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FIAIZ

RETIRO ADVIENTO 2023

COMO LA NIEBLA QUE SE FILTRA

BAJO LA PUERTA CERRADA 

 

 

Hay una frase en la LS’ 112 que suele pasar desapercibida pero que es  honda y poética a la vez: «La auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo, brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?».

Según el texto, “la auténtica humanidad habita en medio de la civilización tecnológica”. Esto sale al paso de los negacionistas de la bondad, de los detractores del buenismo al que consideran algo banal empeñados en censurar el mal del que no creen hacer parte, de los obsesionados por el pecado al que quieren hacerlo eje del mundo y de la fe. No, la humanidad habita en el fondo de nuestra civilización. Quizá sea el Adviento, tiempo de esperanza, un marco adecuado para recuperar esa certeza si es que se halla velada o para potenciarla si es ya un logro.

La presencia de esa nueva humanidad en el fondo de la realidad es, muchas veces, “imperceptible”. Porque se demandan realidades de bulto, que pesen, que se puedan tocar. Si no, como si fueran inexistentes. La espiritualidad habría de ayudarnos a intuir lo imperceptible, a tocar lo que parece intocable, a escuchar la música más sutil. Hay quien se ampara en una espiritualidad tosca, normativa, legalista, tocable siempre, pero se pierde eso imperceptible que late dentro, los “gemidos inefables” de los que hablaba san Pablo (Rom 8,26). Adviento podría ser un tiempo propicio para tocar lo imperceptible, para “entrever” la realidad de una historia con Dios dentro (Jn 3,3).

Y LS’ nos da esa hermosa imagen: “como la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada”. La puerta cerrada bloquea el paso, es un muro de oposición, el empecinamiento de quien piensa que la identidad sale fortalecida del aislamiento, cuando es al revés. Pero aun así, la humanidad, terca, se filtra por la rendija de debajo de la puerta y su  aroma se expande por la casa, como el nardo aquel de Betania  (Jn 12,3). Con una grieta le es suficiente a la vida para florecer. Es la “empecinada resistencia” del bien que se vierte en la vida, aunque no sepamos cual es su fuente y origen,

Adviento es tiempo propicio para creer en la “promesa permanente” de que lo humano, el bien, está ahí, muchas veces sojuzgado por el mal, muchas veces desterrado por los apóstoles de la infelicidad. Lo “auténtico” sigue haciendo parte del caudal de la vida.

Conectamos así con lo más propio del Adviento: alimentar la esperanza, leer los signos de los tiempos desde la perspectiva de la esperanza. Y, como dice el final de la LS’ (244): «Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza». Tras ese gozo que eclosiona en la Navidad van los caminos del Aviento.

 

1. Atenerse a la esperanza

 

Yo me atengo a lo dicho:
La justicia,
a pesar de la ley y la costumbre,
a pesar del dinero y la limosna.
 
La humildad,
para ser yo verdadero.
 
La libertad,
para ser persona.
 
Y la pobreza,
para ser libre.
 
La fe cristiana,
para andar de noche,
y, sobre todo, para andar de día.
 
Y, en todo caso, hermanos,
yo me atengo a lo dicho:
¡LA ESPERANZA!

 

  • La justicia es el valor básico sobre el que se asienta la esperanza. Sin ella sería una vaciedad, una ensoñación. Por ello, cuando se piensa en la esperanza hay que estar dispuesto a someterse al examen de la justicia. Anhelar la esperanza sin vibrar por la justicia es una contradicción.
  • La esperanza va siempre hermanada con la humildad. Una esperanza ensoberbecida es una esperanza desaparecida. La desesperanza es hermana de la soberbia, de la mirada altiva, de la equivocada senda de quien se sitúa por encima del otro. 
  • Pretender la esperanza es imposible sin libertad. La opresión es el rostro de quien ha perdido la esperanza, su lenguaje cotidiano. Decir que no hay esperanza no es solo lenguaje del desalentado, sino también de los que roban la esperanza.
  • Y esa libertad es impensable sin pobreza, sin la austeridad que va poniendo el acento en cosas simples y cada vez más elementales. La sobriedad y la austeridad encuentran eco en la persona que hace de la esperanza la casa que quiere habitar.
  • Puede que se piense que hablamos un lenguaje meramente humano. Pero, precisamente por serlo, es lenguaje de fe. Porque la casa de la fe y de la esperanza es la misma y una fe sin esperanza es una fe ideológica, muerta.
  • Y como síntesis de todo valor humano y creyente: la esperanza. No es solo lo último que se pierde, sino lo primero que se necesita. Porque sin ella todo se ensombrece, todo entra en la grisura.

