Blogia
FIAIZ

La humanidad, nuestra familia básica

LA HUMANIDAD, NUESTRA FAMILIA BÁSICA

 

            Puede comprenderse que los humanos consideremos que la familia auténtica es la que llamamos familia biológica, sin entrar a matices con otros modelos de familia más actuales. La cercanía, el cuidado, el amor, la entrega, la generosidad que, normalmente, acompañan la relación familiar lleva a la evidente conclusión de que “mi familia” son estos con quienes convivo. Por ese pequeño grupo nuclear estaría uno dispuesto a todo. De ahí que el lema “mi familia ante todo” se haya constituido en una especie de dogma social.

            Pero si miramos en profundidad el hecho humano, quizá descubramos que la verdadera familia, la básica, aquella que es la fuente de la dignidad, esa es la familia humana. Ser humanos nos hace familia de todos los humanos. Por eso mismo, es intolerable cualquier violencia entre humanos, porque no es de recibo ejercer la violencia contra los miembros de la propia familia. Hace ya 50 años, la Gaudium et Spes proclamaba con claridad:  “La Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (nº 1). Esta solidaridad con lo humano, base de la verdadera familia humana, es la que se percibe en algunos pasajes de la Escritura que queremos subrayar:

  1. Gén 11,1-9: Es el conocido pasaje de “la torre de Babel”. Normalmente se interpreta este pasaje como la confusión de las lenguas que Dios propició para que la soberbia humana no construyera “una torre que alcance el cielo” (v.4), es decir, para frenar sus ansias de poder que anhela hacerse con la realidad misma de Dios. La evidencia de la multiplicidad de lenguas ya desde la antigüedad quedaba así explicada y, a la vez, se construía una fábula moral sobre la humildad esencial de la persona.

Pero puede haber otra manera de leerla: escrita la narración mítica en tiempos demográficos de gran peligro de despoblación y, por lo tanto, de extinción (una situación muy distinta a la nuestra), el relato va contra quienes no quieren dispersarse, contra quienes quieren asentarse y no salir de su pequeño entorno. Dios confunde sus lenguas y esa diversidad es la que obliga a salir, a “dispersarlos por toda la superficie de la tierra” (v.9).

Esta dispersión de la misma experiencia de humanidad, del mismo tronco (no en sentido genético, sino existencial) es la que puede hacer entender que todos los “dispersos” pertenecen al mismo ámbito de lo humano, a la misma familia fundamental. Esta troncalidad común ha de estar por encima de cualquier diversidad lingüística u otra. Se es familia.

  1. Sab 12,2-21: Podríamos decir que el libro de la Sabiduría es el más “moderno” de los del Antiguo Testamento. Trata un problema hacia fuera del colectivo israelita, hacia los paganos. Éstos que, según la mentalidad habitual judía, estaban destinados al infierno porque eran “raza maldita desde su origen” (v.11), también pueden encontrar una salida en la increíble compasión y misericordia de Dios.

Porque un Dios que se precie, de acuerdo con la vieja mentalidad, tiene que defender a sus fieles de quienes los atacan. Y si alguien ha atacado con saña a Israel, ésos han sido los cananeos. Pero aun a esos “los trató con miramiento” (v.8), ya que “el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos” (v.16) y el poder divino está sometido a su justicia y a su compasión.  Y aquí llega la declaración fundamental: “Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano” (v.19). es decir, por encima de la justicia está la humanidad. Esta es la que nos une a todos y desde ella hay que enfocar hasta los yerros que cometemos.

La pertenencia a lo humano es la base de la compasión y engloba a la justicia. Salirse del ámbito de lo humano es poner en peligro la justicia y olvidar la compasión. Entonces la vida humana se hace imposible. Por eso el “principio de humanidad” ha de regir la convivencia ciudadana.

  1. Mc 3,20-21.31-35: La actividad misionera de Jesús parece que ha suscitado preocupación y rechazo entre su misma familia que pensaban “que no estaba en sus cabales” (v.21). Por eso, su familia “le llama desde fuera” (v.31). Eso es lo que le ha llevado a hacerse una familia subrogada, la de aquellos “que cumplen el designio de Dios” (v.35).

¿Cuál es ese designio que convierte a quienes lo cumplen en la verdadera familia de Jesús, por encima y más profunda que la biológica? El designio de Dios es que los humanos vivamos en justicia y en fraternidad. Ya estaba formulado desde los tiempos de Isaías en que Dios busca como respuesta a su amor no tanto el culto, la oración o la ley, sino la “justicia y derecho”, la convivencia en humanidad (Is 5,7).

Vivir en humanidad es lo que lleva a constituir a la persona como familiar de Jesús. Es decir, la pertenencia y la vivencia a lo humano genera la identidad del seguidor. Ésta no le viene por vía de la religión, sino por vía de humanidad. Ser familia humana no solamente por razones biológicas, sino por prácticas de humanidad es lo que nos lleva al secreto anhelo de Jesús, a sus gozos familiares.

  1. Ap 7,1-8: No resulta fácil leer el libro del Apocalipsis despegándose de su indudable carácter vindicativo. Una forma de hacerlo quizá sea el leer entre líneas la presencia de uno que, distinto del vidente, piensa que la solución a la inhumanidad que sufre la comunidad no es la destrucción del malvado, sino la potenciación de lo verdaderamente humano.

Eso ocurre en la famosa lista de “marcados”, de destinados a la gloria del Cordero de Ap 7,5-8. Aparece ahí el “vengador” que excluye de la lista a Dan conocido por su proverbial infidelidad (Jue 18) y pone en su lugar a Manasés que es parte de la tribu de José. Pero, en realidad, al poner 144.000 marcados (12, número pleno, por 12, por 1.000: la plenitud total), se está queriendo decir que, a pesar del mal, toda la humanidad está marcada para el bien.

Se podría decir que pertenecer a lo humano “da derecho” a la gloria. No es un derecho que uno se saque de la manga, sino algo que proviene de la generosidad de un Dios que “arroja nuestros pecados al fondo del mar” (Miq 7,19). Pertenecer a lo humano nos salva.

Este breve recorrido bíblico muestra la consoladora evidencia antropológica y espiritual de que es una suerte pertenecer a la hermosa aventura de lo humano. Una suerte y una responsabilidad para colaborar al horizonte de una humanidad lograda. Don y tarea.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

 

0 comentarios