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Por una Iglesia sinodal

 

 

 

     Mercedarias. Egino 8 de enero de 2022

 

 

 

 

POR UNA IGLESIA SINODAL 

 

         Se ha comenzado en la Iglesia un largo camino para la puesta en pie de un sínodo eclesial. Es un acontecimiento importante en la vida de la Iglesia, No sería bueno situarse al margen sin más. La adultez cristiana ha de superar los prejuicios que pesan sobre este tipo de reuniones.

         Esta clase de asuntos entran en la animación comunitaria, trabajo específico de la hermana superiora. Son cosas que habría que tomar a pecho rechazando el planteamiento de que si no se hace nada, no pasa nada. La comunidad se empobrece espiritualmente y eso tiene repercusiones, Hay que animarse.

 

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LA BASE DE LA SINODALIDAD

 

         Ofrecemos en primer lugar una reflexión de algo que está a la base de estos trabajos de vida eclesial: vivir la fe en el marco de un grupo cristiano, de una parroquia, de un arciprestazgo.

         Esa base no es otra que la buena relación, lo que Jesús llegó a formular como “reinado de Dios”: la nueva relación de hermanos, la sociedad sin jerarquías, la convivencia de todos en paz y respeto. Eso está en la base de todos los trabajos eclesiales.

         Por eso mismo, en este Adviento volvemos a la reflexión sobre la fraternidad desde la encíclica FT que lo tiene por tema central. Podrá ayudarnos al tema del Sínodo y, más a la base, a la buena relación en nuestros grupos parroquiales.

 

«Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte» (FT 87).

 

         He aquí un texto luminoso. Todas y cada una de las frases son útiles para generar espiritualidad en torno a la comunidad. Necesitamos luz y ánimo más que grandes documentos. Aprovechemos esta oportunidad rumiando el presente texto.

         Es cierto que aquí se habla de la comunidad humana, social. Pero el cimiento es común para toda vida en grupo, también para los grupos eclesiales. Dar el salto a la comunidad creyente sin el cimiento de la antropológica y social es un riesgo. La primera evidencia de nuestra vida eclesial es que deseemos la vida en grupo. Quien tiene problemas para la vida en grupo tiene problemas para la vivencia de la fe.

         No hemos de subrayar sobre todo lo que nos separa de otros tipos de comunidad, sino lo que nos une. Unidos en lo común, en lo humano, ese es el gran cimiento de la vida eclesial.

         Comentemos, una a una, cada una de sus frases porque todas son magníficas.

 

  • «Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».

 

El ser humano encuentra su plenitud en la entrega, no en el individualismo. Porque hemos sido educados en ese individualismo (“el que viene atrás que arree”) creemos que eso debe estar presente si se quiere sobrevivir en la vida cristiana. Una Iglesia egoísta tiene el horizonte muy limitado. El vigor de una comunidad no se mide por sus obras, su número o su reconocimiento social, sino por su entrega.

Esto pertenece a la hechura de lo humano. Lo que está a la base es la donación, por más que el egoísmo nos parezca una fuerza mayor (“por el interés te quiero, Andrés”). Hemos de creer en nuestra capacidad de entrega más que en nuestro egoísmo.

La entrega ha de ser sincera. Si encierra otras intenciones ocultas, si me entrego para sacar yo más partido, si me doy para hacerme un nombre y que me reconozcan, me den cargos, me aplaudan, es una entrega viciada. Pasar siempre factura es a la larga lo contrario de la fraternidad.

 

  • «Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros».

 

El encuentro con el otro es el lugar adecuado para conocerse a sí mismo. Por eso, quien se encierra en su egoísmo, se desconoce a sí mismo, ignora sus verdaderos valores, vive en la mayor desorientación que es la de no saber quien se es en verdad.

Los otros dicen con mayor propiedad que yo mismo quién soy. Por eso mismo, el encuentro con el otro nos abre a la propia verdad y si no hay encuentro permanecemos cerrados en nuestra ignorancia más básica.

Encontrarse con el otro no es solo convivir físicamente. Es necesario ir saltando la cerca que envuelve el corazón ajeno e ir abriendo la propia cerca. Desechar este anhelo por excesivo será empobrecer de salida el horizonte de la vida cristiana. Porque estamos hechos para el encuentro la vida cristiana quiere hacer ver que ese anhelo es posible. De ahí que la razón de ser más básica e incluso el primer apostolado, antes que toda misión, es construir el encuentro. Si eso se da, hay sentido y posibilidad de evangelización; si no se da, se oscurece el sentido y la misión entra por derroteros religiosos y de funcionariado.

