza aún más y sus anhelos la lanzan a horizontes inabarcables, más amplio que el más inimaginable sueño. Desposeer a las Bienaventuranzas de esta mística es empobrecerlas hasta domesticarlas. Y unas Bienaventuranzas domesticadas llevan a un Evangelio inservible. Menospreciar esta mística porque estamos hablando de “sueños” es posiblemente no entender la dinámica antropológica que se nutre más de sueños que de ideas y la dinámica de lo divino que entiende a Dios y al mismo Jesús como quienes mejor han soñado el horizonte de la dicha de la historia. Un sueño por el que el mismo Jesús ha dado su vida.
  • Un problema teológico: La exclusión social no es únicamente un problema social. Podría ser comprendido como un problema teológico. Las grandes preguntas de la exclusión pueden convertirse en grandes cuestiones teológicas ¿Por qué hay pobres? ¿Por qué son tantos? Y desde ahí otras preguntas más concretas, aceradas y agudas porque encierran un tremendo anhelo de justicia: ¿Dónde dormirán hoy los pobres? (G. Gutiérrez). ¿A qué tribunal pueden acudir los pobres? (L. González de Carvajal). ¿Qué lado eliges entre el bien y el mal, entre los oprimidos y los opresores? (E. Schillebeeckx). Son preguntas elementales pero certeras como dardos. Habría que hacer de ellas motivo no solamente de discernimiento, sino de espiritualidad e incluso de teología. Desarrollar estas cuestiones tan elementales nos ha de llevar no solamente al discernimiento personal y comunitario, sino también a las raíces mismas del Evangelio. Porque, en el fondo, la trayectoria del Jesús evangélico no es sino el duro enfrentamiento con estas cuestiones. Por tratar de darles respuesta elaboró una vida de acompañamiento y ofrenda a los débiles e, incluso, no dudó en abrazar el duro cáliz de su muerte.Una teología que parta de las Bienaventuranzas no podrá eludir estas cuestiones sin correr el riesgo de convertirse en una teología de escuela que poco o nada tenga que ver con el azogue del mensaje de Jesús. Las grandes obras teológicas carentes de conexión social terminan por ser almacenes de ideología.
  • Hacia una experiencia de una espiritualidad de la dicha: Y de la felicidad. Porque si algo queda claro en las Bienaventuranzas es que la justicia exigida es en función de una dicha exigida, de una felicidad debida. La preocupación por la dicha ha de presidir la comprensión de este núcleo del Mensaje de Jesús. Preocupado por la salvación (y consiguientemente por el pecado) el cristiano ha creído que la dicha era un tema menor, cuando no “perjudicial”. Sin embargo, las Bienaventuranzas son una profecía sobre la dicha debida y soñada, sobre la felicidad histórica y su injusto fraude. Su promesa no es el trabajo, sino la dicha; su propuesta no es la salvación eterna, sino, ante todo, el gozo histórico.
  • Propuesta para todos: La base de toda esta mística es la que proviene de una mirada igualdadota sobre la realidad y las personas. Las Bienaventuranzas censuran directamente la desigualdad, los rolos, la jerarquización, los privilegios que vienen por la simple costumbre social. La inviabilidad del mensaje de Jesús quizá se deba a no haber cambiado la mirada desigualadota por una manera simplemente igualitaria a la hora de acercarse al otro. Y desde ahí se comprende que privatizar este mensaje es no haberlo entendido. Por mecanismos religiosos, los credos tienden a apropiarse de los textos bíblicos. Por dinámica evangélica, la propuesta de Jesús apunta al todo de lo humano, a la historia en general, por encima de credos religiosos. Esto pasa con las Bienaventuranzas que habrían de ser consideradas como “patrimonio de la humanidad” y, por ello, a la libre disposición de toda persona en situación de injustita, de opresión y deseosa de la dicha.

 

c) Resonancias sociales

 

                        De siempre la tradición bíblica considera la Palabra como “lámpara para los pasos” de los humanos (Sal 118,105). Esa luz se vierte sobre los tortuosos senderos de la vida. Apartarla de esas zonas de sombra que demandan luz sería quitarle a la palabra su propiedad principal. Por eso, las Bienaventuranzas iluminan ámbitos sociales de gran importancia para la persona.

