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FIAIZ

NO TE PRIVES DE PASAR UN BUEN DIA

 

 

“NO TE PRIVES DE PASAR UN BUEN DÍA” (Eclo 14,14)

Disfrutar y agradecer de la etapa final de la vida 

 

         Estas reflexiones parten de un texto bíblico que cita el Papa Francisco. En EG 4 habla de las invitaciones a la alegría que vienen del AT. Y termina el número diciendo: «Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!».

         Que un Papa nos anime a “tratarnos bien” y a “pasar un buen día” es cosa rara. Generalmente nos animaban al sacrificio, a la penitencia o a la honradez. Pero que nos animen al disfrute, al gozo, a la alegría, es cosa nueva.

         Tratarnos bien no es ir contra la austeridad, la pobreza o la pureza (esto nos ha marcado). Pasar un buen día no es sino reconocer el continuo don de Dios y de los hermanos a la vida. Por eso, entre nuestros propósitos cotidianos tendría que estar este de pasar, lo mejor posible, el día que Dios nos pone en las manos.

         Santa Clara lo entendió muy bien cuando rezaba aquello de «¡Gracias, Señor, porque me has creado!». ¿Cuándo hemos dado gracias a Dios por habernos creado? Pocas veces. Nos hemos quedado más en los “lamentos” por esta creación nuestra y por sus límites. Pero casi nunca hemos dado gracias por las posibilidades que nos ha abierto esta vida.

         Nos hace falta una mirada bondadosa, amable, bien humorada, positiva sobre la vida. Es preciso controlar nuestros “dolores” para que no lo ocupen todo y desaparezca de nuestros ojos el brillo de la vida.

 

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DISFRUTE DEL CUERPO Y DE LA CORPORALIDAD

 

         El cuerpo ha sido un enemigo contra el que ha habido que luchar. Toda las ascesis ha ido por ahí. Pero el cuerpo, nuestro a veces pobre cuerpo, es nuestro hermano sin el que no podemos vivir. Habríamos de estarle agradecido, habría de ser benignos con él (no esclavos de él), tenerlo por compañero bueno de viaje. Porque lo bueno que tenemos nos viene por él, y lo limitado también. ¿Nos vamos a morir sin reconciliarnos con el nuestro cuerpo, sino haber sido tiernos con él?

         Hay una escena entrañable en los antiguos textos franciscanos. Como todos los frailes de la edad Media Francisco creía que la penitencia y el trato duro al cuerpo era lo normal para quien aspirara a la perfección cristiana. Pero no las tenía todas consigo. Y un día decidió consultarlo con un hermano que tenía el don de consejo. Y el hermano le dijo: ¿Te ha servido bien el cuerpo para ir hacia Dios, para ser hermano, para vivir el Evangelio? Y San Francisco dijo que sí. Entonces le dijo aquel hermano: ¿Por qué tratas mal a tu cuerpo si te ha servido tan bien? Y San Francisco pidió perdón a su cuerpo haciendo el propósito de tenerlo en cuenta y de ser amable con él. ¡Un santo que pide perdón a su cuerpo! Quizá habría que comenzar por ahí.

         Y luego está la corporalidad, los sentimientos, las maneras de ver la vida, lo que hay dentro del corazón, las buenas intenciones, el alma que llevamos dentro. Eso también hay que cultivarlo, cuidarlo, agradecerlo.

         No somos solamente cuerpo físico, también llevamos dentro un mundo hermoso y a veces limitado que conviene cuidar, que hay que disfrutar en la medida de lo posible.

 

1. Curso de amor a la vida

 

         Para llegar a tratar bien al cuerpo y la corporalidad, para disfrutar del cuerpo y de la corporalidad sería necesario que hiciéramos y aprobáramos un CURSO DE AMOR A LA VIDA. Porque se nos ha enseñado a amar la otra vida, a esperarla, a soñarla, a anhelarla. Pero, a la vez, hemos echado mucho vinagre, menosprecio, olvido y maltrato a esta vida. Y el Evangelio es para esta vida, para mejorar y disfrutar de esta vida. En la otra no necesitaremos de él.

