Valores y actitudes para una crisis que dura
VALORES Y ESTRATEGIAS
PARA UNA CRISIS QUE DURA
Para hablar de la crisis habría que sufrirla en carne propia. Muchos de nosotros hablamos de ella frecuentemente, pero nuestro lenguaje delata una cruda realidad: no sufrimos la crisis, quizá un tímido ajuste. Utilizamos la crisis para justificar actuaciones muchas veces inconfesables (mucho del ajuste laboral tiene como fondo este mecanismo). Hablar de la crisis sin sufrirla es casi una maldad. A pesar de todo, hablemos; quien debería realmente hablar, el sector social más débil (ampliado por este tremendo tsunami económico) no tiene voz. Démosle lo que le pertenece.
Todo el mundo coincide en que estamos en una crisis de valores. Por eso, todos dicen que los valores son imprescindibles para salir de esta aquí. Los economistas dicen que hay que reintroducir valores éticos a nivel mundial (Camdessus, exdirector del FMI), los políticos, que abogan por “moralizar el capitalismo” (Sarkozy, Merkel), por supuesto, los clérigos de todo rango que proclaman la necesaria renovación ética de la vida social y económica (Mons. Osoro, obispo de Valencia) y los intelectuales que, con agudeza, han elaborado y firmado un manifiesto por “Otra política y otros valores para salir de la crisis”.
Pero, aun a riesgo de que tal melodía se escuche la semana sin jueves, es preciso hablar, para uno mismo y para los demás, de esos valores que puedan hacernos salir de la crisis. No obstante, hay una consideración inicial ineludible que es preciso responder: ¿salir de la crisis hacia dónde? Cualquiera entiende que si se quiere salir al lugar del que provenimos, al punto en que estábamos cuando “no había crisis” (una economía descontrolada, capitalista a rabiar, depredadora, inhumana), mejor sería no colaborar a tal empresa. Hay muchos ciudadanos que quieren ir a otro lugar a otra economía, a una manera distinta de entender el mundo y las relaciones económicas. Si no vamos hacia ese “otro lugar”, quizá sería mejor que esta crisis durara sin fin y nos sumiera en una pobreza general. Tal vez desde la derrota comenzaríamos a aprender, ya que desde esta injusta prosperidad no aprendemos ni a tiros.
No nos extrañe que haya gente que diga que para hablar de este tema hay que recuperar el sentimiento de indignación (ya J. Sobrino hablaba hace tiempo de esto). Es el ¡basta ya! de quien acumula experiencias de injusticia y se planta. Algo de esto nos es necesario (recordar aquel artículo de Reverte en el año 1998 “Los amos del mundo”). Si todo nos parece “normal”, si no tenemos más recurso interior que el socorrido “qué le vamos a hacer”, si algo de la situación no nos “muerde” dentro, es que todavía no hemos llegado al principio del asunto.
Por otra parte, esta situación crítica se prolonga y, como dice todo el mundo, no vamos a levantar cabeza en mucho tiempo. Cuando las cosas se prolongan nos acecha el cansancio y el olvido. El cansancio que bloque y el olvido que tiene la propiedad de hacernos creer que la tormenta ha pasado (si se tiene tal sensación es que no estamos en el torbellino de la crisis). Es preciso apelar a la resistencia en la que habita la esperanza (como decía Sábato). Resistir para animar a quien lleva mucho tiempo sufriendo; resistir para no cejar en el empeño de estar ante esta dura situación; resistir en nuestras pequeñas opciones; resistir en el anhelo no tanto de salir de esta crisis pro vía de la vuelta al consabido neoliberalismo, sino por el sueño de la justicia. Cuanto más tiempo pasa, con más ahínco habría que situarse ante el problema.
Vamos a reflexionar sobre dos ámbitos: sobre la espiritualidad y sobre las actitudes. La espiritualidad social es muy útil para un redescubrimiento del Evangelio y de las pobrezas (la cosa cambia mucho cuando se le añade a la pobreza un “s”). Y sobre las actitudes porque hay que apuntar a lo concreto, aunque nos quedemos cortos, aunque lo logrado sea cosa de poca relevancia. No importa. Lo pero, quedarse quieto, dejarse atrapar por la rutina, enmohecerse y hacerle el caldo gordo al sistema.
