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FIAIZ

La espiritualidad bíblica

 

 

 

LA ESPIRITUALIDAD BÍBLICA[1]

Tras una manera lúcida de leer la Biblia hoy 

 

Dos sencillas notas de introducción:

 

a)      La persona es más que carne que se toca y se ve. Hay algo debajo de la piel. Las sociedades no son solamente su mera organización política o económica. Las ciudades tienen alma. Por eso mismo, cultivar la espiritualidad es una actividad perfectamente legal y necesaria. Una sociedad con espiritualidad, la que sea, creemos que es una sociedad de más calidad humana. De ahí que creemos un acierto de este foro el mezclar aspectos técnicos y culturales con aspectos espirituales, entendiendo por espiritualidad no algo que tenga que ver directamente con la religión, sino algo que tiene que ver con el corazón de las personas.

b)      Nosotros no venimos de una tradición bíblica. En nuestras casas no había Biblia ni nuestros padres nos la legaron en el momento de su muerte. Sí hubo en las escuelas de nuestros pueblos una asignatura, la historia sagrada, que, como decía  Javier Krahe, era sobre todo una historia “sangrada”. Por eso, tal vez, hemos rechazado la Biblia, por venir en el envoltorio de lo religioso, y por habernos quedado en la sangre, en los relatos rechazables. Tal vez hoy, en un ámbito no religioso, y con otra lucidez podamos acometer un acercamiento distinto al texto bíblico que sigue estando ahí por encima de olvidos, vituperios y extrañas adhesiones.

 

  1. 1.      Limpiando el campo

 

Tan enmarañado ha sido el campo de lo bíblico, tan lleno de cardos y zarzas, que tal vez sea necesario, para empezar, un breve esfuerzo de limpieza del campo.

 

a)      Un secuestro en toda regla

 

Hablado de una forma plástica y quizá un tanto exagerada podemos decir que la Biblia ha sido objeto de un secuestro. La han secuestrado, sobre todo, los diversos sistemas religiosos. La han confinado al ámbito religioso, litúrgico, orante, de estudio técnico, etc. Si a sal Lucas le hubieran dicho que su obra iba a ser secuestrada se habría quedado horrorizado. De ahí que para acceder a la Biblia haya que pagar el rescate del secuestro: entrar en los parámetros de lo religioso y someterse a su dictado.

Por eso, para leer hoy la Biblia con lucidez, habría que des-secuestrarla, llevarla al ámbito de lo laico, de la ciudadanía, de lo social, de lo secular, que es el escenario natural de la mayoría de los textos bíblicos. Estos no se han escrito con los fines antes citados sino, como luego diremos, con simples fines de humanización.

 

b)      La Biblia deformada

 

No nos ha de extrañar, en segundo lugar, que la Biblia, desde sus orígenes, haya sido manipulada, domesticada, reducida, deformada. La han deformado las religiones del libro que creen que todo lo que hay en la Biblia es bueno, es legal, es voz de Dios. La deformación religiosa de la Biblia ha engendrado increíbles fanatismos. Quizá la haya deformado también un ateísmo a ultranza que, para combatir la religión, ha denigrado un texto de la espiritualidad universal que contiene, a nuestro juicio, indudables valores. Y, por supuesto, la deforman los movimientos políticos ultraconservadores (Bolsonaro, Salvini, Jeanine Añiz, Trump, los cargos públicos que juran ante la Biblia, etc.), siendo así que sus programas chocan con no pocos valores de la Biblia.

Por eso mismo habrá que tener cuidado de no deformar la Biblia, de no querer ponerla al servicio de una ideología política o religiosa y de no querer sacar de ella conclusiones que, en definitiva, renten en poder económico o moral.

 

c)      Patrimonio común

 

Por todo ello, en tercer lugar, hay que reivindicar la Biblia como patrimonio de toda persona que anhele bajar al fondo de lo humano, sea creyente o no lo sea.      La Biblia no es patrimonio exclusivo de nadie, sino parte importante del tesoro de la humanidad. Por eso mismo, el derecho a leerla desde el lado de la increencia es legítimo. Es un derecho que se han tomado no pocos escritores. Sus lecturas, por paradójicas y pintorescas que nos resulten, tienen un sitio en el panorama amplio de la lectura bíblica y de la ideología que de ella surge. Efectivamente, estos autores creen que la Biblia es una realidad “contada a todas las gentes” y que les asiste el derecho a leerla desde su punto de vista.

