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FIAIZ

Elogio de la templanza

ELOGIO DE LA TEMPLANZA

 

            El olvido ha arrumbado aquellos viejos tiempos del catecismo en que, desgranando las siete virtudes capitales, cantábamos para cerrar la serie: «contra gula, templanza». José R. Flecha dice que «opuesta a la ira es la templanza o mejor la mansedumbre». Pero no, lo opuesto a la ira es la paciencia. Cada cosa en su sitio. El caso es que hoy hasta la palabra “templanza” es una de esas palabras moribundas que casi ya nadie usa, aunque, de vez en cuando, como ocurre con una reciente novela de María Dueñas que lleva por título justamente La templanza, vuelva a aparecer por los escaparates. El caso es que nuestra revista quiere retomar el tema de la templanza.

 

El término

 

            Y hemos de quedar de acuerdo en su significado: queremos sobrepasar el mero término original temperancia, como moderación ante la tentación de glotonería. La templanza es algo más: es la manera de ser de quien sabe ser moderado ante las circunstancias, quien tiene criterios ponderados sobre las cosas, quien no se hunde a la primera dificultad, más todavía, quien es capaz de resurgir con nuevo ímpetu haciendo de la dificultad un trampolín para una nueva oportunidad. Una persona templada.

            Hay un término que está un tanto de moda que define esta manera moderna más amplia de entender la templanza: la resiliencia. Esto es algo que viene de la física: designa la capacidad del acero para recuperar su forma inicial a pesar de los golpes que pueda recibir y a pesar de los esfuerzos que puedan hacerse para deformarlo. Aplicado a los seres humanos es la capacidad para adaptarse positivamente a las situaciones adversas. Esto es lo que puede definir a una persona “templada”: la increíble capacidad de sacar de una situación difícil algo positivo.

 

Personas con temple

 

            Hemos conocido en nuestros pueblos a personas con temple, resilientes natas. Muchas mujeres mayores que vivieron una dura posguerra y que, con una gran escasez de recursos, sacaron adelante a la familia. Son de otra pasta, decimos, la pasta de la persona templada. Hemos conocido a cuidadores y cuidadoras, sobre todo, que han acompañado durante años la vida de personas mayores y necesitadas de cuidados prácticamente sin ayudas de ninguna clase. Hemos convivido con agricultores que han tenido que cambiar y sufrir la dura evolución del campo desde los tiempos en que casi la mitad de la población activa estaba empleada en el sector primario hasta estos nuestros días en que ya es inferior al 7%. Han aguantado hasta ver ahora que la falta de oportunidades en los núcleos urbanos como consecuencia de la crisis económica, el aumento del nivel educativo, la formación de los jóvenes del medio rural, y una creciente tendencia por la sostenibilidad medioambiental y la demanda de productos de calidad, han dado lugar a un nuevo contexto en el que surgen oportunidades de empleo y vida.

            Nuestros pueblos albergan a gente templada que ha elaborado como ha podido grandes conflictos de antaño como la guerra civil o de hogaño como la reciente pandemia. Lo han hecho sufriendo, muriendo incluso, pero también, cuando se les ha dado voz, denunciando. Su templanza es la de las personas que saben que el derecho y la justicia están de su parte. Se ha manifestado su temple en su capacidad de adaptación para asimilar costumbres morales que chocaban directamente con lo que se les enseñó o con su propia sensibilidad, Pero ellas, por mantener viva la familia, la paz y la armonía cedieron hasta límites importantes. Sin ese temple humano de fondo, tal cosa no habría sido posible. Uno se pregunta si la pervivencia de nuestros pueblos, más allá del vendaval de la despoblación, no ha sido posible gracias al temple de esos “viejos árboles”, como diría Labordeta y a la de quienes van tomando el testigo.

 

Templanza contra crispación

 

            La crispación siempre ha acompañado el camino de los humanos, muy dados a poner el grito en el cielo, a exagerar los términos del problema, a amenazar y a maldecir al otro. Todo ello a pesar que, desde antiguo, la crispación ha tenido mala prensa: ni el camino medio del Buda ni el justo medio de Aristóteles parecen sugerir ese camino. Pero es que en estos tiempos, la crispación se ha convertido en algo sistémico, planeado, parte de la plaza pública. Se crispa para demoler al adversario, para destruirlo.

            Por eso se valora más cuando vemos que en los pueblos hay regidores templados, que saben valorar las situaciones, que no ponen por delante las siglas de su partido, sino el bien de la ciudadanía. Son los buenos políticos de los que el papa Francisco dice que les duele de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres. Valoramos la realidad de los alcaldes que hacen una opción de pueblo, aunque no medie necesariamente un salario. Sin un corazón templado esto no sería posible. La templanza se convierte entonces en la gran abanderada de la dignidad, aquella que no se pierde ni siquiera porque el pueblo sea pequeño, ignorado, sin muchos recursos o sin notoriedad.

 

Una fe templada

 

            También la experiencia espiritual necesita ser templada. Tienen el peligro los pueblos de situarse en una fe de meras tradiciones que se vuelve rígida e intolerante a veces. También la vivencia religiosa necesita ser templada, necesita adaptarse a los tiempos nuevos de la Iglesia, trabajar caminos de vida cristiana nuevos. Es un fenómeno que anima el ver que en muchos pueblos florecen comunidades cristianas que trabajan y actualizan su fe, que montan foros y debates entre fe y cultura, que no se han quedado en las meras tradiciones, sino que viven una fe con implicaciones sociales. Cristianos templados en el frío de una fe rutinaria.

 

            En conclusión: puede que el término “templanza” no sea de actualidad. Pero su contenido lo es. En palabras de Adela Cortina: «Hemos de tratar de abordar esta situación en la que nos encontramos, echando mano de nuestra fortaleza, de nuestra solidaridad y de nuestra templanza. La templanza es fundamental». 

 

Fidel Aizpurúa Donazar

1 comentario

Teresa -

Hermosa definición de la templanza y la persona templada; y es verdad: no están de moda. La templanza empareja muy bien con la resiliencia. Así resulta evidente que la persona templada no nace, se hace, y que el caldo de cultivo de la templanza es la dificultad.

Otra definición de la persona templada para reflexionar: aquella que “por mantener viva la familia, la paz y la armonía cede hasta límites importantes”.

Lo cierto es que la crispación parece vender y ser incluso valorada. A lo mejor viste más que la templanza…

“Cristianos templados en el frío de una fe rutinaria” Sería una buena descripción de los religiosos y religiosas, que saben de “fríos” y rutinas.