Retiro Cuaresma 2012
Retiro en Cuaresma de 2012
PEOPLE ARE SUFFERING
La Cuaresma como “conversión al dolor del pueblo”
Cuando llega la Cuaresma sacamos del armario religioso la palabra “conversión”, aunque cada día nos queda más lejana, como con menos contenido real. Es preciso, cada año, tratar de llenar de sentido lo que los años y nuestras costumbres, unidas a la secularidad, han debilitado. Por otra parte, la palabra “pueblo” también nos cae lejos. Nos suena a los años setenta. Por alguna razón ha dejado de ser evocadora. ¿Cómo proponer, entonces, la Cuaresma como un tiempo bueno para la conversión al pueblo?
Quizá haya que decir que cuando hablamos de esta peculiar conversión estamos hablando de algo distinto a la conversión religiosa o moral habituales, las que se nos han quedado casi vacías. Estamos refiriéndonos a una “conversión social”. Es decir, se trata de tomar el ámbito social como lugar de conversión, de entender que es en los comportamientos sociales en donde ha de situarse la experiencia creyente y el mismo Evangelio. La lejanía de lo social es lo que ha empobrecido la experiencia creyente y ha despojado a los tiempos “fuertes” de ese gancho que los hace interesantes para nuestros proceso cristiano. Pues bien, si esto es así, quizá sea tiempo de intentar, siquiera modestamente, un camino nuevo.
Esta conversión social ha de mirar, lógicamente, al momento presente. Y este momento, debido a este tsunami de la crisis económica que padecemos, es un momento de sufrimiento general del pueblo, de las clases medias (las pobres siempre han sufrido), del gran colectivo de ciudadanos/as que están pagando en medidas desproporcionadas los propios errores y, sobre todo, los de gobernantes y banqueros, principales causantes de la debacle.
Este sufrimiento del pueblo, de nosotros, que se traduce en precariedad, paro, tristeza colectiva, desajuste familiar, desposesión violenta de domicilios, pobreza para largo, sentimiento de frustración y engaño, dificultad en muchas personas para la mera subsistencia es el sufrimiento del pueblo. ¿Además de sufrirlo, en una u otra medida, hay posibilidad de mirarlo más de cerca para encajarlo con mayor humanidad? ¿Tiene algo que decir el Evangelio a un tal sufrimiento? Y si no lo tiene, ¿cómo es que el sufrimiento ajeno ocupa un lugar tan central en las preocupaciones de Jesús?
Una ola de abatimiento, de conformismo, de pesimismo, de pensar que no se puede hacer otra cosa ha caído sobre la población en general siendo el parapeto de cualquier reforma que recorte los derechos adquiridos. Es preciso luchar contra esa manera de sentir. Y no, tal vez, con la pretensión de arreglar lo que parece que no tiene mucho arreglo, sino con el deseo de que no muera la esperanza y la sed de justicia, de que no se apague en las gargantas de los pobres el grito de su dignidad oscurecida. Esto, como diremos, ha de tener algún lado práctico para que no quede en un mero anhelo. La reflexión puede ayudar, la oración también. La Cuaresma de este año puede ser entendida y vivida en este momento como un volver, convertirse, más humanamente a ese pueblo que somos nosotros y que, en muchos de sus sectores, sufre fuertemente. Jesús, a quien le fue vital el sufrimiento ajeno, nos anima a ello.
1. People are suffering
Hemos querido dar este título en inglés a nuestra reflexión por mantener el eslogan de esta fotografía:
Es una fotografía de tantas que se han publicado sobre las manifestaciones civiles en contra de la deriva económica de nuestros países occidentales. Un manifestante enarbola una sencilla “pancarta”, un papel, con la inscripción “People are suffering”, el pueblo sufre. Esa es la gran verdad de nuestro momento social: un gran sufrimiento que el pueblo encaja, generalmente, de manera callada. Y más calladamente cuanto el colectivo social al que pertenece tal ciudadano está más abajo en la escala de la pobreza, cuanto menos numeroso y menos significativo es. A ellos les caen los recortes porque saben que no va a haber respuesta colectiva, que nadie se va a manifestar, que nadie va a dar la cara por ellos. Ahí está, sobre todo, el pueblo que sufre. La fuerza con que los dedos de esas manos sujetan el papel quizá esté queriendo decir que la decisión de gritar la injusticia es una fuerza imparable que hay dentro.