            A veces los creyentes piensan que el tratamiento que los ateos dan a la Biblia y a su espiritualidad no es correcto porque parten de prejuicios provenientes de una concepción desvalorizada del mito o de la desconfianza ante los datos históricos bíblicos. También eso es preciso encajarlo con paz y verificar, uno por uno, todos los datos antes de poner encima de la mesa la fe en la comunidad creyente que trasmite el Mensaje. Además, ciertos terrenos que consideramos impropios para situar en ellos a la Biblia, como por ejemplo el ámbito del humor (gráfico, teatral, del cine u otros) contienen con frecuencia una carga profunda de reflexión y hasta de lirismo. A su manera, también es una manera “espiritual” de leer la Palabra.

 

  1. 2.      Honda palabra humana

 

Cuando se lee la Biblia en la celebración litúrgica se concluye con un sello de autenticidad: ¡Palabra de Dios! La asamblea responde, más o menos consciente, ¡Te alabamos, Señor! Un refrendo absoluto. Pero, a nada que se piense, la respuesta correcta sería: ¡Según y cómo! Efectivamente, ya se ha superado el viejo imaginario de que Dios es quien escribe dictando al oído de los escritores bíblicos lo que quiere decir. La Biblia contiene tantos desajustes que atribuirlos a Dios genera más perjuicio que beneficio. Por eso, hasta los más conservadores van aprendiendo, al amparo de teorías bíblicas como la de los géneros literarios o la historia de las formas, que es preciso entender la Biblia como Palabra de Dios en modos más espirituales que materiales.

            El creyente lúcido sigue valorando la Biblia con una fidelidad que nada tiene que ver con terquedades heredadas. Cree, de verdad, que, más allá de matices y variables, la Biblia sigue siendo una de las fuentes principales que alimenta la experiencia cristiana. Por eso se continúa mirando con ojos cada vez más nuevos, aunque sea con perspectivas menos religiosas, los textos que pueden generar luz en el camino de la historia y de la fe de quien se siente atraído por el misterio.

 

Los derroteros de la Palabra

 

            No son otros sino los derroteros de la vida. El lenguaje se inscribe en la evolución cultural y social. Es lógico que los caminos del lenguaje sean tan azarosos como las mismas convulsas sendas de lo humano. Por eso no nos ha de extrañar que el largo camino bíblico esté cuajado de interrogantes, de asperezas, de oscuridades, de heridas, de errores en definitiva. Estas dificultades se presentan nada más abrir las páginas de la Biblia y hay que lidiar con ellas. Tomar la Biblia de manera consagrada (¡Sagrada Biblia!) manteniendo sus limitaciones es generar un perfil de Dios extrañísimo. Por eso mismo, la tarea mínimamente iniciada por la comunidad cristiana de adecuar el texto a la psicología cambiante del hoy debe ser potenciada a base de sentido común y apoyada en los avances científicos de que hoy disfrutamos.

            Pero también la Biblia contiene valores de hondura ya que, si bien los humanos hemos avanzado en cuestiones técnicas en estos últimos años más que en toda la historia, en cuestiones de valores humanos vamos más lentos. Si uno es suficientemente sagaz y deseoso de la Palabra y se apresta a taladrar la costra que envuelve los textos, se encontrará con valores que siguen perfectamente vigentes en el fondo de la vida. Las ambiciones, los deseos, los sueños, los interrogantes, las intuiciones, las búsquedas, las pasiones, todo el mundo interior late en los textos antiguos con la misma viveza que en nuestros textos actuales. Por eso mismo, el fondo de la Palabra sigue siendo elocuente a quien pregunta por el misterio de Dios y por el de la persona.

            No ha de extrañar, pues, que la Biblia interese a la persona de hoy  porque ella también tiene un mundo interior lleno de preguntas y deseoso de horizontes. Más aún, observa que su búsqueda en las profundidades de la Biblia merece la pena no tanto porque encuentre en ella solución a sus problemas, sino porque halla en ella luz, ánimo e inspiración. Aunque los matices sean importantes en la diferencia con el modo de leer que tiene el creyente del sistema, de hecho la Palabra es un espacio de confluencia desde el que podrían entablar un diálogo fecundo las plurales experiencias de vida y de fe.