 

  1. 2.    La luz de la Palabra: Qoh 11,6

 

         «De mañana siembra tu semilla con esperanza y a la tarde no cruces los brazos, pues no sabes cuál de las dos siembras resultará o si las dos tendrán éxito».

  • Sembrar con esperanza es poner la confianza en el valor de la semilla, no tanto en las labores que se hagan con ella. Para recuperar la esperanza  cristiana se requiere renovar la fe en el poder germinativo de la Palabra en la historia.
  • La constancia en la siembra de la esperanza no es cabezonería ciega, sino la percepción de quien ve el fondo bueno de la persona y cree en él. La Palabra puede dar esa nueva perspectiva que se necesita para lograr que la esperanza no sucumba al embate de los días.
  • El resultado de la siembra de la esperanza no tiene un ciclo previsible. Brota cuando brota, no cuando se quiere que brote. Hay que despojarse de anhelos egoístas que llevan a la frustración y a la desesperanza.
  • La siembra de la esperanza en la comunidad parte de la certeza de que el cambio es posible. Empecinarse en la imposibilidad del cambio bloquea cualquier camino de esperanza.

 

  1. 3.    Lectura de los signos de los tiempos

 

El Vat.II animó a los creyentes a leer los “signos de los tiempos” (GS 4): «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas». Aunque ya casi nadie habla de ello, no hemos de echar en olvido esta espiritualidad que ha aportado tantos beneficios a la fe.

Si leer los signos de los tiempos positivos requiere un esfuerzo, muchos más lo demandan los signos de los tiempos negativos. Pero son justamente ellos los que piden una lectura desde la perspectiva de la esperanza. La luz de la Palabra se hace aquí imprescindible.

 

1. Las guerras que asuelan al mundo

 

“De las espadas forjarán arados,

de las lanzas, podaderas.

no alzará la espada

pueblo contra pueblo,

o se adiestrarán

para la guerra” (Is 2,4).

 

     He aquí los versos que el Adviento recuerda cada año y que pertenecen al segundo canto del libro de Isaías. Los conocemos de memoria. Son profecía atípica en el contexto social del antiguo Israel y en el nuestro, contextos ambos siempre sumidos en guerras. Es verdad que están envueltos en nacionalismo, el del antiguo Israel, pero, al fin y cabo, cuando se sueña el día de la plenitud histórica se le sueña como día de paz. Adviento mantiene ese sueño en el horizonte.

Pero el signo de los tiempos que es la guerra sigue siendo cercano y elocuente, no solamente en los conflictos de Ucrania e Israel que nos tocan más de cerca y en los algo más lejanos de Siria, Afganistán, Irak, Yemen, etc. Y en las guerras olvidadas, los más de 50 conflictos armados que asuelan el planeta. El día que soñó Isaías queda, aún, bien lejos, inalcanzable.

Pero en el fragor de la batalla suenan voces de paz. Voces como las de Baremboin, el músico, Edith Bruck, escritora y superviviente del holocausto, David Grosman, escritor judío, A. Ayalón, exjefe militar de Israel, etc. Las voces de la  diplomacia que piden contención. Las voces de quienes piden distinguir entre una población desvalida y un grupo terrorista violento. En medio del torbellino, se anhela la paz, en el naufragio se habla de derechos humanos.

La profecía de las podaderas avanza lentamente y demanda, en nosotros, el cultivo del anhelo de la paz y de la certeza que Francisco de Asís pedía a sus hermanos para quien osara predicar la paz: “Que la paz que predicáis habite primeramente en vuestro interior”. ¿Cómo vamos a hablar de paz si las sombras de la violencia campan en nuestro corazón?  ¿Cómo no desear en este Adviento de 2023 la lejana paz? ¿Cómo no empatizar con las lágrimas, los gritos y las heridas de quienes viven bajo las bombas?

 

2. La fragilidad de la Iglesia

 

“Tú eres petros

y sobre esta piedra

edificaré mi comunidad

y el poder de la muerte

no la derrotará” (Mt 16,13-20).