 

  • ·         «Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro».

 

Si no hay comunicación con el otro mi conversación interior es un soliloquio que no me lleva a buen puerto y que se presta a muchas desviaciones. Hablando con el otro se sitúan las cosas en sus justas medidas. Por eso, el diálogo con el otro es imprescindible. El ideal no es el silencio ante el otro sino este mezclado a la comunicación.

Estar mudo ante el otro no puede ser sino una medida temporal, terapéutica. Lo normal es hablar ante el otro. Hasta la liturgia es un hablar con otro ante Dios (una liturgia en solitario no es liturgia)

Por eso mismo, el modo más sensato de hablar de uno mismo es cuando en esa apreciación entran las valoraciones del otro. De ahí que muchas veces las formas de hablar de uno mismo, al no ser formas que cuentan con lo que dicen los otros, son un desvarío egolátrico que el grupo soporta como una cruz.

Con frecuencia no se tiene la valentía fraterna de decir a la cara del hermano lo que se piensa de él y se va diciendo a sus espaldas. No es buen proceder. Ya dice san Francisco: «Dichoso el siervo que tanto ama y respeta s su hermano cuando está lejos de él que cuando está con él, y no dice a sus espaldas nada que no pueda decir con claridad delante de él».

 

  • ·         «Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar».

 

Amar sin rostros concretos, sin nombres, en general es arriesgarse a no amar. Orar con nombres es una manera muy buena de orar. Dice san Pablo en Rom 1,9: “No se me cae vuestro nombre de la boca cuando rezo”. Una vida sin rostros a los que amar es una vida en gran pobreza.

El rostro es la persona. Por él distinguimos a cada cual. Por él sabemos si estamos en su corazón o no. Por el rostro y por el nombre. Jesús devela su ser resucitado en la manera que tiene de pronunciar los nombres con amor: “¡María!” (Jn 20,16). Dice P. Casaldáliga: “Al final del camino me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres.”

Mirar el rosto del otro, estudiar su rostro es acercarse a su corazón. ¿Cómo es que vivimos tantos años cerca unos de otros y casi desconocemos el rostro del hermano, de la hermana? Lectura de rostros, eso tendría que ser un trabajo de comunidad para nosotros. Al final, el rostro de Dios lo vemos en el rostro del otro (Gen 33,10).

Amar rostros es compartir la vida que se refleja en ellos: el dolor, la alegría, la pena, la sorpresa, el cansancio, la terquedad, la fidelidad, la luz. A veces apelamos al corazón de la persona como la sede de sus mejores valores. Se podría apelar al rostro porque si bien, a veces, engañamos con el rostro, a la larga, el rostro desvela el alma.

 

·       «Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad».

 

El sentido de la existencia humana se percibe, a veces, oscuro y secreto. Pues bien, la comunidad ilumina esa oscuridad: hemos sido creados para ser hermanos y hermanas. De tal manera que siendo hermanos se ilumina la senda de la vida y de lo contrario se oscurece. La gran pregunta de siempre: ¿qué hacemos aquí? Se resuelve en esa respuesta sencilla: tratar de vivir el sueño de la igualdad humana. Eso es lo que en verdad tiene sentido. Cuando en la vejez nos asalta la duda de si ha merecido la pena nuestra vida, una respuesta tranquilizadora sería: sí ha merecido la pena por haber podido tener hermanos y haber sido hermanos con ellos. Mientras haya comunidad, grupo, habrá sentido.

Los vínculos humanos son vividos, a veces, como un peso. Pero si se vivieran gozosamente, los vínculos serían la evidencia de que la relación funciona. De todos modos, si se anhela una vida sin vínculos, el grupo enmudece, se esfuma. De ahí que el gozo de ser hermanos y hermanas desplaza el precio que es preciso pagar a cualquier vínculo.

Además, que la vida es comunión es algo que se demuestra desde los tiempos ancestrales, desde la mandíbula de Dmanisi de hace más de 2 millones de años donde se ve que alguien ya hacía favores al débil, favores de comunidad (y eso que eran homínidos carroñeros). Por eso, y aunque Darwin dice que triunfa la especie que mejor se adapta, en realidad el triunfo está en quien más comunión crea. Cuanta más comunión, más vigor tiene la comunidad; cuanto menos comunión, más fragilidad.