 

La orfandad del texto

 

            He aquí una de las principales diferencias a la hora de leer la Biblia. La iglesia oficial tiende a leer el texto con el sentido objetivado y apropiado. Objetivado porque no supera el historicismo en la lectura de los relatos considerando que si son históricos son válidos y no lo son si les aplicamos la criba y el caleidoscopio de los géneros literarios. Es algo que todavía hay que trabajar porque sigue vigente en casi todos los niveles de la reflexión eclesial. Pero, además de historizar el texto, se lo apropian no solamente los técnicos sino, sobre todo, el magisterio creyendo que su interpretación es la objetiva, la única y la que debe ser aceptada de manera obligatoria. Esta apropiación del sentido va en contra del hecho mismo de lectura que incluye al texto leído y al agente lector.

            Efectivamente, hay que decir que los textos sufren de orfandad y que su padre o su madre es el ojo lector que se vuelca sobre ellos. Por ello no puede haber un sentido objetivado y, menos aún, apropiado. Hay tantos sentidos como ojos, corazones, que leen el texto. Tal aseveración causa perplejidad y rechazo en los lectores desde el lado de la oficialidad porque, aseguran, este libre examen lleva no solo a la arbitrariedad, sino a la disolución misma de la revelación bíblica. Pero esto no es así, como lo demuestra el hecho de las traducciones interconfesionales que siempre han llegado a buen puerto: la sensatez unifica el sentido de quien lee con buena voluntad el texto y hace que se genere una comunión lectora que no solamente no distancia a los lectores, aunque partan de puntos diversos, sino que produce unidad. Las divisiones históricas que ha sufrido la iglesia no han venido por la Biblia interpretada pluralmente, sino por intenciones espurias que nada tienen que ver con ella.

            De ahí que el lector lúcido no tema palpar el textum, tocar por él mismo la Biblia y tampoco tiene miedo a que lo toquen los demás. Sabe que, al final, quienes leen la Biblia no pueden alejarse del Jesús que la leyó. Sabe también que los miedos que se han cernido sobre la Biblia y que han llevado, a veces, a un alejamiento y abandono de la misma cada vez tienen menos lugar en quien lee desde el afán de hacer el camino hacia el misterio. De modo que tal lector elabora una mística de amor que envuelve la Biblia leída por muchos corazones y sabe que esa pluralidad le beneficiará a la larga.

 

Espejo del misterio

 

            Una lectura historicista de la Biblia persigue hechos que aseguren de que, si algo es histórico, merece ser creído. Esta manera de leer la Biblia hace que, de algún modo, esta quede a merced de una ideología. En tal caso la Biblia no es el alma de la espiritualidad sino que el triunfo de la ideología esclaviza a la Palabra. De ahí a poner la Biblia al servicio del sistema no hay más que un paso.

            Sin embargo, se puede tomar otra senda: la Palabra como camino que nos ponga delante de la belleza del misterio, del paradójico fondo de lo humano y del extraño camino de Dios por la historia. Una Biblia que nos abra al misterio: esa es la finalidad principal de la Biblia cuando se la lee en profundidad. Por eso, el lector lúcido, aunque no sepamos concretarlo muy bien, es alguien cada vez más atraído por el misterio y, por lo mismo, un lector del fondo de la Biblia, experto en superar la costra historicista y cualquier otra que envuelva el latido de ese misterio.

            Por raro que parezca, en las palabras de la Biblia, torpes y equivocadas a veces, se refleja el misterio.  El resultado de una lectura así es que el doble misterio, el fondo de lo humano y el de Dios, sigue siendo inatrapable pero resulta más cautivador, más estimulante y más capaz de reorientar los fondos de la vida hacia esa verdad que no es ideología, sino sentido de la existencia.

 

Una lectura social

 

            Las maneras habituales de leer la Palabra suelen ser espirituales o morales. De la lectura se deducen unas actitudes espirituales que, con frecuencia, al no tener arraigo antropológico, derivan en espiritualistas, sin conexión con la vida, sin evaluación. Todo queda en el mundo de lo impreciso, de aquello que, aunque no funcione, no se cuestiona. O bien se hace una lectura moral: se deducen de ella unas actitudes y comportamientos morales que, también a veces, resultan algo extremos, fruto de un moralismo que se aleja de la misma Biblia. Son perspectivas que pueden seguir siendo útiles, siempre que se hagan con un poco de profundidad y no les atrape la superficialidad y la rutina. Si no, el cansancio envuelve a la Palabra y la esclerotiza.