 

         La conocida confesión de Pedro en Cesarea de Filipo se ha interpretado como la inamovible presencia de la Iglesia demostrada con dos milenios de existencia. El texto mateano dice, más bien, lo contrario: Cefas es un “petros”, un guijarro del camino, una piedra dura, terca y molesta, que no sirve ni para cimiento (la piedra desechada que dice el Sal 118,22). Sobre esa fragilidad (que somos nosotros) se construye la comunidad de Jesús. Y si no se hunde será porque Jesús la sostiene, no por la fortaleza del cimiento.

         ¡Cómo estamos palpando esta fragilidad, delictiva incluso, en el tema de los abusos a menores dentro de la Iglesia! Muchos cristianos y clérigos de distinto nivel no quieren ver esto porque es muy amargo. La supuesta autoridad moral de la Iglesia queda hecha añicos. No es paliativo el hecho empírico de que tal lacra afecta solamente a un 4% de los clérigos del mundo. Duele igual e implica a todos los cristianos, aunque uno no sea un delincuente y le repugne el tema. ¿Cómo encontrar caminos de esperanza en medio de esta hecatombe? ¿Cómo dar crédito a aquella esperanzadora profecía de Jesús en Cesarea de Filipo?

         Hay esperanza porque se está saneando un comportamiento delictivo por el duro camino no solamente del reconocimiento, sino de la restauración y del amparo a las víctimas. Se sanea la soberbia eclesiástica que ha manejado el poder, a veces, en modos inhumanos que nada tenían que ver con el evangelio. Hay esperanza de que esto se frene, si no por criterios de humanidad evangélica, al menos por temor a la justicia. Es duro, sin paliativos, y la Iglesia que ha de nacer de estas ruinas ha de ser, sin duda, otra. Es la esperanza que pasa por la enorme derrota del mal, la esperanza que nos hace recoger los restos de la nave desarbolada y tratar de seguir con humildad al Maestro poniéndonos, otra vez, al servicio de los frágiles.

 

  1. 3.    El impacto del cambio climático

 

“Cuando oyeron la voz del Señor Dios

que se paseaba por el jardín a la hora de brisa,

Adán y su mujer se escondieron

de la vista del Señor Dios

ntre los árboles del jardín”(Gén 3,19).

 

         Este texto es una pincelada colorida del yavista: Dios va dando voces por el jardín (cantando quizá) y se pasea al freso de la tarde. Es una manera mítica de decir que lo creado está llamado a ser lugar de delicias para el mismo Dios en compañía de la persona, Eso que imagina el escritor avanza lentamente en el proceso histórico porque el paraíso no está al principio, sino al final.

         El Papa ha escrito una exhortación apostólica (Laudate Dominum) sobre el impacto del cambio climático y cuestiona las posturas de quienes se burlan, ridiculizan, no les importan, acusan de ello a los pobres y no tienen en cuenta los riesgos, ya casi irreversibles, a los que se somete al planeta. Por otra parte, afirma taxativamente que «sabemos que fe auténtica no solamente da fuerzas al corazón humano, sino que transforma la vida entera, transfigura los propios objetivos, ilumina la relación con los demás y los lazos con todo lo creado» (61).

         Para que el Adviento contribuya a ser signo de esperanza aumentando nuestra sensibilidad en torno al tema del cambio climático hay que cultivar la mística de que somos familia universal, de que todo esto tiene que ver con la dignidad personal, que no cambiaremos la vida si no cambiamos nosotros un poco de vida. Es el trabajo por la adquisición de una nueva cultura «para gestar grandes procesos de transformación que operan desde las profundidades de la sociedad» (71).

         Es fácil que todo esto nos suene lejos, que no nos haga vibrar. Es cuestión de irlo trabajando, de mirarlo muchas veces. La esperanza, para el planeta y para nosotros mismos, no se genera en un solo día. Se trata de procesos larguísimos, de construcciones de siglos. Se necesita una maduración de las formas de vida. Para pensarlo y para dar pasos sencillos y asequibles en esa dirección (reducir, reutilizar, reparar, restaurar, rediseñar, reciclar, recuperar, etc.). La espiritualidad de la esperanza cobra otro sentido cuando se la inscribe en el tema del medio ambiente. Porque hay caminos que se abren.

 

  1. 4.    Mirar a través de las lágrimas de los pobres

 

         «Me puse a considerar la peor de las opresiones perpetradas bajo el sol: vi llorar a los pobres sin que nadie los consolase; la violencia de los opresores, sin que nadie les detuviese» (Qoh 4,1).

