Pablo y Francisco
Arciprestazgo Oeste
Logroño 16-18/3-09
EL ANUNCIO DE UN NUEVO AMANECER
San Pablo y San Francisco
Estamos en el año de san Pablo (conmemoración del bimilenario de su nacimiento). Años del Sínodo, año de la Palabra. Vamos a volver de nuevo a los textos paulinos. Y también a Francisco, que tanto ha apreciado los escritos de Pablo. Pablo tuvo aquel ideal de anunciar "un nuevo amanecer" (Hech 26,23). Francisco fue "una luz entre la niebla" (LM 1). Los dos son lámpara para nuestros pasos de hoy.
1. El nuevo amanecer de la comunidad
(1 Corintios)
- Cuando el poeta F. Brines se pregunta cuál es la causa de su amor por la persona que ha querido, él mismo responde: "La verdad de mi amor sabedla ahora: la materia y el soplo se unieron en su vida como la luz que posa en el espejo (era pequeña luz, espejo diminuto); era azarosa creación perfecta. Un ser en orden crecía junto a mí, y mi desorden serenaba. Amé su limitada perfección" (Poesía completa, p.180). Lo común es una realidad de "limitada perfección". Amar lo común, una prueba de verdadera humanidad.
- Este domingo, el diario El País publicaba una entrevista al experto en pensamiento creativo Edwar de Bono que se dedica a dar cursos a empresarios y ejecutivos. El artículo se titula "¿Todavía no ha cambiado de paradigma?". Cuando el periodista le pregunta a qué se refiere cuando habla de cambio de paradigma, él responde textualmente: "Ahora mismo, el gran reto que exige el mundo es que la humanidad cambie de paradigma, es decir, que cambie nuestra manera de ver y de interactuar con la realidad, aprendiendo a diseñar el futuro en consonancia con nuestros verdaderos valores y necesidades humanas. No podemos seguir funcionando desde nuestro egoísmo y egocentrismo. Es hora de funcionar desde el "nosotros", desde la cooperación y el altruismo, a partir de lo que podemos crear verdadero sentido a nuestra existencia".
- Queremos hablar hoy del valor de lo común como algo que engloba a lo individual y, por ello, una realidad que mantiene una indudable primacía, por encima de comportamientos personales.
1. La pasión por la comunidad en Pablo:
- Es su pasión mayor (las otras dos, Jesús y la oferta del Mensaje). Algo de esto lo aprendió en las comunidades de Corinto. No ha sido fácil el proceso ni la relación con ellas. Pero ha triunfado el amor. Quizá ahí aprendió algo de lo que hizo el centro de su vida, de lo que nunca se apeó: que la experiencia cristiana se vive en el marco de la comunidad, que fuera de ella se agosta y pierde su sentido. Como decimos, jamás se desbancó de esta certeza. Según Hechos, Pablo llegó a Corinto tras el fracaso del discurso en el mercado de Atenas (Hech 2,3). Predicó con fervor de primer misionero cristiano en esa comunidad durante mucho tiempo, incluso con la ayuda de Silas y Timoteo. Los frutos inicialmente fueron pocos. Cuando se decidió a despegarse de los judíos y lanzarse con decisión al mundo pagano es cuando el Mensaje comenzó a florecer. Año y medio de trabajo en ambiente no fácil: "En griego koiné, el verbo korinthiazein, ‘vivir como un corintio', llegó a significar ‘llevar una vida licenciosa', al paso que la expresión koré korinthé, ‘doncella corintia' era un eufemismo para designar a las prostitutas" (R. Brown, Comentario san Jerónimo, NT IV, p.10; Hech 18,11). Pero aquellas comunidades, con todos sus fallos, llegaron a anidar en el corazón de Pablo. Amó, sí, su limitada perfección.