¿Qué “asignaturas” tendría ese Curso de amor a la Vida? Algunas como estas:

  • El cuidado esencial: Aprender a cuidar al necesitado de cuidados, no solamente con actos puntuales, sino con una actitud: mentalidad de cuidador de la vida.
  • El disfrute elemental: Aprender a disfrutar con poco, con lo elemental, con lo diario, con lo compartido, con lo más popular, con la naturaleza cercana, con lo que disfrutan los niños.
  • La belleza común: Aprender a amar lo bello, lo limpio, lo bien hecho, las cosas con buen gusto, las palabras amables, la higiene y el orden, el arte popular.
  • La atención amante: Aprender a escuchar implicándose, interesándose, metiéndose en el asunto. Creer que los problemas de los demás, de alguna manera, me atañen. Mantener viva la sensibilidad por las situaciones de penuria humana, de cerca y de lejos.
  • La confianza de fondo: Aprender a no negar la confianza cuando ha habido fallo e, incluso, traición. Aprender el arte de mirar el fondo del corazón y no estrellarse en las apariencias.
  • La bondad general: No apearse de la certeza de que la bondad anida en toda la realidad, aunque, a veces, se halle muy oculta. De salida, pensar bien del otro, creer en la posibilidad de que sea alguien bueno.
  • La justicia anhelada: Aprender a estar en las “batallas” por la justicia, aunque la aportación sea minúscula. Escuchar con acogida los gritos de los injustamente tratados por la vida. Situarse de salida en el terreno de los afectados por cualquier injusticia.

Algo así tendría que ser ese Curso de Amor a la Vida que nos acerque a la realidad de Jesús, el que entendió la vida desde esos parámetros de novedad tan elemental y tan honda a la vez. No hizo nada de extraordinario (ni siquiera sus pobres milagros, como dice Sobrino). Su valor estaba en la hondura de lo sencillo, en el intento de hacernos ver que esta vida con su “limitada perfección” merece la pena ser vivida y disfrutada, aunque acumule goteras y decepciones. Pero también acumula valores y disfrutes, pequeños logros y caminos hermosos andados.

 

2. Disfrutar del cuerpo

 

         ¿Cómo a nuestra edad, con las limitaciones que vamos acumulando podremos disfrutar del cuerpo?

  • Disfrutar comiendo: Porque comer es imprescindible. Comer como humanos, hablando un poco, no metiéndonos en el plato y como si no existieran los demás. Agradecer la buena comida, disfrutar paladeando.
  • Disfrutar bebiendo: hidratándose como una necesidad. Si el cuerpo lo acepta, un poco de vino que alegra. Disfrutar de beber con sed, con deseo.
  • Disfrutar durmiendo: Aunque sea “a trozos”. Disfrutar de la tranquilidad de la cama o del sillón, al menos los ratos en que se duerma. Tranquilizarse ante la largura de la noche. Unirse a quienes viven y trabajan en la noche.
  • Disfrutar paseando: aunque sea por el interior de la casa. No apoltronarse sin dar un paso. Agradecer que podamos movernos o que nos puedan llevar las ruedas del carro. Dar gracias por nuestros pobres pies, cuidarlos.
  • Disfrutar de la naturaleza: del sol que entra por la ventana o de la lluvia de fuera que vemos a través del cristal. Tocar un poco las plantas. Agradecer las hojas de los árboles.
  • Disfrutar cantado: en las celebraciones religiosas o en las profanas, aunque nuestra voz se vaya quebrando por la edad. Cantar es hablar, rezar, dos veces. No poner mala cara ante los cantos. Disfrutar su texto.  
  • Disfrutar de la piel: sentir el aire que la roza, sentir el agua cuando nos aseamos, sentir la hermosura de nuestra piel, el órgano más amplio de nuestro cuerpo.
  • Disfrutar de la higiene: no como un deber pesado, sino como la suerte que es disponer de agua abundante, caliente, de productos de higiene personal. Disfrutar de estar limpios.

 

3. Disfrutar de nuestra corporalidad

 

         Porque ya hemos dicho que dentro de nuestro cuerpo hay cosas hermosas de las que merece la pena disfrutar:

  • Disfrutar de nuestras palabras: no sumiéndonos en un silencio sepulcral, ni tampoco siendo unos charlatanes cansinos. Disfrutar de hablar y de escuchar. Disfrutar también del silencio como uno de los lugares donde Dios y el corazón hablan a veces.
  • Disfrutar de nuestros sentimientos y emociones: No ocultarlos siempre, no reprimirlos. Llorar y reír sin vergüenza, como humanos que somos. Hablar alguna vez de lo que sentimos, con confianza, sabiendo que también los otros tienen un corazón que siente.
  • Disfrutar de nuestros anhelos y deseos: de lo que nos gustaría, de lo que quisiéramos para nuestra comunidad, para nuestra Congregación.
  • Disfrutar de nuestros amores: de los que hemos tenido, de los que tenemos. Valorar como un tesoro los nombres que hay en el corazón. Cultivar nuestros amores.
  • Disfrutar de la belleza sencilla, del orden: porque son caminos que nos llevan al gozo. Contribuir de buen grado al orden a que las cosas estén limpias y bien.