1. Valores
Los valores que vamos a proponer apuntan, al menos en deseo, a una realidad distinta. Por eso, digámoslo, son valores “espirituales” (no religiosos) ya que afectan al espíritu, al alma, a los adentros, tanto del sistema como los de cada persona. Si no se cree en esto, mejor no perder el tiempo y seguir clamando por lo que resulta imposible. ¿Cuáles serían esos valores?
- 1. La tenaz utopía: Malos tiempos para la utopía, dicen. No tan malos porque la utopía vive en el anhelo de mucha gente. No hay que abandonar la idea de que otro mundo, otra economía, otra banca, otra empresa, otro mercado es posible. No hay que apearse del terco sueño de que tú y yo, criados en una economía de devastación y lucro, podamos entender las relaciones económicas con lo humano por delante. Los economistas hablan de “economía inteligente”, “economía sostenible”. En el fondo están hablando del sueño de una economía humana. Si algunos economistas se han echado al monte de la utopía será que es necesaria y útil.
- 2. La economía inclusiva: Quiere decir que esta economía que sueña en mi riqueza a la vez que genera pobreza en otros habría de ser suplantada por la certeza de que toda persona tiene derecho a sentarse en el banquete de la vida, a tener cubiertas las necesidades básicas (educación, sanidad, vivienda, trabajo, etc.). Cuando decimos “toda” persona, ha de creerse en eso como en un dogma de fe. Por eso, ningún matiz sociológico (ni moral, ni religioso, ni histórico, etc.) que afecte a una persona puede ser causa de exclusión.
- 3. La mirada distinta: No la de la rapiña que mira desconfiada al otro porque lo ve como un competidor y no como una persona, como un hermano. Una mirada relacional que transforme la mirada económica y que, por ello, no repare en razas, colores, lenguas, religiones, países. Globalizar la relación para que no haya relaciones privilegiadas, consagradas. La mirada de los países llamados desarrollados está viciada por su propio desarrollo. ¿Cómo mirar sin el menosprecio, la condicionalidad, la superioridad de unos ojos que pertenecen a una persona satisfecha a costa de otros?
- 4. El gozo de ver crecer al otro: A todo otro, no solamente a los míos, a mi familia, a los de mi región, a los paisanos, a los de mi país. Si no se sabe de esa alegría rara que es gozarse de que el débil, sobre todo, vaya saliendo a flote, hablar de salir de esta crisis es música celestial. Por eso mismo, la base de una economía nueva está en esa mirada nueva que derrite el hielo de la desconfianza, más allá de cualquier fallo evidente. Quizá sea una buena terapia comenzar por aprender a compartir las alegrías de los extraños, de los distintos, de los alejados. Mientras únicamente me alegren mis propias alegrías correré el riesgo de invertir en exceso engendrar tales alegrías privando a los demás de ese potencial. La alegría compartida del crecimiento ajeno puede ser mi propia alegría.
- 5. La tolerancia siempre progresiva: Porque una economía nueva necesita, además de mejor organización y mayor control, dosis increíbles de tolerancia, dosis cada vez mayores. Sin tolerancia, respeto y acompañamiento, las relaciones económicas devienen en una lucha de tiburones que se matan por la supervivencia a costa del otro. El neoliberalismo económico es una forma de colonialismo más fuerte que la política de épocas pasadas. Este neocolonialismo es, de por sí, intolerante, aunque se revista de legalidad.
- 6. La humilde racionalidad: Si alguna característica puede dibujar al modelo económico en que hemos sido educados, que persiste en muchos de nosotros y que sigue funcionando a todo trapo es la irracionalidad. Y no solamente nos referimos a la irracionalidad cósmica de los magnates de este mundo que manejan el principio, sin rubor, de que lo que yo me pueda pagar está permitido. Sino a la cotidiana irracionalidad de mis viviendas innecesarias, de mis coches que me dan prestancia, de mis convites que miden su nivel por el precio del cubierto, de mis prácticas consumistas diarias que están reñidas con la reflexión. Del mismo modo que el ansia de poder echa fuera la racionalidad, también el consumo y la prepotencia económica (que son, en el fondo, formas de poder) echan fuera a la racionalidad.
