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Las bienaventuranzas: lectura para la vida cotidiana

LAS BIENAVENTURANZAS:

LECTURA PARA LA VIDA COTIDIANA

 

 

            La reflexión es una manera, humilde, de activación no solamente de la ideología, sino también de la praxis. Una de las de las causas de la debilidad social quizá sea la escasez de reflexión. Eso mismo pasa con la fe: su debilidad proviene, en alguna medida, de su frágil reflexión. De ahí que todo lo que sea potenciar la reflexión es, de alguna manera, potenciar la fe.

            Por otra parte, el paso de la espiritualidad del laicado pensada a la espiritualidad vivida no se dará sin la mediación de una seria reflexión sobre los componentes esenciales de la fe. La reflexión laica sobre la fe, cuando es adulta, liberada de presiones clericales,  aporta un componente saludable al hecho cristiano[1].

            Los teólogos de profesión se quejan de que sus textos no son leídos y parece que producen hastío en la población[2]. Quizá sea porque pertenecer al staff clerical otorga a los textos un componente que hoy encuentra difícilmente una audiencia. De eso podrían verse libres los textos de los laicos “teólogos”, de aquellos que piensan la fe desde coordenadas menos sistémicas.

            Por otro lado, la reflexión sobre los textos evangélicos está demandando en su lectura ese aire fresco que puede otorgarle el laicado adulto. En España no tenemos aún tradición de biblistas y teólogos laicos, aunque haya centros universitarios que llevan años en esta tarea[3]. Pero quizá una generación nueva de autores y autoras está naciendo. Y ello otorga un plus de esperanza a la reflexión cristiana y, por ello, a la misma fe. Cuando decimos que, a pesar de todo, hay esperanza en el laicado, no estamos hablando de utopías irrealizables.

            Finalmente, volcarse sobre las bienaventuranzas es hacerlo sobre un texto sensible que hoy todavía tiene un eco palpable en la sociedad secular[4]. Aquella luz encendida hace tantos siglos sigue brillando e iluminando el camino de los humanos. Por ello, tomar las bienaventuranzas como tema de reflexión cristiana social es, sin duda, un acierto.

 

 

 

1. Volver al Evangelio

 

Nos parece que este tipo de lectura bíblica “desde la vida cotidiana” se inscribe en un movimiento mayor que se da en la realidad de la vida cristiana: el movimiento de “volver a Jesús”, o si se quiere, de “volver al Evangelio”[5].

¿Es que para volver al Evangelio hay que aceptar que nos hemos ido de él? Ahí esta uno de los problemas.

            Sí, nos hemos alejado del Evangelio no solamente por nuestra fragilidad, sino también porque los sistemas (y el religioso es uno de ellos) terminan por alejarnos del centro ya que ellos mismos anhelan constituirse en centro.

  • Volver al Evangelio es como volver a casa: siempre está esperándonos, siempre somos bienvenidos, siempre hay calor ahí.
  • Volver al Evangelio es poner de nuevo el acento en lo importante, relativizando aquello que no lo es tanto.
  • Volver al Evangelio es asentarse de nuevo en lo que garantiza el valor de la fe, porque el resto, por mucho que nos digan lo contrario, es de menos valor.
  • Volver al Evangelio es aprender un poco más el rostro de Jesús, conocer mejor su sonrisa y sus arrugas, sus brillos y sus sombras. Conocer ese rostro mejor para amarle más.
  • Volver al Evangelio es disponerse a gustar de nuevo las pequeñas delicias ocultas en el texto, rumiarlo, saborearlo.
  • Volver al Evangelio es retomar las viejas utopías, oxidadas, embrumadas, perdidas y darles de nuevo el valor que siempre tuvieron.
  • Volver al Evangelio es aprender otra vez la melodía de una vida que se mezcla con el resto de la vida. No es el Evangelio algo aparte de la vida.
  • Volver al Evangelio es retomar los caminos trillados para descubrir en ellos esos leves motivos para vivir con alegría.
  • Volver al Evangelio es cantar con Jesús la melodía que puede espantar nuestros males y nuestras asperezas.
  • Volver al Evangelio es volver al corazón de la persona porque el sueño de Jesús es el mismo que el de la fraternidad más elemental.

