Los "otros sacramentos" en el Evangelio de Juan
LOS “OTROS SACRAMENTOS”
EN EL EVANGELIO DE JUAN
La tradición de la Iglesia ha fundamentado su práctica sacramental dirigiendo su mirada, entre otros ámbitos, al evangélico. En ciertos pasajes, a veces de una forma algo tosca desde el punto de vista bíblico, ha entrevisto la razón de los sacramentos oficiales. Pero si entendemos los sacramentos de una manera más amplia, más flexible, como signos elocuentes que nos llevan a una profundidad mayor de vida y de fe, puede vislumbrarse en las páginas bíblicas una multitud de “otros sacramentos” que nos hablan elocuentemente de la hermosa realidad de Dios y de la no menos bella realidad humana. Vamos a proponer al lector una travesía sacramental a través del evangelio de Juan. Las peculiaridades de este texto, su innegable capacidad de sugerencia pueden sernos de mucha utilidad en este empeño.
- El sacramento del “vino guardado” que da color a la vida: En Jn 2,10 se dice que el vino nuevo ha sido un vino “guardado” hasta ahora, como el Mesías. Es decir, el vino ha sido ya “descorchado”. O sea, el tiempo de la alegría, de la libertad, del gozo, de la mirada positiva sobre lo creado ha llegado con Jesús. Tener esta visión positiva de la existencia es beber el vino nuevo de Jesús. Lo contrario es no haber abierto ni escanciado la botella.
- El sacramento increíble de los encuentros en el cuerpo amado: Cuando Juan polemiza sobre el lugar del verdadero encuentro con Dios, dice que sabemos, desde Jesús, que el verdadero “santuario” es el cuerpo (Jn 2,21). San Pablo retomará a su manera esta imagen (1 Cor 6,19). Encontrarse con amor en los cuerpos, en las vidas de los otros. Tanto acíbar que se ha vertido a la corporalidad…Cuidar los cuerpos es tarea de humanidad y de fe.
- El sacramento del viento inasible: Según Jn 3,8, el espíritu es como un viento que nadie podrá atrapar. Mientras haya viento que sople, nos recordará que hay espíritu de libertad. De ahí que el viento refirma la certeza del fracaso de quien quiere atrapar el viento de la vida, del amor y de la libertad y el triunfo de quien enmarca su vida en el respeto, en la flexibilidad y en la pluralidad.
- El sacramento del agua que quita toda sed: No solamente un agua que limpia (como en la espiritualidad tradicional de los bautismos), sino, más todavía, apaga la honda sed de la existencia. Mientras el murmullo del agua llegue a nuestros oídos, pervivirá la certeza de que hay aguas, como el amor de Jesús, capaces de calmar la sed profunda de nuestras resecas gargantas, de nuestras vidas abrasadas.
- El sacramento de la camilla dominada: La camilla de Jn 5 es símbolo de todas las ataduras que sufre y a las que se pliega la existencia humana. La palabra de Jn 5,8 viene a decir que, si puedes llevar tú a la camilla y no ella a ti, es que puedes, de alguna forma, escoger tu vida, ser dueño de tus pasos, capitán de tu alma.
- El sacramento del pan multiplicado por la solidaridad: Todos sabemos que los panes se multiplican no por una magia mesiánica, sino por la generosidad de quien, aunque es un “muchacho”, un pobre, está dispuesto a compartir. El milagro comienza en el momento en que alguien abre su zurrón con la disposición de compartir. Es entonces cuando comen todos y sobra (Jn 6,13). ¿Es creíble esta práctica “sacramental”, significativa, de modo de vida económico que el Evangelio propone?
- El sacramento del barro que abre a la luz: El barro es símbolo de suciedad, de pérdida, de pobreza. Pero en Jn 9,6 hay un barro que abre a la luz, que ilumina el horizonte humano. Es el barro del cuidado del otro, de la certeza de que la persona, sea quien sea, puede hacer parte del horizonte de amor de otra persona. El amor volcado al otro, como el de Jesús, es, por pobre que sea, por “barro” que sea, sacramento de luz y de hermosura.