 

Estamos llamados al disfrute, a la dicha. El programa de Jesús no es un programa principalmente de penitencia, sino de gozo: “Dichosos”. Hemos sido creados para la dicha y el más grande pecado que hay, en consecuencia, es no haber sido dichoso.

 

He cometido el peor de los pecados 
que un hombre puede cometer. No he sido 
feliz. Que los glaciares del olvido 
me arrastren y me pierdan, despiadados. 

Mis padres me engendraron para el juego 
arriesgado y hermoso de la vida, 
para la tierra, el agua, el aire, el fuego. 
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida 

no fue su joven voluntad. Mi mente 
se aplicó a las simétricas porfías 
del arte, que entreteje naderías. 

Me legaron valor. No fui valiente. 
No me abandona. Siempre está a mi lado 
La sombra de haber sido un desdichado.

 

 

REFLEXIÓN EVANGÉLICA: Mt 11,16-19

 

         «¿A quién diré que se parece esta generación? Se parece a unos niños sentados en la plaza que gritan a los otros:

         Tocamos la flauta y no bailáis,

         cantamos lamentaciones y no hacéis duelo.

         Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron que tenía un demonio dentro. Viene el Hombre, que come y bebe, y dicen: “¡Vaya un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos!” Pero la sabiduría de Dios ha quedado justificada por sus obras».

 

  • Es la gente del descrédito y del descontento la que no acepta ni a Juan ni a Jesús. Gente de la contradicción, porque aprecian la austeridad desde el lado religioso, pero no ven en el profeta austero la propuesta de Dios. Aprecian la solidaridad con el pobre, pero no ven en la compasión cotidiana la solidaridad en la que creen. Plantear el disfrute hace saltar enseguida la oposición de quien dice que eso es hedonismo, relativismo, cuando no pecado. Luego resulta que la raza de los “puros” es pillada en fallos de tal envergadura que nos avergüenzan. Y siguen como si no fuera con ellos, adoctrinando al personal como quien tiene autoridad moral, aunque la hayan perdido. Gente desacreditada y desacreditante por no amar la vida simple y sencilla de quien intenta vivir lo más humanamente posible.
  • Se proponen aquí dos caminos, caminos que podrían coincidir siempre que se tenga claro cuál es el importante y cuál el secundario. El camino de la austeridad y el camino del disfrute. Este segundo es el importante porque lleva dentro la compasión (“amigo de recaudadores y descreídos”, los excluidos de la sociedad). Disfrutar de la vida con los de la parte baja de la pirámide no puede hacerse sino con un corazón lleno de solidaridad, compasión y dignidad para con los frágiles sociales. El camino de la austeridad es importante pero, justamente, al servicio del anterior: austeros para ser más compasivos, más humanos, más sostenibles incluso. Al derroche solamente puede frenarlo la solidaridad compasiva con los frágiles.
  • La acusación de “comilón y borracho” (¡buenos adjetivos!) afecta a la entidad y misión del “hijo del hombre”, del Hombre pleno: la gente del descrédito piensa que eso desdora la pretensión mesiánica de Jesús. Pero, justamente ahí está su valor: él es mesías de “recaudadores y descreídos”, de la gente frágil, de quienes habitan la exclusión. Por eso, queriendo deslegitimarlo, en realidad lo legitiman. No entienden que la propuesta de Jesús está en las “afueras” del hecho social, en los márgenes del sistema. Entender y vivir la propuesta de Jesús en los modos del sistema es incapacitarse para comprender su novedad. Una comunidad cristiana en el sistema se incapacita para entender lo más sugerente del Mensaje de Jesús, su mayor novedad.
  • Las obras justifican la sabiduría de Dios, la verdad y la bondad de la vida de Jesús. Son obras a favor de la persona. Por eso mismo, un tinglado sistémico asentado sobre ideas, velador de las ideas, censor de ideas, excomulgador por ideas, definido por ideas, ofertador de ideas, está aún lejos de la propuesta de Jesús. Hay que mirar las obras, los comportamientos, las maneras de entender la solidaridad, el uso de los bienes, los caminos económicos, los trabajos reales por la justicia, los posicionamientos ante los poderosos opresores, etc.

En definitiva, Jesús es uno que, con su comportamiento amparador y disfrutante con los excluidos, aprueba el curso de amor a la vida y, con ello, avala su oferta de novedad. No ha echado vinagre a la situación de los excluidos, sino amparo y disfrute, aun a costa de la incomprensión y del marcaje al que le somete el sistema establecido, la gente del descrédito y del desencanto.