- ¿Puede interesar algo de esto al lector de hoy? Si es lector creyente, con toda seguridad porque él sabe que el marco de la comunidad es el marco más propicio para la experiencia cristiana. Por eso, todo lo que sea ahondar en la dinámica comunitaria de la mano de un experto como es Pablo de Tarso no puede traducirse más que en beneficios. Y para el lector no creyente también puede ser de interés porque la construcción de la comunidad humana no tiene una mecánica diversa que la que activa la comunidad cristiana. El denominador común de ambas es lo comunitario y ahí puede Pablo aportar algo. Más aún, la nuestra es una era de globalización, de comunidad internacional, de relaciones entreveradas a gran nivel. En la construcción de tal comunidad se halla, quizá, el futuro de lo humano, Bien dice L. González Carvajal que "ahora es cuando ha comenzado la verdadera historia universal", en esta época de globalización que, al parecer, no tiene retorno. Toda espiritualidad que contribuya a afianzar y desarrollar el componente comunitario de lo humano, será bienvenida.
3. El ideal de comunidad para Pablo:
- Ese ideal no es otro que una buena relación, una relación en creciente amor, en cohesión profunda, en vivencia unificada, en corazones que laten en ritmos acordados. La comunidad cristiana no es, a la base, una organización religiosa, sino un grupo de personas que han descubierto las posibilidades del amor vivido en grupo. Por eso no extraña que el ideal de una comunidad que se ama es, para Pablo, el horizonte al que habría de tender cualquier grupo cristiano.
- Comienza Pablo haciendo ver el valor que supone la diversidad, más allá del problema que plantea el ser radicalmente distintos. Lo hace describiendo la variedad de dones, de carismas, de maneras de ser que se concitan en una comunidad. Él cree que hay algo que aglutina esa diversidad y le quita el veneno del individualismo. Esa realidad es la que llama Espíritu: "Los dones son variados, pero el Espíritu el mismo" (12,4). ¿A qué Espíritu se refiere? Evidentemente al de Jesús: un espíritu para la dicha humana, para el consuelo, para la dignidad, para el bien común antes que para el provecho exclusivo. "La manifestación particular del Espíritu se le da a cada uno para el bien común" (12,7). De ahí que para calibrar si la diversidad se va integrando en el marco comunitario, lo que hay que medir es la manera como se vive esa diversidad: ¿se vive en la orientación de Jesús? Estamos en su espíritu. ¿Se vive para sacar algún beneficio particular? Es algo cuestionable.
- Es normal, pues, que Pablo crea que la diversidad no impide la verdadera cohesión. La metáfora del cuerpo humano le sirve para expresar su pensamiento: las partes deben estar interrelacionadas para que funcione el mecanismo; todas las partes son necesarias; un Espíritu anima ese mecanismo. Por eso, queda cuestionada la rivalidad de una parte contra otra o el simple desentendimiento: "No puede el ojo decirle a la mano: ‘no me haces falta', ni la cabeza a los pies: ‘no me hacéis falta'" (12,21). Esta saludable interrelación de lo diverso está sostenida por el afán amoroso de Dios de que la historia funcione en los parámetros de la fraternidad y del mismo amor: "Dios combinó las partes del cuerpo...Dios ha establecido" (12,24b.28a). Dios es el más interesado en que esto funcione, su verdadero garante. ¿Cómo dudar de la posibilidad de integrar lo diverso?
- De aquí que a la comunidad se le proponga, lisa y llanamente, el ideal del amor como paradigma comunitario: 13,1-13. Con todo su valor, los dones son secundarios; si no hay amor, los dones y los heroísmos están vacíos. Para Pablo es una certeza irrebatible que "el amor no falla nunca" (13,8a). El amor comunitario es la prueba de la adultez humana y creyente. Por eso, por encima de la fe y de la esperanza, "la más valiosa es el amor" (13,13b). Más aún: la verdadera dicha, el verdadero cielo, será cuando veamos cómo Dios nos ha comprendido, ya que su comprensión es una comprensión de amor. "Ahora conozco limitadamente, entonces comprenderé como Dios me ha comprendido" (13,12b). Es decir, en la plenitud se tendrá una visión desde la perspectiva del amor. Esa visión hay que empezar a trabajarla justamente en el hoy de la comunidad. El amor fraterno adelanta la verdadera plenitud a la que está destinada la historia.