Una muchacha y un muchacho, a la izquierda de la pancarta, parecen apoyar con su gesto decidido el mensaje de la pancarta. Hay muchas personas que mantienen alta su vida, su cabeza, en estos momentos de gran crisis. No han perdido el norte de su comportamiento humano y saben que sin humanidad no es posible ningún camino válido. Su mirada no es fruto del orgullo, sino de su visión humanista de la vida mantenida en momentos de zozobra.
Un señor, con gafas, en la parte derecha mira hacia el espectador. Es como si dijera, ¿tú que miras la pancarta, tienes algo que decir a esto? Mirar esta clase de gritos y pasar de largo es una impiedad. Por eso, esta clase de reflexiones hay que hacérselas si uno está dispuesto, al menos, a poner algo de su parte para que este sufrimiento ajeno mengüe. Si no, mejor no mirar.
Un joven, encapuchado, mira de frente a la pancarta. Es, aunque él por su juventud no lo sienta así, uno de los más amenazados por ese sufrimiento social (el altísimo índice de paro entre ellos, generación perdida, habla con claridad). En su anonimato, quizá haya un reproche: ¿Pero qué mundo nos estáis dejando? Tal vez también haya un rechazo que nos hemos ganado a pulso. De todos modos, el joven tendrá que apechugar con este sufrimiento heredado. Y tendrá que hacerlo poniendo de su parte algo más que una queja.
En la parte izquierda de la foto una muchacha mete algo apresuradamente al bolsillo de su abrigo. Puede ser leída la figura como la de quien dice: “Guárdate todo lo que puedas antes de que te lo arrebaten”. Es la respuesta del egoísta, de quien quiere salvar sus muebles sin caer en la cuenta de que si la sociedad no sale a flote, él también se hundirá. Es una respuesta al sufrimiento social, por desgracia, muy frecuente.
Una masa de persona va detrás de la pobre pancarta. Sus rostros se difuminan casi, pero sus vidas están ahí. Amparados en el pobre cartel dicen y gritan su verdad. La pobreza de medios, lo humilde de su voz, el descaro con que les margina no será suficiente para arrebatarles la esperanza y la conciencia de su dignidad conculcada. Mientras esto sea verdad, habrá esperanza.
2. La luz de la Palabra: Mc 6,34; Mt 14,14; Lc 9,11
“Al desembarcar vio una gran multitud; se conmovió, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34).
“Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, se conmovió y se puso a curar a los enfermos” (Mt 14,14).
“Él acogió a las multitudes, estuvo hablándoles del reinado de Dios y fue curando a los que lo necesitaban” (Lc 9,11).
- “Se conmovió” (Splagkhnisthê): Una gran conmoción interior que llega hasta las tripas (splagma). El desamparo de la multitud produce en Jesús la misma conmoción que tuvo el samaritano (Lc 10,33) o que experimenta ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11,33.38). Para Jesús las personas, aunque sean multitud, son sujetos de amor y, por lo mismo, objeto de compasión. Se cumple aquí aquel dicho de J. Sobrino: “De Jesús impactaba la misericordia y la primariedad que le otorgaba: nada hay más acá ni más allá de ella, y desde ella define la verdad de Dios y del ser humano”. Jesús lo vivía todo desde la compasión. Era su manera de ser, su primera reacción ante las personas. No sabía mirar a nadie con indiferencia. No soportaba ver a las personas sufriendo. Era algo superior a sus fuerzas. Así fue recordado por las primeras generaciones cristianas. Pero los evangelistas dicen algo más. A Jesús no le conmueven sólo las personas concretas que encuentra en su camino: los enfermos que le buscan, los indeseables que se le acercan, los niños a los que nadie abraza. Siente compasión por la gente que vive desorientada y no tiene quien la guíe y alimente.
- “Estaban como ovejas sin pastor” (Êsan ôs probata mê ekhonta poimena): La imagen es patética. Jesús parece estar recordando las palabras pronunciadas por el profeta Ezequiel seis siglos antes: en el pueblo de Dios hay ovejas que viven sin pastor: ovejas «débiles» a las que nadie conforta; ovejas «enfermas» a las que nadie cura; ovejas «heridas» a las que nadie venda. Hay también ovejas «descarriadas» a las que nadie se acerca y ovejas «perdidas» a las que nadie busca (Ez 34,8.31). Un pueblo que muere por desorientación, por sin sentido, por honda desilusión.