- 7. La imprescindible austeridad: No solamente para que los números de nuestra cuenta no mermen sin sentido sino, sobre todo, para poder acercarnos a la situación y a los sentimientos de los empobrecidos, de aquellos que han sido echados del lujoso y luminoso trasatlántico del consumo, mundo duro y creciente de náufragos, por nuestras absurdas prácticas económicas. No se trata de vivir peor, sino de equilibrar, de aprender la hermosa espiritualidad del decrecimiento porque es posible vivir mejor con menos. Las razones del decrecimiento son la justicia y el logro de una felicidad verdaderamente humana. La primera tanto como la segunda.
- 8. Las nuevas relaciones con la naturaleza: Porque no estamos haciendo poesía. Muchos de los desvaríos de la actual economía derivan de una relación con lo creado despótica y, por ello, blasfema. Una economía distinta espera el momento en que consagremos esfuerzos explícitos a cuidar de la tierra, sabiendo que ese camino es la senda buena de una economía distinta. La certeza evidente, y un poco ramplona, de que la tierra no es una despensa inagotable habría de ser suficiente. Pero, además, y desde el punto de una ecología saludable, la evidencia de que somos parte de una entidad amplia, el cosmos, que nos engloba a todos habría de suscitar en nosotros sentimientos de hermandad, de democracia cósmica. Tener esto por simples teorías de moda es empobrecer nuestro camino histórico.
- 9. La igualdad que se resiste tanto: Se resiste porque no nos hacemos a la idea de que la igualdad es rentable desde el punto de vista económico, porque lo es desde el punto de vista humano. Esto es evidente con los pobres y con las mujeres. Con los pobres porque la desigualdad endémica deja de serlo cuando se la encara con ánimo de igualar. Con las mujeres porque el machismo, en modos sutiles y consagrados, o en maneras brutales, sigue ondeando por encima de todas las cabezas. Por eso la pobreza se feminiza a pasos agigantados en el planeta. Pensar en una economía nueva desde parámetros adquiridos de desigualdad es anhelar un sueño irrealizable.
- 10. El amor a lo público: Como espacio adecuado para devolver a la actividad política el aval que regule los mercados y las finanzas en una dirección totalmente nueva. Amar lo público para erradicar todo tipo de fraude económico. Mientras nuestra mente elabore automáticamente que lo privado (y privatizado) es mucho mejor, más eficaz, más productivo, con más sentido económico, pensar en una salida de crisis para la totalidad de la población, resulta imposible. Esta certeza del valor superior de lo privado está muy próxima al lucro indiscernido, a la ganancia por encima de todo y, en definitiva, al egoísmo cainita.
Habrá quien se sonría, bostece, muestre fatiga o, incluso, fustigue esta clase de planteamientos. Pero tal vez en esta espiritualidad se halle lo mejor de nuestra dignidad humana, de nuestros sueños y, en definitiva, de nuestra humanidad. Construir una economía distinta no es, únicamente, una tarea de economistas. Es un trabajo de personas que quieren vivir en un mundo nuevo y de quienes anhelan dejar a las generaciones venideras unas ciudades y pueblos más respirables. El reto no es el crecimiento económico sino la expansión del espíritu humano. Quizá para eso andemos errantes desde hace millones de años y tengamos por delante otros tantos.
El mismo Evangelio muestra en muchas de sus páginas que su utopía no apunta a la producción, sino al reparto (Jn 6,1ss: multiplicación de los panes). Jesús parece que tiene bien asimilada la certeza de que compartiendo sobre la base del todo llega, no siendo obstáculo la pobreza. Compartir exige un cambio de corazón. Por eso el Evangelio apunta al reparto. No dar fe a estas certezas de Jesús y decir que se cree en él y que se le sigue parece una contradicción. El seguimiento de Jesús es creer con él en lo que él creyó. Y la certeza del reparto que llega parece que pertenece al núcleo de sus creencias.
Para un diálogo en sala o un pequeño taller:
- 1. ¿Qué arraigo real tienen estos valores en nuestras comunidades religiosas? ¿Hay hermanas que respiran en esta dirección? ¿Dónde está la mayor dificultad?
- 2. Toma uno de los diez puntos y ponle un nombre, un rostro, una situación concreta para que se entienda, a modo de ejemplo.
2. Actitudes
Quizá sean actitudes que llevan a poco. Y son evangélicas, por humanas. La VR tendría que ir haciéndolas suyas, en una u otra medida. ¿Cómo vamos a proponer los valores del Reino en un “aquí y ahora” que no nos preocupa. Es preciso conjurar el peligro de una espiritualidad sin carne, verdadera fantasía. Las que vamos a proponer son cosas que decimos con frecuencia. Digámoslas una vez más. Tal vez así se vaya creando conciencia y actitudes.