 

·       «La vida es más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad».

 

Dice el Cant 8,6 que el amor es más fuerte que la muerte. Eso mismo dice FT: si el cimiento de la vida es la fraternidad, la vida se hace fuerte más allá de la muerte y de las muertes que acompañan nuestra vida. La fortaleza no le viene al grupo por el mucho número, por la brillantez de sus miembros, por las grandes obras de misión que han llevado a cabo en su vida. No, le viene por la buena relación. Ahí está la raíz de su fortaleza. Por eso, si se quiere fortalecer a la comunidad, lo que se haga por hacer fuerte la fraternidad irán en la buena dirección.

Ahora bien, las relaciones han de ser verdaderas. Porque también puede que haya relaciones falsas no tanto de engaño, cuanto de cansancio, apariencia, superficialidad, desinterés por el otro. Las relaciones verdaderas son las brotan de un amor experimentado, de un respeto cariñoso, de una colaboración generosa, etc. Son verdaderas porque están llenas de una vida verdadera, entregada.

Y luego está la fidelidad, no tanto a Dios, sino a los hermanos y hermanas. Esa fidelidad es la que Dios nos demanda y la que puede hacer verdadero el amor. No traicionar, no engañar, no tener dos caras, no hablar por detrás, no tener dos maneras de valorar a los hermanos y hermanas (una si está delante, otra si no lo está).

 

  • «No hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte».

 

El aislamiento, el interés solo por mis cosas, el no haber pasado a “la orilla de la comunidad” (verdadero peligro de por vida), el viajar individualmente y no en el bus del grupo, es lo que agosta la vida, le quita sentido, le arrebata el gozo, la vuelve sosa..

Vivir como islas es andar el camino del empobrecimiento, de la desconexión. Estar mirándose siempre el ombligo es terminar miope y no ver la hermosura de los otros y la belleza de la vida. Ensimismarse es siempre un peligro a controlar. No somos islas, somos península conectada siempre al otro. Por ahí nos llega la savia, la vida.

Un grupo tiene el peligro de estar muerto aunque sus miembros estén vivos. La muerte de la ilusión, del cariño, de la sensibilidad, del gozo compartido. Son caminos que nos llevan al cementerio, aunque aún no hayamos muerto. Luchar contra la muerte del grupo no es algo para otros, sino para cada uno de nosotros. La relación de grupo, de parroquia es algo vivo; si no se lo cultiva, se agosta y se muere.

 

Conclusión: no renunciemos a una vida de componente comunitario, no renunciemos a una relación jugosa; no renunciemos a una vida en grupo parroquial, arciprestal pacífica y gozosa. Y desde ahí, trabajemos día a día por el logro hermoso de la construcción de la comunidad. Es empresa que no defrauda. Y esta es la base de todo trabajo en torno a la sinodalidad.

 

 

 

2

LA VOCACIÓN SINODAL DEL PUEBLO DE DIOS

 

El 2 de marzo de 2028 la Comisión Teológica Internacional publicó un extenso documento con el título La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia. Creemos que es la base ideológica de este sínodo convocado este año en su fase preparatoria. Por eso, volver sobre él puede situarnos mejor ante el sínodo.

Lo que se dice en él es teoría teológica, enseñanza. No es la realidad. Pero nosotros podemos leer esas páginas con sentido crítico y también con el deseo de iluminar nuestro camino cristiano. De todo se puede aprender si se hace con actitud de adultez.

Nosotros leeremos y subrayaremos solamente unos pocos puntos sobre la vocación sinodal del pueblo de Dios. Es algo muy genérico. Pero quizá podamos sacar alguna luz.

 

72. El Pueblo de Dios en su totalidad es interpelado por su original vocación sinodal. La circularidad entre el sensus fidei con el que están marcados todos los fieles, el discernimiento obrado en diversos niveles de realización de la sinodalidad y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno describe la dinámica de la sinodalidad. Esta circularidad promueve la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos, valoriza la presencia de los carismas infundidos por el Espíritu Santo en el Pueblo de Dios, reconoce el ministerio específico de los Pastores en comunión colegial y jerárquica con el Obispo de Roma, garantizando que los procesos y los actos sinodales se desarrollen con fidelidad al depositum fidei y en actitud de escucha al Espíritu Santo para la renovación de la misión de la Iglesia.