  • De la pobreza a las pobrezas: No habría de extrañar que el Evangelio tenga como trasfondo de muchos de sus pasajes, de las Bienaventuranzas por ejemplo, el tema de la economía, entendiendo por tal toda la actividad productiva humana. La economía es un vector de más decisividad en el camino humano que la misma sexualidad y dependen de ella asuntos tan básicos como el de la simple supervivencia. No es raro, pues, que el Evangelio apunte en esa dirección. Hasta ahora se había enmarcado ese dinamismo en el planteamiento en torno a la pobreza, personal o colectiva. Quizá haya llegado la hora de superar ese marco cambiándolo por el de las pobrezas. Este plural incluye, cómo no, la problemática de la pobreza personal pero abre a una realidad más amplia y decisiva: toda clase de pobrezas y su dura problemática. Y de ahí, a la pregunta decisiva: las causas de la pobreza. Es viejo y verdadero el aforismo escolástico de que “no hay efecto sin causa”. La pobreza ha sido una acompañante del caminar humano, en variadas modalidades y con consecuencias distintas, siempre adversas. Muchas entidades humanitarias han trabajado denodadamente para paliar los devastadores efectos de la pobreza. Su mérito es grande, aunque los resultados hayan sido pequeños. Pero pocas de esas personas se han preguntado con seriedad sobre las causas de la pobreza, sobre los mecanismos sociales estructurales que generan pobrezas y pobres. El sistema se frota las manos cuando ve que muchas gente trabaja con denudo contra la pobreza pero no apunta sus dardos a los causantes reales de tales pobrezas. Los afectados por la pobreza se manifiestas y hasta se revuelven contra sus respectivos gobiernos exigiéndoles que arreglen tamaña injusticia. Pero en realidad, hoy en día, los causantes de la pobreza no son los gobiernos, aunque con su mala gestión puedan incrementarla, sino las grandes multinacionales, las enormes empresas alimenticias, las grandes corporaciones petrolíferas, los fabricantes y vendedores de armas, etc. Estas personas-entidades salen indemnes de cualquier vaivén y generalmente aumentan sus beneficios a resultas de las crisis que ellos mismos provocan. Cuando la crisis alimenticia mundial es más álgida y muchos gobernantes de todo el mundo se reúnen en Roma auspiciados por la FAO en 2008 para tratar el problema, se sabe, antes de que termine la reunión, que los alimentos acaban de encarecerse más. Parece un sarcasmo, pero es una realidad.

Hay quien apunta en la dirección de las causas, como lo hizo el suizo J. Ziegler en la citada reunión de la FAO: “Las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial y FMI), con el gobierno de Estados Unidos y la Organización Mundial del Comercio, incluso se niegan a reconocer la existencia de un derecho humano a la alimentación e imponen a los Estados más vulnerables el consenso de Washington que favorece la liberalización, la desregulación, la privatización y la reducción de los presupuestos nacionales de los Estados. Este modelo, que genera aún más desigualdades, (…) tiene consecuencias especialmente catastróficas en el derecho a la alimentación en tres de sus aspectos: la privatización de las instituciones y servicios públicos, la liberalización del comercio agrícola y el modelo de reforma de la propiedad de la tierra basado en el mercado”. Pero la gran parte de quienes podrían decir una palabra en este tema, miran para otro lado.

Hay que reconocer que, en general, también la vida cristiana, a veces incluso en connivencia con el sistema, ha trabajado con denuedo en los efectos de la pobreza, pero ha ignorado las causas. Quizá se piense que ese campo no es el nuestro, pero, como decimos, ahí está la fuente de los mayores dolores de la humanidad. Se cree, con cierta ingenuidad, que el hambre el que mata, pero lo que realmente mata es la desigualdad que lo provoca. ¿Estamos todavía a tiempo para escuchar este reto? Sí lo estamos, aunque necesariamente nuestras actuaciones hayan de ser modestas. La magnitud del reto no habría de oscurecer la exigencia de respuesta. La fidelidad a la propuesta de las Bienaventuranzas nos lleva a esta clase de planteamientos.

