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FIAIZ

Juan 30

CVJ

Domingo, 24 de enero de 2010

 

VIDA ACOMPAÑADA

 Plan de oración con el Evangelio de Juan

 

30. Jn 6,30-33

 

Introducción:

 

                Resulta difícil superar el mecanismo que hay en nosotros de esperar, muchas veces, que, ante nuestro problemas, las cosas nos vengan llovidas del cielo. Creemos aún mucho en mesianismos, cambios inesperados, loterías, prodigios. Pero resulta que la fuerza para cambiar, para mejorar, está dentro de nosotros/as. Esa fuerza no es otra que la fuerza del amor. Éste no es un simple sentimiento. Es un dinamismo, una fuerza (dynamis significa fuerza) con la que Dios nos ha dotado para poder construir una existencia nueva, para andar los caminos de la novedad. Por eso mismo, creer en la fuerza del amor, por ingenuo que parezca a estas alturas, es imprescindible para vivir con dignidad y novedad.

De eso habla el texto de este semana: los paisanos de Jesús creen que Moisés fue el gran benefactor porque les dio "pan del cielo", un pan que no habían sudado ni ganado. Pero, en realidad, quienes comieron de tal pan no están hoy con nosotros. Ese pan no les ha servido para puentear la dentellada de la muerte. Jesús dice que él tiene el pan verdadero, el que da "vida definitiva". ¿A qué pan se refiere? No es otro que el pan del amor, de una vida entregada en creciente y total amor. Ese pan es el que va dando vida definitiva a la historia. Y tal pan se cuece en la vida de cada uno/a. Es que, como hemos dicho otras veces tomando la frase de Gandi, el amor es una "fuerza política", es decir, tiene capacidad de transformar la realidad en sus mismas raíces. Creer a Jesús, adherirse a él, pasa por dar fe a esta honda intuición suya: tienes dentro (Dios la ha sembrado) la fuerza transformadora de tu vida y de la realidad. Esa fuerza no es sino el amor activado, creído, puesto en práctica, entregado. Es cuestión de "creer" y de darse, poco a poco, a la tarea.

 

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Texto:

                       

                        30Le dijeron:

                -¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿En qué te ocupas? 31Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo".

                        32Jesús les replicó:

                -Os aseguro que nunca os dio Moisés pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el genuino pan del cielo. 33Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y va dando vida al mundo.

 

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Ventana abierta:

 

 

                Esta monja se llama Pilar Pascual. Es Hija de la Caridad, natural de Falces, Navarra. Una "monja cualquiera". Pero lleva muchos años, casi toda su vida, en Haití, trabajando en temas de alimentación de niños. Ahora ha salido a las páginas de la prensa porque estuvo varios días "desaparecida". Pero está viva y sigue con su terco propósito de seguir trabajando en un país empobrecido. Es gente que no se cansa de dar vida, de creer que el amor puede ir haciendo lo que deshace la pobreza, la opresión o un terremoto. Gentes como ella, anónimas pero amantes de la gente, son los que ponen carne al Evangelio.

                 Oramos. Gracias, Señor, por quienes creen a pie juntillas en la fuerza del amor; gracias por quienes ponen carne al Evangelio; gracias por quienes se sitúan en la orilla de los empobrecidos.

 

Desde la persona de Jesús:

 

                Jesús dice que su pan "da vida al mundo". Es decir, el mundo recibe un "chorro de amor" que viene de la persona de Jesús. Se puede pensar que lo que Jesús ha aportado a la historia de la humanidad es haber traído una religión (mejor o peor que otras). Pero, en realidad, lo más valioso de la aportación de Jesús al caudal de la vida es todo el amor que ha suscitado en quien se ha ido adhiriendo a él, todos los trabajos de amor (aunque fueren mal pagados) que muchas personas han sido capaces de poner en pie animadas por su recuerdo. Lo más valioso de la aportación de Jesús al tesoro de la vida ha sido su amor y el amor que ha suscitado en muchos corazones a lo largo de los años.

                Oramos: Gracias, Señor, por suscitar incansablemente amor entre las personas; gracias por sembrar amor en el surco de la vida; gracias por creer en el amor hasta entregar tu valiosa vida.

 

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Ahondamiento:

 

                Los paisanos de Jesús le pedían constantemente "señales" que avalaran su actuación. No veían que tenían ante sus narices la mayor de las señales, la más fiable: su hondo amor. Con eso tendría que haber sido suficiente. Pero quien no tiene la vida asentada en el amor pide señales, argumentos, razones para creer en la posibilidad de una vida mejor. De ahí que, aunque suene lejano, es preciso intentar continuamente una conversión al amor, no tanto una conversión religiosa. Se ha creído que ésta podría enriquecer la vida del creyente. Pero, en realidad, lo que enriquece la vida del creyente y de toda persona es la vuelta a las sendas del amor, el continuo y fiel caminar en la orientación de una vida generosa y entregada. Creer en el amor supone una donación del corazón, un abrir la puerta de ese huerto cerrado que es nuestro interior más querido para compartirlo con otros.

                Oramos: Que nos convirtamos cada día al amor dándonos con creciente generosidad; que creamos que tenemos dentro la mayor fuerza de transformación personal y social que es el amor; que ayudemos a poner el amor por delante en nuestras actuaciones cotidianas.

 

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Desde la comunidad virtual:

 

                Quizá sea mucho decir que la comunidad virtual pueda ser una plataforma para "darnos vida". Pero, en una parte humilde, así lo es: los pequeños gestos de cercanía, los recuerdos, el fiel continuar, el estar ahí, el orar en torno a la Palabra, los esporádicos encuentros, los pequeños planes comunes, son migajas del amor, pero muy valiosas. Con esos pocos se va confeccionando el menú de un banquete de amor. Por eso, no menospreciemos esos pocos ya que también ellos contribuyen a construir la vida en amor.

                Oramos: Que nos demos vida con nuestra cercanía; que nos demos amparo con nuestros abrazos; que nos demos amor con nuestra fidelidad.

 

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Para orar:

 

¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano,
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.


(ÁNGEL GONZÁLEZ)

 

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