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"Cuantos lo tocaban, obtenían la salud" (Mc 6,56)

 

            “CUANTOS LO TOCABAN, OBTENÍAN AL SALUD” (Mc 6,56).

La misericordia de Jesús ante el sufrimiento ajeno

 

            Hace años la ONG Médicos Sin Fronteras ideó una ingeniosa campaña para colaborar en la lucha contra ciertas enfermedades raras. A la tal campaña se le puso el título de “Pastillas contra el dolor ajeno”. Se trataba de dar un euro por una cajita de pastillas de caramelos de menta. Con ese pequeño donativo, se ayudaba a la lucha contra las dichas enfermedades. Cuando se acude a la farmacia, se compran pastillas para el propio dolor o para el de los más próximos. No tiene sentido comprar medicamentos para el ajeno; no tiene sentido perseguir la curación del ajeno, de no ser que el tal ajeno llegue a ser prójimo y cercano.

            Esto ocurre con Jesús de Nazaret: salió a los caminos para aliviar, acompañar, curar el dolor ajeno. Esa fue la escuela de su mesianismo. Efectivamente, Jesús no es Mesías por elección divina, sino por contacto con la pobreza humana. En sus andanzas por las aldeas de Galilea curando, consolando y acompañando estaba construyendo el “por eso Dios lo exaltó” que Pablo constatará más tarde (Filp 2,9).

            Hablar de “curar” en los relatos evangélicos es entrar en un mundo distinto del nuestro a la hora de entender los problemas de salud. En tiempo de Jesús, la medicina técnica de la que ahora gozamos era prácticamente inexistente. Un ciudadano de a pie de hoy sabe más de medicina que el mejor de los médicos de la época de Jesús. Por eso mismo, decir que Jesús “curaba” es decir algo muy distinto a lo que hoy queremos significar cuando afirmamos “tal médico me ha curado”.

            Y es que en la antropología del NT hay que distinguir entre enfermedades y dolencias. Aquellas son disfunciones biomédicas que afectan a un organismo, mientras que estas son estados devaluados del propio ser que afectan a una persona cuando el entramado social en que se mueve se ha venido abajo o ha perdido significado. La dolencia es un asunto social, una desviación de las normas y valores culturales. Huelga decir que es desde ahí desde donde los evangelios enfocan en tema de las curaciones de Jesús.

            Por otra parte, queda fuera de duda que Jesús ejerció esa medicina popular y social propia de la época en las capas sociales empobrecidas. “Es un profeta lleno de espíritu, que vence a los espíritus inmundos, cura diferentes dolencias y devuelve a la gente al lugar que ocupaban en la comunidad. Jesús se relaciona no tanto con enfermedades cuanto con dolencias” (B. J. Malina). Por eso mismo, leer los relatos de curación desde una perspectiva histórica simplista es la peor de las formas de interpretarlos.

            Al tratar este tema siempre quedará un punto en el aire: curanderos al estilo de Jesús tenía que haber muchos en tiempos de Jesús dadas, como decimos, las “tinieblas” en las que estaba el tema médico. ¿Cómo y por qué las primeras comunidades vieron precisamente en las curaciones de Jesús la llegada del reino de Dios? ¿Por qué las otras curaciones, que las habría más “milagrosas” incluso que ellas no suscitaron en el ánimo de las comunidades el olfateo de la venida del reino? ¿Sería porque, además de ser curados, social y quizá físicamente, se percibía de algún modo la misericordia de un Dios cercano a la gente, interesado por las dolencias del pueblo humilde, solidario con las angustia, físicas y sociales, que afectaban a los empobrecidos?

            Desde ahí se puede proponer el tema de la misericordia de Jesús como prioritario, anterior a toda dogmática. “De Jesús impacta la misericordia y la primariedad que le otorga: nada hay más acá ni más de ella, y desde ella define Jesús la verdad de Dios y del ser humano” (J. Sobrino). De ahí que hablar de curaciones es, definitiva, hablar de misericordia, de eso primario que es necesario para entender la vida y para entender a Dios.

            Por lo demás, la obra curativa de Jesús puede ser entendida como un resumen de todo el Evangelio. Así lo hace el mismo evangelio en sus sumarios (Mc 54-56); así lo quiere hacer ver Jesús a sus propios discípulos (Mc 3,15). Resumir el Evangelio en el término “curar” no es un reduccionismo, sino que en él se concentra todo el hacer salvífico de Jesús, en su horizontalidad histórica y en su verticalidad espiritual.