            Habría otro camino para devolver brillo a la Biblia y para iluminar comportamientos de vida: hacer lo que llamaríamos una lectura social de la Biblia. Una tal lectura es aquella que pretende mezclar la capacidad germinativa de la semilla de la Palabra con la tierra de la historia, de la sociedad. Y pretende hacerlo de una manera sistemática y ahondada no como un derivado moral sino como algo perteneciente al simple hecho de leer. Esto trae como resultado positivo que el texto adquiere perfiles que las lecturas espiritual y moral habían borrado por repetitivas y desvela la evidencia de que el campo de la vida queda iluminado por una espiritualidad que hace de lámpara para los titubeantes pasos de los humanos por la historia. Como decimos, cuando esta lectura se hace de manera sistemática, no esporádica y con profundidad, los resultados son nuevos.

            Para hacer este tipo de lectura, quien apunta a la fe en las afueras sabe que es preciso manejar la herramienta hermenéutica de la benignidad crítica. Esta es una manera peculiar de leer el hecho social: se trata de hacerlo con sentido crítico y con amor social a la vez. Sin este amor a la vida la lectura de la Biblia será hierática, fría y dogmatizante. Sin sentido crítico se cae en tales contradicciones y simplismos que la persona de hoy se vuelve de espaldas con un gesto de menosprecio hacia la ingenuidad de quien no aplica al hecho religioso los mismos parámetros de adultez que al resto de la vida.

 

Palabra al servicio de la persona

 

            En otras épocas y por diversas razones se ha considerado a la Palabra como otra realidad divina a la que adorar. La sacralización de la Biblia ha sido la manera que la fe ha tenido de honrar a una realidad que valoraba sobremanera y que creía emanada del mismo Dios. Sacralizar es la manera de separar, de alejar. Eso ha llevado a ignorar el textum, a no comprobar la textualidad y a dejar la Biblia para el culto o, todo lo más, para la enseñanza en cenáculos especializados. Por esa misma perspectiva se ha creído que tocar la Biblia era una forma de deshonrarla. De donde se han considerado intocables no solamente los textos originales sino las mismas traducciones, haciendo de ellas una señal de confesionalidad, de garantía eclesial. Las traducciones con el marchamo de las Conferencias Episcopales parecen ser de más garantía que otras y, por ello, se trata de imponerlas en todos los ámbitos de uso litúrgico y doctrinal.

            Quien lee con lucidez tiene otra manera de ver: cree que es la Palabra la que está al servicio de la persona y no al revés. Por eso mismo, no sacraliza a la Palabra sino que la humaniza, la llena de contenidos humanos. Además se va animando cada vez más a palpar el textum, a valorarlo desde sus experiencias personales, a situarlo en sus caminos más cotidianos. Y finalmente va utilizando aquellas versiones que le llegan más al corazón, las que le ayudan a disfrutar del texto, incluso en las expresiones más mínimas, experimentando la certeza de que las raíces de su fe van siendo regadas por esa corriente subterránea de vida que subyace a lo leído.

 

Para mejorar las relaciones

 

            La religión oficial ha ido otorgando a la Biblia a lo largo de los siglos unas finalidades añadidas que no estaban al principio. Se ha utilizado en la liturgia siendo así que la Palabra ya existía antes de las liturgias posteriores. Se ha utilizado para el estudio bíblico, siendo así que el evangelio ya funcionaba antes de la creación de las facultades de teología. Se ha utilizado para la lectio divina en monasterios o círculos religiosos, cuando en realidad la Palabra llevaba ya escrita muchos siglos antes. Estos usos son legítimos y necesarios,  y, por supuesto, con necesidad de seguir siendo trabajados.

            Pero quien lee en profundidad comienza a entender que la finalidad primigenia de la Palabra es, simplemente, mejorar la relaciones de los humanos con Dios, con los demás, con los pobres, con la creación incluso. Se puede decir que la Biblia es un libro de relaciones. Es muy posible que esta finalidad primaria parezca corta y escasa, pobre incluso, a la persona espiritual que busca hacia afuera y no hacia adentro. Pero hay que preguntarse si el hermoso sueño de Jesús, el reinado de Dios, más allá de teologías esencialistas, no es sino eso mismo: una realidad histórica donde la fraternidad sea el punto central al que se refieren todas las cosas y personas que existen.