- “Se puso a enseñarles muchas cosas” (Kai êrxato didaskein autous pollas”): Sin enseña muchas cosas, necesariamente ha de enseñar con calma, con acogida. De lo contrario, el nerviosismo sale vencedor. Las muchas cosas hace referencia, sin duda, no tanto a la cantidad cuanto a la hondura: cosas que amparen el desamparo de la gente, palabras útiles para entender a un Dios humano y para entenderse en relación de humanidad.
- “Se puso a curar a los enfermos” (Kai etherapeusen tous arrôstous autôn”): Curar es una demostración máxima de amor, cualquier clase de curación, ya que es preciso entender esto flexiblemente: Jesús cura las dolencias y la dolencia de una sociedad sin esperanza. Eso es lo que le hace hermoso y esperanzador, a la vez que peligroso para el sistema. Curar es el gran trabajo del anuncio del reino y la gran necesidad de la gente (Lc 9,1). Curar es la “gran fuerza” que sale del Jesús solidario con el pueblo (Lc 6,19).
- “El acogió a las multitudes” (Kai apodexamenos autous): Tiene el matiz de “acoger calurosamente”. No es una acogida desganada, sino animosa y mirando a la persona, como quien cree que el mejor tiempo empleado es aquel en que se acoge al otro. Y eso que las multitudes “bloquean” la actitud de Jesús que quiere dirigirse a los paganos. Eso no quiebra su capacidad de acogida.
3. Ahondamiento
Vamos a subrayar algunos aspectos que se derivan de los textos anteriormente propuestos:
- La necesaria conmoción: Una frialdad que desvela nuestra inhumanidad hace que miremos los problemas ajenos, su dolor, como si no fuera con nosotros. Sin embargo, como dice R. Mate, “el sufrimiento ajeno nos constituye en sujetos morales”. Es decir, de la respuesta al sufrimiento ajeno depende nuestro nivel de humanidad. Un tratamiento frío, a nivel de simples datos, de lo que está ocurriendo en el lado débil de nuestra sociedad, cada vez más amplio, si no tiene conmoción se quedará lejos de cualquier objetivo de humanización. La frialdad mata las relaciones sociales. Se necesita una dosis creciente de conmoción para que ninguna “guerra” nos deje indiferentes.
- La pérdida del sentido: Que es algo de lo más fuerte que le puede pasar a la persona y a la sociedad. Se puede llegar a enfermar de sentido, con todas las patologías sociales que eso acarrea. De ahí que todo lo que contribuya a generar sentido, tendrá un valor incalculable, por humilde que sea la aportación. No se trata de algo filosófico sino del abrazo y el calor que reaniman y relanzan a pesar de la niebla que hay que cruzar. La recuperación del sentido perdido tiene que ver mucho con la esperanza y con la certeza de que la reorientación de la vida es posible en momentos de gran dificultad social.
- La impagable acogida: Dicen que la escucha es la mejor forma de hospitalidad. La escucha y la acogida. En la hospitalidad se pone en juego la capacidad de vaciarnos, descentrando nuestro propio yo para poner en el centro al otro y sus necesidades. La hospitalidad es la historia de un encuentro: hay un alguien que está a la espera, abierto, y hay otro alguien que llega buscando refugio material y/o espiritual por un lapso de tiempo. Esta ocasional convivencia es el aprendizaje de la igualación: la igualdad encarnada. En principio pareciera que uno, el huésped, es el desfavorecido y otro, el hospedero, el proveedor. Pero la auténtica hospitalidad se encamina a desaparecer el tú y el yo para hacer aparecer el nosotros. Cada uno saca de su alforja lo que lleva en ella: el huésped pone sobre la mesa su trozo de camino andado y por andar, el hospedero extiende el mantel y la sonrisa y enciende la lámpara para que ambos puedan compartir ese misterio que trae la bienvenida. Esta espiritualidad es fuertemente aplicable al desamparo social en que se mueven no pocas personas hoy.
- La curación por el cuidado esencial: Porque las heridas sociales son tan fuertes como las físicas, o más, por sus terribles consecuencias. ¿Cómo curar? Ejerciendo la espiritualidad del cuidado en todas sus manifestaciones. Más que un acto puntual, el cuidado es una actitud, la de quien mira a la realidad, a las personas, con el respeto, interés e implicación suficiente para poner un poco de bálsamo en las heridas que traen los días.
4. Derivaciones
Vamos a sacar algunas derivaciones en el afán de poner en clave más concreta la espiritualidad de la conversión al sufrimiento del pueblo:
- Una oración en conexión con este tiempo de dolor social: No se trata únicamente de rezar por los pobres, por quienes no encuentran trabajo, por los heridos sociales. Se trata de rezar en el deseo de una implicación real, de un sentir y orientarse desde dentro en la dirección de las pobrezas. Una oración sin un mínimo de implicación es una ilusión.