4. San Francisco: 1 Cor 11,29: "Porque el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su propia sentencia".
Las cartas a los Corintios han dejado catorce empleos, sobre todo en 1R y en la CtaO. En esta última, en el v.19, hace una aplicación de aquel famoso dicho de Pablo de comer el cuerpo haciendo necesario discernimiento. Es interesante ver que Francisco no hace una interpretación moralista y penitencial, sino evangélica y existencial. Es decir: la manera cuestionable de comer el cuerpo no es tanto no estar en gracia de Dios, sino más bien llevar un tipo de vida que no se compagina con los criterios del Evangelio. Lo que invalida la cena del Señor es, en definitiva, la vida injusta e inhumana. Algo de esto parece querer decir Francisco, planteando con novedad el tema de la relación entre justicia y eucaristía.
Esta una relación que todavía se mantiene en tensión. Castillo escribe: "El hecho de la comunidad de los creyentes es el constitutivo esencial del signo sacramental que es la eucaristía. Este signo implica la presencia real de Cristo en las especies del pan y del vino. Esta presencia expresa la entrega de Cristo, muerto y resucitado, a la comunidad. Entrega que se realiza mediante el signo de la comida compartida, en la solidaridad, el amor y el servicio. Por consiguiente, se puede afirmar que donde falta cualquiera de estos elementos no hay eucaristía.
Ahora bien, es evidente que la injusticia y el atropello de los derechos fundamentales de la persona es el atentado más directo que se puede hacer a la comunión entre los hombres. En consecuencia, se puede decir que donde no hay justicia no hay eucaristía. Lo cual no quiere decir que la eucaristía no se puede celebrar mientras no exista una situación de justicia plenamente lograda. Si así fuera, quizás nunca se podría celebrar la eucaristía, habida cuenta de la compleja situación de injusticia que implica nuestra sociedad. Lo que con eso se trata de afirmar es que la eucaristía sólo es celebrada por creyentes que se comprometen seriamente en el empeño por lograr una sociedad más justa y más humana. Y, en cualquier caso, se trata de comprender que requiere el ser celebrada por una verdadera comunidad de creyentes que superan sus diferencias y divisiones y que están dispuestos a compartir lo que son y lo que tienen".
5. Conclusión
No podemos hacer depender el valor de lo comunitario de la buena prensa que tenga ni de la práctica generalizada o no. Es preciso vivir y percibir el gozo de lo común antes que sus indudables precios. Las prácticas de lo común influyen decisivamente en los comportamientos personales. La construcción de lo común es ideal humano de rango mayor.
2. El nuevo amanecer de la bondad
(Filipenses)
Viendo ciertas actuaciones humanas, heroicas algunas, humildes otras, más de una vez se pregunta uno por las raíces de la bondad. Lo expresa muy bien el poema de G.Benn: "He encontrado a personas que, con los padres y cuatro hermanos en una sola habitación, crecieron, y de noche, con los dedos en los oídos, aprendieron en el fogón, se elevaron, exteriormente bellas, y señoriales como condesas, e interiormente suaves y diligentes como Nausicaa, y tenían la frente pura de los ángeles. Me he preguntado muchas veces, sin encontrar respuesta, de dónde viene lo suave y lo bueno, tampoco hoy lo sé y ya me tengo que marchar" (Cf G.Martín Garzo, El hilo azul, p.74-75). No sabemos porqué existen personas que, independientemente de sus circunstancias, logran vivir una vida buena. Su carácter permanece suave y sin aristas. Ni la maldad ni la miseria logran abatirlos. Estos individuos excepcionales, difíciles de encontrar pero que pueden aparecer tras doblar cualquier esquina, son sabios precisamente porque son buenos, porque aprecian la belleza del mundo y se conducen en él con suavidad.