            Queremos proponer, a modo de ejemplo, un breve itinerario bíblico sobre las curaciones de Jesús como respuesta al sufrimiento humano en el evangelio de Marcos. Como queda dicho más arriba, el enfoque será desde la dolencia más que desde la enfermedad: condiciones humanas socioculturalmente anormales que son reorientadas.

 

1. Curación del sufrimiento que conllevan de las ideologías opresoras (Mc 1,29-31)

 

            El breve relato de la curación de la suegra de Simón, leído historicistamente no tiene mucho sentido: no es una gran maravilla curar de una simple fiebre. Los remedios caseros para bajar la fiebre son incontables. Es preciso leer el texto con otra profundidad.

            El texto viene a continuación del relato de la curación de un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaún (1,21b-28) que ha terminado con una pregunta de “desconcierto” (1,27), el desconcierto de quien está en contra. El intento de Jesús de liberar a un atrapado por mecanismos inhumanos termina en fracaso.

            La vocación de Jesús de curar al pueblo la lleva a un nuevo intento. Esta vez en casa de “Simón”, nombre judío, en la boca misma del lobo, en el ámbito de quien le rechaza. Además, se lleva a Santiago y Juan, el ala más recalcitrante del judaísmo, el sector más refractario a los planteamientos del reino (1,29).

            La “suegra de Simón”, el entorno de Pedro, aquello que está en el marco del afecto, todo el judaísmo, está en cama con fiebre (1,30a). Una realidad inficionada por la fiebre de una manera continua, “febricitante” (pyressousa), siempre con fiebre, una fiebre que nunca abandona a esa realidad, una fiebre contínua.

            Fiebre y fuego se dicen se dicen en griego de la misma manera (pyr), como en castellano afirmamos de un niño que tiene mucha fiebre “este niño está ardiendo”. El entorno de Simón está lleno de pyr. El hombre del “fuego” es en el AT el profeta Elías, profeta muy apreciado en el bajo judaísmo (1R 18,38). El entorno de Simón, su suegra, tiene el mismo pyr de Elías, la fiebre del yahvismo que, en tiempo de Jesús, está muy mezclada al nacionalismo político.

            Alguien habla a Jesús de esto: “le hablaron de ella” (1,30). El impersonal da a pensar que es alguien ajeno al grupo, alguien, incluso, proveniente del paganismo, un compasivo que percibe que el camino del mesianismo no lleva a nada.           

            Jesús “se acerca-la coge-la levanta” (1,31a). Es como una nueva creación, algo que proviene de la misericordia (se acerca), de la total cercanía (la coge), del afán de hacer una persona nueva (la levanta). El “milagro” se da: se pasa de esa fiebre nacionalista al servicio, la realidad más opuesta que se pudiera pensar (“se puso a servirlos”: 1,31b).

Los grandes sufrimientos que el nacionalismo político ha inferido a Israel se curan con el servicio. Toda ideología opresora se desvanece cuando se la va sustituyendo por el servicio. ¿Podrá hacer el evangelio esa formidable obra de curación-reestructuración en la persona? Si se propone, es que hay posibilidad de ella. Así, la misericordia de Jesús contribuye a la reorientación de la persona y de la misma sociedad cuando la aleja de las ideologías opresoras.

2. Curación del sufrimiento de la exclusión (Mc 3,1-7a)

 

Los sistemas religiosos experimentan un fenómeno absolutizador: lo que no entra en sus parámetros queda cuestionado, quien no acepta el bloque compacto de la legalidad queda excluido. Con ese fenómeno se ha topado Jesús; él ha querido relativizar ese presupuesto y lo ha hecho mostrando una mirada comprensiva con quien sufre la exclusión del sistema.

Algo de eso se observa en el relato de la curación del hombre con el brazo atrofiado (Mc 3,1-7a). Hay que decir, de entrada, que la crítica a la norma que excluye no se hace sin precio. Se puede observar que la escena hay un desafío a uno que relativiza el sistema y con ello el honor en el que éste cree que se halla instalado. Por eso se respira un clima de sospecha, de “acecho”, para elaborar ulteriores “acusaciones”.