 

 

 

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DISFRUTES ESPIRITUALES

 

         Continuamos nuestra sencilla reflexión tratando de asumir y disfrutar esta etapa final de nuestra vida como una etapa de fecundidad y agradecimiento. Como se suele decir popularmente, lo malo no es llegar a viejo, sino no llegar. Por eso, aunque las fuerzas mengüen, hay que disfrutar y agradecer haber llegado hasta aquí.

         No dejemos que nuestras limitaciones lo ocupen todo. Que ocupen lo que tengan que ocupar, pero no más. Hay un lugar que ellas no la ocuparán si las contenemos. Una manera de hacerlo es pensar en común.

         Dijimos el día pasado que hemos de tratarnos bien. Eso no significa ser un comodón, sino no dejarnos llevar por la inercia, por la rutina y, menos todavía, por el disgusto. Tratarnos bien es cuidar del otro y dejarse cuidar por el otro.

         Que, por encima de nuestras evidentes carencias, no desaparezca la ilusión. Y para ello, hay que cultivarla. Sin ilusión, aunque sea pequeña, la vida es una realidad muerta.

         Muchas de las cosas espirituales que hemos hecho desde niños las hemos hecho por obligación. Pues bien, habría que superar esa mentalidad: las hacemos por necesidad, por gusto, por disfrute. Es otra mirada.

         Además, estos disfrutes espirituales los tenemos a mano. Es una de las ganancias de la vida religiosa. Nuestra edad adulta es una edad buena para, en la medida de lo posible, disfrutar espiritualmente.

 

A. DISFRUTES ESPIRITUALES:

 

1. Disfrutes orantes:

 

  • Una Liturgia de las Horas paladeada: No solamente “rezada”. Porque no se trata solamente de un rezo que hace parte del horario, sino del disfrute de poder orar juntas, de gustar textos algunos de ellos hermosos, de dar al día un sentido orante. Prepararla lo mejor posible; celebrarla lo mejor posible, como quien gusta de algo agradable.
  • Una Eucaristía siempre deseada: Porque, al hacerla todos los días, el peligro de rutina es evidente. Fijarse en la Palabra de cada día (leerla antes). Estar vivos en la presencia de quien está vivo para nosotros.
  • Una oración personal planificada: No nos referimos a un método concreto, sino a ver qué queremos hacer con nuestros ratos de oración. Tener algún planecillo (por ejemplo, hacer la oración con el Evangelio del día), preparar la oración, estar lo más vivo posible, no desesperarse si la cabeza se nos va a otro sitio, procurar no dormirse.

 

2. Disfrutes del alma

 

  • El silencio que embalsama el alma: A veces al silencio se le teme, porque se puede llenar de fantasmas. Pero si se controla el silencio es reposante, tranquilizante, nos serena por dentro. No habríamos de temerlo, sino que podríamos disfrutarlo. El silencio, tan escaso en la vida moderna, es un lujo al alcance de la mano en la vida religiosa.
  • El gozo de la música: No se nos ha acostumbrado a escuchar música, si es el caso, música religiosa. Pero la música es un gozo para el alma. Basta una pequeña radio, o una emisora en el móvil. Se pone uno los auriculares y se deja envolver por ella. Genera paz y buenos sentimientos. Alimenta el espíritu.
  • La belleza sencilla: Un adorno, un pequeño icono, un cuadrito, una postal hermosa, todo ello puede contribuir a un disfrute, a generar la presencia de alguien o de algo hermoso. Más allá de la belleza de las figuras religiosas, a veces algo ñoñas, está la belleza de muchas figuras que nos pueden aliviar el alma y ser un pequeño signo de disfrute.

 

3. Disfrutes ecológicos:

 

  • La alegría humilde de las plantas domésticas: Plantas que hay en todas las casas. Cuidarlas, mirarlas, seguirles la pista, puede ser un motivo sencillo de alegría y de disfrute. No es cuestión de mero adorno. Es cuestión de sintonía. El Papa Francisco dice «Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su propia experiencia, también destacaba la necesidad de no separar demasiado las criaturas del mundo de la experiencia de Dios en el interior. Decía: «No hace falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o en la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de este mundo. Los iniciados llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los árboles que se doblan, el agua que corre, las moscas que zumban, las puertas que crujen, el canto de los pájaros, el sonido de las cuerdas o las flautas, el suspiro de los enfermos, el gemido de los afligidos…» (Eva De Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie du soufisme, Paris 1978, 200): LS’ nota 159.
  • Los árboles, nuestros familiares: Viven muchos de ellos más que nosotros. Estaban antes y se quedan después. Viven el ritmo de las estaciones mejor nosotros. Son generosos: nos dan alegría, sombra, frutos, disfrute. Por qué no mirarlos, amarlos. Cuánta gente en prisión grita aquello de “decidme cómo es un árbol” de Marcos Ana.
  • La mirada al cielo: Y sus formas cambiantes, las nubes, el azul, la niebla. Mirar al cielo es una forma simple de elevar el alma, de disfrutar de la sorpresa de los días que cambian. Mirar al cielo para saber que aunque somos poca cosa los humanos, somos parte de un increíble mecanismo de muchos mundos, de muchos universos que se mueven a velocidades de vértigo. Para agradecer, admirarse y disfrutar.