1. Pablo y la comunidad de Filipos:
La de Filipenses quizá sea su última carta, escrita en la prisión de Roma hacia el 61, después de lo cual se pierde el rastro del apóstol. Otros hablan de la prisión de Éfeso, con lo que sería anterior al 55. La relación de Pablo con la comunidad de Filipos fue un amor a primera vista. Llegó a esta ciudad, mayoritariamente pagana en su segundo viaje. La presencia de judía era escasa y pobre. Por no tener, no disponían ni de un lugar de oración; se reunían a la orilla del río (Hech 16,13). Pero Pablo se sintió en aquella pobreza con libertad. Habló desde el corazón y el Mensaje tocó el corazón de alguna mujer de aquellas, como Lidia (Hech 13,15). Fue el comienzo de una gran amistad, como suele decirse. Una amistad nunca defraudada y varias veces corroborada en los momentos de dura necesidad que sufrió Pablo. Seguramente que en la soledad de su prisión él también se preguntaba por el origen de esta bondad.
La carta no teoriza sobre la bondad: la percibe, la aprecia, la agradece y, quizá sin pretenderlo, da con el núcleo creyente y humano de la misma: para Pablo la bondad radica en la entrega de Jesús. Él es el ideal de persona bondadosa con la historia hasta límites de total entrega. Construye así Pablo toda una valoración de Jesús y de la comunidad cristiana desde el lado de la bondad. Y precisamente por ello, sus hallazgos y experiencias son aplicables a toda persona bondadosa, ya que la bondad radica en los pliegues del alma, no en las diferentes ideologías. Pablo conecta con el ideal machadiano de bondad: "bueno en el buen sentido de la palabra". Dentro de su modestia, este es un ideal de altísimo vuelo en el camino humano. No se trata de retroceder hasta la bondad originaria porque la bondad está al final, no al principio. Se trata de caminar en la dirección que el ideal de bondad, sembrado en el núcleo de la historia, va marcando a la persona.
2. Lo central: la bondad de Cristo:
Es el núcleo espiritual, y aun teológico, de la carta, el conocido himno cristológico de Filp 2,6-11. La motivación del himno es clara: la comunidad de Filipos es bondadosa y solidaria, pero tiene sus debilidades, como humana que es. Y una de ellas, muy común por otra parte, es que existen indicios de división en la comunidad. Los remedios que da Pablo para atajar esta desviación son los de siempre: a) correcta autoestima para no ponerse ni por encima ni por debajo de los demás: "en vez de obrar por egoísmo o presunción, cada cual considere humildemente que los otros son superiores" (2,3); b) mirada distinta a la realidad del otro, a su sufrimiento, a sus anhelos, saliendo de ese círculo cerrado que es la mirada exclusiva a uno mismo: "y nadie mire únicamente por lo suyo, sino también por cada uno de los demás" (2,4).
Por si esto no bastara, propone Pablo su argumento final: "la actitud del Mesías Jesús" (2,5b). Con un visión un tanto trascendentalista, como no podía ser menos en Pablo (Cristo estaba en la condición de Dios-se despoja voluntariamente-el Padre lo exalta) explica cómo Jesús entra en el fondo de la vida por su solidaridad con lo débil, sin querer aferrarse, como Adán (Gen 3,5) a la "categoría de Dios" (2,6b). Por vía de la adhesión a lo débil sin vanas pretensiones adámicas, "se abajó obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz" (2,8), el Padre lo ha exaltado: "Dios lo encumbró sobre todo" (2,9). Esto habría de ser suficiente para frenar cualquier conato de división o actuación por propio interés en la comunidad de Filipos.