La orden de Jesús contiene una indudable intensificación verbal: “levantarse” (egeire) alude, de algún modo a una plenitud “resurreccional”. “Ponerse en medio” indica una plenitud social (3,3a). Le habían dicho al hombre aquel que su deficiencia le excluía de la sociedad. Jesús le restituye socialmente “en el medio”, en el centro de la realidad. El sistema excluye, Jesús cura incluyendo. Su misericordia es socialmente restauradora. Y ello no en base a una supuesta caridad, sino a la más estricta justicia: el pobre debe estar en medio.

El argumento de curación es sin fisuras: ¿No es el sábado un día en que se contempla al Dios creador de bondad? Entonces, ¿se va a hacer el mal en sábado? ¿Dejar de hacer el bien, excluir, no es una perversión de la realidad del Dios bueno? ¿Dejar de lado la misericordia por contemplar al Dios misericordioso en modos legales no es una anomalía absoluta? (3,4).

Es preciso medir bien la “ira”, la indignación de Jesús (3,5a). Quizá la misericordia social para por la recuperación de la indignación. Sin ella no se puede aprestar uno a tomar una deriva distinta a la del sistema.

Por todo ello, cuando Jesús dice al hombre “extiende el brazo”, aunque literariamente se refiere al brazo bueno, especularmente podría entenderse que está hablando del brazo atrofiado: desarrolla las potencialidades que tienes, ser débil no es motivo para la exclusión sino, justamente, para lo contrario (3,5b). Así funciona la misericordia de Jesús ante el sufrimiento humano, como una propuesta de justicia restauradora.

La fuga de Jesús “en dirección al mar” como salvaguarda de su acción liberadora está hablando de ese lugar, el “mar” (el Mediterráneo), donde, lejos de los sistemas religiosos que engendran exclusión, haya posibilidades de entender la obra de inclusión a la que está llamada la historia (3,7a).

 

3. Curación del sufrimiento del desamparo (Mc 5,24b-34)

 

            Para el sistema, la persona no cuenta. Nunca engendra aparo y, cuando más lo necesita uno, se le deja tirado en el camino. Para lo establecido, las personas son piezas de recambio que, una vez utilizadas, ya no sirven y son desechadas. El poder estruja a la persona, le saca todas sus posibilidades y, terminado esto, la arroja lejos del sí.

            Algo de esto hay como trasfondo del relato de la curación con flujos de sangre, personaje significativo del total desamparo (5,24b-34). Efectivamente, el personaje reúne todas las notas que le llevan al desamparo social: es mujer, lleva doce años con flujo (doce años: ciclo terminado), ha sido robada por los médicos. Al no mencionarse ningún familiar, ningún go’el, se ve que es una mujer sola. Es la marginación absoluta, el desamparo en estado puro (5,25-26).

            El tema de los flujos de sangre es el escollo insalvable, ya que una persona así era considerada impura, con el consiguiente extrañamiento de la comunidad. Por eso, “tocar” era violar las leyes de la pureza. Si ya el simple hecho de tocar a un hombre en público está censurado por la ley y la costumbre, el hacerlo desde la impureza aumenta el descaro (5,27-28).

.           Tocar “el manto” es, en la antropología hebrea, participar, siquiera modestamente, del “espíritu”, de la persona que lleva el manto (2R 2,9). La mujer aspira a la curación por la asimilación del espíritu de Jesús, de su ser misericordioso. Quizá no busca tanto la curación física, cuanto una curación que, por la obra de un hombre compasivo, le pueda decir que, sea como sea, esté como esté, sigue contando con el amparo social, que no es una marginada marcada por la exclusión.

            Es preciso percibir que la persona de misericordia que es Jesús es alguien que se deja “apretujar” (5,31). No es posible el ejercicio de la misericordia social desde la lejanía, desde la asepsia del despacho y  sus discursos. Solamente en el camino donde hay polvo y apreturas se puede desvelar el rostro misericordioso del Padre que empara a todos.

            El temblor de la mujer hace referencia a la posibilidad de que el hombre le rechace, cosa que no ocurre. Más bien es lo contrario: la marcada por el desamparo es una “hija” de Abrahán, verdadera hija, ya que su situación física la hace ser merecedora de un amparo mayor (5,34)

La mujer ha encontrado en Jesús el amparo que le negaba la legislación y la misma moral consuetudinaria. El verdadero milagro es percibir en el fondo del frágil la verdad de su dignidad. Demuestra así el evangelio que hay más fuerza en el corazón de la debilidad que en el del poder. La de Jesús es una misericordia social que engloba y cura a la persona y a la sociedad.