 

         Nos parece interesante el principio de la circularidad en que están implicados los fieles, quienes disciernen en sínodo y la autoridad. Tiene que haber un modo de corriente circular entre estas instancias. Todas tienen que estar en línea de sinodalidad. Lo que se pide a los fieles, se pide con más razón a los sinodales y a la autoridad. Este principio de circularidad demanda una fuerte dosis de fe eclesial porque acumulamos en nuestra vida experiencias que nos dicen que tal circularidad no va a ser posible tampoco esta vez. Pero no todo es blanco o negro. Los intentos tienen un valor. ¿Cómo sacudirse de encima esa pegajosa sensación de que esto no vale para nada? ¿Cómo creer no tanto en la comunión de los santos, sino en la de los “pecadores”, los limitados, los cansados, los decepcionados? Comencemos, dice el número, por trabajar la dignidad bautismal (tan olvidada), el propio carisma (la vida fraterna) y el depósito de la fe entendido como realidad viva, no anquilosada. Es decir: no desistamos de colocar la experiencia cristiana en modos laicos, seculares; no desistamos en trabajar la base comunitaria; no desistamos en  creer que la experiencia de fe es algo vivo, no un fósil.

 

73. En esta perspectiva, resulta esencial la participación de los fieles laicos. Ellos constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios y hay mucho que aprender de su participación en las diversas expresiones de la vida y de la misión de las comunidades eclesiales, de la piedad popular y de la pastoral de conjunto, así como de su específica competencia en los varios ámbitos de la vida cultural y social. Por eso es indispensable que se los consulte al poner en marcha los procesos de discernimiento en el marco de las estructuras sinodales. Es entonces necesario superar los obstáculos que representan la falta de formación y de espacios reconocidos en los que los fieles laicos puedan expresarse y obrar, y de una mentalidad clerical que corre el riesgo de mantenerlos al margen de la vida eclesial. Esto exige un compromiso prioritario en la obra de formación de una conciencia eclesial madura, que en el nivel institucional se debe traducir en una práctica sinodal regular.

 

Puede parecer que hay aquí un paternalismo solapado respecto a los laicos y quizá sea así. Muchas veces hemos oído estas palabras sobre su importancia en la vida eclesial. Los avances son, para muchos, demasiado lentos. Dice que hay que reconocer su mayoría eclesial más allá de su evidente o supuesta falta de formación y más allá de que no hay muchos espacios donde puedan influir. No nos descubre nada nuevo cuando dice que el mayor obstáculo es el clericalismo. El Papa lo ha dicho de muchas maneras, él que es clérigo y jefe de clérigos (quizá los grandes males de la Iglesia sean los abusos sexuales, la avaricia económica y el clericalismo). Una forma madura de ser cristiano es tratar de contener, con las herramientas que se tienen, ese clericalismo que está en la cúpula y en la base. Quizá a nosotros se nos llama a trabajar en la base: no ceder ante los planteamientos absorbentes del clero, tratar de colaborar haciendo ver que se tiene un lugar eclesial, participando con conciencia de igualdad, respirando fuerte cuando uno está tentado de tirar la toalla, cuidar de no convertirse en laicos-clérigos o religiosas-clérigos, que los hay. ¿Cómo un sínodo puede rebajar el nivel de clericalismo y aumentar el nivel de ministerio, de servicio al pueblo cristiano en modos de fraternidad igualitaria?

 

74. Se valoriza además con decisión el principio de la co-esencialidad entre los dones jerárquicos y los dones carismáticos en la Iglesia sobre la base de la enseñanza del Concilio Vaticano II. Esto implica la participación en la vida sinodal de la Iglesia de las comunidades de vida consagrada, de los movimientos y de las nuevas comunidades eclesiales. Todas estas realidades, surgidas a menudo por el impulso de los carismas otorgados por el Espíritu Santo para la renovación de la vida y de la misión de la Iglesia, pueden ofrecer experiencias significativas de articulación sinodal de la vida de comunión y dinámicas de discernimiento comunitario puestas en práctica en el interior de ellas, junto a estímulos para individualizar nuevos caminos de evangelización. En algunos casos, también proponen ejemplos de integración entre las diversas vocaciones eclesiales en la perspectiva de la eclesiología de comunión.