 

4. Disfrutes ideológicos:

 

  • El disfrute de la lectura que nutre y acompaña: Porque el mundo sin libros sería muy triste; porque sin lectura sencilla nuestra alma se secaría. No leer nada es como secarse, de no ser que leamos realidades y no libros. Quizá se nos inculcó el amor al trabajo y menos el amor a la lectura. Pero, a nuestra edad, no deberíamos dejar pasar un día sin leer algo.
  • El disfrute del cine: Que es otro modo de leer, de “ver” lecturas. Hay películas que nutren el alma; hay documentales que enseñan mucho y nos hacen admirar el mundo; hay entrevistas de las que aprendemos mucho del corazón humano. De esto tendríamos que ver más. Y quizá un poquito menos de pasatiempos televisivos que alimentan las zonas oscuras de la persona.
  • El disfrute de buenos programas religiosos: Al estilo de “pueblo de Dios” o similares. No solamente para alimentar la religiosidad, sino nuestra fe y nuestra vida cristiana en este momento de la sociedad, nuestro ser Iglesia amplia, mundial.

 

B. ACTITUDES PARA DISFRUTAR ESPIRITUALMENTE:

 

1)   Otra mirada: La de quien aún está “vivo”: una mirada interesada, inquieta, buscadora, que se pregunta, que se admira. Mirar con interés lo que pasa y lo que nos pasa. No bajar la persiana, no cerrar los ojos porque ya nada me interesa.

2)   Buen deseo: Tener una cierta apertura; dejar que las cosas entren debajo de la piel; seguir emocionándose como cuando teníamos menos años; no creer que ya nos lo sabemos todo, que no hay nada que me pueda evocar algo.

3)   Apertura constante: Porque cerrarse es impedir el disfrute espiritual. La adultez tiende a una cierta cerrazón. Hay que controlarla. Es preciso estar dispuestos a cambios que, en general, nos benefician. La tozudez de la cerrazón no lleva a nada.

4)   Disfrutar de lo común: Ya que se tiende a disfrutar solo de lo propio. Pero eso se acaba pronto. Sin embargo, el disfrute común es un filón. No habrá que fugarse a lo privado frente a las alegrías comunes.

5)   Pasar por alto los pequeños fallos: Si nos enredamos en esos fallos, si los aumentamos, si los guardamos mucho tiempo, si no tenemos agilidad para pasarlos por alto, la vida se empequeñece y se hace desagradable.

6)   No enredarse en devociones: Ir a lo sustancial de la fe, ser constante en trabajar los aspectos importantes (la eucaristía, la oración, la espiritualidad). No dejarse atrapar por cuestiones religiosas secundarias que no apuntan a los núcleos del Evangelio.

7)   Tener algún hobby espiritual: Pintar, coleccionismo, actividades manuales, escribir, etc. Todo aquello que hace relación a lo de dentro, a lo bello, a lo que nos causa placer espiritual. Si no, la vida tiende a hacerse sosa.

 

3. Certeza espirituales:

 

  • Dios te acompaña: En cualquiera de las circunstancias de la vida. No estamos dejados de la mano de Dios; él no nos deja nunca. Siempre está con nosotros.
  • Jesús te sostiene: Es su oficio: dar vida porque nos ama. Sostenidos por él en nuestra fragilidad, fuertes en su fortaleza.
  • El Espíritu sopla donde quiere: Las cosas no son siempre igual, pueden cambiar. El Espíritu usa mediaciones para irnos llevando a caminos de dicha.
  • La comunidad fraterna es nuestra casa: Allí donde, a pesar de nuestros fallos, se nos ama, se nos sostiene, se nos ayuda, se nos acompaña.
  • El mundo es casa y cuerpo de Dios: Porque él necesita un cuerpo para amarnos; somos nosotros ese cuerpo a través del que Dios nos ama.

 

Conclusión:

 

         La edad adulta es una edad buena para, más allá de nuestras limitaciones, ser personas espirituales y disfrutar de nuestros caminos espirituales sencillos. Si no se disfruta de la espiritualidad, si se la reduce a prácticas religiosas, si caemos en la rutina, la vida se empobrece. Si gozamos de nuestros pequeños trabajos de fe podemos dar a nuestros días otro color, el color de las realidades hermosas.