Pero nosotros lo leemos desde la perspectiva de la bondad. Según este texto, la bondad no viene de arriba, de Dios, sino de un "simple hombre" (2,7c), del fondo mismo de la historia. Por eso mismo, la bondad pertenece a lo humano, aunque sean también los humanos quienes conculquen esa bondad. La percepción de que la bondad pertenece a la vida se verifica en la medida en que los humanos se vuelquen al débil, como lo ha hecho Jesús en maneras de hondísima solidaridad, en "condición de esclavo" (2,7a). Más aún, esa es la única forma de entender en la historia al Dios bondadoso. El triunfo de Jesús es entonces la verificación de la bondad en el rostro de la historia, la certeza de su posesión en las limitaciones de la existencia, la seguridad de que el mal no tendrá la última palabra en el proceso de la historia y terminará "doblando su rodilla" (2,10a).
Se encierra aquí todo un mecanismo espiritual que podemos concretar así: la bondad anida en la vida y brota en ella. Se verifica esta "verdad" en la solidaridad con el débil. Así se puede entender a Dios como aliado y hermano de la vida y también se puede mantener la fe en el triunfo de la vida por sobre la muerte y la maldad. Sin la bondad lo humano se oscurece. Jesús nos la hecho ver con su estilo de vida y le ha dado una forma de propuesta en el seguimiento.
Este dinamismo no es una vana creencia sino una orientación de vida. Por eso, ha de ser continuamente actualizado: "seguid realizando vuestra salvación escrupulosamente" (2,12a) para no frustrar en la comunidad la obra de Dios, que no es sino la obra de la bondad: "es Dios quien activa en vosotros ese querer y ese actuar que sobrepasan la buena voluntad" (2,13). Efectivamente, no es cuestión meramente de buena voluntad, de un lirismo de salón. Creer en la bondad es una firme e implicante actitud ante la vida. La trayectoria histórica de Jesús anima a dar cara a semejante reto.
3. San Francisco: "Y guárdense de mostrarse tristes y exteriormente o hipócritamente ceñudos; muéstrense, más bien gozosos en el Señor, (Filp 4,4) y alegres y debidamente agradables".
La carta a los Filipenses ha dejado en los escritos de san Francisco pequeña huella, pero interesante. Dos textos aluden al abajamiento de Jesús, a su misterio de obediencia al Padre (Adm 1,6 y CtaO 46) y un tercero, éste, hace relación al tema de la alegría, ya que Filipenses es un texto raramente hermoso sobre la alegría. Para Francisco la alegría es un componente básico de la fraternidad. Un hermano entristecido u hosco no ha entendido bien la relación fraterna ni el gozo de Jesús. De manera que la alegría es más que una simple cualidad de carácter: es un estado permanente de ánimo, una manera de situarse en la vida, una forma de entender la relación.
Basándonos en la obra de J. M. CASTILLO, Espiritualidad para insatisfechos, Madrid 2007, pp.59-74: "Felicidad y alegría en la vida cristiana" decimos que al cristianismo le resulta más fácil hablar del sufrimiento que de la alegría. Si se suprimiera aquel y sus derivados, los teólogos irían al paro. Porque, según el dicho popular, todo lo bueno o engorda o es pecado, llegando a la conclusión de que lo que nos agrada a nosotros le desagrada a Dios. No se ha construido una teología del placer y de la alegría (con frecuencia ni está en los diccionarios teológicos esta clase de conceptos). Se puesto la felicidad en el otro mundo; el creyente se cansa de esperar. Jesús habla de la felicidad hoy (Mt 11,5; Lc 7,28). La reiteración del término makarios (50 veces) viene a decir que la reacción correcta ante la propuesta del reino es la dicha (Mt 13,44; Lc 19,6-10). Las bienaventuranzas son una propuesta de alegría para los excluidos de hoy. El abandono de esta orientación elemental ha llevado al cristianismo a una situación sin salida. ¿Por qué el pesimismo religioso? Porque la religión se ha unido a los estados de pobreza; con el bienestar, recede. No se ha sabido ver en la experiencia creyente una posibilidad de sentido que podría ser compatible con cualquier bienestar. La Iglesia ha tenido sus razones para insistir en el sufrimiento: ha vivido una pastoral del miedo, que es una forma sutil, pero profunda, de mantenerse en el poder sobre el otro, sobre su conciencia. No ha podido elaborar una espiritualidad de la felicidad, sino de cumplimiento de códigos. ¿Qué futuro tiene la experiencia cristiana? Si seguimos manteniendo que dicha y cristianismo hoy son poco compatibles, el futuro es poco. Alejarse de la espiritualidad del gozo es desfigurar lo que Jesús representa para la humanidad. Por eso, el futuro del cristianismo está ligado a un mensaje de felicidad y de bienaventuranza. Para lo cual: abandono del Dios violento; abandono de la ética de obligación sustituyéndola por la de necesidad; abandono de la espiritualidad del dolor y del sacrificio por la de la felicidad. Es preciso elaborar una mística de la felicidad: una felicidad que se construye, que apunta sobre todo a los otros, que no se impone sino que se contagia.