 

2. Una lectura social del Evangelio

 

Se ha repetido hasta la saciedad la frase atribuida a K. Barth de que es preciso hacer teología con la Biblia en una mano y en la otra el periódico. Una legión de estudiosos, exegetas y predicadores han muerto en el intento. Pero, en estos años de modernidad líquida, según Bauman, con el auge de las religiones y, a la vez, del secularismo se percibe claramente que los amantes y estudiosos de la Biblia cada vez abandonan más el periódico, el hecho social, y se vuelven a centrar en la sola Palabra como terreno realmente válido para vehicular la fe. Se ha llegado a la convicción de que el discurso religioso como herramienta hermenéutica para la lectura de la Palabra es la mejor y prácticamente la única.

            La exégesis bíblica cuando está al servicio de una ideología se centra únicamente en sí misma, incluso con la pretensión de ciencia; se vuelve moralista, con el irreprimible afán de universalidad y de imposición; roza y cae en un acechante fundamentalismo con expectativas de que sus enseñanzas cristalicen en leyes sociales. Estos son los frutos del abandono del “periódico”, del alejamiento y menosprecio del hecho social. Corregir esta trayectoria, aunque sea ir contracorriente y pasar por un auténtico “antisistema” dentro del campo de la exégesis es para, algunos biblistas, una obligación.

            Mirar la realidad es un trabajo imprescindible para quien se apresta a leer con profundidad la Palabra porque ésta, por duro que suene, es una realidad a su servicio. Si, como dice el prólogo joánico, “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14), es la “carne”, la historia, el ojo lector, el verdadero timonel del hecho de lectura. Una Palabra al servicio de la historia es, para muchos estudiosos, un concepto inaceptable. La Palabra y el hecho histórico se miran en mutua e imprescindible relación y de una manera circular: de uno al otro y viceversa. Pero en esta mirada circular es el hecho histórico quien comanda la lectura porque él es el necesitado de amparo.

            Mirar la realidad no es solamente mirar lo que hay. Es hacerlo tratando de descubrir lo que no hay, las posibilidades que encierra, los horizontes sugeridos, los soles tras la bruma. Es la capacidad innata que todos los seres humanos tenemos para ver la realidad con otros ojos, con una mirada atenta que nos permita abrir la puerta a un abanico de posibilidades que aún están por descubrir. Es, incluso, hacer justicia a lo que ya fue: “Mirar sólo lo que hay empequeñece la realidad y la mirada, pues la hace superficial. Necesitamos conocer la tumultuosa vida que hay detrás de cada objeto, de cada institución política, de cada costumbre. Lo mismo pasa en los asuntos humanos. Para saber dónde estamos, tendremos que preguntarnos: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Cuando al mirar vemos las cosas, prolongadas por su genealogía, el mundo alcanza profundidad”[6].

            Una lectura social es aquella que mira a la realidad y desde la realidad con el texto bíblico en la mano. Más que de un método se trata de una sensibilidad que intuye que la mezcla de la Palabra ahondada con la realidad social discernida puede ser altamente provechosa. Es cuestión, así mismo, del logro de una perspectiva que conecte con facilidad el imaginario del texto leído con el del mundo que vive el agente lector; sin esta conexión, el texto arriesga la infecundidad. Es, en fin, un anhelo, aquel que pretende hacer que el texto llegue a lo más profundo de la intimidad personal y ese pueda ser el cauce para una vivencia recreada del Mensaje.

 

3. Las bienaventuranzas en Mateo: parte de un entramado (Mt 5,1-12)

 

            Al ser el de las bienaventuranzas un texto tan luminoso, por eso mismo corre el riesgo de ser magnificado. En realidad, el texto de Mateo es la primera de las cinco grandes instrucciones, o enseñanzas primordiales, sobre las que está asentado el edificio mateano. Todas esas instrucciones tienen un denominador común: el Reino de Dios (o, como dice, Mateo con propiedad de escriba: “el reino de los cielos”, con lo que se evita nombrar a Dios[7]). Esa es su gran preocupación

            Las instrucciones son: 1) las bienaventuranzas del reino (5-7); 2) los heraldos del reino (100); 3) el reino revelado en parábolas (13); 4) los verdaderos hijos del reino (18); 5) el alborear del reino (25). Por eso mismo, el tema central que da unidad y coherencia a todas las bienaventuranzas es el del reinado de Dios. Es preciso leerlas desde esa espiritualidad.