 

REFLEXIÓN EVANGÉLICA: Jn 14,23

 

         “Uno que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él”.

 

  • Estamos, posiblemente, ante el texto más importante de toda la espiritualidad joánica, aunque la narración culmine en la resurrección. Es fácil entenderlo materialmente, pero hay que hacer un trabajo espiritual para entenderlo en su profundidad.
  • ¿Cómo saber en realidad qué lugar ocupa Dios en la vida del creyente? Dice san Juan que hay que poner a tono “la radio” para captar bien la onda: una relación hogareña con Dios (en el hogar de mi Padre); hay que lanzarse al camino que es Jesús (yo soy el camino), quien hace tal, se topa con el Padre (ha visto al Padre); Jesús ora por nosotros (lo que pidáis, lo haré).
  • Solo entonces se puede entender el mensaje central: el Padre y Jesús han tomado una decisión de vértigo: abandonar su cielo y venir al fondo de la vida. El cielo está en el interior de la historia, en lo profundo de la vida. Dios es el cimiento de la existencia, el fundamento del ser, la fuente del amor.
  • De tal manera que nuestra vida nunca está sola, Dios no nos deja jamás de su mano. Otra cosa es que nosotros lo veamos o no (porque a veces las angustias de esta vida velan su presencia). Él siempre está. Nuestra vida habría de ser más sosegada, más tranquila, más relajada, hasta físicamente.
  • Incluso aún: Dios se sitúa en el lugar de nuestra mayor necesidad, en ese fondo, sótano frío, donde anida nuestra humanidad. Dios pone ahí su morada simplemente porque ese es el lugar de nuestra mayor necesidad.
  • Estas son las grandes certezas de nuestra espiritualidad. Ahí es donde habría que situarse. Esta es la mística básica de la experiencia creyente. No habría que andar en aledaños, sino situarse en este centro.

 

 

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DISFRUTES CARISMÁTICOS Y SOCIALES

 

         Estar jubilada no es, sin más, situarse en la cuneta de la vida. No significa que haya que “bajar la persiana”. La etapa final de la vida es eso, una etapa de vida, con sus limitaciones y sus posibilidades. Para sentirse vivo hay que llenarse de vida, no solo de las propias preocupaciones. Por eso hay que mirar a la vida, a lo que ocurre, aunque nuestra mirada sea un tanto “desde lejos”.

         Por eso mismo, no habría que perder interés por lo que ocurre. Habríamos de conservar el deseo de una sosegada información. No se trata de estar a la última novedad. Pero sí alimentar el interés por lo que ocurre en la Iglesia, en la Congregación, en la sociedad. A veces, basta con leer un artículo en una de las sencillas revistas que llegan a casa (Vida Nueva, Ecclesia, etc.).

         Aun en la lejanía, podemos contribuir al ánimo de quienes están en la trinchera de la misión: una carta, un guasap, una llamada de teléfono. Manifestar la cercanía es un ánimo impagable. Muchos proyectos de misión terminan por apagarse debido a la “sequía de cercanía fraterna”. Es muy difícil aguantar en la trinchera de la misión sin sentir el aliento de quienes está detrás.

         La misma oración es algo bueno porque nos recuerda que se está haciendo la obra de misión y porque creemos en el amparo de la plegaria. Rezar por la Congregación (no solamente en ocasiones importantes: Capítulos, Unificaciones, etc.) en lo cotidiano. Traer a la oración los proyectos de misión que, en este momento de nuestra vida nos parecen más importantes. Todo ello contribuye a la misión cristiana que no es solamente actividad evangelizadora sino una manera de ser en la Iglesia.

         A la base de todo, esta clase de vivencias supone el disfrute común, el disfrute congregacional y social. Si no salimos de nosotras, si nosotras somos el único mundo y la única preocupación, al final no encontraremos sentido a la obra carismática. Y en ese caso, ¿dónde queda nuestro anhelo primero de vivir la misión en comunidad?

 

  1. 1.   Disfrutes carismáticos

 

Son aquellos que derivan del carisma de la misión y en un segundo plano, aunque importante, del aprecio al misterio de la Eucaristía.