La peor de las opresiones es la violencia y el menosprecio con los pobres, la génesis inhumana de situaciones  establecidas de pobreza, la división del mundo entre los que cuentan y los que no cuentan. Es muy difícil entender que las pobrezas son el lado más inhumano de la historia cuando no se pertenece a ese mundo, cuando se está lejos de las garras que destrozan y de las hambres que devoran. Dos absolutos: Dios y el hambre, decía Casaldáliga. Ni siquiera el primero; sólo el segundo. Las lágrimas de los pobres que nadie recoge, que no importan a nadie, que se pierden en el mayor de los olvidos. Dios las recoge (Sal 56,8). Hacer llorar a un pobre es una iniquidad. Esa opresión se “perpetra”, igual que un crimen. De alguna manera,  es preciso generar consuelo, interés, preocupación. La violencia que nadie detiene. Pero, en realidad, hay muchos  que se oponen tenazmente a la violencia con riesgo de sus vidas (obispo Rolando Álvarez). Sin esa oposición, la violencia habría destruido ya la tierra. La violencia contra los pobres supera la impunidad en la resistencia de los pacíficos. El silencio en el que discurren las lágrimas de los empobrecidos, se hace, algunas veces, clamor elocuente.

         El Adviento puede ser instancia de esperanza cuando nos animamos a mirar no solamente las lágrimas de los pobre sino a ver la vida a través de esas lágrimas. Aunque eso nos lleve a un lío, no habríamos de endurecer el corazón únicamente con las perspectiva de una caridad organizada. Hay aspectos de la vida que se pueden practicar sin que tenga que llegarse siempre a la cuestión del dinero. ¿Cómo mirar la ciudad desde los frágiles? ¿Cómo enfocar la vida fraterna desde ese ángulo? ¿Cómo recuperar la paz cuando las pobrezas nos han alterado (que no está nada mal)? ¿Cómo podemos hablar de un Adviento de esperanza si, de alguna manera, eso no toca la vida de los frágiles?

 

  1. 5.    Los inesperados hermanos

 

«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua» (Hech 2,7-11). 

Son “inesperados” (aunque los “llame” nuestra necesidad y la suya). Por eso los recibe la guardia civil en nuestras costas. Son inesperados y para muchos indeseados. Son “partos, medos, elamitas”, etc. Pero sobre ellos de derrama el Espíritu de Jesús. Sobre ellos habría de derramarse la empatía, la compasión, el amparo, la esperanza. Queda mucho camino por hacer hasta ver que los grandes flujos migratorios son, además de un problema administrativo, una oportunidad de humanidad.

¿Cómo llegar a entender la diversidad social como una posibilidad? Las sociedades de hoy son multiétnicas, multirreligiosas, multiculturales. Y eso es una riqueza, no una amenaza. Al igual que una orquesta con músicos de todo el mundo, necesitan practicar para tocar en armonía: lo mismo ocurre con la sociedad. La diversidad requiere inversión social, cultural, política, religiosa; a veces inversión en cohesión social; para asegurarse de que en una sociedad diversa, cada comunidad ha de sentir que se respeta su identidad, como la identidad del violinista debe ser respetada, junto con cada instrumentista.

¿Cómo ser mediación de esperanza en el ámbito de la diversidad social? El Papa Francisco marca un itinerario:

  • Acoger: comenzar por abrir puertas y corazones. Tratar de ponerse en la situación de quien emigra, comprendiendo sus sueños, compartiendo sus penalidades.
  • Discernir: tratar de entender las motivaciones de quienes piensan, siente y viven en otros parámetros culturales que los nuestros. Todas las visiones del mundo pueden ser compatibles.
  • Acompañar: ser brazo en el que se apoye quien está más desvalido ante la administración, las instancias culturales o sanitarias.
  • Integrar: no pedir la renuncia a la propia identidad, sino insistir en el sueño de compatibilidad social que hace de una sociedad plural una realidad en la que caben todos.

 

  1. 6.    ¿Quién eres tú que ahora llegas?

 

«Viéndolo Jesús echado y notando que llevaba mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres ponerte sano?» (Jn 5,6).

Hay como una idea oculta en el EvJn: Jesús se hace presente cuando han fallado todos los mecanismos religiosos, cuando no se le espera. En los márgenes, en la imposibilidad, en la penumbra, entonces aparece él, entonces se hace la propuesta del seguimiento.

Quizá eso puede dar esperanza a la vida religiosa en esta hora de formidable reducción. Lo que se vive como desolación, desaparición, acabamiento quizá pueda verse con una cierta esperanza, aquella que está al otro lado de nuestros proyectos, nuestros números y nuestro insaciable deseo de pervivencia.