            Por otra parte, parece quedar claro que esa realeza de Dios solamente puede funcionar en la medida en que haya personas que “eligen ser pobres” y permanecen fieles a esa elección (Mt 5,3.10). “En efecto, los pobres de espíritu (gr. tô pneumati) no son los humillados de la vida, ni siquiera aquellos que tienen un ‘espíritu de pobreza’, sino aquellos que se han hecho pobres en virtud de una elección voluntaria, que se han despojado de sus riquezas, no por ascetismo, sino para darlas a los pobres y así disminuir su pobreza y, en general, la de nuestro mundo. Por tanto la pobreza no es para Cristo un bien o un ideal; al contrario, es un mal que hay que eliminar de la tierra y que debería, al menos, atenuarse si los hombres fuesen fieles a la enseñanza de Jesús”.

 

4. La pobreza con espíritu[8]

 

            Pero aún hay más: la opción voluntaria por la pobreza se traduce en encuentro, en lucha y en cambio social desde la situación de los empobrecidos del mundo. Es otra mística. Se trata de irse situando en la esfera de la pobreza para combatirla desde el compartirla.

Esta opción es la que llena la pobreza de fuerza, de profecía, de empuje y de peligrosidad. La pobreza con espíritu es lo contrario a una mística de la pobreza compasiva pero contemporizadora, lamentatoria pero ineficaz, quejosa pero acrítica. La pobreza con espíritu es la que abre las puertas de una sociedad nueva basada sobre la fraternidad y la equidad. Expliquemos esto en mayor detalle:

  • La pobreza con espíritu entiende y apoya la civilización de la pobreza; de ahí su implicación. Porque, efectivamente, la desimplicación desactiva todo el potencial de justicia que anida en la vida de los excluidos del sistema. Pero, al implicarse, la persona pobre con espíritu, además de afectada, se convierte en testigo y desenmascaradora de cualquier actitud social que pretenda mantener vigente un orden injusto. Por eso, a pesar de su aparente debilidad, el pobre con espíritu es temido por el sistema.
  • La pobreza con espíritu es, por ineficaz que se la crea, el único camino para subvertir el curso de la historia. Y lo hace, tomando el símil de la cruz, bajando a los crucificados por el sistema del patíbulo injusto en que los ha colocado. Al bajarlos deja al descubierto la enorme injusticia de quien, por egoísmo estructural, crucifica a los excluidos. Las grandes herramientas para ir haciendo esta formidable obra de des-crucifixión son la compasión y la esperanza. Porque los pobres con espíritu son hondos en la compasión y tenaces en la esperanza. Y eso les hace resistentes a cualquier embate del gigante del sistema. Cuando parece que éste los ha hundido en la miseria, es entonces cuando renacen con más fuerza de su propio dolor; cuanto más humillados sean, más vigor histórico acumulan y más sólido es su anhelo de justicia.
  • La pobreza con espíritu tiene fe en la concreción de la utopía, en la solidificación del anhelo, en la evidencia de que los sueños pueden tener carne. No son únicamente palabras, sino también convicciones profundas que ni la más negra tiranía logra erradicar.  Esto lo hace combinando sabiamente, humanamente, el logro y el fracaso. Porque el pobre con espíritu sabe que la vida, por dura que sea, no es únicamente fracaso, sino también, algunas veces, logro evidente, horizonte alcanzado, sueño realizado. La oscura zona de la pobreza en la que se halla situado no es obstáculo definitivo para abandonar esta certeza. Como dice G. Martín Garzo “el mundo está lleno tesoros, de frutos que crecen en la oscuridad. Parece un desierto y, cuando menos se espera, la vida regresa con sus frescos racimos”.
  • La pobreza con espíritu lleva su esperanza al límite hasta estar dispuesto a la entrega total a favor de otros. El pobre con espíritu no es un temerario, un insensato que no valora los riesgos, un suicida que menosprecia la hermosura de la vida. Es alguien que entiende que la entrega es la cumbre de una existencia y que, dándose a los demás, él mismo se encuentra en su centro. Por eso, la historia de los pobres con espíritu es la historia de sus entregas, de sus causas nunca perdidas, de su generosidad valiosa aunque no sea aplaudida. Los pobres con espíritu creen a pie juntillas que las entregas encierran en sí mismas, más allá de su reconocimiento o no, un valor esencial que pasa a constituir el tesoro más preciado de la vida.
  • La pobreza con espíritu es paladín del triunfo no tanto del bien, cuanto de la bondad. Porque el bien puede ser ideología y por él pueden hacerse auténticos disparates (los dictadores dicen obrar por el bien de su pueblo). Pero la bondad es el bien con rostro, con respeto al otro, con humanidad evidente, con abrazo cuyo calor se siente. A veces la bondad tiene la forma de la lejanía del bien considerado como tal por el sistema oficial de valores. Pero la bondad reconforta el interior de quien anda en los márgenes y sueña con otro mundo habitable y fraterno.
  • La pobreza con espíritu sabe que el silencio de Dios es su manera de estar en los procesos históricos. No es lejanía ni desentendimiento, sino garantía de verdad para que no manipulemos y destruyamos la realidad de un Dios que ha puesto su tienda en la orilla de los perdedores. Por eso, el pobre con espíritu no teme a ese silencio, ya que sabe que el Dios parcial de Jesús no dejará nunca de estar ahí, acompañando su camino, poniendo su esperanza en él, compartiendo su suerte, siendo vecino cercano de su humilde barrio. De ahí que el pobre con espíritu no habla nunca del abandono de Dios, jamás dice que ha sido dejado de su mano, y percibe su presencia en los momentos de mayor dureza vital escuchando el casi inaudible sonido de las lágrimas que brotan de los ojos divinos, ya que cree a pie juntillas que el Padre y Jesús lloran con quien llora.
  • La pobreza con espíritu no se cansa de cuestionar la realidad actual en cuanto manera opresora de relacionarse con quienes andan fuera del banquete oficial. Exige a la vez la erradicación de la injusticia y la conversión personal. Aquella porque nunca hará migas con quien devasta desde siempre los caminos humanos; ésta porque también los mecanismos de desamor y de opresión anidan en el corazón de cualquier pobre, ya que éste ha de ser más considerado por su situación social pero participa de toda debilidad moral.
  • La pobreza con espíritu sabe que a la base de estos anhelos no hay únicamente voluntarismo humano, lucha denodada, trabajo cuantificado, afán histórico. En la pobreza con espíritu está, en el fondo, el Espíritu, la formidable fuerza de Dios, la fuerza de su amor, que trabaja a destajo, con denuedo, por revertir el curso de la historia, por dar una orientación de plenitud, salvífica, al caminar humano y cósmico. Esta gran obra del Espíritu que se verifica en el fondo de la vida es cierta, aunque “aún sigan corriendo las aguas del sufrimiento y de la culpa y supongamos que aún no se las ha vencido en el manantial del que brotan. Aunque la maldad siga trazando arrugas en el rostro de la tierra y deduzcamos que en el corazón más profundo de la realidad ha muerto el amor”[9].

 

5. No olvidemos las “malaventuranzas” de Lc 6,20-26

 

            Las bienaventuranzas del sermón del “llano” de Lucas proponen dos horizontes, uno de felicidad (20-23) y otro de desdicha (24-26). Ambos tienden a invertir los valores de la sociedad. Las bienaventuranzas tienen parangón con las de Mt solamente en las de los pobres (Mt 5,3/Lc 6,20), en la de los que pasan hambre (Mt 5,6: hambre y sed de esa justicia”/Lc 6,21), la de los perseguidos (Mt 5,11-12/Lc 6,22-23). La lucana de “los que lloran” es propia (6,21).

            Pero Lc añade cuatro malaventuranzas: contra los ricos (6,24), los repletos (6,25a), los que ríen (6,25b), aquellos de los que se habla bien (6,26). Los pobres son quienes quieren construir un mundo distinto libre de injusticia. Los ricos los que quieren mantener la injusticia. En el pensamiento lucano, Dios está con los primeros[10].