4. Conclusiones:
Una fe bondadosa demanda una vida en bondad. Habría que llegar aun enfoque humanista y positivo de las situaciones de la vida desde una vivencia bondadosa de la fe. La oferta de un Dios de bondad sigue pendiente. Tendríamos que presentar el perfil de un Dios bondadoso en una comunidad de bondad. La alegría sigue siendo asignatura pendiente.
3. El nuevo amanecer de otro modo de vida
(Romanos)
Muchos movimientos humanos, tanto en sentido literal como existencial, han tenido y tienen como motor y dinamismo el imparable anhelo de otro estilo de vida. Las migraciones, los cambios sociales, los itinerarios personales, etc., buscan y creen que otra manera de vivir es posible. Estos movimientos desean un aire que no respiran sus pulmones, pero que creen que existe; rastrean la huella de otro camino que no andan, pero entienden que es posible dar con él; creen firmemente que hay para ellos un lugar en el mundo distinto al que habitan y se lanzan a su conquista. Estos profundos movimientos de la existencia están causados a la par, tanto por la insatisfacción de lo que se vive como por el anhelo de lo distinto entendido, claro está, como algo mejor.
1. San Pablo y la comunidad de Roma:
Romanos es el escrito más maduro y sosegado de las siete cartas auténticas de Pablo (Rom, 1 y 2 Cor, Gal, Filp, 1 Tes, Film) contiene en el subsuelo el gozo enorme de haber percibido que otro estilo de vida es posible por la rehabilitación efectuada en la muerte salvadora de Jesús. Cuando Pablo ha comprendido esto, cuando lo ha ido percibiendo porque es un proceso, su vida ha quedado iluminada, reorientada. Sus más profundas paradojas e interrogantes personales, que Pablo no ha dejado de consignar a fuer de realista (Rom 7,14-25), han logrado encajar en el puzzle de su existencia.
Si el Pablo de Romanos se hubiera paseado por el Londres o Madrid de finales de octubre de 2008 y hubiera leído en algunos autobuses que recorren la ciudad el eslogan: "Es probable que Dios no exista. Ahora, deja de preocuparte y disfruta de la vida", probablemente habría retorcido el argumento. Quizá se habría dirigido a la escritora Ariane Serine como a quien se le ocurrió la idea y al escritor de fama Richard Dawkins mentor económico de la campaña: precisamente ése es el mensaje hondo de Jesús: la vida es el gran don a disfrutar y Jesús ha querido librarte de las enormes preocupaciones que lacran la existencia desde los albores de la humanidad. Es decir: el mensaje de Romanos o es liberador o no es nada. No es una carta religiosa con un mensaje para gente religiosa. Es un texto existencial, social incluso, con una palabra de ánimo para la persona, para la sociedad. La muerte y resurrección de Jesús contribuyen de manera decisiva a dar cuerpo al anhelo de otro estilo de vida, de un tipo de existencia nuevo, ya desde ahora.