 

         A veces los grupos carismáticos han sido vistos como dificultad para su incardinación eclesial (“un garbanzo en el zapato de los obispos”). El engranaje de la Iglesia siempre utiliza a los grupos que no plantean problemas. Pero, justamente, la profecía es la aportación mayor a la Iglesia y a la sinodalidad. Si tuviéramos fuerza, habríamos de proponer cosas proféticas, sueños, utopías, sin temer la certeza de que iban a ser desechadas. ¿En qué puede convertirse un sínodo sin utopía? La comunión no se rompe por la profecía, ni siquiera por la disidencia (no olvidemos que somos seguidores de un disisente). Se rompe por la rutina, el legalismo, el clericalismo, el menosprecio a la sabiduría de los pobres.

 

75. En la vocación sinodal de la Iglesia, el carisma de la teología está llamado a prestar un servicio específico mediante la escucha de la Palabra de Dios, la inteligencia sapiencial, científica y profética de la fe, el discernimiento evangélico de signos de los tiempos, el diálogo con la sociedad y las culturas al servicio del anuncio del Evangelio. Junto con la experiencia de fe y la contemplación de la verdad del Pueblo fiel y con la predicación de los Pastores, la teología contribuye a la penetración cada vez más profunda del Evangelio. Además, «Como en el caso de todas las vocaciones cristianas, el ministerio de los teólogos, al tiempo que personal, es también comunitario y colegial». La sinodalidad eclesial compromete también a los teólogos a hacer teología en forma sinodal, promoviendo entre ellos la capacidad de escuchar, dialogar, discernir e integrar la multiplicidad y la variedad de las instancias y de los aportes.

 

       Es un número dedicado a los teólogos. No suele haber muchos en los grupos cristianos (están en las Facultades haciendo sus investigaciones). Se les pide que lean la Palabra en modos nuevos. Eso mismo se pide a todo cristiano si se quiere que la Palabra siga siendo lámpara para iluminar nuestros pasos. Se les pide una experiencia de fe; eso mismo se pide a todo cristiano (como lo dice la EG). Se les pide que profundicen en el Evangelio. Eso mismo se pide a todo cristiano si se quiere que ese Evangelio sea sugerente. Se les pide, además, sentido comunitario de la fe; como a nosotros. Se les pide escucha atenta (amante que diría el Papa). Es decir, a los teólogos se les pide que intensifiquen su vida cristiana para animar a que lo hagan los fieles que no son teólogos de título, pero sí de vida. Hay que saber discernir de qué teólogos va uno nutriendo su sinodalidad.

 

76. La dimensión sinodal de la Iglesia se debe expresar mediante la realización y el gobierno de procesos de participación y de discernimiento capaces de manifestar el dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales. La vida sinodal se expresa en estructuras institucionales y en procesos que conducen a través de diversas etapas (preparación, celebración, recepción), a actos sinodales en los que la Iglesia es convocada según varios niveles de actuación de su sinodalidad constitutiva. Este compromiso requiere una atenta escucha del Espíritu Santo, fidelidad a la doctrina de la Iglesia y al mismo tiempo creatividad para detectar y hacer operativos los instrumentos más adecuados para la participación ordenada de todos, el intercambio de los respectivos dones, la lectura incisiva de los signos de los tiempos, la eficaz planificación de la misión. Con este fin, la puesta en práctica de la dimensión sinodal de la Iglesia debe integrar y «aggiornare» el patrimonio de la antigua ordenación eclesiástica con las estructuras sinodales nacidas por el impulso del Vaticano II y debe estar abierta a la creación de nuevas estructuras.

 

         Los últimos sínodos, mal que bien, han sido mecanismos de participación. No se duda de ello. Pero tendría que verse desde la mera composición de los mismos (mayoría absoluta de obispos; pocos, además de ellos, tienen voto). De las características de esta estructura (escucha al Espíritu, creatividad, participación ordenada) subrayamos la creatividad. No está al mismo nivel que las otras. Sin creatividad la cosa se apaga. ¿Cómo apelar a la creatividad y, a la vez, mantener la coraza de hierro que es el Derecho Canónico? No lo sabemos. La falta de alternatividad es la “piedra de molino” al cuello de Mc 9,42.

