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CVJ
Domingo, 3 de junio de 2012
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
115. Jn 16,29-31
Introducción:
Es muy difícil huir del fantasma de la soledad. Más aún, cuanto más se intenta ponerle coto, más presente se hace. Tal vez sea bueno pensar que la soledad es un componente del caminar humano y, por ello, hay que intentar establecer pactos de buena vecindad con quien nos acompaña. Esos pactos habrían de lograr, por una parte, delimitar bien los terrenos de la soledad impidiendo que invada lo que no es suyo. Quizá algo de eso se logra llevando una vida interior habitada, lo más gozosa que se pueda, sencillamente disfrutante. Pero, además, no es insensato intentar desbancar la soledad de sus reales en el fondo del alma. Y ¿cómo lograrlo? No hay más que una manera: que el otro, que la persona de otro, de otros, vaya ocupando un sitio al lado en el banco en el que estamos sentados. Hay quien piensa que dejar lugar al otro es la manera de quedar aniquilado. Pero no es así: el otro es nuestro “cielo” (no nuestro infierno, como decía Sastre) porque trabaja en nuestro favor para ahuyentar soledades.
Jesús ha sido uno a quien la soledad (hablamos de la dura y negativa soledad) también le ha mordido, como a toda persona. Y él ha tenido su manera de atajarla: se ha rodeado de personas, aunque estas, a veces, no estuvieran a la altura de las circunstancias. Y también, como dice en el texto de esta semana, ha tenido siempre viva la certeza del acompañamiento del Padre a sus caminos. Puede parecer que esto segundo es algo lejano, frío, sin contenido. Pero en él no ha sido así: la presencia viva del Padre en el fondo de su estructura humana le ha serenado, sosegado, equilibrado, alegrado. Con ella ha sido capaz de “fruncir el ceño” ante Jerusalén, de arrostrar los trances más duras de su vida sin que se resquebrajara del todo la frágil vasija de su corazón. Así de viva y fuerte ha sido esa presencia. Alguna vez, como en este caso, los evangelios se han hecho eco.
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Texto:
29 Sus discípulos le dijeron: Ahora sí que hablas claro, sin usar comparaciones. 30Ahora sabemos que lo sabes todo y que no necesitas que nadie te haga preguntas. Por eso creemos que procedes de Dios. 31 Jesús les replicó: ¿Que ahora creéis? 32 Mirad, se acerca la hora, y ya está aquí, de que os disperséis cada uno por vuestro lado y a mí me dejéis solo; aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
Ventana al mundo:
Hay muchas imágenes que reflejan la soledad humana porque ésta acompaña la senda de la vida. Esta que nos inspira hoy es la de una mujer joven sentada en un banco, sola en la soledad de una noche cualquiera de una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Quizá ha
pasado una noche de disfrute y de música, pero ahora se siente fatigada y sola. Con ella misma, con su propio cuerpo, con su mirada hacia arriba preguntándose qué está haciendo aquí, qué pinta en esta historia. Hay un sitio vacío junto a ella, porque quizá la respuesta a muchas de las preguntas de la soledad pasa por hacer sitio a otra persona y que ella nos ayude a llenar de sentido los vacíos que conlleva el ser persona. Mucha gente hace este gran beneficio. Hay que estarles agradecidos.
Oramos: Gracias, Señor, por quienes ayudan a llenar soledades; gracias por quienes ofrecen sentido a los vacíos que llevamos dentro; gracias por quienes siembran esperanza en las oscuridades y noches que nos tocan.
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Desde la persona de Jesús:
Pocas veces se ha abierto la venta del corazón, del interior mismo de Jesús, para que podamos ver de qué fuentes se nutre su vida. Quizá este evangelio nos muestre una de ellas: Jesús nunca se ha sentido solo; siempre ha creído que el Padre estaba a su lado, sobre todo en los momentos en que la oscuridad se hacía más densa. La certeza de esa presencia ha alimentado su vida y por ella sus caminos, humildes y modestos, se han ido llenando de luz.
Oramos: Te alabamos, Señor, porque siempre has creído que el Padre te acompañaba; te bendecimos por habernos hecho partícipes de esa presencia del Padre que tú amabas; te damos gracias porque has tocado la cercanía del Padre en los caminos equívocos de tu existencia.
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Ahondamiento personal:
Una de las causas que engendran nuestra soledad es la dispersión. Por eso, cuando los discípulos se han dispersado es cuando más solos se han sentido. Si hubieran permanecido unidos entre ellos y con Jesús las sombras densas de la soledad habrían sido más benignas. Pero tiró cada uno por su lado y la soledad hizo presa en ellos. Para ahuyentar la soledad, para tenerla a raya no hay mejor manera que hacer fraternidad, que unir corazones y vidas, por frágiles que estas sean. A la larga, esa cohesión engendrará fuerza.
Oramos: Que unamos vidas y corazones para tener a raya a la soledad; que nos abracemos y amparemos para que el espacio de la soledad sea menor; que nos miremos a los ojos y al corazón para poder descubrir ahí al necesidad siempre viva de amparo.
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Desde la comunidad virtual:
Muchas veces hemos dicho que nuestro trabajo orante tiene, como uno de sus mejores frutos, el ayudarnos a una vida acompañada. Bien mirado, quizá no nos acompañemos tanto. Pero sí es cierto que nuestra soledad ha retrocedido un poco cuando hemos orado juntos, cuando hemos tenido una convivencia, cuando nos hemos comunicado una noticia, cuando han mediado un email o una llamada de teléfono, cuando hemos celebrado un suceso bueno o no tan bueno de nuestra vida. Se ha verificado la evidencia de que orar es acompañarnos y ser acompañados.
Oramos: Gracias, Señor, por quienes acompañan sin pedir nada a cambio; gracias por quienes alegran a otros sin demandar pagos de ninguna clase; gracias por quienes ayudan a levantar los hombros sin reclamar aplausos.
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Poetización:
No era muy pródigo
a la hora de abrir
las ventanas de su corazón;
su mundo interior,
su vida profunda,
era solo de él.
Pero, a veces,
la compartía,
la ofrecía a los suyos,
ponía su corazón abierto
en la mesa de la confidencia.
Y aquella vez les reveló
uno se sus más hondos secretos:
él creía que nunca estaba solo,
que el Padre estaba siempre ahí,
en cualquier circunstancia,
sobre todo cuando las cosas
venían mal dadas.
Él pensaba que la mirada del Padre
siempre se vertía con amor
sobre sus pasos,
fueran los que fueran.
Él sentía
que el aliento del Padre
le animaba fuerte
cuando el desaliento lo cercaba
sin piedad,
sin tregua.
Tenía la seguridad
de que siempre podía volver
a la casa amada
de la acogida del Padre,
por mucho que sus pasos,
se hubieran ido bien lejos.
Por eso mismo,
cuando los nubarrones se hacían densos
les dijo con claridad:
tengo el miedo controlado
porque sé que el Padre
anda mis caminos
y sabe de mis pasos.
Lo entenderían
cuando ellos mismos
experimentaran
algo parecido.
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Para la semana:
Intenta generar confianza en torno a ti para que tu soledad y la de los demás no muerda tanto el corazón.
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