«¿Quién eres tú que ahora llegas cuando todo parece terminar?». Este verso de José A. Valente podría iluminarnos. Todo parece terminar. Pero, en realidad, las promesas que se nos hicieron y las que nosotros hicimos siguen en pie. La vida fraterna puede estar bien viva en este momento de incertidumbre si la alimenta la esperanza confiada. No sabemos adónde vamos, pero Jesús sigue sosteniendo los anhelos de la fe, más que nunca. Confiemos en quien decimos confiar.

 

  1. 4.    Abrir paso a la esperanza

 

Quizá la esperanza no se abra paso ella sola. Tal vez haya que “forzarla” un poco para que pueda ser, como decía Labordeta.

 

a)   Pensar con esperanza:

 

Sanear la mente y el corazón, liberarlos de la grisura en la que a veces nos movemos, despejar las nieblas de un pesimismo tóxico que nos pega al alma. No se trata de ser un ingenuo que no ve las dificultades, sino de situar la vida más en los intentos, en los anhelos, en el sol que brilla al otro lado de la niebla que en la niebla misma. Pensamientos esperanzados como tierra de esperanza que acoja semillas de gozo y no de pesadumbre.

 

b)   Hablar con esperanza:

 

Porque mucho de la esperanza, como mucho de la vida, se juega en nuestras palabras. Si son palabras negativizadoras, la cosecha es el desaliento. Si son palabras de esperanza, la cosecha es el ánimo. No están negadas las palabras esperanzadas con el realismo y la cordura. Pero no se dejan envolver, como un tela de araña, por la amargura que destilan las palabras que brotan de la decepción y del fastidio.

 

c)    Orar con esperanza:

 

Sabiendo que la oración no es solución, sino empuje, aliento y dinamismo. Orar como quien otea un día de esperanza, orar como centinelas que aguardan el primer rayo del sol, orar como vislumbra la presencia de Jesús en la vida. Orar con la tenacidad de quien encuentra en la Palabra las perspectivas nuevas que le van sosteniendo en la vida y que le descubren nuevos caminos cotidianos. Una oración enmacetada en la esperanza, no un mero acto de piedad.

 

d)   Construir espacios sociales esperanzados:

 

Contribuir, de la forma que sea, a que la vida de los frágiles, tan propensa a la desesperanza, tenga un horizonte más abierto. Controlar nuestro sentido exclusor y dar cancha a la acogida del distinto, incluso en el ámbito religioso. Ser fieles y tenaces en el ideal de hacer propio el sufrimiento ajeno.

 

  1. 5.    Conclusión

 

Todos lo sabemos: el Adviento es tiempo fuerte para renovar el dinamismo de la esperanza. ¿Cómo de manera más intensa y más deseada? ¿Cómo situarse cada vez más en el lado de quien espera? ¿Hay que ceder a la sensación de quien asevera que ya no esperamos nada? Celebrar la Navidad sin esperanza sería celebrarlaç de manera muerta. Para  hacerlo de manera viva hay que volver la mirada a Jesús, nuestra esperanza viva. Que el Señor nos conceda la mística de la esperanza.

 

4 comentarios

Teresa -

“Todo parece terminar. Pero, en realidad, las promesas que se nos hicieron y las que nosotros hicimos siguen en pie. (…) No sabemos adónde vamos, pero Jesús sigue sosteniendo los anhelos de la fe, más que nunca. Confiemos en quien decimos confiar”. Magníficas palabras para un momento tan bien descrito de la Vida religiosa.

“Pensar con esperanza: no se trata de ser un ingenuo que no ve las dificultades, sino de situar la vida más en los intentos, en los anhelos, en el sol que brilla al otro lado de la niebla”. Sí, solo hay que sortear con cuidado y resistir la presión de toda una manada de realistas empeñados en hacer ver a ese “ingenuo” la crudeza de la realidad.

“Orar con esperanza: sabiendo que la oración no es solución, sino empuje, aliento y dinamismo. Orar como quien otea un día de esperanza, orar como centinelas que aguardan el primer rayo del sol, orar como vislumbra la presencia de Jesús en la vida”. No se puede expresar mejor. Porque orar como “mero acto de piedad” no hace sino desvirtuar la oración y la piedad.

“Construir espacios sociales esperanzados”. Todo será poco en este sentido, y cómo se humanizaría la vida en nuestros pueblos y ciudades; en nuestras familias y comunidades.

