Juan 48
CVJ
Domingo, 30 de mayo de 2010
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
48. Jn 7,53-8,11
Introducción:
Hay quienes han hecho de la lucha por la dignidad (recordar el hermoso libro de J.A.Marina) una de sus principales tareas humanas. Es que a estas alturas de la historia hemos llegado a dos convicciones: que la dignidad es inalienable con toda persona, incluso con toda realidad creada. Y que, a la vez, esa dignidad no es reconocida en muchas personas y seres, sobre todo en aquellas que son más empobrecidas, más postergadas, menos tenidas en cuenta. Así, la hermosura de la dignidad va unida a su pérdida y su ensalzamiento al afán por luchar a su favor. Efectivamente, la lucha por la dignidad es una guerra que se libra en mil campos de batalla, en los lejanos y grandes y en los pequeños y cotidianos. Creer en la dignidad (está sí que es verdadera fe) demanda una manera nueva de mirar al interior, a la verdad de las personas y cosas. Sin cambiar la mirada, sin humanizarla, esa batalla está perdida de antemano.
El pasaje de esta semana habla de ello. Es un texto que, aunque está incluido en el Evangelio de san Juan, no pertenece a él (ni por su estilo, ni por sin inclusión en el Evangelio, que es medieval, ni por otras razones). Pero es tan hermoso y tan elocuente que no podemos dejar de ponerlo aquí como texto de nuestra oración. Desvela el corazón, el interior de Jesús no solamente lleno de compasión, sino de afán por la dignidad de la persona, aunque haya sido sorprendida en "flagrante adulterio", aunque las leyes morales, religiosas o civiles la condenen. La dignidad no es cuestión de leyes, sino de mirada humanizadora. Jesús la tiene y por eso no sale jamás una palabra de condena a nadie. Y teniendo controlado ese fuerte mecanismo de condena, el corazón de la persona se le abre. Porque quien sabe que no es condenado, quien intuye que se reconoce su dignidad por encima de sus pobrezas, siente que tiene ante sí una persona hermana. Y eso, es impagable.
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Texto:
53Y se volvieron cada uno a su casa.
8,1Jesús se retiró al monte de los Olivos.
2Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
3Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, 4le dijeron:
-Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. 5La Ley de Moisés nos manda apedrear a la adúlteras: tú, ¿qué dices?
6Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. 7Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
-El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
8E inclinándose otra vez siguió escribiendo.
9Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos hasta el último. Y quedó sólo Jesús, y la mujer en medio de pie.
10Jesús se incorporó y le preguntó:
-Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
11Ella contestó:
-Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
-Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
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Ventana abierta:
No nos dirá nada el rostro oscuro, seco y anónimo de esta indígena maya. Pero en esa mirada, entre humilde y desafiante hay una pregunta común: ¿por qué no se reconoce mi dignidad, aunque sea una mujer empobrecida? ¿Por qué la dignidad de los débiles es conculcada? ¿Por qué hay quien ignora la inalienable dignidad de quienes no cuentan? Esas preguntas no las podrá sofocar ningún imperio, ningún sistema, ninguna ideología. Ojalá hiciéramos nuestra la pregunta por el reconocimiento de la dignidad de quienes se sienten postergados por causa de cualquier limitación que les afecte.
Oramos: Gracias, Señor, por quienes tienen siempre viva la conciencia de su dignidad; gracias por quienes se suman a la causas de sostener la dignidad de los empobrecidos; gracias por quienes renuncian a modos opresores que violan la dignidad de la persona.
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Desde la persona de Jesús:
Jesús, como decimos, tiene controlado el mecanismo de condena: "Yo tampoco te condeno". Si le hubieran preguntado si era condenable el adulterio, habría que dicho que sí, porque la Ley lo condenaba. Pero cuando le preguntan si es condenable una que ha adulterado, ahí se contiene y dice que no, que nadie es condenable en su dignidad, por muy discutible y aun punible, según la ley, que pueda ser su conducta. Tener controlado el mecanismo de juicio es imprescindible para amar y para construir una sociedad respetuosa y fraterna. Dejarse llevar por la tendencia a juzgar es destruir la convivencia y poner al amor al borde del abismo.
Oramos: Gracias, Señor, porque has tenido controlado el mecanismo de juicio; gracias por haber mirado al fondo de la persona con humanidad; gracias por haber creído en nuestra capacidad de crecer en bondad.
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Ahondamiento personal:
Se ha hecho famosa la frase de Jesús: "Quien esté sin pecado que tire la primera piedra". Se ha hecho famosa, pero pocos la cumplen. El mecanismo de juicio, cuando está desatado, nos hace creer que somos personas "sin pecado", cuando tal realidad casi nunca es cierta. No habríamos de tirar la piedra, sino incluso no tendríamos que cogerla. Es decir, hay que frenar al mecanismo de juicio en sus fases más iniciales: palabras duras, juicios por apariencias, prejuicios inamovibles, dureza que se defiende atacando, etc. Esos movimientos hay que frenarlos para que, al final, no agarremos la piedra de la deslegitimación y de la condena y la arrojemos a la frente del débil.
Oramos: Que nuestras palabras sobre los demás nunca sean duras; que no juzguemos nunca por apariencias; que nuestros prejuicios caigan rápidamente; que no ataquemos a quien no puede defenderse.
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Desde la comunidad virtual:
Una de las evidencias de que en la comunidad virtual nos valoramos desde nuestra dignidad es que nos resulta relativamente fácil escuchar al otro, aunque sus vivencias no son las nuestras y no nos conciernen. Pero resulta que cuanto más nos reunimos y oramos juntos, más nos parece que lo que ocurre en la vida de los otros es, de alguna manera, cosa nuestra. Eso no es por simple simpatía, amistad o mera relación. Es porque se nos está apareciendo cada día más clara la evidencia de que esa persona que hace parte de mi grupo es, simplemente, una persona digna en cualquier circunstancia por la que pase su vida. Y que su dignidad ha de ser más cuidada cuando su situación es más delicada. No es poco.
Oramos: Que nos tratemos con delicadeza y aprecio; que nos miremos siempre con acogida y amparo; que nos interesemos con humanidad y compromiso creciente.
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Para orar:
Cómo, Señor,
no voy a ser digno/a
de que entres en mi casa,
si tú siempre
me consideras digno/a.
Cómo, Señor,
no voy a ser digno/a
si cada día me das tu Palabra
que me sana y me salva.
Cómo, Señor,
no voy a ser digno/a
si has andado mis caminos,
si has sentido el calor de mi pecho
cuando me abrazabas.
Cómo, Señor,
no voy a ser digno/a
si te has sentado mi mesa
sin recordarme nunca mis fallos.
Cómo, Señor,
no voy a ser digno/a
si acompañas mis pasos
con una extraña fidelidad,
con un amor que nunca se cansa.
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