 

  • La misión que está viva: La presencia de las Congregaciones sigue viva, aunque ahora se extiendan por otros países del mundo. Las obras sociales que se llevan entre manos no descienden ni número ni en calidad. Es decir: se está haciendo la misión. Por suerte, ésta no se acaba con nuestra jubilación. Es para alegrarse y sentir ánimo. Lo sembrado va produciendo su fruto.
  • Estando aquí, estamos allá: Ahora, por nuestra edad, tenemos que estar aquí. Pero, de alguna manera, espiritualmente, cordialmente, fraternamente, podemos estar allá. No perdamos el contacto. A veces, una pequeña conexión nos hace sentirnos unidas. Del mismo modo que antes se trabajó allá, ahora se ora por allá, se colabora algo con ellos, aunque sea con cercanía. Sufrimos con sus sufrimientos y disfrutamos con sus logros. Aunque sean suyos, de alguna manera son nuestros.
  • Disfrutar con la vida de los lugares vivos: Porque podemos llegar a pensar que, al no estar nosotros allá, esos lugares están “muertos”. No, nuestra “muerte”, nuestra retirada, es parte de esa vida. Porque sin lo que se dio no podría ser lo que ahora se es. Hay que gozarse en la evidencia de que lo que ahora es la Congregación de buena y positiva es debido, siquiera en pequeña parte, a lo que una buenamente hizo. Os veis en ellas por lo hecho en su momento.
  • Disfrutar con la humilde eucaristía vivida en carisma misionero: Porque la Eucaristía es el vigor de la misión, de quien está en activo y de quien está jubilada. Una Eucaristía humilde y sencilla pero deseada y disfrutada es un verdadero acto de misión, para quien está en la brecha (que igual no puede tenerla como nosotras), y para quien está aquí.
  • Disfrutar de la oración al amparo de la Eucaristía: Algo que se puede hacer fácilmente en esta etapa de jubilación. Llevar a la Eucaristía las inquietudes misionales de la Congregación (prez en vísperas), llevar las propias inquietudes a esa oración. No cansarse de orar, con nombres y apellidos, por las hermanas que están en la brecha. Lo sientan o no, la oración silenciosa ante Jesús es un apoyo de fondo.

 

  1. 2.   Disfrutes sociales

 

Ser religiosa no conlleva la pérdida de la ciudadanía y sus responsabilidades. Por eso, se puede disfrutar con la sociedad de la que hacemos parte, aunque seamos miembros “pasivos” por nuestra situación de jubilación.

 

  • Disfrutar del amor social: Que es una variante hermosa del amor. ¿Podrá la VR creer que el amor social, el amor a lo público, el sueño que anida en el fondo, oscuro muchas veces, del amor político pueden enseñarle el camino de la fraternidad básica? ¿Menospreciarán los religiosos/as el amor político, aquel que Gandhi apreciaba tanto, por el evidente hecho de que va envuelto y mezclado a un magma de pasiones? ¿Nos autosituaremos al margen del pulso social siendo así que toda la ciudad, nosotros incluidos, late con un mismo corazón?
  • Disfrutar con la gente de bien: Una lectura sesgada del hecho social puede llevarnos a creer que en nuestra sociedad es mayoría el número de personas que van a lo suyo, cuando no decididamente negativas, y aun malas. Esto es cuestionable: en nuestra sociedad es amplio el número de personas que están por el bien. Los signos de bondad, si se lee bien el hecho social, abundan y son cercanos. Por eso, aunque nos parezca que el mal es profundo, el bien lo es mucho más. Esta certeza habría de llevarnos a resistir tenazmente en el lado de la ciudadanía que está por el bien. Si los cristianos nos alejamos de ese ámbito, nos alejamos del camino marcado por aquel que “pasó haciendo el bien” (Hech 10,38).
  • Disfrutar de los servicios sociales: Sobre todo del de sanidad. Porque es verdad que hay que mejorar mucho, pero básicamente nuestra atención sanitaria está asegurada. Disfrutar de la oferta cultural de la ciudad, aunque no podamos participar; saber que una ciudad con cultura es más saludable. Disfrutar de las zonas verdes de la ciudad, aunque no podamos usarlas; tener por cierto que los jardines y zonas de recreo humanizan, como dice el papa Francisco: «¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué humanas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!» (LS’ 152).
  • Disfrutar de la paz social: Porque aunque haya problemas, la nuestra es una sociedad en paz. Desde hace casi un siglo no hay conflicto bélico en nuestra sociedad. Como nunca había ocurrido. Creer que vivimos en una ciudad en paz, aunque haya fallos. Puede ser que no podamos pisar la calle, pero sabemos que, en general, nuestras calles son lugares de paz. Podríamos orar con aquella oración: La  calle es tu casa, Señor. Caben todos en ella, no solo los automóviles, autobuses y camiones. También, por las aceras, los viandantes, las bicis, los patinetes. Caben todos porque la calle es como tu amor. Cabes tú también, Señor, porque donde estamos nosotros estás tú. A veces tenemos demasiada prisa y parece que nadie se detiene ante nadie. Pero, por suerte, y en general, en nuestras calles se puede andar tranquilo. Y más que iríamos si te viéramos en los rostros de cada persona con la que nos cruzamos.
  • Disfrutar de la tolerancia social: Pues aunque haya muchos rifirrafes, básicamente estamos aprendiendo a respetarnos y a tolerarnos. Nunca habíamos conocido niveles tan altos de tolerancia, aunque aún quede mucho por hacer. Estamos logrando algo de aquella amistad cívica de la que hablaba la filósofa Adela Cortina: «La amistad cívica sería más bien la de los ciudadanos de un Estado que, por pertenecer a él, saben que han de perseguir metas comunes y por eso existe ya un vínculo que les une y les lleva a intentar alcanzar esos objetivos, siempre que se respeten las diferencias legítimas y no haya agravios comparativos».