1) Que el Evangelio y sus criterios pinten algo en nuestros discernimientos: Porque seguimos con la impresión de que nuestros comportamientos sociales y económicos van por un camino y el Evangelio por otro (no en confrontación, pero tampoco en coordinación). Si quitamos los criterios evangélicos de la vida real de nuestros carismáticos (fundadores, personas relevantes en nuestra historia fraterna) ¿qué queda? Sería bueno que en la mesa de la discusión de nuestros asuntos económicos, pequeños y grandes, sonara, explícita, la palabra del Evangelio. Puede parece que economía y Evangelio son inmezclables. Pero es un error: están llamadas la una al otro (leamos, por ejemplo, san Marcos desde esa perspectiva).
2) Que pensemos en qué tipo de sociedad queremos, qué modelo de sociedad soñamos: Ya que da la impresión de que nuestro posicionamiento común (de “derechas”) anhela una sociedad bien estratificada, poco igualitaria. ¿Cómo el Evangelio no modifica esto? ¿Cómo el sueño de la fraternidad (núcleo de la espiritualidad de la VR) no se trasvasa a lo social? ¿Por qué uno entra a la VR con una mentalidad social y permanece en ella, inalterable, toda la vida? ¿Por qué las posiciones económicas más neoliberales encuentran en los grupos religiosos unos buenos aliados?
3) Que no decaigamos en el tema del destino social de nuestros bienes y de la orientación de nuestras inversiones fraternas: Ya que se ha tratado mucho, pero, en realidad, los pasos que se han dado no son tantos. Nos frena el mal momento económico, el miedo a un futuro en desamparo económico o la misma comodidad. Empleamos mucha energía en defender nuestros bienes. No tanta en buscar vías racionales de socialización. Quizá a la base sea una cuestión de verdadera y profunda generosidad (para el Evangelio la generosidad como elemento clarificador de posturas de fe es decisivo). Habiendo hecho voto de pobreza, lo que parece que hemos conseguido mucho es ser guardianes celosos de nuestros bienes. ¿Cómo le habría ido a la VR sin en lugar de hacer voto de pobreza hubiera hecho voto de generosidad? ¿Es esto solamente una frase más o menos ingeniosa?
4) Que nos animemos a una visión distinta de la economía porque eso es lo que hemos elegido: Nadie nos ha obliga a venir a este estilo de vida económico que habría de ir en otra dirección. Hemos elegido la pobreza con espíritu como dinamismo de una tipo de sociedad distinto, fraterno (es lo que Jesús llamaba el “reinado de Dios”). Habría que entenderlo y vivirlo como una suerte, no como una carga. ¿Cómo llegar a descubrir ese tipo de alegría o, al menos, a entreverla? Tendrá que ir acompañada del descubrimiento de gozos hondos, humanos, espirituales que mitiguen el escozor del compartir económico y sus siempre duras consecuencias.
5) Austeridad, limpieza, estética simple, detalle: Valores que es preciso trabajar en nuestras casas, en nuestro atuendo, en nuestras maneras de personas solteras. Tendríamos que ser personas que han descubierto “la belleza de la pobreza” (aunque la expresión, al estilo de U. von Balthasar, sea un poco exagerada). La economía del compartir no está reñida con el buen gusto, la higiene, y la humilde belleza de quien aspira a un mundo hermoso. La VR no puede ser un lugar de descuidada aspereza, porque huiremos, sin darnos cuenta, hacia lugares más “bellos”, más amparados, más cuidados. El sistema ofrece eso pero a cambio de que te rindas a sus postulados. Por eso hay que inventar modos cálidos de vida que no sean sistémicos, que no exijan pagar, que su único deseo es descubrir algo tan simple como que estamos destinados a la dicha y que ese es el mayor anhelo de Dios sobre nosotros.
