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FIAIZ

Juan 95

CVJ

Domingo, 18 de diciembre de 2011

 

VIDA ACOMPAÑADA

Plan de oración con el Evangelio de Juan

 

 

95. Jn 14,1-3

 

Introducción:

 

En casi todas las lenguas hay una clara distinción entre casa y hogar. Si no se especifica más una casa es un edificio y un hogar la relación que entablan los habitantes de esa casa. Muchos suspiran, cómo no, por tener una casa, pero todos sabemos que lo realmente importante es llegar a tener un hogar, una relación satisfactoria, de cariño y confianza, con unas personas. Porque lo que realmente define el hogar y sus comportamientos peculiares es la cálida confianza. En un buen hogar hay una confianza que no se tiene en otro tipo de relaciones. En la intimidad del hogar se mueve uno de una manera distinta a todas las demás. Es el amor el que posibilita la confianza y ésta deriva en comportamientos libres y sin dobleces. Eso demuestra el viejo lema de que el verdadero hogar de una persona es el corazón de otra persona. La vida hogareña, cuando se da, es realmente una fusión de corazones, por cursi que parezca la cosa.

                Es que Jesús dice que nos va a preparar un “hogar”. Es decir, la relación con el Padre y con Jesús habría de ser hogareña. No se nos ha orientado por ese camino. Nos resulta difícil entender nuestras relaciones con Dios y con Jesús en los modos de la cálida confianza, aunque vamos avanzando en esa dirección. Confiar en él conlleva desterrar para siempre el temor a lo sagrado; supone saber que nuestra limitación, por grande que sea, no constituye un obstáculo para amarle y saberse amado; implica la conciencia de que lo importante en nuestro camino creyente es cultivar esta confianza, no tanto el cumplir con determinados modos religiosos. Entender y vivir al Padre y a Jesús como en un hogar habría de llevarnos a mirar la vida y las personas con una confianza similar. Es una utopía hoy por hoy irrealizable, pero uno podría soñar un mundo, una sociedad, una ciudad hogareños. La desconfianza hacia Dios la hemos emparejado con la desconfianza hacia la persona. Pero eso no es algo intocable; se puede caminar en otra dirección.

 

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Texto:

 

14,1No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos un sitio. 3Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros.

 

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Ventana abierta:

 

 

           

Esta es la “aldea infantil” de Zaragoza, que está ubicada en Villamayor. Las aldeas infantiles tratan de ofrecer un hogar a niños con problemática social. Es otro modo de hacer familia, de hacer hogar. La solidaridad siempre se las ha ingeniado para multiplicar el efecto “hogareño” en personas que tienen difícil acceso a él. Hay gente que niega que eso sean familias, pero lo son. Porque lo básico y principal de una familia no es la consanguinidad sino la “hogareidad”, la cálida confianza que se mete en los entresijos del corazón. Y este tipo de organización lo consiguen.

                Oramos: Gracias, Señor, por quienes construyen hogares, relaciones de confianza; gracias por quienes se entregan, como Jesús, a quien tienen más dificultad para tener hogar; gracias por quienes aman con generosidad.

 

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Desde la persona de Jesús:

 

Promete Jesús a los suyos, a toda persona, que  “os acogeré conmigo”. Si llegamos a considerar segura la acogida de Jesús nuestra vida habría de tener otro color: sin grandes miedos, sin sobresaltos excesivos, sin desamparos y soledades que nos amarguen el día. Por el contrario, seguros como estamos de la acogida de Jesús nuestra vida habría de ser crecientemente sosegada, fácil para la alegría y el disfrute sencillo, propensa a compartir el corazón. La nuestra no es una vida desamparada sino siempre en las manos cálidas, en el corazón generoso, de un Jesús que acoge. Esta clase de “verdades” no deberían nunca abandonarnos. Son las verdades verdaderas.

                Oramos: Gracias, Señor, por acogernos sin reparos; gracias por ampararnos sin medida; gracias por alegrarnos y llevarnos a la dicha.

 

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Ahondamiento personal:

 

Dice el texto que en el hogar del Padre “hay vivienda para muchos”, para todos. La pega de nuestros hogares es que, con frecuencia, son realidades cerradas. No ocurre así en el del Padre: cabe todo el mundo, sobre todo aquellos que más desamparo han sufrido. Nadie queda excluido, nadie es echado fuera, nadie está a la puerta. Ese hogar de inmensa acogida es el que habría de motivarnos a crecer, nosotros/as también, en amparo y acogida. Una de las pruebas de salud de un hogar y de una persona es ver que su nivel de acogida es alto.

                Oramos: Que acojamos sin poner excesivas condiciones; que abramos las puertas de la casa y, sobre todo, las del corazón a la persona que nos demanda amor; que seamos universales para ver que toda persona puede tener un poco de calor si nos animamos a dárselo.

 

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Desde la comunidad virtual:

 

En nuestra comunidad virtual hay, no lo dudamos, un buen nivel de confianza. Pero todos sabemos que esos niveles pueden crecer. Hacer el trabajo orante con la Palabra tendría que predisponernos a crecer en confianza. Cualquier cosa, por pequeña que sea, puede servir a la hora de demostrar confianza. Quizá es en los momentos duros de los otros donde hay que hacer acopio de confianza. Si en ocasiones no damos esa confianza no es porque no estemos dispuestos a ello, sino porque no nos fijamos. La confianza demanda abrir bien los ojos de los demás para ofrecernos a echarles una mano. Siempre se puede hacer camino en esa dirección.

                Oramos: Que confiemos y nos confiemos; que miremos en dirección del otro para ofrecernos a él; que aumentemos nuestra confianza en modos realistas y cercanos.

 

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Poetización:

 

Cuando hablaba del Padre

como de un hogar

sabía de qué hablaba.

A Dios le llamaba abbá,

padre querido,

papá, aitá, papi,

cosas así.

La seriedad de los doctores de la ley

sonreiría ante tal simpleza.

Pero es que él creía

que Dios era su hogar,

el lugar del sosiego,

la casa de la dicha.

Disfrutaba con el Padre,

se alegraba con él,

se confiaba a él.

¿Nos ha de extrañar

que ofreciera ese hogar

a toda persona?

Para prepararnos ese hogar

tuvo que darse por entero,

tuvo que empeñar su vida.

No le pareció ser un precio alto

porque lo que se ofrecía

era lo más hermoso.

Desde entonces,

quien mira a sus ojos

descubre esa promesa,

viva y sugerente.

¿Cómo habríamos de decir

en nuestro desasosiego

que estamos dejados

de la mano de Dios?

Nunca lo estamos

porque tenemos la suerte

de ser de su hogar.

Esta es nuestra cierta certeza.

 

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Para la semana:

 

Mantén tu casa y tu corazón lo más abiertos posible en estos días de la Navidad.

 

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Noticias del grupo:

 

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