Juan 14
CVJ
Domingo, 7 de junio de 2009
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
14. Jn 4,31-38
Introducción:
Hay muchas personas que piensan, y tienen su razones para ello, que la humanidad va por un camino de ruina y destrucción. Las enormes heridas que nos hacemos los humanos, las injusticias que verdean, las grandes hipocresías que hacen sufrir a los pobres, la situación de millones de personas dejadas a su pobre suerte, les hacen pensar que vamos radicalmente a peor. Ellos se identificarían con aquella frase de Gen 6,6: "Le pesó a Dios haber creado al hombre". Pero, en realidad, todo ese cúmulo de mal esta contrapesado por tan evidente floración de la bondad que uno puede decir con realismo (no con un optimismo sin base) que vamos a mejor, lentamente, pero vamos a mejor. La bondad no se apaga y cada vez cobra formas nuevas, más globales, más hondas. Nos impacta el mal, pero en realidad es el el bien la gran fuerza motora de la vida. Creer en el bien es la gran fe que nos hace más humanos, que sostiene nuestra debilidad y alienta nuestra utopía.
Es la misma fe de Jesús tal como aparece en el
Evangelio. Efectivamente, en el pasaje de hoy, una especie de digresión del tema de la samaritana, se dice que habrá cosecha de bondad, del Reino. Más aún: se dice que esa cosecha no tardará en llegar, que los campos están dorados para la siega y que el segador está cobrando ya porque está recolectando ya. No habrá que esperar al final de los tiempos para cosechar y disfrutar del bien. Ahora, por la siembra de humanidad que han hecho las personas, Jesús como el que más, la bondad crece imparable y produce grandes cantidades de humanidad. No es un mero deseo o una utopía sin base: es una certeza. Basta mirar en derredor con deseo de ver el rostro de lo bueno. Ese rostro se descubre en grandes iniciativas y, sobre todo, en pequeñas actuaciones de personas concretas. Las semillas de la bondad son humildes, pero constituyen el futuro de la vida. Sin ellas, habrían perecido ya hace tiempo.
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Texto:
31Mientras tanto los discípulos le insistían:
-Maestro, come.
32Él le dijo:
-Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
33Los discípulos comentaban entre ellos:
-¿Le habrá traído alguien de comer?
34Jesús les dijo:
-Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. 35¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; 36el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida definitiva: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. 37Con todo, tiene razón el proverbio: "Uno siembra y otro siega". 38Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
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Ventana abierta:
Nadie conocerá a este señor africano: es Hamilton Naki. Un simple jardinero de un hospital de Sudáfrica, con unas cualidades excepcionales para la medicina que colaboró en el equipo del Dr. Barnard, el primero que trasplantó un corazón. No pudo figurar nunca porque nunca pudo graduarse de medicina en un régimen, el appartheid, que marginó a los negros. Pero el Dr.Barnard lo dijo claramente: "Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido". Sembró semillas de humanidad, aunque nadie se lo reconociera. Pero la siembra fue buena.
Oramos: Gracias, Señor, por quienes siembran humanidad; gracias por quienes no demandan nada a cambio de su siembra de bondad; gracias por quienes reconocen en quienes están al margen su contribución al bien de la humanidad.
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Desde la persona de Jesús:
Dice el texto que, para recoger semillas de humanidad y de bondad, "otros se han fatigado sembrándolas". Hay que reconocer toda la fatiga de Jesús, incansable, por sembrar lo que él llamaba el Reino. Y toda la fatiga de muchas personas, hombres y mujeres, que a lo largo de la historia, contra viento y marea, se han empeñado en que la bondad triunfara sobre cualquier desgracia. Sin ellos y ellas no habríamos podido disfrutar de la vida como lo hemos hecho. Y más todavía: se nos habría muerto la esperanza en el futuro.
Oramos: Gracias, Señor, por el corazón humano que ha sembrado bondad sin desalientos; gracias por quienes han creído en el valor de la persona; gracias por quienes se han puesto con decisión en la orilla de lo humano.
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Ahondando:
El texto con el que oramos esta semana trata de hacer que levantemos el ánimo cuando pensamos que la luz se apaga en el camino humano, cuando se nubla el sentido y, sobre todo, cuando dudamos del valor de la bondad. "Levantad la vista", nos dice. No miréis solamente al suelo, a lo más ramplón, a lo que todo el mundo dice que es evidente. Hay también valores ocultos, bondades que no se tocan, amores que están vivos en el fondo del alma. Levantad la vista, tened miras utópicas, albergad deseos que no se agotan con cualquier cosilla.
Oramos: Que levantemos la vista hacia el corazón humano cuando nos pese la vida; que alcemos la mirada a horizontes de bondad que están a nuestro alcance; que tengamos miras más altas que el mero subsistir.
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Desde la comunidad virtual:
La cosecha de bondad y humanidad nos parece, con frecuencia, que es modesta. Hemos de ayudarnos a alegrarnos por la cosecha de bondad: "Se alegran el sembrador y el segador", dice el texto. Se alegra quien ha sembrado y quien ha cosechado. La alegría de quien siembra y de quien cosecha pueden hermanarse. Quizá podemos ayudarnos en nuestra comunidad virtual a alegrarnos, a contarnos nuestros logros, los caminos de bondad que hacemos. El silencio que ignora los caminos del otro/a construye poco. Sin embargo, decirnos los pequeños logros, las modestas alegrías, ayuda a mantener viva la certeza de que habrá cosecha de humanidad.
Oramos: Que nos digamos las alegrías de nuestros logros y alegrías; que nos comuniquemos la bondad descubierta; que nos contagiemos humanidad y sosiego.
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Para orar:
Cuando me han preguntado la causa de mi amor
yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza.
(Y aún es posible que existan rostros más hermosos.)
Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu
que siempre me mostraba en sus costumbres,
o en la disposición para el silencio o la sonrisa
según lo demandara mi secreto.
Eran cosas del alma, y nada dije de ella.
(Y aún debiera añadir que he conocido almas superiores.)
La verdad de mi amor ahora la sé:
vencía su presencia la imperfección del hombre,
pues es atroz pensar
que no se corresponden en nosotros los cuerpos con las almas,
y así ciegan los cuerpos la gracia del espíritu,
su claridad, la dolorida flor de la experiencia,
la bondad misma.
Importantes sucesos que nunca descubrimos,
o descubrimos tarde.
Mienten los cuerpos, otras veces, un airoso calor,
movida luz, honda frescura;
y el daño nos descubre su seca falsedad.
La verdad de mi amor sabedla ahora:
la materia y el soplo se unieron en su vida
como la luz que posa en el espejo
(era pequeña luz, espejo diminuto);
era azarosa creación perfecta.
Un ser en orden crecía junto a mí,
y mi desorden serenaba.
Amé su limitada perfección.
Francisco Brines
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