6) Apertura, la clave: Porque cerrar y cerrarse es la manera de poner un velo oscuro a cualquier modificación y progreso en el campo social Apertura de casa, de corazón, de ideas, de sentimientos. Jesús fue hombre de caminos; los carismáticos también lo han sido con frecuencia. La casa cerrada a cal y canto indica que, en eso, una comunidad está desconectada de la realidad. La oración hecha en parámetros de pura religiosidad sin la preocupación de hacerla ofertable al mundo de hoy indica desconexión espiritual crónica. La mente cerrada a cualquier proceso histórico y, sobre todo, cerrada a los postulados de vida de los débiles bloque el sueño de la sociedad nueva. Hablar de superación de crisis económica desde parámetros de cerrazón es contradictorio.
7) Hay hermanos que se mezclan con las pobrezas con más facilidad: Apoyémosles, animémosles, agradezcámosles, aunque nosotros no nos sintamos llamados a sus mismos caminos. El ideal, hay que reconocerlo, es que toda la fraternidad encare el mundo de las pobrezas. Porque, como decía León Felipe, lo importante no es que uno llegue primero, sino llegar todos a tiempo. Pero que el colectivo fraterno sea sensible a la problemática de las pobrezas quizá sea mucho pedir. Pero en todas las comunidades suele haber personas más sensibles y conectadas (por lo que sea ¿Por qué?) con el hecho social. No los bloqueemos, zancadilleemos, desprestigiemos. Al contrario, agradezcámosles explícitamente y, en lo que podamos, facilitémosles su tarea. Nos hacen a todos un bien aunque sea ellas únicamente las adelantadas en la trinchera.
8) Soñemos con una vida religiosa interesada por las pobrezas: Ya que el sueño de la pobreza a secas se ha visto que no ha funcionado en exceso (hace falta mucho “valor” para decir sin rubor que somos pobres). Quizá el otro camino pueda ser más viable. Atrevámonos a mirar de cara a las pobrezas sabiendo que, tanto personal como colectivamente (esto sobre todo), contamos con muchos recursos que otros grupos sociales no tienen. Si supiéramos ponerlos en manos de los débiles, muchas situaciones de debilidad social tomarían otro color. Cuando esto se ha hecho (y se hace) se ha percibido que la posibilidad de cambio amanece.
9) Creer en el valor de los gestos: Todo lo que se haga en la dirección de las pobrezas, por minúsculo que sea, tiene un valor. El gesto nos catequiza, aunque no expolie las cavernas de Alí Babá. Porque la espiritualidad de la vida religiosa se asienta en “la fuerza de lo menos y de los pocos”. Los gestos muestran, de manera palpable (no solamente en ideas), que la realidad es transformable. Esta convicción es necesaria para cualquier planteamiento social y económico que apunte a una economía fraterna. No apaguemos el “fueguito” (como diría Galeano) de un gesto. Porque, si lo apagamos, el frío se hace más denso.
10) Creer que lo incambiable se puede cambiar y que lo incuestionable se puede cuestionar: Jesús lo ha hecho así: ha cuestionado la tradición, el poder, la economía de las familias saduceas, al mismo Moisés (que ya era cuestionar). Los carismáticos lo han hecho así. De manera que se puede hacer si nos damos a la tarea. No cedamos a la dura evidencia de que el muro del sistema parece infranqueable. La realidad demuestra que cosas y situaciones que parecían inamovibles han dejado de serlo cuando alguien (generalmente gente escasa en número, pero ilusionada) ha intentado abrir otros caminos
Mientras este tipo de reflexiones, más allá de su acierto o no, no produzca en nosotros la sensación de respirar un aire nuevo, oxigenante, sugerente, quizá no hayamos dado aún en el clavo. Si nos aproximamos algo, hemos hecho bastante. Puede ser que, en ciertos momentos, este tipo de reflexiones nos resulte lacerante, molesta, impropia. ¡Buena señal! Si logramos encajar ese “escozor” quizá estemos en el buen camino. De cualquier manera, proponerlo como un tema de formación permanente ya es un paso a nuestro favor. Necesitamos ablandar la costra de nuestros modos económicos marcados por el egoísmo para abrirnos al gozo de la generosidad y la donación.
Para un diálogo en sala o un pequeño taller:
- 1. ¿Qué sensación te surge al reflexionar en estas actitudes? ¿Respiro, posibilidad, ilusión? ¿Pesadumbre, desconcierto, cansancio?
- 2. Comenta un punto concreto de los diez expuestos en que creas que tu comunidad tiene campo para trabajar.
¡Oh pobreza, fuente de riqueza!
¡Señor, siémbranos alma de pobre!
(Taizé)
Fidel Aizpurúa Donazar
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