APOCALIPSIS 1
CVA
Domingo, 22 de setiembre de 2013
BUSCAR LUZ
EN TIEMPOS OSCUROS
Plan de oración con el Apocalipsis
1. Ap 21,10-11.22-25; 23,3
Introducción:
Las sociedades humanas reaccionan ante las grandes dificultades sociales con la exclusión: lo que genera problema, lo distinto, lo problemático, lo extraño, lo indeseable, se excluye. Es la técnica de quitar del cesto la manzana que se considera podrido. Una sociedad excluyente se cree que es una sociedad más fuerte. Pero no es así. Se ha demostrado, hasta científicamente, que es la solidaridad, la acogida y el amparo lo que hace fuertes y durables a las sociedades y que el egoísmo, el desentendimiento y la exclusión debilitan a los pueblos. Por eso, el anhelo y la lucha por una sociedad que no excluya, que abrace e integre, que ampare no solamente es lícita, sino altamente beneficiosa. Y trasladado al plano personal la cosa es clara: cuanto más excluyes, menos humano eres; cuanto más acoges e incluyes, más brilla en ti la luz de lo humano.
Algo de esto pasa en este pasaje del Apocalipsis con el que abrimos nuestro camino orante en esta etapa. Es el gran sueño del autor que él describe como “la nueva Jerusalén”. El vidente sueña con una ciudad nueva, hermosa, sin presiones religiosas (sin templo), de puertas abiertas, pero, como algo evidente dice que no entrará en la ciudad nada profano, ni idólatras, ni gente de mal vivir. En el fondo se sueña en una sociedad para élites, para gente “de bien”. Se escucha entonces la voz del teólogo que afirma taxativo: “No habrá ya nada maldito”. En la nueva sociedad, en la sociedad de humanos nada ni nadie debe considerarse “maldito”, excluido, sin derechos, rechazado. Todo el que habita la nueva ciudad es, por el hecho de ser persona, digno de vivir con y para otros. Esto no es un “buenismo” ingenuo y sin raíz, sino un anhelo profundo por el que han dado lo mejor de su vida muchas personas.
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Texto:
21,10En visión profética me transportó a la cima de una montaña grande y alta, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, radiante con la gloria de Dios. 11Brillaba como una piedra preciosísima parecida a jaspe claro como cristal...22Templo en ella no vi ninguno, su templo es el Señor Dios, soberano de todo y el Cordero…24Se pasearán las naciones bañadas en su luz…25y sus puertas no se cerrarán de día…27pero nunca entrará en ella nada profano, ni idólatras ni impostores, solo entrarán los inscritos en el registro de los vivos que tiene el Cordero. 22,3No habrá ya nada maldito.
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La luz de la vida:
Esta es Ana Harendt, una filósofa judía de la que se proyecta estos tiempos en los cines una hermosa película. Asistió en Israel al juicio de un nazi terrible, Eichmann, y concluyó que era un mero burócrata que hacíalo que le mandaban, aunque eso fuera llevar miles de personas a la muerte. Y de ahí dedujo que lo peor de una sociedad es la “banalización del mal”, el hacer mal al otro porque lo manda la sociedad. Y añadía: “el mal puede ser extremo, pero solo el bien es radical y humano”. Personas de las que tomamos luz para seguir empeñados en la nueva sociedad.
Oramos: Gracias, Señor, por quienes nos dan luz de humanidad; gracias por quienes nos abren los ojos a la realidad del otro; gracias por quienes no desisten de sus sueños de humanidad.
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La luz que es Jesús:
El perfil de la vida de Jesús que dan los evangelios es claro: para él nadie ha sido maldito. Por eso ha mezclado su vida con los excluidos sociales, los ha amparado, ha convivido con ellos, se ha alegrado y apesadumbrado a la vez que ellos. Él ha puesto en clave de verdad comprobable eso que dice Apocalipsis de que “no hay nadie maldito”. Había comprendido que Dios amparaba su corazón muchas veces desolado; y ese amparo lo extendió a toda persona, a toda realidad.
Oramos: Te alabamos, Señor, por Jesús que nunca excluyó a nadie; te bendecimos por él, que supo abrazar a todos; te damos gracias por sus caminos que siempre fueron incluyente y nunca excluyentes.
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La luz que viene de la sociedad:
Estamos asistiendo entre perplejos y esperanzados a la posibilidad de que la guerra de Siria no se aumente con la guerra que pretenden imponer “los policías del mundo”. Es verdad lo que dice el papa Francisco de que loas guerras son el fracaso mayor de los humanos. Crece en el mundo la sensación de que las guerras no tienen buena salida. Al fondo de toda acción armada hay un abismo de exclusión. Quienes hacen algo, por poco que sea, por la paz, son los mejores constructores de la nueva sociedad, se lo reconozcan o no.
Oramos: Que crezca el número de quienes construyen la paz; que no nos ciegue nunca el sentimiento profundo de exclusión que se transforma en violencia; que demos algún paso concreto en la dirección de la paz.
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La luz que aporta la comunidad virtual:
Poca y quizá tenue, pero valiosa. Nos ayudamos a iluminar nuestro camino en formas muy sencillas, pero siempre útiles. El ánimo que nos damos con nuestras palabras, con nuestro recuerdo, con nuestra presencia, con la cercanía, con la oración, contribuye a poner rostro al anhelo de la sociedad nueva, del mundo sin exclusión. Puede parecer poco, lo repetimos. Pero si va en la dirección de la acogida, del abrazo, del amparo y de la preocupación por el otro, resulta algo impagable.
Oramos: Que nos demos luz acogiéndonos; que nos demos luz amparándonos; que nos demos luz con una saludable preocupación por los demás.
Palabras de luz:
“Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme el alma, y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras; donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección; donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes... ¡Permite, Padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!” (Rabindranath Tagore, Gitanjali, nº 35).
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Para estos días:
Trata con respeto y aprecio en tu trabajo a las personas que no son de tu país, de tu color, de tu religión.
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