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FIAIZ

Juan 90

CVJ

Domingo, 13 de noviembre de 2011

 

VIDA ACOMPAÑADA

 Plan de oración con el Evangelio de Juan

 

 

90. Jn 13,6-10

 

Introducción:

 

                Una cosa es la humildad y otra la humillación. A veces van juntas, otras no. La humillación se da cuando, dejada de lado la justicia y perdido el sentido de la humanidad, una persona sojuzga a la otra por motivos inconfesables. La humillación es el destrozo insensato de la persona, la pérdida de la visión de la dignidad, el alejamiento total del amor. La humildad, bien tomada, es un gran valor. Copiamos unas frases interesantes de García Paredes: La humildad nos permite conocer y aceptar todas las cualidades positivas del cuerpo, la mente y el espíritu de otra persona. La humildad desactiva esa voz que nos vuelve competitivos con los demás y nos quiere colocar siempre en primer lugar. La humildad es un poderoso escudo para el alma que nos defiende de la egolatría, del ansia excesiva de poder. La persona humilde no se siente amenazada por las cualidades de otra persona y, por eso, la elogia y reconoce, pero tampoco se siente sedienta de elogios y reconocimientos.  La humildad es un poder. No son muchos los que tienen el poder de ser humildes. Ese poder nos concede un equilibrio vital que resulta admirable: no nos desequilibrará no ser reconocidos como quisiéramos, no ser atendidos los primeros, no formar parte de la élite… El humilde no necesita ganar siempre, ni tener la última palabra.

                Jesús aparece en este texto como un humilde, no como un humillado. Pedro lo siente así, humillado. Por eso le rechina todo por dentro: un Mesías humillado es una vergüenza. No ha comprendido que Jesús es un Mesías humilde, al servicio de la persona y que de esa manera ha de ser su seguidor: gente humilde, nunca humillada; personas justas que siguen demandando justicia aunque se las oprima. Una humildad vigorosa, ésa habría de ser la de quien sigue a Jesús.

 

***

 

Texto:

 

6Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:

                -Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?

                7Jesús le replicó:

                -Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.

                8Pedro le dijo:

                -No me lavarás los pies jamás.

                Jesús le contestó:

                -Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.

                9Simón Pedro le dijo:

                -Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.

                10Jesús le dijo:

                Uno que se ha bañado totalmente no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está enteramente limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.

11(Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”).

 

 

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Ventana abierta:

 

 

            Son dos niños de Siria, un país que está siendo humillado, masacrado por una dictadura feroz. Pero la humillación no conlleva la desaparición de los humildes. La sonrisa de ese niño, su gesto firme con su mano están diciendo que no habrá dictadura que logre hacer desaparecer el anhelo de Justicia. La niña que asoma en segundo plano, y tapado su rostro, está diciendo que ella también quiere su parte de justicia y que, aunque hoy esté en segundo plano, su vida vale igual que la de todo el mundo y que ninguna postergación apagará su justo deseo.  Humillados pero humildes, con vigor y vida.

                Oramos: Que los humillados mantengan su sed de justicia; que los humildes reciban la parte de herencia de la tierra que les corresponde; que quienes humillan a los demás vuelvan a la senda de lo humano.

 

Desde la persona de Jesús:

 

                Cuando Jesús dice a Pedro que “si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo”, esta dura frase, está queriendo decir que, según Jesús, el servicio al hermano es lo que mide la pertenencia real al grupo de Jesús. No es la ideología, ni la participación en la gestión eclesiástica, ni los principios a los que uno se pueda aferrar. Lo más importante, lo decisivo, es la actitud servidora y las obras de servicio contante y sonante. Todo lo demás pasa a un segundo plano.

                Oramos: Que caigamos en la cuenta de tus palabras y de tu vida servidora, Señor; que valoremos la fuerza enorme de tu entrega; que acojamos el ánimo que nos das para hacer de nuestro caminar humano una vida servidora.

 

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Ahondamiento personal:

 

                El miedo a perder los beneficios del Mesías es lo que hace decir a Pedro que Jesús le lave “no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Servir al otro habría de estar cada vez más despojado de segundas intenciones: el lucro, la buena fama, el quedar bien, el que se me elogie y aplauda. El buen servicio es aquel que se hace sin “porqué”, simplemente porque la persona necesitada de nuestro servicio entra en nuestro horizonte vital y, por amor a ella, le hacemos el favor sin demandar nada a cambio. Un servicio contaminado por el interés se desautoriza.

                Oramos: Que nos animemos a servir sin otro interés que el bienestar del otro; que nos parezca que sirviendo, nosotros/as también ganamos; que pongamos alma en nuestros pequeños servicios cotidianos.

 

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Desde la comunidad virtual:

 

                La comunidad va haciendo ya, a lo largo de los años, un camino de mucho recorrido. Lo más importante que nos quedará en las manos no será ni siquiera nuestros ratos de oración, sino los pequeños servicios que nos hemos podido prestar. También, por supuesto, ayudarnos en la oración es un gran servicio. Pero esos servicios de la vida, normales, diarios, mezclados a los caminos que uno anda, son los verdaderos frutos del trabajo orante.

                Oramos: Que no menospreciemos las pequeñas ayudas que podamos darnos; que el buen recuerdo y la presencia en la oración sean una manera de servirnos; que nos aliente la oración a la hora de ser generosos/as en el servicio.

 

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Poetización:

 

Lo humillaron,

creyeron que su nombre

se borraría de la historia

porque fue un humillado.

Pero él era un humilde.

Y por ello

anidaba en su corazón

el inapagable anhelo de justicia

que habita

en la  vida de los humildes.

Lo humillaron

porque venía de linaje oscuro,

por su dura pobreza,

por su vida sin brillo.

Pero él, siendo humilde,

tenía dentro

el vigor de los que aman,

la entrega de quien se da del todo,

el amor de quien sabe mucho de abrazos.

Lo humillaron

y lo pusieron en el patíbulo.

No entendieron nunca

que, aun en la cruz,

seguía siendo humilde,

pero no humillado.

Que en aquellos despojos

brillaba la luz más fuerte,

la del amor,

la voz inextinguible

de la justicia,

la palabra más profética,

la del anuncio  de un mundo nuevo.

En su humillación

seguía viva su humildad

con toda su fuerza.

Pobre y desnudo,

era fuerte.

 

***

 

Para la semana:

 

                No trates a nadie con altanería. No humilles a quien consideras menos que tú. Trata de verloen plano de igualdad.

 

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