            Para entender bien estos textos es preciso renovar la fe en el Dios que escucha los gritos de los oprimidos (Ex 3,7); hay que recuperar el sentido de la indignación que acompaña a la profecía bíblica (Jer 25,30); hay que asimilar al Jesús que grita su mensaje y su vida.

Desde aquí sería preciso elaborar una teología del grito descarnado que censura al opresor. “Posiblemente nadie la haya hecho. Los teólogos se ocupan de menesteres más sublimes. Pero una teología que tenga en cuenta la realidad antropológica de la persona podría conectar y elaborar esa clase de teología. Si, además, toma como “alma” de su teología la Palabra de Dios, con más razón se aproximaría a una teología del grito. Esta  no ha de avergonzarse de la estridencia del grito, sino que ha de centrarse en el anhelo de justicia. Y más aún, sería una teología que trabajaría el “sueño de Dios”, que por la Palabra y por el mismo Jesús, sabemos que es, ni más ni menos, la creación de una nueva fraternidad, la sociedad de las relaciones nuevas, el reino de Dios en la historia que es camino para el reino pleno de la total comunión. Hacer de ese “sueño” el centro de la actividad teológica conllevaría la inserción de los empobrecidos y sus dolorosas situaciones en el centro mismo de la reflexión teológica. No hay que avergonzarse de una teología así porque tener vergüenza de los gritos de los empobrecidos es tener vergüenza del mismo Jesús”[11].

 

6.  Algunas orientaciones para Mt 5,6[12]

 

            Una primera aproximación es aquella que puede hacerse a través de las distintas maneras de traducir.

1) Traducción literal: “Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia

                                               porque ésos van a ser saciados”

-         Desde el punto de vista antropológico hablar de “hambre y de sed” apunta a algo importante, elemental, una auténtica necesidad. Quienes hambrean la justicia lo hacen como quien pasa hambre, como quien le devora la sed. Un anhelo de la justicia que quema por dentro. Algo imparable.

-         Al hablar de “la” justicia se refiere a la justicia que engloba todas las otras justicias, a la justicia “de Dios”, aquella que está en el horizonte, el máximo de la justicia.

-         Cuando se habla de ser “saciados” se está dibujando el colmo del logro, el éxito total. La profecía es que no solamente se va a avanzar en esa línea, sino que se va a lograr lo tantas veces soñado. Una auténtica utopía.

 

2) Traducción teológica: “Dichosos los que tienen hambre y sed de esa justicia

                                               porque serán saciados”.

 

- Cuando se habla de “esa” justicia se refiere a los dos versos anteriores: “los que sufren” (v.4) y “los sometidos” (v.5). Condensa, pues, las dos bienaventuranzas anteriores. Y por ello se refiere a verse libres de la opresión, gozar de independencia y libertad. Es una justicia que se asienta sobre la libertad.

- El hambre y la sed saciados indica la plenitud a la que apunta el Evangelio. Es decir, la justicia no será un anhelo truncado, sino que, avanzando poco a poco, se llegará a la tierra de la fraternidad. El Evangelio cree que los sufrimientos de los pobres han de tener fin algún día.

 

3) Traducción pastoral: “Aquellos que viven por la justicia:

                                               ¡Dichosos! ¡Porque serán satisfechos!

 

-         ­“Vivir por la justicia” es no abandonar el anhelo de un mundo justo por nada del mundo, mantener los criterios de la justicia por encima de persecuciones, ser fieles a los propios criterios de justicia sin apearse jamás de ellos.

-         La expresión “¡Dichosos!” podría entenderse como ¡Qué honorables!, dignos de honor porque son quienes cambian realmente el rumbo del planeta.

“A través del don generoso de su vida, los hambrientos y sedientos de justicia transmiten elementos de paz a la sociedad y se hacen manifestación visible de aquella ‘paz en la justicia’ (Bar 5,4b) deseada por Dios. Gracias a su compromiso, el ‘reino de los cielos’ (Mt 5,3b) se hace presente en la realidad de la comunidad de los creyentes, vivos ‘oasis de justicia’, donde florece ‘aquel fruto de la justicia sembrado con la paz de aquellos que trabajan por la paz’”[13].