- El sacramento del pastor distinto que se entrega: No se capta bien la paradoja de Jn 10 si no se da uno cuenta de que el mayor enemigo del rebaño es el pastor, ya que él se lucra de todas las ovejas, porque de ellas vive. Pero el “pastor distinto” no se lucra, sino que se entrega por ellas, les da todo, no las juzga ni les quita nada, no se aprovecha jamás. El pastor es sacramento de un Dios que no vive a costa de los humanos, sino justo al revés.
- El sacramento de las lágrimas que se conduelen: Así son las lágrimas de Jesús en Jn 11,35: unas lágrimas que significan sacramentalmente el compartir del camino humano en sus lados más difíciles. Las lágrimas de Jesús son las lágrimas de Dios, su condolerse con nosotros en los lados más duros de la existencia.
- El sacramento del grano en lo oscuro: En las raíces, en lo que no se aprecia porque no se ve. En esas honduras a las que parece no llegar la luz es donde germina la vida. El grano que muere y vive es sacramento, signo, de que las zonas más oscuras de la existencia, de la persona, no son totalmente densa oscuridad. Hay en ellas un germen de vida y de luz que tal vez puedan llegar a convertirse en realidad fecunda, como lo ha sido en el caso de Jesús y de tantas otras personas.
- El sacramento del servicio necesario: Ya que el servicio no es, según san Juan, un derivado de la fe, sino la imprescindible ley que fundamenta la comunidad. De tal manera que, si no hay servicio, no hay comunidad, no se tiene “nada que ver” con Jesús (Jn 13,8). La identidad del grupo cristiano no viene por el lado de la adscripción religiosa, sino por la evidencia o no de una comunidad servidora.
- El sacramento del pan untado: Que no significa otra cosa que el gesto de ultimidad con Judas y con todos (Jn 13,26). Es como si Jesús dijese: “Me traicionas, pero te sigo amando. Por eso, como una madre cariñosa unta el pan y lo da a su pequeño, con el mismo amor te lo doy yo”. Es el “sacramento” que contiene la certeza de que la puerta del corazón de Jesús siempre estará abierta en cualquier circunstancia.
- El gran sacramento de Dios en el fondo de la vida: Es, sin duda, el mayor de todos los “sacramentos”: la certeza de que el Padre y Jesús han puesto su morada en la historia con la intención de no irse nunca más porque, de hecho, siempre han estado ahí (Jn 14,23). La cumbre de la mística joánica es sacramento esencial en la comprensión del mensaje evangélico.
- El sacramento de la cruz asumida: Únicamente el cuarto evangelio dice que Jesús mismo llevara su cruz (Jn 19,16). Así, la cruz se convierte en símbolo del dolor asumido, la certeza de que es posible encajar los sufrimientos históricos llevándolos personalmente, es decir, asumiéndolos de tal manera que el dolor no ocupe el todo de lo que somos, de que los situemos bien para no ser solamente dolor.
- El sacramento de la piedra movida: Ya que esa humilde señal que certifica Jn 20,1 es el dato más fidedigno, y más en la penumbra, de que “algo ocurre” en la resurrección. Incluso con Jn 11,41 en la mano se puede tener la certeza de que, ya desde ahora, puede el creyente en Jesús vivir en parámetros resurreccionales si quita losas, si hace obra de humanidad, de liberación.
- El sacramento de los nombres pronunciados con amor: Porque la escena de reconocimiento de Jn 20,11-18 se resuelve cuando Jesús pronuncia con amor el nombre de “María” (Jn 20,6). Entonces lo reconoce, ya que Jesús pronunciaba los nombres con amor. El nombre del otro dicho y vivido con amor se convierte en sacramento de la presencia del resucitado en el camino histórico.
¿Es correcto este tipo de lectura “sacramental” de un Evangelio? Si somos flexibles y no extremamos nuestros principios dogmáticos, quizá sí. Queda claro que los relatos evangélicos y sus figuras tienen un lenguaje “sacramental” porque llevan indefectiblemente a la hondura de la experiencia de Jesús y de la experiencia creyente. Y lo que se hace con uno de los Evangelios, se puede hacer con todos ellos.
Fidel Aizpurúa Donazar
0 comentarios