  • Apuntando a la transformación del medio social: El Evangelio en general y las Bienaventuranzas en particular apuntan a la transformación del medio social, ya que son semilla para la tierra de la historia. Muchas instancias sociales y políticas se han empeñado a lo largo de la historia en esta prometeica tarea de transformación del camino humano. Sus logros no han sido todavía muchos, aunque tampoco se pueda decir que su generoso esfuerzo haya sido estéril. Los métodos empleados han sido muy variados, incluyendo los de la coacción y aun la violencia. ¿Cómo pretende hacer esta transformación el programa de las Bienaventuranzas? Con los valores primordiales del Evangelio: la paz, el respeto, el amor, la verdad, el acompañamiento a los débiles, la sed de justicia, el servicio, etc. Son valores activos, no meras virtudes sin incidencia social. Si se piensa que, como tales valores, no son suficientes para transformar el medio, estaríamos diciendo que no damos fe a los dinamismos evangélicos ni al mismo Jesús del que proceden. Si, por el contrario, creemos que en esa clase valores que Jesús ha vivido y propuesto anida la fuerza trasformadora con que los ha dotado el amor del Padre, es fácil que puedan ser entendidos como fuerzas trasformadoras del devenir real de las personas. Estamos hablando de cambios estructurales que deriven en una comprensión distinta, humanitaria, del hecho humano.
  • A vueltas con la opción por los empobrecidos: Que quizá sea algo más que la opción por los pobres. Estos no son un producto natural nacido por generación espontánea en los caminos de la historia. Con frecuencia su pobreza es la de los empobrecidos, la de aquellas personas que han sido desposeídas de su natural e inalienable derecho a sentarse en el banquete de la vida, la de los expoliados, torturados y excluidos por otros poderes que se han impuesto en sus vidas. No son tanto pobres cuanto empobrecidos.

Ciertas teologías han querido poner el acento en esto hablando de una opción por los pobres (la Teologías de la Liberación, la Teología Política y otras). Por ello, por su supuesto análisis sociológico y hasta “marxista”, han sido descalificadas. Se ha rebajado la cota hablando de una opción “preferencial” por los pobres. La mitigación está hablando de la contradicción con la que se acepta el supuesto evangélico. Parece claro que las Bienaventuranzas de Lucas, más escuetas y quizá más cercanas globalmente a la fuente original, decían “Dichosos los pobres”, sin más addenda ni añadiduras. Quizá sería bueno recuperar esa elemental formulación, sin matices. Éstos los pondrá la actuación de cada cual.

  • Recuperación de los lugares sociales de la dicha: Con la finalidad no solamente de disfrutar, sino de hacer ver que el horizonte de la existencia humana es la dicha. La trayectoria histórica, llena de heridas y de dolor, encierra también logros de disfrute social que es preciso celebrar y poner de relieve: los gozos de quienes hasta ahora estaban excluidos de ellos (discapacitados, enfermos, clases pasivas), las alegrías celebradas en el contexto de lo popular (fiestas, celebraciones sociales), los logros de las asociaciones que han descubierto que vale la pena unirse para el beneficio común (conquistas sociales, cultura popular al alcance de todos, gratuidad en servicios culturales).

Quizá para ello haya que cambiar el sentido del disfrute humano porque, como dice E. Sábato “estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras” (E.Sábadot, La resistencia, p.68). Las Bienaventuranzas son familiares de los disfrutes sencillos, cotidianos, familiares y, por ello, profundos.