 

7. Derivaciones sociales

 

            Dado que, como lo admiten la mayoría de autores, “todas las bienaventuranzas se reducen a una, que es la causa o consecuencia de las restantes: ‘Dichosos los que eligen ser pobres, porque esos tienen a Dios por rey’”[14], resulta lógico que nuestras derivaciones sociales tomen el cauce del tema del dinero y sus tremendas consecuencias[15].

 

  • La vida o el dinero: Todos sabemos que para vivir hace falta dinero. Pero el asunto es dónde uno va poniendo sus apoyos vitales, sus esperanzas, sus alegrías, sus pasos, sus anhelos, sus búsquedas. Más aún, la experiencia nos dice claramente que sabemos de qué estamos hablando. La aceptación de las bienaventuranzas exige una reorientación del horizonte económico de cada cual, de la sociedad. Sin reorientación, sin que nada de lo que decimos cambie un ápice la orientación de la vida económica es desvirtuar el Evangelio. Mejor sería no leerlo.
  • Esperanza del reino o pesimismo-optimismo: Anímicamente solemos dividir a las personas entre optimistas o pesimistas. El Evangelio no divide así, sino que a todos, optimistas o no tanto, se les propone la esperanza, la utopía, del Reino. Diciendo que ya no estamos para utopías, los estamos diciendo todo: nos apuntamos a la desesperanza. Decir que la utopía todavía nos conmueve es indicio de que estamos todavía con ganas de caminar en la dirección de lo humano[16].
  • Prioridad de la persona o prioridad del lucro: generar lucro, vivir instalado en él a costa de lo que sea, medir todo desde el lucro son los parámetros de la sociedad económica de exclusión. Por el contrario, priorizar a la persona, sobre todo a la frágil, generar una economía de inclusión es caminar en la línea de las bienaventuranzas[17]. Para dar cuerpo a la espiritualidad de éstas es preciso pasar por una opción manifiesta, por un “credo”, en la realidad de la persona. De lo contrario, la espiritualidad del lucro nos atrapa y las bienaventuranzas suenan a total imposibilidad.
  • Óbolo de la viuda o donativo del rico: En el Evangelio la cosa es clara: se opta por el óbolo de la vida (Lc 21,1-4). Es que creemos que la transformación del mundo que anhelan las bienaventuranzas se logrará con medios adecuados, cuanto más potentes mejor. Pero el Evangelio tiene otra orientación: “El Gran capital y sus grandes donativos no transformarán el corazón y el mundo. Es la bondad y la generosidad anónima de los pobres los que ya están transformándola”[18]. Por lo tanto, leer las bienaventuranzas a la sombra del capitalismo en cualquiera de sus variantes es el peor lugar para hacerlo.
  • Compasión confiada o violencia temerosa: Mil voces urden el coro de quienes dicen que hay que desconfiar de las personas, sobre todo si son de otra cultura, de distinta religión, de diferente lengua, sobre todo si son pobres[19]. La lectura de las bienaventuranzas supone una compasión confiada en la persona con todas sus consecuencias y aporías. Vivir en la desconfianza y leer el Evangelio es un oxímoron, una contradicción.

 

Conclusiones

 

      Terminamos nuestra reflexión con cuatro asertos que indican la mentalidad que subyace a todo el texto:

1)      Las bienaventuranzas siguen vivas si se las len en contextos sociales. Si le las saca de ahí corren el riesgo de ser una espiritualidad vacía, un fantasma espiritual de poco fruto.

2)      Las bienaventuranzas inquieren antes sobre el tipo de estructuras sociales que se tienen que sobre la fe que se profesa. Porque se puede dar el caso de una fe correcta en estructuras sociales discutibles y eso invalida el pensamiento evangélico y lo vuelve estéril.

3)      Más allá de toda disquisición teológica, la lectura de las bienaventuranzas dejan ver con claridad que “existe más verdad entre los débiles que entre los fuertes”[20].

4)      Un mensaje está vivo en la medida en que hoy se lo vive, no solamente en cuanto está en un libro. Ojalá esta reflexión haya servido algo para animarse a vivir con mayor afán el hermoso camino de las bienaventuranzas.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

 

 

 

 

 



[1] No se puede discutir que reflexiones como las de M. GUERRA CAMPOS; La confesión de un creyente no crédulo, Ed. Verbo Divino, Estella 1998 aportan mucho al pensamiento y la vida cristiana.