 

4. Curaciones que abren a la madurez (Mc 5,35-6,1)

 

            Las curaciones de Jesús donde hay de por medio un niño contienen sugerencias antropológicas que apuntan al tema de la madurez, no solamente y quizá no principalmente al tema de la enfermedad. Este parece ser el caso de Mc 5,35-6,1. Las dificultades que plantea la madurez al sistema se verifican al ver que el relato pone como testigos de lo que va a ocurrir a “Pedro, Santiago y Juan”, el ala derecha, el sector más recalcitrante del discipulado (5,37). Son personajes con alta carga significativa.

            La demostración de que esto es así se confirma cuando se percibe la gradación de la niña actante del relato. La primera fase es la de ser “hija”, vocablo que indica afecto y dependencia (5,35). La segunda es la de ser “chiquilla” (5,39.41), vocablo que indica dependencia sin afecto especial. Para terminar en “muchacha” (5,41), que indica independencia y no niega el afecto.

            Ese término, “muchacha”, indica la mujer casadera con todos los derechos civiles. El padre no termina de dar ese contenido a la relación con su hija. La misma sociedad considera aún “chiquilla” a quien tiene ya el poder de construir un hogar nuevo, dado que los doce años era la edad de mayoría civil para las mujeres. Jesús propone el reconocimiento de la persona en toda su altura.

            Es decir, estamos hablando de un tipo de curación existencial: cómo reconocer la madurez como un derecho social y humano que conlleva una serie de consecuencias organizativas. Cómo salir de parámetros de dependencia y dominio para percibir el perfil de la persona libre y adulta que se encierra en toda realidad humana.

            La insistencia de Jesús de que “den de comer” a la niña está diciendo que se devuelve a la comunidad la persona reconocida como adulta (5,43). Eso constituye un beneficio para ambas.

 

5. Curaciones que ofrecen alternativas (Mc 6,54-56)

 

            El sumario con el que se confirma el éxodo mesiánico de Jesús, sumario de curaciones, atesora matices que indican que la respuesta de Jesús al sufrimiento ajeno es algo más que el mero curar físico (6,54-56).

            Jesús recorre “toda aquella comarca” (6,55a). Es el suyo un afán a la hora de hacer la oferta, una búsqueda, un andar tras las huellas de quien sufre necesidad. Es él quien ofrece la curación, algo anterior a la búsqueda de quienes lo pasan mal.

            El transporte en “camillas” describe las esterillas que utilizaba la gente pobre para dormir. Las curaciones son, pues, ofertas, al lado débil de la sociedad. La expresión “los débiles, los sin fuerzas” (mejor que “los enfermos”) está indicando que la debilidad cerca de toda persona. La alternativa se amplía, es para la persona en necesidad, realidad antropológica elemental (6,55b).

            Los afanes curativos de Jesús se vuelcan en las “aldeas-pueblos-caseríos” (6,56a). Es posible que se quiera decir que se agotan los lugares habitados. Pero la opción rural de Jesús tiene también un trasfondo ideológico: las aldeas son el reducto del nacionalismo, allí donde se refugian las ideologías más extremas. Jesús vuelca ahí su capacidad curativa, puesto que su oferta va justo en la dirección contraria: ofrecer alternativas de vida a todo el mundo.

            Tocar el borde del manto es, como en el caso de la mujer de los flujos de sangre, un modo de participar en el espíritu, en el planteamiento profundo de Jesús (6,56b). es decir, la curación apunta a un modo alternativo de vida, a la posibilidad de vivir de una manera distinta. Así Jesús hace visible el rostro del Dios de la misericordia que ofrece posibilidades de vida a todo camino humano y desvela también la fe humana en el valor de todo ser viviente porque con la vida se le dan los posibles caminos que apuntan a una vida en plenitud.

 

6. Curaciones de cegueras estructurales (Mc 10,46b-52)

 

            Cegueras estructurales son aquellas que estando ahí de forma compacta uno no las ve. Es, como decía Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera”: «Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegosciegos que venciegos que, viendo, no ven». También lo viene a decir Mt 13,13. Esta ceguera afecta a las estructuras sociales. Y, por ello, con frecuencia, se vuelven inhumanas.