  • Contra la sacralidad de la propiedad: Era uno de los pilares de la antigua moral económica hoy ya superada. La propiedad no es sagrada, sino simple cuestionable. Ya lo dijo Juan XXIII: “...el derecho de todo hombre a usar de los bienes materiales para su decoroso sustento tiene que ser estimado como superior a cualquier otro derecho de contenido económico y, por consiguiente, superior también al derecho de propiedad privada.” (MM, 43). El liberalismo más duro habla de la redistribución de los recursos (nunca lograda) sin querer hablar de la propiedad. La cosa es casi imposible. Las Bienaventuranzas son una constante pregunta sobre la propiedad de los bienes, de los consuelos, de la justicia, de los medios productivos. Y su interrogante demanda una respuesta sobre la decisión de compartir o no tal propiedad. La única sacralidad, lo que el Evangelio “consagra” es el derecho a llevar un vida en creciente humanidad compartiendo, por derecho, los recursos de la tierra.
  • En diálogo con la secularidad: Las Bienaventuranzas no son, propiamente hablando, un credo religioso sino un camino de humanidad. Por lo tanto, a ese camino quedan convocados todos los humanos y la totalidad de las criaturas incluso. No puede ser una mística de separación religiosa, sino de mano tendida en la convicción de que la saludable secularidad es garantía para la misma religión. Hace muchos siglos, Tertuliano, prolífico y polémico autor del cristianismo primigenio, se hizo las siguientes preguntas: "¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué tienen que ver los herejes con los cristianos?". Conocido principalmente por haber establecido un contraste metafórico entre Atenas, patria del paganismo griego, y Jerusalén, escenario capital de la revelación divina, estaba convencido de que la fe cristiana y la sabiduría humana eran polos opuestos. Estamos en otra época, un tiempo para ver con más claridad cómo la espiritualidad de las Bienaventuranzas es una espiritualidad común, social, participativa, incluyente.

 

3. El ministerio presbiteral desde la espiritualidad social de las Bienaventuranzas

 

            Abríamos nuestra reflexión con la acuciante pregunta de B. Brecht y su sosegante respuesta: “Y en los tiempos oscuros, ¿habrá canto? Sí. Habrá canto sobre los tiempos oscuros”. Aplicamos esto a la situación del ministerio presbiteral que, más allá de su indudable vitalidad, sufre el interrogante que le plantea el momento presente: ¿Habrá posibilidad de proponer y vivir una mística presbiteral en estos tiempos no fáciles para la vida cristiana y para los ministerios? Sí, habrá posibilidad siempre que vayamos elaborando esa nueva mística, siempre que no se recurra a los tópicos de siempre, a la práctica indiscernida de siempre, al romanticismo religioso de siempre, al esquema institucional de siempre. Si se sabe salir de ahí, quizá haya posibilidad de entonar ese canto hermoso y nuevo en los tiempos oscuros. Si no, seguirá cayendo sobre el ministerio presbiteral el oscuro manto de la noche.

            Al hablar de una mística nueva no se trata de oponer un estilo de ministerio presbiteral a otro, una manera de ser cura a otra. No se trata de crear bandos en la fraternidad presbiteral que habría de ser una hermosa y verdadera fraternidad. Se trata de construir cimientos nuevos, de buscar porqués ilusionantes, de llegar a otros estremecimientos que los provocados por el simple sentimiento religioso. Eso es una mística, una motivación honda. De eso se trata, aun a sabiendas de que eso tiene consecuencias concretas. Lo importante no es la posición en la que cada uno se sitúe sino si, desde esa posición, se quiere caminar en la dirección de una nueva mística.

¿Y dónde encontraremos la ayuda para construir esa nueva mística? La espiritualidad evangélica leída desde una perspectiva más social quizá pueda ayudarnos por la característica de iluminación que posee el Mensaje. De cualquier manera, volver la mirada a la Palabra es ya garantía de éxito porque en ese “arca” de la Palabra podremos encontrar siempre los elementos de novedad precisos para vivir la fe en nuestro momento histórico. Señalemos algunos posibles aspectos de tal mística:

  • Necesario equilibrio: Hace tiempo que los teólogos nos dijeron que el seguimiento de Jesús tiene una estructura doble: un componente místico y otro político o situacional (Cf J.B.Metz, Las órdenes, pp.52-55). En el primero entraría toda la experiencia mística del creyente, la Palabra, la oración, los sacramentos, la experiencia personal de Jesús, la comunidad cristiana, los valores religiosos, etc. En el componente político se darían cita la colaboración en la ciudadanía, la inserción en el medio social, la participación política, la lectura de los signos de los tiempos, la vivencia de lo popular, etc. Ambos componentes habrían de estar equilibradamente presentes en la vida del presbítero, por creyente cualificado y por ciudadano. Hoy es el día, como ocurre en la vida cristiana en general, que entre ambos componentes se experimenta un indudable desequilibrio primando lo místico sobre lo situacional. Una lectura inserta del mensaje de las Bienaventuranzas está empujando a acentuar lo político para tratar de lograr un mayor equilibrio. Sin este afán explícito, no solo las experiencias místicas, sino las simples formas religiosas, ocuparán todo el terreno creyente sin dejar opción a ningún tipo de lectura social.
  • Ministerio y pobrezas: Puesto que en el mensaje de las Bienaventuranzas el tema de la pobreza es nuclear, al ministerio presbiteral no lo puede ser ahorrado el trabajo por reorientar continuamente este campo. Por lo mismo, habría de revisarse el “lugar” en que se enmarca el ministerio: un lugar cúltico o un lugar social. Hasta ahora parece que no hemos hallado la fórmula que integre ambos elementos. O el sacerdote se dedica con ahínco a sus tareas cultuales con el peligro de hacer de la vida cristiana un supermercado de lo religioso; o se sitúa en ámbitos de trabajo social que parecen hacer inútil toda la experiencia mística de la fe. ¿Hay manera de logra un equilibrio? En teoría sí: se trataría de que la experiencia mística impulsara de manera decidida los aspectos sociales de la vida de la comunidad cristiana. En ese caso, habría que hacer tanto un ahondamiento de lo espiritual (no un mero repetir en el molde de lo oficial) como de lo social (no un mero dejarse llevar por las circunstancias). Se halla aquí uno de los retos a solucionar más decisivos.

Además, entraría en esta revisión todo el mundo económico que maneja el presbítero a nivel personal. Es preciso volver sobre temas que se consideran “tabú” pero que necesitan ser revisados desde perspectivas cristianas y sociales: la necesidad de un trabajo remunerado para los presbíteros, o lo que es lo mismo, la profesionalización del sacerdote (esto supone un cambio copernicano en la concepción de la vida sacerdotal, pero alguna vez habrá que volver sobre ello, más allá del “fracaso” de los llamados sacerdotes obreros y sus ambivalentes experiencias); la necesidad de una gestión autonómica de los ingresos sacerdotales, o lo que es lo mismo, superar la situación de que los Obispos sean realmente quienes controlan el sueldo de los curas: se necesita un órgano dueño ajeno a la presidencia de la caridad eclesial que gestione este asunto para que el sacerdote experimente la libertad y el riesgo de ser gestor de sus propios bienes. Todo esto entra en el marco de lo que podríamos denominar opcionalidad: las propias decisiones económicas, laborales, incluso lo que afecta al celibato tiene que ser planteadas desde una autonomía y elección mayor por parte del presbítero. Pretender una mística nueva para tiempos nuevos sin separarse de los viejos esquemas es cosa imposible.