Para muchas personas y colectivos que han experimentado fuertemente el anhelo de un estilo de vida distinto, la cruda realidad les ha hecho ver que su sueño era imposible. Y añadiendo una amargura más, definitiva, a su catálogo, han desistido ya de tal empeño. La carta a los Romanos, "el escrito más largo, mejor estructurado y con una inigualable riqueza y profundidad teológica de Pablo" (G. Barbaglio, Pablo de Tarso, p.176) leída también hoy, les anima a no dar por perdida la batalla, a no renunciar a su más profundo deseo, a mantenerse vigilantes y al acecho de esa aurora que anuncie como diría el mismo Pablo "un amanecer" (Hech 26,23), una nueva posibilidad que confirme que vivir en un estilo de vida nueva, satisfactoria, colmada, es, por imposible que parezca, una realidad al alcance de la mano ya desde ahora. Renunciar a estos grandes sueños, diría Pablo, no solamente es entenebrecer la existencia humana, sino abocarla a la ceguera. Dice E. Sábato: "No podemos olvidar que en estos viejos tiempos, ya gastados en sus valores, hay quienes nada creen, pero hay también multitudes de seres humanos que trabajan y siguen en la espera, como centinelas" (La resistencia, p.120). El texto paulino se constituye, hoy también, en medio de nosotros como un centinela que afirma con rotundidad que la espera de un nuevo estilo de vida, no es vana.
2. El núcleo de una nueva posibilidad:
Aquí viene la gran iluminación que Pablo ha tenido y que él quiere trasmitir a los creyentes de Roma, a cualquiera que, benignamente, se vuelque sobre las páginas de Romanos. No se puede dudar que el judaísmo antiguo era una religión muy espiritual que anhelaba el encuentro con Dios. Pero, percibida la limitación y el pecado que alejan al creyente de esa senda que va hacia Dios, el judaísmo, como toda religión, ha inventado un gran mecanismo corrector. Los judíos lo llamaban yom kippur, día del perdón. Los ritos pormenorizados de esta gran jornada penitencial vienen descritos en Lev 16. Se puede decir que, aun por encima de Rosh Hashana, es la fiesta que guardan todos los judíos, incluso quienes no son muy creyentes: "¿En qué consiste la apasionada observancia de una festividad que sigue ejerciendo su influjo sobre los judíos, aunque se trate de individuos que han perdido todos los vínculos con su pasado y su tradición?" (H.Wouck, Este es mi Dios, p.85). Los pueblos antiguos utilizaban los pactos de sangre para firmar alianzas. Esa clase de firmas era inviolable. ¿Cómo renovar cada año la "firma" de la alianza que los días, y sus debilidades, amenazaban con hacer desaparecer? Aquí viene la ayuda del rito: el sumo sacerdote (único oficiante en el día del yom kippur) untaba con la sangre de un macho cabrío sacrificado la placa de oro que cubría el arca de la alianza, signo de la presencia de Dios en el templo. Es placa se llama kappôret, en griego hilastêrion, en castellano propiciatorio. Uniendo la sangre de la víctima, el anhelo del perdón, con la placa, signo de la presencia de Dios, se pensaba que se volvía a renovar la alianza. Lo más frágil de este rito es que resulta preciso renovarlo constantemente, anualmente, sin llegar nunca a tener la seguridad total de que Dios aceptara ese tipo de pacto. Pero el anhelo de caminar en su senda hacía que se repitiera, fervientemente, cada año.