            La ceguera estructural está reflejada en nuestro texto en la disputa que antecede: quién iba a ser el más grande (10,32-34). Van camino de Jerusalén, el camino de la entrega de Jesús, y los discípulos andan enredados en el tema del poder. Son ciegos que no quieren ver.

            Por eso, el personaje de Bartimeo, es especular: refleja la ceguera de quienes habitan en la ceguera del poder deseado, en la lejanía de la espiritualidad de la entrega. El que está al “borde del camino”, son quienes van en camino a Jerusalén (10,46b). El que ofrece al viandante su pobreza no es tanto Bartimeo, sino el discipulado y quien piensa como ellos. Esa es la dura lección de Jesús a quienes caminan en dirección a Jerusalén con él.

            La expresión “¿Qué quieres que haga por ti?”, en toda su sencillez y profundidad, es la gran pregunta de la misericordia (10,51). No solamente deja ver la generosidad de quien, pudiendo hacer algo, está dispuesto a hacerlo y lo hará. Sino que apunta el perfil de un Dios que hace por la persona “todo lo que puede” en los parámetros del hecho histórico. Es la misericordia de Dios derramada a través de la luz que aportan las personas para paliar las cegueras estructurales, personales y sociales.

            Cuando uno se ve iluminado en sus cegueras estructurales, le “sigue por el camino” (10,52). Ha aprendido ese tal que la obra de iluminación que no pueda hacer en sí mismo y en su entorno es un trabajo que se suma a las curaciones del mismo Jesús.

 

Conclusiones

 

            ¿Qué se deduce de todo esto? “Tocar” a Jesús para ser curado por él no es un acto mágico ni pasa, a través del tacto, un efluvio magnético. Se trata de “tocar” su espíritu de misericordia, su arrojo para afrontar las enfermedades sociales. Y de alguna manera, tocando a Jesús misericordioso, se toca al Dios de misericordia que se revela en él.

            Como conclusión de la lectura de algunos de los textos en que Jesús se hace misericordia entrañable de Dios ante el sufrimiento humano proponemos estos asertos:

1)      Es preciso intentar leer los relatos evangélicos de forma adulta superando el mero historicismo que los empobrece. Si se logra esa otra lectura, el sentido y la misma vida se iluminan. Pues “nadie recorrería las sendas del pasado, si no subyaciese a ese recorrido el irrefrenable deseo de reconocer, en él, todas aquellas semejanzas que nos llevan a entender nuestra situación y a aprender de otras experiencias” (E. Lledó).

2)      Desde ahí puede ser muy útil el hacer una lectura social de los textos, relativizando el primado y la absolutización de la lectura espiritualista-moralista. De hecho, la propuesta de Jesús no es, en los evangelios, una propuesta religiosa, sino social, una propuesta para la vida. Por eso, leer los relatos de curación desde una perspectiva social puede ser algo muy enriquecedor.

3)      Desde esa perspectiva hay que decir que estos relatos entienden las curaciones más como tratamientos de dolencias que de enfermedades. Es decir, lo que Jesús pretende en su actividad curandera no es tanto devolver la salud cuanto devolver la dignidad de los débiles. Estos han de ser considerados en el hecho social, “puestos en el centro”.

4)      La propuesta de curación personal y social que Jesús ofrece deja entrever, en último término, el perfil de Dios que la sustenta: un Dios de misericordia que pone todo su potencial de amor para sostener y dignificar a quien “se encuentra mal”, a toda persona, a los “frágiles”. La gente intuía ese perfil y creía que ese era signo claro de la venida del reino de Dios.

5)      Por todo ello, la obra de los seguidores de Jesús, desde las primeras comunidades cristianas hasta ahora, habría de ser, ante todo, “curar” a la persona, aportar salud humana, dignidad, reconocimiento social para los pobres, certeza de que tienen un sitio en el banquete de la vida. Esas son las grandes tareas del reino.

6)      Alto y claro lo dice el papa Francisco: “Ésta es la misión de la Iglesia: la Iglesia que sana, que cura. Algunas veces, he hablado de la Iglesia como hospital de campo. Es verdad: ¡cuántos heridos hay, cuántos heridos! ¡Cuánta gente necesita que sus heridas sean curadas! Ésta es la misión de la Iglesia: curar las heridas del corazón, abrir puertas, liberar, decir que Dios es bueno, que Dios perdona todo, que Dios es Padre, que Dios es tierno, que Dios nos espera siempre”.

 

 

 

Fidel Aizpurúa Donazar

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