 

  1. 3.      Diez motivos para seguir leyendo la Biblia

 

Siguiendo un hermoso texto del biblista Víctor Herrero de Miguel queremos concluir dándonos diez motivos para leer hoy la Biblia con pasión espiritual:

 

  1. 1.      Porque sus palabras curan

 

José Hierro, poeta español del siglo pasado, escribe en algún lugar de su obra que el efecto sanador de la poesía consiste en poner palabras nuevas sobre heridas antiguas. La acción balsámica de la Biblia sobre el alma de quien la lee es, haciendo una breve  transformación, análoga: sus palabras antiguas limpian y vendan las heridas nuevas que la vida nos causa, que nosotros causamos al propio corazón o al corazón de los otros. Hay en esta biblioteca de la humanidad una especie de facultad de medicina donde se nos enseña a poner nombre a nuestro dolor y se nos prescribe, cuando aún es momento para ello, cómo actuar para curarlo. Desde el barro de Adán hasta el cuerpo herido de Job, desde la fidelidad de Ruth hasta las argucias de Dalila, nada de lo humano que encontramos en la Biblia es ajeno a nuestra humanidad.

 

  1. 2.      Porque en lo profundo habita el bien

 

Leer la Biblia supone, de alguna manera, regresar al sexto día del Génesis, al atardecer de ese viernes en que Dios, tras concederle su lugar en la vida a cada ser y a cada cosa, ve y proclama que todo está muy bien. Leer la Biblia es volver a ese día penúltimo de la creación con los ojos, eso sí, vacíos de la inocencia primera. Porque el lector que abre cualquiera de las páginas de la Escritura sabe que lo que puede encontrarse en ella está muy lejos de una mirada ingenua, de esa tentación buenista que consiste en pretender que todo esté libre de sombras, lleno de bondad y de amor. No, la Biblia no ofrece eso.  Quien va leyendo entre las luces y nieblas de este libro aprende, como un funámbulo, a caminar sin red ni agarraderas, confiando al aire la certidumbre de que, en el fondo, habita el bien.

 

3. Porque cada sonido tiene un sabor

 

En tiempos de noticias rápidas, de tweets y rebajas de comunicación, el lenguaje de la Biblia ––su mezcla de seda y hierro–– confiere al lector la garantía de que tras cada palabra existe una realidad: tras el mar la sal del mar, tras la lágrima el dolor y una presencia misteriosa tras algunos silencios. Saborear las palabras y sus sonidos resulta imprescindible para conectar con el secreto de estas páginas.

 

4. Porque nos transforma en danza

 

David bailó desnudo delante del arca (2 Sam 6).  Esa danza en que un Dios y un hombre, desnudos ambos, escuchan la misma música y convierten el peso en gracia, ese acto íntimo de amor coincide con el acercamiento a la Palabra. Eso es leer: desnudarse y danzar. Pretender leer la Biblia nadando y guardando la ropa, sin cuestionar el sistema al que perteneces, será cosa imposible.

 

5. Porque no separa la sombra de la luz

 

El lector que lucha con la Biblia, como Jacob con Dios (Gén 32) acaba también sabiendo que el final deseado de la sombra no es la luz sino ese punto, inusual y mágico, en que ni luz ni sombra, ni entendimiento ni ignorancia coronan la lectura. Leer, más que comprender todo y totalmente, es incorporar a la mirada los claroscuros que arroja el texto, su propia incertidumbre. Por eso el lector de la Biblia no sale de la incertidumbre, sino de la desconfianza. Qué bien lo expresa José Ángel Valente:

 

Al amanecer,

cuando la dureza del día es aún extraña

vuelvo a encontrarte en la precisa línea

desde la que la noche retrocede.

Reconozco tu oscura transparencia,

tu rostro no visible,

el ala o filo con el que he luchado.

Estás o vuelves o reapareces

en el extremo límite, señor

de lo indistinto.

No separes

la sombra de la luz que ella ha engendrado.

 

  1. 6.      Porque nos da la llave desde dentro

 

Sucede con el acceso a la Escritura lo mismo que en el encuentro íntimo de amor, donde el alma se expresa a través del cuerpo y éste, para llegar hasta otra alma, pide permiso al otro cuerpo para entrar. Nadie lo ha cifrado mejor que el Cantar de los cantares cuando, después de que el amante contemple y describa el cuerpo de la amada y antes de que ella abisme su mirada en la corporalidad de él, en ese momento preciso él exclama: Eres jardín cerrado, fuente sellada (Cant 4,12) y ella, a su vez, responde: Entra amor mío en tu jardín, a comer de sus frutos exquisitos (Cant 5,1). A esa misma fuente que el jardín protege se parece la Biblia: nadie, si no es porque ella así lo quiere, puede beber y saciarse tras entrar.