[2] “Da la impresión de que la ‘producción teológica’ de siempre se está agotando en su capacidad de decir algo que pueda interesar a los más amplios sectores de la opinión publica, mientras que la ‘producción atea’, siendo de una calidad teológica muy discutible y con frecuencia bastante débil, sin embargo es un hecho que son muchos los que en eso encuentran un sentido y una respuesta que no suelen encontrar en los que hablamos o escribimos desde la etiqueta de ‘profesionales’ de la teología. El hecho es que el esoterismo o la crítica teológica interesan más y a bastante más gente que la teología erudita con cuño de ortodoxia”:  J. M. CASTILLO, La humanización de Dios,  Ed. Trotta, Madrid 2009, p.18.

[3] Las universidades de Deusto y de Comillas quizá sean en esto pioneras.

[4] Literatos o artistas trabajan constantemente este texto: Cf A. MARCOS; Los bienaventurados,  Ed. Universidad de Salamanca, Salamanca 2022.

[5] “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual” (EG 11). Textos significativos de esta espiritualidad son las últimas producciones de J. A. PAGOLA, Volver a Jesús. Hacia la renovación de las parroquias y comunidades,  Ed. PPC, Madrid 2014; Recuperar el proyecto de Jesús,  Ed. PPC, Madrid 2015.

[6] J. A. MARINA, “El destornillador”, en La Vanguardia,  6 diciembre 2008.

[7] La expresión basileia tôn ouranôn viene en: Mt 32,;4,17; 5,3.10.19ab.20; 7,21ab; 8,11; 10,7; 11,11.12; 13,11.24.31.33.44. 45.47.52; 16,19; 18,1.3.4.23; 19,12.14.23.24; 20,1; 22,2; 23,13, 25,1.

[8] Cf  F. AIZPURÚA, Discernimiento del compromiso ante las pobrezas,  Ed. Frontera, Vitoria 2010, pp.58-60.

[9] Texto atribuido a K. Rahner., citado en D. ALEIXANDRE, Las puertas de la tarde. Envejecer con esplendor,  Ed. Sal Terrae, Santander 2007, p.21.

[10] “En el contexto cultural de las sociedades del honor, ‘Dichosos…’ significaría: ‘Qué honorables…’. Por otra parte, ‘¡Ay de…’ connota: ‘Qué falta de vergüenza…’”.: B. J. MALINA-R. L. ROHRBAUGH, Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I. Comentario desde las ciencias sociales,  Ed. Verbo Divino, Estella 1996, p..244.

[11] A. CABALLERO-F. AIZPURÚA, La VR a la escucha del grito de la tierra y de los empobrecidos. Pobreza evangélica y compromiso,  Ed. Frontera, Vitoria 2015, p.55.

[12] Para un estudio asequible: A. MAGGI, Las bienaventuranzas. Traducción y comentario de Mt 5,1-12,  Ed. El Almendro, Córdoba 2001. Para un estudio más profundo: F. CAMACHO ACOSTA, La proclama del reino. Las bienaventuranzas del Evangelio,  Ed. Cristiandad, Madrid 1987.

[13] A. MAGGI, op.cit., p.104.

[14] J. PELÁEZ, La otra lectura de los Evangelios II. Ciclo C,  Ed. El Almendro, Córdoba 1988, p.176.

[15] Nos basaremos en el cap.5 (“Por el reino y contra mamón”) del libro de J. ARREGI OLAIZOLA, Invitación a la esperanza, Ed. Herder, pp.103ss.

[16] La vieja canción de Serrat “Utopía” sigue siendo un auténtico himno de vida.

[17] EG 186-216.

[18] J. ARREGUI, op.cit., p.118-119.

[19] Ver el artículo paradigmático en este sentido de A. PÉREZ REVERTE, “Los godos del emperador Valente” en XLSemanal - 13/9/2015.

[20] E. CARRÈRE en  “CARRÈRE: ‘El cristianismo es un invento revolucionario’”, en Babelia-El País, 14-9-2015.

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