 

3

¿QUÉ PUEDE HACER UNA SUPERIORA PARA ANIMAR EL TEMA DEL SINODO EN SU COMUNIDAD?

 

            Dada la situación de la mayoría de nuestras comunidades, no mucho, Pero entra dentro de la animación comunitaria el tener presentes los grandes acontecimientos de la Iglesia. Y este es uno de ellos. No hacer nada es la peor de las gestiones. Sugerencias:

 

  1. Una al alcance de todas las comunidades: Orar por el sínodo. Establecer un día eclesial de oración por el sínodo (los viernes por ejemplo). Que se note en las preces de Laudes, de la Misa (si se tiene), de Vísperas.
  2. Tener informada a la comunidad. Basta con seguir las noticias de Vida Nueva, por ejemplo y subrayarlas un poco en la reunión de comunidad en la que habría de haber un apartado para el Sínodo si no todas las semanas, de vez en cuando.
  3. Si alguna hermana más dispuesta quisiera participar en un grupo sinodal de la parroquia, animarla, suplirle en los trabajos, dejarle de vez en cuando un pequeño espacio de información a la comunidad.
  4. Si la comunidad tuviese fuerza para montar un pequeño grupo sinodal, hacerlo, animarlo, sostenerlo desde dentro. La superiora ha de vencer sus propios prejuicios y ponerse las pilas si su comunidad tiene posibilidades.

 

1 comentario

Teresa -

“POR UNA IGLESIA SINODAL. No sería bueno situarse al margen sin más”. Algo que a mí me cuesta muy poco… Así que recojo el guante y procuraré evitarlo. Es que creo que en la Iglesia, a todos los niveles, prima tanto lo jerárquico, que veo muy difícil, más bien como una auténtica utopía, la sinodalidad.

“Porque estamos hechos para el encuentro la vida cristiana quiere hacer ver que ese anhelo es posible”. En ese sentido, la sinodalidad sería la máxima expresión de la vida cristiana: quienes se encuentran caminan juntos.

Maravillosas las palabras de Casaldáliga sobre el corazón lleno de nombres. Por si creíamos que hay cosas de más valor al final del camino.

“El rostro de Dios lo vemos en el rostro del otro”. Sí, pero a lo mejor aún no lo hemos interiorizado lo suficiente y todavía andamos buscándolo en otros sitios. ¿Por qué será que los rostros más cercanos son los que menos conocemos?

“Hemos sido creados para ser hermanos y hermanas. De tal manera que siendo hermanos se ilumina la senda de la vida y de lo contrario se oscurece”. A veces, las situaciones límite ponen de relieve ese origen nuestro: la fraternidad. Como las guerras o las catástrofes naturales, cuando las personas se sienten unidas y vinculadas por un mismo dolor, una misma desesperación, un mismo destino, o por el deseo de ayudar, la empatía o la solidaridad.

“Cuanta más comunión, más vigor tiene la comunidad”. Un vigor que no dan ni el número ni la edad ni las obras. Y que tiene una capacidad de atracción mucho mayor que todo ello.

Desde muy joven he oído eso de que ha llegado “la hora de los laicos”… Pero de eso hace mucho tiempo, y lo cierto es que aún no está aquí. Es verdad que hasta el Papa denuncia el clericalismo, y sigue ahí. ¿No ha impregnado del todo todas nuestras formas y aún no hemos hallado otras?

“¿En qué puede convertirse un sínodo sin utopía? La comunión no se rompe por la profecía, ni siquiera por la disidencia (no olvidemos que somos seguidores de un disidente). Se rompe por la rutina, el legalismo, el clericalismo, el menosprecio a la sabiduría de los pobres”. Magnífica reflexión… Pero sí, creo que hemos olvidado, sobre todo en la vida religiosa, y hace mucho, mucho tiempo, que seguimos a un disidente… Recordarlo es un lujo que solo podemos permitirnos al mirar la vida y obras de nuestros fundadores.

“Qué hacer para animar el tema del Sínodo en una comunidad”. Porque “no hacer nada es la peor de las gestiones”. Es verdad. Y muy buenas las sugerencias; incluso para comunidades con pocas posibilidades.

Muchísimas gracias, por alentar, una vez más, a una tan descorazonada como yo ante este tema.