 

7. Porque se escapa desnuda

 

En el acto de lectura de la Biblia ocurre algo parecido con aquel personaje que huye desnudo cuando arrestan a Jesús (Mc 16,5-6): también el texto, cuando queremos agarrarlo, se escapa desnudo. Provistos de nuestras metodologías, pertrechados con las herramientas literarias de lector, nos acercamos al texto bíblico y lo que encontramos, si nuestro caminar es desnudo y sincero, es la ausencia de aquello que pensábamos encontrar y la indicación ––desconcertantemente bella–– de que el texto se ha transformado en una presencia que camina a nuestro lado.

 

  1. 8.      Porque nos colma con su amor

 

El mismo escándalo de la mujer pecadora que besa a Jesús en Lc 7,37-38, ese derroche de creatividad y ternura es el que la Palabra muestra cuando viene hacia nosotros. Viola las convenciones de lo establecido, olvida las fronteras de pureza cultural, se abre camino entre paredes de muralla gruesa y, dándosenos del todo, nos colma.

 

  1. 9.      Porque su carne nos transforma en palabra

 

Job dice que desearía que sus palabras se grabaran en roca para siempre (Job 19,23-24). El sueño de la supervivencia escrita es el horizonte de existencia de este hombre cuya vida consiste en el canto de la debilidad. Esta palabra indeleble es la aspiración de un ser humano frágil que busca en el lenguaje lo que no halla en la realidad. Eso nos confiere a los lectores de las Biblia esa misma capacidad de transformar nuestra carne en palabra, nuestro dolor en sílabas, nuestras esperas en la invencible esperanza que da forma a todo futuro verbal.

 

10.  Por la presencia de un imán

 

Quienes aceptamos a Jesús de Nazaret, si abrimos la Biblia, en el fondo, es por él, puesto que en él la lectura es otra cosa diferente a la lectura. Leer es hallar al lector que ha leído nuestras vidas, que conoce el espacio interlineal que separa nuestro deseo y nuestra realidad, que se aloja al margen de la página, fiel y discreto, y desde allí hace que cada letra sumándose a otras letras den a luz a las palabras y éstas, naciendo y desapareciendo, alberguen nuestras vidas. Leer la Biblia es saberse sostenido hasta el final.

 

Conclusión

 

            Amigas, amigos: si quisiéramos decir una sola palabra al terminar la reflexión de esta tarde, esa palabra sería pasión. La falta de pasión es una siembra de sal a la hora de leer en general y a la hora de leer la Biblia en concreto. Sin pasión la lectura se muere y la Biblia se muere. Por eso, quienes hemos venido aquí esta tarde, sabiendo a qué veníamos, nos sumamos a aquella apreciación de aquellos dos que iban a la finca de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón mientras hablábamos de las Escrituras? (Lc 24,32)”. Os deseo que ese fuego no se apague en vosotros y en mí, sino que arda siempre.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

 

 



[1] Esta conferencia fue ofrecida en el Foro Gogoa de Pamplona el 9 de diciembre de 2019 y en el Ateneo de Logroño el 27 de enero de 2020.

1 comentario

Teresa -

“El fondo de la Palabra sigue siendo elocuente a quien pregunta por el misterio de Dios y por el de la persona”: ahí está su riqueza, su fuerza y su luz. Por eso es buenísimo buscar una manera lúcida de leer la Palabra hoy. En realidad, ¿quién no pregunta por el misterio de Dios y el de la persona?

Hermosa definición del lector lúcido: alguien cada vez más atraído por el misterio, un lector del fondo de la Biblia. Sentido de la existencia versus ideología.

Mil gracias por darme cada vez más motivos, más estímulos para una lectura social de la Palabra. Porque en la “conexión con la vida” he encontrado, de verdad, a Dios.

Humanizar la Palabra = humanizar la propia vida y relaciones.

Bellísimos diez motivos para seguir leyendo la Biblia con “pasión espiritual” que vaya in crescendo. “El lector de la Biblia no sale de la incertidumbre sino de la desconfianza”

Y sí: quienes aceptamos a Jesús de Nazaret, si abrimos la Biblia, es por él. Porque tenemos hambre y sed de él.

Estaba reflexionando acerca de la manera, tan hermosa y poética, de expresar todo lo escrito sobre la lectura de la Biblia en esta conferencia. La palabra, efectivamente, es pasión.