  • Cambiar de lado: Es cierto que, por suerte, siempre ha habido, y hoy los hay, sacerdotes que ha echado su parte en el lado de los más desfavorecidos. Gracias a ellos no muere la profecía. Pero el colectivo presbiteral entre nosotros no es visto por la ciudadanía como un segmento social en el lado de los tenidos en menos. Más aún, vemos el fuerte escándalo que arrastran los delitos sexuales cuando los comete un sacerdote. Pero no se ve como cuestionable la dirección y presencia de sacerdotes y hasta Obispos en entidades bancarias de criticable proceder (como pertenecientes al ámbito bancario). Para el Evangelio, el lugar del seguidor de Jesús es (como lo ha sido en su caso) el de los empobrecidos. Alejarse de ese ámbito es arriesgarse a desconectarse de lo vivo de Jesús e imposibilitarse para cualquier mística nueva que se pretenda. Los tiempos de hoy son buenos para volver a la centralidad de Jesús y su mensaje y a la centralidad de las pobrezas. Lo uno hay que tomarlo tan en serio como lo otro. Lo marginal, que no la marginalidad, puede ser vivida no sólo como lugar de caridad presbiteral (cosa loable), sino también como lugar de mística sacerdotal, de sentido (cosa necesaria para que suene la “música” del presbiterado en la “noche” de la secularidad).
  • ¿Es posible un trabajo ministerial en las causas de la pobreza?: Siempre lo es y siempre lo ha sido. Es preciso recordar que en épocas pasadas muchos sacerdotes dejaron la impronta cristiana y social en todo el mundo cooperativista. Muchas familias, comarcas enteras, han debido su desarrollo económico (cuando no su mera supervivencia) gracias a estas obras sociales promovidas e incluso gestionadas a veces por sacerdotes. Quizá hoy la fórmula ha de ser otra. Pero ver cómo el movimiento sacerdotal de hoy no solamente está poco interesado en estos campos sociales, sino que, apoyados por dirigentes de fuerte componente espiritualista, desconectan totalmente de este terreno nos hace pensar que el postulado transformador de la realidad que tiene el Mensaje se queda relegado a ámbitos meramente espirituales reproduciendo la dinámica ya conocida (desde la 1ª Juan) de un cristianismo gnóstico, ortodoxo más que ortopráctico. Si se pretende una mística nueva para el ministerio presbiteral es preciso volver sobre la presencia tal ministerio en ámbitos de desarrollo para los débiles sin descartar una especie de empresariado de inserción que se daría allí donde el tejido social es más frágil o prácticamente no existe.
  • Fraterno alejamiento y anhelo de justicia: La vida cristiana siempre ha insistido sobre el valor de la austeridad. Y efectivamente lo tiene para ayudarnos a convivir como personas, para acercarnos a los débiles e, incluso, para descubrir mejor el sentido de la cruz de Cristo. Pero al presbítero se le pide algo más que ser austero, cosa siempre a tener en cuenta. Se le demanda, en primer lugar, un fraterno alejamiento de los ámbitos de consumo que postulan una filosofía del compre-pague-conténtese-vuelva. Es la filosofía patente en los grandes centros de consumo actuales. Hablar de una nueva mística sacerdotal en los modos generales de un consumo indiscernido es cosa imposible. Pero, además, el presbítero habría de ayudar a ver que la insensatez de ese tipo de vida deriva sobre todo no de su irracionalidad, sino de su desconexión con la justicia. Efectivamente, es por causa de la justicia por lo que hay que replantear los modos de vida económicos. Por eso, el tema de la justicia, tan teórico, ha de ser dotado de un rostro cercano y visible. La nueva mística sacerdotal de la que hablamos tiene aquí un trabajo de primer orden.
  • Nueva manera de ejercer la denuncia profética: Los sacerdotes han ejercido en todas las épocas la denuncia profética. Lo han hecho desde planteamientos morales y jurídicos, sobre todo. Ese tipo de denuncia tiene hoy escasísimo eco en una sociedad adulta y laica. ¿Cómo ejercitar esa función profética que puede dejar claro qué perfil de ciudadano y de creyente es el del sacerdote? Habría de ser una denuncia desde el visible alejamiento del sistema imperante, del pensamiento único, de la oficialidad a ultranza. Tendría que hacerse en el lenguaje de la dureza y de la compasión. La dureza para recuperar la capacidad de insulto cuando la vida de los débiles es machacada sin piedad. De compasión para creer en la posibilidad de un encuentro en el ámbito humano sin negarlo, a priori, a nadie. Por extraño que parezca, la humildad es un valor necesario para un ejercicio cristiano de la denuncia. De esa humildad, tenaz y fiel, confiante en la persona pero aguda en la lectura de lo que ocurre, está necesitada la mística de la profecía.
  • Honda dicha, honda libertad: Una nueva mística del ministerio presbiteral está demandando esfuerzos gigantes por romper el molde de funcionariado sometido a sistema en el que perciben muchos ciudadanos de hoy al sacerdote. ¿Cómo hacerlo? Si se sabe elaborar un tipo de vida que trasluzca la libertad y la dicha. La organización eclesiástica a la que pertenece el presbítero ha generado mucha sumisión cuando, por razones evangélicas, estaba destinada a la libertad. Es preciso que la nueva mística recupere las cotas más altas de libertad personal en cuestiones afectivas (celibato opcional), económicas, organizativas u otras. Eso sí, se pertenece a un plan común, eclesial, fraterno. Por lo tanto, no se puede funcionar al gusto de cada cual. Pero ese plan común, en teoría al menos, habría de ser herramienta útil para potenciar la libertad y el riesgo por el Evangelio. Es también necesario ir construyendo un estilo de vida presbiteral mezclada a la dicha elemental y al disfrute de la vida en los modos fraternos y sencillos de quien ha aprendido el arte de disfrutar con poco. Una vida sombría con evidente componente de amargura difícilmente será un canto en la noche.
  • Lejos de toda adulación: Las Bienaventuranzas estigmatizan a los falsos profetas que profetizan para su propio lucro, que no tienen empacho en adular y decir que Dios está del lado de quienes les llenan el bolsillo. Por eso, una mística de acuerdo con el mensaje de Jesús huye de cualquier adulación, de ese plegarse al sistema que encierra en su fondo el lucro económico o el del honor. Una mística sacerdotal nueva cuestiona el servilismo al sistema en que no pocos sacerdotes enmarcan su actividad y vida; empuja a aceptar con el mayor equilibrio posible que, si se profetiza, el sistema no cuente con el profeta. Es preciso aprender a vivir en la marginación del sistema precisamente para que este se reoriente. Creer y vivir esto con paz no es fácil para los presbíteros sometidos a mil presiones y tendentes, como toda persona, a tener el honor social como una de las mayores satisfacciones.