 

Conclusión:

 

         En definitiva, y aunque de manera restringida y “menor”, la edad adulta no es tiempo para echarse a la cuneta, sino, para habiendo tenido que dar un paso atrás por la edad, seguir estando, espiritualmente y humanamente, en esos lugares donde bulle la misión y hormiguea la sociedad. Contrarrestar esa sensación de que, por ser mayor, estoy fuera de juego. Es cierto que ya no estamos en primera línea, pero estamos con lo que vive, en las lides de la vida, aunque nuestra presencia sea moderada y oculta. Eso nos ha de llevar a disfrutar con modestia de nuestro ser hermanas y de nuestro ser ciudadanas.

 

 

REFLEXIÓN: Mc 3,13-14

 

“Subió al monte, convocó a los que él quería y se acercaron a él. Entonces constituyó a doce, para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar, con autoridad para expulsar demonios” (Mc 3,13-14).

 

  • Hay muchos indicios en los evangelios para ver que Jesús tuvo un fuerte conflicto familiar, quizá por haber empezado tarde a ir de pueblo en pueblo (33 años eran entonces tener toda la vida hecha). Su familia creía que había perdido el juicio (Mc 3,21), la figura del padre no hace parte de la promesa del reino (Mc 10,30), el ser llamado hijo de María algo indica (Mc 6,3). El que trasladara su residencia a Cafarnaún no es solo signo de conflicto con su pueblo, sino con su familia que vive en ese pueblo, su clan familiar, por modesto que fuese (Lc 4,31).
  • No ha de extrañar que Jesús se buscase una familia subrogada, la de “los que cumplen el designio” (Mc 3.35). Por eso, la elección de doce tiene como primera finalidad “que estuviesen con él” (Mc 3,14). Los necesita no tanto para la predicación sino por causa de la relación, por causa del mero amor.
  • Podría haberlos reenviado a su pueblo porque, muchas veces, más que ayuda eran un estorbo. Incluso un obstáculo serio (Mc 4,36). Pero nunca los rechazó. Los comprendió hasta mantenerles su apoyo, aunque fallasen (Lc 22,32), aunque lo dejasen solo (Jn 16,32). Los necesitaba porque los amaba y porque le amaban (“los que lo habían amado desde el principio”, dice F. Josefo).
  • La experiencia creyente de Jesús tiene como cimiento antropológico una vivencia relacional, comunitaria, de grupo al que se ama y en el que se está inserto. La pretensión de una fe cristiana comunitaria no está en la mera eficacia, sino en la certeza de que el amor relacional es la base antropológica del evangelio. Sin esa relacionalidad el evangelio carece de cimiento.
  • Todo esto indica que apearse de la relacionalidad, carismática o social, además de empobrecernos como personas, nos desliga de Jesús. Una buena seguidora de Jesús ha de cuidar su relación carismática y su relación social. Y ello, lo repetimos, no solamente por salud humana, sino también para ser seguidoras de un Jesús que, para ser él mismo, necesitó relacionarse con todos.

 

Conclusión:

         Ser persona espiritual no es solamente rezar mucho. Es, más bien, tener un interior iluminado, una vida lo más saludable posible, una relación bondadosa con las personas. Ojalá estas sencillas reflexiones de estos días hayan contribuido un poco a ello. De cualquier manera, que sepamos que Jesús acompaña nuestro caminar. Que eso nos dé sosiego y alegría.

1 comentario

Teresa -

Maravillosa propuesta la de no privarse de pasar un buen día TODOS LOS DÍAS. Después de todo solo tenemos una vida y no, no es "un valle de lágrimas"

Gracias por proponer tantas formas de disfrute: físico, sensorial, espiritual, al alcance de todos.

Novedoso para mí lo que se refiere a la relación de Jesús con los doce, cuya elección "tiene como primera finalidad que estuviesen con él... Los necesitaba porque los amaba y porque le amaban"

Bien por la conclusión final. Todo un norte al que apuntar cada día.