- Una espiritualidad social: Porque el Evangelio tiene contenidos sociales, sin duda. Una espiritualidad que sigue siendo espiritual, hondamente espiritual, cuando se la mezcla con las “angustias y esperanzas” de los humanos. Una espiritualidad meramente de libro es algo vacío.
- Una solidaridad como núcleo de la fe, no como derivado: No es una consecuencia de mi fe, sino el núcleo: en la medida en que se es solidario, se es creyente. El comportamiento de Jesús como queda reflejado en los Evangelios nos lo demuestra.
- Buenas palabras y más: Al menos, tener buenas palabras para quienes, con causa o sin ella, soportan el momento más duro de este tiempo social. Y que las palabras buenas puedan llevar a solidaridades buenas.
- Fe en los gestos: Porque son lenguaje de futuro y dicen que las cosas podrían ser de otro modo si nos diéramos a la tarea. Es muchas veces la única forma de saber que el cambio es posible.
- Ternura y creatividad: Sabiendo que hay márgenes en los que se puede trabajar si se tiene creatividad y que ese trabajo no puede ser malo si se hace desde el respeto, el aprecio a la persona y la ternura ante quien no lo pasa bien.
- Potenciar los recursos: Los pocos que tengamos, poniéndolos a funcionar. Cuando un recurso funciona, arrastra a otro. Cuando ninguno funcionan, todos se detienen.
- Una austeridad creativa: Vivir sencillamente para que otros puedan vivir, como dice Cáritas. O: ayunar para ayudar, como decía hace tiempo también Cáritas. Quizá la mera austeridad tenga poco sentido; pero, orientada a la solidaridad, es fecunda.
Conclusión
La que dice el poema de L. Felipe: lo importante es llegar todos juntos y a tiempo, alcanzar el nivel de humanidad para todos y hacerlo antes de que el mal destruya a la persona. Aunque el ideal esté lejos, se puede caminar en esta dirección. Eso sería, de algún modo, convertirse hoy al sufrimiento del pueblo. Cuaresma puede ser un momento de impulso para ello. Desde ahí se podrá hacer una lectura creativa y fecunda de la muerte generosa y de la Pascua viva del Señor.
UN ITINERARIO ESPIRITUAL PARA CUARESMA
Se trataría de interiorizar, con la oración y la vida, las actitudes de Jesús ante nosotros y, a partir de ellas, de nosotros ante los demás, sobre todo ante quienes sabemos que sufren socialmente más. De esta manera vamos, poco a poco, caminando hacia la Pascua hermosa de Jesús, Pascua de solidaridad y de amparo:
1ª Semana:
“Al desembarcar vio una gran multitud; se conmovió, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34).
Hacer durante esta semana trabajos de “conmoción” social: informarse más, acercarse a un problema, a una persona concreta. Intensificar la oración por alguien cercano que sabemos que socialmente sufre.
2ª Semana:
“Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, se conmovió y se puso a curar a los enfermos” (Mt 14,14).
Trabajar el tema del “curar”, la posibilidad que tenemos de ser curativos para quienes sufren alguna herida. Escuchar, rezar, escribir una carta, hacer algún gesto de curación social.
3ª Semana:
“Él acogió a las multitudes, estuvo hablándoles del reinado de Dios y fue curando a los que lo necesitaban” (Lc 9,11).
Pensar el tema de la acogida como modo fácil y mejor de hospitalidad. Hacer prácticas de acogida en la oración y en el día sencillo. Perder tiempo (¿) con quien tiene deseo de ser escuchado.
4ª Semana:
“Se sentó y, desde la barca, se puso a enseñar a las multitudes con calma” (Lc 5,3).
Trabajar la calma interior y la interior. No tener prisa ante las situaciones de nuestros hermanos en dificultad. Tratar de acercarse con cautela, pero deliberadamente a situaciones de dificultad social.
5ª Semana:
“Ahora me siento fuertemente agitado; pero, ¿qué voy a decir: ‘Padre, líbrame de esta hora’?” (Jn 12,27).
Entender la muerte de Jesús como una entrega sin retorno. Situarse espiritualmente ante quien ha entendido y acogido nuestro sufrimiento. Dar a la gesta de Jesús toda la hermosura; creer que puede ser fuente de entrega generosa y alegre para nosotros. Semana de contemplación de cara a la Pascua.
0 comentarios