 

Conclusiones

 

            ¿Es posible todo esto o pertenece a la ensoñación de lo que nunca se podrá lograr? El mensaje evangélico en general y las Bienaventuranzas en particular nos empujan en la decidida dirección de su posibilidad. Donde hay que hincar el diente es en el entramado organizativo que hemos ido tejiendo a lo largo de los siglos en torno al ministerio sacerdotal y que hoy, más que nunca, demanda una minuciosa revisión.

            Eso sí, no se pretende que todo el colectivo sacerdotal piense de la manera en que nos hemos expresado. Lo que nos proponíamos era ofrecer materia de reflexión para contribuir, si es posible, al nacimiento de una nueva mística. Esta, lo repetimos, demanda una revisión a fondo de nuestras experiencias espirituales y de nuestra situación social. Ambas cosas son necesarias si se ansía un saludable equilibrio entre ellas.

            I. Ellacuría llamó a las Bienaventuranzas “carta fundacional de la Iglesia de los pobres” (Conversión de la Iglesia, p.130). El ministerio presbiteral habría de trabajar incansablemente por este sueño evangélico de la iglesia de los pobres, no de la iglesia organizativa y, menos todavía, de la iglesia fuerte y poderosa. Quizá pueda ser que la sociedad de hoy no escucha la “música” del ministerio presbiteral precisamente por su alejamiento de los débiles sociales.

            Al menos, que no muera la profecía. Hay presbíteros que mantienen vivo ese fuego. Quizá no reciben el reconocimiento que la comunidad cristiana les debe. Viven sus opciones sacerdotales y sociales en el anonimato, en la controversia y, no pocas veces, en el menosprecio. Pero son quienes siguen cantando en la noche oscura de la secularidad y el futuro les pertenece. Nuestra gratitud les acompaña.

 

Bibliografía de referencia:

 

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VILLALMONTE, Alejandro de, El pecado y la gracia en la cultura occidental,  Tenacitas, Salamanca 2010.

 

Fidel Aizpurúa Donazar                                    

 

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