Pues bien, Pablo ha vivido creyentemente tal rito anual. Y, en un momento dado, su interior se ha iluminado: ha comprendido que lo celebrado en el rito, en el anhelo, se daba históricamente, realmente, palpablemente, en la persona de Jesús. Dios ha venido en socorro de la estructura humana envuelta en imposibilidad existencial poniendo a Jesús como kappôret y como víctima: "Dios nos lo ha puesto delante como propiciatorio donde, por medio de la fe, se expían los pecados por su propia sangre" (3,25). En él se ha verificado el verdadero perdón de Dios; en él se ha renovado la alianza a perpetuidad; en él se tiene la seguridad de que el futuro puede ser patrimonio de los humanos, de la historia, y que el sueño de una vida nueva, enmarcada en la justicia, no es una fantasía, sino una posibilidad realmente a la mano. Esa es la "amnistía" (3,21) que Dios ha dado a la historia, "a todos sin distinción" (2,22b), amnistía por la que se borra hasta el historial delictivo, de tal manera que no queda rastro de culpa en el trasfondo de la existencia. Aquí la "generosidad de Dios" (2,24) no es un simple don, sino una reorientación de las bases de la historia. Este mecanismo de alianza definitiva funciona por la sangre, la existencia entregada de Jesús. Y el creyente lo vuelve a hacer funcionar no por un mecanismo ritual, sino "por medio de la fe" (2,25). La fe en el sueño de Dios, la justicia cumplida (no se trata de una fe religiosa), un comportamiento justo entronca con la justicia de Jesús y así, mediante ella, se reproduce el mecanismo salvífico: la historia está orientada y el anhelo de una vida nueva empieza a hacerse realidad.
No ha de extrañar que este "descubrimiento" llenara de luz la vida de Pablo y la de otros muchos creyentes que han comprendido (desde Marción hasta Barth), igual que Pablo, que la entrega de Jesús activaba la posibilidad de construcción de una vida en justicia, una realidad nueva, una historia distinta. "La vida de Jesús es el lugar de la historia cualificado por Dios para la reconciliación, el lugar de la historia que Dios ha humillado y ensalzado con miras a la reconciliación: ‘Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo' (2 Cor 5,19). El reino de Dios se ha aproximado en este lugar. Tanto se ha aproximado que se podría notar precisamente aquí su venida, su fuerza y significación redentora; tanto se ha aproximado que difícilmente se podría desconocer justo aquí que Dios habita entre los hijos de los hombres, que habla con ellos, que quiere llamar al mundo a la paz; tanto se ha aproximado que precisamente aquí la fe debería imponerse como una necesidad imperiosa" (K.Barth, Carta a los Romanos, p.154). Pero no se trata de imponerse, sino de percibir simplemente que, con Jesús, el amor del Padre sella definitivamente su decisión de acompañar la existencia humana y de abrirle a posibilidades nuevas que, no por ignoradas, dejen de estar ahí. Más que de reconciliación, de pecado, de lo que se trata es de posibilidad, de amparo, de horizonte, de respiro.
3. San Francisco: Rom 8,6: "Los bajos instintos tienden a la muerte; el Espíritu, en cambio, a la vida y a la paz".
La obra de Pablo no estuvo totalmente ausente de los escritos franciscanos. De hecho, la carta a los Romanos se cita once veces. De esas citas, quizá la más interesante sea la que viene en 1R 17,9-16. Es un texto dirigido a los hermanos predicadores. Francisco cree que hay que tener en guardia a las palabras que no son apoyadas por las obras, tema frecuente de la espiritualidad. Él llama a este fenómeno "la prudencia de la carne", que sería lo que nosotros traducimos por "bajos instintos": es esa capacidad de la persona para lograr gloria propia a costa de lo más sagrado, de la misma Palabra de Dios que se predica. Por eso, el texto no habla tanto de la coherencia palabra-vida, que también, cuanto de ese mecanismo de apropiación de lo religioso con el que se pretende sacar algún beneficio.
Conclusión:
Es preciso controlar el mecanismo religioso para que esté siempre al servicio de la vida y de la fe. La fe apunta a la dicha y a la liberación; se cree en la medida en que se libera. Ello lleva a la confirmación del valor de cualquier senda humana para acceder a Dios. Es preciso mantener siempre la utopía de la posibilidad de cambio y del valor de éste.
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