Sí, “que el Señor nos conceda la mística de la esperanza”. Será la mejor manera de ser sembradores de ella y auténticos seguidores de Jesús, “nuestra esperanza viva”.

Teresa -

“Para que el Adviento contribuya a ser signo de esperanza aumentando nuestra sensibilidad en torno al tema del cambio climático hay que cultivar la mística de que somos familia universal…” En su Himno al Universo, T. de Chardin tiene una hermosa frase: “Te amo, Jesús, por la multitud que se refugia en ti; y a la que se oye bullir, orar, llorar, junto con todos los demás seres cuando uno se aprieta contra ti”.

“El Adviento puede ser instancia de esperanza cuando nos animamos a mirar no solamente las lágrimas de los pobres sino a ver la vida a través de esas lágrimas. (…) ¿Cómo mirar la ciudad desde los frágiles? ¿Cómo enfocar la vida fraterna desde ese ángulo? ¿Cómo recuperar la paz cuando las pobrezas nos han alterado? ¿Cómo podemos hablar de un Adviento de esperanza si, de alguna manera, eso no toca la vida de los frágiles?” Sí, hay que hacerse estas preguntas. Y, lo mejor, es que haya gente, como el obispo Rolando Álvarez, que las hacen carne propia oponiéndose a la violencia y la opresión.

“Sobre ellos (los “inesperados hermanos” que llegan) habría de derramarse la empatía, la compasión, el amparo, la esperanza. Queda mucho camino por hacer hasta ver que los grandes flujos migratorios son, además de un problema administrativo, una oportunidad de humanidad”. Qué mala cosa hicimos inventando los países; porque no son sino eso: invención nuestra. En realidad, no tendríamos que recibir a nadie. La tierra entera es la casa común, donde cada cual debería tener derecho de desplazamiento a voluntad, en busca de lo que más desea o necesita para vivir en plenitud.

Cualquiera que sepa o intente el viejo “ponerse en los zapatos del otro” estará en condiciones de acoger, discernir, acompañar e integrar a los diferentes e inesperados. En caso contrario, es imposible.

(Continuará...)

Teresa -

“Para recuperar la esperanza cristiana se requiere renovar la fe en el poder germinativo de la Palabra en la historia”. Mejor nos iría, y ganaríamos en esperanza desplazando el protagonismo de nosotros mismos. Creernos el ombligo de la historia, además, no deja de ser una ilusión.

“El resultado de la siembra de la esperanza no tiene un ciclo previsible. Brota cuando brota, no cuando se quiere que brote. Hay que despojarse de anhelos egoístas…”. Parece que la esperanza no se casa con nuestro yo, sus pretensiones y manipulaciones.

La verdad es que parece una tarea apasionante la de “escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio” y da para toda una vida. Pero, es mucho más fácil ahogarse en ellos, especialmente en los negativos, y encontrar ahí las causas de todos los males que nos afligen.

Sí que resulta esperanzador leer esos signos en “las guerras que asuelan el mundo” o en “la fragilidad de la iglesia”.

(Continuará...)

Teresa -

“La humanidad habita en el fondo de nuestra civilización. Quizá sea el Adviento, tiempo de esperanza, un marco adecuado para recuperar esa certeza si es que se halla velada o para potenciarla si ya es un logro”. Preciosa manera de enfocar el Adviento que es, siempre, tiempo de esperanza.

“Adviento podría ser un tiempo propicio para tocar lo imperceptible, para “entrever” la realidad de una historia con Dios dentro”. Recuerda a la tan traída y llevada frase del Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Pero, sigue siendo cierta y actual. Lo más imperceptible suele ser tanto o más real que lo más abultado. Y mucho más importante.

“Con una grieta le es suficiente a la vida para florecer. Es la “empecinada resistencia” del bien que se vierte en la vida, aunque no sepamos cuál es su fuente y origen”. Esta convicción basta para mantener una esperanza contra cualquier adversidad, durante todo el tiempo que dura una vida.

“Conectamos así con lo más propio del Adviento: alimentar la esperanza, leer los signos de los tiempos desde la perspectiva de la esperanza”. Ya sé que suena a tópico pero, merece la pena hacer de la propia vida un Adviento.

Qué bonito resulta contemplar la esperanza entretejida con la justicia, la libertad, la humildad, la pobreza y la fe. Y darse cuenta de que no es posible sin ellas.

(Continuará...)